C. M. SACRISTÁN
Gatika/Bolibar/Bilbao
Los famosos fotógrafos Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, Chim, realizaron miles de fotografías de la contienda civil española para medios internacionales. Seymour dedicó largas semanas a inmortalizar a milicianos, niños, adultos y religiosos especialmente en Bizkaia. 4.500 negativos y algunas fotos impresas de esta arriesgada experiencia conformaron La Maleta Mexicana, tres cajas desaparecidas durante 70 años, y que el International Center of Photography expuso en 2011 en Nueva York, recientemente en el MNAC de Barcelona y, a partir del martes 28, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
DEIA ha seguido las pisadas de Chim por Bizkaia y ha conseguido identificar y charlar con algunos protagonistas de aquellas imágenes.
Balbina Onaindia: «Cómo silbaban las bombas. Ya hemos pasado, ya…»
Balbina Onaindia Urionaguena, nacida en 1922 en Bolibar (entonces Anteiglesia de Zenarruza) se encuentra sentada bajo un generoso sol en su baserri Zabala Ganekua, del barrio Zeinke de Ziortza-Bolibar. Ella y su familia desconocían la historia de La Maleta Mexicana, y atienden, sorprendidos, a DEIA ante la llamada de su paisano Jesús Urkidi (Bolibar, 1926). Se muestra alucinada ante el despliegue de fotos y negativos que realizó Chim en su pueblo y en toda Bizkaia, en los primeros meses de 1937, y el hecho de ser una de sus protagonistas. «Aintzine hil zen Julia Mallea», comenta, echando la mirada atrás, la guapa nonagenaria, en referencia a la jovencita que posa a su lado en una de las fotos de David Seymour. El fotógrafo polaco inmortalizó a una serie de niñas y adolescentes una tarde de domingo entre enero y febrero de 1937, en la iglesia de Bolibar, Santo Tomás. De ello se acuerda vívidamente Urkidi, quien vivía en la casa de enfrente, pero Balbina no recuerda aquel momento. Y sostiene las imágenes de La Maleta Mexicana con gran curiosidad e interés.
Aquellos eran tiempos en que, como ha podido comprobar DEIA entre sus protagonistas, el rosario reunía «casi más gente que la misa». Y, a raíz de uno de esos momentos, David Seymour se dedicó a hacer fotos a vecinos del pueblo y a sacerdotes, especialmente al Padre Jesús Jaio, persona de gran relevancia por su valiosa labor como capellán de gudaris. Entre esas instantáneas aparece, favorecida y sonriente, Balbina. Alegre y abierta, le «gustaba mucho bailar. Y no me dejaban bailar con José (Longarte Arriola), antes de casarnos». También disfrutaba yendo de romería y de excursión. ¿Y en la guerra? «En la guerra ya no había bailes. A la iglesia y a casa», resume la mujer retratada por Seymour en su tierna adolescencia.
«Nuestro suegro estuvo en la cárcel por peneuvista. A veces quitaban dinero. A uno le quitaron 5.000 pesetas y a otra, 4.000. En las votaciones, si votabas en contra había multas de 2.000 pesetas», rememora esta vecina de Bolibar, en referencia especialmente a los nacionalistas. Ante la pregunta sobre si en la contienda civil pasaban miedo, responde con energía: «¿Miedo? ¡Menudos sustos! Cuando venían los aviones íbamos de casa al monte, a meternos en… como en un zulo. Ya hemos pasado, ya…», afirma, asintiendo con la cabeza.
Balbina va rememorando, a medida que hablamos de aquellos años. Entonces, señala un monte entre Markina y Aulestia: «Allí estuvo el frente, y lanzaban cañonazos de un lado a otro. ¡Se oían unos silbidos! Desastre fue», comenta con rotundidad y pasando del bizkaiera a un castellano aprendido en la adolescencia. Desde entonces, señala su hija Txaro, «no puede ver los fuegos artificiales. Se tiene que meter en casa, y se tapa los oídos».
«Por la política», confirma, «muchos se tuvieron que ir fuera». Además del suegro, un hermano, un cuñado y un vecino, Tomás, sufrieron cárcel. Ella y Jesús Urkidi siguen viajando en el tiempo, evocando cuando mataron a su vecino Bonifacio Egurrola porque estaba afiliado al Partido Comunista, cómo Pedro Aizpitarte Zuazo y José Jaio Bernedo se fueron al frente, los muertos en Kanpazar, la chica que mataron en el Hospital de Sangre, al ser objetivo militar… ¿Y qué hacer en el franquismo ante las represalias contra gudaris y nacionalistas de a pie? Balbina se hace una cremallera en la boca: «Callar», para salvar la vida.
Esta sonriente mujer siempre ha sido de carácter alegre y positivo -«con más vitalidad que nosotros», valora su hija Txaro- y, según dice ella misma, «nunca me he enfadado con nadie». Ella nació y vivió en un caserío de Bolibar, Alegrixe, hasta que se casó, con 27 años, con José y ya se instaló en el amplio baserri en que ahora reside su familia. Pero los años no pasan en balde, de forma que pronto la tendrán que operar de la vejiga y de vez en cuando tiene achaques. Pero ya, sin miedo.
Asensio Lekanda: «Recuerdo el fuego bajo y que no podíamos protegernos»
Pedro Argaluza mira al objetivo de David Seymour en los albores de 1937, con su familiar y vecino José Lekanda en segundo plano. Se hallan trabajando en el campo, frente a su baserri, Zugasti. Cerca, Chim recogió una imagen de María Lekanda -entonces cinco años-, que en una campa del citado caserío de Gatika sostiene en brazos a su hermano Asensio, de escasos dos añitos. Julen nacería en el 41, así que no vivió aquella cruenta guerra. Sólo la otra guerra: la que vino después.
Eran malos tiempos para los baserritarras euskaldunes, y Pedro, que además era gudari, fue apresado y salvó la vida saltando de un camión y huyendo a Francia. Pero la familia de José, a pesar de las detenciones y las palizas, sobrevivió sin salir de su Gatika natal. Julen Lekanda nos conduce al caserío en el que paró Seymour hace ahora 75 años, y su hermano Asensio, el niño pequeño de la foto, sale a recibirnos, rodeado de sus perros y gatos en sana convivencia. Su rostro está curtido por el sol que ilumina con fuerza su baserri, aunque los surcos de su rostro delatan muchos años duros. Además, María, su hermana, la niña que lo sujeta en brazos en la imagen de Seymour, acaba de fallecer el pasado 30 de diciembre. Cosas del corazón, nos explican los Lekanda, pese al garbo que la caracterizaba, y a que era esbelta.
Y es que, confirman a DEIA, todos ellos han sido siempre delgados, excepto Julen, ahora, después de haber dejado de fumar. A Asensio, ese niño retratado en la campa, no le gusta hablar de la guerra civil, y frunce el ceño al recordar las experiencias vividas. Pero, a medida que va viendo las imágenes de Seymour, relaja la expresión de su cara, y empieza a rememorar. No la foto del reportero -era demasiado pequeño cuando fue inmortalizado-, pero sí cuando «oíamos los aviones, y corríamos asustados. Hasta el ganado corría. No había búnkeres, íbamos para Lujua, para atrás y para adelante. Nos metíamos detrás de un manzano y escuchábamos las ametralladoras».
Mujeres en avanzado estado de gestación, trabajando en el campo, el fuego bajo… Asensio recuerda aquellos momentos en los que «pasábamos mucha hambre. No había nada, ni dinero tampoco (hace el gesto juntando los dedos). Molíamos el trigo a mano dentro de casa», evoca. Más adelante, haría la mili en Tenerife. Pero su vida siempre ha estado vinculada al caserío Zugasti. Nunca se ha casado ni tenido descendencia. Al igual que su hermano Julen, quien, por ejemplo, fue detenido en el franquismo por tener una ikurriña. Como otras personas consultadas en esta investigación por DEIA, el ser euskaldunes era un motivo de gran represalia. Y otro aspecto en el que coinciden nuestras fuentes: las envidias provocaban «chivatazos» de vecinos, con graves consecuencias, como detenciones y torturas.
En Gatika hay otra gran testigo ocular del tiempo en que Seymour realizó sus trabajos, Eleta Landaluce, de 95 años. Ella identificó rápidamente a los retratados por Chim. No en vano suele jugar a cartas todas las tardes en el Club de Jubilados Guztiontzat, que preside Manu Arrizabalaga, quien fue presentando a los Lekanda y los Argaluza a DEIA.
Juliana urionabarrenechea: «Desde Bolibar se veía el cielo rojo cuando lo de Gernika»
A Juliana Urionabarrenechea (Bolibar, 1928) no le gusta hablar de la guerra civil. Para ella, es agua pasada que no mueve molino. De hecho, recuerda, en su familia evitaron el hambre con la huerta, y dice que no pasó miedo. Eso sí, recuerda vívidamente el día del bombardeo de Gernika, cuando desde Lapuebla de Bolibar se divisaba un cielo rojo intenso en el horizonte. «Cada vez que hablan de aquel bombardeo, me acuerdo perfectamente de cómo me impactó aquello», enfatiza.
Eran días de máquinas Singer -sus mayores eran modistas-, y al ver las fotos hechas por Seymour de la Iglesia de Santo Tomás relata cómo ella y sus amigas saltaban el muro, entre las vigas, cuando los chicos las seguían. Para Juliana -Julitxu para sus vecinos- y su hija Conchi, las imágenes de La maleta mexicana son un recuerdo refrescante, y rápidamente van asociando ideas e identificaciones. A Juliana hemos llegado gracias a Jesús Urkidi y la directora del Museo Simón Bolívar, Ana Arriaga: se trata de la niña que aparece en varias fotos, junto con su prima Inés Illoro Guerenabarrena -ya fallecida-; Miren Karmele Bustindui Azumendi, con un txori en el pelo; creen que, en primer plano, con un dedo en la boca, Maritxu Mendibe, y de lejos, otra niña, María Illoro, hermana de Inés.
Tanto Juliana como Conchi detectan algunos lapsus en el libro de La maleta. Ya unos reporteros de Televisión Española observaron varias lagunas y ellas, rápidamente, creen que algunas fechas no son exactas, así como algunas localizaciones. Y es que Juliana es muy resuelta y tiene una mente lúcida, y en cuanto puede se va al Mediterráneo a tomar el sol y a pasarlo bien. Ella se trasladó a Bilbao pronto, con 12 años, donde estudió y se casó con Antonio Cuevas Isusi, a quien conoció trabajando en una oficina de Abando. Ahora reside en el barrio de San Inazio. Allí va hilando recuerdos de la cuadrilla, de sus maestras… pero también de cómo algunos se escondían en la torre de la iglesia y cómo «los cazas ametrallaban todos los pinares y a mi hermana no la llevaron por delante por los pelos».
Historia de «La maleta mexicana
En 1995 salieron a la luz las tres cajas que componían la conocida como La Maleta mexicana, en la Ciudad de México. El general retirado Francisco J. Aguilar González, diplomático, había custodiado los 4.500 negativos y otros documentos que Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour compilaron en la guerra civil española. Fue Seymour, alias Chim, quien pasó más tiempo en Euskadi, especialmente en Bizkaia. Según datos de la Asociación Sancho de Beurko, llegó en enero de 1937.
Tras el hallazgo de La Maleta, después de estar 70 años en paradero desconocido, en 2007 fue entregada al International Center of Photography de Nueva York (ICP). Antes, Benjamin Tarver la recogió de su primo mexicano y, al comprender su valor histórico, las entregó al ICP fundado por el hermano de Robert, Cornell Capa. Una vez en el ICP y tras su clasificación, la comisaria Cynthia Young organizó una exposición que tuvo lugar el pasado año en su centro de Nueva York. Después, a finales de 2011, la muestra estuvo expuesta en el Museo Nacional de Catalunya, en Barcelona. Allí, el Periódico de Catalunya promovió una búsqueda de supervivientes de las imágenes de los tres grandes fotógrafos, y en esa Comunidad Autónoma fueron identificando a algunos niños de la guerra. El próximo martes, la exposición llega al Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde podrá ser disfrutada hasta el 10 de junio próximo, con un total de 101 contactos de negativos ampliados; 70 fotografías (de las cuales 50 son copias de época), dos audiovisuales y material documental (publicaciones periódicas de la época, telegramas, carnets de prensa, etc.).
Retratos de gran heroicidad cotidiana, y con resonancias emotivas. Los tres reporteros coincidían, además de en su profesión, en la conciencia antifascista -eran de origen judío-, que los llevó a arriesgar su vida en no pocas ocasiones. De hecho, Taro -que compartía profesión y corazón con el mítico Capa-, falleció horas después de ser arrollada por un tanque en la batalla de Brunete. Su amor, Capa, afirmó una vez que «si una foto no es suficientemente buena es que no estabas suficientemente cerca». Gerda ejemplificó dramáticamente esa afirmación, y el propio Capa murió en 1954 al pisar una mina en Indochina.
Capa, Chim y Taro coincidieron exiliados en París y vieron en la contienda española una oportunidad para involucrarse con sus cámaras, ilustrando las crónicas de las publicaciones de la época. En el caso de Chim, la revista parisina Regards tenía un gran interés en que reflejara cómo Clero y republicanos convivían pacíficamente en Euskadi -algo que no sucedía con tanta alegría en el resto del Estado-. Como ha podido comprobar DEIA en esta investigación, de la que seguiremos informando en próximos días, distintas fuentes coinciden en confirmar que el Gobierno del lehendakari Aguirre vigiló hasta donde le fue posible que no hubiera violencia sobre colegios, iglesias y hospitales. Con todo, muchos religiosos vascos fueron ejecutados y maltratados de muchas formas por no haberse enfrentado a republicanos y a nacionalistas.
Algunas fotos de La Maleta no son inéditas, pues pasaron a los anales de la historia. Entre ellas, la de la mujer amamantando a su hijo en un mitin cerca de Badajoz, de Chim. O algunas de Hemingway, realizadas por Capa. Las que tomó Seymour del Padre Jaio ilustran enciclopedias sobre la guerra civil y archivos como el de los pasionistas vizcainos. Desde el martes podrán disfrutar del legado de estos cofundadores, junto a Cartier-Bresson entre otros, de la agencia Magnum.