¿Marca o estigma?

Las ha hecho y dicho de todos los colores, sabores y tamaños, pero ni aun así esperaba uno que Patxi López plagiara sin ruborizarse el argumentario cavernícola más rancio. Como si estuviera haciendo oposiciones a tertuliano de Intereconomía o columnero de La Razón, el lehendakari con inminente fecha de caducidad se ha subido al toro de Osborne para proclamar que los vascos deben sus pensiones a la solidaridad española. Les doy diez segundos para que dominen el subidón de bilis y las ganas de blasfemar, pero ni uno más. Recuerden lo de las margaritas y los cerdos. Simplemente, no merece la pena gastar un microjulio de energía en rebatir esas palabras que el de Portugalete se encontró en un Phoskitos o, para ser más exactos, en su diario de cabecera, que tampoco da puntada sin hilo. Nos sabemos de sobra la canción: qué buena es la madre patria, que nos lleva de excursión y nos acoge bajo su alerón.

Ocurre que cada vez va colando menos. Hoy cualquiera que tenga a mano un ordenador con Powerpoint puede demostrar lo que le salga de los orificios nasales, ya sea que los que se llaman Gustavo tienen tendencia a la melancolía, que la sábana santa era de la marca Ualf o, como es el caso, que nuestros jubilados viven de la sopa boba hispanistaní. Será por informes y estudios. También los hay a patadas que prueban justamente lo contrario, que por aquí arriba llevamos pagadas varias rondas sin reciprocidad.

Si les soy sincero, concedo el mismo crédito —ninguno— a los analistas que empujan y a los que estiran. Algún día se harán las cuentas a camiseta quitada y veremos quién pringa y quién no. Mientras, me fío del sentido común y de los hechos puros y duros que evidencian, pese a la defensa cerrada y montaraz de López, que la marca “España” es para la economía vasca como el cartelón que en la Edad Media se ponía en las casas donde había entrado la peste. No hay manera de vender una escoba.

Y ahora, un congreso

Con casi siete meses de retraso, aquel tren en el que Patxi López se hizo una foto que lo perseguirá de por vida llega a su destino. Triste y pobre destino, un apeadero de quinta con apariencia de congreso, esa cosa que lo mismo sirve para reunir a acólitos de Amway, expertos en lo que sea a tanto el minuto o estomatólogos legañosos subvencionados por una multinacional farmacéutica. Que tire la primera piedra el que esté libre del pecado de haber organizado (o participado en) uno o varios. Cuando se clausuran, pasa el día y pasa la romería. Se devuelve el pinganillo de la traducción simultánea, se guarda la bolsa y la carpeta serigrafiadas para regalar a un amigo o familiar, los periodistas recogen los focos, las cámaras, las grabadoras y las libretas llenas de garabatos, y ya nadie más se acuerda.

Curiosa paradoja, que ese olvido vaya a caer también sobre este happening que en su enunciado lleva la palabra “Memoria”, seguramente una de las más manoseadas de nuestro limitado vocabulario. No menos llamativo, que el otro apellido sea el igualmente sobado término “Convivencia”. Ya hemos visto, sin siquiera empezar el sarao, qué gran ejemplo de tolerancia y disposición al entendimiento nos han dado los queridos-odiados socios enganchándose en público por la invitación a alguien que el PP (lean ahí Basagoiti) considera un poco demasiado terrorista para su gusto. El episodio, no obstante, nos da la clave sobre lo que se sacará en limpio de todo esto: la enésima escenificación cuidadosamente guionizada del inminente divorcio de los que necesitan llegar con el certificado de soltería a las elecciones.

Lo demás, casi nada con sifón. Los sin duda interesantes testimonios de algunos de los ponentes darán para media docena de titulares resultones y hasta para algún reportaje emotivo… que desgraciadamente despertará una atención limitada porque —he ahí el quid— ahora estamos a otras cosas.

Libertad de prensa

El calendario oficial, que es una versión exagerada del zaragozano, dice que hoy toca elevar nuestras preces por la libertad de prensa. No dejen que les confundan haciéndoles creer que es otra jornada para que los periodistas nos miremos el ombligo o la agarremos llorona. La cosa les incumbe también —diría incluso que especialmente— a ustedes, que son los destinatarios de nuestros ejercicios en el alambre. Supongo que preferirán que los chupitos de información u opinión que les servimos desde este lado de la barra no estén rebajados o, peor todavía, adulterados. Si es así, esta también es su batalla.

Calma, no les estoy pidiendo que se pongan el uniforme de camuflaje y se vengan a las trincheras. De hecho, si lo hicieran, comprobarían que están vacías. A buena parte de los plumillas de este trozo del mundo —lo que viene siendo Occidente palmo arriba o abajo— es más fácil pillarnos en la máquina de café despotricando contra lo mal que está todo que localizarnos en cualquier sitio donde se esté peleando de verdad. Tendría gracia que lectores, oyentes o espectadores nos sacaran las castañas del fuego. No; bastará con que mantengan una actitud vigilante y crítica sobre los materiales que les despachamos. Pero sin subirse a la parra, claro. No nos exijan más heroísmo que a cualquier otro profesional de lo que sea. ¿Acaso quien atiende la ventanilla en un banco es co-responsable de los desahucios que ejecuta la entidad? Hagan el paralelismo correspondiente con nuestro oficio de tinieblas y saquen sus propias conclusiones.

La mía, por si les sirve de algo, es que pertenezco a un gremio con parecida proporción de buena y mala gente que los demás. Aunque el estereotipo romántico que nos persigue nos atribuye la capacidad para mover montañas a favor o en contra, lo cierto es que vamos que chutamos si de vez en cuando cambiamos de sitio una piedrecita. ¿Libertad de prensa? ¿Dónde? ¿Cuándo?

Basagoiti, con la caña

Empiezo dejando claro y sin lugar a matices que retirar la tarjeta sanitaria a los inmigrantes sin papeles es una tropelía intolerable que retrata la miseria moral de quien lo ha decidido. Mucho más cuando, mirando las cifras, se descubre que no son los cuatro duros de ahorro real los que han motivado la medida, sino la convicción de que despertaría más simpatías que antipatías. El caldo que se ha ido cociendo a fuego lento durante los últimos años está listo para servirse. La prueba es que Antonio Basagoiti, catedrático de oportunismo político, ha corrido a tomarse la primera taza sin miedo a escaldarse la lengua… ni la saca de votos. Si decidió aventurarse en el Rubicón que supone escribir “primero, los de casa”, catón de la ultraderecha montaraz y malfollá, es porque sabía perfectamente que la media docena de collejas que le iban a caer no le harían ni cosquillas. Lo que buscaba y encontró era el aplauso de una parte creciente de la sociedad —sí, también de la vasca— que sostiene ese discurso cada vez más abiertamente.

¿Y ahora qué hacemos? ¿Miramos al dedo o a la luna? La respuesta de carril es poner pingando al lenguaraz presidente del PP vasco, compararlo con Marine Le Pen para salir guapo y bronceado en los titulares o tildarlo de populista de baja estofa. De acuerdo, me sumo. Es todo eso y mucho más. Pero insisto en que, metido el pie en el charco después de hacer los cálculos correspondientes, al aludido le importa un huevo de gaviota que lo crujan dialécticamente. Él simplemente ha ido a vendimiar unas uvas de la ira que están maduras.

Eso es lo que nos debería preocupar. ¿Por qué ha crecido tanto entre nosotros el sentimiento hostil hacia la inmigración? ¿Por qué lo ha hecho, particularmente, entre la gente de economía más modesta? Mucho ojo con las respuestas, porque si son tan incorrectas como hasta ahora, el río revuelto beneficiará a los pescadores como Basagoiti.

Doctor Mariano

Estos ciento y piquísimo primeros días de Rajoy se están pareciendo mucho a un capítulo de House. De la trepanación a la amputación pasando por la liposucción y la sangría con sanguijuelas, cada tratamiento decidido al tuntún empeora al paciente por segundos. Quien conozca la serie sabrá que sólo hay dos desenlaces posibles: o bien después del sádico encarnizamiento terapéutico se descubre de chamba que el mal consiste en un simple catarro curable con jarabe y gárgaras de miel con limón o se llega a esa misma conclusión… pero en la autopsia. Tiene bemoles que haya que rezar para que la opción que nos depara el destino sea la primera, aunque al ritmo de fiascos en el diagnóstico del doctor pontevedrés y su pinturero equipo, me temo que tenemos bastantes más boletos para el requiescat in pace.

De hecho, ya nos han dado por muertos. ¿Qué otra cosa sino eso es la advertencia de que el paro seguirá creciendo en toda la legislatura? Hay que tenerlos blindados. Hace cinco meses pedían el voto asegurando poco menos que para su recua de sabios esto era una ñapa de dos tardes. Ahora que ya están atornillados al machito, avisan que se van a tirar otros cuatro años demoliendo por aquí y por allá para dejar las cosas peor de lo que estaban. Con una mayoría pluscuamabsoluta como salvoconducto. Su sensación de seguridad y suficiencia es tal, que se permiten anunciar medidas —de esas a las que se oponían con uñas, dientes y cara de asco— a doce meses vista. Y al que no le gusten, que proteste.

Esa es la otra, que también tienen amortizadas las protestas. A ver qué pasa hoy, primero de mayo y cierre de puente, en las calles. Mucho me temo que nada que vaya a evitar que el viernes en la hora maldita de la sobremesa suelten la enésima patada en la boca del estómago de lo que todavía llamamos, qué ilusos, estado de bienestar. Dirán que es una terapia vanguardista contra el lupus, como en House.

Los conmemoradores

Siento mucho ser la nota discordante, porque en estos casos tal vez proceda callarse y sumarse al cortejo, pero no puedo evitar dejar negro sobre blanco el áspero sabor de boca y el dolor de corazón que me ha quedado tras la conmemoración de los 75 años del horror de Gernika. No hablo de esos idiotas malnacidos que vuelven a la cantinela de los incendiarios rojoseparatistas ni de los chusqueros —hay tanto sargento Arensivia en el ejército español— que montan maniobras en Elgeta por joder. Ni siquiera de aquellos a los que su mala conciencia de complicidad retrospectiva (PP, UPyD) o su cobardía (PSE) les impide apoyar en el Parlamento vasco una inocua petición para que se reconozca, qué menos, el daño causado. A unos y a otros los daba por amortizados. Me han resultado bastante más ofensivos los que han querido hacer del aniversario un festejo o un trampolín de lucimiento.

La memoria convertida en espectáculo, moda de unos días o excusa para juegos florales de ególatras es más letal que la pura desmemoria. Casi prefiero el cruel olvido o, desde luego, la evocación de una minoría sincera —esos que siempre han estado ahí— que un recuerdo domesticado que apesta a Ambipur oficialista o a la colonia que mean los que esta semana nos han despachado sus plañidos presuntamente estéticos y ocurrentes. Conozco muy a mi pesar a cuatro o cinco de estos conmemoradores a mayor gloria propia y no tengo ni la menor duda de que, de haber vivido en 1937, se habrían presentado ante Mola o los gerifaltes de la Legión Cóndor con una larga lista de objetivos que destruir y molestos paisanos que apiolar. Patanes serviles del amo que sea, por salvar su culo, deshacerse de rivales y trepar en el escalafón, luego habrían corrido a contarle al mundo que los enemigos de Dios y de la Patria habían arrasado su propia villa santa. Hoy, macabra ironía, cubren la tragedia de melaza sentimentaloide. Qué asco.

Agua para ninguno

Ya les ha costado darse cuenta. Treinta años de jijí-jajá después se enteran de que el Estado español de las Autonomías es una cantada institucional que no se la salta Sergei Bubka. Tarde para acordarse de las muelas de los egregios tahoneros —algunos ya difuntos y con doble orla en las enciclopedias— que hicieron un pan con unas hostias. Mientras la misma Europa que ahora nos asfixia soltaba a chorro quintales de pasta, todo fue de narices. Los más vivos de cada pedanía, políticos de cuarta regional literalmente, se convirtieron en pequeños marajás que inauguraban casinillos de jubilados, plantíos de girasol subvencionado y carreteras de ningún sitio a ninguna parte. Que no faltaran a su lado los Tribuletes de sus teles, radios y periódicos de la Señorita Pepis para hacerles los cantarcillos de gesta de rigor. ¡Venga, que lo paga el presupuesto!

Fasto a fasto, megalomanía paleta a megalomanía paleta, cazo a cazo, los barones y baronesas del extrarradio se pulieron lo que no cabe en una docena de biblias. No es que no quede un clavel, es que se debe hasta la última tachuela que fija en los paneles de corcho el cartel de “Vuelva usted mañana (a cobrar)”. ¿Y ahora qué? Pues, de momento, parece que se ha roto el tabú y hasta el dueto trágico-económico del Gobierno español —Guindos, Montoro; Montoro, Guindos, tanto monta— se han sacado el cinto y lo blanden contra los manirrotos caciques, en buen número, conmilitones suyos: ¿A que todavía os intervenimos, so desgraciaos?, les amenazan.

Desde este balcón del norte, somos más de siete los que nos maliciamos que no caerá esa breva. O peor aún, que si cae, se aprovechará el viaje para pegarnos la poda competencial con que llevan tres décadas soñando. Del café para todos al agua para ninguno. Los primeros hachazos serios acaban de llegar: tantarantán a la Sanidad y tarascada a la Educación por el artículo 33. Apenas el principio.