Desconcierto en si bemol

Quién le iba a decir al tal Pere Navarro, político de talla champiñón y carisma cercano al de un zapato, que su necedad sobre el Concierto y el Convenio iba a dar para tanto. Tiene que sentirse un hombrecito viendo cómo la bocachanclada que soltó desde la más osada de las ignorancias se ha convertido en algo parecido a debate público. Un chisgarabís liliputiense que no ha empatado en su vida con nadie marcando las agendas, manda pelotas. Pero es lo que hay, y no merece la pena malgastar bilis por el enésimo síntoma de la mediocridad imperante entre los que, queramos o no, nos representan.

Nos aprovechará más si hacemos de la necesidad virtud y rescatamos dos o tres aprendizajes que han venido de carambola con la soplapollez de Navarro. El primero es que en los territorios afectados, esos supuestamente privilegiados e insolidarios, hay un notable consenso sobre la validez del instrumento jurídico —no otra cosa son el Concierto y el Convenio— cuestionado por el líder accidental del PSC y otros voceras. No sé a ustedes, pero a mi ver a UPN y al PP vasco defendiendo las peculiaridades me provoca tanto gustirrinín como a Gila afeitarse con Filomatic. Y también tienen su qué otras adhesiones, bien es cierto que matizadas y como quien no quiere la cosa, de quienes nombraban el asunto en diminutivo despectivo. Fuera de concurso, la reacción del PSE, queriendo nadar en casa y guardar la ropa en Ferraz, destino ansiado ya saben ustedes por quién. Sopas y sorber, no va a poder ser, señor López. Vaya optando por las setas locales o por el Rólex español.

Por lo que toca al partido que gobierna en Gasteiz, bien haría en bajarse de la defensa historicista, que aparte de oler a rancio, implica aceptar una u otra forma de vasallaje. El pacto vale no porque lo firmaran los antepasados sino porque lo respaldan los contemporáneos. Si desde el otro lado quisieran romperlo, ya sabríamos qué hacer, ¿verdad?

La ponencia

Ayer no se hablaba de otra cosa en las calles vascas. Por lo menos, en las de la demarcación autonómica. Venga arriba y abajo con la ponencia. Que si los de EH Bildu habían dicho tal, que si los del PP cual, pero que los del PNV y el PSE opinaban que pascual, si bien era cierto que el de UPyD —al que se citaba por el nombre y dos apellidos— había dejado bien claro que tracatrá… Cada esquina, cada farola, cada terraza cubierta o sin cubrir, cada cola de la pescadería, cada ascensor eran réplicas a escala del parlamento donde ciudadanos y ciudadanas cruzaban elevadísimos y documentadísimos argumentos favorables, contrarios o entrambasguas sobre la cuestión. Ni el precio de los abonos del nuevo San Mamés, ni si hay que echar a Montanier a pesar de la resurrección de la Real, ni si la nevada del martes fue la más gorda del siglo, como dijo Maroto, o solo una más. El único asunto de debate, charla, coloquio o comadreo era la ponencia. Así, en genérico, sin añadir lo de “paz y convivencia”, que a estas alturas no hacen falta más detalles porque aquí el menos versado tiene un doctorado en la cosa.

Lástima que no sea ni medio verdad. Lástima, en realidad, que sea totalmente falso, y que hasta estas líneas estén condenadas de antemano a la lectura del cada vez menos numeroso puñado de muy cafeteros que manifiestan cierto interés sobre la materia. ¡Pero eso es tremendo, don columnista! ¿Cómo es posible que a un cuerpo social se la traiga al pairo algo tan esencial como el cierre de las heridas del pasado, muchas aún sangrantes, y la construcción de un futuro a prueba de recaídas? Tengo mis teorías al respecto, no necesariamente condenatorias, pero me falta espacio para exponerlas. Solo sé que ocurre. Y estaría bien que se dieran por enterados y enteradas quienes ayer en el Parlamento vasco volvieron a hacer de la ponencia una excusa para lucirse… cuando lo triste es que casi nadie los miraba.

Geometría variable y tal

A nadie le deberían crujir las mandíbulas ni llevárselo los demonios por el acuerdo sobre el presupuesto de Gipuzkoa que han alcanzado Bildu y el PSE. Es la sencilla aplicación del catón político. Dos y dos son cuatro, pero tres y dos son cinco. Gana la suma mayor. Se rubrica, se lleva al pleno y de ahí va directo al Boletín Oficial para que surta efecto. De eso va la tan mentada madurez democrática que se saca a pastar en los discursos con el traje de bonito. Mañana o pasado se vuelven a barajar las cartas y dependiendo de qué esté en juego o por dónde le dé el aire a cada cual, se cambian las parejas de baile para aprobar esto, lo otro o lo de más allá. La rica combinatoria que salió de las urnas tanto en el territorio como en el conjunto de la demarcación autonómica de Vasconia da mucho de sí. Geometría variable le pusieron de nombre los politólogos finos a este Tetris, y así se anuncia, se enuncia y hasta se cacarea… cuando el resultado es el que conviene a los intereses de los firmantes.

En efecto, mi almibarada y cándida introducción tenía gato encerrado. Lo expuesto iría a misa si se aceptara de idéntico grado independientemente de quiénes han juntado sus melocotones y sus manzanas. Y esto va por todos. No puede ser que el PNV se enfade porque el PSE alcance con Bildu el mismo pacto que suscribieron los jeltzales hace un año. De igual modo, canta lo suyo que los socialistas lleguen tan pichis a un arreglo muy parecido al que les ha servido como percha para pasarse doce meses diciendo que Garitano tiene paralizada Gipuzkoa porque se lo consiente el PNV. Por lo que toca a Bildu, con dos presupuestos consecutivos aprobados, deja de servir como excusa y lloriqueo que la oposición se la tiene jurada y le bloquea todo el rato sin parar. En cuanto al PP, antes de ir de outsider y campeón de la coherencia, que piense, por ejemplo, con quién ha convenido los futuros peajes.

Autocrítica

Nota preliminar: no solo los partidos perdedores deberían aplicarse a una autocrítica sincera, sosegada y lejana tanto de la mortificación como de la tentación de absolverse sin propósito de enmienda. También a los que han obtenido un buen resultado les sería de provecho pararse a reflexionar sobre por qué esta vez sí y las anteriores no o darle una vuelta a si el respaldo que han recibido puede durar o es flor de un día. En los cimientos de las futuras derrotas estrepitosas suele haber triunfos pasados mal digeridos y peor analizados. Creerse el rey del mambo se paga a la larga, que en realidad es pasado mañana.

Y si donde han pintado oros hay que andarse con calzado de buzo y no bajar la guardia, con más motivo allá donde las urnas han sido crueles y esquivas. Claro que primero hay que ser capaz de interpretar que ha sido así. Con la excepción de Mikel Arana —siempre dimiten los mejores y los que menos culpa tienen—, los dirigentes de las formaciones que se han hostiado van por ahí en plan chulopiscinas retándonos a que les comamos la pirulilla. En su versión, el único reproche hay que hacérselo al pueblo, esa manga de gilipollas que, como el negro del chiste, no saben ni abanicar. ¡Mira que no haber envuelto en trillones de papeletas a los que tanto y tan bien han hecho por ellos! Matiz arriba o abajo, es lo que han dicho en las últimas fechas Pastor, López y Pérez Rubalcaba.

En las otras siglas estrelladas, el examen de conciencia tampoco da ni para un Muy Deficiente. Basagoiti sigue empeñado en que todo es producto de una conjura masónica, no de los masones, entiéndase, sino de Mas, de nombre Artur. Después de haber pasado en Araba de primera a cuarta fuerza y en Gasteiz de primera a tercera por los pelos, el Diputado General Javier De Andrés se felicitó ayer mismo por haber reducido distancias [sic] con PNV y PSE. Que San Mariano le conserve la vista. O el rostro de cemento.

Abstención, divino tesoro

Cuando ya no es posible disputarse los votos porque han sido contados y convertidos en escaños, comienza la entretenida (pero inane) contienda para adjudicarse los no-votos. Lo bueno que tiene para los que entran en liza —que, como veremos, son casi todos— es que en este caso no hay manera humana de sacar la cuenta oficial del trocito o trozazo que le corresponde a cada quien. Se sabe, sí, el global, porque es una resta simple entre el total del censo y los que han peregrinado a echar la papeleta en la urna. Todo lo demás es territorio abonado para especular con humo.

El domingo, por ejemplo, hubo en las autonómicas vascas un 36, 27% de abstención. Traducido a personas con ojos y nariz, dato que generalmente suele racanearse, eso nos da un montante de 643.851, oséase, 240.000 más que el partido que resultó ganador de los comicios. ¿Cómo resistir la tentación de abalanzarse sobre todo esa montaña de merengue desaprovechado? Los primeros que van de cabeza a por su pellizco son, faltaría más, los partidos perdedores. Menos de 150.000 no se atribuyen nunca. Quien no se consuela es porque no quiere. Eso, sin contar con que al refugiarse en esa excusa, en realidad están confesando que algo muy malo habrán hecho para poner de morros a una tercera parte de la parroquia.

También las formaciones ganadoras, que siempre quieren más, más y mucho más, entran la puja y dejan caer que con los que se han quedado en casa, habrían apañado un par de parlamentarios más. Pero nadie llega a tanto —y siento escribir esto porque muchos son de mi propia cuerda o alrededores— como los que ven la apuesta y la suben hasta la totalidad. Sin despeinarse concluyen que las elecciones las ha ganado la abstención. Mezclan a los que no han ido porque voluntariamente así lo han decidido con los que no lo han hecho por otro millón y medio de causas. Por pura pereza, por ejemplo. Eso es hacerse trampas en el solitario.

Adiós a Patxinia

Cuánta maldad. Fíjense que desde hace semanas —y no les cuento desde el domingo por la noche— no dejo de recibir puyitas irónicas. “Confiesa que lo vas a echar de menos, aunque sea un poquito”, me sueltan, junto a una sonrisilla construída con una boca y unos ojos de verdad o con un punto y coma y el signo de cierre de paréntesis. Pues no, en absoluto. Ni imaginan el profundo deseo y la perentoria necesidad de pasar esta página que sentía. Miento: sí se lo imaginan, me consta que a muchas y muchos de ustedes les ocurría exactamente lo mismo. Por eso sé que también serán capaces de comprender que la inmensa sensación de alivio es de largo más poderosa que el vértigo que da mirar al futuro y comprobar que lo que viene tiene dientes de tiburón y garras de puma. Creo que Iñigo Urkullu es el primero que sabe que se las va a tener que ver con una réplica del infierno a escala 1:1.

No quedará otra que entrar en ese capítulo, pero antes —de eso van estas líneas— hay que poner un epílogo inevitablemente incompleto al que estamos dejando atrás. Frente a ustedes saco mi pañuelo blanco y, sin lágrimas ni nada que se les parezca, le digo adiós a Patxinia. Quién sabe, puede que el tiempo y algunos historiadores con vocación respostera hagan un apaño con esta época de tinieblas y al final resulte que no fue para tanto. Por mi parte, les pongo por testigos de mi empeño en guardar el recuerdo sin aditivos ni colorantes. ¿Por rencor o revanchismo? No va por ahí; se me dan fatal las vendettas. Es simplemente que me niego a trampear la memoria.

Vindico y reivindico cada vivencia. Igual las regulares que las pésimas como esta que me ha hecho descender no sólo al pozo séptico de lo político sino, ay, de lo humano. Eso último es, con diferencia, lo que más me ha dolido durante estos tres años y medio. Hay comportamientos que no comprenderé ni aunque viva quince eternidades. Adiós, Patxinia, adiós.

Ciaboga

Cabalgaban a galope tendido (vale, trote cochinero) las tropas contencionistas del adelantado Don Francisco, batiendo el aire vascón con su desgarrador bramido —¡raca-raca, raca-raca!—, cuando los cielos se abrieron y de ellos descendió un rayo escocés que al tocar tierra se convirtió en urna. En el mismo instante en que los valerosos hidalgos de la unción bi-tricolor se aprestaban a pasar por sus aceros a la enésima bestia secesionista que Belcebú había puesto en su camino, los detuvo a puro grito un heraldo llegado de los cuarteles de invierno de Patxinia.

—Órdenes nuevas. —informó a los confundidos y decepcionados combatientes— Por lo visto, los augures que leen los posos de las encuestas y la bilis de los votantes dicen ahora que con todo ese rollo de los diques y los muros, vamos de culo. ¡Volvemos a ser vasquistas! Por lo menos, hasta el domingo por la noche. Cuando termine el recuento, ya dirá Don Rodolfo si nos toca vestirnos de abertzales o de transversales. Tened los dos trajes preparados, por si acaso. El de frentistas, no, que esta vez no sumamos ni de coña.

—Entonces, ¿qué hacemos con esa? —preguntó uno de los avinagrados soldados señalando la urna envuelta en la cruz de San Andrés— ¡No podemos dejarla sin castigo! ¿No ves que es la viva imagen de Urkullu con falda de cuadros y gaita al hombro? ¡Seguro que lleva tatuada en la nalga la marca de la pepsicola!

—Ya lo sé. —contestó el mensajero— Y si te descuidas, un mensaje de Arnaldo grabado de extranjis en la cárcel esa que parece un photocall, pero ya os he dicho cuáles son las consignas. Si no lo creéis, aquí tenéis la prueba.

Según lo decía, desplegó una página del diario de confianza donde se leía: “El Gobierno vasco pone a Escocia como ejemplo para hacer el referéndum”. Y debajo: “López defiende un referéndum si es previo acuerdo”.

—Joder, pues era verdad. —se oyó una voz— Otra vez vasquistas. Qué sinvivir…