Gernika, laboratorio del horror

XABIER IRUJO

EL bombardeo de Gernika tuvo lugar el 26 de abril de 1937 entre las 16.30 y 19.40. Fue obra de la Legión Cóndor, una división especial de la Luftwaffe (Fuerza Aérea alemana) al servicio del Movimiento Nacional dirigida entre noviembre de 1936 y octubre de 1937 por el general Hugo Sperrle. El ataque fue organizado por el coronel Wolfram von Richthofen, jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor entre enero de 1937 y octubre de 1938. Si bien las cifras varían de unas fuentes a otras, tomaron parte en el ataque unos 24 bombarderos y 13 cazas alemanes y tres bombarderos y 10 cazas italianos. Se lanzaron entre 30 y 40 toneladas de bombas, una tercera parte de ellas incendiarias.

Se ha apuntado que se trató de un bombardeo estratégico cuyo objetivo era derribar el puente de Errenteria o, en general, obstruir la vía que comunicaba la retirada de los batallones de gudaris con Bermeo. De este modo, cercados y sin medio de retirarse, serían apresados. Pero cercar a una docena de batallones de infantería mediante la voladura de un puente de no más de 50 pies, sobre un río que no alcanza el metro y medio de profundidad, no es materialmente posible. Por otro lado, tal como anotó Richthofen repetidamente en su diario de guerra, pretender un avance relámpago de las tropas dirigidas por Mola era algo que nunca antes se había materializado. El avance sobre Durango era una lección en este sentido. Y la historia demostró su error. Ni el bombardeo impidió el paso de los batallones en retirada ni el de las tropas rebeldes en su avance, que tomaron Gernika el 29, la atravesaron y avanzaron hacia Bermeo, adonde llegaron el día 30. Y, sin embargo, Richthofen apuntó en su diario que se trató de un gran «éxito técnico».

Si bien es harto difícil de creer, tal vez Richthofen efectivamente pensara que su plan era estratégicamente viable. Lo cual no impide pensar que aplastar una ciudad con tres hospitales de guerra y miles de refugiados, la mayoría civiles, durante tres horas, a fin de obstruir el paso de las tropas a través de un puente, constituye una atrocidad. Pero si el ataque se produjo con este fin habría que explicar por qué tal cantidad de toneladas de explosivo, el uso tan abundante de bombas incendiarias, la acumulación de cazas y el ametrallamiento de la población civil durante tres horas. Más aún, habría también que explicar por qué Alfons Kössinger y otros miembros de la Legión Cóndor afirmaron que se les ordenó un estudio exhaustivo de las ruinas, incluyendo fotografías aéreas. Se les ordenó asimismo retirar todas las pruebas, lo cual incluye, lógicamente, los cadáveres. Y mantener el más absoluto silencio. Habría que explicar asimismo por qué el gobierno español mintió durante cuatro décadas. Todo ello indica, mucho más allá de cualquier duda razonable, que en efecto se trató de un experimento de guerra: un bombardeo de terror.

Macrabo experimento

Los avances que la ingeniería aeronáutica experimentó en el curso de la carrera armamentística de los años 30, unidos al hecho de que este arma de guerra estaba ahora en manos de un régimen capaz de hacer uso indiscriminado de ella, hicieron posible por vez primera en el curso de la Guerra de Euskadi que el mando alemán abrazara el objetivo de destruir completamente una ciudad. Gernika fue por tanto la primera ciudad objeto de un bombardeo concebido como experimento militar y, asimismo, la primera ciudad en ser bombardeada utilizando una determinada mezcla de explosivos y de acuerdo con el plan de ataque conocido como Carpet Bombing, consistente en bombardear masivamente un objetivo mediante un grupo de bombarderos que, a través de un corredor aéreo y en diversas oleadas, van dejando caer su carga. Para que la devastación fuese completa se utilizaron dos tipos de bombas: las explosivas, que agrietaron techos y paredes, y las incendiarias, cuyo líquido penetró por las grietas abiertas por las primeras, quemándolo todo.

En líneas generales, el bombardeo de Gernika respondió al siguiente esquema: un primer ataque a pequeña escala tomó por sorpresa a la población, que corrió a los refugios. Tras un breve intervalo, los cazas acudieron y obligaron a permanecer a la población en los refugios mediante el ametrallamiento aéreo. Un segundo bombardeo a gran escala, en sucesivas olas, a través de un mismo corredor aéreo de unos 150 metros de ancho, barrió la ciudad, que comenzó a arder. Los supervivientes intentaron escapar, por lo que los cazas se aseguraron de que permanecieran dentro del perímetro de fuego y murieran incinerados o por asfixia. En el caso de que la localidad hubiese sido un objetivo militar, y los civiles, los heridos o los refugiados hubiesen sido soldados, mediante el ametrallamiento se habría logrado mantenerlos dentro del perímetro de fuego de la ciudad, lo cual, a su vez, habría permitido a la infantería avanzar sin peligro y tomar rápidamente la ciudad por asalto. Pero se trataba de un ensayo.

«TODOS EJECUTADOS» Imanol Agirre, testigo del ataque, fue uno de los 32.000 niños vascos evacuados a fin de librarlos de los bombardeos indiscriminados. Llegó a Inglaterra a bordo del Habana en la primavera de 1937. Y en julio, en Stoneham Camp, escribió una de las más emotivas descripciones del bombardeo. Probablemente no había cumplido 10 años:

«Las campanas siempre sonaban -dice- cuando los aviones pasaban a bombardear Bilbao. Nos acostumbramos a ello. Ese día, también, cuando la ciudad estaba llena de campesinos y ganado para el mercado, las campanas volvieron a tocar, pero nadie les hizo demasiado caso. De repente, hubo explosiones. Vi chorros de llamas y el humo proveniente del otro lado de la ciudad. ¡A los refugios! ¡A los refugios! La gente empezó a correr en todas direcciones, presa de un gran pánico. Junto con un amigo y mi tío corrí a una pequeña fábrica donde se producía munición. Había un muro alto que pudimos franquear. Las bombas caían sin parar, estábamos a punto de ahogarnos con el humo y el polvo. Pero ninguna bomba alcanzó la fábrica. Las fábricas son los lugares más seguros para protegerse, mucho más seguros que los hospitales. Mi tío gritó: «Vamos a correr a los campos», y comenzó a correr por la calle. Un avión bajó en picado y él cayó de costado, con sangre brotando de su cabeza. No había nada que hacer y nos asustamos, así que lo dejamos allí. Y corrimos ambos a través de los huertos hasta una colina donde buscamos refugio bajo un árbol. No era una gran protección, pero nos salvó la vida. Los aviones, cinco de ellos, volaron en círculo alrededor de nosotros durante unos veinte minutos y se fueron. Oíamos el tableteo de las ametralladoras, pero no nos dieron. Vimos cosas terribles. Vimos a un hombre cerca de nosotros que había estado cazando. Corrió a refugiarse en una choza y vimos cómo los cazas lo mataron a él y a su perro. Vimos a una familia que conocíamos porque vivía en nuestra calle esconderse en un bosque. Allí estaban la madre, dos hijos y la abuela. Los aviones volaron en círculos sobre ellos durante un largo tiempo y al fin, aterrorizados, les obligaron a salir de su refugio. Se refugiaron en una zanja. Vimos a la abuelita cubrir al niño con el delantal. Los aviones volaron bajo y los mataron a todos en la zanja, excepto al niño. Pronto se puso en pie y empezó a vagar por el campo, llorando. Y lo mataron a él también. Fue terrible; los dos estábamos llorando y no podíamos hablar. Todos estaban siendo ejecutados, había cuerpos por todo el campo. Tuvimos que recogerlos con cestas después. Muchos de ellos. Después de un tiempo los aviones se marcharon y volvimos a entrar en Gernika. No era sino una ruina humeante. Fui a lo que había sido nuestra casa y no quedaba nada, ni siquiera una pieza que pudiera guardar como recuerdo de lo que fue nuestro hogar. Había un médico ayudando a recoger los heridos en su coche. No sé cómo escapó de la muerte. Sesenta personas habían muerto en un refugio a medio construir. Los pilotos también gastaron bromas, echando sobre nosotros llaves y martillos. Uno de ellos tiró una canasta de mimbre con comida que golpeó a un amigo mío. También tiraron algunos panfletos. Nos prometían pan y una cálida bienvenida si nos rendíamos. La cálida bienvenida será como la de Gernika, supongo…».

Se desconoce el número exacto de víctimas, pero el parte oficial del Gobierno de Euskadi dado a conocer por el vicepresidente y ministro de justicia, José María Leizaola, da un total de 1.654 muertos. Leizaola, poco dado a exagerar y honesto hasta el punto de conducir a los prisioneros de guerra ante los mandos enemigos antes de la caída de Bilbao, sólo cometió un error en lo que respecta a las nóminas de víctimas de los bombardeos: computar casi 60 víctimas de menos en Durango, ya que cuando se publicó el primer listado de víctimas estas personas se hallaban en estado grave, muriendo con posterioridad. Dado que Gernika cayó en manos de los golpistas tres días después del ataque, no podemos saber cuántas fueron las víctimas, pero negar la veracidad de la lista, como hiciera Ribbentrop en su día, ajusticiado en Nuremberg por crímenes de guerra, exige algo más que intuición.

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