Evidentemente, la respuesta a la pregunta de arriba es que no. Otra cosa es que se vaya instalando la impresión creciente de que al virus le quedan dos Teleberris entre nosotros. Incluso algunos de los que se han mostrado más prudentes empiezan a dar muestras de cierto optimismo. Puedo citarme como ejemplo. Pese a mi natural cenizo y pinchaglobos, creo intuir la ansiada luz al final del túnel. Y los números también parecen avalar semejante idea. Por de pronto, y aunque ojos más entrenados puedan ver algo diferente, se diría que las últimas cifras de contagios no se corresponden con las que pronosticábamos ante el desparrame que siguió al fin del estado de alarma. Han pasado ya más de dos semanas desde aquella especie de nochevieja en plena primavera y la curva no ha dejado de bajar. Tendrán que venir los expertos a explicarnos los motivos, pero la intuición de este profano le señala a la influencia de la vacunación, incluso estando lejos de la inmunidad de grupo.
Viniendo de donde venimos, arrastrando la carga de privaciones que arrastramos, es perfectamente humano querer pasar la página de la pandemia. ¿Quién no quiere decir adiós a la mascarilla, a las colas para comprar el pan, a no poder tomarse un café de pie en la barra o a la imposibilidad de juntarse sin límtes para celebrar una boda, una comunión o una chufla sin más motivo que pasarlo bien? Todo eso llegará. Ahora sí que me atrevo a escribir que será más temprano que tarde, utilizando las palabras de nuestra sabia de cabecera Miren Basaras. Pero para que pueda ser de verdad, es importante que sepamos correr esta última milla sin ansiedad.