Fallece uno de los últimos supervivientes del ataque que ordenaron los golpistas Mola, Franco y Vigón a Durango
Un reportaje de I. Gorriti
UNO de los últimos supervivientes de los bombardeos de Durango del 31 de marzo y días siguientes de abril de 1937 ha fallecido. No es una persona que ha pasado anónima por la vida. Hermano del popular cantante y actor de doblaje Xeberri, y regente de las dos tiendas y el taller de bicicletas que heredó de su padre ha tenido una historia especial, pieza de la memoria histórica de un pueblo. Durango contará siempre con la página escrita de un personaje inimitable al que se le ha dado sepultura religiosa, sepelio al que no acudió representación oficial.
De hecho, según confirman familiares, José Ramón Castillo era agnóstico, un ciudadano que por su cuenta cumplió con muchos de los ideales del anarquismo primigenio, no del que ha ido evolucionando con el paso del tiempo: él era contrario a toda droga, un enamorado de la cultura, ya fuera escrita o música labrada en clave de partitura clásica. Amigo de las ondas radiofónicas, detestó la televisión. Y en el plano deportivo, a pesar de que su vida fue paralela al mundo del ciclismo, él abogaba por el cicloturismo: era contrario a toda competición.
El científico Einstein escribió en su día dos frases que parecían cinceladas para el bueno de Castillo: “La vida es como montar en bicicleta. Para mantener el equilibro hay que seguir pedaleando”. Desde el pasado 21 de julio, a las doce del mediodía, el corazón del por todos conocido José Ramón, que hasta los 81 mantuvo el equilibro de la vida y su querencia de seguir pedaleando, dejó de montar en bicicleta.
Sin duda alguna, Castillo ha sido, es y será una de las personas más conocidas y reconocidas de Durango. Si no hubiera existido en la historia del municipio, habría que inventarlo en obra de teatro, en tertulia ciclista, en emisora de radio de música clásica… Ya se ha convertido en recuerdo para siempre porque uno no muere si se mantiene dando pedales en el recuerdo colectivo. La basílica de Santa María de Uribarri acogió la misa funeral por su persona. El durangués padecía la enfermedad llamada Macroglobulinemia de Waldenstrom.
El heredero y regente del garaje de arreglo de bicicletas José Ramón Castillo Miota nació el 23 de marzo de 1934 en la calle Monago, vía del callejero durangués que más adelante pasó a denominarse Wenceslao Mayora y a día de hoy Monago-Torre. Llegó al mundo en el segundo piso del portal número 5.
Muy pocas personas conocen que fue superviviente de los bombarderos fascistas que sufrió la villa, ataque ejecutado por la aviación legionaria italiana de Mussolini y con el beneplácito de los Mola, Vigón y Franco. Así lo descubrió no hace mucho tiempo la asociación Gerediaga Elkartea. De hecho, en unos documentos hallados en Roma, estos tres militares golpistas, contrarios a la Segunda República, especificaban a los fascistas italianos que arrojaran las bombas “sin consideración de la población civil”.
Caminaban por la calle la madre de José Ramón Castillo -aquel niño que una semana antes de los ataques del odio y la sinrazón de la Guerra Civil había cumplido dos años- junto a su hija Amparo y él mismo. Paseaban por la hoy calle Arando, junto a la fábrica de Berrio que existía en la época frente a donde hace años estaba ubicada la discoteca Txori Zoro. Los fascistas arrojaron una bomba en ese lugar y tras la explosión cayeron piedras sobre la asustada madre y sus hijos. Los tres sobrevivieron, “pero los empleados que trabajaban en la empresa murieron al otro lado del muro”, rememora Asier Isasti, sobrino de José Ramón. “La familia acabó escapando, huyendo al monte”, agrega.
Taller de referencia Años más tarde, enviaron a Castillo al seminario de Gabiria, de los padres pasionistas. Su padre tenía un garaje de arreglos mecánicos y su madre una tienda de lencería en Kurutziaga. Él era el mayor de siete hermanos. Uno de ellos, Fernando, murió de niño. A José Ramón le seguían Amparo -ya fallecida-, Rosi, Isabel, María Ascensión y Xeberri, quien quiso cantar en el funeral la canción Ez nau izutzen negu hurbilak, con letra de Xabier Lete y música de Mikel Laboa.
A juicio del cicloturista durangués Agustín Ruiz, compañero de incontables tertulias y viajes pedaleando, José Ramón era “mejor cantante que Xeberri y tocaba la guitarra, tenía una en su taller”. De hecho, la familia recuerda que vendió una bicicleta al guitarrista Paco de Lucía, cuya hoy exmujer -hija del general y ministro del Ejército franquista José Enrique Varela- es dueña de la mansión Eche Zuria del barrio de Pinondo.
Antes de heredar el trabajo de su padre, José Ramón trabajó al salir del seminario en la empresa Duñaiturria y Estancona S.A. Más adelante, se convirtió en un referente. Su familia asegura que fue el primer taller de arreglos de bicicletas de Durango. No hay persona de décadas atrás que no pasara por delante de sus escaparates de Komentukalea y Kurutziaga. No hay vecino de la comarca que no pasara por allí a comprar una bicicleta, arreglar un pinchazo, inflar una rueda o balón, cambiar los frenos… Y los aficionados al ciclismo acudían a ver quién había ganado las etapas de las grandes vueltas que comenzaban a emerger.
En una pizarra, Castillo citaba al ganador de la jornada, el de montaña, metas volantes… Incluso, en alguna ocasión, con algún comentario o broma. Era único. Necesario. Imprescindible. También lo eran sus tertulias con personas de todas las edades. Había quien le tildaba de “vago”, adjetivo que no era cierto. Castillo era un trabajador nato, pero él lo argumentaba bien y quien le conocía lo sabía. Por el día podía estar de tertulia, le apasionaba, pero la noche era su hábitat, como el del escritor, como el de los artistas…
Quien cruzaba Komentukalea a altas horas de la noche veía la luz encendida. Allí estaba José Ramón y por las rendijas de la puerta podía escucharse la radio con música clásica, era un melómano. También apasionado incondicional de la lectura. Su paso por el seminario, quizás, había dado sus frutos en su bagaje cultural.
450.000 kilómetros Quien ha dejado de pedalear fue una persona contraria al deporte de competición. Siempre apostó por la bicicleta, por el cicloturismo, e incluso se negó a aprender a conducir, a depender del vehículo de cuatro ruedas. Hasta hace pocos años era cotidiano verle ir y volver de visitar a su hermano en el barrio berriztarra de Sarria. Pasaron los años, las décadas, la ropa de andar sobre la bicicleta evolucionó en técnica, pero él mantuvo la de toda la vida, la de algodón.
La única competición en la que participaba al año era una prueba social que se organizaba en fiestas patronales de Durango, de San Fausto, con profesionales como Lejarreta o Gorospe, con cicloturistas, con jóvenes de todas las edades… “Él la ganó un año, era buenísimo en el sprint”, valora Agus Ruiz.
Castillo no tuvo pareja ni descendencia. Solía decir que la bicicleta era su novia. Y como dato, tenía apuntados todos los kilómetros que hizo sobre la misma. Fueron 450.000 kilómetros, “más que los que puede hacer un coche”, solía comparar quien participó en pruebas como la Luchon-Bayona o quien junto a un amigo viajó con sus alforjas de Durango a París y vuelta en una semana.
Quienes le conocen bien, narran 450.000 anécdotas pedaleadas en tantos años a su lado, sobre la bicicleta o en seco en el equilibrio del que hablaba Einstein. Castillo, el histórico Castillo, fue, es y será un hombre curioso, el mismo adjetivo que usó el sabio John Howard para la bicicleta: “Es un vehículo curioso. Lo es porque el pasajero es su motor”.