Quién le iba a decir al tal Pere Navarro, político de talla champiñón y carisma cercano al de un zapato, que su necedad sobre el Concierto y el Convenio iba a dar para tanto. Tiene que sentirse un hombrecito viendo cómo la bocachanclada que soltó desde la más osada de las ignorancias se ha convertido en algo parecido a debate público. Un chisgarabís liliputiense que no ha empatado en su vida con nadie marcando las agendas, manda pelotas. Pero es lo que hay, y no merece la pena malgastar bilis por el enésimo síntoma de la mediocridad imperante entre los que, queramos o no, nos representan.
Nos aprovechará más si hacemos de la necesidad virtud y rescatamos dos o tres aprendizajes que han venido de carambola con la soplapollez de Navarro. El primero es que en los territorios afectados, esos supuestamente privilegiados e insolidarios, hay un notable consenso sobre la validez del instrumento jurídico —no otra cosa son el Concierto y el Convenio— cuestionado por el líder accidental del PSC y otros voceras. No sé a ustedes, pero a mi ver a UPN y al PP vasco defendiendo las peculiaridades me provoca tanto gustirrinín como a Gila afeitarse con Filomatic. Y también tienen su qué otras adhesiones, bien es cierto que matizadas y como quien no quiere la cosa, de quienes nombraban el asunto en diminutivo despectivo. Fuera de concurso, la reacción del PSE, queriendo nadar en casa y guardar la ropa en Ferraz, destino ansiado ya saben ustedes por quién. Sopas y sorber, no va a poder ser, señor López. Vaya optando por las setas locales o por el Rólex español.
Por lo que toca al partido que gobierna en Gasteiz, bien haría en bajarse de la defensa historicista, que aparte de oler a rancio, implica aceptar una u otra forma de vasallaje. El pacto vale no porque lo firmaran los antepasados sino porque lo respaldan los contemporáneos. Si desde el otro lado quisieran romperlo, ya sabríamos qué hacer, ¿verdad?