El otro Machado, un franquista que dirigió la cárcel de mujeres de Amorebieta

Francisco, hermano de Antonio y Manuel, envió versos a Unamuno por si tenía la calidad poética de sus allegados

Un reportaje de Iban Gorriti

Más sombras que luces amanecen cada día en torno a la cárcel de mujeres de Amorebieta. Las grandes investigaciones sobre prisiones franquistas vizcainas de Larrinaga o Escolapios, entre otras, mantienen casi en el olvido almacenes humanos como el citado o el que también hubo de mujeres en Durango y que, entre otras reclusas, lo sufrió, por ejemplo, el icono revolucionario Rosario Dinamitera. El edificio zornotzarra se ubicaba en lo que hoy es el colegio El Carmelo, que funcionó bajo la tutela del dictador Francisco Franco con odio y muerte entre 1938 y 1947.

Junto a las mujeres se mantuvo encerrados en el penal a decenas de niños de corta edad, algunos de ellos nacidos y muertos en cautiverio, es el caso de José Humanes Aznar, que solo vivió diez meses. Terrible final padecieron también algunas madres procedentes de Albacete, Badajoz, Castellón, Ciudad Real, Girona, Madrid, Málaga o Toledo. Política penitenciaria de dispersión.

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Cada caso es un ejemplo que pone los vellos de punta a personas con un mínimo de sensibilidad. Como paradoja, el director del centro labró la sensibilidad… la poética. Lean los siguientes versos: “¡Qué triste contemplar en la montaña, el bajo mundo de la infértil tierra, y el tremolar de la voraz guadaña, sobre los yermos campos de la guerra!”. Estas palabras las envió el hombre que estuvo al cargo de las presas, de nombre Francisco Machado. El apellido remite a hermanos literatos, a otros versos como “se hace camino al andar”. Y es que los hermanos Machado no fueron solo Manuel y Antonio, sino también José, Joaquín, Francisco y Cipriana.

Los sensibles versos los remitió Francisco a un bilbaino internacional: Miguel de Unamuno. El oficial del cuerpo de prisiones quería saber desde El Puerto de Santa María -adonde dispersarían a muchos vascos presos de los golpistas militares del 36- si su ingenio que lamentaba la guerra de Europa, estaba a la altura del de sus hermanos. Francisco escribió un libro, Leyendas toledanas, y tuvo a su cargo la vida o la muerte de presas en Amorebieta y de infantes. Antes, vivió nómada de penal en penal: El Puerto de Santa María, Cartagena, Toledo, Barcelona, León, Alicante, Madrid, Valencia y Burgos. Allí conoció la muerte de uno de sus hermanos y la de su madre. Al ir a buscarles, fue expedientado por el régimen de Franco al abandonar, sorprendentemente, España con las “hordas rojo-separatistas”, le acusaron. Pero regresó al redil franquista y fue enviado a Amorebieta.

la historia de marina Allí, quizás conoció a Marina García -fallecida en mayo de 2012-, una antifascista con una biografía que pone la carne de gallina. Era hija de una reclusa, a la que se la arrebataron de sus pechos, como los de la mujer del Guernica de Picasso. Transcurría 1939. Sus padres trataban de recuperar la alegría después de que el 9 de abril de 1937 un conductor ebrio atropellara a una de sus hermanas causándole la muerte. Residían en Villar de Chinchilla, Albacete. Su madre, madrileña, era maestra de escuela. Su padre, toledano, trabajaba en Correos.

Pero la cotidianidad se les tiñó de tragedia cuando una familia de panaderos del pueblo les denunció. “Por envidias y por ser socialistas”. Condujeron al matrimonio al penal de Chinchilla. Junto a su madre encarcelaron también a su hermano recién nacido, Crescencio. La joven acogida por la familia, María, se hizo cargo de tres hijos, entre ellos Marina, y siempre se lo agradecieron. Hizo todo y más por quienes no eran sus hijos. Con el padre y la madre presos, la cuidadora recibió una cruel notificación avisando de que los franquistas iban a fusilar al padre sin haber sido juzgado para que presenciaran la ejecución. La familia decidió no acudir.

El fusilamiento se cumplió el 18 de mayo de 1939. El mismo día, dos años antes, Amorebieta había sufrido la entrada de los golpistas. De forma paradójica, los militares destinarían a ese municipio a la madre de Marina presa. La amatxo sobrevivió también a Saturraran y El Carmelo, cárcel de Amorebieta adonde María no dudó en desplazarse. La chica guardó las joyas familiares y las fue vendiendo para poder darles de comer. Tardaron en llegar al pueblo tres días en trenes de mercancías. Una vez allí, tuvo que hacerse cargo también del hijo menor, que se lo arrebataron a su madre “por cumplir el destete”.

Marina cayó en gracia de dos familias: una de Amorebieta y otra de Ondarroa. La primera sufragó su internado en Santurtzi y la segunda la llevaba en verano cerca de su madre cuando estaba presa en Saturraran. Le llevaban al alto de la carretera entre Ondarroa y Mutriku, y veía cómo su madre nadaba en el mar.

En Santurtzi, las Hijas de la Cruz le prohibían decir que su madre estaba en la cárcel con las Carmelitas. La mayor alegría fue cuando liberaron a su ama después de que el médico le diagnosticara la “enfermedad de la tristeza”, como se denominaba entonces a la depresión. Pero sanó junto a su madre, quien pese a que los franquistas le privaron de tres viviendas, recuperó su plaza de maestra, esta vez en Ea. Marina, nacida de casualidad en Pontevedra, ciudad que siempre quiso visitar aunque no logró cumplir su sueño, falleció en mayo de 2012.

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