Los tres primeros concejales jeltzales accedieron al Ayuntamiento de Iruñea en 1917; su gestión hizo que en 1922 se les unieran otros cinco ediles abertzales más
Un reportaje de Josu Chueca
Francisco Lorda, pintado por Ciga.
Era la cuarta vez que lo intentaban. Habían presentado candidaturas en 1911, 1913 y también en 1915, pero hasta las elecciones del 11 de noviembre de 1917, no pudieron conseguir las ansiadas primeras actas de concejal en el Ayuntamiento de Iruñea los candidatos jeltzales Francisco Lorda Yoldi, Felix García Larrache y Santiago Cunchillos Manterola. Aunque en las anteriores convocatorias citadas, habían presentado gente muy cualificada y conocida -Manuel Aranzadi, Cipriano Monzón, Serapio Esparza- la hegemonía liberal y carlo-integrista solo fue acompañada por representantes de las distintas facciones derechistas de ámbito estatal (mauristas, romanonistas…).
Tan solo a partir de 1913, con la puntual entrada de concejales socialistas, un atisbo de heterodoxia empezó a fisurar el bloque conservador de la capital navarra. Esta fina veta de pluralismo, en la Iruñea de principios del siglo pasado, se agrandó cuando la alternativa nacionalista irrumpió con los citados Lorda, García Larrache y Cunchillos en el Ayuntamiento de la capital navarra.
Sin duda, de los tres, el más destacado era Santiago Cunchillos, quien, abogado de profesión, había sido secretario de la Diputación navarra en los años 1909-1913. Dimitido, en circunstancias aún no esclarecidas (oposición a un contrafuero o enfrentamiento con algún diputado) le daba a la candidatura de 1917 un relieve muy cualificado en el plano político administrativo. Cunchillos, originario de Aoiz (1882), se había vinculado desde su juventud a actividades y organizaciones vasquistas de corte cultural. Como militante del PNV presidió el Centro Vasco en 1915, año en el que se presentó por primera vez a las elecciones municipales. Tras su entrada en el Ayuntamiento, repitió cargo en las elecciones de 1922. Desposeído de su acta por la dictadura primorriverista no la recuperó hasta el breve periodo de 1930-1931.
Proclamada la República, participó en la Comisión dinamizada por Eusko Ikaskuntza para la redacción del Estatuto General del Estado Vasco, popularmente conocido como el Estatuto de Estella. Exiliado en 1936, integró la Delegación del Gobierno vasco, constituida en Buenos Aires en 1938, donde fallecería en 1953.
También padeció el exilio Felix García Larrache. Originario de Iruñea (1880) era el hermano primogénito del luego dirigente republicano Rufino G. Larrache. Félix, nacionalista desde su juventud, compartió estudios y afinidades en Tolosa, con sus amigos y luego significados dirigentes peneuvistas Jose Eizaguirre y Doroteo Ziaurriz. Tras realizar la licenciatura de Farmacia en Madrid y de Análisis Biológicos en el Instituto Pasteur de París, abrió farmacia en Iruñea, en los bajos de la casa familiar. La guerra lo llevó al destierro, junto al resto de su familia, siguiendo el camino de algunos de sus progenitores, ya instalados en Baiona desde el siglo XIX, con una continuidad hasta el presente, como lo atestigua el largo exilio de su sobrino recientemente fallecido en la capital labortana, Javier García Larrache.
El último de ellos, Francisco Lorda Yoldi (Iruñea, 1877) era empleado administrativo en el Instituto Provincial de Enseñanza. Vinculado al PNV desde su fundación en Iruñea, fue presidente del Centro Vasco en 1926 e integrante de la Comisión pro Reunificación PNV-CNV en 1930. Fue, sin duda, el más relevante y activo de los tres en la política municipal. Seguramente por ello se intentó inhabilitarle, sin conseguirlo, argumentando la supuesta incompatibilidad con su actividad profesional. Por el número y por la variedad de temas planteados por Lorda, en el Ayuntamiento pamplonica, fue en sus periodos como concejal el más activo y relevante de la minoría nacionalista y del conjunto de ediles allí representados.
Ambiente ‘caliente’ Las elecciones en las que fueron elegidos, celebradas el domingo 11 de noviembre de 1917, eran comicios municipales ordinarios, para la renovación bienal de los ayuntamientos, pero se dieron enmarcadas por la situación muy especial que se vivía en todo el Estado desde el reciente verano-otoño calientes de 1917.
A la convocatoria de huelga general por parte de las organizaciones de izquierdas como el PSOE, UGT… y la consiguiente represión gubernativa, se sumaba la abortada asamblea de parlamentarios intentada en Barcelona. En el ámbito vasco destacaba el rebrote de la reivindicación nacionalista que vino materializado por el Mensaje de las Diputaciones de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba a la monarquía española, pidiendo la reintegración foral o en su defecto un amplio reparto de competencias autonómicas a favor de las diputaciones citadas.
En este especial contexto, cuatro candidaturas concurrieron a las urnas para completar la máxima entidad municipal navarra. Tres lo hicieron mediante coaliciones: la Alianza Liberal, agrupando a los partidos liberal democrático y conservador y al Partido Republicano; una segunda entente, conformada por mauristas y liberales albistas, flanqueados por la izquierda por el más significado dirigente socialista local, Gregorio Angulo, y la tercera de ellas, la conformada por los militantes peneuvistas Lorda, G. Larrache y Cunchillos y los integristas V. Lipuzcoa y E. Ariz. Completaba estas opciones electorales, el único partido que no concurrió coaligado, el carlista, que aún yendo en solitario se hizo con la mayor parte (7) de las actas en litigio.
La entrada en el Ayuntamiento, por parte de los jelkides Lorda, Cunchillos y García Larrache era la consecuencia de la política de implantación y desarrollo que su corriente venía experimentando en Nafarroa en general y en Iruñea en particular, desde su aparición en la primera década del recién iniciado siglo XX. Enlazando con el ya finiquitado impulso de los euskaros, quienes, a través de la Asociación Euskara de Navarra, habían acercado al vasquismo cultural y nacionalismo político a algunos de los primeros conspicuos nacionalistas -Estanislao Aranzadi- y sobre los ecos de la extraordinaria y pionera movilización de la Gamazada, la apertura de los primeros Centros Vascos (plazuela de San José, 1910; Palacio de Marqués de Guirior en Zapatería 50, 1913) les había dado un extraordinario soporte organizativo, complementado en el plano político con la aparición de organizaciones locales y con su coordinación desde 1911, a través del Napar Buru Batzar. La aparición en ese mismo año del semanario Napartarra les dotó, hasta el surgimiento del diario La Voz de Navarra (1923), de la más importante herramienta de popularización de la alternativa jelkide en la sociedad navarra de la Restauración.
Su acceso al Ayuntamiento iruñearra iba a multiplicar cualitativamente su audiencia e incidencia política, tanto en los grandes ejes de la misma, como en las áreas más a pie de calle. Así, en la sesión constitutiva del Ayuntamiento, verificada el día 1 de enero de 1918, la moción presentada por Santiago Cunchillos fue una declaración de intenciones programáticas en toda línea. En ella, además de criticar la inhibición de las autoridades navarras, tanto municipales como provinciales, en la reivindicación de la reintegración foral ya puesta en marcha por parte de las diputaciones de las provincias vascongadas, se protestaba directa y claramente “contra la ley de 25 de octubre de 1839, abolitoria de los fueros o derechos vascos y, por tanto, la Constitución del Reino de Navarra y contra todas las disposiciones emanadas de las Cortes y de los Gobiernos Centrales atentatorias a dichos Fueros”. Como consecuencia de esta moción y tras ese planteamiento, un extraordinario movimiento municipalista se dio por toda Navarra, hasta su culminación en la Asamblea del 30 de diciembre de 1918, donde a nivel de toda la comunidad provincial se planteó “la derogación de la ley abolitoria de los Fueros y la reclamación de la más amplia autonomía posible”.
El día a día Pero, además de esta política general, que confluía con las reivindicaciones entonces planteadas en las distintas capitales vascas, de la mano y voz de estos concejales, cuestiones que atañían a la lucha a favor del abaratamiento del precio del pan, a través de la bajada de su precio por parte de la Tahona municipal del Vínculo; la pavimentación de las calles; la regularización y control efectivo de las contrataciones por parte del ayuntamiento; la oposición a sufragar la construcción de instalaciones militares para el ramo de guerra… multiplicaron la incidencia de esta minoría, mucho más allá de sus tres escaños municipales.
Seguramente por ello, la siguiente renovación parcial del Ayuntamiento, verificada en las elecciones de 3 de febrero de 1922, aumentó su implantación, con la entrada como concejales de otros cinco jelkides más, entre los que se encontraban el renombrado geógrafo y profesor Leoncio Urabayen, el arquitecto Serapio Esparza y el pintor Javier Ciga. Todo ello le dio un relieve al grupo municipal del PNV, segunda fuerza en el Ayuntamiento, que solo la inhabilitación de todos ellos, en la dictadura primorriverista, pudo eliminar. Abundando en esta desaparición como alternativa política municipal, la especial bipolarización de las elecciones parteras del régimen republicano, el 12 de abril de 1931, dejó sin grupo municipal al PNV en el consistorio iruindarra.
Cuando en la transición postfranquista, en las primeras elecciones de abril de 1979, irrumpieron de nuevo, hasta el punto de casi alcanzar la vara de mando los concejales abertzales, alguien con poca información y peor fe pudo pensar que eso era algo novedoso y circunstancial. Pues no, actualmente, a un siglo de los primeros concejales abertzales en Iruñea, en la primigenia ciudad de los vascones, tal como en Donostia, Bilbao o Gasteiz, la máxima makila municipal hace honor a aquellos pioneros como Felix Garcia Larrache, Santiago Cunchillos y Francisco Lorda que, tal día como hoy, entraron en el Ayuntamiento iruindarra por la puerta grande de las urnas.