Se cumple el 75 aniversario de la marcha al exilio de Companys y Aguirre

Lekeitio, Iñaki Goiogan

A pocos días de empezar las fiestas de Navidad de 1938, la República española estaba exhausta. La batalla del Ebro había terminado con victoria franquista y la moral republicana estaba en cotas muy bajas. En el plano internacional, meses antes, en octubre, el presidente del Gobierno, el socialista Juan Negrín, había recibido otro golpe cuando la política de apaciguamiento seguida por Francia y Reino Unido había hecho posible la injusticia de entregar Checoslovaquia a Hitler. En efecto, el dictador alemán en su empeño de lograr el Reich de los mil años y la expansión territorial que entendía vital para su país, requirió para Alemania la región checa de los sudetes, habitada por población mayoritariamente germano-parlante. Checoslovaquia se negó a ceder parte de su territorio nacional a Hitler y convocó en su socorro a las democracias, con las que le ligaban tratados de ayuda militar.

Cataluña

Desde el punto de vista de la República española, la crisis de los sudetes, desatada en plena ofensiva del Ebro, era interesante por cuanto pudiera desembocar en una guerra abierta entre las democracias y la Alemania nazi. En esta hipotética guerra, la República, obviamente, se alinearía con los franco-británicos que, a su vez, estarían obligados a apoyarla a fin de evitar dejar su flanco sur a merced de los fascistas. Nada de ello ocurrió. Las democracias optaron por el apaciguamiento, esto es, sacrificar Checoslovaquia a cambio de paz y esperar que con eso Hitler se contentara y dejara, además, de plantear nuevas reivindicaciones territoriales.

En los días previos a la Navidad de 1938, en la prensa internacional, al tratar sobre temas relacionados con la guerra civil, se hablaba de una posible tregua navideña. Un paréntesis en la guerra patrocinado por quienes abogaban por una paz negociada y con garantías internacionales. Esta anhelada tregua a quien sobre todo pudiera beneficiar era a las fuerzas republicanas necesitadas imperiosamente de pertrechos. Pero el resultado fue que no se produjo, y el 23 de diciembre de 1938 Franco inició una ofensiva contra Cataluña que acabó con la ocupación del Principado en poco menos de dos meses.

Franco pudo haber optado por atacar el otro territorio republicano, la zona Centro-Sur, donde se hallaba Madrid. Sin embargo, se decidió por el territorio catalán con el fin de cortar a los gubernamentales todo contacto terrestre con el extranjero y, además, con el fin de evitar la más mínima posibilidad de una declaración de independencia de Cataluña en el caso de una ocupación de la zona Centro-Sur y quedar la región autónoma como único resto del régimen de abril de 1931.

Tarde ya La ofensiva fue rápida aunque la generalidad de la población no se dio cuenta de la gravedad de la misma hasta muy avanzada esta. No solo no se dio cuenta el público, las autoridades vascas y catalanas tampoco estaban al día de las operaciones militares y del desastre que se avecinaba. No hay más que echar un vistazo a la correspondencia del secretario general de Presidencia, Julio Jauregui, en el momento máxima autoridad vasca en Barcelona, para apercibirse de ello. De este modo, la noticia de que algo muy grave estaba ocurriendo en los frentes no llegó a París, a oídos del lehendakari José Antonio Aguirre, hasta muy tarde, el día 20 de enero, menos de una semana antes de la caída de Barcelona. Estos avisos pusieron en guardia a algunos dirigentes vascos como Jesús María Leizaola que empezaron a vislumbrar el fin de la República.

Aguirre viajó a Cataluña en la noche del 24 al 25, para entonces bien consciente de que aquello se acababa y también de los peligros que le acecharían en territorio peninsular. Le acompañó Manuel Irujo. La misión que se habían impuesto era, por una parte, coordinar las labores de evacuación y, por otra parte, asistir a la que resultaría última sesión plenaria de las Cortes de la República.

Para cuando pisaron suelo catalán era imposible acceder a Barcelona, pues la capital catalana fue ocupada el 26 de enero. Previamente, el 22, salió por última vez en Cataluña el diario Euzkadi, editado en Barcelona por el PNV desde diciembre de 1937, y ese mismo día se dio orden a los hospitales que gestionaba el Gobierno de Euskadi para el cierre de los mismos y la evacuación del personal y enfermos. La evacuación propiamente dicha se inició en la noche del 23 al 24 de enero.

El lehendakari, ante la imposibilidad de llegar a Barcelona, se instaló en Port de Molins, localidad cercana a Figueres, y desde el citado pueblo ampurdanés dirigió las tareas de evacuación de la población vasca. Para ello, Aguirre estableció tres zonas de actividad. Figueres, la frontera y Perpiñán. En Figueres y la línea de demarcación franco-española los agentes vascos trataban de localizar e identificar a sus conciudadanos que huían, a la vez que se les dotaban de documentos a los que carecían de ellos, así como, cuando había posibilidad, una dirección a donde pudieran acudir en el exilio.

No resultó fácil esta labor, agravada por las condiciones meteorológicas, muy adversas en aquellos días de invierno, los ataques aéreos franquistas, que no dejaron de acosar a los fugitivos hasta que atravesaban la frontera, y, finalmente, porque las autoridades francesas no previeron la avalancha de refugiados que se precipitó a su país. Como primera medida al problema humanitario que se les agrandaba por momentos, los franceses optaron por cerrar los ojos y decretaron el cierre de la frontera. Y cerrados permanecieron los pasos hasta el 28 de enero, día en el que se abrieron, pero solo para la población no combatiente (mujeres, niños, ancianos y heridos). Esta semiapertura no resultó suficiente para solucionar el problema, pero ayudó a descongestionar de algún modo, al menos al principio, la presión sobre la frontera.

Labores repartidas En Perpiñán, instalados en el hotel Sala, las autoridades vascas se dividieron en sus labores. Por una parte, atendían directamente a los refugiados, en el caso de los niños, mujeres y ancianos proporcionándoles un pasaje hasta los refugios vascos, y en el caso de los hombres en edad militar acogiéndoles en el hotel y trasladándoles al campo de Argeles. Además, parte de los cargos y funcionarios vascos trasladados al Rosellón se dedicaron a visitar a las autoridades francesas, civiles y militares, para lograr mejorar en lo que fuera posible las condiciones materiales en las que se encontraban los refugiados vascos.

Para el 4 de febrero la situación militar en Cataluña era desesperada para las fuerzas republicanas. Ese día era ocupada Girona y en cualquier momento cabía esperar la presencia de las avanzadillas franquistas en Figueres y la frontera. El mismo día 4, el lehendakari Aguirre decidió abandonar Cataluña y partir hacia Francia, pero no quiso hacerlo solo. Quiso hacerlo acompañando al president de la Generalitat, Lluís Companys. Éste se hallaba en el mas Perxès, una gran casa rural, sita en la localidad de Agullana, cerca de la frontera francesa, adquirida por la administración catalana en primavera de 1938 para guardar lejos del peligro de la guerra parte del patrimonio artístico catalán. Las vicisitudes de aquellos días convirtieron al mas Perxès en la estación previa al exilio para numerosos políticos e intelectuales catalanes.

Aguirre y Companys supieron que cerca de allí, con la misma intención de cruzar al exilio, se hallaban Manuel Azaña, Juan Negrín y Diego Martínez Barrio, presidentes de la República, del Gobierno y de las Cortes, respectivamente. Los cinco acordaron cruzar juntos la frontera y hacerlo por un punto poco frecuentado. Sin embargo, cuando al día siguiente, 5 de febrero, los presidentes vasco y catalán se acercaron a la casa donde habían pasado la noche los más altos cargos de la República se encontraron con que estos habían marchado ya, sin esperarles como habían convenido, y no les quedó otra que emprender el ascenso del coll de Manrella y, una vez coronada la cima, bajar a Les Illes, primer municipio francés.

Ese mismo día 5 de febrero, las autoridades francesas ordenaron la apertura de los pasos fronterizos, y así permanecieron hasta el 10, fecha en la que los franquistas se hicieron con el control de los últimos que les faltaban. Durante los días que duró la evacuación cientos de miles de personas, se habla incluso de medio millón, cruzaron a Francia aunque no todos para huir de las represalias franquistas. Muchos soldados entraron en Francia por disciplina militar pero una vez liberados de sus obligaciones militares, optaban por regresar a sus casas. Aun así, fueron cientos de miles los que optaron por quedarse en Francia temerosos de la represión franquista.

La primera fase del exilio se había coronado se puede decir que con éxito, aunque con innumerables penalidades. Pero ahora venía lo más difícil, atender a las miles de personas en territorio francés.

El recorrido juntos de Aguirre y Companys venía a ser una metáfora de la situación del momento y de lo que vendría más tarde. Se dice que Companys al llegar a Les Illes llevaba el dinero justo para pagarse una tortilla. No tenían más, ni él ni su Gobierno, despojados por parte del Gobierno de la República de las cantidades de dinero previstos para la evacuación cuando los camiones de la Generalitat que lo transportaban a la frontera pasaron por Figueres.

Red de atención

El Gobierno vasco en el exilio desde hacía año y medio tampoco tenía lo suficiente para atender a la gran masa de exiliados, pero sí contaba con una red de refugios y hospitales para atender a los más necesitados. Disponía también de una serie de contactos que podían procurar ayuda a los expatriados que fueron destinados a los campos de concentración. Así, el campo de Argèles-sur-Mer nunca dejó de ser un infierno para sus moradores, pero las conversaciones tenidas por Telesforo Monzón por indicación del lehendakari con las autoridades francesas lograron que se acotara una zona del citado campo donde se pudieron mejorar algo las condiciones de vida. Algo parecido ocurrió en Gurs, donde, además de tener una zona acotada para los internados vascos, el Gobierno de Euskadi pudo aplicar medidas que, poco a poco, sacaron a numerosos vascos para la emigración, a trabajar o los hospitales, además de vestirles y conseguirles algunos medicamentos.

Esto mismo dejó escrito Aguirre en su libro de Gernika a Nueva York, pasando por Berlín.

«… salía el Presidente de Cataluña señor Companys por el monte, camino del exilio. A su lado marchaba yo. Le había prometido que en las últimas horas de su patria me tendría a su lado, y cumplí mi palabra. También el pueblo catalán emigraba, y también la aviación de Hitler, Mussolini y Franco, asesinaba a mansalva a aquellos peregrinos indefensos. Las tropas de la República se retiraban a la frontera francesa. El abandono más absoluto por parte del mundo acompañaba a la derrota de aquellos adversarios del totalitarismo. Yo miraba con dolor a los fugitivos, porque para nosotros los vascos se había guardado en Francia aquellas normas de pudor que impone la desgracia. Se nos atacó y calumnió por los bien pensantes, pero vivimos en nuestras propias instituciones y fuimos distinguidos con afecto por las autoridades y personalidades de todas las ideas. Pero a aquella inmensa caravana de gente sin patria y sin hogar, le esperaba los campos de concentración como toda hospitalidad».

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