Ohazeru, cama bajo el cielo

Los muebles, y entre ellos las camas, han sido en la tradición familiar vasca entroncada en la vida del caserío bienes a transmitir de generación en generación, convirtiéndose en muchos casos en verdaderas obras de arte

Un reportaje de Amaia Mujika y Pedro Erice

 Caseríos en Mungialde. Foto: Euskal Museoa, Bilbao.

Caseríos en Mungialde. Foto: Euskal Museoa, Bilbao.

En la sociedad tradicional, el mobiliario de una casa es la suma de los ejemplares llegados en los sucesivos arreos con cada nuevo matrimonio y, por tanto, imagen de prestigio social para la familia. Razón por la que en el espacio doméstico cohabitan formas y estilos en función de las modas, los vaivenes económicos de la familia o incluso de la procedencia o el taller de fabricación. Los muebles son además un bien familiar a transmitir, aunque su lugar y preeminencia dentro del espacio doméstico vayan cambiando con el paso del tiempo y las necesidades familiares. Así, al morir los abuelos su cama se convierte en la de los nietos y el arca de ropa estropeada por el tiempo se saca de la habitación y se destina a contener grano. Un equipamiento que, siendo de producción específicamente masculina está sólidamente unido a la mujer, que lo trae, lo usa, lo cuida e incluso le dota de una nueva vida útil cuando se deteriora o pierde aquella función para la que fue construido.

La mujer, al casarse, aportará al matrimonio, al menos, una cama completa, una cuna y un contenedor con el ajuar textil, expresión de sus futuros deberes como esposa y madre. En la nueva casa, la cama y el arca se colocarán en el único espacio privado del que dispondrá el matrimonio, la habitación de dormir, estancia donde guardarán además la ropa blanca, la de vestir y las contadas pertenencias personales de ambos, mientras que la cuna se subirá al camarote hasta que su función, con la llegada del primer hijo, lo requiera. En la búsqueda de uno de estos tesoros de lo cotidiano, tan familiares y al tiempo tan lejanos para la actual sociedad de consumo, en la que todo es desechable o reemplazable en función de la economía familiar, vamos a visitar uno de los valles septentrionales de Bizkaia y, viajando hacia atrás en el tiempo, vamos a cruzar el umbral de sus antiguos caseríos, hoy sustituidos por enormes y despersonalizados chalets para descubrir una singular cama policromada de dosel. Un mueble que, construido y usado por sus moradores durante más de cien años, hoy casi ha desaparecido en su lugar de origen y, en cambio, es objeto de deseo para coleccionistas y anticuarios.

Cama del caserío Mentxaka, barrio Elgezabal, Mungia.  Foto: AMG
Cama del caserío Mentxaka, barrio Elgezabal, Mungia. Foto: AMG

Las camas con dosel habituales en el mueble culto desde el siglo XVI, al igual que el resto del mobiliario doméstico, se construyen con un fin utilitario y, por tanto, acordes con las condiciones de vida de sus destinatarios. En nuestro caso hay que tener en cuenta que hasta muy entrado el siglo XX, el único espacio confortable del caserío era la cocina donde se encontraba el hogar en torno al que se reunía y departía la familia. Las anexas alcobas de dormir, separadas del camarote o el pajar superior por un simple techo de tabla por el que se colaba el polvo, y las permanentes corrientes de aire que entraban por puertas y ventanas sin aislamiento ni cristal, las convertía en estancias frías y húmedas. Para paliar estas condiciones de vida fue habitual cubrir el techo situado sobre la cama con un lienzo llamado guardapolvo, utilizar gruesos cobertores y, por supuesto, repasar con un calentador el interior de la cama, eliminando así la humedad de las sábanas. Las camas policromadas de dosel, que hoy vamos a conocer, son la sorprendente y expresiva solución local dada por sus artífices a las necesidades de sus convecinos. Una imagen insólita muy alejada de la sobriedad monótona que se atribuye a la carpintería tradicional que si en algún caso presenta un acabado de color éste se limita al negro, bien por la acción de décadas de humo, bien por el obligado tintado inducido por el luto.

Ohazeru Estas camas, a las que sus antiguos dueños denominan ohazeru, ohezeru, obazeru, ogazeru…, en clara referencia al cielo que las cubre, son originarias del valle formado por la cuenca del río Butrón que inicia su recorrido de treinta kilómetros hasta el mar en Morga, a los pies del monte Bizkargi, atraviesa Rigoitia, Fruniz, Arrieta y Gamiz, en dirección a Mungia, continúa hasta Meñaka y Larrauri, y se dirige a Maruri, Jatabe y Gatika, pasando por Laukiz y Urduliz antes de desembocar en Plentzia. Pero al estar destinadas al arreo de las mujeres casaderas se localizan también fuera del valle, como lo demuestran las llegadas por matrimonio a Galdakao, Sodupe, Ziordia o Lezama. A su vez la aportación de, al menos, una cama por arreo generaba la existencia coetánea en los caseríos, de dos, tres y hasta cuatro ejemplares con estructura y decoración parecidas, pero de diferente mano y cronología, caso del caserío Elortegi Bekoa de Maruri-Jatabe con seis camas, cuatro de ellas policromadas, dos del arreo de Celestina Bilbao y la más moderna, del primer cuarto del siglo XX, traída por Magdalena Agirre al casarse con el mayorazgo de la casa, Alejandro Elortegi.

Son camas altas con los largueros elevados a unos sesenta centímetros del suelo que, sumados el jergón y el colchón, alcanzan en torno a los ochenta centímetros de alto. Para salvar este inconveniente, algunos de sus usuarios recuerdan el uso de una banqueta que, de día se guardaba bajo la cama. Las medidas aproximadas del lecho son 185×130 centímetros, es decir camas de matrimonio, pero cortas para los estándares actuales. Esto último puede tener relación con la media de altura poblacional que ha ido aumentando con la mejora de las condiciones de vida, pero el hecho de que muchas de ellas presenten la parte interior del piecero con la pintura desgastada por los pies de sus antiguos ocupantes, hace pensar que al construirlas lo importante no eran sus futuros destinatarios sino el de erigirse en el principal elemento del arreo.

Utilizadas a partir de mediados del siglo XIX están hechas por carpinteros locales que, en una sociedad autárquica como la nuestra, había en todos los pueblos, unos con más destreza que otros, pero todos útiles para cubrir las necesidades de la comunidad. Hay pocos rastros de ellos y su oficio, pero algunos quedan, como el recuerdo de un constructor de camas, en Arrieta, que luego pintaba su mujer, o los nombres de Simeón de Guezuraga y Orue (24-3-1868) en Morga, que es conocido por firmar el travesaño de una de sus camas o Florentino Echevarria Zubiaur (14-3-1868) que construía camas en su taller del caserío Bekoetxe, en Meñaka, y al que ayudó siendo niño su nieto y sucesor en el oficio Iñaki Llona, quien a sus 95 años todavía recuerda cómo se armaban y pintaban estas camas dejadas de fabricar en torno a la guerra civil.

Maderas de castaño y pino Construidas en madera de castaño, pino para los largueros y maderas poco densas como el chopo para el dosel, están integradas por un alto cabecero recortado con forma de arco de medio punto y un piecero de tablero rectangular, ambos ensamblados a los altos pies, que soportan a unos dos metros el dosel. Las distintas partes de la cama están armadas por tablas machihembradas y aseguradas por travesaños traseros. La madera está pintada en color naranja o rojo, sobre estuco, y la decoración de motivos geométricos y figurativos se localizan principalmente en el cabezal y en el dosel, repitiendo ambos la roseta central en vivos colores: blanco, azul, amarillo, verde, rojo y negro, a partir de pigmentos artificiales en polvo adquiridos en droguerías bilbainas como Barandiaran y Cía., utilizando la cola de conejo como aglutinante.

La decoración suele estar distribuida simétricamente en torno a un motivo central en forma de estrella o flor lobulada de seis a doce puntas inscrita en círculos concéntricos, abrazada por estilizados árboles de la vida y helechos y, en algunos casos, flanqueada por pájaros o jarrones de flores. Una ornamentación sencilla e ingenua de significado posiblemente desconocido para sus autores, pero cargada con una fuerte simbología mágico-protectora del lecho conyugal y de lo que en ella se desarrolla; la vida y la muerte, representada en la roseta central, emblema de las fuerzas regeneradoras y fertilizantes de la Madre Tierra; el árbol de la vida atributo del eterno retorno y de la comunicación entre el cielo y la tierra; el helecho por su gran poder sanador, el jarrón enseña de lo femenino y el pájaro, imagen de la mujer como iniciadora y protectora de la familia.

En la habitación, las camas aparecen arrimadas a la pared, colocada en el ángulo, y convenientemente vestidas en concordancia con su ubicación esquinera. El lecho está integrado por un jergón de perfolla de maíz, lastaira, colchón de lana, lastamarraga, y almohada, buruko. La ropa de cama confeccionada en lino consta de sábana bajera y un edredón de lana o plumón cuya funda, ohazala, presenta un lateral ornamentado con bordado a punto de cruz en azul, a juego con el de la almohada. Del dosel, cuelga en los dos lados que quedan a la vista, una banda de tela de unos treinta centímetros de largo, estampada durante la semana y blanca para los domingos, denominado erresela rematada con borlas. Sin embargo, llama la atención que, con excepción de una tabla policromada con tejadillo y motivo cristiano, utilizada a modo de altarcito con repisa para devocionarios, el resto de los muebles de la alcoba, no presentan policromía. Es más, se puede decir que son iguales a los utilizados en el resto del país como las clásicas arcas con el frente y el faldón tallados.

El hecho de que las camas que conocemos se encuentren a menudo incompletas o integradas con elementos de distinta cronología, se debe a que provienen de una economía autosuficiente donde todo se reutiliza. Así, la cama estropeada por el uso se repinta o el dosel destrozado por las goteras es sustituido por uno nuevo para al arreo de algún hijo/hija en edad de casar o en el último de los casos es desarmada y sus tablas utilizadas en los arreglos de la casa, habiendo sido frecuente descubrirlas como paramento de cuadras y pajares. Algunos de estos ejemplares llegaron en los 80 al Museo Vasco de Bilbao y con ellos la curiosidad por saber de sus autores y propietarios. Treinta años después seguimos aprendiendo porque a través del conocimiento de las obras del pasado, aún de los más sencillos y cotidianos, se pueden entender y explicar los cambios producidos en la sociedad y su percepción del mundo, así como romper con algunos estereotipos sobre la cultura tradicional.

‘El vasco’, un camillero burgalés

La vida de Paulino Lafuente fue de entrega y socorro en su vida civil y en la línea del frente, donde auxilió a gudaris durante la ocupación de Bilbao

Un reportaje de Iban Gorriti

BURGALES

En las últimas fechas, diferentes asociaciones, historiadores y medios de comunicación han homenajeado, investigado o publicado sobre el papel de las maestras en la Guerra Civil, los brigadistas extranjeros que batallaron en Euskadi, el apoyo de asturianos al Eusko Gudarostea, los sacerdotes del bando republicano… Estas líneas son de recuerdo hacia el colectivo de sanitarios y camilleros, lo que en la Segunda Guerra Mundial se llamó medics.

Un ejemplo fue el de Paulino Lafuente Riancho, un fortachón camillero burgalés de casi dos metros de altura al que apodaban el vasco en el campo de concentración de Valdenoceda y que acabó residiendo en Muskiz y Ortuella, y dando hijos, nietos y biznietos a Bizkaia. Falleció en 2000 a los 83 años. “Nos alegramos de que se difunda que hubo muchas personas de fuera de Euskadi que pusieron todo el empeño e incluso su vida por delante, por defender esta tierra sin ser de aquí”, enfatizan la nieta de Paulino, Aiyoa Arroita Lafuente, y su marido, Jesús Pablo Domínguez.
credencial
Castellano de nacimiento y vizcaino de adopción, Paulino auxilió en el frente norte durante la última Guerra Civil desde Bilbao (formó parte de la resistencia a la ocupación de la capital vizcaina por parte de los afectos a los golpistas de 1936 en Artxanda) hasta León, donde fue apresado. Allí comenzó un amplio recorrido por campos de concentración, prisiones y campos de trabajo hasta su liberación en 1943.

Con 19 años, Paulino Lafuente Riancho (Quintanaentello, 1917) se alistó voluntario para luchar contra el ejército fascista, sublevados que acabaron fusilando a su padre. Tres de sus hermanos, además, fueron milicianos en el frente.

Él se alistó al ejército republicano como simpatizante de UGT y PS, siendo enviado al 1º Batallón de Sanidad del cuartel de El Alta, en Santander. Formó parte del contingente como camillero con la graduación de cabo. “Su compañía estaba siempre en primera línea del frente, entonces localizado en tierras montañesas de Burgos y Santander, desgraciadamente muy cerca de la casa familiar en Quintanaentello, Valdebezana”, valora la familia.

El ámbito de actuación de su compañía sanitaria abarcó hasta Bilbao cuando el Cinturón de Hierro comenzaba a caer. “Él recogía a los gudaris heridos en Artxanda (18 y 19 de junio de 1937) para trasladarlos fuera de las líneas de combate, a hospitales militares habilitados en la capital. Roto el frente de Bilbao, se optó por la evacuación rápida hacia territorio cántabro sin dejar de atender los heridos que iban cayendo en la retirada”, explican sus nietos.

En ese periplo hacia Santander estuvo a punto de perder la vida en Saltacaballos (Castro Urdiales), donde un batallón del PNV se encargó de defender la retirada de las tropas republicanas cuando el crucero Almirante Cervera les vio. “Contaba que estando la ambulancia recogiendo y trasladando a los heridos, un obús disparado por el crucero franquista atravesó la camioneta-ambulancia entrando por la puerta trasera y saliendo por el cristal delantero sin explotar. Vio de cerca la muerte, tan cerca que si estira la mano podría haberla tocado. Afortunadamente, el obús asesino pasó de largo”, agregan.

Paulino se negó a rendirse en Santoña y continuó en los frentes de Cantabria, Asturias y León. Fue apresado en el pueblo de Oseja de Sajambre “al bajar a buscar pan”. Fue internado en el campo de concentración de San Marcos, donde le obligaron a cavar fosas en el cementerio cercano para sus compañeros fusilados. Le trasladaron al Batallón de Soldados Trabajadores Asturias nº 21 y de allí al campo de concentracion de Valdenoceda, Prisión Provincial de Burgos, cárcel de Larrinaga en Bilbao, Prisión Provincial de Ávila y el campo de concentración de Miranda de Ebro, “donde decía que peor lo pasó”.

Después llegó el periplo por campos de trabajo: Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores nº 12 de Irurita (Nafarroa) y el nº 31 de Lavacolla (Santiago de Compostela-Galicia). Acabó su periodo de esclavo en Marruecos, donde limpió campos de palmito para plantar cebada para los caballos de los militares. Retornó al hogar en 1943 tras siete difíciles años. Se casó con Ramona, burgalesa que tenía casa en Muskiz y que conoció en la cárcel de Valdenoceda en 1943. “Se conocieron porque el padre de ella era un preso amigo de Paulino que le dijo que le trajera una manta, ya que el vasco se la quitaba”, sonríen.

Trabajó de carpintero y viviendo en Ortuella fue uno de los que ayudaron a rescatar a las personas que quedaron atrapadas en el barrio de Golifar cuando explotó la presa del lavadero de mineral el 11 de octubre de 1964, causando seis muertos. En la también recordada explosión del colegio de Ortuella estaba trabajando en Begoña. No pudo entrar al municipio hasta muy entrada la tarde, aunque su nieta Aiyoa estaba estudiando en el centro escolar. “Nunca quiso hablar de todo lo que sufrió, aunque poco a poco conseguimos sacarle cosas”, le agradecen con cariño hoy.

El día del No

La celebración hace treinta años del referéndum sobre la permanencia en la OTAN provocó una polarización política; hubo un ajustado ‘Sí’ en el Estado, pero en Euskadi el ‘No’ fue claro

Reportaje de Txema Montero

Montgomery en la liberación de Copenhague; lord Ismay, primer secretario general de la OTAN, dijo que la Alianza servía para “tener a los norteamericanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes quietos”.
Montgomery en la liberación de Copenhague; lord Ismay, primer secretario general de la OTAN, dijo que la Alianza servía para “tener a los norteamericanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes quietos”.

El miércoles 12 de marzo de 1986 tuvo lugar el referéndum para la permanencia de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), convocado por el primer gobierno socialista. El Estado español pertenecía a la estructura política de la Alianza, pero no al aparato militar, desde que en mayo de 1982 el presidente Calvo Sotelo, investido tras el fracasado golpe de Tejero (1981), firmara la adhesión para protegernos, se nos dijo, de otra asonada militar.

¿Que para qué servía la OTAN? Lord Ismay, primer secretario general de la Alianza, afirmó sin asomo de ironía que “la OTAN sirve para tener a los norteamericanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes quietos”. Eso de “los americanos dentro” no pasó de ser una interesada afirmación limitada a la ayuda militar, pues lo cierto es que en Europa se detecta una constante aprensión colectiva a los Estados Unidos que a veces parece ser el único pegamento que une a los europeos.

Historias tremendas sobre la pena de muerte, los asesinatos masivos en los institutos, el mercado implacable y la falta de protección social en Estados Unidos abundan en la prensa europea. Quien cruce el Atlántico leerá sobre la gerontocracia, las elevadas tasas de paro y los minúsculos presupuestos de defensa europeos. No parece que el sentimiento atlantista haya superado las reservas y suspicacias a ambos lados de “esa larga cinta azul”, como describió Churchill al océano que nos separa.

Pportada de DEIA con Solana y Leguina ‘abriendo’ la campaña
Pportada de DEIA con Solana y Leguina ‘abriendo’ la campaña

El espíritu occidental-atlantista no se hizo carne en una gran parte de los españoles y resultaba totalmente ajeno a la experiencia histórica de los vascos, que habían jugado su carta a la victoria aliada durante la Segunda Guerra Mundial con la consecuencia de unos Estados Unidos antipáticos sostenedores de la dictadura franquista. El desinterés en la política exterior y la no percepción de que la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia supusieran peligro para la seguridad hicieron el resto.

La convocatoria de referéndum fue resultado del particular empeño de Felipe González, quien, gracias a la victoria del Sí que él proponía, elevó su estatura política como líder internacional. Para entonces, ya había arriado sus viejas banderas: el marxismo, el reconocimiento del derecho de autodeterminación, la nacionalización de la red eléctrica o su simpatía por el movimiento de los países no alineados. Luego vendrían el GAL y la politización de la Justicia. La posición del PSOE, inicialmente contraria a la permanencia en la OTAN, dio un brusco giro durante el XXX Congreso del partido (1984), cuando Felipe González consiguió el suficiente apoyo de otros dirigentes -como Alfonso Guerra, Ernest Lluch o Javier Solana- hasta entonces contrarios o reticentes a permanecer en la organización atlantista.

A partir de entonces comenzó el proceso de persuasión de la opinión pública centrado en la consigna OTAN, de entrada no, maravilla publicitaria que parecía comprometer al PSOE contra la permanencia en la Alianza cuando en realidad quería decir lo contrario. Sobre la perversión del lenguaje ya nos había advertido Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas. Uno de sus personajes, Humpty Dumpty, afirma: “Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero decir, ni más ni menos”; a lo que Alicia replica: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”; y Humpty Dumpty zanja: “La cuestión es saber quién manda, eso es todo”.

Medios de comunicación Felipe González, haciendo abuso de TVE, la única televisión existente, y con el apoyo del diario El País, supo encarar la campaña contra el referéndum promovida desde Abc, La Vanguardia, Diario 16 y más sutilmente DEIA y la Cadena Ser. Tal oposición se basaba en la errónea previsión de que la ciudadanía, si era finalmente consultada, contestaría No. Esto inquietaba enormemente a la Coalición Popular de Fraga, antecedente del PP; a la Convergencia i Unió de Pujol y Durán, y al PNV de Arzalluz, partidos de referencia de los medios citados.

Éste último manifestó su posición contraria “a que se celebrase este referéndum porque no se hacía la consulta en las debidas condiciones para que la gente pudiera expresarse correctamente sobre el fondo de la cuestión”. Finalmente, el PNV dio libertad de voto a sus afiliados, aunque sus dirigentes más cualificados, Arzalluz y Ardanza, eran firmes partidarios del Sí, mientras que Garaikoetxea, ya con un pie fuera del partido, era partidario del No. Sabido es lo difícil que puede ser la redacción de la pregunta que se propone a los ciudadanos en un referéndum, pues detrás de cada líder que convoca está la sombra de Humpty Dumpty pretendiendo que las palabras signifiquen lo que él quiere y, sobre todo, que se sepa quién manda.

La pregunta puede ser más fascinante que la respuesta y así resultó: ¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el gobierno de la nación? Los términos a los que se refería eran los siguientes: 1.- No incorporación a la estructura militar integrada. 2.- Prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares. 3.- Reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.

Con una participación del 60%, un 52,55% de los ciudadanos votó Sí. Con una participación del 66%, un 64,93% de los vascos votó No. En Navarra, el No ganó con un 52,7%. En Catalunya y Canarias, por escaso margen, ganó también el No. El lehendakari Ardanza dijo que “el resultado es bueno para España porque eso permitirá estar no solamente en la CEE sino responder a los compromisos de defensa mutua”.

Desde HB, un exultante Tasio Erkizia cabalgando la ola del éxito manifestó que el referéndum era: “un paso más adelante en la lucha por la reconstrucción nacional de Euskadi”. En El Correo Español, el influyente analista Vicente Copa, seudónimo de José Antonio Zarzalejos, lo calificó como “referéndum absolutamente negativo, en sus resultados y en sus efectos, por lo que suponía de revitalización de las opciones más extremas, radicales y violentas” (en referencia a HB).

El diario Egin, entonces dirigido por José Félix Azurmendi, sorprendió por su ecuanimidad, pues editorializaba en primera página que “era difícil establecer si en el PNV críticos y oficialistas tuvieron un comportamiento diferenciado” y que “las declaraciones tras el resultado de Ardanza y Arzalluz parecían dar a entender que ellos hubieran votado No al referéndum aunque Sí a la OTAN y No a Madrid”. En fin, un verdadero galimatías.

¿Qué habría pasado si hubiera salido No en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN? ¿Continuaría Milosevic en el poder en Belgrado? ¿Sería Kosovo un páramo vacío? Parece que no. Me perdonarán el sarcasmo, que no tiene otro motivo que llamar su atención sobre la levedad en términos históricos de acontecimientos que en su día parecían ser trascendentes en su forma y fondo. La Unión Soviética y el Pacto de Varsovia desaparecieron y la OTAN, que se ha mantenido en la jurisdicción de lo humano, sigue viva reconvertida en policía de fronteras europeas y fuerza de acción rápida en disposición de servicio sea en el Océano Índico, el Mar Mediterráneo, Oriente Medio o las fronteras con Rusia.

Mientras tanto, los vascos seguimos construyendo la nación sin que la pertenencia a la OTAN sea un obstáculo mayor que nuestra propia división al respecto, que la intransigencia del Estado español o las reticencias de una Unión Europea que sabe que debe reconocer la pluralidad nacional existente en su seno pero no sabe cómo hacerlo sin alterar el statu quo de los estados miembros.

“La culpa, de Fraga” Para los vascos, el resultado del referéndum fue una campanada de distinción, una declaración encandecida de somos y seremos, un ¡qué no pare, que no pare! Personalmente estaba exultante y solo un mes después tuve ocasión de jactarme ante un personaje de excepción. Se trata de la conversación que mantuve en el Saint Anthony’s College de Oxford con motivo de una High Table, cena compartida con los estudiantes donde los profesores y sus invitados se hallan sobre un estrado en plano superior a los alumnos.

Ya lo conté en DEIA en otra ocasión, pero no me resisto a repetirlo. Nos presenta el decano del College, el gran historiador Raymond Carr: “Señor secretario (de la OTAN), le presento a Txema Montero, de Herri Batasuna, País Vasco”. Carrington: “¡Así que es usted miembro del partido que ha conseguido que los vascos voten No a la permanencia en la Alianza”. Yo: “No ha sido solo por nuestra intervención, los vascos esperamos en vano que los tanques del mariscal Montgomery entraran en nuestro país para liberarnos de Franco”. Carrington, con ese hablar de la élite británica que parece un tartamudeo y allí llaman mumbling: “La culpa la tiene Fraga Iribarne por llamar a la abstención”.

Aquel bello gesto se agotó el día del No porque después nos desentendimos de su significado. Eckermann, en sus Conversaciones con Goethe, uno de los más lúcidos intercambios de ideas de la historia del pensamiento europeo, ya nos había advertido: “No bastará con dar pasos que algún día puedan llevarlos a la meta, sino que cada uno de ellos tiene que ser meta y paso al mismo tiempo”. A veces, hay que estar ciego para ver y lo que vino tras el victorioso referéndum, paso sin meta, fue la realidad, casi siempre tan antipática. Trece años después, en 1999, presidiendo Aznar el gobierno y con amplio consenso parlamentario pero sin que fuera sometido a referéndum -pocos lo echamos en falta-, el Reino de España se integró en la estructura militar de la OTAN.

Un gudari atípico que rompe su silencio

El exsoldado del ejército vasco Jesús Uriarte recuerda a sus 99 años de edad cómo fue hecho esclavo de Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

HISTORIAS DE LOS VASCOS
Jesús Uriarte Barrutia recuerda sus vivencias durante la guerra civil. Foto: I. Gorriti

 

Jesús Uriarte Barrutia (Dima, 1916) es un gudari atípico. Y él, vestido con una sonrisa cariñosa, lo sabe. Es inusual hasta el punto de que su familia, la que convive con él a diario en el caserío Basterretxe de Izurtza, no tenía constancia de que había sido soldado del Eusko Gudarostea del lehendakari José Antonio Aguirre; aunque sí sabían que había estado en la guerra. Tampoco conocían que dos de sus hermanos, Anastasio y Andrés, lucharon igualmente contra los aliados golpistas, primero, y contra el franquismo, después. Resume todo este argumento una frase de su nieta Aroa González, concejala del PNV en el consistorio de la anteiglesia. “¡Mi aitite! ¡Qué callado se lo tenía!”, compartía tras la entrevista por Facebook.

Jesús es un casta. En septiembre cumplirá cien años y su mente funciona como la de un estratega. Se le percibe listo. Atento. Denunciante. De hecho, dice que no le gusta que le llamen gudari, porque “a mí me llevaron; yo no quería ir”, agita las manos y justifica que lo pasó tan mal que ha preferido no hablar de ello.

Sin embargo, diferentes búsquedas han dado fruto y, por suerte, su testimonio queda hoy escrito. La duda principal y capital necesario para reconstruir su paso por los frentes de la guerra es saber a qué batallón del Ejército vasco perteneció. Uriarte asegura que no lo sabe, y ríe. Como dato, es el único de los hasta hoy entrevistados que dice no recordarlo, a pesar de que su mente funciona como un reloj suizo.

Gracias a la Sociedad de Ciencias Aranzadi y a la Sabino Arana Fundazioa, podemos tener algunos datos al respecto que arrojan algo, no mucha, luz. Su caso es enigmático. Es decir, de sus hermanos Anastasio y de Andrés Uriarte Barrutia, con los dos apellidos, hay datos que los sitúan en el batallón Azkatasuna, el número tres de ANV. Y con un solo apellido, hay registrado un Andrés Uriarte del batallón Martiartu y un Anastasio Uriarte en el Gordexola. De nuestro protagonista, no hemos hallado dato alguno, lo que no significa que no haya. Aparece un Jesús Uriarte en el batallón Lenago il.

dificultades Por los destinos que el dimatarra narra, pudo formar parte como sus hermanos del Azkatasuna, que era unidad de zapadores de ANV y que estuvo en algunos de los lugares que más adelante cita. “Yo tenía 20 años, era zapador, me mandaban a hacer zanjas, trincheras… Al primer sitio que me llevaron fue a Mekoleta, Otxandio”, evoca y descorcha su corazón: “¡Cada día de la guerra fue terrible! ¡Lo pasé muy mal! Viví el bombardeo de Dima y Saibigain, que no es limpio como ahora, estaba lleno de zarzas, también creía que nos mataban. ¿Aguirre, decías antes? Aguirre y Franco vivirían muy bien; nosotros con la muerte al lado”, mueve la cabeza en horizontal quien ya con 12 años fue enviado a trabajar de criado a San Miguel, hoy suelo de Amorebieta-Etxano. “Hablando mal y pronto, las pasamos putas. De noche avanzábamos y por el día nos ganaban los que se llamaban nacionales”, subraya.

Y de allí, a la resistencia histórica de los Intxorta, en Elgeta, y al barrio zornotzarra de San Antonio que conocía bien por su tiempo en San Miguel. “Desde allí vimos cómo los aviones pasaban por encima de Gernika de tres en tres el día del bombardeo. Esa noche nos llevaron a Gernika, que estaba hecha ascos, de pena, a ayudar. Lloros, miseria…”.

Uriarte también estuvo presente en Sollube, donde sufrió un accidente y tuvo que ser hospitalizado en Sondika. “Haciendo una zanja, un compañero me dio sin querer con el picachón en la espalda”. Días después fue apresado por los fascistas “por Galdakao”, sitúa.

Le trasladaron a Santander, a la plaza de toros. “Me tuvieron tres días sin darme de comer”. Entonces comenzó su paso por diferentes batallones de trabajadores, es decir, como esclavo de los fascistas. “Me metieron al fuerte de Santoña, pero no recuerdo si había presos famosos. Solo sé que no nos dejaban ni asomarnos a la ventana porque te pegaban un tiro. Pena que no hice un diario, como un tal Isaias de Galdakao que lo apuntaba todo”, lamenta.

Su próximo rumbo fue Aranda de Duero, Burgos. “Allí te mandaban a hacer cosas e íbamos uno con solo una alpargata, otro descalzo… Y nos dijeron que nos iban a llevar a Bilbao, como decían, “a levantar Bilbao”, pero acabé en Miranda de Ebro”. De allí, a Zaragoza, de donde recuerda una anécdota: “Tuvimos un capitán franquista que en realidad era republicano y nos trataba muy bien. Por la calle, los niños nos decían dónde teníamos los cuernos y el rabo de diablos… por ser rojos, como nos decían. ¡Yo no era de nada! Nunca me ha interesado la política”, levanta el dedo índice derecho. “A mí me gusta estar tranquilo”, se ríe y lamenta que en televisión los jóvenes de 17 años ya no sepan quién fue el dictador Franco: “Mal vamos, pero que no se repita más, que no haya más guerras”.

A continuación, explica que le iban a destinar a Canarias, pero acabó regresando a casa, a Dima. Más adelante llegaron sus dos hermanos también. El servicio militar lo tuvo que cumplir en Burgos. El hijo de Eusebia y Antonio, de Oba, y hermano también de Martina, Florencia y José Mari, contrajo matrimonio con Juana Arroitajauregi del caserío Basterretxe, de Izurtza, donde vive. El 12 de septiembre cumplirá cien años.

Vitoria, 3 de marzo de 1976: jaque a la democracia

En la transición del franquismo a la democracia, los sucesos del 3 de marzo de 1976 en Vitoria, que se cobraron cinco vidas, fueron un aviso de que la inercia represora no cesaría tan fácilmente

Imagen Zaramaga2

Un reportaje de Mikelats Ardanaz

Vitoria 3 de marzo de 1976. A las 17.00 horas es convocada una asamblea de trabajadores en la iglesia de San Francisco. La iglesia se halla abarrotada y rodeada de policía y manifestantes. El párroco impide la entrada de las fuerzas del orden en ella. Pero la Policía procede a desalojar el recinto eclesiástico.

-Se puede figurar, después de tirar 1.000 tiros y romper toda la iglesia de San Francisco, pues ya me comentará cómo está todo. (cambio).

-(…) ¡Muchas gracias! Eh, ¡Buen servicio!

-Dile a Salinas que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Cambio.

-(…) tengo dos secciones y media paralizadas, la otra media tiene todavía unos poquitos… o sea aquí ha habido una masacre. Cambio.

-De acuerdo, de acuerdo. Cambio.

-Muy bien… pero de verdad, una masacre.

Es una parte de la transcripción de la cinta que un ciudadano vitoriano pudo grabar a la frecuencia modulada de la Policía la tarde del 3 de marzo de 1976. Vitoria “la ciudad donde nunca pasa nada”, según José Antonio Zarzalejos, enviado gubernamental a Vitoria, llevaba desde comienzos de año sumergida en un continuum de reivindicaciones laborales y huelgas que concluyeron aquella tarde con la muerte de cinco trabajadores y centenares de heridos.

Recién comenzado el nuevo año dieron inicio las negociaciones para la renovación de los convenios colectivos en las diferentes empresas vitorianas y con ello, las discrepancias. Los problemas en cuanto al tema de la renovación de los convenios comenzaron en Forjas Alavesas, pero pronto pasaron a Mevosa, Aranzábal, Gabilondo, Ugao y Orbegozo entre otros. Si bien al principio, la negociación la hacía cada empresa por su cuenta, vista la constante negativa de patronal y empresarios y visto que las consignas eran similares, unificaron la lucha y dieron paso a una movilización conjunta. Lo que se reivindicaba era un aumento salarial a 6.000 pesetas, semana laboral de 40 o 42 horas más media hora para el almuerzo, jubilación con sueldo completo y el 100% del salario en caso de enfermedad o accidente.

Tras los primeros fracasos en las negociaciones se decide salir a la calle; manifestaciones y huelgas serán las nuevas armas de reivindicación y presión que usarán los trabajadores para tratar de que se cumplan sus proclamas. Así, tras dos meses de lucha, numerosos detenidos y muchas horas de trabajo perdidas, se convoca una huelga general, que afectaría a toda la capital alavesa, para la jornada del 3 de marzo. Se buscaba paralizar la ciudad entera para así presionar para que, por un lado, las condiciones fueran aceptadas y para que, por el otro, los detenidos por manifestaciones fueran liberados. Debemos recordar que a pesar de que Franco ya había muerto, la Ley de Asociación no estaba vigente y la huelga era un recurso ilegal.

A las 10 de la mañana, tras las pertinentes reuniones de cada empresa, se decide salir a la calle a invitar a los demás vitorianos a unirse a la lucha. Es una huelga que se sigue de forma masiva. Sin embargo, las manifestaciones son rápidamente reprimidas por la Policía que trata de tomar la ciudad para mantener el orden. Para las 17.00 había sido convocada una asamblea conjunta en la iglesia de San Francisco, en el barrio de Zamacola. La selección de este emplazamiento no es algo casual ya que tanto trabajadores como Policía sabían que desde la firma del Concordato con el Vaticano II en 1953 los recintos eclesiásticos eran territorios en los que el Estado no poseía autoridad, y por tanto, salvo que tuviera la orden eclesiástica pertinente la asamblea se podría realizar a resguardo de la Policía. O eso creían al menos, porque los agentes, siendo conscientes de que no podían entrar, decidieron romper las ventanas y disparar al interior botes de humo, gases lacrimógenos, pelotas de goma y balas. El gentío que se encontraba en la abarrotada iglesia trató de salir como podía de aquel recinto en el que a duras penas se podía respirar, pero se encontraron en el exterior con las fuerzas del orden que no dudaron en usar toda la fuerza de la que disponían. Tal y como describe uno de los mandos policiales, en la citada transcripción, “esto es una batalla campal (…) es la guerra en pleno, se nos está terminando la munición, las granadas, y nos están liando a piedras”. De fondo de esta conversación se distinguen disparos de metralleta, gritos y bocinas de coches, que mediante el pañuelo blanco que ponían en las ventanillas señalaban que acudían a los hospitales a trasladar a los centenares de heridos.

Cinco muertos El saldo más triste, las cinco personas que aquella fatídica tarde del 3 de marzo de 1976 perdieron la vida a manos de las fuerzas del orden. Un cuerpo de seguridad que no dudó en mostrar y demostrar que aun habiendo muerto Franco, la larga sombra del franquismo seguía muy presente y que si bien, en teoría, se había dado inicio a ese periodo conocido como Transición a la Democracia, el camino que habría que recorrer para llegar a ella iba a ser largo, duro y, por desgracia, sangriento.

Las calles que aquella tarde se tiñeron de rojo, pasados dos días se vistieron de negro para acoger al gentío que asistió al funeral celebrado por los fallecidos. Bajo la atenta y desafiante mirada de la Policía, la tensa calma que caracterizó aquel periodo se fusionó con el dolor de aquellos ciudadanos que ni tan siquiera pudieron reclamar responsabilidades políticas ni policiales. Aunque el auditor militar que llevaba el caso consideró que los hechos producidos por la Policía Armada “eran constitutivos de un delito de homicidio, conforme con el artículo 407 del Código Penal” al no haber podido determinar quiénes fueron los autores concretos de los disparos, el sumario fue sobreseído. Al igual que también quedaron impunes los responsables políticos, como el entonces gobernador civil que emitió la orden de desalojo, Rafael Ladin Vicuña; el ejecutor del mando operativo de la dotación policial, Jesús Quintana Saracibar; el que fuera ministro de Gobernación, Manuel Fraga Iribarne, o el entonces ministro de Relaciones Sindicales, Rodolfo Martín Villa.

Si bien es cierto que penalmente hablando en aquel momento no hubo justicia, posteriormente, de la mano de la Asociación de Víctimas del 3 de Marzo se reabrió el caso y el Gobierno vasco concedió la condición de víctimas a los fallecidos. Recientemente, la jueza argentina María Servini reabrió el caso para esclarecer los sucesos.

Repercusión política La tarde del 3 de marzo de 1976, poco antes de que la Policía desalojara la iglesia, se reunía la Comisión Mixta Gobierno-Consejo Nacional para tratar el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas. Estaban en aquella reunión, entre otros, Alfonso Osorio (ministro de la Presidencia), Adolfo Suárez (como ministro de la Gobernación, sustituyendo a Manuel Fraga que se encontraba en Alemania), Rodolfo Martín Villa (ministro Relaciones Sindicales) y el propio Arias Navarro (presidente de Gobierno). Terminada la reunión, con la batalla de Vitoria en marcha, Adolfo Suárez, como ministro de Gobernación en funciones, acudió al despacho para tomar el mando de la situación. Poco tuvo que hacer, salvo enviar un nuevo mando operativo a la ciudad y disuadir a un desbordado y dubitativo Arias Navarro de decretar el estado de excepción en la capital alavesa; que lejos de mejorar la situación, haría ver que el nuevo Gobierno no era capaz de mantener el orden en el país.

Este hecho no quedó como una simple anécdota, no al menos para uno de los personajes clave y determinante de este periodo, el rey Juan Carlos. Este pronto comenzó a juzgar la actuación de los personajes que se encargarían de llevar el rumbo de la nueva política y por ello, cuando tuvo ocasión de hablar con el ministro Osorio, de gran confianza para el monarca, no dudó en preguntarle por la actuación de Adolfo Suárez. Osorio, como ya lo hicieran otros ministros, resaltó la buena actuación del que entonces era ministro Secretario General del Movimiento, destacando además su capacidad de liderazgo en una situación tan complicada como la de aquellas jornadas.

El rey se fijó y vio en aquellos días la figura que sería la pieza visible del cambio de gobierno que conduciría a la democracia: Adolfo Suárez. El Gobierno de Arias Navarro, el primero de la Monarquía, se hallaba desbordado por las continuas pugnas políticas, crisis económica y conflictividad laboral y por ello cada paso que daba se analizaba con minuciosidad. Sin embargo, se vio que los pasos que daban iban en dirección contraria adonde se dirigía la política nacional. Debemos recordar que las huelgas del 3 de marzo no solo suponen un punto de inflexión en una tendencia huelguística en alza, sino que también es el trimestre con mayores movilizaciones y mayor conflictividad laboral, con más de 17.000 huelgas.

Los trabajadores gasteiztarras con la lucha de esos escasos tres meses demostraron que la organización sindical impuesta por el franquismo estaba obsoleta y que una nueva y diferente forma de organización y representación laboral era posible, viable y efectiva. Dejaron claro también que el pueblo quería participar en la vida política y que a partir de ese momento sería pieza fundamental del juego político. Hicieron ver además que los métodos y formas utilizadas por la Policía, y los mandos recibidos, seguían siendo iguales que en el periodo precedente, dejando ver que la larga sombra del franquismo seguía muy viva y habría de ser apagada con la luz de la democracia. Con todo, se vio que, el primer Gobierno de la Monarquía, y en especial su presidente Arias Navarro, era incapaz de liderar un país que reclamaba el cambio y no la continuidad del legado franquista.

Celebrados los funerales, aprobada una nueva ley sobre la regulación del derecho de asociación política y celebradas las pertinentes reuniones, los trabajadores volvieron a sus puestos de trabajo. Mientras que unos ficharon en sus puestos habituales, Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo y Bienvenido Pereda lo harían en el libro de la historia, en las páginas negras del sombrío capítulo de la Transición.