Enemigos unidos: Los Asua y los Martiartu de Erandio

Al igual que en la tragedia de Shakespeare ‘Romeo y Julieta’, en Erandio, en el siglo XVI, un matrimonio, el formado por Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu, acabó con años de conflictos entre los dos linajes

Un reportaje de Adrian Busto

LA tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta, haciendo spoiler, narra la historia de dos jóvenes enamorados que, a pesar de la rivalidad de sus familias, deciden casarse. Las dificultades vividas por la pareja provocaron que optaran por el suicidio antes que vivir separados. Pero la muerte de los dos jóvenes reconcilió a las dos familias. En Erandio y sin la carga romántica de la obra de Shakespeare también encontramos a un Romeo y una Julieta que con su matrimonio lograron reconciliar a sus familias de “igual nobleza” y “arrastradas por viejos odios”.

En 1561 se casaron Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu. Con este enlace se unieron los dos linajes más importantes y poderosos de Erandio, enfrentados durante la Edad Media y que con la pacificación del señorío y el fin de las guerras de bandos acabaron con años de conflictos para dar paso a la consolidación de su dominio y autoridad en esta anteiglesia y su entorno, principalmente en el Txorierri y la margen derecha de la ría.

Ermita de San Antonio de Martiartu (Erandio) construida en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu. Gorka Madariaga
Ermita de San Antonio de Martiartu (Erandio) construida en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu. Gorka Madariaga

El linaje de los Asua tenía su solar, su casa-torre, en el barrio de Asua, cerca del río homónimo y controlaban gran parte del transporte de la zona, que era una importante vía de comunicación entre las minas de hierro de Somorrostro y las ferrerías del interior de Bizkaia. Además, según la crónica de Lope García de Salazar, fue una de las familias fundadoras del templo de Andra Mari de Erandio. No obstante, las historias recogidas en el libro de Las Bienandanzas e Fortunas debemos tomarlas con cierta cautela, sobre todo las que se refieren a los orígenes de los linajes. No podemos olvidar que estas narraciones pretendían demostrar y recoger las hazañas de los antepasados -incluso inventándoselas- para legitimar el poder y el estatus de las principales familias del señorío.

La celebración del matrimonio sirvió para vincular las propiedades del linaje Asua. De este modo, desde 1561, todos los bienes que habían pertenecido a la familia quedaron protegidos por las leyes del mayorazgo y solo uno de los hijos pasaría a ser el heredero. Este vínculo o mayorazgo antepuso al primogénito frente a los segundones y a los hombres frente a las mujeres, pero no los excluía. El mayorazgo permitía mantener la propiedad unida, sin divisiones tras el fallecimiento del titular y al mismo tiempo protegía los bienes y el futuro del linaje.

Entre las propiedades de los Asua destacan la casa-torre, el patronato de la iglesia de San Juan de Sondika, varios molinos y casas (Uribe, Etxandia, Errenteria,…), tierras y robledales. Es, por tanto, un vínculo modesto, pero cargado de preeminencias y honores que les consolidaba en la cúspide social y económica del Txorierri. La familia residía en la torre de Asua y arrendaban el resto de caseríos, tierras y robledales.

El patronato de la iglesia les permitía captar el diezmo de los feligreses de Sondika y disfrutar de los honores y los derechos propios del patrón. En contrapartida, tenían que mantener el templo y asegurar el correcto funcionamiento de éste. Sin embargo, muchas veces estos patrones recogían (arrendaban) el diezmo y se olvidaban de sus obligaciones. La familia Asua se había deshecho en 1438 del patronato de la iglesia de Andra Mari de Erandio, vendiendo por 20.000 maravedís sus derechos a la familia Butrón. Todo parece indicar que las familias Asua y Aguirre -patrones diviseros- habían usurpado el patronato de la iglesia de Erandio y lo cedían casi gratuitamente al señor efectivo de la comarca. De este modo, se incrementaban las ya consolidadas relaciones entre la familia Asua y Butrón.

Los molinos y aceñas -destacan los de Axpulueta (Goikoa y Bekoa) y de Uribe en Loiu- fueron otra importante vía de captación de rentas. A través del arrendamiento y/o explotación de los molinos la familia Asua se aseguraba unos ingresos y además un cierto control sobre la población de Loiu.

El otro poderoso linaje de Erandio era el de Martiartu. Esta familia tenía su solar en Goierri, en la casa-torre de Martiartu y controlaba el valle del Gobela, donde logró aumentar su poder gracias a la unión con el vecino linaje de los Getxo. El matrimonio entre María López de Martiartu y Ochoa Ortíz de Getxo reunió las propiedades de ambas familias y a partir de ese momento tanto la torre de Getxo como la de Martiartu formaron parte de una misma herencia. No obstante la vinculación de los bienes no ocurrió hasta el siglo XVI, como en el caso de los Asua.

Además de las mencionadas torres, el linaje era propietario de varios caseríos (Goikoetxea, Kortina,…), molinos (Mimenaga, Errotabarria, Gobelerrota,…), tierras, vegas y eran patrones de la iglesia Andra Mari de Getxo. En la iglesia de Andra Mari de Erandio contaban además con importantes preeminencias y eran la familia con mayores derechos en el templo -incluso por delante de los patrones diviseros-. En 1526, la población de Leioa logró la “desanexión” religiosa y por ende política al dejar de depender de la iglesia de Andra Mari de Erandio. La casa de Butrón que era la propietaria de los diezmos y beneficios cedió la mitad de los frutos a la familia de Martiatu y Getxo convirtiéndoles en copatronos de la iglesia de San Juan de Leioa.

Por tanto, las dos familias, Asua y Martiartu aseguraron con los mayorazgos sus bienes y consolidaron y perpetuaron su dominio y poder sobre el resto de la comunidad. Ambas familias ejercieron diferentes cargos públicos e intentaron captar las rentas de sus convecinos. No obstante, antes de aliarse y unir fuerzas los dos linajes se enfrentaron durante gran parte de la Baja Edad Media.

En el marco de la crisis bajomedival y durante las guerras de bandos, tanto el linaje de los Asua como el de los Martiartu estaban bajo la órbita de la importante casa de los Butrón, en lo que se puede denominar bando oñacino. Sin embargo, y a pesar de estar relacionados y emparentados mediante lazos matrimoniales con la familia Butrón y pertenecer al mismo “grupo” sus enfrentamientos eran constantes y habituales. El control del entorno de Erandio y demostrar el “mas valer”, con toda probabilidad, fueron las principales causas de su enemistad. La rivalidad quedó materializada en diferentes batallas y peleas que enfrentaron a distintos miembros de las familias y de sus clientelas.

Desde finales del siglo XV fueron dando diferentes pasos para repartirse el poder de la anteiglesia y mejorar sus relacionales. Sin embargo, no es hasta 1561 con el enlace entre Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu cuando realmente fortalecen y afianzan su alianza. Para entonces los enfrentamientos habían desaparecido y las rivalidades habían quedado institucionalizadas, además, mediante la difusión de las ideas igualitaristas y la promulgación del Fuero Nuevo, los privilegios de los Parientes Mayores se habían reducido. Los dos linajes encontraron en la unión matrimonial la vía para consolidar su poder y poner fin a siglos de enemistad.

Sin embargo, este matrimonio no tenía como objetivo -al menos a priori- unir los bienes de las familias, ya que Águeda no era la primogénita. En el momento del enlace Águeda tenía una hermana mayor, Francisca y otra menor e ilegítima, María López. Su hermana mayor era la heredera de los bienes de la familia Getxo y Martiartu y se casó con Ordoño de Zamudio y Zugasti. De este matrimonio nacieron Gerónimo, que tuvo una hija natural -se casó con Álvaro de Mendoza y Sotomayor, señor de Villagarcía-, y Antonia que casó con el contador Ochoa de Urkiza y no tuvieron descendencia. Mientras que vivieron los miembros de esta rama familiar disfrutaron de los bienes de Getxo y Martiartu. Pero, la falta de sucesión benefició a los descendientes del matrimonio de Ochoa Ortiz de Asua y Águeda de Getxo y Martiartu.

Los descendientes de la hermana menor e ilegitima -que se había casado con Ochoa Ortiz de Basagoiti- no se resignaron a aceptar que sus parientes heredasen los bienes que habían disfrutado hasta entonces los Zamudio-Getxo y Martiartu y comenzaron un largo litigio que terminaría dando la razón a los sucesores de los Asua. De este modo, gracias a la extinción de la rama de Francisca y a la justicia, que dio sentencia favorable para los Asua, los mayorazgos de los Martiartu y los Asua se unían en un mismo titular, reuniendo los bienes de los dos grandes linajes medievales erandioztarras.

Proceso judicial El largo proceso judicial iniciado por los Basagoiti y Sopelana retrasó la toma de posesión efectiva de los mayorazgos por parte de la familia Asua, Getxo y Martiartu. Sin embargo, desde que se extinguió la rama de los Zamudio pudieron disfrutar de esos vínculos y aprovechar en su beneficio los derechos inherentes a ellos. Ejemplo de esta situación encontramos en la ermita de San Antonio de Martiartu construido en 1658 por Diego de Asua, Getxo y Martiartu y por entonces Diputado del señorío. Pero cuando la familia logró la sentencia favorable para suceder en los mayorazgos, los titulares habían emparentado con otras familias del señorío y formaban parte de un entramado más amplio a cuyo frente encontramos al marquesado de Villarías.

En resumen, la unión entre los dos grandes linajes y enemigos de Erandio ocurrió en 1561, sin embargo las propiedades y sus derechos inmateriales y simbólicos no se aunaron hasta la extinción de la rama Zamudio-Martiartu. En el Antiguo Régimen emparentaron con otras familias, vínculos y mayorazgos del señorío, pero los mantuvieron unidos hasta que las leyes desamortizadoras permitieron a sus titulares, y para entonces propietarios, disfrutar libremente de los bienes y ponerlos a la venta. Los patronatos desaparecieron y los bienes dejaron de estar protegidos por las leyes de los mayorazgos. Desde finales del siglo XIX los marqueses de Villarías comenzaron a desprenderse paulatinamente de estos bienes.