Aurelio Arteta en México

Un choque de tranvías en México acabó con la vida de Aurelio Arteta y truncó lo que pudo ser una nueva etapa artística

Un reportaje de Javier González de Durana Isusi

EL pasado día 10 se cumplieron 76 años del fallecimiento del pintor bilbaino Aurelio Arteta en la ciudad de México como consecuencia de un choque de tranvías, en uno de los cuales viajaba con su mujer para disfrutar de un soleado domingo en Xochimilco, el precioso pueblo situado al sur de la capital federal que aún hoy conserva lagunas y canales supervivientes de la antigua masa de agua que rodeaba la Tenochtitlan azteca.

Pasó la noche anterior llorando por la muerte de su amigo Julián Zugazagoitia, periodista y político socialista, mandado fusilar por Franco tras ser detenido en Francia por la Gestapo y entregado a la policía española. Por tanto, el viaje a Xochimilco, con sus vistosos mercados de flores y coloristas embarcaciones, buscaba paliar el dolor causado por esta noticia. Hubo otro motivo para coger el tranvía hacia el pintoresco lugar: quería comprar allí un terreno al que retirarse de vez en cuando, lejos del ajetreo urbano.

Todo ello (el descanso, el consuelo y el terreno idílico) se frustró cuando el tranvía en que viajaba se empotró contra otro estacionado en una parada a mitad de camino. El conductor no vio el vehículo detenido o le fallaron los frenos o iba distraído… El caso es que falleció el viajero Arteta, que iba a su lado, en la zona delantera del vagón que no frenó. El encontronazo entre ambos vehículos fue brutal. Un hierro golpeó la cabeza del pintor, abriéndole el cráneo, y otro hierro le atravesó el estómago con salida de masa intestinal. La agonía duró tres horas. La prensa publicó al día siguiente la fotografía de su cabeza, en la que se observa la brecha profunda y un rictus de dolor en la boca.

Arteta y su familia fueron favorecidos por la generosidad del México presidido por Lázaro Cárdenas. Miles de exiliados encontraron la posibilidad de rehacer allí sus vidas al sentir que su regreso a la normalidad anterior a la guerra civil era imposible con Franco. No es que el pintor sospechara que podía ser acusado de delitos políticos por los militares gobernantes, pues éstos no los hubieran encontrado, salvo que ser demócrata, sin carnet de partido político alguno, fuera considerada actitud delictiva. Sin embargo, temió por la vida de sus dos hijos y ellos fueron el motivo de su marcha a México. Ambos lucharon en el frente republicano. Su hijastro Andrés, que estaba haciendo el servicio militar en el norte de África el 18 de julio, fue obligado a pasar a la península con el ejército insurrecto pero una vez en Málaga desertó para integrarse en las tropas leales a la República. Es decir, un traidor a los ojos franquistas. El otro hijo, Aurelio, trabajó como intermediario en comunicaciones para el Servicio de Inteligencia Militar. O sea, un espía. Un traidor y un espía. Evidentemente, Arteta no podía regresar con ellos a Bilbao o a Madrid sin que sus vidas corrieran grave riesgo. Carentes de documentación en Francia, donde su padre vivía refugiado desde marzo de 1938 con el amparo del Gobierno vasco, si no querían ser detenidos por la policía del Gobierno de Vichy y correr el riesgo de ser entregados a este lado de la frontera, a los muchachos no les quedaba otra opción que alistarse a la Legión Extranjera en vísperas de una conflagración mundial. La única alternativa razonable era escapar lo más lejos posible.

La epopeya del exilio vivido por los defensores de la legitimidad republicana que temieron por sus vidas o por las de sus seres queridos se encuentra ya bien estudiada, en términos generales. Los archivos y la documentación están abiertos y disponibles desde hace algunas décadas, de manera que tras la omertá franquista se ha podido conocer la magnitud de aquella tragedia. Se encuentran pendientes de abordar las odiseas personales de algunos de aquellos individuos obligados a dejar atrás una parte importante de sus vidas para intentar dar comienzo a una existencia nueva en lugares inesperados para ellos.

Reinvención en el exilio Como es obvio, no todas las personas exiliadas pasaron por vicisitudes dignas de ser conocidas, aunque todas sufrieron injustamente, pero algunas sí reclaman ser examinadas por la fuerza poderosa de su personalidad. Y más si, como en el caso del pintor vasco, ese exilio hasta ahora desconocido estuvo caracterizado por una prodigiosa reinvención de sí mismo que, por desgracia, no pudo culminar. Diecisiete meses vividos en México no le dieron tiempo para mucho aunque, de los numerosos artistas en la misma situación que él, fue quien en ese breve periodo de tiempo se situó y adaptó mejor profesionalmente al nuevo contexto. La dificultad para abordar estas historias personales es que los protagonistas ya no están, sus hijos y conocidos, a veces, tampoco, y las huellas documentales dejadas suelen ser escasas y frágiles.

Arteta embarcó en el puerto francés de Sète a bordo del buque Sinaia, junto con su mujer y sus hijos, el 25 de mayo de 1939, después de pasar varios días tirados sobre las arenas del campo de concentración de Le Bercarés, llegando a Veracruz el 13 de junio. Si un fotógrafo anónimo tomó la imagen de su cabeza rota año y medio después, en aquel momento fueron los servicios mexicanos de inmigración los que fotografiaron su cabeza, de frente y de perfil.

A los pocos días la familia Arteta se encontraba alojada en la acogedora casa de Francisco Belaustegigoitia, delegado del Gobierno vasco en México, quien no conocía personalmente al pintor pero sí su prestigio y obra. En su casa vivieron durante dos semanas hasta encontrar un domicilio propio. Las dos personas clave durante los meses mexicanos de Arteta fueron Paco Belaustegigoitia e Indalecio Prieto, un nacionalista y un socialista. El primero no sólo lo acogió, sino que lo introdujo entre sus amigos empresarios asentados allí. De estos contactos derivaron encargos para ejecutar retratos de Ángel Urraza, fundador de la Compañía Hulera Euzkadi dedicada a la fabricación de llantas y cámaras para ruedas de automóvil; de Nicolás Arbide, creador de una empresa de fabricación de pavimentos y tubos de hormigón para canalizaciones que abasteció a todo el país, y de los hermanos Valentín y Nicolás Arsuaga, creadores de una empresa de alimentación que años después desembocaría en el grupo Gigante. Además, Belaustegigoitia consiguió que el Centro Vasco le encargara una pintura mural, de la que sólo pudo elaborar el boceto, y le puso en contacto con otros empresarios allí instalados, como Carlos Prieto, impulsor de la Siderúrgica de Monterrey, para quien pintó un delicioso retrato de su mujer e hijos pequeños.

Aparte de los retratos -trabajos alimenticios que resolvía con eficacia-, durante sus primeros meses Arteta ejecutó visiones vascas pintadas con el pincel de la nostalgia. Escenas de neskas y arrantzales como si estuviera en Bermeo, de layadores como si se encontrara en las laderas del Sollube o de romerías como si las viera en Orozko. Muchas de estas pinturas fueron adquiridas por miembros de la comunidad vasca local.

Su otro valedor, Indalecio Prieto, le puso en relación con la personalidad institucional más importante del momento, el presidente de la República, Lázaro Cárdenas, de cuya esposa, Amalia Solórzano, realizó un elaborado y espectacular retrato. La satisfacción con que resolvió este encargo le iba a abrir todas las puertas de la sociedad mexicana deseosa de verse retratada por él o poseedora de alguna de sus piezas. Por desgracia, a los pocos días de entregar la pintura, Cárdenas dejó el cargo presidencial y Arteta encontraba la muerte.

Arte para el pueblo Da que pensar, con tristeza, lo mucho que Arteta a los 61 años aún hubiera podido conseguir en ese país de muralistas, ¡él que siempre se consideró un pintor muralista! Le separaba de los colegas mexicanos la ideología radical, de raíz anarquista o comunista-estalinista, pero le acercaba a ellos el deseo de plasmar imágenes que hablaran desde el muro al pueblo con una estética comprensible. Poco días antes de su muerte se inauguró y pudo conocer la obra de David Alfaro Siqueiros, Retrato de la burguesía, plasmada en los muros del Sindicato Mexicano de Electricistas. El ataque ideológico es brutal y esto no debió de gustar a Arteta, hombre moderado en formas y delicado en gustos, pero es seguro que le interesó la utilización de modernas técnicas pictóricas, como el aerógrafo y la pintura Duco, esto es, tecnología del siglo XX aplicada a relatos del siglo XX. Poco a poco Arteta fue dejando a un lado las imágenes relacionadas con su país natal, el indigenismo vasco que practicó con acierto y ternura, para dar paso a un indigenismo mexicano al que la realidad circundante le empujaba y obligaba. Apenas una docena de piezas dan testimonio de este tan interesante como breve recorrido.

Volviendo a la causa de su fallecimiento. Arteta utilizó el nombre del museógrafo mexicano Fernando Gamboa, quien se lo ofreció como avalista para que entrara en el país. A Gamboa lo había conocido en Valencia en 1937 con motivo del Segundo Congreso de Escritores Revolucionarios, al que éste asistió en representación de la LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) mexicana, junto con Octavio Paz, Elena Garro, José Revueltas, Juan de la Cavada y otros creadores del país americano. Pues bien, el conductor del tranvía que provocó el accidente, aquel a cuyo lado estaba situado Arteta, formó parte del Comité de Redacción de la revista Frente a frente, órgano portavoz de la LEAR, un comité en el que también estaba Fernando Gamboa y algunos otros que visitaron Valencia.

La pregunta surge inevitable: ¿estaba Arteta al lado del conductor porque lo conocía de alguna reunión previa entre obreros e intelectuales que a la LEAR gustaba convocar? Una de las personas heridas en el accidente era Eli de Gortari, una descendiente de vascos cuyo hijo también estaba vinculado a la Liga, una organización que en todo el país no contaba con más de 200 afiliados. ¿Casualidad? Es difícil de creer. ¿Murió Arteta por estar en el lugar más perjudicial del tranvía durante el accidente porque conocía al conductor? Éste, llamado Salvador Aviña Vera, fue inmediatamente detenido por la policía acusado de manejo negligente del vehículo. Tres días antes, Aviña había sido desahuciado de su casa por impago continuado de la renta. Era un hombre con inquietudes políticas y culturales que atravesaba una difícil situación personal. No podemos evitar preguntarnos cuál hubiera sido el destino de Arteta en México si el infortunio no se hubiera cruzado en su excursión a Xochimilco un soleado domingo de noviembre.

La guerra contra el analfabetismo en el frente

En días de contienda civil se creó un ‘marco de guerra’ más: activar los recursos y dotar de herramientas para que todos los gudaris aprendieran a leer y recibieran conocimientos de cultura

Un reportaje de Iban Gorriti

ochenta años después, aún permanece olvidada una labor superlativa vivida en las líneas del frente del bando republicano. Se trata de las Milicias de la Cultura que tenían como objetivo alfabetizar a los combatientes y con ello posibilitarles, por ejemplo, su ascenso militar y poder leer la carta de una hija. Esta función extendida por el Estado entre 1936 y 1939 también se desarrolló en Euskadi en batallones del Eusko Gudarostea como el Leandro Carro, del PCE.

La revista Blanco y Negro enfatizaba en agosto de 1938 en Madrid que “atrás quedan los parapetos, la escuela, la biblioteca. Nos decían que, por término medio, el analfabetismo alcanzaba hasta el 70%. Hoy no pasa de un dos y medio. Pronto desaparecerá completamente. Para eso han ido al frente los milicianos de la cultura”.

En esa misma publicación se dejaba impreso un Anecdotario de un Ejército que se capacita. “La actividad bélica tiene también momentos de mansedumbre; no a todas horas está el fusil en erupción. Se suceden jornadas entre pausas de reposo y violencia. Los ratos de tranquilidad los aprovechan los combatientes para capacitarse. Una de estas interrupciones tranquilas, paz en la guerra, las utilizamos para acercarnos a los parapetos”, contextualizaba. En la misma línea describía cómo “hombres jóvenes, de brazos musculosos y piel curtida por el sol, se tumban a la intemperie a repasar páginas de Historia, de buena literatura, de libros sociales. Tal es el materia de enseñanza escogido por los maestros”.

La docente de la UPV/EHU de la Facultad de Filología y Ciencias de la Educación Itziar Rekalde ha estudiado la labor educativa de las milicias culturales. En su trabajo Guerra y Educación, logra poner en valor el trabajo desplegado en los frentes republicanos en aras de difundir la cultura y erradicar el analfabetismo. Amplifica “las voces que desvelan las acciones de aquellos locos que, en plena guerra, creyeron en la educación como arma de superación personal y de conquista de la libertad para el pueblo”, valora Rekalde.

La investigadora estima que la mirada de las Milicias de la Cultura fue una de las realizaciones más espectaculares de la guerra, que convirtió al bando republicano en defensor a ultranza de la cultura y que según la definición de Manuel Aucejo Puig, de la compañía de Masa y Maniobras de la Aviación, “eran un intento progresista de alfabetizar el alto índice de tropa, estimular la lectura y las bibliotecas, y en muchos casos preparar a soldados para el ascenso a mandos superiores”.

A juicio de Itziar Rekalde, en Euskadi no se puede hablar de incidencia de estos milicianos, sino de soldados formados intelectualmente que decidieron, con el apoyo del comisario político del batallón, “emprender acciones educativo-culturales caracterizadas por la urgencia, la asistematicidad, la precariedad y la espontaneidad, para erradicar el analfabetismo y expandir la cultura como parte del proyecto republicano”.

En la publicación Euzkadi Roja, difundían en 1937 que la educación de personas adultas debía estar inspirada en “una enseñanza popular y antifascista, abierta a todos los hijos del pueblo, sean comunistas, socialistas, anarquistas, republicanos o simplemente amantes de la libertad y de la dignidad de nuestra España”.

Lacra social Antes de que estallara la guerra en el golpe de Estado militar de julio de 1936, el analfabetismo era una lacra social. “Los batallones vascos intentaron enseñar los rudimentos básicos a sus gudaris”, relata Rekalde, y va más allá con un ejemplo: “Es el caso del batallón Leandro Carro, del Partido Comunista de Euskadi, que solicitó a la Comisión de Enseñanza Elemental del Gobierno provisional de Euzkadi, con fecha del 22 de marzo de 1937, una subvención económica para la apertura de una escuela en la que formar en la lectura, escritura y cálculo a 48 gudaris. La solicitud fue realizada en estos términos: “Que siendo el deseo unánime de todo este batallón por su carácter comunista y por lo tanto amante del progreso y de la cultura, que desaparezca del mismo la plaga del analfabetismo; teniendo en la unidad un maestro nacional de Sestao que tiene solicitado del Gobierno de Valencia el ingreso en las Milicias Culturales y teniendo, por último, el local y mobiliario necesario para abrir una escuela de enseñanza primaria dentro de las horas que los deberes militares dejen libre a los analfabetos del batallón”.

Otro caso fue el del Segundo Batallón Stalin de la Columna Meabe, de las JSU. “El número de matriculados -expone Rekalde- fue elevado, de alrededor de 300 soldados”. Los combatientes agradecían la enseñanza. Un emotivo testimonio sobre el terreno da ejemplo de ello: “Federico me abrazó emocionado y balbuciente, con todas sus fuerzas prorrumpió a llorar como un chiquillo. ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿En qué puedo ayudarte? Y con una emoción y alegría me dijo: Gracias a ti, he podido leer la primera carta de mi hija”, evocaba Saturnino Rodríguez.

Cabe agregar asimismo las importantes conferencias, el llamado periódico mural de los batallones, los órganos de batallón en los que los gudaris confeccionaban periódicos, semanarios, boletines… En este sentido destacan Rosa Luxemburgo y Karl Liebneckt. “Son los que han roto el fuego en Euzkadi con sus periódicos Disciplina y Alerta, respectivamente”, quedó escrito en 1937.

La prensa nacionalista vasca destacaba “de forma singular” -analiza la investigadora- certámenes y concursos como el Día de la Poesía vasca, organizada por el Euzko Gudarostea, en honor y memoria del sacerdote José de Ariztimuño Aitzol, primer organizador de la convocatoria. La radio, los altavoces del frente, el cine… facilitaron también la cultura en tiempos tan difíciles. “La educación en el terreno de lo social no se ha caracterizado nunca por combatir y librar retos fáciles, sino por desarrollarse en contextos y circunstancias adversas y no siempre favorables para el trabajo del educador”, concluye Rekalde.

La niña del ‘Habana’ y madre de Biriukov

Clara Agirregabiria fue una de las tripulantes del último viaje del histórico barco hacia la libertad el 13 de junio de 1937. El próximo 30 de noviembre cumplirá 89 años

Un reportaje de Iban Gorriti

LA última salida del histórico vapor Habana fue el 13 de junio de 1937. A él auparon a la pequeña Clara Agirregabiria, natural de Ortuella. A la postre sería la madre de Chechu Biriukov Agirregabiria, mítico jugador de baloncesto internacional por la URSS y España. Ambos siguen siendo a día de hoy uña y carne. Habla el recordado escolta del Real Madrid: “Rusia nos lo ha dado todo; Euskadi es la patria de mi madre, y España nos recibió muy bien. ¡No podemos estar más agradecidos!”, enfatiza a DEIA José Alexandervich.

Agirregabiria junto a su hijo, Chechu Biriukov, que sostiene a uno de sus vástagos.Foto: Estudio Sanchinarro
Agirregabiria junto a su hijo, Chechu Biriukov, que sostiene a uno de sus vástagos.Foto: Estudio Sanchinarro

 

Pero no pivotemos antes de tiempo. Retornemos a aquel tristísimo episodio de guerra y momento de despedida familiar hacia un país en paz. El Habana partió de Santurtzi con 4.500 niños y niñas. Su primera parada fue el puerto de Paullac (Burdeos). De este contingente, un grupo de 1.610 niños protagonizó la única expedición que soltó amarras con destino a Rusia.

El libro de Jesús Alonso Carballés, 1937. Los niños vascos evacuados a Francia y Bélgica, editado en Bilbao en 1998 por la Asociación de niños evacuados el 37, mantiene que en Paullac los menores destinados a Rusia “transbordaron directamente al vapor francés Sontay, y sin tocar tierra, se dirigieron a Leningrado -hoy San Petersburgo- donde llegaron varios días después. Desde allí fueron trasladados a Crimea, Odessa y Moscú”.

Junto a Clara y sus hermanos Consuelo y Pedro -ingeniero de caminos que acabó en Cuba- también iba a bordo la más adelante madre del jugador de hockey Valeri Borísovich Jarlámov, es decir, Carmen Oribe, conocida como Begoñita la de Las Cortes de Bilbao. Jarlámov es el Pelé del hockey, según valoración del comentarista deportivo y exfutbolista Michael Robinson (Leicester, Inglaterra, 1958).

Clara Agirregabiria nació en 1927. El 30 de noviembre cumplirá 89 años. Recuerda aquella partida a lo desconocido. “Yo no dejaba de llorar. No me quería ir. Lloraba tanto que me pusieron en el Habana a una persona a mi cargo porque si yo empezaba a llorar de nuevo contagiaba al resto que hacía lo mismo”, relata. Hija de un empleado en el ferrocarril y de una tendera, llegó junto a sus hermanos a un centro de acogida en Samara. “Nos trataban muy bien”, testimonia Clara, y va más allá: “Las familias rusas eran capaces de quitar el pan a sus hijos para dárnoslo a nosotros”. Chechu agrega un dato más: “Los rusos vivían un momento malo al comenzar la guerra contra los nazis y les podía faltar de todo, pero a los niños del País Vasco no les faltaba de nada”.

Clara contrajo matrimonio con Alexander Biriukov, chófer de Moscú que fallecería en 1991. Se conocieron en la fábrica en la que trabajaba ella, en Telman, de cuero. Primero vivieron en la Avenida de Lenin en una casa habitada por diferentes familias con baño y cocina compartidos. Más adelante, el Gobierno les dio una casa para la familia de 28 metros cuadrados. De allí se mudaron a la avenida Lomonosov, pero no fue su último destino. Años antes de viajar a Madrid consiguieron “una casa de 42 metros cuadrados y un pequeño balcón”, sonríe el nacido en aquella metrópoli el 3 de febrero de 1963 y quien guarda una relación especial con la tierra de su madre.

“Yo me considero vasco y así lo digo cuando voy a Rusia. Tengo en Santurtzi a mis tías Consuelo y Araceli, a mi tío Leo, a mis primos. Voy a verles en verano, pero es que me hinchan a comer, es una barbaridad”, valora quien precisamente regenta el restaurante Biriukov Bistró en el barrio Las Tablas de Madrid y quien tras sus 22 años de gloria en el baloncesto internacional fue representante de caras conocidas como Antonio Molero, el Fiti de la serie Los Serrano.

Antes de llegar al Estado español, la familia visitaba a sus parientes que residen en Santurtzi. En el momento en el que se permitió a los niños de la guerra civil volver, muchos lo hicieron. “Cuando íbamos en verano a pasar dos meses en Euskadi, la entrada era por Irun. En tren, íbamos de Moscú a París. Nos daban un día de descanso. Y de allí a Irun adonde nos iba a buscar un tío mío”, trasmite Chechu. El jugador internacional recuerda “perfectamente” sus visitas a la localidad costera: “El viejo puerto, el olor a sardinas, pan y vino. ¡Joder! En la plaza vivía el marido de mi tía y sigue viviendo, Leo Mayor”.

Clara, por su parte, aunque mezcla en sus conversaciones el castellano con el ruso, asegura que “siempre me dicen que tengo acento vasco, no lo he perdido”. A partir de octubre de 1983 residen en Madrid. “Desde la distancia, estamos muy agradecidos a Euskadi. Nos sentimos parte de vosotros”, concluyen.

Arizmendi y Aranburu, fusilamientos sin respuestas

Ochenta años después del fusilamiento de Ángel Arizmendi y Leoncio Aranburu a manos de falangistas en Ibero, muchas preguntas quedan sin contestar y mucho también es el esfuerzo de sus familias por mantener viva su memoria

Texto y fotos de Xabier Agirre Arizmendi

el 25 de octubre de 1936, los cuerpos sin vida de nuestro aitona, Ángel Arizmendi Irastorza, y de su amigo, el oiartzuarra, Leoncio Aranburu, fueron abandonados por falangistas de la escuadra del Águila en el pueblecito navarro de Muniain de Guezalaz. Apenas unas horas antes, habían sido puestos en libertad en la prisión de San Cristóbal. Ochenta años después, a sus descendientes nos queda la responsabilidad de perpetuar su memoria.

18 de julio de 1936, Ángel Arizmendi, primer abogado procurador de Donostia y dos veces decano del Colegio de Abogados, se encontraba en Lizarra, adonde se había dirigido como todos los años por esas fechas con su esposa, Juana Ayestaran, que sufría de asma y a quien el clima de Lizarra le sentaba muy bien. Desde su habitación del hotel Larramendi donde se hospedaban, vieron cómo llevaban detenido al alcalde nacionalista de Lizarra, Fortunato Agirre, quien fue fusilado el 29 de septiembre de ese mismo año. Al haberse declarado el estado de guerra, no pudieron abandonar Lizarra aquel día, aunque sí lo consiguieron hacer al día siguiente, desplazándose a su casa de verano de Oiartzun donde les aguardaban su hija mayor y la más joven, encontrándose las otras dos en la casa familiar de Donostia.

El 27 de julio, las tropas rebeldes, procedentes de Lesaka entraron en Oiartzun y montaron la comandancia militar en casa de Ángel Arizmendi, Arizmendi-nea, tomando al pie de la letra la inscripción grabada en el dintel de la puerta y que, desde luego, no les iba dirigida: Emen sartzen dana bere etxean dago. El día 30 de julio, Ángel Arizmendi fue detenido y pasó la noche en los calabozos de la casa consistorial. Al atardecer del día de San Ignacio emprendió viaje, a pie, junto con el resto de compañeros de infortunio, hasta Bera, para ser posteriormente conducidos en camiones al tristemente célebre fuerte de San Cristóbal de Pamplona, donde quedó recluido en el edificio de la segunda brigada.

A partir de ese momento se sucedieron las gestiones de la familia y amigos ante todo aquel que pudiera tener alguna influencia en aquella situación, principalmente con gente vinculada a la abogacía por sus numerosas relaciones profesionales en Donostia e Iruñea, y al tradicionalismo, incluso con la ayuda de algún militar como el capitán Hormaechea Camiña, comandante del valle de Oiartzun, que tenía varios familiares nacionalistas.

Luis Martínez Erro, en carta a Hormaechea fechada en Pamplona el 11 de agosto -con membrete de José Martínez Berasain-, le indicó que, puede comunicarles que la Junta Carlista de Guerra del Reino de Navarra se ha pronunciado con todas las decisiones favorables a favor del Sr. Arizmendi, y que, por lo tanto, queda a disposición del Coronel Sr. Beorlegui, que fue quien ordenó su detención. El 15 de septiembre, en carta mandada a San Cristóbal, F. Beldarrain le escribió: Pensamos renovar dentro de nuestras modestas posibilidades las gestiones a favor de Vds […] Yo sé que Beorlegui, ante las numerosas e influyentes sugestiones para libertarle a Vd, ha contestado reiterando sus órdenes de retención.

Denuncia de cuatro vecinos Las múltiples gestiones que siguieron realizándose, y que constan en la abundante correspondencia, se encontraron aparentemente bloqueadas por Beorlegui. El día 23 de septiembre cuatro vecinos de Oiartzun, encabezados por el alcalde nombrado por los sublevados, complicaron aún más la situación presentando esta denuncia:

Los que suscriben, Pablo Beiner Nigli, Martín Zalacain Eguino, José María Castro Isasa y José María Goñi Echagoyen, vecinos de Oyarzun (Guipúzcoa), considerándose en la obligación como buenos españoles, de participarle cuantos hechos conocen sobre la situación de determinados individuos, con relación al presente Movimiento Nacional salvador de España, tienen el honor de poner en conocimiento lo siguiente: Ángel Arizmendi Irastorza.- Este individuo, residente en Oyarzun el primer cabecilla y dirigente del movimiento nacionalista o separatista en esta localidad, principalmente desde 1931 a raíz del advenimiento de la República. Su casa, en cuya fachada figuran tallados sobre la piedra dos emblemas separatistas, ha sido el centro de reunión, donde bajo su dirección se controlaban con directivos del Partido Nacionalista Vasco, toda la política, asistiendo a dichas reuniones tanto el señor Alcalde y concejales del anterior Ayuntamiento como los elementos más destacados del presente Partido en la localidad. A poco de entrar en esta Villa las tropas nacionales tuvo lugar (según se puede comprobar por el Cabo Pesquera) con asistencia del señor Arizmendi una reunión clandestina de dichos individuos en casa del presbítero don José Larrañaga Urbieta, a la cual asistieron además, don Feliciano Beldarrain Aguirre, don Leoncio Aramburu y don Ángel o Daniel (borrado, escrito uno por encima de otro) Urriolabeitia Ibarrola, entre otros destacados cabecillas separatistas, cuyos nombres no recordamos. Además, el señor Arizmendi se destacó siempre por su antiespañolismo rabioso, manifestando repetidas veces, según se afirma, el deseo de exterminar a todos los que pensaran en español y que prefiere estar antes con los rojos que con los requetés. En las reuniones celebradas con los directivos nacionalistas en su domicilio, ha ejercido ese individuo verdadero cacicato sobre quienes asistían a ella, siendo su influencia muy destacada sobre todo cuanto en ellas se trataba, pero muy especialmente acerca de las normas directrices de la política local. Se dice que por indicaciones suyas tomaron armas contra el ejército varios muchachos de la localidad. Siguiendo las indicaciones y avisos dados por el Frente Popular, colocó su aparato de radio varios días en el balcón exterior de su casa a la máxima potencia, para transmitir al público las órdenes e instrucciones dadas con relación a la batalla empeñada en Guipúzcoa contra la tropa. Su señora, doña Juana Ayestaran fue hace cinco años la primera presidenta de las mujeres separatistas Emakume Abertzale Batza y confeccionó durante este movimiento, brazaletes para los milicianos separatistas aliados a los rojos.

Hay referencias que don Ignacio Aguinagalde y doña Flora Kennedy, Vda. de Romero, han trabajado intensamente en Pamplona por la libertad de algunos presos nacionalistas detenidos en Pamplona lo cual a nuestro entender está prohibido por la Junta de Defensa Nacional. Los señores Aguinagalde y viuda de Romero son vecinos de esta Villa. Si V. E. lo cree conveniente podemos darle cuando nos lo pida una relación completa de los individuos que según nuestras noticias han tomado las armas en esta contra el Ejército.

Fusilados Sobre las 9.00 horas del día 25 de octubre de 1936, Ángel Arizmendi y su amigo Leoncio Aranburu fueron puestos en libertad en el fuerte de San Cristóbal. Después de hacerles firmar su libertad, ya a la salida del fuerte, les preguntaron si querían confesarse. Extrañados por tal hecho, aitona preguntó a sus guardianes si pensaban matarles, porque de ser así, sí deseaba confesarse. Los falangistas de la escuadra del Águila, bajo el mando del tristemente célebre Galo Egüés, se hicieron cargo de ellos. Camino de la sierra de Andia, les llevaron a la iglesia de Ibero para que pudieran confesarse ante el párroco. Aitona le dejó sus pocas pertenencias para que se las hiciera llegar a su mujer, cosa que hizo, aunque mucho más tarde. Desde Ibero fueron llevados hasta Muniain de Guezalaz, término municipal de Ibero, donde los fusilaron.

Aitona dejaba una viuda muy delicada de salud y cuatro hijas; la mayor Mari Teres, nuestra ama, que con 25 años tuvo que hacerse cargo de la situación ante el estado de salud de su madre; Naty y Carmen, refugiadas en Iparralde, y Corito, de 16 años.

Tras consumar el crimen, los asesinos volvieron a Ibero para dar cuenta al alcalde de que habían dejado tirados dos cadáveres y que no tenían tiempo para enterrarlos, pues querían asistir a misa por ser la festividad de Cristo Rey. El alcalde, acompañado del médico, se hizo cargo de los cuerpos, llevándolos a enterrar a poca distancia, en la carretera de Izurzu, punto kilómetrico 22. La casualidad quiso que el médico reconociera a aitona, a quien conocía de sus estancias en Lizarra, y gracias a ello, la familia conoció la noticia de su asesinato y del lugar exacto donde se encontraba enterrado.

Última carta Entretanto, desconociendo aún los hechos, el día 30 de octubre, su hija Mari Teres le mandó una carta de ánimo, pensando que las gestiones iban por buen camino:

Veo que sigues recibiendo las cartas con muchísimo retraso y lo mismo nos pasa a nosotras, la última que recibimos fue la del día 22.

Estoy encantada de que te hayas convencido de que todo lo que digo es cierto para que así se te haga tu estancia en esa menos penosa y, por lo menos, puedas estar tranquilo.

[…] Estate seguro de que todo lo que te decía de tu situación es cierto pues estamos muy bien enterados.

Esta última carta fue devuelta al constar que Ángel Arizmendi había sido liberado el día 25. Cuando llegó a casa la noticia del asesinato y del lugar del enterramiento, nuestra ama consiguió acercarse hasta el lugar y alquilar el trozo de terreno que contenía los restos de su aita y de Leoncio Aranburu, procediendo a instalar un cerco para evitar que se labrara el lugar. El precio del alquiler fue de 100 ptas. anuales, como consta en los recibos. Pero, la pesadilla no había acabado. Todos los bienes de Ángel Arizmendi fueron incautados y, además, se le impuso una multa de 50.000 ptas. después de haberle matado.

Además, la batalla para el traslado del cadáver y su inscripción en el registro de defunciones no había hecho más que empezar. Todas las peticiones de autorización para el reconocimiento de su muerte y el traslado a Donostia del cadáver fueron sistemáticamente denegadas. Ya terminada la guerra, la casualidad hizo que, ante la ausencia del juez titular, su sustituto fuera un conocido de la familia. Este, Ignacio Orue, autorizó la exhumación y traslado de los restos, aunque todo ello con la máxima discreción: ni esquelas ni funerales, conducción directa al panteón familiar.

Ama, acompañada de su mejor amiga, que vino con su cuñado médico, fueron a Izurzu donde exhumaron los cadáveres, encontrándose intacto y perfectamente reconocible el de su aita, que llevaba un rosario al cuello. El 18 de diciembre de 2008 murió ama a los 97 años. Ella siempre nos educó en el rechazo a cualquier tipo de odio, aunque ella misma viviera traumatizada por el drama experimentado. En sus últimos instantes de vida, el mismo día de su muerte, nos siguió preguntando “¿por qué le mataron?” Pero, realmente, hay muchas preguntas que quedarán para siempre sin respuesta: ¿Quién ordenó el asesinato? El coronel Beorlegui había fallecido un mes antes. ¿La liberación de Arizmendi y Aranburu pudo ser real y, al enterarse, puede que los matones fueran en su busca? La hora del asesinato no fue la habitual para las sacas, y sí parece una hora más normal para una liberación real. ¿Puede que fuera en venganza por la primera muerte en el frente de un ciudadano de Ibero, el 6 de octubre? ¿Pudo influir el juramento el 7 de octubre de José Antonio Agirre, amigo de la familia y cuyo hermano Juan Mari era novio de la hija mayor de Ángel Arizmendi? Nunca lo sabremos.

No nos será posible durante muchísimo tiempo sustraernos al relato de hechos que muestran, con caracteres que estremecen, cuál fue el espíritu que empapó la rebelión militar española y cuál el afán de exterminio que nubló el corazón de los generales que la dirigieron. (G. Iñurrrategi – 1945)

Sin justicia ni reparación, solo nos quedan la memoria y la responsabilidad de perpetuarla.

Agur eta ohore aitona! Agur eta ohore zuri ere, ama.

El último gudari de mar vivo

A sus 94 años, Juan Azkarate recibe un homenaje en Donostia como último superviviente de la marina auxiliar

Un reportaje de Iban Gorriti

debemos ser cautelosos cuando escribimos sobre memoria histórica. Muchas veces, demasiadas, caemos en el error de enunciaciones como la siguiente: “El último gudari de…”, y el no saberlo a ciencia cierta lleva a errar. Por suerte, hay más testigos del Eusko Gudarostea del lehendakari Aguirre vivos de los que imaginamos. Algunos, totalmente anónimos.

Juan Azkarate sí lo es. Es el último gudari vivo de la unidad del Gobierno vasco denominada Marina Auxiliar del Gobierno de Euzkadi. Fueron alrededor de mil personas las empleadas en este ejército y se sabe, por su listado, que el de Bermeo que perteneció a Solidaridad de Trabajadores Vascos (STV) es el único con vida. Días atrás, le rindieron un merecido homenaje en el Museo Naval de Donostia.

Si uno acude a conocer la curiosa biografía de Azkarate, Bermeo recibe al visitante con olor inconfundible a mar. Con sonidos de gaviota y volteo de campanas eclesiásticas. Con elegante vestimenta y porte, Azkarate recibe en su hogar al amigo con sonrisa firme, mano nonagenaria sincera y dedos experimentados que señalan al pasado desde un presente futuro.

Al grito de “Egun on, gudari!”, uno traspasa el umbral de su hogar. ¡Hay tanta piel en su cuerpo convertido en cuero labrado por las circunstancias! Héroe anónimo, hace gala de un cerebro que sortea olvido e, incluso, perdón sincero. Todo ello, a pesar de que sufrió una poco civil guerra tras el golpe de estado militar de 1936.

Aconteció poco después de perder a su madre, ahogada en la famosa barra de Mundaka que hoy navegan los surfistas. Eran días de huelga de panaderos en su pueblo y volvía de jornada de recados a Gernika-Lumo en barco. El cuerpo apareció sin vida en Laga. Juan sumaba doce años. Lo recuerda con hondo penar.

Se hizo gudari, de los más jóvenes. Tenía solo 14 años (se lo permitieron tras afiliarse al PNV y a SOV/STV) y una cara de retaco impresa en su ficha de la jefatura de guerra. Su padre, mientras tanto, también se sumó a construir trincheras.

Juan conoció y sufrió el mar, tierra y aire. “Las tres”, sonríe. Tres también fueron las veces que acudió y fue recibido por el lehendakari José Antonio Aguirre. Sufrió campos de concentración de Sur de Argeles e Irun. Cárcel en Larrinaga. Fue testigo de altos mandos que, de algún modo, les traicionaron. Lamenta que a políticos y otras personalidades “ricachuelas” se les facilitara el exilio. Lo reprocha aún.

Fue gudari del Bou Araba y del José Luis Díez. Fue camarero segundo y también ayudante de ametralladora en el bacaladero camuflado de guerra. Navegó en el Euskal Herria. Pasó hambre en la España republicana. Perdió todo contacto estando en Francia y pensó, desarraigado, hacer su vida lejos. Le sonaba bien ir a Venezuela, adonde no llegaría. Coincidió con Olaizola, con el tío del famoso artista fallecido Nestor Basterretxea (exalcalde de Bermeo), con el pintor Barrueta. Salió vivo de bombardeos como el de Barcelona o Granollers.

Se vio obligado a andar un día y una noche entera para ir al campo de concentración de Sur de Argeles, al grito de “alez, alez, y con golpes de culatas de rifle si se paraban”, propinados por los senegaleses encargados de su envío a este enclave perteneciente a Perpignan.

TRAS LA GUERRA La vida, curiosa ella, acabada la guerra le llevaría con su empresa de atúnidos a Senegal. Fue presidente de la Sociedad Azkarate Hermanos y sufrió en el país subsahariano la explosión de un compresor que le dejó ciego por un mes. Incluso mantenía la ceguera cuando regresó al pueblo natural de quienes entre sí se llaman txo.

Sin embargo (agárrense a los mecanismos de defensa de sus emociones), decía, “la guerra, lo sufrido en mi vida, no fue dolor en comparación cuando murió mi mujer el 8 de marzo de 2011. Yo era el primero que hubiera ayudado a que falleciera. Padecía Alzheimer y no hubo un día que no estuve con ella. Cada día le ponían un tubo. Aquello sí fue horrible”, compara con todos sus desastres vividos en la guerra civil y se emociona, la única vez en todo el encuentro.

Sus dos brazos aún portan las iniciales tatuadas de su Rosario Etxebarria Zulueta, aquella redera que conoció al día siguiente de salir de la cárcel bilbaina de Larrinaga, con la que compartió siete décadas. “Si me decían los franquistas qué era E. R., yo les decía que El Rey”, sonríe.

Juan Azkarate (Bermeo, 18 de junio de 1922) comienza a relatar en primera persona sus avatares con un llamativo “nació la guerra el 18 de julio de 1936, yo tenía recién cumplidos 14 años”. Él era un niño “espabilado” hijo de Felipe y Anastasia. El matrimonio tuvo once hijos pero, al morir la madre ahogada, ya solo quedaban, por diferentes circunstancias, cinco vivos. “Me llevaron a verla al cementerio. Dolor, sentí mucho dolor. Recuerdo de noche que los coches del pueblo se acercaron a Mundaka a alumbrar con sus luces la mar para ver si se podía rescatar a alguien. Mi madre sabía nadar, pero las corrientes…”, silencia ante la cámara de vídeo que le graba conmovido.

Un año antes, con once años, ya él mismo decidió dejar el colegio y ayudar a su padre en el puerto. “Era mal estudiante y buen dibujante”. Con el golpe de Estado ni se lo pensó: “Yo voy a la guerra”, dijo aquel que había sido alumno de un profesor republicano. “Esa suerte tuvimos con Don Gerardo Jiménez”, alza la voz y el dedo índice. Al crío le dieron un “jersey de invierno” como uniforme de la Marina Auxiliar de Guerra del Gobierno vasco y le alistaron en el bou Araba. En el Ejército del lehendakari Aguirre le pagaban 400 pesetas al mes. Sin cumplir 15 primaveras ya era gudari. El bou Araba fue a dique seco y en un principio le derivaron a un submarino, pero acabaría en el José Luis Díez y en Burdeos. “Los mandos del barco se pasaron como Goikoetxea al bando de Franco y nos devolvieron a España, a Santander. El viaje fue entre cortinas de humo, una hora de combate a oscuras. Ganábamos por velocidad”, recuerda.

periplo Allí le enviaron al Estado Mayor de Fuerzas Navales del Cantábrico. De ordenanza en tierra. “No conforme, me fui adonde el lehendakari Aguirre. En euskera le dije que quería volver a los bous. Pero me mandó a El Sardinero”. Sin embargo, con los franquistas allí, en el Euskal Herria fue a Asturias. Y en un mercante volvió a Francia. De allí, a Barcelona. Y volvió a visitar a Aguirre. Este le recordaba y le mandó a estudiar al mejor colegio, pero “no me aseguraban la comida”.

Y volvió por tercera vez adonde “José Antonio”, exclama. El lehendakari le destina al consulado de Cuba. “Pedí que me pagaran y me dijeron que 250 pesetas. Yo ni quería acabar en Cuba ni ese dinero, por lo que me fui”, enfatiza. Acabó en Aviación como “único vasco en Gerona”, matiza. Más adelante llegó el horror de los campos de concentración tras no aparecer un mugalari en una misión especial. “Éramos 50.000 en la playa de Argeles”. Y de Irun, los franquistas le llevaron a Larrinaga. Al salir libre, conoció al amor de su vida.