El maqui que desfiló en París junto a De Gaulle

La trayectoria del gudari Kepa Ordoki, que marchó en la capital francesa tras la derrota de los nazis, fue tan excelsa que a veces realidad y exaltación se confunden

Un reportaje de Iban Gorriti

a la hora de escribir la Historia, los investigadores deben ser muy cautelosos. ¿Dónde cohabita la delgada línea roja entre la épica magnificada y la información aséptica contrastada? Cada día desciframos ejemplos más cercanos a la primera enunciación que a la segunda. Una muestra de ambas es la notable vida de Ordoki, gudari que se llamó bien Pedro o Kepa, nacido en Irun en 1913 y fallecido en Baiona en 1993. La labor de este militante de ANV fue tan excelsa que en ocasiones aquellas personas que loaban sus odiseas acababan en el filo de la verdad.

Desfile de las tropas aliadas en París tras la liberación de la capital francesa de la ocupación nazi.Foto: Efe

Antes de trasladar la impresión que personas vivas aún conservan sobre este mando de los históricos batallones vascos San Andrés y Gernika, y que acabó desfilando con Charles de Gaulle en París al vencer a los nazis, resumimos palabras que firmó desde el exilio venezolano Mario Antelo. A su juicio, Ordoki “fue incluido en unas 50 listas de fusilamientos, pero su ejecución siempre fue aplazada por diversas circunstancias”. Lo publicaba en un texto de 1945 en el que también aportaba otras cifras, cuando menos, llamativas. “Fue tres veces detenido por los alemanes” y consiguió fugarse. En una ocasión, los nazis “le obligaron a comer siete ejemplares del periódico clandestino Combat que llevaba consigo”. ¿Verdad o gloria?

El gudari portugalujo José Moreno fue uno de sus soldados, cuando Ordoki estaba al frente de la unidad San Andrés. “Recuerdo muy bien a Ordoki. Era un hombre, como se decía entonces, con muchos huevos. Era de carácter serio y muy buena persona. Le recuerdo cuando estábamos luchando en una ermita de Balmaseda. Él acabó escapándose y cogieron su testigo dos de Erandio, Juantxu y un tal Bilbao”, evoca Moreno, y pone énfasis en que le rindieron un homenaje en vida en Bermeo. “Comimos en el batzoki y allí fue la última vez que le vi, en aquel Gudari Eguna”, concluye el jarrillero que el 10 de noviembre cumplirá 101 años.

Ayuda a refugiados El gudari del batallón Gernika Francisco Pérez Luzarreta falleció el pasado diciembre a los 96 años. Poco antes de su despedida, narró a DEIA que en Pau se encontró con el afamado comandante Kepa Ordoki. “Era de ANV como yo, y venía con un grupo de vascos que estaba formando una unidad para luchar contra los nazis e intentar recuperar la República. Le pregunté cómo lo íbamos a conseguir, pero allá que fuimos”, aseveró.

En 1977 este diario entrevistó al comandante y le cuestionó la razón de luchar contra los nazis. Respondió tajante: “Porque yo era y soy nacionalista y antifascista cien por cien. Había visto aquí los barcos de guerra alemanes y sabía cómo se comportaban. Bien, el caso es que me lancé con unos compañeros a las montañas. Allí vivíamos camuflados y ayudábamos a cruzar la frontera a la gente que quería escapar de los nazis: a algunos los cogían luego los franquistas y los metían en el campo de concentración de Miranda. Había franceses, españoles y vascos conmigo. En el año 43 pedí al Gobierno vasco que me enviara a todos los vascos de la zona de Biarritz y con ellos organicé la Brigada Vasca”.

Después de mucho tiempo pegando tiros y pasando hambre, los de Ordoki entraron a formar parte del ejército regular de Francia, de Charles de Gaulle. Fue un acuerdo del Gobierno vasco y el galo. “Nos mandaron -respondía Ordoki- al frente. Nosotros íbamos con uniforme francés, pero con la ikurriña: nunca llevamos la bandera francesa. Sí, es verdad que me dieron la cruz de guerra, a otros compañeros también. El propio De Gaulle vino a felicitar a la Brigada Vasca por su comportamiento en la guerra. Nos mandaron desfilar por París”, detalló. Pero puso énfasis en que “yo estaba allí, pero nunca quise ir. Tampoco quería que me pusieran la cruz de guerra”.

Rendición nazi En la línea del frente, Ordoki era de pocas palabras, según defiende el gudari del batallón Gernika Miguel Arroyo, burgalés residente en Baiona. “Ordoki era parco en palabras y nunca hablaba de política. El sargento Carlos Iguiniz, también irundarra, siempre le acompañaba. Yo siempre estaba entre los primeros hasta el final de la Pointe de Grave donde se rindieron muchos alemanes”, trasmitía en 2016 en declaraciones a este medio.

Mario Antelo, desde Venezuela, recordó también el sino de los allegados del comandante. “Su familia, apresada en el barco Galdames en viaje de Francia a Euskadi, se hallaba igualmente encarcelada. Una hermana de 22 años pasaría siete en las cárceles de Saturraran, Burgos e Islas Canarias; otra hermana, de 15 años, dos en las de Saturraran y San Sebastián, y sus padres, dos años y medio en diferentes prisiones, sin otro delito que ser sus familiares. ¡Así era la justicia de Franco!”, enfatizaba.

A su entender, el relato de acciones como las de Kepa Ordoki nos invita a la reflexión y a preguntarnos si hemos sabido corresponder a aquel espíritu de lucha y de sacrificio contando estas historias. “¿No nos moverá la lectura de estos hechos a una curiosidad para editar sus biografías? ¿No creéis que los que pasaron por tales penalidades tienen derecho a no ser olvidados?”, concluye.

De seminarista a revolucionario comunista

También sindicalista y vasquista, El comandante Jesús Larrañaga fue uno de los comunistas más célebres en los primeros años del franquismo antes de morir en el paredón .

Un reportaje de Iban Gorriti

El comandante Jesús Larrañaga, conocido como Goierri, está considerado como el dirigente comunista de Gipuzkoa más conocido de todos los tiempos. El paredón puso fin a su lucha en vida hace 77 años. Entre sus continuos avatares, formó parte de otro episodio trágico desconocido. Según él mismo relataba, el final de la guerra le cogió en Alicante donde se amontonaron los derrotados. Consultado al respecto, el escritor Miguel Usabiaga explica a DEIA los pormenores de aquel episodio. “Se vivió una situación dramática. Se registraron 136 suicidios entre republicanos. Solo uno fue comunista, según especificó el propio Larrañaga al PCE. Tras ser detenido, fue llevado al campo de prisioneros de Albatera [municipio valenciano], con 25.000 presos”, señala el hijo de los también históricos comunistas guipuzcoanos Marcelo Usabiaga y Bittori Bárcena.

Jesús Larrañaga ‘Goierri’ interviene durante un acto en favor de la amnistía celebrado por el Partido Comunista. Fotos: PCE-EPK

Larrañaga fue cambiando sus ideales desde niño hasta llegar a ser un referente revolucionario. Nacido el 17 de abril de 1901 en Urretxu, era hijo de contratista de obras y de planchadora, descendiente del héroe de Trafalgar, el almirante Cosme Damián Churruca. Fue el tercero de cuatro hermanos.

Mudados a Beasain, los hermanos mayores -influenciados por la madre, muy religiosa- fueron jesuitas que marcharon de misioneros. Murieron jóvenes. Jesús también inició el camino religioso. Ingresó en el Colegio Apostólico de Javier, en Nafarroa. Tras tres cursos, hizo uno de seminario y otro en la Universidad Pontificia de Comillas, en Cantabria.

Sin embargo, “motivado por su rebeldía, abandonó los estudios religiosos”, explica Usabiaga. Aún así, en Beasain se afilia a Juventud Vasca-Euzko Gaztedia. “El vasquismo sentimental de su madre, en el que ha sido formado, le orienta. Le influyen las ideas de la insurrección irlandesa contra la corona británica de 1916, y se alinea con el grupo de Gudari, sección izquierdista en el nacionalismo vasco”, agrega.

En 1923 acudió a un congreso de la Juventud Vasca en Bilbao que acentúa su izquierdismo. Contactó con comunistas e ingresó en el sindicato nacionalista y católico SOV (antecesor de ELA-STV). Fue despedido de una empresa por llevar a cabo una huelga y decidió irse a Boucau, en Iparralde. “Boucau es un soviet, de hegemonía comunista. Ese ambiente precipita un cambio radical en Jesús durante el año y medio que vive allí”. Tras irse el padre de casa y su madre ponerse a trabajar en el Hotel María Cristina, Jesús se afincó en la capital guipuzcoana.

Influido por su experiencia en Boucau, ingresó en la Federación Vasco Navarra del PCE. Su prestigio en las luchas obreras de la ciudad crece. Fue el comunista más célebre del momento. Fueron frecuentes las detenciones, también de Larrañaga, dando con sus huesos en la cárcel de Ondarreta. Frecuentó el periódico Euskadi Roja “donde conoció a mi padre, el joven Marcelo Usabiaga, a quien tomó cariño y le llamó El Estudiante”, explica el escritor.

Tras producirse el golpe de Estado y Larrañaga, respetado por obreros y campesinos, fue nombrado comisario de Guerra de la Junta de Defensa de Donostia y de Gipuzkoa. A Larrañaga le encargaron encargarse del batallón MAOC-1, del que fue comandante. A partir de entonces el grupo fue bautizado como Batallón Larrañaga y posteriormente fue nombrado comisario general de todo el Ejército del Norte.

Detenido en Lisboa Tras la derrota en Asturias, marchó a Valencia donde intervinó en el Comité Central del PCE. “Explicó ante el buró político del Partido Comunista las causas de la derrota en el Norte, ante el que hizo autocrítica”, precisa el escritor que, a renglón seguido, añade que fue detenido al final de la guerra en Valencia e ingresó preso en el campo de concentración de Albatera. Mantuvo secreta su identidad y se fugó del campo llegando a Francia, a Boucau y París. Envió a toda la familia a la URSS, mientras que él marchó a la República Dominicana y a Cuba para unirse a la dirección del partido en el exilio.

Desde Cuba, partió a Lisboa como puente para llegar a España con la misión de introducir un grupo dirigente para reorganizar el Partido Comunista en la clandestinidad. Allí fueron detenidos y entregados. En el juicio, el grupo de siete persona fue condenado a muerte, uno evitó el paredón, el resto no. Sus compañeros de Porlier le despidieron cantando La Internacional desde sus celdas.

Larrañaga y sus cinco camaradas fueron fusilados el 21 de enero de 1942 en el cementerio del Este, en Madrid. “Siempre prefirió la primera línea, la más expuesta, una vida marcada por la valentía y la entrega a la causa”, concluye Usabiaga.

El asesor de Kennedy y la resistencia vasca

William Attwood corroboró en un artículo en ‘The New York Herald Tribune’ la “eficaz” existencia en Euskadi del equipo clandestino que negó la policía de Franco en 1947

Iban Gorriti

AQUEL hombre que escribía discursos al malogrado presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy también publicó artículos sobre la resistencia y el Gobierno vasco durante el franquismo. Uno de ellos brotó en el famoso tabloide The New York Herald Tribune en febrero de 1947. Años más tarde, William Attwood, como se llamaba, acabaría designado embajador de EE.UU. en Guinea y Kenia.

Attwood, nacido en París y educado en la Universidad de Princetown, fue paracaidista en la Segunda Guerra Mundial. Después publicó sus crónicas en el diario desde la edición internacional de la capital regada por el río Sena. Su cercanía a la frontera con Euskadi le posibilitó abundar en el rol y diatribas del totalitarista Franco y entrevistarse con el Movimiento de Resistencia Vasca.

El informador gritó al mundo que el movimiento clandestino vasco era “eficiente, aunque lo menosprecie la policía de Franco”. Lo tecleaba en febrero de 1947. El asesor de JFK se mostraba sorprendido por las cualidades, identidad y actuación del que cita como Consejo de Resistencia que “recibe órdenes de los exiliados en París, y trabaja para sostener la moral del pueblo”.

El presidente Kennedy con sus embajadores. Attwood es el primero por la derecha. Foto: Efe



Constataba que el franquismo seguía mintiendo y negando que existiese una clandestinidad vasca. Su tesón lo llevó a cotejar esas (des)informaciones. Se citó con portavoces de la desobediencia política vasca. “¡La precaución fue extrema en mi reunión con los líderes del Movimiento de Resistencia!”, admiraba.

Desde París trasladó a Nueva York que, antes de su primera reunión con los representantes del Movimiento de Resistencia Vasca, se citó con el entonces jefe de la Policía de Donostia, Félix Andrade Orejuela: “Entre otros de sus deberes, tiene el de suprimir las actividades subversivas”.

Calificó a Andrade de “caballero afable” que trató de restar importancia al sentimiento nacionalista vasco. Así, justifico que “el rumor que circula con respecto al movimiento de resistencia no es más que propaganda de París”. A la reunión se unió la hija del agente. “No debe creer toda la propaganda que circula”, le espetó. “Los españoles que creemos en el general Franco no necesitamos hacer propaganda. Queremos que los americanos nos comprendan mejor”.

A partir de ahí, negar la mayor. Con una carcajada rechazó la difusión de periódicos clandestinos. “Los pocos fanáticos nacionalistas vascos que existen no son más que rojos que se cuelan desde Francia y nadie los toma en serio”, menospreció. Agregó con un esbozo a lápiz que el lauburu, “emblema nacionalista vasco, se asemeja a la esvástica nazi. ¿Ve usted? Son todos nazis”.

Attwood se llena de ingenio en ese momento y presenta al progenitor de Andrade. “Su padre, que ya no luce la condecoración que le otorgaron los nazis durante la guerra, volvió con una pequeña bandera de madera que tenía los colores, rojo, blanco y verde, de los vascos. Aquí está un recuerdo que tengo para usted”, le entregó.

Al recién llegado se le escapó que “los rojos exiliados en Francia hicieron flotar banderas como esta sobre las aguas de la bahía de la Concha”, por lo que el activismo estaba como las ikurriñas, a flote. Sabedor de que había metido la pata, volvió al ataque: “El cuento sobre la existencia de periódicos clandestinos no es más que eso, un cuento”, y le enseñó fotos de monjas al parecer mutiladas por los republicanos durante la guerra.

Días después conoció al artífice que se las había arreglado para hacer que “cien ikurriñas” flotaran sobre las aguas de la bahía de Easo, durante las regatas de septiembre. “Estos hombres ni son comunistas ni exiliados”, contraponía el policía. Esa persona de la que no desvela su identidad pudo ser el gudari Joseba Elosegi porque narra que en las regatas de traineras acontecidas el 18 de julio, “aniversario de la rebelión del Generalísimo Franco contra el Gobierno español”, la bandera “patriota” vasca ondeó sobre el pararrayos de la iglesia donostiarra del Buen Pastor.

Se mantuvo en aquella altura a la vista de la población todo el día hasta que Franco ordenó a los bomberos descolgarla. “Cada semana del último verano, la policía de Franco se tuvo que dedicar a borrar las expresiones gráficas de la resistencia vasca en pueblos y villas de esta provincia de Gipuzkoa”, remachaba.

Santo y seña La mayor parte de estas manifestaciones estaban organizadas por el Consejo Nacional de Resistencia Vasca, “una organización formada de acuerdo con los planes trazados por el Gobierno vasco en el exilio”. El Consejo le relató el alcance de sus actividades, en una reunión que “tuvo que prepararse como lo hacen conspiradores en una película de ese género y que parece increíble tenga que ser así en un país europeo, tras la caída de Hitler”, se sorprendía. Una escueta llamada de teléfono a su hotel le permitió conocer a una mujer que le trajo “un pedacito de papel en el que aparecía el santo y seña”.

En el “oscuro” sitio convenido, halló a unos hombres que le llevaron a un apartamento “bien amueblado”. “Allí hablé con prominentes profesionales y hombres de negocios de la ciudad, que son los jefes del movimiento de resistencia en esta parte de la península. Estas aparentemente melodramáticas precauciones están plenamente justificadas en el San Sebastián de hoy”, relata.

A su juicio, Franco ya no fusilaba, sino que directamente torturaba a sus prisioneros “al estilo nazi, cada día”. Los juicios eran pospuestos “indefinidamente” y no existía autoridad alguna ante la que pudiera reclamar la familia del detenido.

La policía secreta, organizada y entrenada por Heinrich Himmler “cuando visitó España en 1937, conoce todos los trucos del oficio”. Attwood se sorprendió al observar que cohabitaban en el movimiento miembros nacionalistas y quienes no se significaban como tales. “¡Cinco partidos políticos!”, enfatizaba, y citaba cuatro: “El prominente es nacionalista y, por orden, el republicano, el socialista y el comunista. Ya que la mayoría de los vascos son católicos devotos, el PNV, católico en su mayoría, es la facción que ejerce el control general”.

El movimiento, a su parecer, era “eficiente”, y le extrañaba “cómo había podido este pueblo sobrevivir físicamente”. Gracias a la solidaridad. “Unen sus recursos y se ayudan los unos a los otros”. Hasta 1947, las actividades clandestinas se limitaron a mantener la moral del pueblo vasco mediante manifestaciones perennes. “No pasa una semana sin que algún pueblo vasco sea animado con banderas nacionalistas o inundado con periódicos clandestinos”. Con querencia antifranquista vaticina: “La libertad no se halla muy lejana”.

Las mentiras del duque de Alba sobre Gernika

El historiador Xabier Irujo defiende que, superado el negacionismo sobre el bombardeo de la villa en 1937, la corriente reduccionista continúa. En su último libro señala al duque de Alba como el relator de las mentiras de Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Franco ordenó mentir. También consumó este propósito en el caso del bombardeo aéreo contra la villa de Gernika-Lumo del 26 de abril de 1937. Al día siguiente, este general golpista se apresuró a dictaminar a su embajador no oficial en Londres, el duque de Alba Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, que difundiera en inglés dos mentiras más al mundo: que no existió aquel raid aliado y que los rojos quemaron la localidad vizcaina en su retirada. Sin embargo, el tiro le salió por la culata al castrense.

Así lo defiende el historiador Xabier Irujo (Caracas, Venezuela, 1967), quien recibió hace un mes el Premio Gernika por la Paz y la Reconciliación. “El duque de Alba no fue el ideólogo de Franco en Londres como se ha malinterpretado estos días. Fue Franco quien le mandó mentir a él”, asegura.

El duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó y en la otra imagen el dictador Francisco Franco junto con Eva Perón. Foto: DEIA

Los hechos documentados por Irujo acontecieron de la siguiente manera y a modo de efecto dominó. Tras el perverso bombardeo aliado coordinado por militares golpistas españoles junto con la aviación nazi e italiana fascista, el duque de Alba -el padre de la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, fallecida en 2014- le urge a Franco que el Reino Unido conoce la verdad de lo ocurrido amplificado por los corresponsales internacionales. “Le dice que en Londres no se tragaban la versión de que Gernika no fue bombardeada. Allí, como en el resto de países democráticos, no había censura de prensa. No cabía la mentira”, enfatiza Irujo, autor del libro estrenado esta semana Gernika. Genealogy of a lie, versión en inglés de un volumen que publicó años atrás en castellano, y, en esta segunda vida, con inéditos datos.

Es en esa encrucijada cuando el XVII duque de Alba solicita a Franco un relato con apariencia científica en el que se admita que Gernika-Lumo vivió un “pequeño bombardeo, de unas 8 o 9 bombas, en vez de las miles que se arrojaron” y ‘denunciar’ que “los rojos aprovecharon para quemar con gasolina” la villa.

Este es el origen -según el analista- del Informe Herrán, un dossier traducido al inglés y publicado solo en este idioma para ser distribuido en Gran Bretaña. Como curiosidad, esta versión estaba en las antípodas de la “oficial” difundida en las mugas del Estado español, es decir: “Gernika no había sido bombardeada en absoluto”.

Sin embargo, las ópticas de cada militar implicado eran en ocasiones, incluso, contradictorias. No hubo una comunicación única por el bando sublevado contra la legítima Segunda República. “Queipo de Llano, por ejemplo, argumentó que no hubo bombardeo porque ese día hubo sirimiri y los aviones no podían volar. Pero hemos demostrado que ese día ni llovió, gracias a los documentos de la estación meteorológica de Donostia que entonces estaba en Bilbao”.

Aquel informe, a juicio de Irujo, es el germen del “reduccionismo” con ideas como que el objetivo era “derribar el puente de Errenteria, cuando el bombardeo fue un experimento”. El autor de esta primera obra de habla inglesa sobre esta temática desde hace medio siglo estima, no obstante, que ya no existe negacionismo. “No, ni entre la gente menos seria que sigue a autores como Salas Larrazabal, hermano de quien bombardeó Otxandio. Todo el mundo sabe que Gernika fue bombardeada, sin embargo el reduccionismo goza de excelente salud, dentro y fuera de Euskadi. Muchos autores siguen aún el Informe Herrán, propaganda pura y dura. No es fiable porque es obra de un régimen que trató de ocultarlo”, subraya.

El historiador lamenta que se indique, además, que Gernika era un punto estratégico bélico a destruir en el marco de la guerra y se reduce tanto la cantidad de bombas lanzadas como el número de aviones que participaron y otros detalles técnicos. De hecho, también se incrementa la altura de vuelo de los aviones, señalando que “el error se debía a que los lanzaron a 3.500 metros, lo cual no es cierto es, ya que está documentado que bombardearon a 800 metros”.

LOS MUERTOS EN GERNIKA Irujo pone sobre la mesa que la campaña de bombardeos en suelo vasco y catalán era, según el general golpista Mola, “una acción” para “extirpar el nacionalismo”. El de Gernika, una de las mas de 1.200 operaciones de bombardeo sobre territorio de Euskadi fue un “bombardeo de terror”, cuyo fin último era “minar la moral del enemigo” y exigir su rendición con la amenaza de seguir bombardeando y destruir Bilbao, así como arrasar Bizkaia.

El escritor analiza en su libro cómo se construye la mentira, sus inconsistencias, cómo se reproduce a día de hoy y “adquiere vida propia con pequeños ingredientes nuevos que diversos autores añaden haciéndola crecer a lo largo del tiempo”.

Irujo anuncia que este no va a ser el último libro sobre el episodio de Gernika. “Todavía hay mucho que escribir”, subraya y concluye: “Es importante dar un paso más en la lucha contra la mentira establecida. Hubo más de 2.000 muertos y fue un bombardeo de terror cuyo objetivo era el mismo que en Hiroshima: la rendición del enemigo”.

El origen anarquista del anagrama de ETA

El libertario Félix Likiniano regaló a ‘Peixoto’ en el exilio una talla con la serpiente y el hacha grabada por él, símbolo que la banda hizo suyo

Un reportaje de Iban Gorriti

ETA puso fin a su historia recuperando la talla de madera original de los años 60-70 que derivó en el conocido y perseguido anagrama de la organización. Ahora se cumplen 110 años del nacimiento de la persona que la cinceló. Fue el histórico anarquista antifranquista Félix Likiniano (Eskoriatza, 1909). De corazón arrasatearra, el libertario regaló su obra en la que aún se puede leer un texto que dice bietan jarraitu, a la postre lema reducido a bietan jarrai. “Se la entregó a Peixoto”, aseguran fuentes consultadas por DEIA.

Félix Likiniano, con txapela, junto a amigos y su compañera Casilda, primera por la derecha; en la segunda imagen, retrato del cenetista. Fotos: Archivo CNT Bilbao

Por su parte, la periodista Pilar Iparagirre, natural de Idiazabal, explica que Likiniano “quería una barbaridad a Etxabe, Txomin, Peixoto, Gautxo, Zigor y gente así. Recuerdo que repetía: cuando les vi a éstos, respiré”. La autora de una biografía del cenetista agrega que “cuando empezó a llegar la gente de ETA a Biarritz, donde vivía, se puso contentísimo. Aquellos jóvenes eran como él había sido, seguían su misma ruta”.

Según el pensamiento de esta autora, Likiniano, a quien llegó a conocer, “nunca abandonó la auténtica militancia, me refiero a la lucha armada. Jamás dejó la acción de lado”. Sin embargo, diferentes investigadores consultados coinciden en que Félix no fue miembro del movimiento de liberación. No fue un etakide. Fue, sin quererlo, el autor de la serpiente y el hacha, metáfora del bietan jarraitu primigenio: del sigilo del animal y de la fuerza del instrumento.

En estos días, con la detención de Josu Urrutikoetxea, ha vuelto a salir aquella talla en los medios de comunicación. ¿Pero quién fue Félix Likiniano al margen de esta curiosidad? Considerado como una de las figuras más importantes del anarquismo vasco, apostó por la unión del mundo abertzale, teoría que, por ejemplo, granó con el pensador Federico Krutwig, de Getxo.

Nació en Eskoriatza en 1909 y falleció en Biarritz, donde asentó su residencia, en diciembre de 1982. Aunque el dato ha pasado desapercibido en sus biografías, según el historiador Josu Chueca, el afiliado a CNT acabó en el campo de concentración francés de Gurs. “Sí, es uno de los 6.000 nombres que doy en mi libro”, confirma en referencia a Gurs: el campo vasco (Txalaparta, 2007).

En la ficha que este doctor en Historia custodia hay diversas curiosidades no conocidas. Félix Likiniano Heriz estuvo en Gurs en 1939. La tarjeta de la época informa de que había sido teniente durante su lucha en Catalunya y de profesión albañil. “Le archivan como militante de ANV, no de CNT”, precisa el investigador. La credencial comunica, además, que antes estuvo interno en el campo de Saint-Cyprien. “En Gurs estuvo en el conocido como campo de los vascos, en el islote C”, aporta.

Con anterioridad, el arrasatearra luchó en la Guerra Civil y durante los primeros instantes del golpe de Estado militar se enfrentó a los sublevados contra la Segunda República ya en la defensa de Donostia. El objeto era cortar el avance en la calle de Urbieta junto a sus compañeros de CNT.

Más adelante, cuando la columna del comandante republicano Pérez Garmendia, que había salido a defender Gasteiz, regresó desde Eibar, hicieron replegarse a los golpistas hasta Loiola. En el ataque a aquellos cuarteles, Likiniano lideró el asalto al depósito de armas. Participó, además, en la defensa de las líneas en la frontera de Gipuzkoa y Nafarroa.

Y a partir de entonces abandonó las tierras vascas. Continuó su antifascismo armado en Aragón, Catalunya y Francia, integrado en la resistencia gala contra la ocupación nazi. Retornó a la muga, formando parte del maquis y se refugió en Biarritz. Décadas más tarde, junto a su compañera sentimental, la también anarquista Soledad Casilda Hernáez, acogió a personas de diferentes ideologías en su hogar labortano.

Fue entonces cuando conoció a miembros de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), a quienes regaló aquella talla que tenía grabada por sus propias manos, ya que era escultor y también pintor. La organización decidió hacerla suya.

Polifacético Desde CNT Bilbao ensalzan la figura de su compañero. El miembro del Grupo de Memoria Histórica Iñaki Astoreka valora a este diario que la vida de Likiniano “fue una constante lucha por sus ideales, la CNT y el anarquismo, como modelo de justicia, solidaridad y por la abolición de todo aquello que sonase a explotación del hombre por el hombre”. Agrega que “su amplia trayectoria, circunscribiéndonos al periodo de la sublevación militar y la consecuencia del fascismo incluida, se resume en su decisiva participación en la defensa de Donostia, la posterior lucha en Aragón y Catalunya y la resistencia contra el nazismo en Francia. Como decía Félix: hay que utilizar la fuerza para defenderse y la inteligencia como fuerza”, enfatiza.

Su compañero de sindicato, el tesorero de CNT Bilbao José Ignacio Orejas, juzga que Likiniano es “una persona difícil de catalogar. Era polifacética y poli-ideológica. Estuvo allí donde había gresca y buscaba afán de protagonismo. Quería ser el perejil en todas las salsas del exilio. Una personalidad de sentimiento cenetista, pero también de patriotismo vasco”, zanja.