Mariana, del grupo Maral, evoca cómo recibió el legado vasco de su abuelo primitivo, que emigró desde Nafarroa
Un reportaje de Iban Gorriti
EL potosí musical vasco de Argentina se llama Maral, un grupo que por antepasados arribados a la ciudad de Arrecifes es una realidad desde hace diez años. Cinco años antes ya interpretaban el cancionero argentino. Su cantante, Mariana, debe sus profundos lazos con Euskal Herria a su abuelo Primitivo Irigoyen, que como otros tantos terminó emigrando a Argentina y, como esos miles de vascos, ha pasado a ser una pieza en la historia tras una vida anónima.
Primitivo Irigoyen Torrea, natural de Yesa, nacido en 1905, merindad y comarca de Zangotza, Nafarroa, vivió sus primeros años en Tiermas, localidad zaragozana. Catorce años después llegó a Argentina a consecuencia de la ley de mayorazgo y por los conflictos que desató la norma en la relación con su hermano mayor. Años antes, habían viajado al continente americano sus hermanos Francisco e Irene. Fueron ellos quienes le animaron a emigrar. A su llegada, se aprestó a trabajar, primero en el puerto de Buenos Aires, y más adelante como peón en el campo realizando al comienzo changas -desbroce- y creciendo poco a poco hasta lograr tener su propio tambo lechero de 47 hectáreas.
Como todos los que llegaban, tenían la urgente necesidad de “no estar solos”, de canturrear y de hablar “de lo suyo” y así se integró en la Euskal Etxea local llamada Euskaldunak denak bat, junto a otros emigrados. Ese era “su lugar vasco” en Argentina. Se enamoró de Amelia Ferreira -criolla- y ambos trajeron al mundo cinco hijos. Se instalaron definitivamente en Arrecifes, en la provincia de Buenos Aires. “El abuelo y yo tuvimos una relación muy cercana, muchas charlas, mi curiosidad vulneraba irrespetuosamente su silencio”, recuerda la nieta Mariana. Irigoyen no hablaba euskera, “no tenía demasiada educación, solo sabía trabajar y callar dolores, quién sabe cuántos y cuáles”, lamenta.
Falleció en el año 1990. “Tomó la cruel decisión de quitarse la vida, se suicidó”, agrega penosa. Dejó cinco hijos, doce nietos, dos biznietos, y en Mariana, “especialmente, un profundo amor a lo vasco”.
Ella es Mariana Dominé Irigoyen, nacida en Arrecifes, de 47 líricos años y “cantora por vocación y necesidad”, se define la voz de Maral. “He vivido en lo vasco desde siempre. En mi Euskal Etxea aprendí a caminar, a bailar, a cantar y hablar algo de euskera, estudié su cultura. Allí transcurrieron los mejores momentos de mi vida, allí celebré mi boda, festejé los cumpleaños de mis hijas, canté mis primeras canciones vascas y alimenté el sentimiento aber-tzale. Allí, viajé a Euskal Herria con los ojos cerrados mil veces, allí comemos pintxos…Euskaldunak denak bat puertas adentro es Euskal Herria”.
CANTAR EN EUSKERA Hace 15 años, con el nuevo siglo, ella gestó con dos compañeros el grupo Maral. Un sueño musical de tres, “Adrián, Christian y yo”. Primero recrearon el cancionero argentino y, cinco años después, el vasco. “Maral se fue dando, fue fluyendo y crecimos musicalmente, tocamos en grandes eventos, recorrimos miles de kilómetros con la música, ganamos algunos premios, grabamos discos y conocimos gente muy linda hasta que en 2005 me surgió la necesidad imperiosa de cantar en euskera, de difundir cultura a través de la música, herramienta infalible a la hora de tocar corazones. Estaba adulta y tenía que poder decir que Euskal Herria existe y lo debía hacer de la única manera que me era posible: cantando”, comunica orgullosa de sus raíces maternas europeas.
A su juicio fue espectacular la aprobación de las gentes del mundo vasco y no vasco también. “Salimos a las euskal etxeas del país, tocamos en muchas semanas nacionales vasca, compartimos escenarios con grandes como Juan Mari Beltrán, Kepa Junkera, Gozategi… y finalmente viajamos con nuestra música a Euskal Herria, invitados en el Día Internacional del euskera”.
Corría el año 2008. A raíz de un vídeo que circula por Youtube con la versión de Lau teilatu, recibieron la invitación del departamento de Cultura de Gobierno Vasco. “Verdaderamente, nos sorprendió hasta las lágrimas. Nunca voy a poder trasmitir fielmente la felicidad que representó para nosotros este reconocimiento, el poder llevar nuestra voz a Euskal Herria”, valora. Gracias a Juan Mari Beltrán dieron otros dos conciertos en Oiartzun y en la Durangoko Azoka. “Siempre soñamos con volver, cada día. Solo tienen que darse las condiciones”, dice.
Desde niña ya movía su cuerpo con los fandangos y arin arin que tocaban con su txistu el tío Potxolo Loyola, Don Tiburcio Bilbao, los pasacalles, Andre Madalen, el Gernikako arbola que se cantaba tradicionalmente en los Días de San Ignacio de Loyola en la Euskal Etxea… “Las primeras canciones que nos enamoraron fueron Lau teilatu (Itoiz) , Aita semeak (Oskorri), Guk euskaraz (Urko)… No copiamos, recreamos, queremos que al escuchar nuestras canciones, se oiga el latir de la herencia, del nieto”, subraya Mariana.
historia vasca Ella afirma que la música puede ser un vehículo increíble, porque a través suyo se llega a las emociones de quien la disfruta. “Es que la música te golpea, se te mete, te usurpa. La música jamás es indiferente, está en el aire. Una canción cuando se suelta deja de ser tuya y es de quien la escucha. Qué mejor que cantarle al mundo que aquí estamos nosotros, los nietos vascos, para honrar el legado y decir que somos un pueblo auténtico, con una lengua solo nuestra, que somos dueños de un espíritu libre que no renuncia”.
La Euskal Etxea tiene 93 años y sus paredes cobijan miles de historias, algunas silenciosas, y otras han quedado atrapadas en sus muros en aquellas charlas que mantenían “nuestros vascos mayores. La mayoría de las historias son de exilio, tristes, duras… “Pero también nuestra casa ha sido testigo de romances y amoríos entre hijos y nietos de vascos, como es mi caso. César, mi compañero en la vida, es también nieto de vascos, de esa historia de amor hoy contamos cinco hijos y un nieto”, aporta.
El grupo Maral pide un deseo para este año nuevo. “Pedimos Pakea, Askatasuna eta Errespetua. Y para Maral, seguir ofreciendo nuestra voz y volver, como dice el tango, a Euskal Herria mil veces más. Eskerrik asko eta Gora Euskal Herria Askatuta!”, grita desde el otro lado del Atlántico la nieta del Primitivo Irigoyen.