El ‘americano’ de Forua sepultado por los franquistas

Las autoridades golpistas manipularon la fecha en la lápida de Manuel Idoiaga como forma de negar una vez más el bombardeo de Gernika.

Un reportaje de Iban Gorriti

Parafraseando y variando la letra de Nun hago, la emotiva canción de Xabier Lete, su familia se preguntaba el 26 de abril de 1937 dónde estaba, en qué prado, el pastor americano de Forua. Subiendo por las laderas de las montañas escapaba, huyendo del bombardeo de Gernika. En aquel episodio bélico de la Guerra Civil, perdió Manuel Idoiaga Madariaga su último latido, y su viuda, al padre de sus tres hijos. Uno de ellos prolonga a día de hoy la llama de su memoria encendida: el ingenioso y hospitalario Juan José Idoiaga Larruzea. “No guardo -se lamenta- recuerdo alguno de mi padre ni del bombardeo. Yo tenía 2 años. Ahora, 84”, sonríe amablemente aunque el corazón se le encoge por el recuerdo de una familia con numerosos represaliados del franquismo.

Juan José Idoiaga y Mikel Magunazelaia, frente a la casa de Manuel Idoiaga.Iban Gorriti

A su lado, le presta suma atención su sobrino-nieto Mikel Magunazelaia Pinaga (Forua, 1996), quien perdió en la guerra a sus dos bisabuelos: al citado Manuel Idoiaga asesinado bajo las bombas de Gernika, localidad vecina de Forua; y a Santiago Pinaga, fusilado. “En casa se ha hablado de todo esto, pero gracias a la segunda generación, y la tercera tirando de la primera. Había que tirarles de la lengua”, espeta Magunazelaia, profesor de Primaria y concejal de Forua, candidato para alcalde por el PNV en las elecciones municipales del domingo 26 en la localidad de la comarca de Busturialdea. Es además, miembro activo de la asociación memorialista Gernikazarra.

Magunazelaia recapitula la vida de Manuel, también candidato a alcalde entonces y concejal de Forua por una Agrupación Republicana. Padre de tres niños, tras ser asesinado por una bomba -”tal y como recoge un testimonio del escritor estadounidense William Smallwood, Egurtxiki– murió escondido en unas cañerías del depósito de aguas de Lumo. Testimoniaba el escritor que él se había unido a un grupo de personas que se refugiaron bajo un plátano grande. Conocía a algunas de ellas. Cita a Cipri Arrien, Jose Intxaurrandi y a Idoiaga a quien se refiere como “el americano de Forua, muerto a mi izquierda”. Hace referencia a que Manuel, siendo el quinto de dieciséis hermanos, optó por “hacer las Américas” como pastor y regresó en 1923 con un capital que le posibilitó escriturar a su nombre el caserío alquilado en el que vivían (Etxebarri) y comprar uno anexo más: Jauregizar-Arrekoa.

El joven edil se apena al recordar ante la sepultura de Idoiaga en el cementerio de Forua dos muestras del proceder de los antidemócratas en el marco de guerra. “Las nuevas autoridades de Forua, franquistas, enterraron a mi bisabuelo sin ceremonia religiosa por considerar que, al ser republicano, no tenía alma; además, manipularon su lápida con el fin de tapar el número de víctimas del bombardeo de Gernika”, asevera mientras con su mano derecha muestra sobre la piedra en la que tallaron la fecha “26 de abril de 1936”, cuando el ataque aéreo aliado aconteció el mismo día, pero de 1937.

El núcleo familiar que en 1923 había adquirido los inmuebles y unas tierras con plena alegría tras regresar de Estados Unidos, se vio de pronto destrozado. “Su mujer, Leandra Larruzea Uriarte se quedó sola con sus hijos. En aquella época, sin hombre en casa, siguió vendiendo lo que podía de la huerta en el mercado y poco a poco también vendió terrenos para salir adelante. Se mermaron las tierras y sus posibilidades con tres hijos en el hogar”, subraya el alcaldable.

Y no fue el único caso. El pueblo de Forua perdió a su alcalde José Ortuzar Atxirika, muerto en el exilio; padeció al menos tres fusilamientos (Santiago Pinaga Foruria, Juan José Basterretxea Arrospide y Serapio Urrutxua Aldekozea); y dio sepultura a una lista de muertos por los bombardeos como Idoiaga y gudaris en la temible línea del frente.

El biznieto de Manuel baraja dos hipótesis de cómo murió Idoiaga. Una la adjetiva de “épica”, pero no la valora real:. “Que Leandra fue a la plaza, y que vio el comienzo del bombardeo y con el tumulto salió hacia Lumo. Entonces, Manuel partió en busca de su mujer dejando a sus tres hijos en casa y murió por ella”.

Sin embargo, cree más verosímil que “Leandro acudió al mercado, pero los gudaris no le dejaron entrar en Gernika. Sonaban campanas, ya habían suspendido el partido de pelota de la jornada, y acabó en casa. Manuel había salido a visitar a una hermana y a comprar tabaco. Al estallar las primeras bombas, huyó hacía Lumo donde tras esconderse murió. Yo creo que los bombarderos quisieron acabar con el depósito de aguas en cuyas cañerías se escondían para dejar sin abastecimiento a Gernika”, apostilla.

Su hijo Juan José, 82 años después, se muestra más tranquilo al recordar la vida de su padre en Estados Unidos antes de la guerra. “En una ocasión, contó a la familia que atacó un lobo a sus ovejas”, recuerda junto a su esposa Dolores Erkoreka, y continúa Mikel: “Cuerpo a cuerpo”, sonríen ambos. El mayor le puntualiza que aquel animal le mordió en el brazo y por ello “aita cogió la rabia”. Años después, aquel hombre sentiría otro tipo de rabia en su ser y la impotencia e, incluso, la muerte en prados como los que cantaba Xabier Lete, pero lejos de Urepel: en Lumo, el 26 de abril de 1937.

El canje del alcalde de Bilbao preso

El histórico delegado de Cruz Roja Marcel Junod se jugó la vida para entregar a Ernesto Ercoreca a cambio del futuro ministro de Justicia Esteban Bilbao en Donibane Lohizune

Un reportaje de Iban Gorriti

El canje de prisioneros durante la Guerra Civil no fue empresa fácil en un marco en el que las personas perdían la vida a diario en trincheras de ambos bandos. Uno de aquellos trueques humanos tuvo como protagonistas al alcalde republicano bilbaino Ernesto Ercoreca y al durangués Esteban Bilbao, futuro ministro de Justicia y presidente de las Cortes franquistas. Según fuentes consultadas, fueron parte activa en las entregas la Cruz Roja Internacional, con el médico suizo Marcel Junod (1904-1961) al frente, y el despacho de abogados bilbaino de Nazario de Oleaga, por el que pasó brevemente José Antonio Aguirre antes de ser lehendakari.

De izquierda a derecha: el coronel Azcarate, Ramón María Aldasoro, Jesús María de Leizaola, el lehendakari Aguirre, Alfredo Espinosa y el alcalde de Bilbao, Ernesto Ercoreca, en una visita a los heridos de guerra en el Hospital de Basurto.

El doctor Junod, que prestó ayuda en Hiroshima tras la bomba nuclear, informa en su libro El tercer combatiente (1985) cómo hallándose en Donibane Lohizune (Lapurdi) recibió un encargo: se le solicitó mediar en el canje de Bilbao por Ercoreca. El primero, según detalla el investigador Jon Irazabal Agirre, “cayó prisionero de los sublevados el 19 de julio de 1936 en Miranda de Ebro cuando regresaba a Bilbao de un viaje a Madrid”. Ercoreca, por su parte, se hallaba preso en Iruñea.

Comunicada la posibilidad del canje, “los dos bandos dieron el plácet”, confirma el miembro de Gerediaga Elkartea. Sin embargo, ahí surgió el primer desacuerdo. “Nadie quería ser el primero en liberar a su prisionero”, enfatiza Irazabal, autor de libros como La Guerra Civil en el Duranguesado 1937-1937.

Tras diez jornadas de intensas negociaciones, las autoridades de Bizkaia -aún no se había configurado el Gobierno provisional de Euzkadi- aceptaron liberar a su rehén. Habría una condición sine qua non: “Esteban Bilbao se debía quedar en San Juan de Luz hasta que Ercoreca saliera de Nafarroa”. Así las cosas, Junod se desplazó el 24 de septiembre con el embajador de Francia, Jean Revete, de Lapurdi a Bermeo, en lancha. El delegado de Cruz Roja se reunió con las autoridades y en ese mismo momento se recibió un inesperado mensaje. La Radio de Burgos emitía el siguiente recado: “¡Atención! ¡Atención! Se ruega al doctor Junod que, si aprecia su vida, salga de Bilbao antes de la una de la mañana”. Los presentes dedujeron que el bando de Mola estaba anunciando un “gran bombardeo” sobre la capital de la “traidora” y republicana Bizkaia.

Junod se disculpó y aseguró no conocer las intenciones de los golpistas y sus aliados. “Logró que las autoridades republicanas dejaran en sus manos a Esteban Bilbao y le solicitaron que disuadiese a Mola de bombardear la capital vizcaina porque temían que la reacción de la población pudiera ser terrible con los prisioneros”, apostilla Irazabal. Bilbao se mostró temeroso, y “creyendo que ya estaba en capilla”, fue trasladado en un taxi, escondido entre el embajador y Junod, al puerto de Bermeo. En la lancha rápida llegaron a Donibane Lohizune. “Esteban prometió esperar allí hasta la liberación de Ercoreca”. Pero, ¿cumpliría su palabra?

Traidor al Carlismo Mola no dio su brazo a torcer y el 25 de septiembre de 1936 bombardeó desde el aire Bilbao y Durango, “precisamente las dos localidades relacionadas con Esteban Bilbao”. Y se cumplió la venganza prevista: “La ciudadanía asaltó las cárceles, entre ellas el barco-prisión Altuna Mendi, en el que había estado encerrado hasta horas antes Esteban Bilbao”.

Irazabal destaca la importancia de este tradicionalista para el bando militar que un mes antes había dado el golpe de Estado. “La no concesión del tiempo necesario para llevar a buen término la misión negociadora, el bombardeo de las dos villas vinculadas con él, radiar el mensaje dejando clara de antemano la intención de bombardear… inducen a pensar que la vida de Bilbao no era de gran interés para algunos mandos sublevados”, analiza, y va mucho más allá: “Quizás su muerte hubiera sido bien recibida por alguna o algunas facciones en liza”.

El investigador hace referencia a que la colaboración del durangués -presidente de la Diputación de Bizkaia entre 1926 y 1930- con la dictadura de Primo de Rivera y con el rey Alfonso XII le había granjeado enemistades dentro de su ámbito político, llegando incluso a ser calificado como “traidor al carlismo y expulsado de la corriente carlista afín al pretendiente Jaime de Borbón y Borbón-Parma”.

Para entonces, Marcel Junod se trasladó a Iruñea para concluir el canje pactado: recoger a Ercoreca con el fin de retornar con él a Donibane Lohizune, localidad en la que había prometido esperar Bilbao. A su llegada a la capital navarra, se le notificó que había una orden reciente del general Mola de “no liberar a ningún prisionero político”.

Junod debió gestionar el imprevisto con trámites en Valladolid y Burgos. Logró su fin. Mola liberó a Ercoreca y el delegado de Cruz Roja reanudó el acuerdo. “En San Juan de Luz -precisa Irazabal- se encontraron los dos exprisioneros y se comprometieron a trabajar para que cesasen las matanzas, pero según Junod, Esteban Bilbao se olvidó muy pronto de sus promesas”.

El barco de las armas que ni prensa ni gobiernos citaron

Bonifacio Aranguena capitaneó el navío ‘Azteca’, que partió en busca de un buque mexicano que portaba armamento para la República en plena guerra.

Un reportaje de Iban Gorriti

EL capitán Bonifacio Aranguena Acha reservaba con mimo en su estancia la ikurriña con la que esperaba ser cubierto el día que falleciera. A cambio, aquella tierra que amó ya no le recuerda a pesar de ser una pieza clave en un momento histórico para el Gobierno provisional vasco. A este capitán de la Marina Mercante se le atribuye haber logrado que un barco mexicano portara acompañado de su navío hasta Santander armas para la República durante la Guerra Civil.

Por labores como esta, Aranguena acabaría desterrado en Irlanda y Colombia. “Fue avistado por tropas extranjeras, denunciado por la Alemania nazi y más tarde, desterrado por el gobierno rebelde, perseguido con toda su familia y obligado a huir del país”, precisa su sobrino Imanol Vitores Aranguena, y va más allá: “En Bilbao, le hicieron saber que el general golpista Queipo de Llano, desde Sevilla, le condenó en rebeldía a la última pena”.

El capitán de la Marina Mercante Bonifacio Aranguena.DEIA

Pero no queda ahí el pesar de la familia vizcaina durante esos años: su padre y tres de sus hermanos fueron apresados y sentenciados a muerte por su condición de vascos nacionalistas. “Afortunadamente, la mediación de la Iglesia impidió que los ejecutaran”, anota.

Bonifacio Aranguena Acha desempeñó el cargo de oficial de los buques de la Naviera Sota y Aznar desde 1931 hasta el 17 de enero de 1936, medio año antes de la contienda civil. Al estallar la guerra, se presentó voluntario en el batzoki de Abando y en agosto fue nombrado por el gobernador de Bizkaia, el republicano José Echeverría Novoa, como primer oficial del navío Sebastián, matriculado en Bilbao y destinado a efectuar un viaje con material de guerra para el Gobierno demócrata.

Antes de zarpar, cambiaron el nombre y matrícula del buque y lo rebautizaron como Azteca. Esta operación fue observada por los tripulantes de una lancha de uno de los dos destructores de bandera alemana que se hallaban en la rada de Bilbao. “De toda la tripulación del buque, él era el único voluntario”, enfatiza su sobrino.

El barco atracó en Burdeos. Le esperaba Telesforo Monzón, con quien, según narra la familia, trataron de adquirir diez vagones de ferrocarril con material de guerra. Ante la imposibilidad de conseguirlos, recibieron la orden de trasladarse al puerto de Danzing (Polonia). Allí recibieron un cargamento de aproximadamente 3.000 toneladas de material de guerra, para dirigirse a Ousant, “donde iban a recibir las oportunas órdenes finales”, continúan sus allegados.

Cuando navegaban el Mar Báltico, les comunicaron que la Alemania nazi denunció en la Sociedad de Naciones que un buque de bandera de México transportaba armas para el Gobierno de la República. Desde la salida de Skagerrat y durante un largo trayecto, les acompañó un crucero italiano fascista, al que consiguieron despistar, dirigiéndose hacia el Cabo Lizard.

El 20 de septiembre del 36, se les acercó un barco del Gobierno vasco, del cual se trasladaron al Azteca de Aranguena instruyendo que se dirigiera al puerto de Santander. Antes de entrar en la bahía cántabra, avistaron al acorazado España, al servicio de los militares golpistas que “afortunadamente no les descubrió”. “Los gobernadores de las distintas regiones del norte felicitaron a mi tío ofreciéndole dinero, que rehusó, por su trabajo aceptando solamente el servicio de un automóvil oficial para ir a Bilbao a ver a sus padres”, explica Vitores.

Según la familia, ni la prensa ni gobierno alguno mencionó el nombre del buque Azteca, que trasladó las armas el 24 de septiembre de 1936 al puerto de Santander. “Mi tío siempre pensó que el Gobierno de la República no quiso comprometer al Gobierno de México por motivos internacionales”, analizan.

Como curiosidad, el histórico sacerdote Alberto de Onaindia sí lo cita en su libro Hombres de paz. “Las armas traídas en el Azteca, fueron distribuidas en el frente vasco y después al de Cantabria y Asturias”. El sobrino del capitán también cita al escritor Gabriel Jackson. “En su libro La República española y la Guerra Civil menciona la llegada de los 5.000 fusiles checos, pero no indica cómo llegaron. En realidad, el único buque que trajo armas fue el mencionado”, asegura.

Vivo o muerto La situación de Bonifacio era crítica en Euskadi. Se exilió a Londonderry, Irlanda del Norte. “Se presentaron en aquel puerto marinos franquistas con la pretensión de trasladar a mi tío a España, vivo o muerto”. Él se mudó con su familia al puerto de Belfast.

En 1948, y después de haber estado haciendo labores de todo tipo salvo la de su profesión, se afincó en Barranquilla, Colombia. Para viajar, obtuvo pasaporte del Gobierno inglés. “Hasta 1952 no obtuvo pasaporte español, expedido por la Embajada de España en Bogotá, que se hallaba marcado”.

Durante su estancia en Colombia y trabajando ya de capitán mercante, consiguió mejorar su situación económica, pero “por causas que no vienen al caso”, perdió toda su hacienda. Una de las mayores ilusiones que tuvo fue volver a su querida “Euzkadi”, sueño que no cumplió, pero sí el de despedirse abrigado por su ikurriña.

Víctimas del penal franquista sin paredón

Cinco vizcainos perdieron la vida en la Prisión Central de Valdenoceda pese a que en la misma no hubo fusilamientos

Un reportaje de Iban Gorriti

En el penal franquista burgalés de Valdenoceda, a diferencia del resto de campos de concentración, no murió ningún fusilado durante los siete años que permaneció en activo. Los investigadores no han hallado constancia de ello. De hecho, no hacía falta ni paredón ni gastar munición del glorioso bando golpista porque directamente los mataban de hambre (y frío). Ocurrió en la que había sido primera fábrica de seda artificial de España, inaugurada en 1910 en la pedanía anexa a Villarcayo entre los letales y poco civiles años 1938 y 1945.

Un grupo visita las ruinas del centro penitenciario, en la actualidad. I.Gorriti

Desde 2010, el sábado más cercano al 14 de abril, día de la República, las familias de quienes murieron en la Prisión Central franquista se dan cita en las ruinas de la cárcel. Así, ayer fueron entregados a los suyos dos cuerpos más: los restos exhumados del cementerio local de Julio González González de Almagro, Ciudad Real, de 58 años, casado y padre de cuatro hijos, jornalero analfabeto que fue penado a seis años y un día por “excitación a la rebeldía”. Y también los de Habilio Luis Jávega, barbero de 21 años condenado en Almodóvar del Castillo a 20 años de prisión.

La inanición era tal que los presos que acompañaban a los muertos al cementerio se tiraban a las huertas para comer las patatas plantadas

Una de las personas que más conoce este espacio terrorífico es el zorno-tzarra José María González. Es el presidente del grupo de Exhumación Valdenoceda y nieto de Juan María González Fernández, quien murió el 14 de abril de 1941. Un documento que conserva sorprende: “Delito: se desconoce. Pena: 30 años de reclusión”. “Las familias agradecen mucho cuando les entregamos los cuerpos. Por ejemplo, los familiares de Julián pensaban que lo habían llevado a Puerto Santa María. Estaban desfasados. No han podido venir a recogerlos porque viven en París y ahora les venía mal”, informa. “Los parientes viven emoción, alegría y al recibir la caja rompen a llorar”, agradecidos, añade.

En este penal murieron los siguientes vizcainos: Gabriel Basterretxea (Arratzu); Aurrekoetxea Etxeandia (Zamudio); Laborda Orbe (Santurtzi); Ezpeleta Barrainkua (Lemoa); así como De Guinea de Orduña, residente en Burgos. “El de Santurtzi podría ser de Burgos o Álava, porque creemos que en vez de Santurce era del pueblo Santurde. Podría estar equivocado”, valora el de Amorebieta-Etxano, quien desconoce si algún preso de entonces permanece con vida en la actualidad. “Había uno, Gabriel Martínez, pero desconocemos si sigue vivo”, agrega González. El citado, natural de Pancorbo (Burgos), tendría a día de hoy 101 años.

Uno de los supervivientes de Valdenoceda, edificio por el que cursa un canal de agua que aún enfriaba más las gélidas temperaturas nocturnas de Burgos, contaba algo común en las “brigadas”, como llamaban a las habitaciones en las que dormían en camastros sobre el suelo. Si de noche alguien moría, los presos no decían nada a los franquistas hasta después de desayunar. Ello obedece a que, cada mañana, los funcionarios les daban un vaso de agua de café con tizón negro. “Ellos decían que seguía durmiendo y que se lo dejaran al lado. Así bebían un vaso más porque morían de hambre”, comparte González.

La inanición era tal que, cuando llevaban a algún muerto al cementerio, los compañeros presos que los acompañaban se tiraban a las huertas de cabeza a comer las patatas plantadas. “No tenemos constancia de que se fusilara a nadie”, confirma González. La agrupación que preside ha exhumado ya 114 cuerpos de los 154 existentes. Un total de 68 hombres han sido entregados a sus familias. “Nos faltan 46 por identificar. Hay uno más identificado, pero no ha sido exhumado porque sobre su cuerpo hay otro enterramiento actual y los antropólogos no ven correcto cortar el esqueleto por la mitad”.

El cementerio de los rojos Como curiosidad, en esa zona fue enterrado pocos años atrás el conocido en el pueblo como El Falangista, quien antes de morir dijo que no quería que lo sepultaran en lo que él denominaba “el cementerio de los rojos”, a sabiendas de que el camposanto está dividido en dos alturas. “Pues bien, para fastidiar, el cura de entonces no le hizo caso y decidió enterrarlo junto a la placa que pusimos en memoria de los republicanos y así imposibilitar otras exhumaciones de presos de la cárcel. En la actualidad, el sacerdote es otro”, finaliza González.

Una boda bajo las bombas en Bilbao

El fuego aéreo echó por tierra el casamiento entre Sebastián y trinidad en junio de 1937, pero finalmente hubo boda

Un reportaje de Iban Gorriti

En tiempos de guerra, el amor está tan ausente como presente. Sea en Bilbao en 1936 sea en Siria, Irak o Yemen en 2019. Un ejemplo es el enlace matrimonial que protagonizaron Sebastián Ezquerro y Trinidad Fernández en una hoy desaparecida iglesia de Indautxu. Estos dos primos por vía materna se vieron en la tesitura de suspender la ceremonia de la boda en dos ocasiones por el bombardeo que sufrió la villa capitalina el 4 de junio de 1937, tal y como recuerda su hijo Mikel Ezkerro, conocido euskaltzale y promotor de la diáspora vasca en Argentina.

Sebastián Ezquerro y Trinidad Fernández, con su hijo Mikel, durante una excursión al campo. Fotos: Archivo familiar de Mikel Ezkerro

“El sacerdote era Don Jesús, no recuerdo el apellido. Era monárquico. Cuando sonaban las sirenas de alerta por el bombardeo, el cura, los novios y los padrinos tenían que salir corriendo de la iglesia hasta un refugio cercano”, precisa Ezkerro. La pareja estaba empadronada en la actual calle Pablo de Alzola, cantón con Autonomía, y tras un primer intento fallido, tuvo que regresar al templo en una segunda ocasión.

Sanos y a salvo, salieron del templo casados, como días antes habían lo habían hecho por lo civil. “La ceremonia la hicieron en el Consulado argentino, país del que era natural mi padre a pesar de su ascendencia vasca. De este modo le concedieron el pasaporte argentino a mi madre”, apostilla Ezkerro. Con aquel documento logró llegar al Estado francés, días antes de la ocupación de Bilbao el 19 de junio de 1937 por los franquistas.

Mikel Ezkerro nació 1938 en Rawson, provincia bonaerense. Anunciado el final de la guerra en el Estado español el 1 de abril de 1939, la familia regresó a Bilbao. Su padre, Sebastián Ezquerro nació en Buenos Aires en 1909 pero se crió en Euskadi desde 1915, en Olabeaga. Era técnico industrial. La madre Trinidad Fernández Azpiroz nació en 1910 en Bilbao, estudió mecanografía y dactilografía. Llegó a ser secretaria apoderada de la empresa en la que trabajaba.

Mikel, entretanto, cursó estudios primarios con los Jesuitas de Indautxu. “Cuando iba a cumplir 12 años regresé con mis padres a Argentina donde estudié todo el bachillerato con los Jesuitas”, rememora. Fue gerente de ventas y estudió Historia Vasca y colaboró con el mensuario Eusko Lurra Tierra Vasca, dirigido por José Antonio Olivares Larrondo, Tellagorri, y, más adelante, por Pello Mari Irujo Ollo, “hermano menor de Don Manuel Irujo”. Ezkerro se dedicó a impartir conferencias en las Euskal Etxeak de Argentina.

Sebastián no era partícipe de la política vasca “aunque sí era demócrata, y por ende antifranquista” recuerda Ezkerro, para a renglón seguido ensalzar que su madre “era muy vasquista, nacionalista vasca; de soltera tenía amistades tanto en el PNV como en el Jagi-Jagi que siguió teniendo bajo el franquismo hasta el regreso a Argentina”. No estaba afiliada a Emakume Abertzale Batza, pero sí lo estaba su mejor amiga, María Rosa Aguinaga. “Desde muy pequeño me enseñó un repertorio de canciones cuyo autor era Sabino de Arana y otros hombres del primitivo nacionalismo vasco”. Tenía advertido por sus mayores que solo las cantara en casa y “en ninguna otra, que no fuera la nuestra”. De hecho, ella en la posguerra pasaba octavillas clandestinas impresas en Iparralde a su confesor en la Quinta Parroquia. “Llegaban a su poder por un miembro de la Resistencia que era de Gernika”, apostilla.

Mikel se crió en ese ambiente mientras que en los Jesuitas sus compañeros “eran unos monárquicos: alfonsistas y carlistas que vivian en Neguri”. No obstante, precisa que también había del PNV, aunque mayores que nosotros, e incluso el hijo del tenebroso gobernador civil de Bizkaia, Genaro Riestra”. El pequeño Mikel fue testigo de la huelga del 1 de Mayo de 1947 y vio volado el busto del general golpista Mola en el Arenal. “También vi caer ikurriñas en San Mamés cuando jugó el San Lorenzo de Almagro, de Argentina, en 1947. Mi madre era la sembradora de lo vasco y mi padre de lo argentino”.

Ezkerro recuerda otro episodio trágico del Bilbao franquista. El asalto a las cárceles del 4 de enero de 1937. Como consecuencia de los bombardeos de la aviación franquista sobre la ciudad algunos ciudadanos republicanos dieron muerte a presos afines a los golpistas. “Entre los fusilados, herido gravemente por la metralla se salvó haciéndose el muerto el entonces novio de una hermana de mi madre que profesaba ideas afines a los sublevados”, relata y va más allá: “Al enterarse del hecho y ante el riesgo al ser llevado a un hospital público, mi madre fue a ver al dirigente del PNV, Julio Jauregi, al que conocía. Este logró que fuese trasladado al sanatorio del Doctor Yarza, teniendo incluso un gudari de custodia para guardar su seguridad personal. Mi madre, incluso, logró además que la recibiera el entonces consejero de Justicia, Jesús María de Leizaola, para agradecerle el gesto humanitario”.

Lehendakari aguirre El hijo de Trinidad y Sebastián ha conocido a grandes personalidades vascas. En 1955, con 17 años escuchó un discurso del lehendakari Aguirre en el centro vasco Laurac Bat. “Quedé impactado por su carisma y oratoria”, destaca y recuerda cómo también visitó la casa en Donibane Lohizune de Telesforo Monzón. “Me mostró la habitación donde fue velado el cuerpo de Aguirre tras aceptar la viuda del lehendakari que lo hiciese”.

Conoció, además, al lehendakari zarra, Leizaola, también en el Laurac Bat. “Me lo presentó mi mejor amigo aquí, Pedro María Irujo y volví a verlo en París, en la sede del Gobierno vasco. Poseía una erudición notable y una memoria fuera de lo común recitando a bertsolaris…”, Tambien ha podico conocer a los lehendakaris Garaikoetxea e Ibarretxe.

El matrimonio que se casó bajo las bombas perdió al marido en 1978 en Argentina. “Mi madre viuda, volvió a Euskadi. Habia jurado no hacerlo mientras Franco estuviera en el poder y lo hizo en 1980 y en 1981”, evoca. “Yo, mientras mi salud me lo permita quiero regresar a la patria de los vascos, por aquello de que el tronco vuelve al tronco y la raíz a la raíz”.