‘El Estatuto de Kanbo’

Lástima para Borja Sémper que a estas alturas del requetenuevo tiempo, el respetable esté a otras cosas. En circunstancias diferentes, la penúltima ocurrencia del (a veces) incisivo portavoz parlamentario del PP vasco quizá hubiera hecho fortuna y andaría de boca en boca, como motivo de encabronamiento para unos y de jolgorio para otros. Reconozcamos que lo de bautizar la propuesta del PNV en la Ponencia de autogobierno como “Estatuto de Kanbo” tiene su puntito. A los que hemos renovado unas cuantas veces el carné, nos trae los ecos de aquella martingala de la “Tregua-trampa de Lizarra” que parió Mayor Oreja y tan celebrada fue en el ultramonte español. Pero ya digo que los calendarios no pasan en balde. Esta vez el dardo dialéctico se ha quedado para consumo de los más cafeteros y para alimentar el politiqueo de réplicas y contrarréplicas con el que nos engolfamos sin remedio.

Ahí iba yo, porque pasarán de media docena de veces las que en las (casi siempre) sabrosas entrevistas que le he hecho a Sémper, ambos hemos coincidido en abogar por una política más sincera, de menos pico de oro y más hechos contantes y sonantes. Algo perfectamente compatible, ojo, con la defensa firme y honesta de cualquier posicionamiento ideológico. Ahora, a caballo entre la sorpresa y la resignación, señalo en estas líneas la contradicción entre lo teorizado y lo practicado por mi interlocutor. Como inútil nota al margen, añado mi sentimiento de cierta decepción y dejo en el aire mi duda sobre si sus florituras verbales mirando al tendido se corresponden de verdad con su pensamiento. En realidad, ni sé si quiero saberlo.

Censuras de diseño

Sigo con una inmensa sonrisa socarrona la bronca literalmente de diseño a cuenta de la retirada de ARCO de algo que los medios nombran como obra de arte, y yo no sé si sí o si no. Quizá sea un raro y un descreído sin cura, pero el verdadero arte del episodio me parece que reside en la capacidad para volvernos a colar el sucedido entre los titulares y la materia de aluvión para que los todólogos nos lancemos a opinar. O bueno, según los casos, a pontificar, que en el rato que ha pasado desde que nos echaron la noticia a modo de alpiste, he visto, escuchado y leído intervenciones dignas de tesis doctoral de veterinaria. Qué decepción se van a llevar cuando comprueben la pobreza de mi aportación, que básicamente consiste en tomarme el asunto a guasa.

¿Que cómo puedo decir algo así cuando de nuevo hemos visto actuar la oprobiosa censura sobre el ímpetu creador a lomos de la sagrada a la par que cada vez más mancillada libertad de expresión? Pues porque son ya demasiados años repitiendo la misma coreografía del escándalo impostado en eventos como el que nos ocupa u otros del pelo. Cuando no es una capucha a lo Abu Ghraib sobre una modelo esquelética, es un pene circuncidado gigante o una Virgen de los Dolores con tacones y bolso. Esta vez son unos retratos pixelados de personajes que se nos presenta (y no negaré que para mi varios lo son) como presos políticos del sistema judicial español. Pasaría como valiente denuncia, si no fuera porque tanto el autor, como la galerista, como el que en primera instancia consintió la instalación y luego mandó retirarla tenían claro que pasaría justo lo que ha pasado.

Palabras con pene

Asisto con incredulidad y cabreo crecientes a la bronca de los portavoces y las portavozas. Supongo que lo siguiente será pretender que también hay un debate serio para dirimir si la tierra es plana, si el cáncer se cura no haciendo nada o si la masturbación provoca ceguera. Fíjense que en los últimos tiempos los apóstoles de la superioridad moral indiscutible han batido marcas de membrillez envuelta en totalitarismo (y viceversa), y ya deberíamos estar vacunados contra la sorpresa, pero ni por esas: siempre hay un plus ultra.

El que nos ocupa no es anécdota sino categoría. Va más allá del bobo ten con ten sobre la corrección o la pertinencia de decir esto o lo otro. Es, en realidad, el retrato —más bien, el selfi— del retroprogresismo que nos toca padecer. Y en la foto aparecen quienes convierten un simple lapsus o una supina muestra de ignorancia (escojan) en bandera contra una desigualdad que ni está ni se la espera en la palabra en cuestión, compuesta por el verbo Portar y el sustantivo Voz, que ya es femenino. No faltan tampoco los caballeros andantes que han corrido al socorro de la dama en esa forma de machirulismo vomitivo que es el paternalismo. Fuera de concurso, las cátedras y los cátedros de filología que parecen creer que en castellano el género se determina exclusivamente por una a o por una o.

Habrá, es verdad, personas que también han actuado con la mejor fe. A ellas me dirijo, porque en mi humilde opinión, la verdadera materia para la reflexión es el flaquísimo favor que se le ha hecho a la causa totalmente legítima y necesaria del lenguaje inclusivo. Pregunten a su alrededor.

El foco sobre Espinar

Está bien variar de vez en cuando la monodieta del Falcon Crest en Ferraz y franquicias asociadas. En esta ocasión, lo que el diputado Iglesias Turrión ha dado en motejar “Máquina del fango” colocaba el foco en el pablista de primera hora Ramón Espinar Merino, también conocido como Ramón Espinar hijo para diferenciarlo de su célebre padre, feliz titular en su día de una Tarjeta Black de Caja Madrid. Contaba la cadena SER a todo trapo que el aspirante a la secretaría general de Podemos en la comunidad de Madrid había acreditado sus pinitos en el proceloso mar de la especulación inmobiliaria. Le acusaba, como probablemente habrán leído u oído, de haberse embolsado 30.000 euros en la venta de un piso de protección oficial en Alcobendas que no había llegado a ocupar.

Siendo justos, es verdad que no fueron 30.000 sino 20.000, que la vivienda no era exactamente de protección oficial sino algo por el estilo, y que no pudo ocuparla porque cuando la pagó, estaba aún sin acabar. El marronazo queda, pues, en marroncito. Es más, no parece que haya absolutamente nada técnicamente punible.

Otra cosa es que llame la atención que un crío de 21 años de requeteizquierdas sin ingresos regulares se meta en una casa con dos garajes. Y qué decir del hecho de que la cooperativa promotora se la conceda y financie, o de que ese padre con el que hasta ahora aseguraba no tener trato le prestase un pastizal para la entrada. Venga, va: nada ilegal. ¿Feo? Allá cada cual. Pensemos, sin embargo, en Espinar como posible gestor de recursos públicos. Ha dejado claro que no tiene empacho en comprar lo que sabe que no podrá pagar.

Hipérboles del 15-M

Resuenan todavía en mi aturullada cabeza los encendidos panegíricos por el quinto aniversario del 15-M. Se diría que Mayo del 68 fue un divertimento menor al lado de la explosión popular en Sol (y solo en Sol, por cierto, que el centralismo imperante se aplica también a rajatabla). Qué ditirambos, qué descargas líricas arrebatadas, qué entregados cantos de gesta. Y qué exagerados, en general, por no mencionar el revelador detalle de que la inmensa mayoría de las loas más volcánicas venían con la firma de tipos y tipas de muy buen vivir tanto entonces como ahora. ¿No es curioso que los principales trovadores de un movimiento nacido, según se anunciaba y enunciaba, para darle de collejas al malvadísimo sistema sean individuos que pertenecían y pertenecen a las élites de la cosa?

Tomen a cualquiera de ellos o ellas de a uno, y comprobarán que su situación personal, medida en ego, dinero y poder, ha crecido exponencialmente en este lustro. No es la primera vez —y me temo que no va a ser la última— que anoto esa peculiar circunstancia: los que hablan en nombre de los que no tienen nada son gentes que tienen de todo. A mi no me cuadra.

Por lo demás, como he hecho en cada uno de los aniversarios anteriores e incluso en el momento de autos, dejo claro que no desprecio, ni mucho menos, lo que ocurrió. Es incontestable que resultó una novedad ilusionante y también que ha sido el origen de una serie de cambios muy positivos. Sin embargo, debo confesar que no sé qué me pasa, doctor, que cada vez estoy más desencantado con determinado desencanto y, casi peor, más y más indignado con cierta indignación.