Franco inauguró en 1955 la vía de ferrocarril construida por ‘libertos’ del dictador procedentes de diferentes lugares de España. Algunos se quedaron
Un reportaje de Iban Gorriti
el próximo año se cumplirán 65 años de la llegada del ferrocarril a Bermeo gracias al trabajo de esclavos de Franco de la Guerra Civil, a quienes nadie nunca ha reconocido lo suficiente esta labor, como no lo hizo el dictador el día de la inauguración de la vía el 16 de agosto de 1955.
Entre aquellos presos había un grupo denominado libertos, algunos de ellos vascos. El director del Museo Vasco del Ferrocarril de Azpeitia, Juanjo Olaizola, los define como “antiguos presos que, al ser condenados a destierro y no poder, por tanto, regresar a su tierra natal, optaron por continuar trabajando en sus antiguos puestos”. El investigador hace un paralelismo con los trabajos forzados del Valle de los Caídos de Madrid. “También allí hubo libertos que tenían que seguir picando piedra para ganarse la vida. No tenían otro recurso, porque no podían volver a su pueblo por ser declarados peligrosos y estar en libertad provisional”, subraya.
Aunque para algunos eran anónimos, aquellos libertos de Busturialdea tienen nombre y apellido. Es el caso de Antonio Jiménez Navarro, padre del reconocido escritor de Mundaka Edorta Jiménez, y también José Martos Justicia, Manuel Miguel Pastor Escribano o Miguel Martínez Márquez. Los tres primeros de Jaén, y el cuarto de Málaga.
Antes de conocer pinceladas de la vida de Jiménez, Olaizola precisa a este diario que la mano de obra de presos y penados interviene en el ferrocarril de Amorebieta a Bermeo en dos etapas diferenciadas. La primera, tras de la caída de Gernika en manos del ejército golpista que había provocado la Guerra Civil. Este periodo se prolongaría hasta 1945. La segunda, desde la creación del destacamento penitenciario de Bermeo el 21 de enero de 1953, hasta su disolución el 30 de mayo de 1958. “En la primera etapa -matiza el investigador-, la inmensa mayoría de los penados eran represaliados republicanos, gudaris, milicianos y soldados, mientras que en la segunda eran principalmente presos condenados por delitos comunes”.
También hubo, como curiosidad, un comandante acusado de un delito de “fraude a la intendencia militar”, y cuatro guardias civiles que fueron condenados en Consejo de Guerra el 5 de junio de 1955 por quebrantamiento de consigna y cohecho, en un caso de contrabando de diversos materiales.
Aunque los libertos eran en principio trabajadores libres, continuaron sujetos a la disciplina militar de los destacamentos de trabajadores de los que seguían formando parte, siempre bajo la amenaza de que cualquier denuncia podría quebrar su régimen de libertad condicional. “Muchos de ellos, al no disponer de un domicilio, establecieron su residencia provisional en las propias dependencias del centro de reclusión, situado en la calle de los Tilos, en el antiguo colegio de los Agustinos. Incluso los habitantes de la comarca difícilmente distinguían entre penados y libertos”, matiza Olaizola.
Finalizada la reconstrucción de Gernika, los libertos continuaron trabajando en diversas obras realizadas en la comarca, como en la construcción del ferrocarril entre Sukarrieta (hoy Busturia-Itsasbegi) y Bermeo. De aquel grupo, Olaizola halló hace quince años certificados en el Centro Penitenciario Bilbao, en Basauri.
El padre del literato Edorta Jiménez, Antonio Jiménez Navarro Remolín, era natural de Villagordo, Jaén. Fue sentenciado en Consejo de Guerra, en Córdoba, a 20 años por el delito de rebelión militar. Desde la cárcel andaluza lo destinaron a Gasteiz en 1940. Un año después, a la bilbaina de Larrinaga, “aunque ante la saturación de presos de esta dependencia fue recluido en el centro penitenciario que había sido establecido en la fábrica de la Tabacalera”.
Decretado su traslado a Madrid, no llegó a efectuarse la orden. En 1943, fue encuadrado en batallones de trabajadores que desarrollan su actividad desde la prisión provincial de Bilbao. “Con el fin de iniciar la tramitación del expediente de libertad condicional, la prisión provincial de Bilbao solicitó informes al Ayuntamiento, Delegación de Falange y Guardia Civil de Villagordo, con resultados negativos, ya que las tres entidades coincidieron en señalar sobre Antonio Jiménez Navarro: con frecuencia sería increpado por el vecindario, al tratarse de un exaltado anarquista y de un sujeto peligroso para nuestro régimen”.
A pesar de que un informe del médico de la prisión provincial de Bilbao certificaba que Jiménez padecía “insuficiencia mitral compensada y por tanto se considera inútil para el trabajo”, fue trasladado al destacamento penal de Gernika trabajando a partir de esta fecha en las obras de reconstrucción de esta ciudad, así como en las de renovación y mantenimiento del ferrocarril de Amorebieta a Sukarrieta.
destierro En 1943, obtuvo la libertad condicional con destierro, por lo que, ante la imposibilidad de regresar a su tierra natal, debió optar por continuar trabajando por cuenta de las diversas empresas contratistas de las obras de reconstrucción de Gernika y del ferrocarril en su nueva condición de liberto, fijando su primera residencia en la calle de los Tilos de Gernika, precisamente en el centro de reclusión del antiguo colegio de los Agustinos. El día 25 de mayo de 1950, obtuvo su licenciamiento definitivo. Sin embargo, “él contaba que no sabía cuándo había dejado de ser preso y pasado a ser legal”, lamenta Olaizola.