Cuando los niños eran los nuestros

La imagen de Gernika destruida por las bombas sirvió para sensibilizar al mundo sobre los niños vascos que huían de la guerra; la foto de un niño ahogado en las costas turcas ha hecho el mismo efecto. El drama de ayer y de hoy es el mismo.

Un reportaje de Luis Javier Pérez

la fuerza de una fotografía, de una palabra, o de una imagen puede llegar a ser extraordinaria. Si los líderes de la insurrección franquista se hubieran imaginado que lo que tenían previsto para el 26 de abril de 1937 iba a tener la repercusión internacional que tuvo, es posible que hubieran actuado de forma diferente.

 

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Hasta entonces estaban acostumbrados a que sus actos criminales no tuvieran ninguna repercusión práctica, más allá de las vacías quejas de las democracias occidentales. A partir de ese momento tuvieron que ser más cautos, incluso sus gobiernos aliados (activos y pasivos) no querían quedar mal ante sus opiniones públicas por causa de los desmanes de las tropas franquista.

El crimen que cometieron aquel día, la destrucción de la ciudad mártir de Gernika por los aviones alemanes e italianos que servían al gobierno ilegal liderado por el ex-general Francisco Franco, tuvo un enorme impacto internacional. Lo tuvo porque había periodistas que contaron al mundo lo que vieron, y el mundo se estremeció al conocer qué estaba pasando en aquel rincón de Europa.

George L. Steer y Noël Monks son dos magníficos ejemplos de cómo las palabras pueden cambiar el mundo. Sus crónicas sobre la destrucción total de una ciudad indefensa, golpearon las conciencias del mundo y ayudaron a que la sociedad civil de muchos lugares de Europa presionara a sus gobiernos para que abrieran las puertas a la llegada de refugiados del frente vasco.

El caso británico es un modelo claro de cómo ese suceso concreto ayudó a que las cosas cambiaran.

Nicholas Rankin, el autor del libro Crónica desde Guernica: George Steer, corresponsal de guerra, lo explicó de una manera diáfana en la conferencia que ofreció en 2011 durante el encuentro anual que organiza la asociación Basque Childrens of ’37 Association of UK (BC’37A UK) (disponible en su página web).

Rankin traza, de una forma brillante y amena, las líneas de causa-consecuencia que conectan el bombardeo de esta ciudad sagrada de los vascos, el artículo de G. L. Steer publicado en el Times, y la llegada de los Niños Vascos de la Guerra a Gran Bretaña. En este texto se ofrece, además, una detallada descripción del debate que se desarrolló entre la mayoría de la sociedad británica y un gobierno claramente simpatizante con la causa del franquismo (orden, y anticomunismo). Un debate que ganó la sociedad civil y que permitió que 4.000 niños vascos encontraran refugio al otro lado del Golfo de Bizkaia.

Esta reacción social fue alimentada, también, por las informaciones que testigos presenciales británicos no profesionales transmitieron a sus conciudadanos. Es extremadamente interesante leer las crónicas que realizaron los marinos británicos que transportaban suministros a Bilbao, rompiendo el bloqueo franquista, sobre lo que estaba pasando en el frente vasco.

“Contad lo que veis” Para conocer sus historias y sus sentimientos ante la barbarie de la que fueron testigos, es recomendable la serie de artículos que Sarah Richardson ha escrito en el blog de la organización museística británica Tyne & Wear Museums, acerca de las relaciones entre Newcastle y los vascos defensores de la Democracia durante la Guerra Civil.

En sus textos podemos descubrir cómo los marinos de esa ciudad, con largas y profundas relaciones históricas con Bilbao, narran a los diarios locales lo que han visto y han vivido en esta ciudad vasca cercada y bombardeada por el fascismo. Incluso cuentan su visita a las ruinas de Gernika, llevados por un Gobierno vasco que les pide lo mismo que pedía a todos los periodistas que visitaban el frente vasco: “contad al mundo lo que veis, contad al mundo lo que los franquistas están haciendo”.

En los tres artículos de Sarah Richardson, podemos conocer también cómo la sociedad de esa ciudad reacciona para conseguir que aquellos niños salgan de Bilbao y cómo se organiza para que su llegada y su estancia se desarrolle en las mejores condiciones.

Aquellos periodistas, aquellos marinos, aquellas mujeres y hombres de toda clase, ideología y condición social, fueron portadores de Justicia y Esperanza para los vascos que se encontraban sufriendo los ataques de los franquistas y sus aliados. Lo fueron los periodistas, ejemplo de profesionales dispuestos a jugarse su vida por contar la verdad. Lo fueron aquellos marinos británicos que visitaron el frente y se enfrentaron al bloqueo de los buques facciosos, tan valientes ante los bous, pesqueros artillados de la Armada Auxiliar de Euzkadi, y tan cobardes ante los buques de guerra de la Real Armada Británica. Lo fueron los sindicatos, partidos políticos, asociaciones, grupos cristianos… Gentes de derechas o de izquierdas, de toda clase y condición social, que entendieron que la solidaridad para los que sufren la injusticia, es mucho más importante que la realpolitik que los gobiernos occidentales practicaron durante la Guerra Civil y durante la dictadura, y que tanto dolor generó en el Pueblo vasco.

Y no sólo fue la sociedad británica, a la que cito aquí porque conozco mejor su participación en esta parte de la Historia de los Vascos. Lo mismo ocurrió, por ejemplo, en Francia o en Bélgica. El gobierno de la URSS también tomó una parte activa, acogiendo a muchos niños en lo que en aquel momento parecía un destino seguro. En definitiva, en 1937 los vascos, al menos los que estuvieron del lado de la democracia y la libertad, supieron lo que significa la solidaridad internacional.

Es verdad que contamos con la ventaja, fundamental, de tener un Gobierno vasco que fue capaz de organizar el exilio de aquella población vasca con una eficacia que nunca será suficientemente valorada. Entre otras cosas, porque muchos historiadores se ocuparán de ignorar o de minimizar aquel esfuerzo titánico realizado en las más duras condiciones.

Pero aquel Gobierno vasco no habría podido desarrollar esa labor sin la colaboración clave de los vascos de la diáspora, sin el apoyo de un puñado de gobiernos que abrieron sus puertas a aquellas masas de refugiados, y sin la solidaridad de los miles y miles de amigos de los vascos a los que nunca hemos agradecido lo suficiente (ni lo adecuado) su trabajo y su compromiso en aquellos momentos tan complicados.

Los refugiados de hoy Todo eso pasó hace bien poco, en el tiempo de los padres o los abuelos de la mayor parte de los que hoy leen este periódico. De todo esto me acuerdo cuando estos días nos encontramos con decenas de miles de refugiados a las puertas de Europa. Me acuerdo de las historias que se conservan en mi familia sobre las visicitudes que pasaron mi amama, mi ama y mi izeko, convertidas en refugiadas de hatillo, embarcadas en un barco inglés rumbo a la costa vasca continental, donde el Gobierno vasco organizaba la acogida para aquellos que podían huir de los desastres de la guerra.

Me acuerdo de todo esto y de cómo hoy en día nos enorgullecemos de tener una de las mayores rentas europeas, de ser un país moderno y avanzado, donde la crisis ha golpeado menos que en otros lugares.

Me acuerdo de todo eso y me pregunto: ¿De qué sirve todo eso, si es posible que nos estemos convirtiendo en un país de egoístas, donde la Humanidad y el Compromiso con los que sufren se han quedado diluidos en las estadísticas del I+D+I o del porcentaje de PIB industrial?

Aquellos británicos, organizaron la acogida de 4.000 niños vascos sin contar con el apoyo de un gobierno, y en plena crisis económica. Nosotros, los vascos de ahora, muchos de nosotros con familiares que vivieron el exilio, miramos la TV, o leemos los periódicos, con la sensación de que esto de los refugiados a la puerta de Europa en realidad no va con nosotros.

Es terrible, además, cómo las excusas y los discursos del odio se repiten, adaptados al lenguaje de hoy, pero calcados a los que se oían en 1937. Entonces había quienes aseguraban que acoger a esos niños y niñas era introducir el veneno del comunismo en Gran Bretaña, o que aquellos refugiados tenían una formación cultural inferior y por lo tanto iban a ser incapaces de adaptarse a un lugar civilizado, creando conflictos con los locales. Hoy, tenemos que escuchar el mismo discurso miserable, en el que lo único que cambia es la palabra comunista por yihadista. La foto de ese pobre niño kurdo ahogado en una playa, parece que ha tenido un papel similar al que tuvo la crónica de Steer o de Monks sobre la destrucción de Gernika, y ha puesto en marcha una reacción de solidaridad.

Pero hay una gran diferencia. Una diferencia enorme. Llevamos años, decenios, viendo como a las puertas de Europa, o en la propia Europa, los afectados por las guerras malviven e intentan buscar un lugar donde refugiarse. Lo vemos y pensamos. ¡Alguien tiene que hacer algo! Esperamos que nuestros gobiernos, nuestras instituciones, hagan el trabajo.

Cuándo nos daremos cuenta que ese alguien que tiene que hacer algo, somos cada uno de nosotros. En 1937 los niños y las niñas, las mujeres, los ancianos, los perseguidos, eran de los nuestros. Ahora, también.

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