Las ikurriñas de Zalla, dos supervivientes y una tercera enterrada

La familia Zubieta, que custodió de forma clandestina las históricas banderas a lo largo de ocho décadas, las donó el pasado viernes a Sabino Arana Fundazioa

Un reportaje de Iban Gorriti

lOS ojos de Mikel Zubieta se empañan nostálgicos, familiares, históricos. Se aferran a sus recuerdos. Entrañas. A los confines de toda una vida de custodia de dos ikurriñas que sortearon la malaventura de la Guerra Civil y anatema del franquismo. El hijo del molinero Luis y de la ama de casa Feli se alegra y entristece al mismo tiempo. Su razón chasquea al viento de Zalla. “Entregar las dos banderas a Sabino Arana Fundazioa me produce esa sensación de desprenderme de algo que cuidamos de forma clandestina durante años, algo que tengo mucho cariño, y por otra parte sé que van a estar mejor conservadas”, admite con vista vidriosa en las dependencias del batzoki en el que antes de la guerra una de las ikurriñas se mostraba orgullosa colgante desde el balcón, y la otra era el blasón de la Junta Municipal del PNV de Zalla.

Mikel Zubieta, en el instante de hacer entrega a la Fundación Sabino Arana de las dos ikurriñas conservadas por su familia.Iban Gorriti
Mikel Zubieta, en el instante de hacer entrega a la Fundación Sabino Arana de las dos ikurriñas conservadas por su familia.Iban Gorriti

 

Y hubo una tercera: la de las emakumes, con una cuita que Zubieta exhuma de lo escuchado en su casa y a las personas mayores de la localidad vizcaina. “Es como un mito ya”, valora. Existió aquel estandarte que según los testimonios orales heredados permanece enterrada a día de hoy bajo un edificio de la avenida Lanzagorta de Zalla. “Al parecer era una bandera blanca con una ikurriña a un lado. Por cierto, las propias emakumes fueron quieren bordaron el escudo de Zalla con el arcángel San Miguel y el árbol de Gernika en la ikurriña de la Junta, hecha con lanilla”, contribuye Mikel.

Hay dos secretos que han mantenido casi intactas las dos ikurriñas donadas a la fundación con sede en Bilbao. El primero, que Luis Zubieta, antes de la entrada de los fascistas sublevados contra la legítima Segunda República, las tomara del batzoki y escondiera, con el peligro que corría. Y el segundo, gracias al tabaco, pudieron conservarse hasta el siglo XXI. “Mi padre fue un valiente en 1937. Recogió las ikurriñas y las llevó al molino donde vivíamos. Hasta allí hay como un kilómetro y entonces te revisaban las bolsas a ver qué llevabas. Se la jugó”, enfatiza orgulloso de quienes le trajeron al mundo. Y no es para menos. Luis Zubieta fue un marido, un padre de familia, un nacionalista que prefirió exponerse a la cárcel o a la muerte, antes que desprenderse de las dos ikurriñas.

a través del tiempo Los Zubieta han vivido en cinco inmuebles diferentes y con ellos y más adelante sus descendientes siempre viajaron los colores: rojo, verde y blanco, jirones de la historia de su pueblo, de su axioma vital e ideológico. Tras vivir en el recordado molino, lo hicieron en Herculano Plaza, también junto al Bar Teide, en el mismo batzoki que siempre ha estado emplazado en el mismo lugar y en el barrio de El Carmen. La esposa de Luis estuvo a punto de dar el brazo a torcer y quemar las ikurriñas, como la familia hizo con la biblioteca que poseían sobre temas vascos y de nacionalismo vasco. “Mi padre se lo contó a un amigo y este, a su mujer. Ella dijo que le iba a denunciar. No lo acabó haciendo”, apostilla Mikel.

Más adelante, en los años 60, Zubieta hijo y su mujer tuvieron visita de la Guardia Civil porque habían hallado a su padre con “propaganda clandestina” por lo que llegaría a sufrir la cárcel bilbaina de Larrinaga. Acabaron quemando todo durante “una noche entera, salvo un libro de vistas de Bizkaia de la Diputación”. A quien calificaban de bizkaitarrón lograron sacarle de prisión gracias a que la mujer de Luis pidió ayuda al clero de la zona. Del matrimonio, nacieron cuatro vástagos. Uno, falleció al poco de nacer. La hermana mayor fue Ana (a día de hoy fallecida), Elia y Mikel. El padre formaba parte de la organización municipal del PNV de Zalla cuando se desató la Guerra Civil.

Esta familia y descendientes escondieron las ikurriñas en lugares impensables, como por ejemplo, debajo de una bañera o soltando unos ladrillos y volviéndolos a poner con labor de albañilería de por medio. Los días que las aireaban sobre la cama o en un pasillo era todo un rito para los de casa, orgullo a la máxima potencia.

La del balcón del batzoki, algo raída en algunos puntos, es de considerables dimensiones: mide cuatro por dos metros, y la de la junta municipal, 1,90 por 1,20. Las anécdotas se solapan en fechas. Así, por ejemplo, la familia vivió en la casa del batzoki y cuando la ocuparon los de Falange, los fascistas estuvieron muy cerca de los dos estandartes prohibidos.

Horas antes de entregar las banderas a Sabino Arana Fundazioa, Mikel Zubieta proyectaba qué iba a hacer al donarlas. “Les daré un beso muy grande. Me despido de ellas. Me emociono. La de la junta es una ikurriña muy especial: en realidad son dos ikurriñas que cuando las llevamos a donde unas monjas para que vieran cómo se podía mejorar, le pusieron un paño blanco entre ambas, a modo de sandwich y así reforzarla”, detalla quien ya entregó en 1977, con la democracias, estos blasones al batzoki, pero volvieron a la familia hasta los años 90. “Me despido de ellas, pero sé que va a estar mejor cuidada. Ahora, queremos poner una reproducción aquí en el batzoki, en esa vitrina donde ha estado expuesta. Y pensar que en aquellos tiempos para quitar humedad mi padre le ponía tabaco…”, concluye emocionado.

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