Decidir, según

Además de todas las que glosan los opinadores de mayor y menor erudición, una de las consecuencias más reveladoras del referéndum en Escocia ha sido el cambio de acera, siquiera inconsciente, de ciertas posturas supuestamente inmutables. Así, algunos de los que venían negando a los escoceses su capacidad para pronunciarse sobre su futuro celebran ahora el sentido común y hasta la sabiduría que han demostrado en las urnas esos ciudadanos. Incluso el mismo Rajoy, al subirse con orgullo y satisfacción al carro ganador, pronunció el sustantivo decisión y el verbo elegir, cuando solo dos días antes había equiparado tales términos a un torpedo en la línea de flotación de la Unión Europea.

Pero, cuidado, porque parecida inconsistencia, por no decir incoherencia, se ha evidenciado en la parroquia de enfrente. Si bien es cierto que la mayoría de los partidarios del derecho a decidir han (o sea, hemos) aceptado el áspero ‘no’ apelando al barón de Coubertain —lo importante es participar—, no faltan morros torcidos que achacan la derrota a la inmadurez de los que han votado por mantenerse en el Reino Unido. Farfullan, según los casos, que ha ganado el miedo, el capital o ambos. No solo demuestran un escaso fair play o un desprecio por el mismo colectivo humano a cuya sensatez hacían loas antes de contar las papeletas. También están confesando que, en realidad, lo suyo es de boquilla: las consultas les parecen democráticas únicamente si las ganan. Este que escribe, sin embargo, tiene muy claro que el derecho a decidir implica la posibilidad de perder y, desde luego, la obligación de aceptar el resultado.

(Otra) carta a Rajoy

Poco estimado señor Rajoy, dos puntos. Ni me molesto en desearle que al recibo de la presente se encuentre bien de salud, porque es de sobra conocido que un individuo de su indolencia, o sea, de su cachaza, es inmune a todo. O bueno, a casi todo, que ya imagino que sufrió lo suyo con el ridículo de su selección en el reciente Mundial o con el abandono del Tour del chico ese que buscaba chivos expiatorios en los chuletones de Irun.

Al grano. El motivo de estas líneas es traducirle la carta que le envió hace unos días —debe de ser como la quincuagésimo octava o así— el lehendakari. Ya, ya; me consta que se la escribió en perfecto castellano, pero también conozco lo suficiente a Iñigo Urkullu como para intuir que su tacto y su educación exquisita le hicieron medir o, incluso, edulcorar sus palabras, con lo cual usted habrá entendido lo que le haya salido de los fandangos, que diría Maruja Torres. Pues anote.

Lo que (creo que) quería decirle el primer representante de los ciudadanos de la llamada Comunidad Autónoma del País Vasco es que por aquí llevamos un tiempo hasta las mismísimas de los sucesivos sobeteos inguinales a que nos someten. Eso va por usía, por sus ministros y un rato largo por su comisionado en los tres territorios, que se pasa la vida ingeniando formas de jorobar(nos) la marrana. Y que ya va estando bien, que a buenos y pactistas no hay quien nos gane, que hemos dado muestra de unas tragaderas por las que cabe el Amazonas, pero que hasta una paciencia talla doble Job como la nuestra tiene un límite que ya ha sido superado. ¿Piensa seguir tensando la cuerda? Vaya, me lo temía.

Sánchez gusta… al PP

Como el training para liderés de Pedro Sánchez ha sido a uña de caballo, se ve que ninguno de sus adiestradores ha tenido tiempo de explicarle una de las reglas básicas de la política, que lo es también de la vida en general: si en lugar de acordarse de toda tu parentela, tu oponente se pone tierno contigo, la has jodido. Y que él, que al fin al cabo es un neófito con un ego de aquí a Lima, no se de cuenta, pase, pero que tampoco se percaten sus muñidores, con la escuela parda que se les supone, es de récord Guiness de la panfilez. O eso, o es que lo del oro venezolano es verdad y los tipos son submarinos a sueldo de Podemos, formación que debe de estar improvisando a todo trapo refugios de mecanotubo para acoger a los penúltimos votantes —todavía unos centenares de miles— del partido que fundó el Pablo Iglesias original.

¿Es que a alguien con dos guardias hechas en el aparato le parece medio normal la cálida, por no decir tórrida, acogida en la acera de enfrente? Ya hubiera querido Mariano, cuando fue investido capitán de las huestes gaviotiles, haber recibido de los suyos la mitad de los parabienes natillosos que se le están dispensando al heredero de Pérez Rubalcaba. Sin el menor disimulo, lo elogian por ser garantía de estabilidad, freno del aventurerismo y la radicalidad, y, entre otras muchas cualidades de orden, aliado de confianza para las grandes cuestiones de estado, o sea, de Estado, con la mayúscula inicial bien marcada. Ante tanto y tan prieto abrazo de oso de los que deberían estar soltando espumarajos, cabría deducir que el proceso interno del PSOE lo ha ganado de calle el PP.

¿Quién ganó?

La ya celebérrima patraña de Évole sobre el 23-F es una broma escolar al lado de otras que nos cuelan —vale, yo también me acuso— a diario sin provocar el menor revuelo ni despertar sospecha alguna. Las encuestas, por ejemplo. Fíjense qué prodigio: la de Metroscopia para El País sostiene que Pérez Rubalcaba ganó por poco el Debate sobre el estado de la nación, mientras que la de Sigma Dos para El Mundo proclama que el vencedor, también por poco, fue Rajoy. Fuera de concurso, la del chiringo NC Report para La Razón, que cacarea que Mariano no solo apalizó al Rasputín de Solares, sino que consiguió encandilar —les juro que es la palabra que utilizan— a la concurrencia.

Todo esto que les cuento va tal cual a los titulares correspondientes con marchamo de verdad verdadera, y ya pueden ustedes dejarse los ojos entre la letra pequeña, que no encontrarán una nota al pie aclarándoles que les han tomado el pelo. Lo más aproximado a eso es una apostilla que deja caer el redactor de la pieza de El País. Los resultados se han obtenido, nos dice, tras consultar telefónicamente a quinientas personas que “no necesariamente vieron el debate, sino que se guían por comentarios de personas en quienes confían o las informaciones de los medios”. Vamos, una credibilidad de tres pares de narices.

Les he revelado la parte más evidente del timo. Hay una segunda que solo se detecta con el microscopio. Aunque pueda parecer que la intención de estos sondeos es arrimar el ascua a la sardina predilecta, hay otro objetivo no menos perverso: alimentar la martingala de que la política es cosa de dos. Y ahí traga todo quisque.

Rajoy defiende a Barcina

Cómo degenera la especie ultramontana. Hemos pasado del “Antes roja que rota” al actual “Mejor corrupta que lo que sea”. Rajoy defendiendo a Barcina es la reedición en el tercer milenio de los apaños de la CEDA, Mola, el Conde de Rodezno y demás carcunda que bañaron en sangre la tierra que tanto decían amar. Esta vez, por fortuna, no hay riesgo de paseíllos, cunetas, ni grilletes en San Cristóbal. Permanece prácticamente igual, eso sí, la coartada ideológica encapsulada en el santo y seña clásico: Navarra, cuestión de Estado, foral (o así) y por pelotas, española.

Pero tampoco nos engañemos demasiado ahí. Ni tan mal, si fueran unas ideas o unas convicciones, por muy rancias que resulten, las que estuvieran en juego. Habría una cierta dignidad en ello o, qué sé yo, por lo menos, unos gramos de coherencia. Poco de eso hay, sin embargo. Como señalaba la genial viñeta de El Roto anteayer, si a un patriota español le rascas el bolsillo, descubres que en realidad es suizo. Y esto vale igual para el navarrista más furibundo. Su gran pesadilla no es tanto que su nación sentimental se vaya por el desagüe, como que con ella desaparezcan su pecunio y, más importante todavía, su poder sobre casi todas las cosas que se mueven en lo que queda del viejo reino. Desafío a cualquiera a encontrar en la península un lugar donde la palabra régimen tenga tanto sentido como en Navarra. No es algo que venga de hace treinta años como en Andalucía o de hace veintipico como en Castilla-León. Hablamos de un siglo largo, y habrá quien pueda documentar que hasta de alguno más. Ojalá estos que vivimos sean sus últimos días.

La discreción y tal

Cuando el miércoles a mediodía escuché que el lehendakari no había querido confirmar ni desmentir si se había reunido con Rajoy, supe que la respuesta era sí. Aposté contra mi otro yo a que esa misma tarde, hacia la hora del Teleberri o los telediarios, el chachau estaría en los titulares. También hice una terna mental de los posibles firmantes del scoop y me sonreí al pensar que en la narración se emplearía la descuajeringante fórmula “fuentes conocedoras del encuentro”, que viene a ser la actualización del “Me lo dijo Pérez, que estuvo en Mallorca”. Quizá con la salvedad de que aparecieron más padres de la exclusiva de los que había imaginado, el resto se cumplió milimétricamente. Nadie piense que tengo poderes extrasensoriales ni una capacidad de análisis del copón de la baraja. Es una cuestión de años de oficio asistiendo a la repetición de idéntica jugada, a veces con aburrimiento, otras con cabreo, y las más, con una enorme sensación de incredulidad ante la reiteración de la coreografía.

De este caso en concreto, me queda la duda sobre cuál de las dos partes exigió la discreción y cuál la rompió. Puesto que el Gobierno vasco llevaba pidiendo públicamente la cita desde la noche de los tiempos, intuyo que la solicitud de chitón partió de Moncloa, mayormente, para que no se le revuelva más la talibanada. En cuanto al origen del chivatazo, paso palabra, porque bien podría ser incluso doble, simultaneo y, si me apuran, hasta pactado, como ha ocurrido en tantas y tantas oportunidades.

Si les vengo con este cuento, aparentemente para muy cafeteros, es para que pongan en cuarentena cualquier cosa que les cuenten. O que les contemos, que aquí nadie es inocente. Y como es posible que esto lo esté leyendo alguno de los muñidores del backstage, aprovecho para enviarles un saludo cariñoso y para recordarles que cuando se ha querido, ha habido encuentros de los que no se ha enterado nadie.

El PP no es la UCD

Veo que, fuera de los entusiastas asistentes y sus palmeros mediáticos, el PP no ha conseguido vender la moto de la unidad sin fisuras tras sus ejercicios espirituales en Valladolid. Se ha antojado muy forzado tanto eslogan de cinco duros trufando los discursos pronunciados en tono de arenga incluso por los que no están adornados por las dotes de la prosodia. Total, para acabar siendo objeto de mofa y befa, que hay que ver la torrentera de chanzas —puestas a huevo, todo hay que decirlo— que se están haciendo a cuenta de las consignillas “EL PP o nada” o “España ha vuelto”. ¡Cuánto daño ha hecho El ala oeste de la Casa blanca! Y sí, mucho pabellón puesto en pie aclamando hasta a los que cambiaban el agua, pero cualquiera que haya visto en Discovery Channel un par de documentales sobre el comportamiento de las masas notaba a leguas el cante a terapia de grupo y a catarsis de plexiglás.

En resumen, que el partido (casi literalmente) de Mariano se fue de Pucela como había llegado: más cerca de la mandarina clementina que de la piña. ¿Y eso es grave, doctor? Pues aquí pego un giro discursivo y proclamo que no demasiado, los achaques normales de sostener un gobierno en época de turbulencias, de no haber purgado suficientemente los intestinos de sus propios detritus ultramontanos y —añade el psicoanalista— de retrasar sine die el asesinato del padre. Por lo demás, la gaviota está en condiciones de enterrarnos a todos. Quizá ya no con el rodillo de la mayoría absoluta, pero sí como primera fuerza en España sacándole a la segunda más de lo que dicen las encuestas. Y como quiera que la tal segunda es indistinguible del PP en media docena de cuestiones fundamentales, esas que llaman de Estado, ya podemos darnos por jodidos.

Moderen su optimismo, pues, quienes auguran que el imperio genovés caerá con el mismo estrépito con que se fue al garete la UCD hace treinta y pico años. No tiene pinta.