Las autoridades golpistas manipularon la fecha en la lápida de Manuel Idoiaga como forma de negar una vez más el bombardeo de Gernika.
Un reportaje de Iban Gorriti
Parafraseando y variando la letra de Nun hago, la emotiva canción de Xabier Lete, su familia se preguntaba el 26 de abril de 1937 dónde estaba, en qué prado, el pastor americano de Forua. Subiendo por las laderas de las montañas escapaba, huyendo del bombardeo de Gernika. En aquel episodio bélico de la Guerra Civil, perdió Manuel Idoiaga Madariaga su último latido, y su viuda, al padre de sus tres hijos. Uno de ellos prolonga a día de hoy la llama de su memoria encendida: el ingenioso y hospitalario Juan José Idoiaga Larruzea. “No guardo -se lamenta- recuerdo alguno de mi padre ni del bombardeo. Yo tenía 2 años. Ahora, 84”, sonríe amablemente aunque el corazón se le encoge por el recuerdo de una familia con numerosos represaliados del franquismo.
A su lado, le presta suma atención su sobrino-nieto Mikel Magunazelaia Pinaga (Forua, 1996), quien perdió en la guerra a sus dos bisabuelos: al citado Manuel Idoiaga asesinado bajo las bombas de Gernika, localidad vecina de Forua; y a Santiago Pinaga, fusilado. “En casa se ha hablado de todo esto, pero gracias a la segunda generación, y la tercera tirando de la primera. Había que tirarles de la lengua”, espeta Magunazelaia, profesor de Primaria y concejal de Forua, candidato para alcalde por el PNV en las elecciones municipales del domingo 26 en la localidad de la comarca de Busturialdea. Es además, miembro activo de la asociación memorialista Gernikazarra.
Magunazelaia recapitula la vida de Manuel, también candidato a alcalde entonces y concejal de Forua por una Agrupación Republicana. Padre de tres niños, tras ser asesinado por una bomba -”tal y como recoge un testimonio del escritor estadounidense William Smallwood, Egurtxiki– murió escondido en unas cañerías del depósito de aguas de Lumo. Testimoniaba el escritor que él se había unido a un grupo de personas que se refugiaron bajo un plátano grande. Conocía a algunas de ellas. Cita a Cipri Arrien, Jose Intxaurrandi y a Idoiaga a quien se refiere como “el americano de Forua, muerto a mi izquierda”. Hace referencia a que Manuel, siendo el quinto de dieciséis hermanos, optó por “hacer las Américas” como pastor y regresó en 1923 con un capital que le posibilitó escriturar a su nombre el caserío alquilado en el que vivían (Etxebarri) y comprar uno anexo más: Jauregizar-Arrekoa.
El joven edil se apena al recordar ante la sepultura de Idoiaga en el cementerio de Forua dos muestras del proceder de los antidemócratas en el marco de guerra. “Las nuevas autoridades de Forua, franquistas, enterraron a mi bisabuelo sin ceremonia religiosa por considerar que, al ser republicano, no tenía alma; además, manipularon su lápida con el fin de tapar el número de víctimas del bombardeo de Gernika”, asevera mientras con su mano derecha muestra sobre la piedra en la que tallaron la fecha “26 de abril de 1936”, cuando el ataque aéreo aliado aconteció el mismo día, pero de 1937.
El núcleo familiar que en 1923 había adquirido los inmuebles y unas tierras con plena alegría tras regresar de Estados Unidos, se vio de pronto destrozado. “Su mujer, Leandra Larruzea Uriarte se quedó sola con sus hijos. En aquella época, sin hombre en casa, siguió vendiendo lo que podía de la huerta en el mercado y poco a poco también vendió terrenos para salir adelante. Se mermaron las tierras y sus posibilidades con tres hijos en el hogar”, subraya el alcaldable.
Y no fue el único caso. El pueblo de Forua perdió a su alcalde José Ortuzar Atxirika, muerto en el exilio; padeció al menos tres fusilamientos (Santiago Pinaga Foruria, Juan José Basterretxea Arrospide y Serapio Urrutxua Aldekozea); y dio sepultura a una lista de muertos por los bombardeos como Idoiaga y gudaris en la temible línea del frente.
El biznieto de Manuel baraja dos hipótesis de cómo murió Idoiaga. Una la adjetiva de “épica”, pero no la valora real:. “Que Leandra fue a la plaza, y que vio el comienzo del bombardeo y con el tumulto salió hacia Lumo. Entonces, Manuel partió en busca de su mujer dejando a sus tres hijos en casa y murió por ella”.
Sin embargo, cree más verosímil que “Leandro acudió al mercado, pero los gudaris no le dejaron entrar en Gernika. Sonaban campanas, ya habían suspendido el partido de pelota de la jornada, y acabó en casa. Manuel había salido a visitar a una hermana y a comprar tabaco. Al estallar las primeras bombas, huyó hacía Lumo donde tras esconderse murió. Yo creo que los bombarderos quisieron acabar con el depósito de aguas en cuyas cañerías se escondían para dejar sin abastecimiento a Gernika”, apostilla.
Su hijo Juan José, 82 años después, se muestra más tranquilo al recordar la vida de su padre en Estados Unidos antes de la guerra. “En una ocasión, contó a la familia que atacó un lobo a sus ovejas”, recuerda junto a su esposa Dolores Erkoreka, y continúa Mikel: “Cuerpo a cuerpo”, sonríen ambos. El mayor le puntualiza que aquel animal le mordió en el brazo y por ello “aita cogió la rabia”. Años después, aquel hombre sentiría otro tipo de rabia en su ser y la impotencia e, incluso, la muerte en prados como los que cantaba Xabier Lete, pero lejos de Urepel: en Lumo, el 26 de abril de 1937.