Los hijos de la Nación vascongada: La Hermandad de Arantzazu en Lima

La Hermandad que los vascos constituyeron en Lima en 1612 se convirtió en una referencia para el resto de personas llegadas desde Euskal Herria al Nuevo Mundo, siempre con la figura de la Virgen de Arantzazu como eje aglutinador.

Un reportaje de Luis Javier Pérez

Cuando el 13 de febrero de 1612 se reunieron en Lima un grupo de vascos decididos a poner en marcha una hermandad que agrupara a los hijos de la nación vascongada que vivían en aquella plaza, seguro que no eran conscientes de que estaban empezando a escribir una página fundamental de la historia de su Pueblo.

Basílica y convento de San Francisco en Lima, sede de la capilla y la bóveda de la Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu. Foto: Bruno Locatelli

Aquellos 105 vascos (49 de Bizkaia, 35 de Gipuzkoa, 9 de Nafarroa, 7 de Araba y 5 de las Cuatro Villas) constituyeron una organización soberana que acogía a alaveses, vizcainos, guipuzcoanos y navarros, junto con originarios de la Cuatro Villas (San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro Urdiales). Su objetivo era el de atender a las necesidades materiales y espirituales de sus compatriotas. Y lo hicieron como hermanos, como iguales, y como miembros de una misma nación, la vascongada.

La ciudad de Lima había sido fundada menos de un siglo antes, un 18 de enero de 1535. La comunidad vasca se había ido asentando y consiguiendo una posición predominante, como en el resto de la América colonial y nació entre ellos la idea de que era necesaria una organización que les estructurara y que defendiera sus intereses. Escogieron la fórmula de Hermandad, una organización que sin abandonar una clara misión religiosa, tenía como objetivo clave el apoyo mutuo entre sus miembros. Apoyo que también se extendía a todos los miembros de la nación vascongada que estando en Lima, tuviesen alguna necesidad.

La Hermandad se ideó con una característica que es esencial: era una organización que no dependía ni de la Iglesia ni de las autoridades civiles. Fue creada para gobernarse a sí misma y para depender solo de la decisión y voluntad de sus miembros. Además, guardaba unos principios democráticos poco habituales en la época basados en las estructuras de decisión propias del país. Una forma de organizarse que lo impregnaba todo en la tradición vasca: el sistema foral, las reuniones de los vecinos de los municipios vascos a las puertas de las iglesias donde se trataban los temas comunes, o el auzolan donde todos colaboraban para atender las necesidades comunes. Todas esas tradiciones de gobierno comunitario marcaron su forma de organizarse y gobernarse.

Los vascos-vizcainos-vascongados-cántabros (diferentes formas de denominar a los miembros de esta comunidad nacional en aquella época) en América, eran una clara minoría con unas características sociales y económicas muy específicas, y eso fue también una de las razones que les impulsó a organizarse. Lo que ocurrió pocos años después en Potosí, la Guerra Vasco-Vicuña de 1622, demostró que esa auto-organización era una necesidad.

La Andra Mari de Arantzazu Un elemento clave de toda esta estructura asociativa vasca en América es la preponderancia de la advocación de estas cofradías y hermandades a la Virgen de Arantzazu. Hay profundas razones que lo explican.

En primer lugar, la aparición de la figura de la Virgen a mediados del siglo XV en mitad del monte tuvo una gran repercusión en el país, que se encontraba destrozado por la guerra de bandos y la sequía. Esto fue visto como una señal por parte de un pueblo cansado de los asaltos, las batallas, el pillaje y los robos a cargo de una nobleza local. Desde sus inicios, el Santuario fue un centro de peregrinaciones y de devoción para vascos de todos los territorios peninsulares (no es desdeñable la ubicación centrada de este santuario con respecto a los cuatro territorios).

Por otra parte, los vascos de Lima continuaban con la tradición tan propia del País de organizarse en hermandades y cofradías, bajo la advocación de la Virgen, que se convirtieron en importantes herramientas de la sociedad vasca de la época para parar los desmanes de los clanes banderizos.

Eso no fue una excepción en América, como explicó Miguel Irízar Campos C.P. (Padre pasionista, una orden de profunda raigambre vasca, y obispo emérito de la Diócesis del Callao), en su homilía en la misa del 400 aniversario de la constitución de esta hermandad:

Los vascos, al asentarse en las principales ciudades del Nuevo Mundo, se asociaron entre sí en hermandades y cofradías dedicadas precisamente a Nuestra Señora de Arantzazu. Es éste un hecho significativo, pues revela que la devoción a la Andra Mari gipuzkoana no solo se había propagado a lo ancho y largo de Euskal Herria, sino que también había llegado a ser un signo religioso de tal relieve en la conciencia del vasco, que fue capaz de representar sus aspiraciones más profundas en lo que se refiere a su identidad étnica y solidaridad cristiana al aunarse con sus hermanos de América Latina.

La Hermandad de Nuestra Señora de Arantzazu de Lima fue un referente y una guía para este proceso. Inspiró a los vascos del resto de la América colonial y su modelo, con adaptaciones locales, fue la guía para otras agrupaciones, como las de Santiago de Chile o de México.

El punto de encuentro y el eje de esta Hermandad en Lima se encontraba en la Iglesia de San Francisco (a cargo de los Franciscanos). En concreto adquirieron una capilla y una bóveda sepulcral, que se convirtieron en el corazón de esta comunidad.

La figura de la Andra Mari que ocupa el lugar de honor del retablo de esta capilla es una copia de la que fue coronada en 1646 y que fue destruida, como todo el retablo, en un terremoto. La actual es de 1911 y en estos momentos necesita ser sometida a una profunda restauración en la que, seguro, que algunos vascos de la ciudad tendrán un papel fundamental.

La crisis de la Hermandad La época más dura se inicia en el siglo XIX. La bóveda, un elemento fundamental y de un profundo valor simbólico, fue clausurada en 1808 debido al ordenamiento que prohibía los enterramientos dentro de las iglesias y las ciudades.

José de la Puente Brunke (director del Instituto Rivas Agüero) relata cómo fue ese momento:

Siguiendo tales disposiciones, los mayordomos de la Hermandad retiraron una lápida de bronce que tenía allí más de un siglo -se había instalado en 1693-, en la cual aparecía la siguiente inscripción: ‘Aquí yacen los muy nobles y muy leales hijos y descendientes de la Provincia de Cantabria’. (…) en el mismo documento se señalan una serie de precisas instrucciones para quienes en el futuro quisieran reabrir la bóveda (…) ‘Esta explicación y noticia se pone aquí para los venideros (…); en caso necesario es fácil quitarla y dar entrada a la bóveda’. Todo indica, en efecto, que la clausura de la bóveda sepulcral de la capilla de la Hermandad se realizó con gran pesar por los miembros de la misma, quienes de algún modo mostraron su deseo de que en el futuro pudiera ser reabierta.

Dicho pesar puede percibirse en la documentación de la Hermandad, al aludirse a los nichos que se reservaron en el Cementerio General: Para reparar en algún modo la falta de la bóveda de Aránzazu en su capilla, se han tomado en el camposanto (…) nichos que están distinguidos con la inscripción de pertenecer a la Ilustre Hermandad de Nuestra Señora de Aránzazu.

El otro gran golpe que sufrió la Hermandad fue en 1865: la decisión de su nacionalización por parte del Gobierno del coronel Prado. Los bienes y la documentación de la agrupación limense fueron requisados y trasladados a la administración de la Beneficencia pública de Lima.

Su renacimiento Esto, que parecía el final de la historia, no fue otra cosa que un punto y aparte. Las instituciones vascas tienen una inmensa capacidad de resiliencia, una capacidad extraordinaria de superar las dificultades y sobrevivir a las situaciones más traumáticas.

El espíritu que había impulsado a aquellos vascos a fundar la Hermandad seguía vivo a pesar del golpe que significó la intervención del Gobierno en 1865. Un grupo de miembros deciden mantener su idea y su espíritu, reuniéndose en el Club Nacional de Lima (fundado en 1855). Fueron ellos los que en 1912, conmemoraron el 300 aniversario.

Cien años después, también un 13 de febrero y también en el Club Nacional de Lima, se crea Arantzazuko Euzko Etxea de Lima. Una asociación cultural que tenía el objetivo inicial de conmemorar los 400 años de la Hermandad. Un vasto proyecto impulsado, y financiado, por Julio Pablo Bazán, fallecido hace un año, que asumió la ingente labor de recuperación de todo el legado de esta institución y de las instituciones hermanas creadas en otras poblaciones americanas.

Para este aniversario se organizó un acto académico en el Instituto Riva-Agüero de la capital peruana, consistente en unas conferencias a cargo de José La Puente Brunke, Oscar Álvarez Gila, Elena Sánchez de Madariaga, Elisa Luque Alcaide y Diego Lévano Medina.

Además de los actos académicos y religiosos propios de una conmemoración de esta importancia, hubo un acto lleno de profundo simbolismo, que se repite allá donde un grupo de vascos se organiza: la plantación de un retoño del Árbol de Gernika. La sombra de este roble, símbolo de las Libertades Vascas y de las Libertades de los Vascos, ha ido extendiéndose por el mundo, a través de sus vástagos, cumpliendo la misión que el bardo Iparraguirre recogió en su Gernikako Arbola: Eman ta zabal zazu munduan frutua.

En este acto, además, el simbolismo era doble. El retoño del Árbol sagrado fue enviado desde Santiago de Chile -la sede de una de las hermandades de Arantzazu-, por la Eusko Etxea de aquella ciudad. Para los vascos de Chile aquel año fue muy especial. No solo colaboraron de una forma directa en conmemorar los 400 años de la institución peruana, sino que también celebraron el centenario de la fundación del Centro Vasco de Santiago. Desde ese momento esta Hermandad y la Euzko Etxea que de ella ha emanado, mantienen una significativa actividad.

Como corolario de toda esta historia, se puede resaltar la fuerza y el vigor que la comunidad de vasco-descendientes conserva en todo el mundo. Hay algo mágico, profundo, en ese compromiso que se mantiene a través de los años y de los siglos, por mantener vivas y fuertes las raíces que les unen a su historia y a sus orígenes. Ellos son una parte fundamental, clave, de nuestra Nación.