La resolución ene

Ocurrió en jueves y víspera de fin de semana largo, así que no se sientan culpables por no haberse enterado. En otro tiempo quizá habría sido un notición del carajo de esos que nutren portadas, editoriales, columnas y tribunas. O incluso, animan charlas de barra. Pero esta vez no pasó de cierta sensación de día de la marmota para parte de los que lo vivieron en directo y, desde luego, para aquellos a los que por oficio nos tocó contarlo. Y miren que intentamos hacerlo, con una migaja de trampa y dos de cartón, currándonos un enunciado efectista tal que así: “El Parlamento de Gasteiz asegura que el pueblo vasco constituye un sujeto político con derecho y capacidad para decidir sobre su futuro [pausa dramática] en una consulta cuyo resultado [otro silencio valorativo] debe ser respetado”.

Se supone que más de un proceso histórico arranca o cobra impulso con una declaración como esa. Pero el nuestro (o medio nuestro, o lo que sea) no. Entre otros motivos, porque no es la primera ocasión en que la cámara aprueba una resolución similar sin que haya pasado gran cosa. Pero, en este caso en particular, por el modo en que se dieron los hechos. Resulta que las dos formaciones que apoyaron la proposición, ya imaginan ustedes cuáles, fueron las que se atizaron con más brío en la tribuna de oradores y en los escaños. Los representantes de los otros tres partidos —PP, PSE y la excrecencia magenta— se limitaron a disfrutar del espectáculo, dándose el capricho de tanto en tanto de soltar alguna de las cargas de profundidad de costumbre. Por ellos, como si se aprueban noventa resoluciones más. Total, ¿para qué?

Temperatura social

La soberanía vasca, ¿sola o con sifón? O sea, ¿por las malas o con pacto? Ya quisiera tener la respuesta, pero les confieso que no me alcanza la clarividencia para tanto. Por un lado, se me hace cuesta arriba la idea de acordar lo que sea con quien, aparte de haber demostrado ser mal cumplidor, no quiere ni oír hablar del peluquín. Por otro, mi posibilismo me dice que lo del portazo y el ahí te quedas está muy bien como bravata, pero tiene muy pocos visos de realización práctica.

Menudo dilema, ¿no? Siento decir que, en realidad, no lo es. Ojalá llegue a serlo, porque eso significará que hemos llegado al punto en el que hay que tomar tal decisión. Ahora mismo solo es un debate de fogueo, una pura discusión teórica con el riesgo añadido de dividir (más) a quienes afirman compartir una causa común. Tanto dará que hayan ganado quienes abogan por el divorcio civilizado o los que prefieren cortar por lo sano, si en el momento del envite resulta que no hay el suficiente número de personas para respaldar una u otra vía.

Estará bien que los que nos decimos soberanistas vayamos pensando cómo afrontar la salida de España, y mejor todavía, que tengamos diseñado un país por el que haya merecido la pena el viaje. Sin embargo, no podemos poner el carro delante de los bueyes, salvo que nos estemos haciendo trampas en el solitario y todo esto sea una cínica manera de no conseguir nunca lo que aseguramos que queremos. A día de hoy, lo que nos hace falta es la temperatura social necesaria para echar a andar. Mientras los esfuerzos no se centren ahí, solo estaremos comprando boletos para una nueva frustración.

(Otra) carta a Rajoy

Poco estimado señor Rajoy, dos puntos. Ni me molesto en desearle que al recibo de la presente se encuentre bien de salud, porque es de sobra conocido que un individuo de su indolencia, o sea, de su cachaza, es inmune a todo. O bueno, a casi todo, que ya imagino que sufrió lo suyo con el ridículo de su selección en el reciente Mundial o con el abandono del Tour del chico ese que buscaba chivos expiatorios en los chuletones de Irun.

Al grano. El motivo de estas líneas es traducirle la carta que le envió hace unos días —debe de ser como la quincuagésimo octava o así— el lehendakari. Ya, ya; me consta que se la escribió en perfecto castellano, pero también conozco lo suficiente a Iñigo Urkullu como para intuir que su tacto y su educación exquisita le hicieron medir o, incluso, edulcorar sus palabras, con lo cual usted habrá entendido lo que le haya salido de los fandangos, que diría Maruja Torres. Pues anote.

Lo que (creo que) quería decirle el primer representante de los ciudadanos de la llamada Comunidad Autónoma del País Vasco es que por aquí llevamos un tiempo hasta las mismísimas de los sucesivos sobeteos inguinales a que nos someten. Eso va por usía, por sus ministros y un rato largo por su comisionado en los tres territorios, que se pasa la vida ingeniando formas de jorobar(nos) la marrana. Y que ya va estando bien, que a buenos y pactistas no hay quien nos gane, que hemos dado muestra de unas tragaderas por las que cabe el Amazonas, pero que hasta una paciencia talla doble Job como la nuestra tiene un límite que ya ha sido superado. ¿Piensa seguir tensando la cuerda? Vaya, me lo temía.

No solo un sablazo

Al Gobierno vasco en funciones le correspondía tomar la decisión sobre la paga de navidad de sus empleados y lo ha hecho. Por ese lado, no hay absolutamente nada que objetar. Ha cumplido exactamente con lo que se le estaba pidiendo. ¿Cabe sorprenderse o llamarse a engaño por cómo ha zanjado el asunto? Tampoco. Era de parvulario político que aprovecharía la ocasión para despedirse con un gesto póstumo de magnanimidad que, de paso, se lo pondría un poquito más en chino a los sucesores, gero gerokoak. Para nota, el despiporrante informe jurídico —los hermanos Marx no lo habrían mejorado— en el que se sostiene la resolución. Bien es cierto que esas fintas y contrafintas legaloides, por retorcidas y lisérgicas que sean, obedecen a una causa justa y legítima. Se trataba de derrotar con las mismas armas del derecho a la carta la arbitrariedad inaceptable de bailar a los funcionarios un buen pico de su sueldo. ¿Por qué el mismo ejecutivo tragó hace dos años con el tajazo del 5 por ciento lineal del salario ordenado desde Madrid por José Luis Rodríguez Zapatero? La respuesta está en la misma pregunta.

Este galimatías de la mal llamada paga extra no ha visto todavía su último capítulo. El virrey Carlos Urquijo guarda un as jurídico en la manga. Nadie descarte que dentro de equis, cuando la pasta no sea ni un recuerdo, empiecen a llegar notificaciones exigiendo su devolución. A quienes la hayan percibido, claro, porque esa es otra. Cada una de las administraciones ha tenido que buscar su propia solución más o menos creativa para hacerle un escorzo al gran marrón dejado sobre su tejado por el Gobierno español. Debería hacernos pensar que no haya habido una respuesta única o, por lo menos, mayoritaria. Esta medida no es solamente un sablazo a los bolsillos de quienes tienen una nómina del sector público. También es un gran mordisco a la capacidad de decidir sobre nuestros propios asuntos.

Agua para ninguno

Ya les ha costado darse cuenta. Treinta años de jijí-jajá después se enteran de que el Estado español de las Autonomías es una cantada institucional que no se la salta Sergei Bubka. Tarde para acordarse de las muelas de los egregios tahoneros —algunos ya difuntos y con doble orla en las enciclopedias— que hicieron un pan con unas hostias. Mientras la misma Europa que ahora nos asfixia soltaba a chorro quintales de pasta, todo fue de narices. Los más vivos de cada pedanía, políticos de cuarta regional literalmente, se convirtieron en pequeños marajás que inauguraban casinillos de jubilados, plantíos de girasol subvencionado y carreteras de ningún sitio a ninguna parte. Que no faltaran a su lado los Tribuletes de sus teles, radios y periódicos de la Señorita Pepis para hacerles los cantarcillos de gesta de rigor. ¡Venga, que lo paga el presupuesto!

Fasto a fasto, megalomanía paleta a megalomanía paleta, cazo a cazo, los barones y baronesas del extrarradio se pulieron lo que no cabe en una docena de biblias. No es que no quede un clavel, es que se debe hasta la última tachuela que fija en los paneles de corcho el cartel de “Vuelva usted mañana (a cobrar)”. ¿Y ahora qué? Pues, de momento, parece que se ha roto el tabú y hasta el dueto trágico-económico del Gobierno español —Guindos, Montoro; Montoro, Guindos, tanto monta— se han sacado el cinto y lo blanden contra los manirrotos caciques, en buen número, conmilitones suyos: ¿A que todavía os intervenimos, so desgraciaos?, les amenazan.

Desde este balcón del norte, somos más de siete los que nos maliciamos que no caerá esa breva. O peor aún, que si cae, se aprovechará el viaje para pegarnos la poda competencial con que llevan tres décadas soñando. Del café para todos al agua para ninguno. Los primeros hachazos serios acaban de llegar: tantarantán a la Sanidad y tarascada a la Educación por el artículo 33. Apenas el principio.

Protestón pero sumiso

Aparentemente, los gobernantes de nuestras dos franquicias dizque autonómicas han tenido reacciones diferentes a los últimos mordiscos en Educación y Sanidad ordenados desde Madrid pasándose por el arco del triunfo el reparto de competencias. Mientras Yolanda Barcina (con la inane queja de fondo de su socio Roberto Síseñora) ha dicho que bien, que vale, que qué se le va a hacer, Patxi López y su compaña lakuana han fingido ponerse como basiliscos por el supuesto doble ataque a las conquistas sociales y al autogobierno. Sin embargo, a la hora de la verdad verdadera, el recientemente comparado con Homer Simpson ha demostrado que también tiene cierto parecido con otro personaje de cómic de nuestra infancia, aquel Cuervo Loco que picaba, pero picaba poco. “Este Gobierno no va a ser insumiso. Cumpliremos las medidas que sean obligatorias”, zanjó al ser puesto entre la espada y la pared. Como en él es habitual, mucho lirili y poco lerele. Anótese un punto para la Doña foral que, por lo menos, no disimula.

¿Por qué López dice “¡arre!” cuando tiene pensado hacer “¡so!”? El secretario general de ELA, Txiki Muñoz, lo expresó perfectamente: porque, en el fondo, esas medidas le gustan. La prueba está en la cantidad de ellas del mismo corte (no es casual el empleo de esta palabra) que ha puesto en marcha con sus manitas. Vayan a un instituto de secundaria o a un ambulatorio de Patxinia y pregunten si es cierto que por aquí no ha caído la tijera. Pero vayan con tiempo, porque les pueden tener tres días detallándoles lo ancho y lo profundo del tajo. La escabechina ha sido de escándalo. No hay aparato de propaganda que tape eso.

Así que menos lobos y menos golpes de pecho. Lo que deberían hacer es besar el suelo por donde pisa Rajoy, que les ha regalado la posibilidad de pegar un nuevo bocado a nuestro bienestar asumiendo él todos los sapos y las culebras del personal. Pues no debería colar.