Creía uno que con Iván Redondo expulsado de la casa del Gran Hermano, se reduciría la producción de palabros de a duro en Moncloa/Ferraz, pero se ve que se ha quedado un retén de creativos timadores dialécticos. Su última parida se enuncia como “Nación multinivel”, que es nada entre los platos, igual que las chorradas anteriores de la “España plurinacional”, la “nación de naciones” o el “federalismo asimétrico” de Pasqual Maragall. Hay mucha manía en el PSOE de juguetear con el lenguaje para ocultar la realidad impepinable: en materia de centralismo jacobino no hay quien les gane. Se lo dirá cualquier político abertzale que haya negociado con gobiernos centrales materias de verdadera sustancia y no este o aquel caramelito precedido de una foto pisando moqueta con sonrisa de Paco Martínez Soria junto a unas vicetiples para presumir en el pueblo.
Pero, a lo que vamos: ¿qué carajo es una nación multinivel? Pues todo y nada. Lo que cada cual quiera interpretar. De alguna manera, el constructo sigue la filosofía de otras leyes. La realidad importa una higa. Puedes ser Murcia o La Rioja y si alcanzas el nivel adecuado de empoderamiento, nadie te va a convencer de que no estás a diez minutos de asaltar el G-7. El truco está en que se da por hecho que te conformarás con el café para todos que se inventó el reciente difunto Clavero Arévalo. Con las migajas que sobren, se intentará engañuflar a las comunidades que tienen auténticas razones históricas para reclamar más. De eso va este birlobirloque. Se trata de contentar las aspiraciones de Catalunya —Euskal Herria está de espectadora— con dos fruslerías que el resto no tiene. Espero que no cuele.