Los niños de la guerra exiliados a Rusia testimonian en el documental ‘Huérfanos del olvido’ el trauma de volver a un país distinto al que soñaban. “Costó mucho”, afirman .
Un reportaje de Iban Gorriti
EL regreso a Euskadi de aquellas personas que fueron exiliadas durante la guerra de 1936 fue un trauma que muchas aún no han superado. Es el caso de las protagonistas del nuevo documental Huérfanos del olvido, del realizador burgalés Lino Varela, quien recoge testimonios vivos y desgarradores de mujeres y hombres del Estado que fueron evacuados a la URSS en barcos como El Habana.
Palabras directas de su corazón a la boca, enfatizan que cuando volvieron no se encontraron el país que esperaban, aquella patria de la que les hablaban. No existía. Era un Estado totalmente distinto y de hecho, matizan algunas, aguantaron por sus familias. “Fue dura la adaptación” o “costó mucho”, señalan.
Una de ellas es Vitori Iglesias Martínez, de Santurtzi, actualmente de jóvenes 87 años. “Yo llegué 20 años después y me dijeron que aquella era mi madre. No sentí nada. Yo no la reconocía. Ni amor ni cariño. Nada”, detalla a este medio. De hecho, en el transcurso de la película se derrumba -“soy muy llorona”, advierte- y atestigua que “nos querían cuando estábamos lejos. Cuando estábamos cerca ya no nos querían”.
Iglesias zarpó de su villa marinera junto a su hermano, Francisco. Este último acabó luchando junto al ejército ruso contra los alemanes en el cerco nazi de Leningrado, episodio del que se han cumplido 75 años a finales de enero. “Hemos estado en San Petersburgo, nos invitaron y hasta Putin estuvo en el acto de conmemoración”, agradece.
Pero volvamos al puerto de Santurtzi. 1937. Fueron unos 3.000 niños y niñas los que desde diferentes puntos del Mediterráneo y del Cantábrico acabaron atracando en la Unión Soviética, en una acción solidaria que trataba de apartar a los menores de los frentes de batalla, de salvarlos de los horrores de una guerra en la que, por primera vez en la Historia la retaguardia, las ciudades alejadas de los frentes y la población civil habían acabado siendo objetivos militares -luego se reprodujo una situación parecida por activa y por pasiva durante la Segunda Guerra Mundial-.
De este modo lo detalla Pelai Pagès i Blanch, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Barcelona: “Los niños y niñas siempre eran las víctimas inocentes de la guerra y en el caso de la guerra civil no faltan episodios dramáticos de niños muertos en injustos bombardeos protagonizados por la aviación fascista. De los casi 33.000 niños que fueron acogidos en diferentes países de Europa y México para salvarlos de los horrores de la guerra, casi el 10% llegó a una Rusia pletórica en demostrar su solidaridad con la España republicana”.
Estreno en Moscú Vitori, nacida el 12 de febrero de 1932, recuerda que a su salida de Santurtzi les bombardeaban desde el aire. Llegaron a Francia y allí subieron al vapor galo Sontai. “El viaje duró como una semana”. A sus cinco años, les dijeron que estarían fueran de casa “tres o cuatro meses, y fueron 20 años”, subraya la coprotagonista de Huérfanos del olvido, filme que pudo materializarse con el apoyo a la asociación Archivo Guerra y Exilio (AGE) de Madrid con motivo de un viaje a Rusia por el 80 aniversario del exilio en 2017. Una exposición de este comprometido colectivo y la película itinera estos días por el Estado. Está a falta de fecha de proyección en Euskadi, según confirma a este diario Dolores Cabra, de AGE. El director Lino Varela aporta que “la película se estrenó el pasado mes de noviembre y actualmente está en fase de explotación comercial tanto en festivales como en cines y televisión. El próximo 30 de marzo la estrenamos en Moscú”.
Llegado a suelo en paz, en un principio todo fueron alegrías y agradecimientos. Hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. Sufrieron un segundo exilio. “De vivir como reyes en Leningrado y Moscú”, les evacuaron por el río Volga a Saratov, a 850 kilómetros de la capital. “Del 41 al 45 fueron los peores años de mi vida. No llegaba comida, los inviernos eran durísimos. Morían algunos de los españoles”, lamenta Iglesias y va más allá: “Había hórreos con trigo, cebada, avena… pero lo primero era para el ejército. Nosotros robábamos haciendo un agujero y podíamos comer pequeños talos”.
Les faltó alimento, pero no educación. “Aún estando enfermos, venían a darnos clase a la misma cama, de la que no nos podíamos levantar por el frío que hacía”. Ella acabaría sacando el título de Técnico Agrónomo. “Se nos educó en español en todos los aspectos. De hecho, el gobierno pagaba un sueldo por estudiar, ya que lo consideraban un trabajo mental”, matiza.
Al acabar la guerra les enviaron a Moscú y se encontraron con una encrucijada para volver a casa. “Stalin dijo que solo nos devolvería cuando España fuera una república, ya que de una república habíamos llegado a la URSS. Y por el otro lado, Franco no nos quería porque nos consideraba espías. Al final, el regreso se dio por la Cruz Roja en 1956”. Entretanto, cartas las justas y a través de personas en terceros países. “Yo mandaba una carta a Francia y de allí la enviaban a casa”.
Críticas a Vox Y tocó el reencuentro. Frío. “Me fui con 5 años y volví con 25. Llegué a un mundo totalmente distinto. De hecho, ni nos daban DNI, solo una tarjeta amarilla y en la de mi hermano ponía prófugo. Fue muy dura la vuelta”. Su padre había fallecido cuatro años antes. “Murió con las ganas de volver a verme después de dos décadas de sufrimientos”, explica quien el viernes tomó parte en la manifestación por el Día internacional de las mujeres en Bilbao. “No podía faltar tal y como están las cosas. Lo de Vox es una vergüenza. Con tantas mujeres que están matando y que digan lo que dicen. A ratos quito la tele. Es indignante. Quieren llevarnos a los tiempos que sufrimos”, señala.