Paulo Pinaga fue uno de los sacerdotes vascos que sufrió persecución y exilio por los franquistas; una carta a su primo Antonio describe muy bien lo padecido durante aquellos duros años
Un reportaje de Mikel Magunazelaia Pinaga
al estallar la Guerra Civil, el clero vasco se posicionó mayoritariamente a favor de las autoridades vascas y del Gobierno de Euzkadi. Tal y como señala Euzko Apaiz Taldea en su libro En la Persecución, el clero vasco tomó la decisión histórica de luchar junto a su Pueblo por la libertad, la democracia y su desarrollo cultural. Muchos de aquellos religiosos, organizados en el Cuerpo de Capellanes del Ejército de Euzkadi, estuvieron en primera línea del frente acompañando espiritualmente a los gudaris. Como señalaban ellos mismos en la revista Anayak: Nosotros, sacerdotes vascos, hemos estado al lado del pueblo en los momentos más trágicos de su vida, los días de guerra y los del exilio. Nuestras manos jamás han portado armas mortíferas… El Cuerpo de Capellanes hemos llevado a las trincheras el sentimiento cristiano y a los hospitales el consuelo de la Fe.
Con el devenir de la guerra, las tropas sublevadas avanzaron en territorio vasco, y saciaron su sed de venganza con el enemigo. Así, fusilaron a 17 sacerdotes durante la contienda, otros dos (Jon Izarrategui y Félix de La Huerta) murieron en la cárcel, mientras que otros 200 sacerdotes (aproximadamente) fueron juzgados en los consejos de guerra. Por último, entre 800 y 1.000 sacerdotes vascos tuvieron que huir al exilio. Entre ellos, el sacerdote Paulo Pinaga.
Paulo Pinaga Foruria había nacido el 3 de junio de 1882 en el caserío Azkona de Forua y creció en el seno de una familia nacionalista. Era el segundo hijo de Agapito Pinaga y Amalia Foruria, y lo bautizaron en la parroquia de San Martin de Tours de su localidad natal. Se ordenó sacerdote y llegó a ser párroco de Gautegiz-Arteaga.
Declarado nacionalista, participó activamente en la organización municipal del PNV de su localidad durante la Segunda República. Su colaboración pública en las colectas promovidas por los jeltzales con el fin de sufragar gastos de los enjuiciados nacionalistas, son buena prueba de ello.
Durante la guerra, Paulo Pinaga colaboró con las autoridades políticas y religiosas de Forua a fin de habilitar el Convento de los Padres Franciscanos y el hospital-asilo Calabria como lugares de asilo para los cientos de refugiados expulsados y obligados a abandonar sus hogares, la gran mayoría, mujeres y niños. Ante la caída inminente, Forua dejó de ser un pueblo de acogida a refugiados para convertirse en un pueblo que perdió muchos de sus hijos en el exilio, entre ellos, el alcalde del PNV José Ortuzar, la presidenta de Emakume Abertzale Batza, Juana Beaskoetxea, o el mismo Paulo Pinaga. Todos ellos debieron abandonar su familia, su caserío, su pueblo y su patria, dejando atrás todo aquello que amaban, para emprender un viaje sin retorno, hacia un exilio interminable.
Como muchos vascos, Paulo comenzó una nueva vida en Bélgica. Sus familiares aún conservamos con mimo un emocionante mensaje escrito por su puño y letra. En esta carta enviada a su primo Antonio desde la ciudad de Lier en 1939, Paulo narra la heroica resistencia de una familia, un pueblo y un país.
Lier 22 Junio 1939
Sr. D. Antonio de Pinaga
Querido primo: uno de estos días me han entregado una especie de anuncio de la casa en la que; sin duda prestas tus servicios, con tu firma a lápiz en el respaldo. No te puedes imaginar lo que me alegró esta simple diligencia tuya, cuando llegó a mis manos.
Solo veía tu nombre, pero junto a este nombre veía todo lo que pasó en el corto tiempo (¿o años?) que estuviste en nuestro lado, durante tu infancia junto con tu hermanito el buen Juan Tomas (q.e.d.) ¡Qué años aquellos al lado de estos que vamos pasando…!
Te acuerdas del talo, que: ‘¿Mira, tía, que yo no puedo comer el talo…’?; y de aquel día que te di dos ‘tortas’ en el cogote, porque, estando yo subido al peral, me apedreaste desde la puerta y seguiste apedreándome, a pesar de mis riñas, ruegos y amenazas hasta que bajé y, alcanzándote en la plaza, te pegué? Ya me perdonarás ¿eh? No solo me perdonarás, sino creo que te alegrarás del recuerdo de esa pequeña travesura y su consecuencia.
Ahora aquí me tienes en esta Bélgica, que nos ha acogido con cariño, viviendo de la caridad que sus católicos tienen con nosotros los refugiados vascos. Aquí llegamos después de haber visto la destrucción total de tu villa natal (no sé cómo quedó tu casa), de haber visto defender, como bravos leones, palmo a palmo, el suelo patrio a nuestros gudaris, sin más armas que la fusilería, ametralladoras y su coraje, contra un ejército, dos veces superior en número, compuesto de alemanes, italianos, moros, legionarios, requetés y españoles, con 1000 cañones y 300 aviones, además de innumerables carros de asalto, todo lo más moderno, y dirigido por técnicos alemanes. ¡Que bravo es nuestro muchacho! Hoy tenemos noticias directas de allá, sabemos que durante la batalla de Sollube – Bizcargui, que duró un mes, el Estado Mayor de Franco, que precisamente estaba instalado en la casa de un pariente nuestro en Murueta, dijo en cierta ocasión: ‘¡Qué bravos son estos ‘gudaris’ vascos! Ni la aviación ni la artillería son capaces de desalojarlos de sus parapetos. Cuando creemos que a fuerza de vomitar plomo y metralla, no puede haber bicho con vida y nos lanzamos al asalto, surge el ‘gudari’ con su ametralladora y nos barre filas y más filas de lo mejor de nuestro ejército. Si esos tuviesen un poco de aviación nos barrerían por completo… pero ¡ya lo pagarán!’
Y hoy lo están pagando bien cara aquella su no ignorada valentía, digna de admiración y respeto de los mismos adversarios, si estos fueran caballeros, pero… Hoy la mayor parte de aquellos valientes se están muriendo de miseria, inanición, tuberculosis, ¡hambre! Recluidos y hacinados, como sardinas en banasta, en inundados calabozos, sin ropa, sin luz, sin comida… y no hay en el mundo una nación tan noble que se atreva a protestar de este crimen de lesa humanidad. ¡Ni una nación noble y caballeresca en el mundo! ¡Qué vergüenza! Y para disimular hablan de ¡Comunismo!
Porque, has de saber, que nuestro ejército, fuerte aún de 35000 hombres, cuando llegó en retirada heroica a los límites de Bizkaya, no quiso unirse al español, porque su causa no le importaba y se entregó al general italiano, bajo palabra de honor, de que se les respetaría la vida y los bienes; y seria pasado a Francia. Pero, después de tres meses de espera, entre Castro-Urdiales y Santoña, donde se concentraron, el italiano hizo traición a su palabra y los entregó a Franco, para que este, después de fusilar a muchos, vaya matándolos poco a poco, de miseria y de hambre. ¡Pobre juventud nuestra! ¡Qué pena me da! Hoy hay todavía de Bizcaya y Guipuzkoa 41000 presos, militares y civiles, hombres y mujeres, son prisioneros; y, 87 sacerdotes.
Hoy el Colegio de los P.P. Agustinos está convertido en hospital de prisioneros y, según nos dice uno que acaba de llegar de Murueta, son muchos los que mueren todos los días y son enterrados en una pieza, al lado de cementerio de Guernica. Esta villa la han querido reedificar o hacer que la reedificaban, pero, al ver el número tan crecido de cadáveres que en completa descomposición salían por todas partes, tuvieron que desistir de la empresa. Todos los nacionalistas vascos tienen requisados las huertas y además son asados a multas por cualquier nimiedad.
Mi hermano mayor Santiago fue fusilado por el enorme delito de haber formado parte de la ‘Comisión de Rentas Requisadas’ por el Gobierno Vasco y con él sus dos compañeros de comisión. Clara, la hermana después de haber perdido el hijo mayor, de 20 años de edad en Peña-Lemona, está refugiada en Pamplona (Navarra) donde perdió el segundo hijo, en el cuartel de Estella, de Apendicitis, no interviniendo a tiempo. Allá está la pobre sirviendo en casa de un señor, justamente con su hija, única, y su marido que trabaja en una pastelería, teniendo en Fórua la hermosa propiedad requisada por el Gobierno-Franco. ¿El delito? El haber trabajado contra los monárquicos en las últimas elecciones y haber cedido un local de su casa para centro nacionalista. ¡Qué barbaridad! ¿Verdad? Epifanio escapado en Cuba; yo huido aquí, y el padre, anciano de 86 años, solito en Forua, sin permiso para poder habitar en casa de la hija ni en la mía de Arteaga. ¡Vaya sentimientos cristianos los de estos romanos apostólicos! ¡Vaya piedad!; y sobre todo; ¡Vaya justicia! Yo salí para el extranjero, después de haber asistido a la caída de Bilbao, previas unas batallas, más que épicas, en Archanda y otros puntos cercanos. En espera de barco para Francia estuvimos 37 curas, refugiados en un barco. En la bahía de Santoña y avisado el ‘Cervera’, de nuestra estancia allá, nos bombardeó, disparando hasta 21 cañonazos de grueso calibre, que produjeron abordo un muerto y cuatro heridos entre los marinos. Yo me salvé saltando al agua y pasando la bahía a nado, entre peces que salían a flote muertas por la acción de la trilita de los obuses que caían alrededor. Pero salí.
Ahora, esperar la marcha de las cosas de España y ver cuando se prepara el ‘horno para bollos’, porque por ahora está demasiado caliente. Agur querido y que tengas mucha suerte,
Tu primo que te abraza,
Paulo Pinaga.
En esta carta que resume penurias y tristezas que nunca se pudieron haber imaginado antes de que sucedieran, Paulo Pinaga demostraba el mismo espíritu que expresara el lehendakari Aguirre al tener que abandonar el País Vasco en su Manifiesto de Truzios: “El territorio habrá sido conquistado; el alma del Pueblo Vasco, no; no lo será jamás”.