Lo malo de ser súbdito obligatorio del reino de España es, entre otras mil cosas, que si yo escribiera aquí lo que de verdad pienso de Jorge Fernández Díaz, correría el riesgo cierto de que el susodicho me encarcelara. Llámenme exagerado, pero precedentes hay un huevo y medio, y alguno bien reciente. Exponiéndome a que igualmente lo haga, porque tampoco faltan casos en que se ha entrullado al personal por interpretaciones creativas de sus palabras o de sus silencios, dejaré que sean los lectores quienes se lo imaginen. Cuídense, por favor, de no decirlo en voz alta, ni mucho menos, dejar constancia documental, no vayamos a tener un disgusto serio.
También es verdad que, tratándose del ministro de la triste figura —esto no es delito, ¿verdad?—, no hay que recurrir al diccionario para calificarlo. Bastan y sobran sus hechos acreditados, entre los que recuerdo su propensión a condecorar a Vírgenes o su confesión de que tiene un ángel de la guarda (no es metáfora) llamado Marcelo que le ayuda a aparcar el coche.
Y luego está su propio pico, que termina retratándolo como no lo haría El Greco. Atiendan a su penúltima piada: “Hay una agenda oculta, y lo digo así de claro porque el PNV no da un apoyo gratis a nadie, y tampoco al señor Sánchez. (…) ETA no espera nada del Partido Popular y, desde luego, lo que está esperando como agua de mayo es que hubiera un gobierno del PSOE con Podemos e Izquierda Unida apoyado por el PNV”. Me muerdo la lengua y las teclas, cuento hasta chopecientos, y en mi mente juguetona se forma una palabra que quizá acabe proponiendo a la academia española de la lengua: IdiETA.