Fusilamiento, amor de juventud y destino

Eloy Resano fue llevado a fusilar por el padre de Benito, que después se convertiría en el marido de su nieta Amelia

Un reportaje de Iban Gorriti
Benito Salvatierra y Amelia Resano terminaron juntos a pesar de las dificultades. Foto: Iban Gorriti
Benito Salvatierra y Amelia Resano terminaron juntos a pesar de las dificultades. Foto: Iban Gorriti

Hay historias de la guerra que sorprenden por su combinación de muerte, amor y, en este caso, destino. Son pasajes que, en ocasiones, se asemejan a guiones de película. La historia, en este caso, gira en torno al abuelo Eloy Resano, a su nieta Amelia Resano Campo (1950), y a Benito Salvatierra Del Campo (1946). Amelia y Benito forman una entrañable pareja navarra, republicana y activista del memorialismo en la que el padre de él fue quien llevó a fusilar al abuelo de ella el 27 de julio de 1936. A día de hoy, es uno de los más cien mil cuerpos desaparecidos aún en el Estado.

Eloy Resano Caparroso fue uno de los primeros asesinados tras el golpe de Estado militar contra la legítima Segunda República. “Toda la historia entre ellos me conmueve”, enfatiza con aprecio Mauro Saravia, fotógrafo vasco-chileno que aporta las primeras pistas a DEIA sobre esta extraordinaria microhistoria.

Pero no acaba ahí el periplo vital de la pareja. Es el momento de rebobinar 80 años atrás y, paso a paso, poner cada pieza en su sitio. El 27 de julio de 1936, los derechistas sublevados contra la democracia fusilaron a Eloy Resano en Zuñiga y a otros seis hombres en la orilla del río Ega, junto a un humilladero, según la tradición oral. Él era natural de Lodosa y “concejal de CNT o UGT, no hemos podido saber a ciencia cierta de cuál de las dos siglas”, explica a este diario su nieta Amelia.

Esta última, ella, hoy también abuela, es la protagonista de la siguiente gran historia de amor. “En 1965, cuando yo tenía 15 años, Benito venía de Antsoain a fiestas de Lodosa. Y empezamos, como era entonces, más a tontear que a salir juntos”, recuerda con la inocencia de entonces. Pero la alegría se volvió olvido por unas palabras del padre de Amelia, Cele. “Un día me preguntó a ver si ese chico que me esperaba debajo de casa era hijo de Zacarías y Dorotea. Le dije que sí, y me respondió que no quería que anduviera más con él, que nunca se sentaría a una mesa con ellos”.

A pesar de sus sentimientos encontrados, Amelia dejó de verse con Benito. “Le dije que no más”. Y pasaron 35 años sin verse. “Nunca”, subraya. Tanto Amelia como Benito se casaron con otras personas.

Un 24 de abril volvieron a coincidir en Lodosa. “Entre nosotros brotó la chispa otra vez. Él llegó a decir ese día que se tenía que haber casado conmigo”. A día de hoy, suman 17 años juntos como pareja casada hace dos años y medio. Son parte del colectivo de recuperación de la memoria histórica Gurugú. Es más, Benito es el presidente de la entidad, él que aún no sabía por qué, de jóvenes, Amelia le había dejado. “Cuando llevábamos -apunta Amelia- cinco o seis años juntos, al venir él de trabajar, le dije que le tenía que contar algo y se puso blanco. Le dije que su padre fue quien llevó a mi abuelo a fusilar, y se llevó el mayor de los disgustos de su vida porque nadie le había contado nada en su familia y me dijo: cariño, siempre te he apoyado, y desde este momento en adelante te voy a apoyar aún más”.

Habla Benito: “¡Imagínate! Yo no tenía ni idea. Aquel día la noté intranquila…. Soy memorialista y voy a seguir siéndolo. Yo no tengo por qué reconciliarme con el pasado de mi familia. Yo voy a seguir luchando por la memoria histórica”, subraya.

Treinta y cinco años después les volvió a unir el primer sentimiento. “Es el destino el que nos unió. Cuando ella tenía 15 años, su padre, lógicamente, estaba resentido. Y a mí era la mujer que me gustaba. Al final, 35 años después, fue el corazón el que dio un vuelco”, proclama Benito.

El año pasado el colectivo Gurugú con el apoyo de los ayuntamientos de Lodosa y Zuñiga instaló un monolito en recuerdo a aquellos fusilados a la orilla del río Ega tras no dar con los restos. “Después de muchos años de silencio y de intentos fallidos, no pudimos recuperar sus cuerpos, pero al menos sí su memoria. Y nuestro compromiso es que su recuerdo y ejemplo se transmita ahora de generación en generación porque mi abuelo fue ídolo para mí. Aunque resulte chocante, me siento de alguna manera afortunada: prefiero que lo mataran por estar en esa parte que con los otros”, dijo Amelia.

Ella es nieta de aquel concejal republicano que también perteneció a una gestora municipal de Lodosa del PSOE y que era amante de la música, la poesía y la lectura. Curiosamente, aún era conocido en el pueblo como el Niñito de las monjas. “Mi abuelo vivía en la calle que se llamaba Detrás del Hospital, junto al colegio y capilla de las monjas. Una de las religiosas le quería muchísimo. Por ello siempre nos decían: si Sor Ana hubiera estado aquí, a tu abuelo no lo fusilan, porque lo hubiese escondido debajo de sus faldas”.

José Vicandi, el gudari al que trepanó el bando contrario

Lo dieron por muerto tras recibir un disparo en la cabeza en la batalla de Zaldibar, cuando en realidad el enemigo lo había apresado y lo operó salvándole la vida

Un reportaje de Iban Gorriti

El gudari, años después de la Guerra Civil.
El gudari, años después de la Guerra Civil. Foto: DEIA

En las guerras también hay, aunque contados, momentos para la esperanza y las buenas acciones. Son, finalmente, sorprendentes actitudes que niegan el dicho de “al enemigo, ni agua”. Fue el caso del gudari José Vicandi del batallón Abellaneda, a quien dieron por muerto el 25 de abril de 1937 en el combate de Santamañazar, Zaldibar. Este soldado del Euzko Gudarostea nacido en Barakaldo y vecino de Kastrexana cayó herido como muertos acabaron sus mandos, el comandante Castet y el capitán Zubelzu, entre otros. Según narra la familia y el estudio Senderos de la memoria -informe elaborado por la UPV/EHU y dirigido por Joseba Agirreazkuenaga y Mikel Urquijo-, Vicandi fue dado por muerto, y quedó abandonado en el campo de batalla, con un tiro en la cabeza.

Sus compañeros llegaron a inscribir su defunción, y se celebraron dos funerales por su persona en Alonsotegi (municipio al que pertenecía entonces Kastrexana) y en Güeñes, sede del cuartel del Abellaneda. Sin embargo, el enemigo, al darse cuenta de que el vizcaino seguía vivo, lo apresó y lo trasladó a Gasteiz, donde una oportuna trepanación le extrajo el proyectil. Una vez rehabilitado tras un año en la capital alavesa, fue enviado como esclavo a uno de los mal llamados batallones de trabajadores en San Pedro de Cardeña, Burgos. Las secuelas de la intervención fueron dolores de cabeza de por vida, acompañados de ataques epilépticos que pudo corregir con un medicamento. Murió con 64 años.

Documento con la invalidez total de José Vicandi.
Documento con la invalidez total de José Vicandi.

recuperación Su hijo Joseba agradece que diversos factores le permitieran seguir vivo en plena Guerra Civil. “Tuvo mucha suerte. Primero, que el tiro fuera de lejos, ya que se quedó alojado entre el cerebro y el hueso. Segundo, que lo apresaran y no decidieran rematarlo allí mismo. Tercero, que un médico militar pusiera todo de su parte para salvarlo, quizás estaba en la guerra obligado… y que lo permitieran mejorarse un año con unas monjas, que él contaba que le trataban muy bien”, detalla Joseba.

A día de hoy, aquel soldado de 20 años a las órdenes del malogrado comandante Castet tendría 102 años. “Mi padre tenía mucho aprecio a Castet. Le parecía un hombre muy íntegro, de carisma. Se acordaba mucho de él y solía contar que en una ocasión le regaló una pistola. Mi padre le preguntó a ver para qué la quería, y le respondió que por si le hacía falta en algún momento”.

José Vicandi Fernández era el tercero de cinco hermanos que dio a Euskadi el matrimonio formado por Miguel Vicandi, de Begoña, y Amalia Fernández, de Barakaldo. “Mi padre ya antes de la guerra estaba afiliado al PNV y se alistó al Abellaneda”, agrega quien recuerda escuchar a José que había luchado contra el fascismo por Markina, Xemein, Arretxinaga, Elgeta, “en el Intxorta Txiki”, y en Zaldibar, donde cayó herido. “Decía que, mientras le hacían la trepanación, no le dolía, pero que notaba que le andaban porque le dieron una anestesia local. Y que se la hicieron con un cincel y un martillo de médicos”.

La noticia de que podía seguir vivo, a pesar de los funerales, llegó a Kastrexana. “ A algún vecino de la zona le pareció que pudiera ser José uno que estaba en Vitoria, y mi abuelo tuvo que pedir un salvoconducto para poder ir a ver si era él. Lo consiguió y mi padre siempre contaba que en el encuentro se dieron un abrazo terrible, de la emoción”, enfatiza Joseba. A continuación, lo enviaron a trabajar como esclavo de Franco a San Pedro de Cardeña y vieron que no podía. Una suerte más: le concedieron la inutilidad total y regresó a Kastrexana, donde comenzó a trabajar hasta jubilarse en la firma local Etxebarria. Cada año que vivió se sumaba al Gudari Eguna que se organiza en Güeñes como encuentro de los soldados de los batallones encartados Abellaneda y Muñatones, de los que queda vivo al menos un integrante: el karranzano Manuel Sagastibeltza, en Santurtzi. Sagastibeltza, Vicandi, Castet, Zubelzu y otros compañeros lo dieron todo el 25 de abril de hace 80 años en Zaldibar, una vez que se derrumbó el frente de los Intxortas tras la ocupación de Elorrio. Las fuerzas del lehendakari Aguirre intentaban consolidar una nueva línea para frenar el avance adversario que amenaza con derrumbar el llamado Frente de Gipuzkoa.

la batalla El batallón Abellaneda llegó aquella jornada a la anteiglesia, que -como curiosidad- en 1932 había cambiado en pleno su nombre histórico de Zaldua por el de Zaldibar. Desde la subida al monte Santa Marina, un batallón fascista del Regimiento América fue sorprendido por la llegada de los gudaris, pero el Abellaneda es atacado a su vez por sorpresa por el Tercio Navarra de requetés. Mueren Castet y Zubelzu. El batallón retrocede precipitadamente tras tratar de resistir, dejando una treintena de muertos y algún prisionero en manos de los franquistas, caso de Vicandi. Algunos grupos del Abellaneda llegaron en retirada a Gernika-Lumo, sufriendo el bombardeo aéreo del 26 de abril de 1937. “Amigos de mi padre del Abellaneda contaban que, tras salir de lo de Zaldibar, les pilló el bombardeo de Gernika. Como curiosidad, a día de hoy en las listas de desaparecidos del Gobierno vasco aún aparece el nombre, lugar y fecha en que mi padre murió”, concluye.

Con el cadáver de Primo de Rivera a cuestas

Apresado por los franquistas, el gudari de Getxo Román Sabino Aguado cargó con el ataúd del dictador hasta Madrid

Un reportaje de Iban Gorriti

Los restos de Franco y de Primo de Rivera permanecen en el Valle de los Caídos.
Los restos de Franco y de Primo de Rivera permanecen en el Valle de los Caídos. Foto: Efe

eL pasado 11 de mayo el Congreso de los Diputados aprobó por amplia mayoría y solo con la abstención del PP una proposición no de ley para que los restos de dictador Francisco Franco y del fundador de La Falange Española de las JONS José Antonio Primo de Rivera fueran exhumados y trasladados de su lugar en el Valle de los Caídos. La resolución no tiene carácter vinculante y el Gobierno de Rajoy los mantendrá en el mausoleo. En el caso del hijo primogénito del dictador Miguel Primo de Rivera -a diferencia de Franco sí fue un caído de la Guerra Civil- los restos se moverían a un “lugar no preeminente” de la basílica. Ambos, curiosamente, perdieron la vida un 20 de noviembre.

En la familia de Agurtzane Aguado, la presidenta del centro vasco uruguayo Euskal Erría de Montevideo, siempre han recordado un episodio relacionado con José Antonio Primo de Rivera. Lo sufrió su padre, Román Sabino Aguado Ansoleaga, gudari nacionalista vasco de Getxo quien apresado por los franquistas durante la Guerra Civil fue obligado a servir en el bando golpista y sus aliados.

Una de las empresas que Sabino tuvo que llevar a cabo si quería seguir con vida fue la custodia del traslado del cadáver de José Antonio Primo de Rivera desde Alicante, donde fue fusilado por los republicanos el 20 de noviembre de 1936 a las 06.20 horas, hasta El Escorial en Madrid. Años más tarde, su cuerpo volvería a ser exhumado y enviado a la basílica del Valle de los Caídos.

La muerte de José Antonio fue silenciada por los sublevados contra la legítima Segunda República, por lo que se le denominó El ausente. Dos años después sus restos se trasladaron desde un nicho del cementerio alicantino de Nuestra Señora del Remedio a San Lorenzo de El Escorial. El interminable periplo de aquel ataúd forrado en terciopelo negro duró diez días. Sabino tuvo que estar allí rodeado de los falangistas que como él custodiaban los restos.

“Mi padre recordaba varias cosas de aquellos días. Decía que nunca iba a olvidar el hambre que pasó entonces y el frío de aquellas noches en las que solo tenían para cubrirse las capas”, rememora Agurtzane y matiza que “les obligaron a hacer las guardias a caballo durante el trayecto que les llevó días. Es más, dormían en la misma carretera hasta que llegaron con los restos a El Escorial”.

Estos sucesos ocurrieron los últimos días de noviembre de 1939. Dos años antes, cuando Sabino era gudari de un batallón que la familia desconoce -apareció en nóminas del Euzko Gudarostea un Sabino Aguado en Fortificaciones-, fue testigo directo del bombardeo de Gernika del 26 de julio de 1937. “Mi padre nos contaba el horror y la desgracia que sintió aquel día al no poder ayudar a los que se estaban debajo de los escombras muriéndose porque con el calor que tenía el suelo se quemaban ellos”, evoca Agurtzane.

A groso modo, por medio de recuerdos, la familia de Sabino hilvana la vida del gudari que a su vez era hijo de gudari. Antes de la guerra repartía la revista Jagi-Jagi por Sopela, Berango, Algorta… Con 16 primaveras estalló la guerra y él contaba que había estado en la batalla de los Intxorta “donde vio por primera vez a los moros cubierto con pieles de oveja”.

Estuvo preso dos días en el Sardinero. “En Santander no les querían. Según su relato y el de otros amigos les llegaban a arrojar agua hirviendo”. De allí, fue destinado a caballería mora. Como prisionero, tuvo que combatir en las filas de Franco en el Alto de los Leones y a escoltar los restos de Primo de Rivera. Estuvo bajo las órdenes del capitán Ávila y del general Ibáñez de Aldecoa. Acabada la guerra, le llamaron para hacer la mili a los pocos días de casarse en 1945. “Se suponía que ya la había el servicio militar en la guerra”, explica Agurtzane desde Uruguay.

En 1949, los franquistas le denegaron el permiso para navegar en la marina mercante y “no podía salir de Euskadi” porque trató de ir a México o Venezuela. El cónsul uruguayo Juan Ansa, sin embargo, le preparó los documentos para exiliarse en el país que representaba, al que llegó en 1954. “En 1960, Franco nombró a Ansa persona non grata por asistir a una cena que le dispensaron euskaldunes como aita y el régimen le dio como destino Burdeos”, recuerda.

Desde que pisó tierra uruguaya, Sabino siempre trabajó por la causa vasca. Su padre, el también nacionalista vasco Federico Aguado Sustacha, nació en el Puerto Viejo de Algorta en 1891 y también fue gudari, aunque tampoco conocen de qué batallón. Uno de sus hijos (hermano de Sabino) falleció en la cárcel.

Federico, según información familiar, también estuvo preso en el Sardinero, en el Dueso de Santoña y en Santa María de Cádiz. Tuvo tres penas de muerte. La Sociedad de Ciencias Aranzadi ha encontrado su nombre en un procedimiento sumarísimo de Urgencia, el 867/37 que tuvo lugar en Bilbao después de junio de 1937. Conmutadas las penas fue encarcelado en incontables ocasiones por su apoyo a las ideas del PNV y sufrió secuelas de enfermedades contraídas en prisiones. “A aitita, la Guardia Civil le ponía panfletos en el bolsillo para detenerle. Por ello, salía una vez al mes a la barbería y darse una vuelta por el pueblo. En mayo de 1956 hizo su última salida de casa. Fue detenido y a los pocos días falleció en casa”, asevera.

El coro vasco en el exilio

Eresoinka, que formó parte del servicio de propaganda del lehendakari José Antonio Aguirre, acababa las funciones al grito de “Gora Euskadi Askatuta!”

Un reportaje de Iban Gorriti

ILos integrantes de Eresoinka, durante una actuación en el Teatro de Chaillot de París que puso el broche a una gira por Europa.
Los integrantes de Eresoinka, durante una actuación en el Teatro de Chaillot de París que puso el broche a una gira por Europa. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

la cultura también es arma para la guerra. Lo demostró entre 1937 y 1939 el coro del exilio vasco Eresoinka del Gobierno Provisional de Euzkadi con el grito “gora Euskadi askatuta!” que lanzaba al final de sus funciones. Así lo ha recordado siempre a los medios de comunicación Inazita Olaizola, una de las últimas integrantes con vida de la agrupación. El pasado 6 de mayo, sábado, falleció otra compañera de la agrupación, Margarite Trueba Enbil. Sumaba 101 eneros y era hermana de otras dos mujeres que pertenecieron a la coral. Asimismo, las tres contrajeron matrimonio con otros tantos varones de la formación.

Queda por saber si mantienen viva la llama otras personas como la zornotzarra afincada en Bilbao Miren Derteano. Sí perduran aún sus palabras. “La guerra con el Arte, es la mejor forma de hacerla, cantando y bailando”, amplificaba Inazita Olaizola, solista principal de Eresoinka en el documental Voces de papel. Un ensayo sobre el movimiento, de Estibaliz Urrosola. “¡Eresoinka era la belleza absoluta!”, ensalzaba con la magia de sus manos Miren Derteano a DEIA junto al piano de su hogar en Bilbao tras la grabación del cortometraje Oroitzapenak: Acordes para la memoria, de Ibai Elortza y Gregorio Arrien.

Precisamente, Arrien detalla en su libro Salvad a los niños! Historia del exilio vasco en Gran Bretaña el despertar de Eresoinka como uno de los “servicios de propaganda y cultura” del Gobierno de Aguirre. Al habla con él, el escritor lamenta que “se conozca tan poco nuestro pasado de hace 80 años. Historias como la de Eresoinka debieran salir al conocimiento de la ciudadanía. No solo los huesos deben ser memoria, el instituto Gogora también tiene que ahondar en el exilio. Siempre digo que tres cuartas partes del exilio están sin estudiar”, sostiene.

Urrosola resume que el calendario se detuvo el 19 de agosto de 1937. El totalitarismo de los generales golpistas y aliados avanzaba inexorablemente. Desterrado en Santander, José Antonio Aguirre llamó al músico Gabriel Olaizola para encomendarle una misión: “Habremos perdido la guerra, pero es nuestro deber seguir combatiendo desde el Arte”, dijo. En ese contexto nació Eresoinka, “la mayor agrupación interdisciplinar de arte vasco que conquistó París y los mejores escenarios europeos vehiculizando un mensaje de paz”, valora Urrosola.

Gregorio Arrien proclama que el coro fue “un formidable grupo de cantores, dantzaris y músicos dirigidos por Gabriel Olaizola y Jesus Luisa Esnaola”. Entre sus integrantes había personalidades como Luis Mariano, Pepita Enbil (madre del tenor Plácido Domingo y familiar a la fallecida Margarite Trueba) y el director de orquesta Enrique Jordá. Lograron el éxito con el apoyo del público en Francia, Holanda, Bélgica y Gran Bretaña. Era lo que se denominaba “un Coro Nacional Vasco”. El lehendakari Aguirre escribió en una carta a Rafael de Picavea y Felipe de Urkola las siguientes palabras: “Tengo la ilusión de que nuestro coro sea lo mejor que hayan escuchado los públicos selectos de Europa y América”.

Una de aquellas voces era la de Margarite Trueba, fallecida hace una semana. “Anduvo por el mundo cantando a la paz, tras perder una guerra y prepararse para otra que le llevaría al exilio de Venezuela”, subraya el exsenador Iñaki Anasagasti, que encuentra paralelismos entre la vida de la de Zumaia y la de su madre. “Para nuestra familia era una persona muy cercana ya que nació el mismo mes y año que mi ama, fueron juntas a la escuela en Zarautz, se casaron el mismo día, enviudaron el mismo año y cada enero se felicitaban por sus cumpleaños y se contaban sus cuitas y cómo había sido su vida en Zarautz y en el exilio”, describe.

El exalcalde de Beasain José Luis Arriola es sobrino de la finada e hijo de madre y padre integrantes de Eresoinka, Maitane y José Luis. “Cuando la tía cumplió 101 años aún tenía muy bien la mente, aún entonaba canciones como Bili bili bonbolo. Son personas que las han pasado canutas. Un ejemplo es que cuando salieron de Cantabria hacia el exilio tuvieron que dejar a la abuela en puerto y les dijeron en Iparralde que había embarcado en el Galdames que apresó el franquista Canarias. Le dieron por muerta y al poco apareció en Francia”, expone.

Homenaje La televisión pública francesa homenajea hoy a Eresoinka. Así lo ha dado a conocer el portal About Basque Country. Será en el programa Txirrita de France 3, sobre “el nacimiento y el trabajo que Eresoinka realizó a lo largo de Europa en defensa de la causa del pueblo vasco y la democracia. Una defensa realizada usando como única arma la cultura popular de nuestra nación, sus canciones y danzas”.

Anasagasti apostilla una última valoración. “Por ley de vida se van estas personas tan queridas, y aunque no sean conocidas hoy por la sociedad, jugaron en su día un gran papel e hicieron algo tan hermoso por la causa vasca como cantar a la paz y a la vida de un pueblo al que se quería destruir”, zanja.

Isaac Puente, el santo laico

Isaac Puente es el anarquista vasco más conocido fuera de Euskadi por sus escritos. Sus conocimientos y valores le convirtieron en un adelantado a su época

Un reportaje de Iban Gorriti

Imagen de la cartera de identidad de Isaac Puente.
Imagen de la cartera de identidad de Isaac Puente. Foto: Archivo de José Ignacio Orejas

del mismo modo que Ortega y Gasset presentaba al socialista Pablo Iglesias como un “santo laico”, hay autores que recogen el pensar del pueblo vasco y denominan al médico anarquista Isaac Puente Amestoy -asesinado por los militares golpistas en los primeros días de la última Guerra Civil- con estas dos mismas palabras. La expresión es de antítesis por la postura anticlerical de las siglas ácratas y, de hecho, a la actual representación del anarcosindicalismo no le agrada que se le considere de ese modo.

El exsecretario general del Comité Nacional de CNT, Luis Fuentes, desconocía que al científico revolucionario vizcaino asentado en Maeztu (Araba) se le conociera como “santo laico”. Consultado también el miembro de la Comisión de la Memoria Histórica de CNT Iñaki Astoreka, asegura que estaba al corriente y más adelante aporta un argumento para esta definición difundida por autores como el anarcosindicalista Ramón Liarte. Este escritor fallecido en 2004 publicó el libro Entre la Revolución y la Guerra. En él, decía textualmente: “El médico de la provincia de Álava era un santo laico, un apóstol del saber”.

Abundando en este argumento Astoreka agrega: “Sí. He leído que le llamaban así. Ahora bien, a mi forma de pensar hay que diferenciar una cosa: que Puente fuera un santo laico es una expresión del pueblo; no de la organización”, enfatiza.

Diferentes interlocutores coinciden en la razón por la que fuera conocido de tal modo en la sociedad de la época. Astoreka, Fuentes, Juan Gómez Perín (de la Asociación Isaac Puente) o Josu Arteaga, periodista y autor de Historia universal de los hombres gatos, coinciden en un concepto: el “humanismo” de Isaac Puente. “Le llamarían así porque era un buen hombre. Fuera de sus horas de consulta médica atendía a personas sin recursos”, reflexiona Astoreka.

Por esa misma senda camina la opinión de Josu Arteaga: “En un número de la desaparecida revista Resiste leí que lo que cobraba por las consultas médicas a la hija del patrón de la fábrica de asfaltos de Maeztu, lo desviaba a los obreros en huelga de la fábrica de asfaltos, para que pudiesen seguir manteniendo a sus familias sin dejar la huelga”.

Juantxo Estebaranz formó parte de la citada revista. Este doctor en Historia Contemporánea tecleó como Liarte en su libro Breve historia del anarquismo vasco que “Isaac Puente fue un santo laico que enfocó su vida personal y profesional desde la ética anarquista”. Luis Fuentes contribuye con su visión: “Fue un hombre de interés social y político. Fue un revolucionario que abogaba por la transformación de la sociedad”.

De todos modos, el mayor enigma es la muerte de este autor de escritos pragmáticos sobre el comunismo libertario nacido en San Pedro de Abanto el 3 de junio de 1896, como detalla su cartilla de colegiado, cortesía de José Ignacio Orejas.

Hay investigadores que estiman que al estallar la Guerra Civil, este científico naturista afiliado a la CNT y FAI que rechazó en la Dictablanda ser diputado huyó a la montaña alavesa, pero “volvió a Maeztu para curar a un herido, lo que le acostaría su apresamiento. Como otros muchos revolucionarios de la comarca de Maeztu sería asesinado”, mantiene en su tomo Estebaranz.

Fuentes asegura que ese apresamiento es un dato que se ha heredado, pero nunca confirmado. “No ha habido forma de que hablara nadie. Yo creo que Isaac Puente es uno de los cuerpos que se llevaron al Valle de los Caídos. A las personas conocidas, les llevaban tras asesinarles allí como una forma de castigo más. Se ha dicho que pueda estar en una cuneta por Pancorbo, pero yo creo que está en Madrid”.

Astoreka reflexiona al respecto: “Su asesinato a los 40 años por el fascismo: falangismo, carlismo, militares, iglesia y capital truncaron una vida llena de ideales cuyas raíces hubiesen arraigado en la sociedad. Su ideología, su humanismo hacia los desvalidos, fueron su tumba”.

En aquellos días, Gasteiz recibió la visita del fundador en 1920 de La Legión y de Radio Nacional de España, Millán Astray, “el militar cojo, manco y tuerto”. Algunas fuentes creen que la llegada del gallego precipitó una serie de ejecuciones que dictó Ruiz de Apodaca, entre ellos la de Puente, el humanista, el naturista, el ideólogo,… “un adelantado a su época”, coinciden los consultados, ya que, por ejemplo, la Inquisición española tuvo su fin en 1808.

Y es que Puente abogaba por los medios anticonceptivos sobre los que escribió en sus manifiestos, se mostraba partidario del fin de la prostitución (la carne hay que sustituirla”, escribió en su libro El comunismo libertario y otra proclamas insurreccionales); urgía a una mayor higiene que la que había en la época; era un amante del alpinismo; apoyaba el feminismo… “Puente tiene a día de hoy muchísimo peso en el anarquismo estatal”, enfatiza Gómez Perín. “Quizás sea el anarquista vasco más conocido allende nuestras fronteras por sus escritos pragmáticos sobre el comunismo libertario”, apostilla Estebaranz.

Hace 80 años, su muerte dio nombre al batallón Isaac Puente, formado en septiembre de 1936, siendo el batallón nº 3 de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y nº 11 del Euzko Gudarostea, unidad en la que luchó por las libertades entre otros el bilbaino-mirandés Félix Padín Gallo de quien se acaba presentar su memorias oficiales bajo el título “República, guerra y campos de concentración”.