Por Jesús Fco. de Garitaonandia
En defensa de la honestidad de Eliodoro de la Torre y Fortunato de Unzueta, tantos años injustamente cuestionada, y en honor a su sacrificio
EL día 15 de agosto se cumplirán 75 años de la mascarada religioso-política de la restitución de las joyas robadas a la Virgen de Begoña. No hubo tal robo, ni mucho menos. La realidad es que Fortunato de Unzueta, como responsable de la parroquia de Begoña y, Eliodoro de la Torre, consejero de Finanzas del Gobierno vasco, habían protagonizado una arriesgada operación de salvaguarda de las joyas guardándolas en un banco de Toulouse (Francia).
Para redactar la verdadera historia de lo sucedido me he servido fundamentalmente de la carta que Fortunato de Unzueta escribió desde St. Jean Pied-de-Port (Donibane Garazi) a su obispo D. Mateo Múgica, el 11 de septiembre de 1937. Unzueta se encontraba en Donibane Garazi como uno de los responsables religiosos de la colonia de 500 niños vascos evacuados en Iparralde. Don Mateo Múgica, por su parte, desterrado por las autoridades franquistas, se encontraba en el exilio, concretamente en la población labortana de Cambo-les-Bains, forzado a renunciar a su cargo como obispo de Vitoria-Gasteiz.
La verdadera historia Apenas estalló la rebelión militar del 18 de julio de 1936, el párroco de Begoña, Bernardo Astigarraga, empezó a preocuparse seriamente por la suerte que pudieran correr las joyas de la Virgen. Le obsesionaba la idea de que se fueran a perder, si no desaparecía toda huella de ellas de los libros oficiales del Banco de Vizcaya, donde habían sido depositadas.
El Consejo del Banco de Vizcaya no podía complacerle en esta su solicitud, sin la autorización especial del consejero de Hacienda del Gobierno de Euzkadi, Eliodoro de la Torre. Se recurrió a él. Y el consejero concedió al Banco de Vizcaya cuantas dispensas solicitó de requisitos legales necesarios para el depósito de joyas y tesoros y se echó sobre sí mismo toda ulterior responsabilidad. Solo exigió reserva absoluta.
El párroco, Bernardo Astigarraga, respiró tranquilo. En sus conversaciones con Fortunato de Unzueta, coadjutor de la parroquia, más de una vez se deshizo en alabanzas de Eliodoro de la Torre, por su probado catolicismo y por su piedad y devoción filiales a nuestra Madre de Begoña. Sin embargo, Astigarraga, enterado de que su nombre aparecía en unas listas del Partido Comunista de Uribarri (Bilbao), tuvo miedo, se ausentó de Begoña y se refugió en su caserío Iparragirre de Etxano y, más tarde, en la torre de la parroquia de Amorebieta. En la ausencia del párroco, Unzueta estuvo varios meses como responsable de la parroquia de Begoña.
Comenzó entretanto la ofensiva militar en Bizkaia. El párroco se alarmó de nuevo. Unzueta visitaba a menudo a su párroco. En dos de las varias visitas que le hizo en Etxano y Amorebieta, el párroco le dijo: «Mira, estoy perdiendo el sueño por causa de las joyas. Tú ya sabes que tengo confianza ilimitada en ti y en tu prudencia. Haz con ellas lo que te parezca más conveniente para su seguridad; pero no me digas a mí nada, para que, si alguien viene a molestarme y aún a reclamarme el tesoro de la Virgen, pueda yo afirmar con verdad que ignoro dónde está». Se expresaba así Bernardo de Astigarraga, el párroco de Begoña, porque, a su juicio, podían las joyas desaparecer en cualquier bombardeo o en manos de muchos incontrolados.
Don Fortunato busca ayuda
Así las cosas, Fortunato Unzueta y Eliodoro de la Torre tuvieron un cambio de impresiones para concretar el modo de salvar las joyas de la Virgen en un lugar seguro. Para Eliodoro, como le manifestó expresamente a Fortunato, lo importante era la imagen de la Virgen, y en comparación de la imagen todo lo demás carecía de valor para él. Y si las joyas tenían algún valor era porque se trataba de ofrendas que los devotos habían hecho a la Virgen. Por fin, se pusieron de acuerdo en que la imagen auténtica de la Virgen quedara en su escondrijo y que las joyas de la Virgen, depositadas en el Banco de Vizcaya, fueran llevadas a la Banca Courtoise de Toulouse.
Cuando menciono la imagen auténtica de la Virgen y el escondrijo donde estuvo guardada, quiero decir lo siguiente: Durante estos meses de guerra, por razones de seguridad, la imagen que estaba expuesta en el retablo de la basílica era una copia y no la auténtica imagen. La auténtica estaba guardada en un escondrijo que se encuentra en una habitación de la torre de la basílica, debajo del campanario. Viene a ser como un búnker de paredes de cemento armado. La imagen de la Virgen y los objetos de culto guardados en este escondrijo no corrieron ningún riesgo: intactos los hallaron cuando terminó la guerra.
Inventario de las joyas
Para arreglar el tema del traslado de las joyas de la Virgen a Toulouse, se reunieron una noche en el despacho oficial de la Consejería de Hacienda: Eliodoro de la Torre, su secretario Lucio Aretxabaleta, el cajero del Banco de Vizcaya, N. Hernández, y Fortunato de Unzueta. Con sumo cuidado se hizo el inventario de las joyas que habían sido llevadas allí desde el banco. Eliodoro pidió a Fortunato que diera los nombres de dos personas de absoluta solvencia social y moral, que quedaran autorizadas con Fortunato, para levantar, cuando fuese preciso, las joyas que iban a ser depositadas en Toulouse. Y designó a David Ilarduya y al concejal del Ayuntamiento de Bilbao José de Ochoa. En el acta firmada por todos ellos se les reservó a estas personas exclusivamente la facultad de levantar el depósito.
Desde este momento, Fortunato de Unzueta delegó totalmente en Eliodoro de la Torre sus atribuciones como encargado de las joyas para que el consejero ejecutara fiel y diligentemente los acuerdos firmados en el acta y él casi desapareció de escena.
Traslado a la Banca de Toulouse Tenía Eliodoro de la Torre fe ciega en la pericia, por un lado, y fidelidad, por otro, del aviador José María Yanguas. El fue, pues, el escogido por Eliodoro para llevar en avión, de Bilbao a Toulouse, el tesoro de la Virgen de Begoña y las joyas de las emakumes de EAB (Emakume Abertzale Batza) de Bilbao, con el mismo destino. Llegó Yanguas a Toulouse con ambos tesoros, el sagrado y el profano, y a la hora de entregarlos en depósito, se encontró con algunos problemas legales, que se los comunicó a Eliodoro. Este le ordenó que, mientras él se presentara allí para resolver personalmente el asunto, dejara el depósito a su nombre en el banco hasta recibir nuevas instrucciones.
Pasados los días, Yanguas preparó el viaje de retorno. Durante estos días se encontraba en Francia Alfredo Espinosa, consejero de Sanidad del Gobierno vasco. Cuando terminó las gestiones para la instalación de campamentos de refugiados vascos en Francia, aprovechó la aeronave de Yanguas para volver a Bilbao o al lugar donde se encontrara el Gobierno vasco. Porque se sentía en la obligación moral de encontrarse cuanto antes con los demás miembros del Gobierno y correr la misma suerte que sus compañeros. Viajaba con él, entre otros, el capitán-militar José Aguirre. El avión despegó el lunes 21 de junio desde Toulouse a las 20.17, pero nunca llegó a su destino, sino que tomó tierra en la playa de Zarautz a las 21.30 horas. La causa de este aterrizaje, según el piloto Yanguas, fue una avería, pero en realidad se trató de una traición muy bien preparada de antemano. Hay una serie de datos que demuestran la traición: el aterrizaje era esperado porque «se habían retirado las casetas de baños, y cuando el público, extrañado preguntó la causa, se le dijo que esperaban a Franco»; el alcalde de Zarautz recibió la orden de apagar las luces que se vieran desde el mar; el crucero Cervera y otros barcos franquistas tenían órdenes de no disparar sobre el avión (Sancho el Sabio: Separata).
Tras su detención por el comandante Julián Troncoso, jefe de la frontera de Irun, los pasajeros del avión fueron conducidos a Vitoria-Gasteiz ante el general jefe de la División de Navarra. Todos ellos fueron condenados a muerte, pena de muerte que les fue conmutada, excepto a Alfredo Espinosa y a José Aguirre, que fueron fusilados el día 26 de junio de 1937.
Goyoaga se apodera de las joyas El piloto Yanguas no fue trasladado a Vitoria-Gasteiz, sino que se quedó en Zarautz «por tener que proceder a ciertas diligencias secretas de orden del generalísimo», después de las cuales quedó en libertad. Entonces le faltó tiempo para verse con el bilbaino Joaquín Goyoaga, al que le puso en conocimiento del lugar dónde se encontraban las joyas de la Virgen y las de EAB de Bilbao.
Yanguas, acompañado de Goyoaga, realizó un viaje relámpago en automóvil a Toulouse con el objeto de recuperar las dos cajas con las joyas. Recuperadas estas, al pasar la aduana de Irun, el 23 de junio del 37, las dejan en manos de D. Julián Troncoso, jefe de Servicios de Fronteras, para su custodia y entrega al general Dávila. Si estos dos personajes pusieron bajo custodia militar las joyas de la Virgen, ¿adónde fueron a parar las joyas de las emakumes de Bilbao, valoradas en su época en un millón de pesetas?
Así las cosas, Joaquín Goyoaga puso en conocimiento de las autoridades civiles y religiosas de Bilbao el hallazgo de las joyas. A los que afirmaban que los bombardeos de Durango y de Gernika fueron obra de los rojo-separatistas… poco les importaba decir que las joyas de la Virgen de Begoña habían sido robadas por Fortunato de Unzueta y Eliodoro de la Torre. Así lo hicieron.
Joaquín Goyoaga se convirtió en «el bilbaino que descubrió las joyas en Francia y que, gracias a su sagacidad, inteligencia y tacto las rescató para su Dueña y Señora (la Virgen de Begoña) y para España». Ahora había que celebrar un acto solemne y ejemplar de desagravio a la Virgen de Begoña, devolución de sus joyas de las que fue despojada durante el periodo rojo-separatista y reposición de las coronas en las cabezas de la Virgen y del Niño Jesús. Vendría a Bilbao nada menos que Doña Carmen Polo de Franco, esposa del generalísimo, para devolver las joyas a la Virgen, y el delegado del Papa Mons. Antoniutti para colocar las coronas en las cabezas de la Virgen y el Niño. Así se hizo (Gaceta del Norte 15 y 17 agosto 1937).
El mensaje dirigido por el Ayuntamiento de Bilbao el día 3 de agosto de 1937 dice: «El tesoro de la Virgen fue llevado a Francia para ser allí sin duda, malversado en turbio provecho de unos cuantos siniestros personajes. La Providencia quiso que las cosas ocurrieran de otro modo». Ante esta monstruosa desfiguración de la historia, ¿dónde estaba Bernardo Astigarraga para decir a todo el mundo que fue él quien le pidió a Fortunato Unzueta que guardara las joyas? Pocos días después, Mons. Antoniutti fue a visitar la colonia de niños vascos en Donibane Garazi. Fortunato Unzueta le contó la verdad, pero Mons. Antoniutti nunca las denunció.
Setenta y cinco son muchos años, pero al final la verdad ha conseguido desenmascarar la mascarada religioso-política de la restitución de las joyas robadas a la Virgen de Begoña.