Sebastián y Teodora son de los pocos matrimonios que llegan juntos a los casi cien años de edad, tras superar además las alambradas del fascismo
Hay vidas, cuerpos al fin y al cabo, que no se entiende cómo siguen vivos con las barricadas que han tenido que sortear. Y aún más allá: que un amor juvenil enraizado siga floreciendo revolucionado con savia nueva y sabiduría, que ni se crea ni se destruye.
Él, 99 años; ella, 97. Él, anarquista en la guerra, y socialista de civil; ella, siempre nacionalista vasca. Juntos suman 196 años, tres grupos de siglas -CNT, PSOE y PNV-, y siguiendo con las cifras, dos corazones que laten juntos en Bilbao. Abrazados a una historia común de las de quilates de coraje, de las que ojalá no tengan que repetirse nunca.
Sebastián Mendívil Urquijo cumplirá cien años el próximo enero. Fue miliciano, militar del Eusko Gudarostea del lehendakari Aguirre, a quien conoció, y fugitivo. Nació el 20 de enero de 1915 en el barrio de San Vicente de Barakaldo, en el seno de una familia socialista, obrera. Estudió en la escuela pública del momento, pero sus padres, socialistas, pagaban, además, porque su hijo fuera también a estudiar a la escuela laica de aquella localidad.
Con 16 años, en 1931, comenzó a trabajar en la cooperativa de Altos Hornos de Barakaldo. Al estallar la Guerra Civil, marchó como miliciano voluntario a combatir en el frente de Gipuzkoa. Ya como militar, con el grado de teniente del decimocuarto Cuerpo del Ejército de Euzkadi, participó en la batalla de Villareal y en la defensa de Bilbao. Fue la cara visible del batallón Bakunin, de la CNT.
En su intento de escapar tras el acordado Pacto de Santoña, le apresaron en el barco en el que pretendían exiliarse en Francia «para reanudar la lucha», matiza Mendívil. Fue juzgado y condenado en octubre de 1938. Al poco, huyó de la cárcel de Escolapios de Bilbao, y tras múltiples peripecias, atravesó la frontera pirenaica, siendo internado en el campo de concentración de Gurs. Durante la Segunda Guerra Mundial fue enrolado en las Compañías de Trabajadores Extranjeros al mando de los ocupantes nazis, trabajando en la construcción de fortificaciones en Normandía, lo que aprovechó para colaborar activamente con la resistencia francesa. En diciembre de 1943 logró escapar de la vigilancia fascista alemana y permaneció en la clandestinidad hasta la liberación de Francia. En junio de 1949 regresó a Euskadi, acogiéndose a los decretos de indulto, aunque hubo de esperar hasta 1961 para ver definitivamente cancelado su expediente.
Esperanto Sebastián Mendívil ha sido uno de los hombres más activos en la Unión de Excombatientes de la Guerra Civil. Trabaja por el reconocimiento de los derechos de los militares republicanos y en la asociación de exprisioneros del campo de concentración de Gurs. Simpatizó con la CNT, siglas anarquistas que le «decepcionaron», asegura, porque, a su juicio, los ideales eran unos y «los actos no correspondían». A él le enamoró del anarquismo, su apuesta por la cultura. Fue incluso uno de los que apostaba ya entonces por el idioma esperanto como universal. Lo aprendió. También le gustaba que se estuviera en contra de las drogas, lo que tampoco se cumplía. Ahora bien, mantiene su sueño de salud y libertad; de ser libre y solidario. Por todo ello, decidió abrazar los axiomas políticos de su hogar y se afilió al PSOE.
Teodoroa Urquiaga Loizaga ha sido siempre del PNV. «Muy nacionalista», exclama. Nació el 17 de agosto de 1917 en Ansio, y de familia de Arratia. «Nuestro caserío, el de los Loizaga, estaba donde hoy está el BEC, en Barakaldo. Mi padre solo sabía euskera y decía: ¡hay que hablar solo en vascuence!», explica sobre sus orígenes. A continuación matiza al periodista que su nombre de pila real es Cecilia, aunque «todos me conocen como Teo».
Militante de corazón
Ella no fue parte del Ejército vasco; sin embargo, militó con toda su munición emocional en el del corazón. «Yo fui siempre por delante de él en todo su recorrido. No fue nada fácil», manifiesta con una naturalidad sobresaliente.
Sabiendo que el bando republicano de la pareja se replegaba hacia Cantabria, ella ya estaba allí. «Yo quería estar cerca de él», apunta la emakume del batzoki de Barakaldo. Tras las fugas de su marido y pasarlas canutas, ya ella en Francia, llegarían a reunirse. Así, por ejemplo, antes estuvo exiliada en un campo de concentración en una isla en la que llegó a perder a la hija de meses del matrimonio, niña llamada Isabel que su padre no llegó a conocer por el franquismo, por el nazismo. Sin embargo, el tópico de que son personas de otra pasta se hace realidad cuando él es capaz de escribir: «En una vida en la que cada día te acecha la muerte, no debe haber lugar para el odio». En 1949 regresaron vivos a su hogar junto a sus hijos Miguel e Hipólito, nombres del padre de ella y del de él. Sebastián fue contable y ella peluquera, regente del Salón de belleza el capricho, «muy progre, dejaba fumar a mis clientas ya entonces», enfatiza Teo. «Y para terminar/os debo recordar a todos los que sufristeis/que sin poder olvidar/debemos perdonar», rima Mendívil a la vida marcando el paso hacia el siglo.