Una visión romántica del País Vasco

Marian Álvarez

BASAURI. Veintisiete de agosto de 1844. El pintor Jenaro Pérez de Villaamil llega a Irun, procedente de París, dispuesto a recorrer el territorio vasco a la búsqueda de lugares y escenarios dignos de ser incluidos en el gran proyecto que él mismo promovió y en el que viene trabajando como director artístico y dibujante desde el año 1837: la obra La España Artística y Monumental. Vistas y Descripción de los sitios y monumentos más notables de España.

Tras un periplo de 30 días que le lleva a visitar diversos parajes de Gipuzkoa, Bizkaia y Navarra, Villaamil abandona el País, internándose en Aragón, habiendo trazado durante este tiempo cerca de una treintena de dibujos y apuntes, dieciocho de los cuales fueron finalmente publicados en la obra de referencia, legándonos así un extraordinario testimonio de paisaje, monumentos, tipos y costumbres, años antes de que la técnica fotográfica (en ese momento dando todavía sus primeros pasos) centrase su objetivo en nuestro entorno para ofrecernos una imagen real y sin aderezos de lo que entonces éramos.

Pero, ¿quién es Villaamil, qué La España Artística y Monumental y cuál su aportación a estas historias de los vascos que nos ocupan?

Jenaro Pérez de Villaamil nació en Ferrol en el año 1807. Hijo de un profesor de Dibujo y Topografía, su vocación pictórica llegará tras su paso por el ejército y a resultas de una herida de guerra que le llevó a Cádiz, donde comenzó a asistir a las clases de la Escuela de Bellas Artes. Será, sin embargo, su encuentro en Sevilla en 1833 con el pintor paisajista inglés David Roberts, lo que marcará definitivamente su destino y su estilo como pintor, convirtiéndolo en el representante más genuino del paisajismo romántico peninsular. Titular de la Cátedra de Paisaje y Director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, pintor honorario de cámara de la Reina María Cristina, fue autor de una ingente producción artística caracterizada por su dominio del trazo y la técnica, su precisión y gusto por el detalle y su sensibilidad para captar la luz y el color.

Su ya mencionada relación con David Roberts fue también la que determinó su implicación y participación en el proyecto de La España Artística y Monumental. Al modo de aquel, autor de los dibujos de la obra Picturesque Sketches in Spain publicada en Londres en 1837, Villaamil quiso ofrecer su propia versión de la realidad peninsular, un territorio que se había convertido en uno de los destinos preferidos por la literatura de viajes tan en boga en la primera mitad del siglo XIX. En efecto, al amparo del romanticismo y dirigidos a un público culto fascinado por el pasado y por el conocimiento de lugares y culturas, tanto más atractivos cuanto más exóticos y pintorescos, fueron numerosos los relatos de viajeros, algunos de ellos magníficamente ilustrados, que vieron la luz aquellos años. A las obras de Roberts, Locker, Lewis, Laborde, Vivian… quiso oponer Villaamil una mirada autóctona, quizás un punto reivindicativa, que le lleva a incidir especialmente en la grandiosidad y riqueza del arte y la historia hispana, aunque sin despojarla, antes al contrario, del inevitable componente costumbrista. Con la financiación del mecenas Gaspar de Remisa y la colaboración literaria de Patricio de la Escosura, Villaamil se encargó de dibujar la mayor parte de las vistas de la obra, de documentarlas y de dirigir el litografiado de las mismas en los talleres parisinos de Lemercier, cuyos litógrafos eran considerados los mejores del momento.

La obra completa fue originalmente editada en forma de cuadernos, al modo de los actuales fascículos, contabilizándose un total de treinta y seis, que fueron finalmente agrupados en tres volúmenes, publicados por la editorial Hauser de París en 1842, 1844 y 1850, respectivamente, alcanzando el conjunto un total de 142 estampas, con textos descriptivos en español y francés.

Arte y costumbres Las estampas correspondientes al País fueron publicadas en el último tomo, en 1850, como resultado de los apuntes tomados por el pintor en su viaje del año 1844. Las imágenes son un total de dieciocho, correspondiendo siete a Gipuzkoa, cuatro a Bizkaia y las siete restantes a Navarra, aunque no son tantas las localidades representadas, ya que las vistas se circunscriben a Irun, Hondarribia, Tolosa, Azpeitia, Bilbao, Pamplona y Olite. Razones probablemente editoriales, obligarían a elegir estas imágenes de entre las cerca de treinta que el pintor menciona en su diario de viaje y entre las que se encontraban también la calle mayor de Hondarribia, varias vistas de Azpeitia (villa sobre la que señala, «encuentro cosas maravillosas de pintar»), la iglesia de San Francisco en Bilbao, una romería en Burceña o los apuntes de un viaje en barco desde Bilbao a Portugalete…

El número de las publicadas es, no obstante, importante, sólo superado en el conjunto de la obra por las dedicadas a Castilla, especialmente Burgos y Toledo. El leitmotiv de las mismas son, como bien lo define el propio título de la obra, los monumentos, las grandes obras arquitectónicas, mayoritariamente las de carácter religioso, deteniéndose en las iglesias de Nuestra Señora del Juncal en Irun, Santa María en Hondarribia y Tolosa, San Sebastián y San Ignacio de Loiola en Azpeitia, San Antón, Santiago y Begoña en Bilbao, la Catedral de Pamplona y Santa María y San Pedro en Olite, quedando como único representante de la arquitectura civil del País el Castillo de Olite, entonces en estado ruinoso como consecuencia de los efectos de la guerra carlista.

La mirada de Villaamil realza y pone en valor nuestro patrimonio arquitectónico, y es esta la primera aportación a destacar en su obra, pero no es tanto éste, cómo el País en sí, sus paisajes y sus gentes, lo que verdaderamente atrapa al pintor, tal y como Escosura, receptor de sus impresiones, nos trasmite:

«Así es que al paso que escasean, relativamente hablando, las obras de las bellas artes en el País Vasco, abundan mucho más las de inmediata y positiva utilidad, como son caminos y puentes; las de comodidad, esto es paradores, fondas y buenas posadas; y las de recreo campestre en excelentes, amenas, y numerosas quintas. Todo se enlaza, todo se armoniza en el país vasco: el mismo espíritu que preside en las asambleas forales, reina en las transacciones mercantiles, domina en la familia, ejerce su influencia en el sistema de vida de los individuos, y presta, en fin, su original colorido al cuadro entero. (…) Vayan y contemplen aquellos oteros laboriosamente cultivados, las vegas en hortalizas ricas, los bosques con sus innumerables árboles, los montes con sus inagotables canteras de veteados jaspes. Crucen aquel país cubierto, por decirlo así, con una red de caminos excelentes y bien entretenidos, y a cada paso encontrarán un blanco caserío respirando limpieza, cuyas puertas nunca se cierran al peregrino, cuyos habitantes con natural urbanidad los acogerán, ofreciéndoles sin cumplimiento todas sus no escasas provisiones».

Algo de esta atracción que Villaamil sintió por el País y por sus gentes quedó indudablemente plasmado en sus ilustraciones. Fiel a su estilo, el pintor acompaña todas sus imágenes de un mayor o menor número de figuras humanas, normalmente tipos populares que en ocasiones sólo le sirven para destacar la monumentalidad de los edificios (puntualmente incluso distorsionados, prolongados en su verticalidad), pero que otras veces se agrupan componiendo complejas escenas de vida cotidiana, de usos y costumbres que nos acercan a ambientes y quehaceres de nuestras urbes y aldeas que hoy no son sino recuerdo. Barcas que cruzan los ríos cargadas de pasajeros y mercancías, reatas de mulas, carros de bueyes, pastores de ovejas y cabras, lavanderas, aguadoras, vendejeras, vestidos de diario, trajes de fiesta… pórticos de iglesias como espacios de mercado y sociabilidad, rezos y devociones, romerías populares… El talento artístico y la precisión costumbrista del pintor nos ofrecen un documento de primer orden sobre cómo era la vida y los edificios de nuestro país hace casi 170 años.

Aurresku en Begoña Una de estas escenas, la del Aurresku en Begoña, de la que el Museo Vasco de Bilbao conserva uno de los dibujos preparatorios, ha sido la más afortunada y quizás también la más fructífera de todas las entonces producidas, puesto que se ha perpetuado en el tiempo y llegado a nuestros días gracias al trabajo del grupo de danzas Beti-Jai-Alai de Basurto-Bilbao. Interesados en la recuperación de las antiguas tradiciones y encabezados por el investigador folklorista Iñaki Irigoien, analizaron y desmenuzaron la estampa para llegar a la reproducción de los trajes y a la propia recreación de la danza allí representada, estableciendo desde el año 1995 la costumbre de bailar el aurresku el día de la Amatxu de Begoña a espaldas de la Basílica, en lo que antes fuera Plaza de la República de Begoña.

Ellos, y todos los que con ellos asistimos como espectadores emocionados a este acto, hacen buenas las palabras con que Patricio de la Escosura explicaba esta estampa, alabando la capacidad de nuestro pueblo para conciliar el avance y el desarrollo en cualquier campo de la actividad humana, con el respeto y el amor por la tradición y las costumbres que nos identifican y nos hacen ser quienes somos.

«Las Provincias Vascongadas ofrecen a la contemplación del observador filosofo dos fenómenos simultáneamente, que al parecer debían excluirse el uno al otro, a saber: el no haberse atrasado en civilización, y el de conservar al mismo tiempo más puras y fieles que en ninguna otra porción del territorio las tradiciones de sus mayores. (…) El espíritu industrial y mercantil se halla hace muchos años desarrollado en aquella región; sus naturales han viajado siempre, corriendo el globo en pos de la fortuna; y no obstante, volvemos a repetirlo, las costumbres así domésticas como públicas han resistido tenazmente a la invasión de extraños usos y las tradiciones patrias se han conservado poco menos que intactas (…)».

Sirvan estas reflexiones para poner fin a estas líneas cuyo propósito no es otro que el de reconocer el papel de Villaamil como artífice de unas imágenes que, en su época, divulgaron y elevaron nuestros edificios y nuestras costumbres a la categoría de arte y, en nuestros días, nos permiten rememorar con nostalgia un pintoresco pasado del que ellas son uno de los pocos testimonios gráficos que conservamos.

Un comentario en «Una visión romántica del País Vasco»

  1. Si algo es mas que cierto es la antiguedad de la cultura vasca dentro de la historia antigua siendo la cultura vasca un canon antiguo , historico , no solo en la manifestacion del euskera como lengua sino en esencias e idiosincracias , lo que definen a la cultura vasca un canon antiguo en lo mas profundo de la civilizacion .

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