Barcina, ¿por qué?

Aunque cada cual cuenta la anécdota cambiando el nombre de los protagonistas, los lugares y las épocas, en el periodismo se ha hecho célebre una supuesta crítica teatral que sólo constaba de dos frases. Decía algo así como: “Ayer tal director estrenó tal obra. ¿Por qué?”. El resto del espacio que habitualmente ocupaba la columna estaba en blanco. Todos los que frecuentamos con mayor o menor fortuna el género de opinión en la prensa hemos sentido alguna vez el impulso de plagiar al desconocido autor de esa tarascada inmisericorde. De hecho, conozco a un par de tipos que llegaron a hacerlo, y el resultado fue que las centralitas de sus respectivas redacciones se bloquearon ante la marea de llamadas de lectores que advertían de lo que creían a pies juntillas que era un error de impresión. Con la ironía siempre ha habido problemas de comprensión.

No me animaré, pues, a repetir la experiencia, pero en pocas ocasiones como hoy he sentido que para decir lo que quiero decir —y que la mayoría de ustedes lo entienda— me bastaría y me sobraría con un puñado de caracteres. Exactamente 74, incluyendo espacios, que son los que, si el chivato del procesador de textos no miente, suma este enunciado: Yolanda Barcina sigue siendo presidenta del Gobierno de Navarra. ¿Por qué?

Nada de lo que he escrito antes de esa especie de twit escuálido y nada de lo que teclee hasta el punto final aportará gran cosa al mensaje. Sobra cualquier apostilla, cualquier intento por reforzar la idea con esta o aquella filigrana. Ustedes conocen tan bien como servidor al personaje y sus circunstancias. 19 días cobrados de matute en la UPNA, dietas mayores que el sueldo luego convertidas en dos salarios, la dureza del merengue francés como argumento para vestir de atentado terrorista una protesta, la petición de omertá a la dirección de Volkswagen sobre 700 despidos. Eso y bastante más cabe en un simple ¿Por qué?

No hay prisa

Comprobada la cualidad de mis profecías para cumplirse exactamente al revés de lo que anunciaban pero de acuerdo con mis verdaderos deseos, me animo a aventar otra. Va: no habrá elecciones anticipadas en la CAV. Es más que un presentimiento. Hasta tengo algo parecido a una argumentación.

Empecemos por lo obvio. Definitivamente mutado en lapa, Patxi López (¿Dónde estás, corazón? No oigo tu palpitar) se va a agarrar a la penúltima chincheta ardiendo que les queda a los socialistas en el mapa peninsular, teñido casi todo él de azul gaviota. Vale más lehendakaritza en mano, aunque sea con fecha de caducidad, que cien primogenituras volando en un partido que ya de por sí se ha convertido en éter. Váyanse dando zurriagazos barones y fontaneros, que si es caso, el de Portugalete se presentará a cobrar la herencia cuando haya acabado con la última alfombra de Nueva Lakua. ¿Que ha dicho que no aspira a ello? Será por palabras incumplidas.

Basagoiti tampoco va a apremiar por el desalojo. A él plim, que duerme en el Pikolín de la mayoría absolutísima de su nave nodriza y hasta lo mientan (ay, que me da…) como ministrable. Si ya era el que marcaba el paso, ahora se puede permitir poner una correa visible a su tamagotchi y hacerle saltar por el aro —¡hop, hop!— al ritmo de una canción de Pignoise cada vez que esté aburrido o el respetable demande espectáculo. No crean que el otro protestará mucho.

Y si se van al otro lado de la línea imaginaria con el trillo de separar palabras de auténticas intenciones y/o intereses, comprobarán que aunque se pida el anticipo porque es lo que toca, no hay ninguna urgencia. No nos engañemos: el PNV y la izquierda abertzale pueden y (creo que) quieren esperar. Primero, porque dos elecciones seguidas agotan a cualquiera. Segundo, para que López llegue hecho una pasa a la convocatoria. Y tercero, como diría el alcalde Izagirre, ¡kontxo, por razones obvias!

El mérito de Basagoiti

En cuatro o cinco censos de perdedores del 20-N he visto que junto a los fracasados de manual —Zapatero, Rubalcaba, López—, en los capítulos finales figuraba el nombre de Antonio Basagoiti. Si nos atenemos a esa aritmética maleable de la que hablaba ayer, es rigurosamente cierto que los populares vascos han sido la deshonrosa excepción del ascenso gaviotil. En la CAV apenas han rebañado 700 votos más que en 2008 y han mantenido los 3 escaños que le vienen de serie por la normativa electoral. Ha sido gracioso ver cómo culpaban a ese forúnculo llamado UPyD de haberles afanado papeletas, y más despiporrante aun, escuchar a Iñaki Oyarzábal y Laura Garrido que si se miraba el conjunto de Euskal Herria (ahí estaba el chiste), eran la fuerza más votada.

Excusas de pésimo pagador al margen, reitero que el resultado de la sucursal mariana en esta parte del mundo no ha sido, a primera vista, para descorchar txakoli. Sin embargo —aquí viene la paradoja—, eso no le resta ni un solo mérito al líder del PP vasco. Lo mismo que en los equipos de fútbol hay delanteros centro y centrales rompepiernas, en la política hay figuras que tienen la misión de marcar goles y otras, no menos importantes, que deben destruir el juego del rival. Ahí es donde se las pinta solo Basagoiti, que ha convertido en guano no pocos de los 180.000 votos que ha perdido el PSE, su adversario —no lo olvidemos— en estas elecciones.

También es verdad que López y la pléyade de áridos y pastóridos que lo circundan son especialistas en marcar en propia puerta, pero podrían haber obtenido un resultado un poco menos bochornoso si no hubieran metido al enemigo en casa. En estos tres años ejerciendo de sostén con encaje de Nueva Lakua, lo que realmente ha hecho el PP ha sido vaciar la despensa de votos socialistas en Euskadi. Los otros, hipnotizados por la makila, no se han dado ni cuenta. Y aún queda otro año para rematar la faena.

Aritmética inexacta

En cuanto las matemáticas bajan de las pizarras académicas, te das cuenta de que no son una ciencia tan exacta como presumen. Vamos, que dos y dos son cuatro, pero según y cómo. Nótese, por ejemplo, que la apabullante mayoría absolutísima del PP se ha conseguido con cuatrocientos mil votos menos —sí, menos— de los que al PSOE le sirvieron en 2008 para apañar una agónica mayoría simple que lo tuvo mendigando pactos toda la legislatura.

Que no nos timen los cantores de gesta que dicen que Rajoy tiene barra libre para hacer lo que a él, a Merkel o a la agencia Fitch les salga de la sobaquera, porque el de Pontevedra apenas ha rascado unas miles de papeletas más que en su derrota anterior, cuando a puntito estuvieron de mandarlo a casa. Se pongan como se pongan los titulares con la inestimable ayuda de la ley D’Hont y la legislación electoral vigente, en el Estado español no ha habido un vuelco para las antologías. Como mucho, una ramplona alternancia en el poder convertida en apoteosis por el hostiazo del PSOE, que sí ha sido histórico sin matices ni ambages.

Donde de verdad han ocurrido un puñado de cosas que aún no contaban con precedente —y ya llego al puerto que de verdad quería— es en el marcador final del 20-N en Euskal Herria. En una columna (CIS… ¡zas!, se titulaba) que les da derecho a rechiflarse de este escribidor, anoté como el que se pone una venda para una herida futura que en todas las elecciones generales reunían más votos los partidos llamados constitucionalistas que los soberanistas y/o nacionalistas. La norma se quebró, y de qué manera, el domingo.

Que eso se quede en anécdota o acabe haciendo categoría dependerá, en buena medida, de la actitud de las formaciones abertzales que han protagonizado el sorpasso. De entrada, no es buena señal que se enzarcen enseñándose los votos y los escaños. Aquí las matemáticas sí van a misa: sumar es mejor que dividir.

Noche electoral

Ánimo, que ya queda menos para las ocho de tarde, el momento en el que empieza la parte más entretenida de unas elecciones. Todo lo anterior —la convocatoria, la campaña, los sondeos, los debates e incluso el instante mismo de echar o dejar de echar la papeleta— tendrá su puntito, no digo lo contrario, pero no deja de ser la guarnición. El auténtico solomillo llega cuando se cierran las urnas y, en algo así como un ejercicio de natación sincronizada sin ensayar, en todas las emisoras y cadenas de radio salta al unísono la cabecera del programa especial correspondiente.

Ni se imaginan el reventón de adrenalina que se produce en ese instante en las redacciones. Da lo mismo que se lleven a las espaldas decenas de noches electorales cubiertas o que, como va a ser el caso, ya se sepa que estos comicios los van a ganar sin bajarse del autobús Goldman Sachs y Merril Lynch. La emoción siempre está ahí. Fíjense en el tono de voz con el que les saludará esta tarde y pronunciará las primeras palabras Xabier Lapitz en Onda Vasca. Notarán que no es el mismo con el que arranca cada día Euskadi Hoy.

A partir de ahí, no parpadeen, porque todo ocurre muy deprisa. Los avances tecnológicos nos han birlado aquellos legendarios conteos que se extendían hasta la madrugada y aún había que aguardar al día siguiente para conocer el marcador definitivo. Hoy para las diez y cuarto estará todo el pescado vendido. Quedarán, si cabe, cuatro o cinco chicharros sin dueño fijo al albur de los caprichos del señor D’Hont y sus diabólicos cocientes.

En esa celeridad explosiva están la gracia y la esencia. Doble contra sencillo a que las encuestas a pie de urna del minuto uno no se parecen al escrutinio de las cien primeras papeletas de las nueve y todavía menos al resultado final. Lo mismo, con las declaraciones desde las sedes o los análisis a vuelapluma en el estudio. Y lo mejor: mañana habremos olvidado todo.

Esos tecnócratas

Nos la han colado doblada con lo de los tecnócratas. Al oír la palabreja, todos —servidor a la cabeza— salimos como Miuras a acordarnos de la parentela de los que se han pasado por la sobaquera las cuatro chispitas de democracia que nos quedaban. Claro que hay mucho de eso, pero según estábamos entrando ciegos al trapo y reivindicando el derecho a decidir incluso a los malos políticos, no reparamos en una evidencia que empeora las cosas: los tales técnicos impuestos saltándose las urnas no son entes exquisitamente asépticos. Todo lo contrario. El maletín de herramientas que traen para desatascar las cañerías económicas está a rebosar, además de tijeras, serruchos, bisturís y otros artilugios con filo, de ideología. De una ideología muy determinada, que no es precisamente la socialdemocracia.

Ocurre que, al venir disfrazados de eficientísimos gestores, les franqueamos el paso con la misma candidez que le damos las llaves al mecánico que nos va a cambiar el aceite. Será tarde cuando descubramos que, más allá de sus currículums (todos han pasado por Goldman Sachs y similares, ya debería ser sospechoso) estos gachós son más políticos que cualquiera de los que llevan aparejadas unas siglas. La diferencia tremebunda es que, como no le tienen que hacer cucamonas a ningún electorado, van a ejecutar las escabechinas que crean convenientes sin pensárselo dos veces. Como se comprenderá, a ellos, que tienen tarjeta oro para las clínicas más elitistas y plaza para su prole en colegios de a diez mil euros el mes, el Estado del Bienestar se la refanfinfla. De hecho, su trabajo consiste en raparlo al cero.

Lo triste es que dejaremos que lo hagan sin rechistar mucho y hasta creyendo que, en el fondo, es por nuestro bien. Valiéndose de nuestra ignorancia, han sabido acojonarnos con las primas de riesgo, la deuda soberana y otros cuentos de terror. Ahora sólo tienen que hacer como que nos salvan.

El Gandhi de Oion

Otro más para el martirologio. Rubén Garrido, enfermero, alcalde de Oion y militante del PP, ha levantado un campamento (talla monoindignado) frente a la sede del Gobierno de La Rioja, ese chorretón incomprensible que cayó al mantel en el tiempo del café para todos. Desafiando el aroma de las chuletillas al sarmiento que suele transportar el aire del lugar, el comprometido edil guardará ayuno riguroso en señal de protesta por la negativa de la sanidad riojana a dar árnica, clamoxiles y juanolas a sus convecinos, que en su condición de riojanoalaveses, llevan el estigma del vascón.

No digo que su gesto no esté alimentado (uy, perdón; qué verbo más desafortunado) por las más nobles intenciones. Sin embargo, sería más fácil creerlo y hasta sentir un culín de empatía si el calendario no señalase que el domingo toca echar la papeleta. El lunes, el Gandhi oiondarra tendrá exactamente los mismos motivos que ayer para darse a la abstinencia reivindicativa. Por lo demás, es discutible que haya escogido el mejor sitio para plantarse. ¿Por qué no frente la Diputación de Araba, gobernada por el silente popular Javier De Andrés? ¿Qué tal junto a la sede central de la sucursal autonómica de su partido en Bilbao o, más efectista todavía, en las inmediaciones del domicilio particular de Antonio Basagoiti, que tiene exabruptos para todo el mundo menos para su conmilitón y pachá de la comunidad aledaña, Pedro Sanz?

Demasiado cómodo, aguerrido alcalde, hacer como que esto sólo es un conflicto interinstitucional y pedir que lo resuelva el maestro armero, llámese López o Pajín, cuando también tiene mucho —es decir, debería tener— de bronca de partido. Si su formación tuviera una quinta parte del sentido de la responsabilidad que le exige a los demás, hace tiempo le habrían soltado cuatro frescas al caciquillo Sanz para que deje de explotar de una puñetera vez su contumaz y rentable obsesión antivasca.