El británico Robert Egby, un zahorí para un bombardeo

El escritor británico Robert Egby busca con sus varillas y su péndulo el centenar de cuerpos que sepultaron las bombas italianas bajo una fosa común en el cementerio de Durango

Un reportaje de Iban Gorriti

Robert Egby, mientras buscaba la fosa común con sus varillas y su péndulo, la semana pasada en el cementerio de Durango. Robert Egby, mientras buscaba la fosa común con sus varillas y su péndulo, la semana pasada en el cementerio de Durango. Foto: I. Gorriti

la radiestesia marcó el camino para hallar el cuerpo del Ché Guevara. O eso piensan algunos. En Euskal Herria, hasta la fecha se desconocía si alguien había tratado de buscar restos humanos por medio de esta técnica especial que se atribuye a determinadas personas de poder percibir las radiaciones electromagnéticas. El péndulo y las varillas sí se han utilizado por estos lares por los zahoríes para descubrir manantiales u otro tipo de yacimientos subterráneos.

Desde hace tres semanas, un escritor y excorresponsal de guerra como es Robert Egby, de 85 años, ha utilizado sus conocimientos de radiestesia en el cementerio de Durango. Todo lo relacionado con su persona y su esposa Betty Lou es, de algún modo, mágico, histórico, ternura y vitalidad desbordante y continua. No se presentan muchas ocasiones para compartir momentos con personas tan viajadas y vividas.

Egby ha escrito trece libros a lo largo de su vida. Su última novela se titula, en su traducción al castellano, Por el amor de Rose y en sus páginas llega a situar a sus protagonistas en los bombardeos de Durango del 31 de marzo de 1937 y días posteriores. También los ubica en Elgeta, pueblo en el que el pasado viernes impartió una conferencia junto al biógrafo del corresponsal de guerra George L. Steer, quien como Picasso puso a Gernika en el mapa terráqueo por el raid aliado del 26 de abril de 1937, del que el miércoles se cumplirán ochenta años.

Dos años y medio después de su primer viaje a Euskadi, el matrimonio ha retornado con el afán de investigar aún más en el capítulo histórico y escribir una secuela del tomo citado. “Tal vez la titule Urkiola, pero tengo otro nombre posible”, revela Egby quien para su primer libro descartó el episodio de Gernika-Lumo. “Vi que de Gernika se escribía mucho y de pronto encontré Durango y dije, este es mi bombardeo”, sonríe.

En su segunda visita a Bizkaia, tuvo noticia de que una enigmática y mimada zona del camposanto de Durango suma ocho décadas sin tocarse y se estima que un centenar de cuerpos muertos por las bombas italianas en la villa puedan estar enterrados bajo ese gran prado intacto circundado por tumbas. Se cree que pudiera ser la mayor fosa común resultante de un solo hecho histórico.

Allí volvieron Robert y Betty Lou, junto a Jimi Jiménez, de la sociedad Aranzadi. “Las varillas me dicen que aquí sí hay cuerpos enterrados. Creo que son 21 personas”, detalla al periodista y agrega que el lugar “tiene muy buena energía”, explica quien saluda con abrazos y quien busca superarse cada día. Un ejemplo, para volver a Euskadi lleva dos años estudiando castellano vía Skype con una profesora residente en Eslovaquia y con un pequeño Fiat recorren Durango, Urkiola, Elgeta, Donostia, Ainhoa… con el objeto de informarse lo mejor posible para su libro, aunque sea como colchón de una historia de ficción.

La vida de Egby es historia mayúscula. Con 16 años, el inglés reunió a unos amigos e hizo su primera comedia muda que llegó a los periódicos. Para entonces ya había conseguido un trabajo de mensajero para un estudio de animación. “Aprenderás mucho”, le dijo David Hand, tomen nota, era el productor de Walt Disney de películas como la histórica Bambi.

Aprendió a dibujar, pintar, escribir y fotografía. Diez años después, siendo corresponsal de guerra en Chipre, fue agasajado con una mención especial por una foto que fue portada de casi todos los diarios británicos. Corría 1956. Egby pasó 13 años en la guerra de Oriente Medio. “Tres años en Egipto con United Press y para el Financial Times, luego en el Canal de Suez, Israel, Jordania, Líbano, Chipre, y de allí fui a trabajar a Alemania, Canadá y por último a Estados Unidos donde vivimos”, taquigrafía quien con Betty Lou y sus chihuahuas, Satchmo y Bubba, residen en Pemberton, Nueva Jersey y Chaumont, norte de Nueva York, donde realizan talleres sobre la conciencia superior, radiestesia y energías de la Tierra.

lazos con durango Entre sus incontables anécdotas, Egby recuerda cómo estuvo presente en el rodaje de la famosa película Exodus, de Otto Preminger. “En el set reconocí a un antiguo terrorista greco-chipriota que hacía el papel de soldado británico. Cuando la imagen llegó a los periódicos de Londres, fue un escándalo. El rodaje se suspendió dos días mientras Preminger solucionaba las cosas. Le dije que lo lamentaba. Me respondió: No te preocupes, solo hacías tu trabajo”, sonríe.

Ayer tomó parte en la jornada Erresistentzia con recreación de la batalla de Elgeta, acto organizado por Intxorta 1937. “Durango, Elgeta y todo Euskadi tiene un lugar en nuestros corazones. Vinimos tras el rastro de una guerra y llegamos al País Vasco a investigar cómo fue. En el proceso de aprendizaje de su historia hemos llegado a amar y apreciar la cultura vasca. Gora Euskadi!”, enfatiza quien aporta pinceladas de la trama de Urkiola que arrancará en Kurutziaga kalea, de Durango, con una niña muerta por el bombardeo y el joven Mikel junto a ella y exiliado al Reino Unido. Allí la Inteligencia Británica lanzará una operación para asesinar a Franco durante una visita a Euskadi y tiene en sus filas a “Mikel Zabaleta, oficial de 22 años, francotirador que habla euskera, castellano, un poco de árabe e inglés. Mediante hipnosis recuerda lo que ocurrió en el bombardeo, él hijo de un propagandista del lehendakari José Antonio Aguirre”, adelanta el nacido el 14 de febrero de 1932 en Maidenhead, Windsor.

Doblan las campanas por los ocho asesinados en Zeanuri

La parroquia de Arratia oficia hoy una misa de recuerdo a los vecinos asesinados por el bando franquista y el republicano en una misma jornada, el 7 de abril de 1937

Un reportaje de Iban Gorriti

SI me asesinan, antes llegaré al cielo”. Esta frase forjada en euskera por el párroco de Zeanuri en 1937, Benito Atutxa, fue profética. Él fue uno de los ocho asesinados en diferentes localizaciones del municipio el sangriento 7 de abril de 1937. Fueron muertes causadas por los dos bandos que protagonizaron la Guerra Civil derivada del intento de golpe de Estado de julio de 1936.

Por un lado, milicianos del Eusko Gudarostea acabaron con la vida de dos pastores, del párroco de la localidad, de un concejal del PNV y de un franciscano cuyo cuerpo no ha sido encontrado. Por el otro, en un bombardeo fascista sufrido esa jornada, murieron el joven carpintero de 18 años Jesús Urutxurtu, y un miliciano del batallón comunista de Perezagua, Cristóbal González, según detalla el registro civil consultado gracias a la Sociedad Aranzadi.

Con motivo de los 80 años que se cumplieron el viernes de esta tragedia, hoy, Domingo de Ramos, la parroquia de Zeanuri oficiará una misa a las 11.30 horas. “Como fueron muertos causados por los dos bandos, vamos a hacer un ejercicio de memoria inclusiva”, valora el párroco José Mari Kortazar.

La lista de muertos aquel día es la siguiente: las balas de milicianos mataron a los pastores de Beretxikorta Florencio Etxebarria y Ramón Etxebarria, el párroco Benito Atutxa, el edil jeltzale León Zuluaga, y el franciscano Bizente Ozerinjauregi. En el bombardeo fascista perdieron la vida, al menos, el joven carpintero Jesús Urutxurtu, el labrador Esteban Astondoa, y el miliciano Cristóbal González.

La Causa General redactada en 1941 por el Ayuntamiento de Zeanuri informa cómo fueron algunos de los ocho asesinatos. Así, por ejemplo, asegura que el cura párroco de Santa María tenía 55 años y murió a tiros de pistola cerca de la iglesia de San Isidro, apareciendo su cadáver a la mañana siguiente en la margen del río anexo a este templo. Fue levantado a las cuatro de la tarde del mismo día siendo conducido en un automóvil al cementerio del vecino pueblo de Areatza “donde está sepultado”, detallaba.

Según su información, Atutxa fue asesinado por dos milicianos del Batallón Perezagua del Eusko Gudarostea. Estas mismas personas, aducen, acabaron con la vida de León Zuluaga Beldarrain, de 36 años, labrador y “nacionalista vasco que desempeñó el cargo de concejal durante la dominación roja”, valoraban los franquistas.

En el caso de Bizente Ozerinjauregi Uria, religioso franciscano, el informe comunica que fue detenido por soldados “del Batallón Durruti de CNT, según unos, y del Perezagua, según otros”. Fue conducido desde su caserío al centro del pueblo ignorando cuál sería su suerte. “Se puede suponer que fue asesinado en algún lugar apartado. Se dice también que fue enterrado en el barrio de Undurraga, pero sin prueba alguna de valor”.

Ozerinjauregi, detallan, “desempeñaba el cargo de Superior del Colegio Seráfico de San Pantaleón de Arras. Sus familiares son del partido de derechas españolas”.

Ramón Etxebarria Beitia tenía 71 años, según la Causa General. Era labrador y de ideología nacionalista vasca. Su cadáver fue encontrado en el barrio de Altzusta a la salida de un refugio. Presentaba un tiro de pistola en la cabeza. “Según declaración de su esposa, fue asesinado por dos jefes del batallón Perezagua, sin precisar graduación, únicamente sabe que tenía estrellas”, imprimen.

Del caso de Florencio Etxebarria Gallarta, labrador de 48 años, registraron que su filiación política era nacionalista vasca. El lugar del hallazgo y razón de la muerte fueron los mismos que el de Ramón Echevarria, del caserío contiguo al suyo.

El régimen franquista entrevistó a principios de los años 40 a familiares de las personas asesinadas para obtener estas informaciones. En el caso de Benito Atutxa, a las hermanas Simona y Margarita Atutxa; en el de León Zuluaga Beldarrain, a su viuda Florencia Zuluaga Atucha; en el de Ramón Echevarria Beitia, a su viuda Francisca Arteche Mugaguren, y en el de Florencio Echevarria Gallarta, su viuda Marta Gorostiaga Egaña.

Hasta la fecha, el legado oral había señalado como autores de estas muertes a “milicianos asturianos comunistas”. Sin embargo, la información aportada por Aranzadi cita a los batallones vascos Perezagua, comunista, y Durruti, anarquista. Además, la creencia popular era que en el bombardeo fascista del 7 de abril de 1937 había muerto una sola persona y que era “el niño” Jesús Urutxurtu. El registro civil informa de que este zeanuriarra tenía 18 años cuando murió en el raid y detalla que de oficio era carpintero.

El sacerdote Martín Orbe, en su introducción al libro Consejos de guerra contra el Clero vasco. La Iglesia vasca vencida, ya hablaba de seis muertos en aquella negra jornada. A su lista hay que agregar al franciscano Ozerinjauregi y al miliciano González. El prólogo de Orbe informaba de que aquel 7 de abril el bando golpista llevó a cabo un bombardeo sobre Zeanuri en el que murió el joven Jesús Urutxurtu. “El bombardeo realizado por los -autocalificados- nacionales el mismo día tuvo por objetivo destruir la batería tanto de artillería ligera como pesada situada en el barrio Zulaibar. Además de los destrozos en edificios e instalaciones, fueron bastantes los civiles heridos; e incluso, dos muertos, Esteban Astondoa en el citado barrio Zulaibar y Jesús Urutxurtu en la plaza del pueblo”.

gritos de angustia En Zeanuri conservan un diario de Elena Rotaeche en el que se recoge el dolor picassiano de una madre, la viuda Rosario Fernández de Larrinoa, que vio cómo una bomba mataba en la plaza a su hijo Jesús Urutxurtu. “Vamos al refugio de debajo del puente, a donde nos trasladamos todos hasta que anochece y ya no hay temor al bombardeo. Allí se dan escenas trágicas como la de una viuda a la que avisan de que una bomba acaba de sepultar a su hijo. Aquella mujer pierde la razón y es horrible oírle los gritos de angustia”. El caso del franciscano Bizente Ozerinjauregi Uria, nacido en el caserío Goikiri el 1 de octubre de 1899, sigue siendo un misterio. “Estando en un caserío del barrio de Altzua, unos milicianos lo sacaron de casa y nunca más se encontró su cuerpo”. Ocho décadas después, un familiar de aquel religioso ha dado a conocer un dato más sobre aquella muerte. “Luis, un hermano del fraile, siguió a los milicianos. Uno de ellos se volvió y le amenazó: “Si nos sigues, vas a acabar como él”, narra emocionado.

‘Milagros’ supervivientes del horror de Durango

Se cumplen ochenta años desde el día en que dos hermanas sobrevivieron al ataque de un caza italiano que mató a su tía

Un reportaje de Iban Gorriti

La tía de las niñas, Tere Minchero; el padre, Manuel Muñoz, y la madre, Victorina Minchero. La tía de las niñas, Tere Minchero; el padre, Manuel Muñoz, y la madre, Victorina Minchero. Foto: Familia Muñoz Minchero

Son dos hermanas vivas, es decir, dos corazones, dos cerebros, cuatro ojos, pero… tres manos. La cuarta quedó colgando de los tendones el 31 de marzo de 1937 cuando ellas dos sobrevivieron a un ametrallamiento de un caza fascista italiano junto al cementerio de Durango. Sobre ellas, murió acribillada su tía, que trataba de ser parapeto para las niñas ante aquellos pilotos que sonreían. Planeaban tan bajo que veían los rostros risueños de sus verdugos, aquellos 45 aviadores que Gerediaga Elkartea ha ratificado que ejecutaron el crimen de guerra que acabó, sin distinciones ideológicas, con el 5% de la población de la villa.

Conocieron aquel dantesco genocidio Milagros (Pasaia, 20 noviembre de 1928) y Teresa (Altza, 3 de septiembre de 1935), refugiadas aquellos días en Durango. La primera, residente a día de hoy en Hernani, fue quien perdió su mano derecha cuando sumaba 8 años. La segunda apuraba dos primaveras y en la actualidad vive en Saubion, en Las Landas.

Las biografías de las dos Muñoz Minchero son entregas que viajan no solo a su pasado sino a lugares de refugio hasta el punto de convertirse en desplazados continuos, nómadas, para sobrevivir. El rebobinado fugaz las sitúa en Durango, en días en que su padre, Manuel Muñoz El Niño (Villanueva de Tapia, Málaga, 1902) era miliciano del batallón Karl Liebnecht del PCE y luchaba en el frente contra los golpistas y sus aliados.

Llegó el 31 de marzo a Durango. Con los toques de alarma, quienes estaban en misa se sintieron protegidos y, aconteció todo lo contrario, los bombarderos fueron a por sacerdotes, monjas y fieles de la jesuítica San José, la agustina Santa Susana, y la parroquia Santa María de Uribarri. Morirían durante todo el día más de 336 personas indefensas.

Por la tarde, regresó la muerte de los murciélagos bombarderos y la escuadra Cucaracha de Mussolini. Milagros y Teresa se escondían en el “monte Furumbullas, estoy segura de que se llamaba así”, cerca del cementerio, y cuando huían de la mano y arropada la bebé en el seno de su tía Tere Minchero Rubio, la adulta decidió tirarse al suelo y escudar a las menores. Resultó muerta por las balas. “Mi tía estaba hecha trizas. Lo recuerdo todo como si lo estuviera viendo ahora. Fue algo tan duro…”, da testimonio Milagros, nombre de pila que parece un alias por su significado.

Milagros Muñoz y Teresa Muñoz, a día de hoy. Milagros Muñoz y Teresa Muñoz, a día de hoy.

“¡Yo ahí renací!”, enfatiza aquella niña que de pronto se vio sin mano, sin tía, al lado de su hermana de dos años y mientras los caza empecinados continuaban acabando con vidas. “Viéndote en esa tesitura no sientes el dolor”, subraya quien fue llevada por un camión de milicianos a un hospital donde le cortaron la mano derecha y la enviaron en un coche particular a un hospital de sangre militar a la entrada de Bilbao.

“Yo era la única entre hombres”, detalla, y narra un episodio más de escalofrío. “Me dejaron entre todo muertos y tuve que gritar que no me olvidaran, que yo estaba viva”. En ese momento reconoció a uno que no iba vestido de militar. “Era un mendigoizale que yo conocía. Le dije, tú eres Alejandro, panadero de Aretxabaleta. Y también a otro, Juan Peña, de la frutería de Pasajes. ¡Ya fue casualidad! Desde ese momento, fui la primera para todo”.

Y allí le amputaron el brazo. “Decidieron cortármelo desde el codo y así he vivido toda mi vida, con ocho hijos que he sacado adelante”, enfatiza. Tres semanas después de aquel 31 de marzo, el 23 de abril mataron a su padre en los últimos días de resistencia antes los facciosos en Elorrio. El fallecido de 34 años y su esposa Victorina pertenecían a “una familia muy orgullosa” de la Segunda República que se había casado únicamente por lo civil en Pasaia.

Sin conocer este hecho, el Gobierno vasco quiso que Milagros fuera evacuada a la URSS en el histórico barco Habana. “¡Pero no!”, sorprende la hernaniarra. “Me bajaron del barco porque con la herida fresca no podía hacer aquel viaje de días. Me dijeron que el mar no era bueno para mi brazo”, rememora.

Teresa no recuerda nada del bombardeo de Durango, pero reconoce el gesto de su tía. “Hay un libro en el que pone que mi tía, a la que llaman Muichero en vez de Minchero, murió en Durango fusilada, pero no es cierto, murió a nuestro lado. Milagros y yo estamos vivas por el instinto de ella, que murió al tirarse al suelo para protegernos con su cuerpo”, narra quien fue evacuada a Bretaña y contrajo matrimonio en París con un hombre “torturado de guerra” que desapareció y de quien nunca supo su verdadera identidad.

Habla Manu Muñoz, hijo de Teresa: “Casi no le conocimos. Mi madre no tiene claro cómo se llamaba. Dice que Javier, pero sus amigos le llamaban Mario y también aparece como Gabino. Es triste, pero sé poquísimo de mi padre”, lamenta este republicano que retiene escasos instantes de su progenitor en la mente. “Tengo el recuerdo de estar comiendo todos en la mesa en Hernani junto a un señor que era mi padre, un torturado en la guerra al que le habían arrancado las uñas de los pies”.

barco interceptado Rebobinando al día del bombardeo de Durango, curada Milagros en un hospital de campaña, las mujeres de la familia viajaron en un barco carbonero inglés a la Bretaña francesa que fue interceptado por el franquista Cervera. “Al ser barco inglés, neutral, nos dejaron seguir nuestro rumbo”, argumenta Teresa. Estando allí, a pesar de la paz, murió otro bebé de Victorina “por una insolación”. Aquella mujer, acabada la guerra, no quería volver porque “los alemanes son asesinos, bandidos”, y los mal autodenominados nacionales “decían que los rojos habían quemado Durango y es mentira”, repetía.

En su regreso, los franquistas las dejaron en Irun. Victorina se afincó con los suyos en Hernani. Teresa, tras viajar a París a servir, anidó residencia entre Saubion y Tosse, en Las Landas. Ella es una de las mujeres que componen la exposición fotográfica Emeek Emana de Intxorta 1937 con retratos de Mauro Saravia abierta al público en el Palacio de Aiete de Donostia hasta el 7 de mayo. Milagros acompañó a Teresa al estreno: “¡Estamos agradecidísimas por la exposición! Está bien que se recuerden casos como el nuestro, como el mío, que para colmo nací un 20 de noviembre. Toda mi vida han sido casualidades”, redondea Milagros.

La mayor incógnita del bombardeo de Durango

Una zona verde no tocada en 80 años puede acoger la fosa común con más esqueletos por un único suceso en la CAV

Un reportaje de Iban Gorriti

Jimi Jiménez, en el lugar donde estaría la fosa común; a la derecha, el libro de enterramientos con páginas arrancadas y la capilla en 1939. Jimi Jiménez, en el lugar donde estaría la fosa común; a la derecha, el libro de enterramientos con páginas arrancadas y la capilla en 1939. Foto: Iban Gorriti/Archivo Municipal de Durango

DURANGO guarda en su cementerio municipal una incógnita aún sin despejar desde hace 80 años, desde el 31 de marzo de 1937. Aquel día de la Guerra Civil, la villa vizcaina fue bombardeada por la aviación legionaria italiana en un ataque aéreo planificado por la Legión Cóndor nazi y con el beneplácito de los militares golpistas Mola, Vigón y Franco, que llegaron a firmar un documento en el que escribían “sin contemplación con la población civil”.

El próximo viernes, por lo tanto, se cumplirán ocho décadas de aquel genocidio en el que las bombas facciosas acabaron con la vida de al menos 336 víctimas sin distinciones, de todas las ideologías, el 5% de la población del municipio. Por este motivo, ese día un acto del Ayuntamiento de Durango en el camposanto conmemorará la tragedia y recordará a los fallecidos. A escasos metros del homenaje, en el corazón del cementerio, existe, de pronto, entre tumbas, nichos y panteones, una zona verde de las dimensiones de un campo de fútbol sala que permanece sin tocar desde hace 80 años. El lugar es un espacio vacío sin sepulturas en propiedad y que es cuidado por el enterrador con mimo.

DEIA consulta el misterioso hecho al antropólogo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, Jimi Jiménez. “Si no se ha tocado en este tiempo ha sido por algo. Habría que ver si es un cuadrante destinado a los enterramientos infantiles, porque en la parte alta hay algunas tumbas de niños, pero todo lleva a pensar que aquí abajo puedan estar las dos zanjas comunes que se estima que se hicieron para enterrar aquellos cuerpos no identificados en el bombardeo y los que no fueron reclamados por nadie”, valora.

Recuerda además que los franquistas arrancaron del libro de enterramiento las páginas con los muertos en el bombardeo, como ha verificado este periódico en el Archivo Municipal. Los facciosos dejaron impresos los nombres de los derechistas fusilados por los republicanos el 26 de julio de 1936 en Durango y no volvieron a dejar rastro hasta el 28 de abril de 1937, día en que dicho bando tomó el pueblo de Durango.

El técnico sopesa que pueda haber inhumadas más de un centenar de personas, lo que la convertiría en la fosa común de la CAV con mayor número de víctimas resultante de un solo acontecimiento. “El historiador Jon Irazabal hizo una lista de víctimas que pasa de 300 y muchas de ellas podrían estar en estas zanjas”, agrega.

El Ayuntamiento de Durango tiene constancia del enigma y en varias ocasiones ha consultado a Aranzadi sobre esta curiosidad. “La intervención en el cementerio sería muy fácil. No hay que remover ni conciencias ni a personas inhumadas. Hay mucho sitio para que pueda entrar una excavadora”, analiza Jiménez. Resume que, en caso de que alguna familia lo solicitara o alguna institución lo impulsara, se comenzaría delimitando la zona y haciendo catas y prospecciones para saber si era una sola fosa o dos zanjas, por ejemplo.

Mapa de fosas En la actualidad no existe un trabajo exhaustivo sobre la presencia de fosas en cada pueblo de la CAV. Hay un mapa de zanjas del Gobierno vasco que Aranzadi va actualizando. Son alrededor de 54 las intervenciones realizadas por esta sociedad en la CAV y Nafarroa, en las que han recuperado 350 esqueletos. “Durango sigue siendo un interrogante. ¿Dónde se enterraron esas filas de muertos resultantes del bombardeo matinal y del vespertino del 31 de marzo?”, lanza la pregunta el experto consultado. En caso de que se solicitara el estudio de ese prado de la nada en el corazón del populoso cementerio municipal, lo primero sería “recabar información oral y documentarla sobre el terreno”.

Hasta la fecha, la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha llegado a exhumar una treintena de cuerpos en una misma fosa. De ser verdad que en el camposanto de Durango hay un centenar de personas enterradas en una fosa común triplicaría ese dato, dejando constancia de la magnitud del hallazgo.

De monedas vascas y ‘eliodoros’ bilbainos

El ministro de Hacienda del Gobierno Provisional de Euzkadi, Eliodoro de la Torre, decretó emitir monedas en Bélgica, y billetes por el Banco de España en Bilbao.

Un reportaje de Iban Gorriti

El Gobierno Provisional de Euzkadi contó con moneda propia en 1937, cuando la Guerra Civil avanzaba derivada de un intento de golpe de estado militar. Bien lo sabe Juan Zorrilla (Durango, 1976), amante de la numismática que se presenta como “guardián de la historia”, por su amplia colección de monedas y billetes. “Tengo desde romana, a medieval, contemporánea, pero las de 1 y 2 pesetas de Euzkadi o los billetes del Banco de Bilbao con esa calidad de reversos dibujados por Nicolás Martínez Ortiz tienen para mí algo especial por lo que ocurrió y no hace tanto tiempo”, valora quien el domingo pasado impartió uno de sus talleres numismáticos en Getxo para la asociación Adimac (Asociación para el Desarrollo Integral de Menores con Altas Capacidades).

Zorrilla consulta la obra de la licenciada en Historia Carolina Corporales para contextualizar cómo se acuñó aquel dinero vasco. El 16 de enero de 1937, el Gobierno Provisional de Euzkadi acuñó moneda metálica por valor de 1 y 2 pesetas y retiró de la circulación los talones prohibidos por el Gobierno español, que fueron canjeados por talones emitidos también contra cuentas corrientes abiertas en el Banco de España.

En esta segunda serie, emitieron billetes de 5 a 1.000 pesetas. Estos mostraban, y siguen haciéndolo a día de hoy, motivos de la cultura y la economía vascas, como la Universidad Pontificia de Oñate, la ría de Bilbao, los Altos Hornos o escenas de pesca y laboreo.

Las monedas, acuñadas en Bélgica, mostraban en el anverso a una matrona con gorro frigio -que recuerda a la marsellesa francesa y que “otros países como Argentina también exhibían en sus monedas”-, flanqueada por la leyenda Gobierno de Euzkadi. Tras la toma de Bilbao por el bando faccioso el 19 de mayo de 1937, Corporales ilustra que los billetes de Euskadi circularon por Catalunya, adonde fueron a parar muchos refugiados vascos y se instaló el Gobierno vasco en el exilio. La Generalitat autorizó su uso, habilitados con sellos de caucho que contenían el escudo de Euskadi y la leyenda Delegación de Hacienda del Gobierno de Euzkadi en Cataluña, en euskera y castellano.

Los billetes vascos se conocieron con el nombre de eliodoros en aquelos tiempos de contienda, porque fue el Consejero de Hacienda del Gobierno Provisional de Euzkadi, Heliodoro de la Torre (PNV), quien mandó emitirlos a través de un decreto. “Las monedas se hicieron en Bélgica y solo muestran leyendas del Gobierno de Euzkadi, sin embargo los billetes estaban avalados por el Banco de España y expedidos en Bilbao”, subraya Zorrilla.

Los motivos de los reversos de los billetes se encargaron a uno de los mejores pintores, cartelistas, muralistas y grabadores vascos de la época como fue Nicolás Martínez Ortiz (Bilbao, 1907 – 1991). “Son de una belleza absoluta. A mí me flipan. En diseño también son excepcionales los históricos alemanes o austriacos”, compara.

En el caso de los eliodoros bilbainos estaban adornados con motivos tradicionales vascos, como el pastor con perro, la fachada de la Universidad de Oñate, remeros vascos, el puente levadizo de Deusto, o el baserritarra arando con la pareja de bueyes. “Durante aquel tiempo la escasez monetaria fue muy común”, enfatiza el coleccionista durangarra quien en su colección también custodia monedas y medallas curiosas que se emitieron en las provincias vascas. “Tengo dos del Café Oriental de Donostia que se emitieron con leyendas en francés, la propia ciudad se escribe como St. Sébastien. También unas anteriores a la Guerra Civil de una cooperativa de Azkoitia e, incluso, una de cartón con un sello sobre ella. A estas hay que sumar medallas de conmemoraciones como una de la línea del tren Bilbao-Durango. Eran habituales”, agrega Zorrilla.

El vizcaino remite a un trabajo de Miguel Martorell para poner fecha a la emisión de los billetes bilbainos del Banco de España. Hubo dos entregas: la primera de ellas en agosto-septiembre de 1936 y la segunda en el mes de enero de 1937. Estos talones contaban con un sello que incluía la leyenda Tiene fondos. En 1937 el Gobierno vasco también acuñó monedas de 1 y 2 pesetas en níquel, antes de que en el mes de junio de 1937 las tropas de los generales golpistas y aliados tomasen Bilbao el 19 de junio de aquel año.

Zorrilla completa esta colección sobre la Guerra Civil relacionada con los billetes de la Segunda República. “El Ministerio de Hacienda, emitió monedas y billetes que cuentan con la inscripción de República que para mí también tienen algo especial”, valora quien en sus 15 años de coleccionista ha recopilado curiosidades del carlismo, un dinero medieval de Enrique III de 1390 o moneda romana. Por cierto, las monedas no hay que limpiarlas, nada de sumergirlas en refresco de cola. “No, limpiarlas nunca”, concluye.