OPE-Oficina de Prensa de Euzkadi, la más larga trinchera informativa

En mayo de 1947, en un ambiente de huelga general, nacía la Oficina de Prensa de Euzkadi, que mantuvo una intensa actividad informativa hasta su autodisolución en 1977

Un reportaje de Josu Chueca

CON una información sobre el último topo -el alcalde republicano de Cercedilla, Protasio Montalvo- que había salido a la luz el 18 de julio de 1977, cerró su larga trinchera informativa la Oficina de Prensa de Euzkadi, más conocida por sus siglas OPE. Abierta treinta años antes, al calor de la huelga general de mayo de 1947, se clausuraba, tras 7.001 números, la publicación diaria que superando la dictadura franquista, supuso un caso singular y extraordinario dentro del amplio elenco de iniciativas mediáticas del exilio derivado de la Guerra Civil.

La OPE, promovida por el consejero del Gobierno vasco, José María Lasarte, y por el agregado de prensa del mismo, Pedro Beitia, tuvo su precedente y matriz, en la publicación Euzko Deya que, desde una década antes -noviembre de 1936- se había publicado en París bajo el paraguas legal de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAB), pero con el impulso y gestión de la misma de la delegación del Gobierno vasco.

La publicación trilingüe dinamizada en los años de la Guerra Civil y hasta la debacle francesa de 1940, por Felipe Urcola, Adrian Maury, Eugène Goyenetche, Rafael Picavea? reanudó su actividad, a partir de 1945, con los dos primeros y con la creciente participación de integrantes de la reorganizada delegación del Gobierno vasco.

Una delegación, que tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con la recuperación de su originaria sede física, sita en el número 11 de la avenue Marceau, y con la vuelta desde América del lehendakari, José Antonio Aguirre, y la reubicación en París de antiguos y nuevos consejeros gubernamentales, se convirtió en la principal plataforma organizativa del Gobierno vasco.

La idea generalizada de que la victoria aliada en la Guerra Mundial era el preludio del fin del franquismo dinamizó el trabajo propagandístico de los colectivos antifranquistas tanto del interior como del exterior. Así, además de la recuperación de Euzko Deya, como publicación quincenal, se puso en marcha el Bulletin d’Information y la citada Oficina Prensa Euzkadi, a partir del 2 de mayo de 1947, con periodicidad diaria, en los días laborables, es decir de lunes a viernes. El equipo gestor de la OPE fundacional, contó con José María Lasarte, Perico Beitia y los veteranos en estas lides, Adrian Maury y Felipe Urcola. El francés Maury, había residido en los años republicanos en Iruñea y Bilbao y, posteriormente, fue considerado como un «amigo y entregado compañero en la trágica guerra de 1936». En ella había trabajado como periodista en Tierra Vasca, incorporándose, tras la caída de Bilbao a la Euzko Deya parisina como traductor. Hecho prisionero de guerra por los alemanes, se reincorporó, a partir de 1946, como traductor y redactor del Bulletin y de la OPE hasta 1952. Felipe Urcola, por su parte, gozaba de la experiencia de ser un periodista de muy larga trayectoria en El Pueblo Vasco donostiarra hasta su exilio en 1936. Él fue el director de la primera Euzko Deya y de OPE hasta su jubilación en 1964 y su retiro en Hendaia, desde donde siguió colaborando como corresponsal y cualificado consejero y crítico de la misma.

En la dirección de OPE, tras su marcha, le sucedieron un exiliado de la segunda época, Luis Ibarra, Itarko, y el propio lehendakari, Jesús María de Leizaola, que junto a Manuel de Irujo, Javier Landaburu, Agustín Alberro, Antolín Alberdi y Andoni Urrestarazu constituyeron el núcleo de la redacción de la misma. Junto a ellos un amplio elenco de corresponsales e informadores -Ángel Ojanguren, Julio Ugarte, José Antonio Durañona, Ernesto Dethorey…- hicieron posible la publicación diaria de este extraordinario boletín sin parangón en todo el exilio derivado de la guerra y dictadura franquista.

Editado a multicopista en sus primeros números y más tarde mediante una máquina offset, con una sobriedad gráfica extrema, pues salvo la mancheta a dos colores, ilustrada con el escudo del Laurak Bat, no tuvo ningún tipo de ilustración o recurso gráfico. En sus inicios se estructuró en seis secciones: información general, información de Euzkadi, la situación bajo el régimen franquista, actividades en el exterior, prensa franquista y prensa exterior.

Posteriormente, se redujo a tres grandes bloques: información de Euzkadi, bajo el régimen franquista e información del exterior. El considerable número de hojas de los primeros años, oscilando de diez a doce, impresas a multicopista y presentadas a toda página, dio paso a partir de 1949 a un nuevo diseño y número de páginas, que, salvo coyunturas informativas extraordinarias, se redujo a cuatro, impresas a doble columna. En la larga singladura de la OPE, solo un número, el correspondiente al 23 de marzo de 1960, fue reformado tanto en su portada como en la configuración interna, limitada a una hoja donde se sintetizaba la biografía del recién desaparecido lehendakari, José Antonio Aguirre.

Entre 424 y 355 ejemplares La tirada de OPE osciló entre los 424 y 355 ejemplares que fundamentalmente se repartían en el Estado francés, pero también llegaban a las comunidades de exiliados en América, entidades antifranquistas, periódicos y agencias de prensa internacionales e incluso al propio Estado español. Además de los abonados particulares e institucionales -Gobierno republicano, publicaciones como Solidaridad Obrera, Ibérica-, personalidades antifranquistas como Victoria Kent, Salvador Madariaga, Rodolfo Llopis, Miguel Armentia? fueron receptores del boletín informativo. Los testimonios de algunos de ellos subrayaban el importante rol comunicativo que OPE suponía de forma cotidiana. Jon Bilbao, por ejemplo, desde Puerto Rico, le escribía a Manuel de Irujo, diciéndole: «Sin OPE me encuentro totalmente aislado». El importante eco de las informaciones suministradas por OPE en otras publicaciones, tanto en las generadas por las delegaciones del Gobierno vasco en Argentina, México? como en otras como El Socialista o la anarquista Solidaridad Obrera son un indicio de su pertinencia y fiabilidad informativa.

OPE fue, además de cualificado portavoz del Gobierno vasco, un transmisor de informaciones que supusieron el contraste con los medios de comunicación franquistas. Por un lado, informando desde París de un sinfín de actividades y dinámicas resistentes en los planos político, social y cultural que estaban totalmente anulados en los medios del régimen franquista. Por otro, ofreciendo un contrapunto a la deformada información que los medios al sur del Pirineo ofrecieron a lo largo de toda la dictadura. OPE reivindicó en su línea editorial la memoria histórica del periodo 1931-1939. El auge de las aspiraciones nacionalistas vascas que constituyó el régimen republicano, su plasmación en el Estatuto y en el Gobierno autónomo de 1936 y la quiebra que para este proceso supuso la Guerra Civil son dinámicas en las que cualificados redactores de OPE, como Landaburu, Leizaola o Irujo, habían tenido un protagonismo esencial. Frente a los medios de comunicación franquistas, ellos ofrecieron cotidianamente el contrapunto diario de sus informaciones, recuerdos y glosas.

Pero, al mismo tiempo, se hicieron eco de las actividades de las distintas fuerzas políticas operantes en Euskadi y en el resto del Estado. Los movimientos huelguísticos de 1947, 1951, los estertores del movimiento guerrillero de los años 40, las movilizaciones estudiantiles, las disensiones en los sectores franquistas, las renovadas huelgas, movilizaciones y dinámicas opositoras encontraron tal difusión en el boletín del Gobierno vasco que hicieron de él un órgano de la oposición antifranquista en el sentido más amplio.

mOVILIZACIÓN ANTIFRANQUISTA No obstante, la primacía de su campo informativo la constituyeron las actividades desarrolladas en el País Vasco. El reflejo de las crecientes movilizaciones obreras y populares a partir de los 60, la emergencia de nuevas organizaciones y alternativas sociales y políticas, el relevo generacional en la lucha antifranquista, la masificación de las protestas y movilizaciones antirrepresivas en coyunturas tan especiales como las que a partir del verano-otoño de 1968, forjaron un continuum con eslabones, como los de diciembre de 1970, con el Proceso de Burgos; septiembre de 1975, con los juicios y posteriores ejecuciones de Jon Paredes, Txiki; Ángel Otaegui, García Baena, Sánchez Bravo…; el 3 de marzo de 1976, con la matanza perpetrada contra la clase obrera gasteiztarra, las luchas por la amnistía y el costoso logro y ensanchamiento de los derechos democráticos tuvieron su diario altavoz en el consecuente boletín, que superando largamente el final del dictador se siguió escribiendo en la delegación vasca parisina.

Tras la realización de las primeras elecciones de la Transición y la apertura de las Cortes, OPE, como si de la habitual censura veraniega se tratara, imprimió su último ejemplar, el 22 de julio de 1977. A seis páginas y con la habitual doble columna, informaba entre otras cuestiones de las reuniones entre el Pacto Democrático de Catalunya y el PNV, de la declaración de Bandrés como independentista, de la petición para que la ikurriña ondease en el Ayuntamiento de Gasteiz, de las posibilidades de negociación con el Gobierno español, de las revueltas de los presos comunes? y cerraba con la aparición del último topo de la guerra. La utilización para ello de fuentes informativas propias, pero también de las provenientes de agencias y de periódicos del propio Estado español y del País Vasco, evidenciaba que la brecha informativa abierta en 1947, se podía desarrollar, se desarrollaba ya, a campo abierto en el propio suelo vasco. Y por ello esa interrupción veraniega de 1977 se convirtió en definitiva. Así, sin ningún agur ni despedida, con aquel número, el 7.001, cerraron aquella trinchera, la más larga y consecuente de toda la prensa del exilio de 1936-1939 que ellos habían mantenido, día a día, admirablemente desde las sedes y equipos del Gobierno vasco.

Un siglo de concejales abertzales en Iruñea

Los tres primeros concejales jeltzales accedieron al Ayuntamiento de Iruñea en 1917; su gestión hizo que en 1922 se les unieran otros cinco ediles abertzales más

Un reportaje de Josu Chueca

Francisco Lorda, pintado por Ciga.
Francisco Lorda, pintado por Ciga.

Era la cuarta vez que lo intentaban. Habían presentado candidaturas en 1911, 1913 y también en 1915, pero hasta las elecciones del 11 de noviembre de 1917, no pudieron conseguir las ansiadas primeras actas de concejal en el Ayuntamiento de Iruñea los candidatos jeltzales Francisco Lorda Yoldi, Felix García Larrache y Santiago Cunchillos Manterola. Aunque en las anteriores convocatorias citadas, habían presentado gente muy cualificada y conocida -Manuel Aranzadi, Cipriano Monzón, Serapio Esparza- la hegemonía liberal y carlo-integrista solo fue acompañada por representantes de las distintas facciones derechistas de ámbito estatal (mauristas, romanonistas…).

Tan solo a partir de 1913, con la puntual entrada de concejales socialistas, un atisbo de heterodoxia empezó a fisurar el bloque conservador de la capital navarra. Esta fina veta de pluralismo, en la Iruñea de principios del siglo pasado, se agrandó cuando la alternativa nacionalista irrumpió con los citados Lorda, García Larrache y Cunchillos en el Ayuntamiento de la capital navarra.

Sin duda, de los tres, el más destacado era Santiago Cunchillos, quien, abogado de profesión, había sido secretario de la Diputación navarra en los años 1909-1913. Dimitido, en circunstancias aún no esclarecidas (oposición a un contrafuero o enfrentamiento con algún diputado) le daba a la candidatura de 1917 un relieve muy cualificado en el plano político administrativo. Cunchillos, originario de Aoiz (1882), se había vinculado desde su juventud a actividades y organizaciones vasquistas de corte cultural. Como militante del PNV presidió el Centro Vasco en 1915, año en el que se presentó por primera vez a las elecciones municipales. Tras su entrada en el Ayuntamiento, repitió cargo en las elecciones de 1922. Desposeído de su acta por la dictadura primorriverista no la recuperó hasta el breve periodo de 1930-1931.

Proclamada la República, participó en la Comisión dinamizada por Eusko Ikaskuntza para la redacción del Estatuto General del Estado Vasco, popularmente conocido como el Estatuto de Estella. Exiliado en 1936, integró la Delegación del Gobierno vasco, constituida en Buenos Aires en 1938, donde fallecería en 1953.

También padeció el exilio Felix García Larrache. Originario de Iruñea (1880) era el hermano primogénito del luego dirigente republicano Rufino G. Larrache. Félix, nacionalista desde su juventud, compartió estudios y afinidades en Tolosa, con sus amigos y luego significados dirigentes peneuvistas Jose Eizaguirre y Doroteo Ziaurriz. Tras realizar la licenciatura de Farmacia en Madrid y de Análisis Biológicos en el Instituto Pasteur de París, abrió farmacia en Iruñea, en los bajos de la casa familiar. La guerra lo llevó al destierro, junto al resto de su familia, siguiendo el camino de algunos de sus progenitores, ya instalados en Baiona desde el siglo XIX, con una continuidad hasta el presente, como lo atestigua el largo exilio de su sobrino recientemente fallecido en la capital labortana, Javier García Larrache.

El último de ellos, Francisco Lorda Yoldi (Iruñea, 1877) era empleado administrativo en el Instituto Provincial de Enseñanza. Vinculado al PNV desde su fundación en Iruñea, fue presidente del Centro Vasco en 1926 e integrante de la Comisión pro Reunificación PNV-CNV en 1930. Fue, sin duda, el más relevante y activo de los tres en la política municipal. Seguramente por ello se intentó inhabilitarle, sin conseguirlo, argumentando la supuesta incompatibilidad con su actividad profesional. Por el número y por la variedad de temas planteados por Lorda, en el Ayuntamiento pamplonica, fue en sus periodos como concejal el más activo y relevante de la minoría nacionalista y del conjunto de ediles allí representados.

Ambiente ‘caliente’ Las elecciones en las que fueron elegidos, celebradas el domingo 11 de noviembre de 1917, eran comicios municipales ordinarios, para la renovación bienal de los ayuntamientos, pero se dieron enmarcadas por la situación muy especial que se vivía en todo el Estado desde el reciente verano-otoño calientes de 1917.

A la convocatoria de huelga general por parte de las organizaciones de izquierdas como el PSOE, UGT… y la consiguiente represión gubernativa, se sumaba la abortada asamblea de parlamentarios intentada en Barcelona. En el ámbito vasco destacaba el rebrote de la reivindicación nacionalista que vino materializado por el Mensaje de las Diputaciones de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba a la monarquía española, pidiendo la reintegración foral o en su defecto un amplio reparto de competencias autonómicas a favor de las diputaciones citadas.

En este especial contexto, cuatro candidaturas concurrieron a las urnas para completar la máxima entidad municipal navarra. Tres lo hicieron mediante coaliciones: la Alianza Liberal, agrupando a los partidos liberal democrático y conservador y al Partido Republicano; una segunda entente, conformada por mauristas y liberales albistas, flanqueados por la izquierda por el más significado dirigente socialista local, Gregorio Angulo, y la tercera de ellas, la conformada por los militantes peneuvistas Lorda, G. Larrache y Cunchillos y los integristas V. Lipuzcoa y E. Ariz. Completaba estas opciones electorales, el único partido que no concurrió coaligado, el carlista, que aún yendo en solitario se hizo con la mayor parte (7) de las actas en litigio.

La entrada en el Ayuntamiento, por parte de los jelkides Lorda, Cunchillos y García Larrache era la consecuencia de la política de implantación y desarrollo que su corriente venía experimentando en Nafarroa en general y en Iruñea en particular, desde su aparición en la primera década del recién iniciado siglo XX. Enlazando con el ya finiquitado impulso de los euskaros, quienes, a través de la Asociación Euskara de Navarra, habían acercado al vasquismo cultural y nacionalismo político a algunos de los primeros conspicuos nacionalistas -Estanislao Aranzadi- y sobre los ecos de la extraordinaria y pionera movilización de la Gamazada, la apertura de los primeros Centros Vascos (plazuela de San José, 1910; Palacio de Marqués de Guirior en Zapatería 50, 1913) les había dado un extraordinario soporte organizativo, complementado en el plano político con la aparición de organizaciones locales y con su coordinación desde 1911, a través del Napar Buru Batzar. La aparición en ese mismo año del semanario Napartarra les dotó, hasta el surgimiento del diario La Voz de Navarra (1923), de la más importante herramienta de popularización de la alternativa jelkide en la sociedad navarra de la Restauración.

Su acceso al Ayuntamiento iruñearra iba a multiplicar cualitativamente su audiencia e incidencia política, tanto en los grandes ejes de la misma, como en las áreas más a pie de calle. Así, en la sesión constitutiva del Ayuntamiento, verificada el día 1 de enero de 1918, la moción presentada por Santiago Cunchillos fue una declaración de intenciones programáticas en toda línea. En ella, además de criticar la inhibición de las autoridades navarras, tanto municipales como provinciales, en la reivindicación de la reintegración foral ya puesta en marcha por parte de las diputaciones de las provincias vascongadas, se protestaba directa y claramente “contra la ley de 25 de octubre de 1839, abolitoria de los fueros o derechos vascos y, por tanto, la Constitución del Reino de Navarra y contra todas las disposiciones emanadas de las Cortes y de los Gobiernos Centrales atentatorias a dichos Fueros”. Como consecuencia de esta moción y tras ese planteamiento, un extraordinario movimiento municipalista se dio por toda Navarra, hasta su culminación en la Asamblea del 30 de diciembre de 1918, donde a nivel de toda la comunidad provincial se planteó “la derogación de la ley abolitoria de los Fueros y la reclamación de la más amplia autonomía posible”.

El día a día Pero, además de esta política general, que confluía con las reivindicaciones entonces planteadas en las distintas capitales vascas, de la mano y voz de estos concejales, cuestiones que atañían a la lucha a favor del abaratamiento del precio del pan, a través de la bajada de su precio por parte de la Tahona municipal del Vínculo; la pavimentación de las calles; la regularización y control efectivo de las contrataciones por parte del ayuntamiento; la oposición a sufragar la construcción de instalaciones militares para el ramo de guerra… multiplicaron la incidencia de esta minoría, mucho más allá de sus tres escaños municipales.

Seguramente por ello, la siguiente renovación parcial del Ayuntamiento, verificada en las elecciones de 3 de febrero de 1922, aumentó su implantación, con la entrada como concejales de otros cinco jelkides más, entre los que se encontraban el renombrado geógrafo y profesor Leoncio Urabayen, el arquitecto Serapio Esparza y el pintor Javier Ciga. Todo ello le dio un relieve al grupo municipal del PNV, segunda fuerza en el Ayuntamiento, que solo la inhabilitación de todos ellos, en la dictadura primorriverista, pudo eliminar. Abundando en esta desaparición como alternativa política municipal, la especial bipolarización de las elecciones parteras del régimen republicano, el 12 de abril de 1931, dejó sin grupo municipal al PNV en el consistorio iruindarra.

Cuando en la transición postfranquista, en las primeras elecciones de abril de 1979, irrumpieron de nuevo, hasta el punto de casi alcanzar la vara de mando los concejales abertzales, alguien con poca información y peor fe pudo pensar que eso era algo novedoso y circunstancial. Pues no, actualmente, a un siglo de los primeros concejales abertzales en Iruñea, en la primigenia ciudad de los vascones, tal como en Donostia, Bilbao o Gasteiz, la máxima makila municipal hace honor a aquellos pioneros como Felix Garcia Larrache, Santiago Cunchillos y Francisco Lorda que, tal día como hoy, entraron en el Ayuntamiento iruindarra por la puerta grande de las urnas.