Torturas: no mirar hacia otro lado

Entre la pandemia y la pereza creciente que nos da mirar hacia atrás se nos está yendo por una esquinita de la actualidad el juicio por el sumario 13/13 que se está celebrando en la siniestra Audiencia Nacional. Se sientan en el banquillo ocho personas acusadas de formar el llamado frente jurídico de ETA. Dos de ellas, Naia Zuriarrain y Saioa Agirre, ofrecieron el martes un relato escalofriante de las torturas que sufrieron en el momento de sus respectivas detenciones. La primera contó que, después de advertirle de que lo pasaría mal si contaba algo, le echaron agua fría por la cabeza y pusieron una bolsa de plástico para dificultarle la respiración. A Agirre le amenazaron con que tras su paso por las dependencias policiales no podría ser madre y la sometieron a diferentes vejaciones sexuales. Todo esto fue denunciado en su momento ante el juez instructor del sumario, Fernando Grande-Marlaska. Fiel a su costumbre, el todavía hoy ministro de Interior miró hacia otro lado.

Desde estas líneas dejo constancia de que doy total credibilidad a los dos testimonios. Por supuesto, condeno sin paliativos los hechos denunciados, muestro mi solidaridad con las dos mujeres que sufrieron semejante trato inhumano, insto a pronunciarse a quienes siempre llevan en la boca la defensa de los derechos más básicos y añado que, hayan pasado los años que hayan pasado, se hace imprescindible una investigación que esclarezca lo sucedido y si se demuestra la veracidad, se imponga a los torturadores la pena que corresponda. Es exactamente lo que hago ante cada vulneración de los Derechos Humanos, independientemente de quien la perpetre. No es tan difícil.

La educación de Naim Darrechi

Hasta ayer mismo no tenía ni la menor idea de quién era el tal Naim Darrechi. Es más, puestos a confesar fallas en mi formación cultural, también reconozco que mi noción sobre lo que es TikTok es más bien escasa. Y estoy completamente seguro de que la inmensa mayoría de mis lectores están en las mismas que yo. Supongo que eso nos sitúa en un universo de planetas paralelos donde nos movemos sin encontrarnos los miembros de diferentes generaciones. Porque el tipo en cuestión no es un pelanas que dio un pelotazo la semana pasada, sino un fulano que, pese a su cortísima edad —¡19 años!— lleva en activo desde 2016 y en la fecha en la que los que nos creemos la mayoría social nos hemos enterado de su existencia, acumula 27 millones de seguidores en la plataforma social de marras.

Ese es el pajarraco que se permite decir entre carcajadas a otro ídolo de nuestros churumbeles que siempre practica sexo sin condón y que tras eyacular, les cuenta a sus parejas de usar y tirar que está esterilizado. La ministra Irene Montero, que también es más de predicar en las redes que de dar trigo, ha llevado la garrulada infecta a la Fiscalía. Serà muy efectista la salida, pero parece que de ahí va a salir poca cosa. Como mucho, habremos conseguido que el cagarro humano se haga más famoso de lo que ya era entre su público objetivo, formado, como no me voy a cansar de repetir hasta quedarme ronco, por chavales y, oh sí, chavalas instruidos específicamente en los valores de la igualdad, el respeto y la tolerancia. No uno, ni dos ni veinte o cincuenta, sino 27 millones. Vuelvan a contarme que la educación es la solución.

La política y el factor humano

Como ya se han hecho todos los análisis políticos sobre el revolcón de Pedro Sánchez a su gobierno, déjenme que me quede con el factor humano. O, en este caso, inhumano. Al presidente no le ha temblado el pulso en fumigar a sus más fieles servidores, las y los que han puesto la cara en incontables ocasiones para recibir los bofetones que iban dirigidos a él. Alguno, como el extitular de Justicia, Juan Carlos Campo, que volverá a su plaza en la Audiencia Nacional, ha comprometido su crédito profesional avalando decisiones jurídicamente muy cuestionables. Qué decir de Iván Redondo, aquel que hace un mes dijo (plagiando, por cierto, a un personaje de El ala oeste de la Casa Blanca) que su cargo implicaba tirarse al barranco con su presidente si era preciso. Pues ahí está, despeñado solo y sin una palabra de reconocimiento de su amo. Lo de Carmen Calvo, Celaá, González Laya, ídem de lienzo: tristísimas historias de estajanovistas sumisos siempre a la orden que han acabado recibiendo la patada de quien seguramente consideraban, además de su jefe, su amigo o, como poco, su compañero de fatigas. Claro que si hay alguien que tiene especiales motivos para sentirse abandonado como un perro, ese es José Luis Ábalos, que en las jornadas previas al cambio había estado aconsejando a Sánchez sin saber que él era uno de los sacrificados. Comprende uno que en el ejercicio del poder haya que prescindir más de una vez de los sentimentalismos. Pero no se me ocurre de qué acero glacial hay que tener forjado el corazón para actuar como lo ha hecho quien seguirá durmiendo en La Moncloa. Que tomen nota los relevos.

Un cambio para seguir igual

Me da que hoy no voy a ser original al citar El gatopardo de Lampedusa y la máxima que lo ha hecho una obra universal: si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie. Es lo que ha hecho Pedro Sánchez con su crisis de gobierno sabatina. El culo importante del gabinete era el suyo, y ese continúa. A los cesantes, que son un porrón, gracias por los servicios prestados y ya veremos qué bicocas encontramos por ahí para la nueva vida como ex. Pierde el tiempo quien pretenda analizar con escuadra y cartabón la maniobra. Son, casi literalmente, las gallinas que entran por las que salen. Permítanme que me ría del rejuvenecimiento —¡cómo si fueran viejos los destituidos!—, del municipalismo o del feminismo que aportan los recién ungidos. No son más que nueva carne para la máquina, fusibles de recambio llamados a la mesa del señor bajo la condición de tener siempre la testuz presta para bajarla ante el amo y el lomo a punto para ser disciplinados en el lugar de quien los ha acarreado al Consejo de ministros. El o la que se mueva no saldrá en la próxima foto, si llega a haberla. Pero lo mejor es que tampoco los que batan récords de sumisión tienen asegurado su lugar entre los elegidos. Miren al pobre Iceta, que iba a ser el arquitecto de la federalidad y la hostia en verso, y habrá de conformarse con la cartera de Cultura y Deporte; los memes que le van a hacer al individuo. Claro que más allá de la subasta de nombres y cargos entre los miembros del partido del jefe, la jugada maestra ha sido no tocar la parte del gabinete que ocupan los socios. Unidas Podemos queda así retratada como casta que se atornilla a la poltrona.

Señalar está mal siempre

Vox tuitea la imagen del máximo responsable de RBA, la editora de la revista El Jueves, acompañada de un texto que invita a la intimidación y aporta la localización de su despacho. A todas luces, es un señalamiento matonil inaceptable, condenable y denunciable incluso en sede judicial, si es que no es un comportamiento que requiere actuar de oficio. No es solo un ataque indiscutible a la libertad de expresión sino, además, la instigación a cometer un delito contra la seguridad de la persona aludida, su familia o los trabajadores de la editorial o la propia publicación. Es algo que queda fuera de toda duda y me alegra la claridad meridiana con la que se ha visto por casi todo el mundo. Quizá aquí proceda agradecer a Vox, aunque sea con ironía, su contribución pedagógica. Nos han mostrado un hecho reprobable de manual. Ahora la pelota ha caído —aviso del giro de esta columna— al tejado de muchísimos de los que se están echando las manos a la cabeza por esta indignidad, cuando miran hacia otro lado frente a otras idénticas. Eso, claro, si es que no las perpetran directamente. Está mandando muchas narices que varios de los más contumaces señaladores de enemigos del pueblo se hayan situado a la cabeza de la manifestación. Eso que con tanta razón los solivianta y encorajina es exactamente igual a sus prácticas mafiosas cuando apuntan y disparan sus misiles dialécticos con nombres y apellidos hacia quienes les resultan molestos. Pero entonces hablan del legítimo derecho a la crítica, o peor, apelan a la todavía más legítima lucha contra el fascismo, categoría en la que cabe cualquier desafecto a su causa.

También hay datos buenos

No soy precisamente conocido por mi espíritu optimista, pero por alguna razón, albergo la esperanza de que este reventón de positivos que nos tiene acongojados no tendrá repercusiones terroríficas en los hospitales ni en el cómputo de fallecidos. Me consta que necesitamos por lo menos diez días para empezar a comprobar si será así y contendré la respiración hasta ese instante. De momento —insisto en que no parezco yo mismo— hago espeleología más allá de los escandalosos datos de nuevos contagios diarios e incidencias y encuentro detalles que merecen subrayarse en positivo. Por ejemplo, la cifra de fallecimientos. En la CAV llevamos tres días sin contabilizar ninguno, y en Nafarroa hubo uno ayer, después de varias jornadas en blanco. En el conjunto del Estado, incluso aquellos lugares donde la gráfica de nuevos casos es vertical, los decesos son testimoniales. También los ingresos se mantienen estables tanto en planta como en UCI. Y si miramos por edades las incidencias, vemos que las franjas que van desde los 40 a los 90 años se sitúan entre lo razonable y lo escasamente preocupante. Y aquí no hace falta ningún título de epidemiología o virología para comprender el motivo: las vacunas se están mostrando efectivas y, pese a la larga sucesión de errores cometidos en la gestión de la inmunización, nos podemos dar con un canto en los dientes. Otra cosa es que todavía tengamos por delante un largo camino lleno de incertidumbres y de sustos. Pero igual que no conviene echar las campanas al vuelo demasiado pronto cuando los números pintan bien, tampoco hay que pasarse de fatalista cuando se dan la vuelta de nuevo.

Malvenida, quinta ola

Estábamos tan contentos haciéndonos selfis mientras nos vacunábamos, que no la vimos venir. Pero ahí está la quinta ola, marcando una vertical endiablada que parece un calco de la etapa del Mont Ventoux que se va a subir hoy en el Tour. Sinceramente, hacemos el ridículo más espantoso si nos preguntamos cómo ha podido pasar. Las abrumadoras cifras cantan sobre entre quiénes y dónde ocurren los contagios. Y sin rascar mucho, hallamos también el porqué, que no solo reside en la irresponsabilidad inconsciente de ciertos jóvenes, sino en la evidencia de que hace unas semanas, coincidiendo con el fin del estado de alarma, se decretó el fin de la pandemia. Como en las primeras semanas la cosa fue bastante mejor de lo esperado, hasta los más cenizos nos creímos la fantasía animada. Poco tardó el virus en venir con la rebaja, enfundado para más acojone en una variante, la Delta, que parece que se transmite con la mirada. La gran faena es que esta nueva acometida nos pilla con moral negacionista, ríanse ustedes de Bosé. La asamblea de majaras ha decidido que, se ponga como se ponga la curva, nos toca sol y buen tiempo. No se aceptará de buen grado una vuelta de tuerca a las restricciones que no sea de cara a la galería. Como la insignificante marcha atrás decretada por Nafarroa a principios de semana o como los retoques testimoniales que probablemente aprobará hoy el LABI en la CAV. Personalmente, y a riesgo de ser tildado como revientaglobos, creo que no estaría de más curarse literalmente en salud y ponernos a cubierto a ver si escampa el aguacero de positivos de los cachorros de la manada. Ojalá su anunciada vacunación ayude.