El «robo» de las joyas de la Virgen de Begoña: de la calumnia, a la verdad

Begoña, 15 de agosto de 1937. El Nuncio de Su Santidad, monseñor Antoniutti, en la ceremonia político-religiosa de la ‘devolución’ de sus joyas a la Virgen de Begoña, y ‘reposición’ de las coronas en las cabezas de la Virgen y del Niño. (Sabino Arana Fundazioa)

Por Jesús Fco. de Garitaonandia

En defensa de la honestidad de Eliodoro de la Torre y Fortunato de Unzueta, tantos años injustamente cuestionada, y en honor a su sacrificio

EL día 15 de agosto se cumplirán 75 años de la mascarada religioso-política de la restitución de las joyas robadas a la Virgen de Begoña. No hubo tal robo, ni mucho menos. La realidad es que Fortunato de Unzueta, como responsable de la parroquia de Begoña y, Eliodoro de la Torre, consejero de Finanzas del Gobierno vasco, habían protagonizado una arriesgada operación de salvaguarda de las joyas guardándolas en un banco de Toulouse (Francia).

Para redactar la verdadera historia de lo sucedido me he servido fundamentalmente de la carta que Fortunato de Unzueta escribió desde St. Jean Pied-de-Port (Donibane Garazi) a su obispo D. Mateo Múgica, el 11 de septiembre de 1937. Unzueta se encontraba en Donibane Garazi como uno de los responsables religiosos de la colonia de 500 niños vascos evacuados en Iparralde. Don Mateo Múgica, por su parte, desterrado por las autoridades franquistas, se encontraba en el exilio, concretamente en la población labortana de Cambo-les-Bains, forzado a renunciar a su cargo como obispo de Vitoria-Gasteiz.

La verdadera historia Apenas estalló la rebelión militar del 18 de julio de 1936, el párroco de Begoña, Bernardo Astigarraga, empezó a preocuparse seriamente por la suerte que pudieran correr las joyas de la Virgen. Le obsesionaba la idea de que se fueran a perder, si no desaparecía toda huella de ellas de los libros oficiales del Banco de Vizcaya, donde habían sido depositadas.

El Consejo del Banco de Vizcaya no podía complacerle en esta su solicitud, sin la autorización especial del consejero de Hacienda del Gobierno de Euzkadi, Eliodoro de la Torre. Se recurrió a él. Y el consejero concedió al Banco de Vizcaya cuantas dispensas solicitó de requisitos legales necesarios para el depósito de joyas y tesoros y se echó sobre sí mismo toda ulterior responsabilidad. Solo exigió reserva absoluta.

El párroco, Bernardo Astigarraga, respiró tranquilo. En sus conversaciones con Fortunato de Unzueta, coadjutor de la parroquia, más de una vez se deshizo en alabanzas de Eliodoro de la Torre, por su probado catolicismo y por su piedad y devoción filiales a nuestra Madre de Begoña. Sin embargo, Astigarraga, enterado de que su nombre aparecía en unas listas del Partido Comunista de Uribarri (Bilbao), tuvo miedo, se ausentó de Begoña y se refugió en su caserío Iparragirre de Etxano y, más tarde, en la torre de la parroquia de Amorebieta. En la ausencia del párroco, Unzueta estuvo varios meses como responsable de la parroquia de Begoña.

Comenzó entretanto la ofensiva militar en Bizkaia. El párroco se alarmó de nuevo. Unzueta visitaba a menudo a su párroco. En dos de las varias visitas que le hizo en Etxano y Amorebieta, el párroco le dijo: «Mira, estoy perdiendo el sueño por causa de las joyas. Tú ya sabes que tengo confianza ilimitada en ti y en tu prudencia. Haz con ellas lo que te parezca más conveniente para su seguridad; pero no me digas a mí nada, para que, si alguien viene a molestarme y aún a reclamarme el tesoro de la Virgen, pueda yo afirmar con verdad que ignoro dónde está». Se expresaba así Bernardo de Astigarraga, el párroco de Begoña, porque, a su juicio, podían las joyas desaparecer en cualquier bombardeo o en manos de muchos incontrolados.

Don Fortunato busca ayuda

Así las cosas, Fortunato Unzueta y Eliodoro de la Torre tuvieron un cambio de impresiones para concretar el modo de salvar las joyas de la Virgen en un lugar seguro. Para Eliodoro, como le manifestó expresamente a Fortunato, lo importante era la imagen de la Virgen, y en comparación de la imagen todo lo demás carecía de valor para él. Y si las joyas tenían algún valor era porque se trataba de ofrendas que los devotos habían hecho a la Virgen. Por fin, se pusieron de acuerdo en que la imagen auténtica de la Virgen quedara en su escondrijo y que las joyas de la Virgen, depositadas en el Banco de Vizcaya, fueran llevadas a la Banca Courtoise de Toulouse.

Cuando menciono la imagen auténtica de la Virgen y el escondrijo donde estuvo guardada, quiero decir lo siguiente: Durante estos meses de guerra, por razones de seguridad, la imagen que estaba expuesta en el retablo de la basílica era una copia y no la auténtica imagen. La auténtica estaba guardada en un escondrijo que se encuentra en una habitación de la torre de la basílica, debajo del campanario. Viene a ser como Sigue leyendo El «robo» de las joyas de la Virgen de Begoña: de la calumnia, a la verdad