Garzón contra Garzón

La primera vez que te engaña Baltasar Garzón es culpa suya. La segunda, la tercera, la cuarta, la quinta… qué quieres que te diga, amigo progresí. Quizá empieza a ser menester que le des una vuelta a cómo las gasta el fulano extogado que veía amanecer, según la almibarada biografía escrita por Pilar Urbano, también conocida como Pilar Suburbano entre los veteranos del gremio periodístico.

Es probable que ni sepan los lectores a santo de qué saco a coalición al creador de aquella religión que se basaba (y aún se basa) en el mantra único Todo es ETA. Por fortuna, más allá de sus bien pagadas presencias en platós, mesas redondas y bolos varios, las andanzas del tipo se quedan en el córner de la actualidad. La última consiste en secundar al simpar Gaspar Llamazares en la creación de una candidatura para las elecciones de mayo bajo la marca Actúa, que hasta ahora era una escorrentía de Izquierda Unida. Se trataba de competir contra el partido nodriza con su propia pasta, con Garzón in person encabezando la lista a las europeas.

Para que no falte ningún detalle chusco, han aparecido unas grabaciones al estilo Villarejo —no por casualidad, compañero de cloacas del exmagistrado— que prueban la fechoría. “Este señor y yo nos tenemos que comer las candidaturas más importantes”, dice Gaspar en alusión a Baltasar (se diría que solo falta Melchor Miralles para completar la tripleta de reyes magos) en uno de los audios. Ahora, el otro Garzón, Alberto, el de la boda a lo duque de Alba, que todavía manda en la actual excrecencia de Podemos llamada IU, está que fuma en pipa por la traición. Como si no se la hubiera buscado.

La madre de Garzón

Palabras de Baltasar Garzón Real en una entrevista-masaje para promocionar el enésimo libro en el que se casca una manola a mayor gloria de sí mismo: “No me voy a olvidar del dolor que han causado a mi madre con todo esto”. El otrora juez que veía amanecer se refería a su descabalgamiento de la judicatura después de haber defraudado a aquellos poderosos amiguitos para los que rindió tantos servicios.

Qué rostro. Reparen en la frase de nuevo, y piensen en cuántas y cuántas víctimas de las arbitrariedades de Garzón podrían repetir exactamente lo mismo. “Coño, Don Javier, es algo gratuita esa comparación, digo yo. Seguro que hay alguna diferencia con narcos y terroristas”, me replica un tuitero, perfecto representante de muchísima buena gente de fuera de Euskadi que tiene un gran concepto del dandy de las sienes plateadas. Tremenda tarea, y estoy viendo que también baldía, explicarle a mi interlocutor que en la lista de damnificados por este individuo se cuentan mayoritariamente hombres y mujeres que pasaban por allí. Eso, sin mencionar que incluso los culpables gozan de unos derechos que eran sistemáticamente ignorados cuando las operaciones político-policiales llevaban su firma.

No es la primera vez que escribo, y me temo que no será la última, aunque sirva para poco, que Garzón ha sido objeto de un tipo de faena jurídica que por algo recibe el nombre de garzonada. Manda muchas narices que él, que retorció la ley a discreción, vaya por ahí haciéndose el ofendido. Y aun resulta más increíble y desolador que, con la bibliografía que tiene presentada, haya quien le compre la moto averiada que vende.

El último de Bateragune

Desde estas humildes líneas, me sumo a la iniciativa por la libertad de Rafa Díez Usabiaga. Lo hago enfatizando la pluralidad de quienes la han impulsado. Podrá parecer una anécdota, pero es algo más que una grata sorpresa encontrar a un exgobernador civil de Bizkaia —Daniel Arranz— entre las adhesiones.

Respecto a los motivos, poco que decir. Resulta frustrante explicar lo obvio. Como todos sus compañeros del funesto caso Bateragune que tuvieron que comerse hasta el último día de prisión, Díez Usabiaga es víctima, en el mejor de los casos, de la incapacidad de la Justicia española para reconocer un error clamoroso. El tiempo y los hechos —el jueves se cumplen cinco años del comunicado de cese de las acciones armadas de ETA— han demostrado que fueron condenados por exactamente lo contrario de lo que hicieron. Desde luego, si hubieran sido culpables de lo que se les acusaba, el desenlace habría sido otro. Probablemente, aún seguiríamos lamentando asesinatos.

Y ya digo que esa, la de la equivocación que cabría asumir y rectificar, es la teoría más favorable. La mayoría de ustedes y yo sospechamos, con bastante base, que detrás de este atropello continuado ha habido una clara intencionalidad. No es difícil tampoco poner nombres y caras a los elementos del conglomerado político-judicial que perpetraron la injusticia. Qué menos que recordar al ministro de Interior de aquellos días infames, Alfredo Pérez-Rubalcaba, y al juez que le puso barniz legaloide, un tal Baltasar Garzón Real, hoy honda y profusamente aclamado por cierta progresía como paladín de la Democracia y mártir del Sistema. Gran paradoja.

Abajofirmantes

A esta comedia bufa de la investidura imposible solo le faltaba la irrupción a trote cochinero de la hintelijenzia patria para ilustrar a la inculta e indocta plebe sobre lo que le conviene. Cómo no habíamos caído antes en que la solución a todos los males reside en una alianza entre santa, golfa y descangallante formada por el PSOE, Podemos más sus chopecientos afluentes y, como argamasa universal o lubricante infalible —elíjase—, esa excrecencia que atiende por Ciudadanos. Tal que así lo proclama una recua de sedicentes intelectuales orgánicos que incluye, como es norma y costumbre de la casa, la consabida cuota de faranduleros venidos a más.

Sin necesidad de ver la lista, y pese a la presencia de alguna cercana y descolocante sorpresa, serán capaces de adivinar los perejileros nombres de no menos de dos docenas de los abajofirmantes. ¿Sabina y Miguel Ríos? Bingo, aunque se echa en falta (por lo menos en las fotos, no sé en la letra menuda) a Victor y Ana. ¿Baltasar Garzón? ¡Cómo no va a estar el juez que veía amanecer mientras extendía el entorno de ETA hasta el infinito y más allá! Y entre los políticos en activo, todos aquellos a cuyo apellido cabe anteponer el epíteto inefable: Odón, Llamazares o el pinturero Baldoví, por ejemplo. No faltan tampoco varios incombustibles o insumergibles del pelo de Cristina Almeida, el truhán sindical Antonio Gutiérrez o el traidor de cada causa a la que se acerca, Carlos Jiménez-Villarejo. Y así, hasta setecientos señores y señoras con la tela suficiente como para pagar tres páginas completas de publicidad en El País. Si es que se las cobraron, claro.

La (pen)última de Garzón

No será porque no se les advirtió, con especial fogosidad desde este trocito del mapa donde aún padecemos las consecuencias de las acciones del siniestro personaje. Pero ni caso. Entre la natural benevolencia —madre de tantos desastres— de los que levitan más que pisan por la izquierda-izquierda y sus dedos hechos huéspedes al barruntar que por una vez en la vida sumaban en lugar de restar, acogieron en su seno con inusitado alborozo al ya ex-juez campeador. Menudos caretos, el domingo, al desayunarse en el periódico que fue de cabecera y ahora solo de referencia a regañadientes con el titular que anunciaba la defección: “[Baltasar] Garzón y exdirigentes de IU se ofrecen al PSOE para derrotar a la derecha”. Como en los malos vodeviles, los últimos en enterarse de que llevaban cornamenta. En labores de celestinaje, el trasgo Gaspar Llamazares, que se apresuró a desmarcarse… igual que hizo cuando participó activamente en la demediación del antiguo quinto espacio vasco; Judas, un aprendiz.

Una vez más, la penitencia venía adosada al pecado, que en este caso fue de candidez, pero también un tanto de soberbia. Algunos se creyeron capaces de domesticar al escorpión que tenía acreditado haber picado a cuantos le habían agasajado con pasta, premios y sonrisas. Pensaban en serio que el tipo que salió rebotado de cada pesebre en el que abrevó se quedaría a vivir para los restos allá donde estaban dispuestos a darle calor de hogar y una cabeza de lista en las europeas, si se terciaba. Pues toma desengaño cruel y canalla. A la primera de cambio, la criatura de pelo cano se vuelve a una de las madrigueras que ya dejó manga por hombro y donde ahora —cómo de grande será la necesidad del PSOE— lo reciben cual hijo pródigo.

La parte positiva de esta triste y previsible historia es que, inmediatamente después del sofocón, se abrirá paso el alivio por haberse quitado de encima a semejante individuo.

Un premio para Garzón

Son esas cuestiones que pasan de puntillas por la actualidad porque la prensa amiga se hace la sueca y si las cuenta la que no es tan amiga, suenan al raca-raca que se invoca desde Nueva Lakua como comodín del público y encubridor de cualquier fechoría. Pero, como son noticias de aquí a Lima, hay que dejar constancia de ellas, aunque suponga un gasto inútil de fuerzas y neuronas. ¿O es que hay que callarse ante la evidencia de un premio chuscamente amañado como el que pretende darle por la jeró el Departamento de Justicia del Gobierno Vasco al exjuez y mártir Baltasar Garzón?

Como lo están leyendo. Resulta que el negociado que dirige Idoia Mendia en los ratos libres que le deja su tarea como portavoz del patxinato concede anualmente una distinción bautizada con el nombre de René Cassin. Buen sofoco se llevaría el redactor principal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos si se enterara en el más allá de que en el menos acá lo están mezclando con una arbitrariedad bananera. Les resumo: aunque teóricamente el galardón lo decide un jurado independiente, en esta edición (a saber en el resto) ha trascendido que el dedazo de la consejería ha señalado sin género de dudas como futuro laureado al recién destogado Garzón. Un guiño a esa izquierda un tanto olvidadiza que lo ha adoptado como mascota, ya imaginan.

Lo divertido y Al tiempo revelador es que, si bien en un primer momento Mendia salió en tromba con el habitual desmentido bilioso y cabreado, una vez retratada con el carrito del helado, cambió de estrategia. El viernes reivindicó la cacicada en sede parlamentaria y la justificó como una operación para dar bola a un premio casi clandestino. Con un par, la trapisonda hecha marketing sin sonrojo alguno desde el machito institucional. Descubierto el pastelón, la faena tal vez sea para Don Baltasar. Sería demasiado morro que se llevara la placa y los 16.500 euros. ¿o no?

Garzonada a Garzón

Busco palabras para nombrar lo que le está ocurriendo a Baltasar Garzón y me temo que no hay una mejor que la que se acuñó a partir de su propio proceder: garzonada. El término no ha llegado aún a los diccionarios oficiales, pero cuando lo haga, en la definición se aludirá a una forma de violentar la legislación de modo que, bajo la apariencia de hacer justicia, se sirva a unos intereses concretos o, peor todavía, a unas obsesiones fácilmente identificables.
Como el método me parece fatal, se lo apliquen a Agamenón, a su porquero o a su prima segunda, me pongo en la fila de quienes están denunciando el linchamiento de su señoría campeadora. No hace falta que nadie me preste las entendederas para darme cuenta de que se las están cobrando todas juntas al tiempo que el espectáculo sirve de escarmiento en carne ajena sobre lo que puede ocurrir cuando se meten las narices en según qué fosas. Adonde no llego, por más que lo intente, es al entusiasmo reivindicativo ni a la glosa épica de sus virtudes. Soy capaz de verlo como víctima, pero jamás de los jamases como héroe.
Teniendo en cuenta los motivos últimos por los que le han emplumado, es casi paradójico que mi escaso ardor en su defensa esté íntimamente relacionado con la memoria histórica. No con la que se remonta a anteayer, sino a hace, como quien dice, dos cuartos de hora. Pongamos los 90 y los primeros negrísmos años del presente siglo. Los que entonces lo sacaban bajo palio, le componían cantares de gesta y lo bañaban en premios al pundonor y la integridad son exactamente los mismos que ahora le están arrancando la piel a tiras. Su teoría del entorno infinito de ETA y, sobre todo, su puesta en práctica en instrucciones donde los fundamentos del derecho ni estaban ni se les esperaba lo convirtieron en una celebridad cavernaria. Borracho de sí mismo, él se dejó querer sin sospechar que los afectos eran tornadizos y condicionales.