Los vascos de la Primera Guerra Mundial

El pasado lunes se cumplió un siglo del comienzo de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, en la que los vascos también participaron y, a veces, desertaron

Un reportaje de Iban Gorriti

LA Primera Guerra Mundial también afectó a un buen puñado de familias vascas. El saldo de la contienda arroja 6.000 muertos, una larga lista de desaparecidos, y miles de heridos vascos de Iparralde y algunos contados enrolados al conflicto desde Hegoalde. Los investigadores disparan que 2.000 de los fallecidos fueron naturales de la provincia de Lapurdi. Además, hay autores que aseguran que hubo un tema tabú para los historiadores franceses: los insumisos y los desertores. Apuntan que, de los 8,5 millones de franceses movilizados, un 2% de deserciones provino del departamento fronterizo del sur del Estado. “Esta insumisión, que es ante todo un fenómeno pirenaico, tiene, empero, un carácter vasco”, valoraba Jacques Garat en el suplemento Aburu de Enbata y traducido en la revista Muga en 1982.

Se calcula que unos 6.000 vascos murieron en la Gran Guerra. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Se calcula que unos 6.000 vascos murieron en la Gran Guerra. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.

El periodista labortano Eneko Bidegain (Baiona, 1975) cita en sus estudios que se envió a filas a vascos de entre 18 y 49 años. Su origen y destino fue el Regimiento 49 de Baiona, así como el Regimiento 18 de Pau. Los primeros en ir a la guerra lo hicieron el 7 de agosto. Cruzaron el callejero de Baiona hacia la estación del ferrocarril. En tres días, un total de 25.000 soldados partieron de Iparralde a la Gran Guerra. Del Bajo Pirineo, se estima que fueron 45.000.

En la línea del frente también hubo soldados de Hegoalde. Algunos investigadores estiman que fueron entre 200 y 300. El escritor catalán Ricard de Vargas-Golarons cita por ejemplo a dos jóvenes que provenían de Arrigorriaga: Francisco Beaskoetxea y José Perone-lle. Al parecer, se sumaron a la legión extranjera a través del partido Unió Catalanista.

Otras estadísticas apuntan a que la tercera parte de los vascos muertos durante la Primera Guerra Mundial perdieron la vida en la Batalla de Verdún, la más larga de este episodio histórico en el que se enfrentaron la denominada Triple Alianza contra la Triple Entente. La primera estuvo formada por las Potencias Centrales: el Imperio alemán y Austria-Hungría. Italia, que había sido miembro de la Triple Alianza junto con Alemania y Austria-Hungría, no se unió a las Potencias Centrales, ya que Austria, en contra de los términos pactados, fue la nación agresora que desencadenó el conflicto, además del asesinato del archiduque Fernando.

La Triple Entente la formaron el Reino Unido, Francia y el Imperio Ruso. Más adelante, Italia, Japón y Estados Unidos se unieron a la Triple Entente, mientras el Imperio Otomano y Bulgaria se unieron a la Triple Alianza. El Estado español se posicionó neutral, aunque no lo fue para proveer armas, como se hizo desde Eibar y Gernika-Lumo, por ejemplo. La industria vasca de armamento registró unas cifras de producción y venta no conocidas hasta la fecha. El gremio necesitó más mano de obra para abastecer a la Gran Guerra. El aumento también se dio, aunque según especialistas consultados en menor medida, en las explotaciones mineras, así como en las de barcos mercantiles.

Quien llegara a ser la primera consejera del Departamento de Economía y Planificación del Gobierno vasco, Milagros García Crespo, es taxativa en su análisis sobre la repercusión de esta ofensiva internacional. Lo escribió bajo el título Un modelo económico diferente: “La primera Guerra Mundial situó al País Vasco como la región industrial más avanzada de España, completando el proceso puesto en marcha con el sector metalúrgico a finales del siglo XIX e impulsado a principios de siglo por un fuerte sector bancario. La reacción proteccionista se produjo a partir de 1919 y no antes, porque la guerra permitió la exportación a gran escala y redujo a niveles mínimos las importaciones. La articulación del proteccionismo supuso un trato favorable para la industria vasca, siendo el centralismo el precio pagado por la protección y la reserva del mercado interior para la producción propia, la cual terminó por ser incapaz de competir en los mercados internacionales”.

Franquismo

García Crespo lleva sus conclusiones incluso al final de la Guerra Civil. Así, estima que durante los veinte años de autarquía, desde 1939 hasta 1959, el fuerte intervencionismo del Estado utilizó el proceso de sustitución de importaciones y la reserva de mercado para la protección de la industria estatal, “intensificándose la falta de competitividad”. Bizkaia y Gipuzkoa habían sido consideradas por los franquistas como “provincias traidoras”. Por ello “sufrieron intentos discriminadores sobre su industria. Así se deduce del análisis de los criterios restrictivos seguidos en la concesión de autorizaciones para la creación y ampliación de empresas en el País Vasco. Los intentos discriminatorios tuvieron escasas consecuencias porque, al ser la creación de focos industriales alternativos un proceso lento, resultó imprescindible fomentar la producción”.