Ley de 25 de octubre de 1839, una historia de fueros y desafueros

Hoy se cumple el 175 aniversario de la Ley de 25 de octubre de 1839, una ley de la que hay dos visiones contrapuestas: Para unos, fue la ley confirmatoria de los Fueros del pueblo vasco. Para otros, sin embargo, fue la ley derogatoria

Un reportaje de Santiago Larrazabal

HOY, 25 de octubre de 2014, se cumplen 175 años de la Ley de 25 de octubre de 1839, que marcó un antes y un después en nuestra historia. Y es que si bien las instituciones forales labortanas, suletinas o bajonavarras habían sucumbido ya en 1789 a la Revolución Francesa, por el contrario, las vizcainas, guipuzcoanas, alavesas y navarras habían sobrevivido casi intactas hasta que, finalizada la Primera Guerra Carlista, todo empezó a cambiar. En efecto, al terminar la guerra, el famoso Convenio de Bergara, de 31 de agosto de 1839, oficializó de alguna manera la paz entre carlistas y liberales y en su artículo 1º recogió un “alambicado” compromiso de respeto a los Fueros (“El Capitán General D. Baldomero Espartero recomendará con interés al Gobierno el cumplimiento de su oferta de comprometerse formalmente a proponer a las Cortes la concesión o modificación de los Fueros…”). El Gobierno, controlado por los moderados, presentó en el Congreso un Proyecto de ley para “cumplir” el Convenio de Bergara, pero la mayoría en las Cortes era de tendencia progresista y no precisamente proclive a la causa de los Fueros. Y como ha ocurrido siempre, la discusión en las Cortes del tema foral trajo consigo una polarización de posturas en torno a un asunto crucial tanto entonces como ahora: la compatibilidad entre los sistemas constitucional y foral. El texto comenzaba confirmando los Fueros de las Provincias Vascongadas y de Navarra, pero la discusión en el Congreso concluyó con la incorporación al Proyecto de Ley de la famosa coletilla “sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía”, y una vez remitido éste al Senado, el debate en la Cámara Alta se centró, como era previsible, en qué había de entenderse por “unidad constitucional”. Finalmente, se aprobó la Ley con el siguiente texto:

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Grabado de la Casa de Juntas de Gernika, que alberga el mítico roble juradero, símbolo de los Fueros y las libertades vascas.

Artículo 1º: “Se confirman los fueros de las provincias Vascongadas y de Navarra, sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía.

Artículo 2º: “El Gobierno, tan pronto como la oportunidad lo permita, y oyendo antes a las Provincias Vascongadas y a Navarra, propondrá a las Cortes la modificación indispensable que en los mencionados fueros reclame el interés general de las mismas, conciliado con el general de la nación y de la Constitución de la Monarquía, resolviendo entre tanto provisionalmente, y en la forma y sentidos expresados, las dudas y dificultades que puedan ofrecerse, dando de ello cuenta a las Cortes”.

Como han subrayado algunos autores, la Ley de 25 de octubre de 1839 no es una ley más sino, a pesar de su brevedad, mucho más que una Ley, y acerca de ella existen dos visiones totalmente contrapuestas entre sí: por un lado, quienes han defendido que se trataba de una ley “confirmatoria” de los Fueros, consideran que suponía el cumplimiento del compromiso adquirido en el Convenio de Bergara; que trataba de acomodar el sistema foral al sistema instaurado por la Constitución “progresista” de 1837; que incluso podía ser considerada como una especie de Disposición Adicional de dicha Constitución sobre esta materia y que su pretendido carácter “confirmatorio”, explicaría que la Ley de 16 de agosto de 1841, la denominada Ley Paccionada de Navarra, se fundamente, precisamente, en la Ley de 25 de octubre de 1839. Por el contrario, quienes han sostenido que la Ley de 1839 fue, en realidad, una ley “abolitoria” de los Fueros, la analizan en el marco de un proceso histórico de debilitamiento progresivo de la “foralidad” que, al menos en los Territorios de Araba-Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, había comenzado ya con la Ley de 16 de septiembre de 1837, anterior al Convenio de Bergara y a la propia Ley de 25 de octubre de 1839, siendo esta última, en su opinión, el siguiente paso en este proceso, continuado a su vez por el Real Decreto de 29 de octubre de 1841, que suprimió desde ese momento gran parte del contenido tradicional de la foralidad, pues entienden que, a pesar del parcial restablecimiento en 1843, el viejo roble foral estaba ya muy herido y recibiría el golpe de gracia con la Ley derogatoria de 21 de julio de 1876.

Para intentar arrojar un poco más de luz en este intrincado debate, resumiré a continuación mi visión personal del asunto: excepto la mención a los Fueros (sin adquirir compromisos concretos) del art. 144 del Estatuto de Bayona de 1808, ni la Constitución de Cádiz de 1812, ni tampoco el Estatuto Real de 1834, ni la Constitución de 1837 aludieron al tema foral. Sin embargo, en plena guerra carlista y antes del Convenio de Bergara, se había dictado la Ley de 16 de septiembre de 1837, por la que se habían disuelto las tres Diputaciones Forales vascongadas, suprimido la libertad de comercio y se había autorizado al Gobierno para establecer jueces de primera instancia (lo que era contrario al sistema judicial foral). En la práctica, esta Ley no tuvo demasiada repercusión en el País, sobre todo por lo establecido en el Convenio de Bergara, la propia Ley de 25 de octubre de 1839, y por la restauración de las instituciones forales por Real Decreto de 16 de noviembre de 1839, en aplicación del artículo 2º de la Ley de 1839. Pero, aun así, las cosas no volvieron a ser lo mismo.

El siguiente episodio crítico tuvo lugar con el conflicto surgido a propósito de la Ley Municipal de 1840, que acabó con la Reina Regente en el exilio y el nombramiento de Espartero como nuevo Regente. El enfrentamiento entre las autoridades forales vascas y Espartero fue intensificándose, pues éste entendió que la modificación de los Fueros de Araba/Álava, Gipuzkoa y Bizkaia debía seguir el camino de lo previsto para Navarra, camino que desembocaría en la Ley Paccionada de 16 de agosto de 1841, pero los comisionados de los tres Territorios no estaban dispuestos a aceptarlo. Así las cosas, el Gobierno presentó unilateralmente un Proyecto de Ley de Modificación de los Fueros que, en resumen, ofrecía únicamente una autonomía administrativa al País. Y fue en este contexto cuando tuvo lugar el levantamiento militar de O’Donnell contra Espartero, con el apoyo de la Reina Regente desde el exilio. Las autoridades forales cometieron un error garrafal al apoyar el levantamiento, pensando que, de triunfar éste, los Fueros quedarían a salvo. Pero el levantamiento fracasó e, inmediatamente, el Gobierno dictó el Real Decreto de 29 de octubre de 1841, que supuso un enorme mazazo para el sistema foral vascongado: se suprimieron las Juntas Generales y Particulares, las Diputaciones Generales, los Ayuntamientos forales, la figura del Corregidor, el sistema judicial foral, el pase foral y se trasladaron las aduanas a la costa y a la frontera.

A partir de 1843, cuando los moderados, encabezados por Narváez, derrocaron a Espartero y volvieron al Gobierno, se restablecieron las Diputaciones Forales y las Juntas Generales, en virtud del Real Decreto de 4 de julio de 1844 (el denominado Decreto Pidal), pero no se recuperaron los demás contenidos del sistema foral anteriormente suprimidos. Del viejo edificio foral solamente quedaron en pie la foralidad institucional (Diputaciones y Juntas), la Hacienda propia y el sistema militar propio. Lo que quedó era una especie de foralidad diluida o “neoforalidad” que sobreviviría hasta 1876, cuando tras la definitiva derrota carlista, la Ley de 21 de julio de 1876 derogó totalmente los Fueros de los tres Territorios.

cONFIRMATORIA o derogatoria Pero volvamos a la Ley de 25 de octubre de 1839: si retomamos la pregunta sobre si dicha Ley fue “confirmatoria” o “derogatoria” o intentamos explicarnos cómo una misma Ley puede ser considerada confirmatoria y abolitoria a la vez, la respuesta depende del punto de vista que adopte cada uno al respecto. Por ejemplo, muchos navarros consideran que esa Ley, que es el fundamento de la Ley Paccionada de 1841, ayudó a salvaguardar sus Fueros, y, de hecho, ambas leyes son citadas en el artículo 2 de la Ley Orgánica 13/1982, de 10 de agosto, de Reintegración y Amejoramiento del Régimen Foral de Navarra, cuando dice que: “Los derechos originarios e históricos de la Comunidad Foral de Navarra serán respetados y amparados por los poderes públicos con arreglo a la Ley de 25 de octubre de 1839, a la Ley Paccionada de 16 de agosto de 1841 y disposiciones complementarias…”. Sin embargo, la opinión mayoritaria al menos en los otros tres Territorios Forales, considera que la Ley de 25 de octubre de 1839, fue el principio del fin de su foralidad. Así que no es casualidad que el párrafo 2º de la Disposición Derogatoria de la Constitución Española de 1978 derogue dicha Ley a modo de reparación histórica (“en cuanto pudiera conservar alguna vigencia”), pero solamente en lo que afecta a estos tres Territorios y no a Navarra.

Con el máximo respeto hacia quienes piensan que pudo haber servido para lograr el “arreglo foral” en las “Provincias Vascongadas” y hacia quienes consideran que sirvió para proteger el sistema foral de Navarra, creo que el problema no es tanto lo que esta Ley pudo haber supuesto sino lo que supuso en realidad. Y a mi parecer, al menos para Araba/Álava, Gipuzkoa y Bizkaia, la Ley 25 de octubre de 1839 supuso el comienzo de un proceso de declive del régimen foral hasta su completa desaparición en 1876. Creo que la derogación foral provocó la ruptura unilateral de un pacto ancestral y estoy convencido de que la herida que abrió no se ha cerrado aún del todo. Desde entonces, y de modo constante, se reclamó en el País la restauración foral plena, pues el pueblo vasco no ha renunciado jamás a sus derechos históricos, derivados de los Fueros, como expresión de su constante deseo de autogobierno. Por ello, y como dice el lema del escudo de armas del municipio alavés de Urkabustaiz: “Iragana buruan, geroa eskuan”, convendría tener bien presente el pasado para construir nuestro futuro, un futuro que debería estar en nuestras manos. Después de 175 años, ya va siendo hora de buscar acuerdos y cerrar heridas, ¿no?

‘Tiragomas’, el gudari de hierro clave en la liberación de París

Se cumplen este mes 47 años de la muerte de este vizcaino de Arrazola, en el mismo año que se conmemora el septuagésimo aniversario de la liberación de la capital gala

Un reportaje de Iban Gorriti

tiragomas’’, un hombre de hierro, “el vasco que más valor demostró en la liberación de París de los alemanes”. Así lo definió José Miguel Romaña Arteaga en su libro La Segunda Guerra Mundial y los vascos (Bilbao, 1988). La figura de este vizcaino ha sido una de las que han podido caer en el olvido cuando las crónicas y los testimonios de quienes lucharon junto a él contra el fascismo y el nazismo le ensalzan como héroe. El gudari del batallón Arana Goiri y del Rebelión de la Sal es recordado por ejemplo porque durante la liberación de París de los alemanes, “durante el ataque a la Cámara de los Diputados, dio pruebas de un gran espíritu combativo matando a seis alemanes y apoderándose del armamento”, queda impreso en el libro de Romaña Arteaga. Por otra parte, el secretario y responsable del grupo de recreación histórica de la asociación Sancho de Beurko, Guillermo Tabernilla, también tiene palabras taxativas sobre esta figura histórica: “A gudaris como Tiragomas no los paraba nadie”.

Emeterio Soto Campesino, ‘Tiragomas’, rodeado con un círculo junto a otros gudaris del batallón Arana Goiri.Foto: Juan Bilbao Yarto
Emeterio Soto Campesino, ‘Tiragomas’, rodeado con un círculo junto a otros gudaris del batallón Arana Goiri.Foto: Juan Bilbao Yarto

El acta de nacimiento de Tiragomas, al que ha tenido acceso el apasionado de hechos históricos vascos Juan Luis García, le pone nombre y apellidos. La partida de nacimiento de la anteiglesia de Arrazola -valle de Atxondo- deja constancia de que el 3 de marzo de 1909 nació Emeterio Soto y Campesino en el enclave vizcaino. Hijo de Robustiano Soto (30 años), jornalero llegado a Arrazola de un pueblo de Palencia, y casado con María Nieves Campesino (23 años). Euskaldun desde niño, a pesar de que su madre y padre eran castellanos, Emeterio residió años más tarde en Santurtzi y falleció el 6 de octubre de 1967, por lo que se cumplen este mes 47 años de su defunción.

Durante la Guerra Civil, Emeterio Soto Campesino fue gudari del batallón Arana Goiri, de la compañía Kortabarria. Además, en la Sabino Arana Fundazioa cuentan con una nómina de junio de 1937 a su nombre del Batallón Rebelión de la Sal, compañía Urtusaustegi, la cuarta del citado grupo. El libro de Romaña Arteaga señala que Emeterio Soto era un “ferviente abertzale” que se alistó en 1936 a las filas del batallón Arana Goiri, “donde dio sobradas pruebas de su arrojo. Era un vasco de hierro, indomable como Lezo de Urreztieta, alto, fuerte y muy bragado”, según testimonio de Juan José Arriola Ugalde.

Guillermo Tabernilla, de Sancho de Beurko, aporta, por su parte, datos que contextualizan la presencia en la Resistencia de Tiragomas en Francia. Así, explica que cuando el Consejo Nacional de Euzkadi firmó el pacto con la Francia Libre de Charles De Gaulle para incorporar voluntarios vascos a una unidad de combate en mayo de 1941, “quizás ni se imaginasen las dificultades que ello supondría”, valora; unas de orden político -la negativa del Gobierno británico por las presiones de las autoridades franquistas-, y otras de orden práctico, pues fue muy difícil la recluta de hombres para esa nueva unidad y tuvo que recurrirse en gran medida a sudamericanos -soldados de fortuna y aventureros, no necesariamente de origen vasco-, frustrándose lo que podía haber sido una realidad: el 3º Batallón de Fusileros Marinos Vascos, que no pasó de la fase de organización al ser disuelto en 1942.

Tabernilla precisa que dos años antes De Gaulle ya había experimentado “la enorme dificultad” de crear un ejército que combatiese a los nazis al margen de la Francia del armisticio, y se tuvo que conformar con poco más de 1.200 voluntarios, de los que la mitad eran antiguos republicanos españoles que combatían en la 13ª Demi Brigade de la Legión Extranjera.

Tras la guerra civil Tras la que califica como “durísima” Guerra Civil, con los miembros del Ejército de Euzkadi “en la cárcel o en vías de ser liberados, no pocos de los mejores muertos y todos ellos sometidos a feroces represalias, el vasco se había desmovilizado psicológicamente y ya no tenía mentalidad de combatir en una guerra lejana, aunque fuese contra un enemigo común, salvo aquellos más irreductibles e indomables, gran parte procedentes de la izquierda, que estaban repartidos por todo el mundo, no pocos de ellos malviviendo en la Francia ocupada y otros en las filas de la Legión Extranjera. Tiragomas era uno de esos irreductibles”.

El secretario de Sancho de Beurko adjetiva a Emeterio Soto, Tiragomas, como un “nacionalista vasco, gudari voluntario que luchó en los más feroces combates” de la campaña de Bizkaia formando parte de la compañía Kortabarria del batallón Arana Goiri. Superviviente del Saibigain.

“Su recuerdo -agrega Tabernilla- nos ha llegado a pinceladas y, en mi caso, a través de su compañero, el gudari de Trapagaran Juanito Bilbao Yarto, que siempre me habló con admiración de su valentía. Ese es el gran mérito de Tiragomas, formar parte de ese núcleo de irreductibles que no se rindieron nunca. Si el Consejo Nacional de Euzkadi hubiese contado con ellos en 1941 quizás la historia hubiese sido diferente, pues tuvieron que pasar casi cuatro largos años hasta que se hiciese realidad el batallón Gernika. Lo que sí estaba claro es que a gudaris como Tiragomas no los paraba nadie”.

En el libro La Segunda Guerra Mundial y los vascos, de José Miguel Romaña Arteaga, se cita un testimonio aportado por Juan José Arriola Ugalde, gudari y compañero de este guerrillero en la compañía Kortabarria del Arana Goiri de Felipe Bediaga. “Tiragomas fue el máximo exponente del heroísmo vasco en la conquista de la capital francesa, fue un tipo irrepetible: era un valiente y un buen compañero, muy apreciado por todos”.

El 25 de agosto de 1944, día de la liberación de París, Tiragomas estaba allí, “un curtido gudari que se batió como un león”. Pons Prades escribió en su libro Republicanos españoles en la II Guerra Mundial: “En los combates de Luxemburgo, fuertemente fortificado por los alemanes, luchan codo con codo hombres de Fabien, entre los que se encuentran los españoles Huet, Pachón, Zafón y Tiragomas, y soldados de la Novena”. El vizcaino ayudó a poner en libertad a guerrilleros españoles presos de los nazis en la Ópera y en la entrada a la Cámara de los Diputados, en el cuerpo a cuerpo, dio muerte a seis alemanes. “Y se apoderó de su armamento”, agregan.

En la referencia bibliográfica citada de Romaña Arteaga lamentan que el vizcaino, ya residente en Santurtzi, falleciera en 1967, tan pronto para la memoria histórica, “pues podía haber aportado sin duda valiosos datos de las Resistencia y de otros vascos que lucharon junto a él”.

Abbadia, templo del conocimiento y embajada universal

Antoine d’Abbadie vivió con pasión sus facetas de explorador, geógrafo, astrónomo y lingüista, con una especial atención al euskera, pero muchos le recuerdan sobre todo por el castillo que mandó construir hace 150 años

Un reportaje de Viviane Delpech

150 años ya, o mejor, 150 años solo, que fue solemnemente implantada la primera piedra del castillo de Abbadia por su extravagante propietario, Antoine d’Abbadie. Solo, porque, a pesar de su apariencia de recuerdo medieval perdido en unos acantilados oceánicos, este fascinante edificio es de verdad una construcción moderna, que refleja las preocupaciones de una época de búsqueda identitaria y de progreso de la industria en Francia.

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La construcción del castillo de Abbadia abarcó veinte años, de 1864 a 1884. Foto: C. Rebière-Balloïde Photo

Pero, ¿a quién le surgió esta idea loca de edificar un castillo neogótico, decorado con un extraño bestiario de piedra, compuesto por salas islámicas, pinturas etíopes, un observatorio astronómico y una capilla medieval y orientalista? Interesarse en Abbadia implica obligatoriamente conocer a su emblemático creador, Antoine d’Abbadie (1810-1897), quien fue un protagonista de ámbito internacional tanto por sus centros de interés como por sus orígenes.

De hecho, la historia empieza durante la Revolución Francesa de 1789. Oriundo del pueblo de Arrast, en Xiberoa, su padre Arnauld-Michel, hijo de un notario real monárquico, huyó a Andalucía y luego a Inglaterra para escapar del requerimiento militar revolucionario. En el Reino Unido, esposó a una irlandesa católica, llamada Elizabeth Thompson, en 1807. La pareja tuvo seis niños, de los cuales Antoine, nacido en 1810 en Dublín, era el mayor.

El restablecimiento de la monarquía en 1815 favoreció la vuelta de Arnauld-Michel a Francia. Su familia y él se instalaron entonces en Toulouse, en 1818, y en París, nueve años más tarde. Su doble nacionalidad de facto proporcionó a Antoine una cultura rica y diversificada. Ya de niño, sus principales rasgos de carácter eran la curiosidad y la apertura al mundo. Tenía como libro de cabecera el relato de viajes del explorador escocés James Bruce, quien había descubierto en 1790 la fuente del Nilo azul en Etiopía. También era un apasionado de la literatura clásica y moderna, en particular de los autores románticos como Chateaubriand o Walter Scott.

Leyenda del Nilo, un motor de vida Cuando finalizó el bachillerato en el colegio real de Tolosa en 1827, decidió realizar su valiente sueño de toda la vida, que, por vergüenza, solía esconder: descubrir la fuente del Nilo blanco. Efectivamente era un desafío tan viejo y mítico como el mundo, en el que fracasaron numerosos exploradores, algunos tan legendarios como Alejandro el Grande o Ciro II de Persia. También representaba una pugna de política internacional contemporánea que oponía especialmente a Francia y a Gran Bretaña e implicaba el progreso industrial, el ascenso científico y el control -y el poder- de territorios desconocidos. Desde ese momento, su vida cotidiana de joven romántico se vio condicionada por sus clases de Derecho y de Ciencias en la Sorbona. También preparó su ambiciosa expedición con ejercicios físicos, corriendo por ejemplo decenas de kilómetros en las montañas vascas. Y encontró a exploradores experimentados que le relataban sus peregrinaciones arriesgadas a través del mundo.

Así, después de una primera expedición a Brasil, d’Abbadie se reunió con su hermano Arnauld (1815-1891) en Egipto en 1837. Durante once años permaneció en África oriental y en la región del mar Rojo, recorriendo los montes, las selvas y las sendas etíopes, negociando con los soberanos locales y mezclándose con la población indígena. Se le puede imaginar deambulando descalzo, vestido con ropa oriental, la cabeza cubierta con un turbante, hablando fluidamente cuatro idiomas etíopes, y, al contrario de sus congéneres europeos, rechazando las armas en favor de un bastón.

Los principios de su expedición se apoyaban en valores e intereses que ilustran fielmente la personalidad de fuertes contrastes de d’Abbadie. Se dedicó simultáneamente al estudio etnográfico y lingüístico del pueblo, a la práctica cartográfica y también, dando un aspecto político-religioso a su estancia, al desarrollo de misiones católicas y a la expansión diplomática francesa en esta parte estratégica del mundo. Por todo eso, la población local le consideraba a la vez como un sabio y un monje, un tanto extraño porque se movía siempre con sus instrumentos de astronomía y de cartografía.

Sus años de investigación acabaron por llevarle a una ubicación hipotética de la fuente mítica en el centro de Etiopía, donde su hermano y él plantaron la bandera francesa en 1846. D’Abbadie empezó entonces su vuelta a Europa, que completó tres años después.

Así, al principio de los años 50 del siglo XIX, tuvo que familiarizarse de nuevo con el modo de vida occidental. Procedió a la valoración de sus extractos etnográficos y geográficos, por ejemplo trazando el primer mapa de Etiopía o redactando el primer diccionario amárico-francés. Pronto recibió premios prestigiosos por su descubrimiento -erróneo- del Nilo, como la Gran Medalla de Oro por la Société de Géographie de Paris o la Legión de Honor por el Estado francés. Además, la Académie des Sciences, a quien ulteriormente legó su castillo, le eligió corresponsal en 1852 y miembro titular en 1867.

El renacimiento vasco Paralelamente, d’Abbadie supo situar en primera línea sus propios orígenes, siguiendo sin duda el ejemplo de su padre quien había contribuido en las primeras publicaciones sobre el euskera. Un año antes de su viaje, d’Abbadie publicó, en colaboración con su amigo xiberotarra Agustín Xaho, un estudio gramatical del idioma vasco.

Tras el paréntesis africano, volvió con mucha más fuerza y motivación para reavivar el interés por su cultura paterna. En pleno contexto de emergencia de los regionalismos, se encontró con una audiencia particularmente receptiva. Organizó a partir de 1851 en Urrugne sus famosos concursos de poesía y de pelota, donde entregaba premios. Esos juegos, llamados Lore jokoak, se diversificaron rápidamente incluyendo bertsolaris, irrintzina, ezpata-dantza, aurresku, carreras de portadoras de agua o de natación… y se exportaron a los dos lados de los Pirineos. En resumen, se convirtieron en lo que Pierre Bidart calificó de “fiestas totales” celebrando la identidad y el alma vascas. En 1892, los euskaldun rindieron homenaje a d’Abbadie ofreciéndole un makila de honor y el afectuoso apodo Euskaldunen aita, durante las fiestas de San Juan de Luz organizadas bajo su famoso lema Zazpiak bat.

A esta valoración social y tradicional se asoció una dimensión intelectual, que concretó d’Abbadie con su estudio filológico y su colección de 1.136 obras en euskera, porque defendía la tesis de que idioma, cultura y biología son interdependientes, como lo formularon más eficientemente Aranzadi y Barandiaran. Lógicamente intentó identificar, aunque vanamente, los orígenes del euskera, usando extractos antropológicos y comparaciones con idiomas etíopes, ya que se adhería a la hipótesis usual de la época, la que tomaba partido por sus raíces africanas.

El castillo, encarnación artística Además de su sacerdocio científico, d’Abbadie tenía supuestamente planes personales, que comenzaban por la construcción de una burguesa residencia de veraneo en la cornisa oceánica de Urrugne. Este símbolo de estatus social le metía igualmente en una búsqueda más impresionante que, desde su punto de vista, los cocodrilos del Nilo, y que era el matrimonio…

Tras nueve años de tramitaciones complicadas por su perfil de explorador y su edad mayor, encontró a Virginie Vincent de Saint-Bonnet, oriunda de la zona de Lyon, con la que se casó en 1859. Desde entonces, organizaron sus vidas entre ciencias y formulismos mundanos. De esta manera persiguieron el proyecto de residencia ya empezado por el arquitecto Clément Parent en 1858 con un observatorio astronómico en forma de torre almenada.

Ante la despedida de sus dos primeros arquitectos, la pareja recurrió urgentemente, en 1864, a Eugène Viollet-le-Duc, el líder carismático del movimiento neogótico, quien, de entrada, tomó cartas en el asunto. Bajo la égida de las teorías arquitectónicas del racionalismo nacionalista, las obras se compartieron entre el genial maestro, autor del plan, de las elevaciones y del bestiario esculpido, y su talentoso discípulo, Edmond Duthoit, quien atendió las obras y concibió la decoración, el mobiliario y el nuevo observatorio.

D’Abbadie decidió bautizar su imponente mansión El castillo de Abbadia en homenaje a la casa de sus ancestros en Arrast. El castillo vincula sus gustos y sus valores como si fuera una fantasía biográfica y arquitectural. Eso se manifiesta en primer lugar en el plan funcionalista organizado entre tres alas, dedicadas a la devoción, la acogida y la ciencia, haciendo coexistir singularmente el observatorio con una amplia capilla y apartamentos burgueses.

Por lo que se refiere al formidable mestizaje de fuentes geográficas e históricas, se inscribe en la moda del eclecticismo expandida bajo el Segundo Imperio francés. No impide la originalidad de ciertas influencias, como las escenas etnográficas etíopes del vestíbulo, o al contrario, explica el conformismo con otros estilos en boga, como el fumadero o el salón árabe. Pero la inclinación del neogótico y la organización casi-feudal de la propiedad, con su trentena de aparceros, revela una posición política reaccionaria, idealizando el Antiguo Régimen, que a menudo trasparece en la correspondencia de d’Abbadie. Por fin, su retrato se lee poderosamente en las innumerables inscripciones sembradas en el edificio, declinadas en los catorce idiomas que controló el explorador, tanto más cuanto que realzan sus valores morales fundados en una austera filosofía católica y una sorprendente apertura a la alteridad.

Entre aquellas virtudes, una sentencia destaca la humildad; la del erudito frente al conocimiento y la del hombre frente a la existencia. Diciendo Ez ikusi, ez ikasi, se refería a un experimento desafortunado, en que d’Abbadie había literalmente perforado las paredes del castillo para construir un telescopio desde el que observar el monte Larrun y que nunca pudo funcionar. Un fracaso desastroso que quiso asumir públicamente con esta sabia inscripción. Como un compendio literario, Abbadia recopila así montones de cuentos insólitos, al igual que Las mil y unas noches que alimentaron en parte el imaginario de sus propietarios.

Martin de Ugalde, el gran escritor del exilio y la transición

Hoy hace diez años murió el escritor de Andoain Martin de Ugalde, un abertzale que dedicó toda su vida a la causa y la cultura vascas

Un reportaje de Iñaki Anasagasti

eL franquismo en 1974 iniciaba su recta final. El decrépito dictador estaba enfermo y lo que decía no era entendible. Se vislumbraba un cambio histórico y la oposición se movilizaba mientras ETA actuaba y los estados de excepción se sucedían. En ese clima el Aberri Eguna, como fecha simbólica, tenía mucha importancia.

En Caracas, el Aberri Eguna era, asimismo, el gran día del Centro Vasco. Esa jornada, tras la misa, el izamiento de la ikurriña, el acto político y la comida popular, era el día de encuentro de todos los vascos. Y ese 14 de abril, nos dijeron que desde el Gobierno vasco, nos iban a llamar.

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Y la llamada se produjo, desde Donibane Lohitzune. Era el vicepresidente del Gobierno vasco en el exilio, Martin de Ugalde. “Iñaki, te transmito una gran noticia para que la deis en Radio Euzkadi y la divulguéis. El lehendakari Leizaola acaba de volver de Gernika donde ha pronunciado un mensaje dirigido a los jóvenes y a todo el pueblo vasco, diciendo que está presto en dar cuenta de lo hecho en estos cuarenta años por la Institución que preside y que la antorcha pase a una nueva generación”.

Fue aquella una acción arriesgada, pero había que romper el muro de silencio y enviar un mensaje claro que el nacionalismo no era solo ETA, que existía un Gobierno vasco en el exilio y un lehendakari que representaba una institución que había sido aherrojada. Y detrás de esa operación de presencia estaba Martin de Ugalde, que había sustituido a Joseba de Rezola como vicepresidente tras su fallecimiento. A él le sustituyó Mikel Isasi.

Yo tuve la suerte de conocerle en Caracas y viajar con él a Cumaná a la inauguración de su Centro Vasco. Había sido el primer presidente de Euzko Gaztedi del Centro Vasco y casualmente yo fui el último. Y en aquellos años había creado una influyente publicación, Euzko Gaztedi, así como dirigido la revista Euzkadi. Más tarde colaboró con revistas venezolanas como Momento y fue el jefe de redacción de la revista Elite donde siguió muy de cerca los viajes del lehendakari Aguirre y el secuestro de Galíndez, con gran incomodidad y protestas de la embajada franquista. Había llegado, asimismo, a ser presidente del Centro Vasco de Caracas y presidente de la Junta Extraterritorial del PNV en Venezuela. Escribió en la revista Nacional de Cultura así como cientos de artículos, cuentos, reportajes, tanto en euskera como en castellano. Sus colaboraciones en Euzko Deya, Tierra Vasca, Alderdi y Zeruko Argia eran habituales.

El trabajo y la dedicación del joven Ugalde se vio refrendado por el reconocimiento, ya que ganó el primer premio de El Nacional (1964) y obtuvo el premio Sésamo de Madrid con el cuento Las manos grandes de la niebla (1961).

El exiliado Martin de Ugalde había nacido en Andoain en 1921. Estudiaba en La Salle, pero la guerra le estalló con 15 años. Abandonó con su familia Andoain para dirigirse a Mundaka y Bilbao y más tarde saltó a Francia a través del puerto de Santander y llegó a Chateau Chinon (Nievre) para recalar en Donibane Garazi (Colonia de la Citadelle) y en Donibane Lohi-tzune. Durante este período estudió en las Escuelas organizadas por el Gobierno vasco. Allí termina el Bachillerato. Contó con excelentes profesores: Barandiaran, Adrián de Ugarte, Dorronsoro…

En 1940 con la ocupación de Francia por parte de los alemanes volvió a Andoain donde vivía su ama. Su aita estaba exiliado en Venezuela y el hermano menor, Joseba, después del bombardeo de Gernika, había sido evacuado a Rusia. La guerra había deshecho una familia. Tuvo que hacer tres años en Tetuán de servicio militar obligatorio.

En 1947, viajó en compañía de su ama y lograron reunirse en Caracas con su padre y hermano. En 1948 fue elegido primer presidente de Euzko Gaztedi de Caracas. En Venezuela empezó a publicar sus primeros libros muy pegados a la realidad venezolana.

Pero Martin Ugalde no solo irrumpió en la literatura venezolana con un estilo propio, sino que también mantuvo militantemente el euskera. En 1961 su libro Iltzalleak ganó el primer premio otorgado por el Gobierno vasco en el exilio. Iltzalleak fue el primer libro de cuentos de la historia de la literatura en euskera. En 1997 el jurado del Premio Ricardo Arregui de Periodismo de Andoain decidió darle una mención honorífica por su labor en favor del desarrollo del periodismo en euskera. Publica igualmente la obra teatral Ama gaxo dago, en 1964, y en 1966 da a conocer un nuevo libro de cuentos para niños Umeentzako kontuak y con afán polemista publica en la editorial Ekin de Buenos Aires su Unamuno y el vascuence (1966).

En lo que se refiere a sus novelas en euskera, Itzulera baten istorioa tiene un trasfondo autobiográfico claro, pues narra el exilio y el desarraigo cultural de una familia vasca tras la guerra civil. La siguiente novela, Pedrotxo, está situada en los años 1948-1950 y narra la vida de un joven nacido en 1933 que vive en la Casa de la Misericordia donde se muestra lo que fue la represión contra lo vasco del régimen franquista. Su última novela Mohamed eta parroko gorria, tiene como protagonista un chaval todavía más desfavorecido, un marroquí que trabaja en una granja de cerdos que abastece a un cuartel y que cuando estalla la guerra en 1936 se ve obligado a tomar posición en el conflicto. Martin de Ugalde escribió ésta novela aquejado ya de la enfermedad de Parkinson.

En Estados Unidos En la década de los 50, Martin de Ugalde completó su formación en Estados Unidos. Tras regresar a Caracas, dos años después, volvió a Nueva York para seguir sus estudios de literatura. No hay que olvidar que trabajó en la petrolera Creole donde dirigió la revista El Faro y que la Creole le becó en 1960 para cursar una especialidad de Periodismo. Se especializó en Opinión Pública y Comunicación de Masas en Northwester University y, posteriormente, impartió clases en la Universidad Católica de Caracas.

El regreso en 1969 Con todo este bagaje cultural y de experto en comunicación regresó definitivamente a Hondarribia en 1969. El PNV le encargó la dirección de la revista mensual Alderdi que se hacía en el viejo caserón de Beyris y tenía un formato de revista. Él transformó Alderdi en una publicación de bolsillo tipo Reader’s Digest e incorporó una serie de firmas y temas muy interesantes y firmas rompedoras como la de Xabier Arzalluz que escribió bajo el seudónimo de Peru Egurbide.

Esos años tuvo que refugiarse nuevamente en Baiona donde vivió entre 1971 y 1973. Sus libros fueron censurados por la represión franquista por lo que se vio obligado a escribir entre líneas. Recuerdo aquellos años de gran actividad de Martin su magnífico libro Hablando con los Vascos donde entrevistaba a personalidades vascas de todo tipo como Ramón de la Sota, José Miguel de Barandiaran, Koldo Mitxelena, Agustín Ibarrola, el padre Pedro Arrupe (le censuraron varias respuestas) e Isidoro Fagoaga. Con sus entrevistas intentó demostrar diferentes dimensiones de lo vasco y del ser vasco recuperando personalidades silenciadas durante cuarenta años. Participa asimismo en la controversia en torno a la unificación del euskera y a la polémica cuestión de la h, solicitando opinión al respecto a diversos especialistas para, mediante el diálogo, dar una respuesta lo más adecuada y consensuada posible. Le recuerdo pidiéndome documentos sobre los lehendakaris Aguirre y Leizaola para las obras completas de los dos primeros lehendakaris que él coordinó. Preocupado, asimismo, por la historia vasca y tratando de que se respete la misma escribió Síntesis de la Historia del País Vasco, en 1974, y Hablando con Chillida, escultor vasco (1975). Escribió, asimismo, Las Brujas de Sorjin, donde analiza la problemática de Euzkadi en cuarenta años, sus luchas, la resistencia vasca, la creación y el porqué de ETA. “Se trata de un libro fundamental para entender mi vida y poder comprender la problemática, la cultura y las raíces del pueblo vasco”, decía de esta novela el propio Martin de Ugalde.

En los años inmediatos posteriores a la muerte de Franco trabajó en El Libro Blanco del Euskera y a la salida del periódico DEIA, en junio de 1977, fue nombrado subdirector y responsable de euskera en este diario. En 1978 publicó su Herri baten deiahadarra/El grito de un pueblo y en 1980 El Problema Vasco y sus profundas raíces culturales y políticas, etc. Todos estos títulos y algunos más ilustran sobre la dedicación de Martin de Ugalde a la literatura, al estudio de la historia vasca y de su cultura. En 1986, tras la división del PNV, optó por afiliarse a Eusko Alkartasuna, del que fue uno de sus militantes más significados y respetados.

Los últimos años, como le ocurrió en Venezuela, los reconocimientos se suceden: Vasco Universal, doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco… y él, sin alardes, ni vanaglorias termina sus días rodeado del respeto unánime, salvo de la justicia española, ya que siendo presidente honorario de Egunkaria y ya con mucha edad fue irrespetado por el juez Baltasar Garzón. El juez bloqueó sus cuentas bancarias dentro de la actuación contra el periódico Euskaldunon Egunkaria, del que fue fundador. Falleció el 4 de octubre de 2004 a los 83 años. Se cumple, pues, una década de su fallecimiento.

A recuperar Martin de Ugalde es una personalidad puntera a recuperar. “Este momento es para mí muy emotivo”, dijo en la presentación el escritor Anjel Lertxundi, impulsor de la reedición de los cuentos que Martin de Ugalde escribió en castellano en su exilio en Venezuela. “Cuando cerraron Egunkaria, la mayor parte de los euskaldunes nos sentimos heridos y particularmente sentimos dolor al ver cómo injuriaron a una persona de la talla de Martin. Pensé que había que reaccionar ante ese insulto y que una de las mejores maneras era mostrar una faceta bastante desconocida de este gran escritor”. Y es que la democracia vasca sigue en deuda con este gran escritor del exilio y de la vida vasca que encendió varias llamas de dignidad y ética cuando tan difícil era hacerlo.