Canon condenatorio

Tienen toda la razón los dirigentes de los distintos partidos de EH Bildu cuando manifiestan su hastío y su cabreo por la insistencia en exigirles rechazos que ya han expresado. Antes incluso que las declaraciones de repulsa de otras siglas, nos llegó el comunicado en que se dejaba claro que la quema intencionada de ocho autobuses en una cochera de Derio estaba fuera de la estrategia actual de la izquierda abertzale. ¿Demasiado escueto, frío, falto de contundencia? Siendo de los que piensa algo parecido, añado inmediatamente que eso son ya interpretaciones personales. Del mismo modo, podrían antojársenos excesivas, ampulosas o hechas para la galería las filípicas biliosas que se acercan más al estándar en materia de condenas.

Quizá, de hecho, uno de los problemas esté ahí: se ha establecido una especie de canon reprobatorio, y todo lo que quede por debajo de la intensidad dialéctica señalada no computa como muestra de desmarque y/o repudio. Y menos, claro, si viene del ámbito ideológico concreto al que se refieren estas líneas. Se sostendrá que hay bibliografía presentada que avala el recelo, y no es incierto. Pero ya que estos días hemos estado ensalzando el valor casi terapéutico de la autocrítica, podríamos aplicarnos el cuento y reconocer que en más de dos ocasiones y en más de tres, al soberanismo radical —ando espeso para los sinónimos, perdón— se le reclaman comportamientos que no son de actores políticos responsables sino de penitentes con flagelo de ocho colas. Sería cuestión de preguntarnos si, una vez, no hemos elegido dejarnos llevar por la cómoda pero absolutamente inútil inercia.

Justicia española, según

Un titular que obliga a mirar al reloj y al calendario: “El Fiscal Superior del País Vasco pide 6 años de cárcel para Hasier Arraiz por integración en ETA”. La letra menuda profundiza la impresión de haber caído en un agujero negro espacio-temporal. Resulta que la cosa viene de octubre de 2007, que en la mente de la mayoría de los ciudadanos de este país es el paleolítico inferior.

Y no, oigan, no estoy abogando por la desmemoria ni por el pelillos a la mar. Pero es que la petición de pena del hiperactivo Calparsoro no se basa ni de lejos en la aparición de pruebas que relacionen al hoy presidente de Sortu con asesinatos o extorsiones. Se trata de su presencia en aquella reunión de dirigentes de la entonces ilegalizada Batasuna en la casa de cultura de Segura que terminó en espectacular redada televisada a mayor gloria del ministro de Interior de la época, a la sazón, Rasputín Pérez Rubalcaba. Era un plazo más del pago diferido del atentado de la T4 y del fracaso de las negociaciones de Loiola. Se vendió —y aún se dilucida así en la Audiencia Nacional— como la reconstrucción del brazo político de una ETA que había vuelto al matarile. Los hechos han demostrado de sobra que si algo se buscaba en ese encuentro y en otras actuaciones que también acabaron en juicios y condenas —Bateragune—  era forzar a la banda al ERE de extinción.

Una vez he dejado claro que para mi esta causa judicial no tiene más sentido que el político, no puedo evitar, sin embargo, plantear una duda existencial: ¿cuándo hay que ciscarse en la malvada Justicia española y cuándo hay que apoyarse en ella para atizar al adversario?

Paz en el barro

No son ya Rajoy y Fernández, sino hasta los cavernarios de la última fila del gallinero, los que se están descojonando a lágrima viva de los acontecimientos recientes. Ni diseñándola con tiralíneas, escuadra y cartabón les habría salido más redonda la jugada. Su inmovilismo, que en realidad es una involución del nueve largo, se ha probado el chollo de los chollos. Máxime, cuando las formaciones que iban a ejercer de ariete contra el enrocamiento, siguiendo una costumbre que jamás desemboca en aprendizaje, vuelven a repartirse los papeles de la rana y el escorpión de la fábula.

Miren que he venido siendo escéptico hasta rozar el cinismo en mi visión de lo que exageradamente llamamos proceso de paz. Ya de Aiete escribí que nos tocaba hacer como que nos chupábamos el dedo y respecto al suelo ético, me he aguantado la risa amarga al pensar que unos tenían previsto pisarlo con mocasines, otros con zapatillas de casa y no pocos con las botas de clavos de toda la vida. Qué decir de la ingenuidad del relato compartido, cuando sin esperar al futuro, los amanuenses de parte ya nos van colando su cuentecito sobre héroes y tumbas, sin llegarle a Sábato ni a la espinilla. En resumen, que me creía muy poco tirando a nada de toda esta parafernalia, pero participaba en ella porque intuía, allá al fondo, que podría derivar en algo que mereciera la pena. Viniendo de donde veníamos —yo sí me acuerdo—, una gota sabe a océano. Con lo que no contaba ni en lo más profundo de mi indolencia calculada era con que la cuestión acabaría en el cuadrilátero de barro donde se libra la batalla por la hegemonía. Y ahí está.

Mediadores

[NOTA PREVIA: Nada más enviar este texto a los periódicos que lo publican, apareció el comunicado de ETA en que da a entender, de un modo muy barroco, que ha inutilizado sus arsenales. Pensé en escribir otra columna, pero lo deseché inmediatamente. Tengo bastante que decir sobre la secuencia de los acontecimientos y lo haré. Sin embargo, ese comunicado solo cambia las líneas que van a continuación en un sentido: me reafirma en que este asunto ha entrado de lleno en la batalla por la puñetera hegemonía, y de un modo rastrero.]

Estoy convencido de que muchísimos de mis conciudadanos —¿la mayoría?— ni se han enterado de que hace unos días volvieron a visitar Euskadi los mediadores, curiosa denominación, por cierto, porque no queda claro entre qué partes o agentes hacen de puente. Otros, a lo sumo, oyeron alguna campana acerca de su presencia entre las noticias de la calorina, la masacre israelí sobre Gaza o el abandono de Contador en el Tour. Doy por hecho que cualquiera de los tres asuntos citados, mayormente el primero, ha alimentado más conversaciones que los encuentros de Powell y McGuiness con los representantes de aquellas siglas o instituciones que, por convicción o educación, tuvieron a bien recibirlos.

No sé si los participantes en esta coreografía sin público captan por dónde voy: estamos ante una cuestión que no vende una escoba informativa, excepción hecha de sus protagonistas y de los que nos toca ser notarios, cada vez con más pereza, de esas reuniones cuyo contenido, para colmo, se resume en medio folio de obviedades. ¿Hasta cuándo van a seguir mareando inmisericordemente una perdiz que hace mucho tiempo dejó de respirar? ¿No sería más honrado reconocer que la vaina no da más de sí, agradecer los servicios prestados a los susodichos mediadores —insisto: ¿entre quiénes median?— y ver si hay otro camino por el que tirar?

La pregunta subsiguiente es si de verdad existe ese camino. Lo que uno ha visto al respecto en las últimas fechas ha sido a las dos grandes formaciones vascas echándose los trastos penitenciarios a la cabeza. Y ahora es cuando me escabullo y dejo a la concurrencia discutiendo quién empezó.

Otra de tantas (2)

Vaya, al final aparecieron las dichosas palabras del presidente de Sortu tal y como habían salido de su boca. Día y tres cuartos después del primer ciclo informativo, anótese eso también, porque aquí no hay nada inocente. Es muy viejo lo de darle hilo a la cometa, que en este caso es dejar que crezca el ruido cuando tienes con qué detenerlo. Pero bueno, al grano: ¿Da para ilegalización al amanecer lo que dijo Hasier Arraiz? Hombre, fíate y no corras de cómo las gastan las fiscalías por estos pagos, pero por mucho que les pese a urquijos, covites, auvetés, maneiros (Sémper, tu quoque?) y demás postulantes de la tarjeta roja directa, no parece que los cuatro minutos de rajada contengan la excusa buscada. Desde luego, ni por el forro llegó a decir algo remotamente parecido a la barbaridad que entrecomilló el diario de Pedrojota. Se podría hacer una tesis de Periodismo o de Psiquiatría sobre cómo alguien que escuchó lo que escuchó acabó titulando lo que tituló.

Así que no fue para tanto lo de Arraiz. Ahora que me lo he repasado dos veces, puedo decir que fue simplemente un discurso político endeble y, de acuerdo con mi (hiper) sensibilidad, decepcionante. Comprendo a quién estaba dirigido y sé que si en los cartelones de atrás en lugar del logotipo de Sortu, hubieran estado la galleta del PNV, la rosa del PSE y no digamos la gaviota del PP, el portavoz de turno habría arrimado igualmente el ascua a su sardina. No espero que ninguna formación vaya a hacer la famosa revisión crítica del pasado en abstracto, y menos ante la militancia. Sin embargo, a cualquiera de las siglas mencionadas y a las ausentes sí les pido que, por lo menos, los equilibrismos sean de fuste.

Un ejemplo, que no tengo espacio para más. Dijo Arraiz que los demás están emperrados en la política de retrovisor. O sea, la misma tesis de Alfonso Alonso para darle carpetazo al franquismo. ¿Queremos memoria o no? (Continuará)

Otra de tantas

La enésima bronca tonta. Unas palabras a la parroquia que acaban convertidas en titular escandaloso al gusto de la cofradía de enfrente. A partir de ahí, Pavlov puro: declaraciones sobre las presuntas declaraciones, dirigidas también a la congregación de cada portavoz y, claro, pronunciadas de tal modo que encuentren un hueco entre las noticias del día. Para completar la coreografía, o quizá solamente el primer giro de la espiral, la indignación un tanto forzada de la fuente original por la tergiversación —antes se decía torticera para darle más empaque a la protesta— de las manifestaciones. Y vuelta a empezar, que la actualidad se mide en centímetros cuadrados o minutos ocupados.

Diría que no es serio, e incluso que es peligroso, pero como en mi papel de caja de resonancia de lo que (se) dicen unos y otros, formo parte de la farsa, me hago el cínico y escribo sobre ello. Me consuela pensar que muchos de los sufridos lectores que han llegado a esta línea se están preguntando de qué rayos estoy hablando porque tuvieron el buen juicio o la suerte de no haber estado atentos a la refriega. Y su vida seguirá siendo exactamente igual de feliz, desgraciada o anodina que si hubieran estado al corriente de esta, otra de tantas, reyerta de andar por casa. ¿No se dan cuenta los que las protagonizan de que van perdiendo público? Pues ahí va una mala noticia: no son el centro del mundo.

Por resumir y no terminar de volverles tarumbas con la ausencia de referencias: que no creo que vaya a ningún lado lo que el presidente de Sortu le respondiera a un militante que le echaba en cara una presumible claudicación. Sin haber escuchado a Hasier Arraiz, ya sé que no es tan inconsciente como para afirmar que “matar en democracia fue una decisión acertada”. Ni tan primaveras como para soltarles a los suyos en frío que la izquierda abertzale ha vivido en el error permanente. Lo demás son ganas de enredar.

Desmemoria

Se nos llena la boca reclamando memoria, pero cada hoja de calendario es un baño de amnesia con la que los cínicos y —por qué no decirlo— los malvados se hacen mangas y capirotes. Las evidencias de sus tropelías se desintegran en el ácido de nuestra flaca capacidad para retener el pasado. Así quedan sin culpa ni sanción y pueden aplicarse con una sonrisa en los labios a la siguiente canallada porque la cabra no sabe hacer otra cosa que tirar al monte. Y ojalá estuviera hablando de cosas que ocurrieron hace siglos o decenios, pero no. Me refiero a acontecimientos que llenaron los titulares hace apenas quince meses.

Fue a principios de marzo de 2011 cuando, bajo el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que no es ni del PP ni de UpyD, la abogacía del Estado y el Ministerio Fiscal instaron al Tribunal Supremo a impedir la inscripción de Sortu en el registro de partidos. No fue un trámite o una actuación de boquilla para aplacar a la bestia cavernaria. Los dos brazos legalosos del Ejecutivo socialista se emplearon a fondo, con la imprescindible ayuda de los cuerpos de seguridad, en la colección (y/o elaboración) de pruebas que sirvieran para vestir la segura negativa de sus señorías. A la par, los picos más floridos del PSOE y, ¡ay!, del PSE aportaron su óbolo difundiendo la especie de que era muy pronto para dejar que los terroristas se colaran en las instituciones disfrazados de lagarterana. Para que no cupieran dudas, la jugada se repitió cuatro semanas después con Bildu, aunque esa vez hubo sorpresa en la Condomina judicial.

Yo sí me acuerdo. Y también me acuerdo de que el PSOE fue coautor de la malhadada ley de partidos y de todas las vueltas de tuerca que ha tenido desde que se promulgó hace diez años menos cinco días. Ahora, qué risa más amarga, celebran que el Constitucional haya revertido la ilegalización que ellos mismos promovieron. Nuestra desmemoria endurece su rostro.