Por Andrés Iñigo
LA onomástica es la ciencia que trata de los nombres, tanto de los antropónimos (nombres de pila, apellidos…), como de los topónimos (nombres de pueblos, montes, ríos… de lugares en general). Conviene recordar que en el caso de la lengua vasca los antropónimos y los topónimos son el testimonio más antiguo que tenemos, varios siglos anteriores a la aparición de los textos y libros escritos en euskera. Son, además, el único vestigio que queda del pasado euskaldun de una buena parte de Euskal Herria. De ahí la importancia de su conocimiento, estudio y recuperación.
Como es bien sabido, el euskera, a pesar de ser una lengua tan antigua, no ha tenido el reconocimiento de lengua oficial hasta hace tres décadas. Este hecho ha sido la causa de que muchos nombres hayan quedado ocultos durante siglos, bien porque no fueron transmitidos, o porque no eran autorizados para su uso por las legislaciones civiles o religiosas. Tal es el caso de muchos nombres de pila. Por ejemplo, nuestros padres y abuelos podían llamarse Katalin, Kontxesi, Patxi o Peru, pero en los registros figuraban como Catalina, Concepción, Francisco o Pedro y, por supuesto, en ningún caso se podían registrar nombres hoy tan normales como Unai, Leire, Oier, Amaia o Ainhoa.
los apellidos Los apellidos sí han sido transmitidos, pero en la mayoría de los casos fueron acomodados a la grafía de la lengua oficial, tal como Echeverría, Oyarzábal, Recalde o Verástegui, en lugar de Etxeberria, Oiartzabal, Errekalde o Berastegi. En otros casos, fueron distorsionados o deformados por desconocimiento de la lengua o simple dejadez de los escribanos de turno, tal como lo testimonian, por ejemplo, los que fueron transcritos bajo las formas Cenique, Chandia, Zorriqueta y De la Mesqueta, correspondientes a Etxenike, Etxandia, Sorregieta y Amezketa.
En el caso de los topónimos, unos se han transmitido y otros no. En muchos de los que se han transmitido, sus formas originarias, al igual que en los apellidos, han llegado hasta nosotros un tanto distorsionadas. En la transmisión escrita, por una parte, ha sido habitual la imposición de la forma y grafía castellana, como Aramayona, Elanchove, Yanci o Fuenterrabía en lugar de Aramaio, Elantxobe, Igan-tzi y Hondarribia. Tal es también el caso de los nombres de los tres territorios de la Comunidad Autónoma Vasca recientemente reconocidos -que no cambiados- en su grafía eusquérica en el ámbito oficial: Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Por otra parte, debido al retroceso territorial del euskera y a causas de otra índole, especialmente en el campo de la toponimia menor, se ha realizado la traducción al castellano de algunos nombres de origen eusquérico (Putzueta como Las Pozas, Bortziriak o Bortzerriak como Cinco Villas…) o la sustitución de otros (la sierra de Beriain por San Donato, Arana por La Rana, Muru Artederreta por Muruarte de Reta, Olabarrieta por Barrietas, Arluzea por La Rusia…). En la transmisión oral a lo largo de las generaciones se ha producido el fenómeno habitual de la deformación y reducción del nombre originario, tal como Izal en lugar de Irazabal, Arzua por Arzubiaga, Artxea por Arretxea, Ieso por Igerasoro, Itturna por Iturrarana…
Pero hay muchos topónimos que con el paso del tiempo han quedado enterrados y totalmente olvidados. Para cerciorarse de esto basta con analizar los trabajos exhaustivos de toponimia menor que se han llevado a cabo en muchos pueblos. Nos encontramos con que más o menos la mitad de los topónimos obtenidos en la documentación del propio pueblo son nombres absolutamente desconocidos incluso para las personas mayores, agricultores, ganaderos y pastores que han vivido en contacto directo con su territorio. Se trata de un patrimonio que de no recuperarlo a tiempo pasa al olvido definitivo.
Recuperación Tanto para el rescate de nombres ya en el olvido como para la recuperación de las formas originarias, resulta imprescindible investigar, en la medida de lo posible, la documentación antigua y, en el caso de la toponimia actual, recoger los testimonios vivos que permanecen en la memoria de las personas mayores.
Euskaltzaindia fue consciente desde su nacimiento de la importancia de investigar el campo de la onomástica, con el fin de recuperar su amplio caudal histórico y proceder a escribir los nombres en la forma adecuada para su uso correcto. Aquel deseo inicial tardó en plasmarse y los primeros frutos comenzaron a aparecer, en forma de nomenclátores, en la década de los setenta. Cabe destacar, por una parte, los de los nombres de pila, realizados bajo la dirección de José María Satrustegi, y publicados en los años 1972, 1977 y 1983 respectivamente, el último de los cuales incluía unos 1.850 nombres. Si importante fue su edición, más lo fue aún su aceptación social, dado que en pocos años llegó a darse un vuelco espectacular en los nombres impuestos a los recién nacidos, debido también a que el cambio de la legislación abrió la vía Sigue leyendo La onomástica del euskera: recuperar la memoria de los nombres