Siguiendo la estela de las mentiras de Franco

Un mojón conmemorativo nazi evidencia aún en Eskoriatza que los alemanes fueron aliados de Franco en la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

La mentira tiene las patas cortas y la historia pone a cada mentiroso en su lugar. Es el caso de la negación «oficial» de que la Alemania nazi participó aliada con el bando golpista de julio de 1936 contrario a la Segunda República. Franco, por ejemplo, mintió al señalar a los mineros asturianos y republicanos vascos como autores de la destrucción de Gernika el 26 de abril de 1937, cuando se acabó demostrando que la Luftwaffe ejecutó el bombardeo contra la villa vizcaina junto a pilotos fascistas italianos, y tras el beneplácito de los militares españoles sublevados.

«La España sublevada negó su responsabilidad y su autoría en estos hechos. Tras la guerra, se reconstruyeron edificios encima de las ruinas, pero todavía permaneció una materialidad que evidencia la participación nazi en el conflicto: las estelas de los caídos alemanes en combate», detalla el investigador de la UPV/EHU e integrante de la iniciativa memorialista Memoria Gara de Gasteiz, Josu Santamarina (Urrunaga, 1993).

Y la evidencia continúa ahí. Aún hoy se conservan vestigios materiales de la Legión Cóndor sobre suelo vasco. El ejemplo más claro es una estela alemana que -esto es importante- «por decisión popular», se mantiene en la zona de Zarimutz, un barrio de Eskoriatza. «Quizás en estos días ya es la última y hay que dejar claro que el vecindario decidió que siga ahí. Son importantes las decisiones colectivas a la hora de ver qué hacer con estos símbolos», pide tranquilidad Santamarina, y lo argumenta de la siguiente manera: «Yo estoy a favor de quitarlos, pero decidido en proceso colectivo, me revienta que haya decisiones técnicas o clandestinas con alevosía que los revientan. Deberían poder guardarse y mostrarlos contextualizados en un lugar cerrado».

En el caso de la estela de Zarimutz, el historiador alavés incide en pedir cautela: «El pueblo ha pedido que esté ahí y aunque es una estela que recuerda a un piloto nazi, estiman que es algo que ocurrió en el lugar y que hay que recordarlo quitándole todo significado de loa», defiende en declaraciones a DEIA. Santamarina es coautor de un estudio titulado con humor: ¿Qué hace una estela nazi como tú en un pueblo abertzale como este? Los vestigios materiales de la Legión Cóndor en el País Vasco. La investigación la firmó junto a Xabier Herrero.

El capítulo histórico de lo sucedido aquel 1 de abril de 1937 en Zarimutz es conocido. Son muchos los autores que han recordado el suceso en el que un piloto de la Legión Cóndor era derribado y ametrallado mientras saltaba en paracaídas. Junto a la de Zarimutz han sobrevivido hasta hace breves fechas otras estelas germanas en Urbina -eliminada en 2018- y Larrabetzu. «El caso de Urbina fue curioso porque es un pueblo muy combativo, muy militante», rememora el investigador alavés quien evoca que fueron tres los artilleros gravemente heridos el 31 de marzo y poco después fallecidos.

La muerte de los efectivos alemanes que conmemoran estos memoriales está relacionada con la ruptura del frente al inicio de la campaña en Euskadi. Fuera de este episodio, otra estela ubicada en Larrabetzu -hoy guardada- conmemoraba la muerte del sargento August Wilmsen, abatido tras recibir un disparo al arrojarse en paracaídas, el 1 de junio de 1937.

Santamarina recuerda que «estos vestigios demuestran que los nazis sí estuvieron aquí durante la guerra. Son casos que hablan del carácter incómodo de una materialidad que, si bien homenajeaba a miembros del bando ganador y por lo tanto pertenecía al paisaje de la victoria, evidenciaba una realidad negada: la decisiva participación de la Legión Cóndor en el bando de Franco», pormenoriza el miembro de Memoria Gara, una plataforma ciudadana que ha conmemorado esta semana las jornadas Martxoak 3, relativas a la matanza de Estado ocurrida en Gasteiz aquella fecha de 1976.

«Testimonio vivo» El historiador alavés pide una reflexión porque acabada la guerra, el Estado totalitario de Francisco Franco continuó rindiendo homenajes a la Legión Cóndor. Incluso con posterioridad a 1945, cuando el nazismo había sido derrotado en toda Europa. Hoy, 75 años después de aquel tributo, y casi 84 del golpe de Estado, el caso de la estela nazi de Zarimutz continúa confirmando la actuación de la fuerza aérea alemana al servicio de los generales Mola o Franco.

«Estas estelas son el testimonio vivo del recurso permanente a la violencia y a la mentira que fue un pilar fundamental en la dictadura de Franco» -concluye Santamarina-, «siendo evidencias empíricas que refutan frontalmente las tesis revisionistas que ocasionalmente se intentan imponer». Y es que tal y como dejó escrito el investigador británico Laurence Rees, «la historia no da lecciones ni se repite, solo advierte».

La lucha con la bata blanca

José Luis Arenillas fue jefe de la Sanidad Militar de Euzkadi durante la Guerra Civil; murió fusilado tras dedicar su vida a la lucha por la democracia y la atención a los heridos

Reportaje de Aritz Ipiña Bidaurrazaga

José Luis Arenillas Ojinaga es sinónimo de lucha y compromiso en el ámbito político y sanitario. Trabajó a favor de la obtención de derechos sociales para las clases trabajadoras vascas y, a partir de 1936, en la lucha contra los fascistas sublevados que asolaron Euskal Herria. Último jefe de la Sanidad Militar de Euzkadi pagaría con su vida, al ser fusilado por los franquistas, el haber luchado como médico a favor de la libertad y la democracia de Euzkadi y de la Segunda República.

Hijo de Ana Ojinaga y Eladio Arenillas, José Luis nació el 2 de marzo de 1903 en Bilbao. Tenía al menos un hermano pequeño, José María. Su madre fue maestra municipal del Ayuntamiento de Bilbao en las escuelas de párvulos de Atxuri, Marzana, y Cortes. El hecho de que su familia estuviera en contacto con las clases más populares de la villa y ver cuán duro era su día a día marcó el carácter de José Luis Arenillas, ya que siempre se preocupó por el bien de los demás y, más concretamente, el de los niños y niñas. Prueba de ello es que, una vez que se licenció en Medicina atendía gratuitamente a los hijos e hijas de las prostitutas en el barrio de las Cortes.

Desde 1932 hasta su disolución en 1935 fue militante de Izquierda Comunista de España. Este partido era la sección española de la Oposición de Izquierda Internacional liderada por León Trotski. En 1935, junto con su hermano José María, participó en la fundación del POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, y fue elegido miembro de su Comité Central. Colaboró en el órgano del partido, La Batalla, con diversos artículos y ensayos relacionados con la cuestión nacional vasca y la lucha de clases.

Fue sumamente crítico con el nacionalismo vasco, pero Arenillas no fue menos crítico con aquellas teorías que rechazaban las aspiraciones nacionales vascas por confundirlas con el cuerpo programático del reaccionarismo católico del PNV. “Para la clase obrera, el apoyo a los movimientos nacionales descansa en una necesidad histórica evidente (…), la existencia de EUZKADI NACIÓN. El País Vasco es un hecho social evidente e ineludible pues reúne un conjunto de particularidades que le diferencian, por ejemplo, de Castilla y Andalucía. Euzkadi es un país de capitalismo industrial que posee una lengua milenaria, una cultura, un carácter nacional y demás elementos constitutivos de una nación”.

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 cambió radicalmente la vida de José Luis Arenillas. Un día después, su compromiso en defensa de la democracia y su oposición al fascismo se hizo evidente. Salió voluntariamente de Bilbao y partió a Otxandio como médico en una columna republicana. Su labor en el frente de Otxandio-Ubidea fue encomiable según los testigos de la época.

“Aquel muchacho lleno de juventud, de tinte moreno, con cazadora de cuero, pantalón gris y abarcas navarras, de mirada noble que atravesaba sus gafas, de enérgica y potente voz, consiguió en pocos días organizar un servicio sanitario completo”. Tres días después de su llegada al frente, la aviación sublevada bombardeó Otxandio que celebraba sus fiestas, dejando en la plaza Andicona 57 muertos, la mayoría niños, y numerosos heridos. El médico municipal del pueblo, José Antonio Maurolagoitia, y José Luis Arenillas fueron los responsables de socorrer a los heridos. Arenillas organizó la evacuación de heridos, que debió de ser extraordinaria, ya que en pocos minutos solo quedaron en la plaza los cuerpos de los muertos, logrando salvar a numerosas personas.

Su labor organizadora llegó a oídos de José Antonio de Aguirre, que fue nombrado lehendakari el 7 de octubre de 1936. Una semana después, el 13 de octubre, el doctor Fernando de Unceta fue designado Jefe Superior de Sanidad Militar. El staff del cuerpo lo completarían Ceferino de Jemein, secretario general; José María Bengoa, secretario particular, y José Luis Arenillas, inspector general de Sanidad Militar, nombrado directamente por el propio lehendakari Aguirre.

La Sanidad Militar estuvo formada por más de 4.000 personas, de las que tenemos identificadas y clasificadas en estos momentos a más de 2.400. Entre ellas encontramos médicos, practicantes, enfermeros y enfermeras, camilleros, acemileros, conductores de ambulancias y vehículos, cocineros o encargadas de la limpieza. Las competencias de Sanidad Militar abarcaban los servicios sanitarios hospitalarios de vanguardia y retaguardia, los servicios médicos en los batallones, los centros de venereología o epidemiología, los servicios antigás, los tribunales médicos-militares o la intendencia sanitaria, entre otros.

Como inspector general de Sanidad Militar, Arenillas tuvo que lidiar con múltiples responsabilidades. Sobre él recayó el nombramiento del personal sanitario de los batallones, organizar la inspección sanitaria de los cuarteles donde se alojaba la tropa y ordenar la evacuación de hospitales.

El 14 de junio de 1937, con el Cinturón de Hierro roto y con las tropas franquistas cerca de Bilbao, se produjeron una serie de deserciones en el Cuerpo de Ejército Vasco. Varios altos responsables políticos y militares huyeron de noche con alevosía en un barco fletado para civiles a Francia, encontrándose entre ellos el jefe superior de Sanidad Militar, Fernando Unceta.

La caída de Bilbao La huida de Unceta supuso un duro golpe para la moral de los responsables de Sanidad Militar, ya que mientras estos, entre los que se encontraba Arenillas, luchaban desesperadamente por organizar evacuaciones de heridos a Santander o a Francia y replegar material sanitario hacia el oeste, su máximo responsable huía escondido entre mujeres y niños.

La conquista de Bilbao y las poblaciones cercanas a partir de mediados de junio de 1937 destrozó la Sanidad Militar de Euzkadi, ya que a la pérdida de los grandes hospitales situados en la capital había que añadir también los hospitales de retaguardia donde se recuperaban los heridos. La carencia de material sanitario, como por ejemplo vehículos, equipos quirúrgicos o gasas fue una constante hasta la rendición en Santoña.

A esto había que añadirle también la pérdida de capital humano. Muchos sanitarios destinados a batallones o a hospitales fueron capturados o desertaron durante estos días, por lo que hubo que reorganizar nuevamente el servicio de Sanidad Militar, recayendo este deber en José Luis Arenillas, que fue ascendido el 16 de junio a jefe de Sanidad Militar y adscrito al Estado Mayor del Ejército.

El mismo 19 de junio, fecha de la ocupación de Bilbao, abandonó la capital, habiendo redactado una orden general reorganizando lo que quedaba de Sanidad Militar. Su primera medida fue la de nombrar nuevos responsables sanitarios de las cinco divisiones, inspectores higiénicos, cirujanos, jefes de odontología, farmacia, ortopedia, otorrinolaringología… Las órdenes sobre estos fueron claras, debido fundamentalmente a lo urgente de la situación: “A todos los designados jefes de sección hago responsables del funcionamiento de los servicios que se les encomienda, dejándoles amplia libertad para desarrollar sus iniciativas”. También se crearon dos zonas hospitalarias ubicadas en Sopuerta, donde se situó la nueva jefatura, y Karrantza. Esta orden general terminaba con una breve frase que resume la situación crítica en la que se encontraba Sanidad Militar y el carácter de su nuevo responsable: “Por razones de humanidad, excito (sic) a todos a que extremen su celo en el cumplimiento de su deber, haciendo esfuerzos sobrehumanos para lograr la debida articulación de los servicios de Sanidad, cuyos elementos, actualmente dispersos y desmoralizados, deberán reajustar rápidamente en persecución de los fines que se indican”. Gran parte de la labor desarrollada por Arenillas, entre el 19 de junio y finales de agosto, consistió también en organizar la evacuación de heridos a Santander y Francia, y solicitar que llegase nuevo material sanitario o higiénico. La meticulosidad de su trabajo queda reflejada en los abundantes listados de heridos de los que disponía, así como de médicos disponibles o que habían desaparecido tras la captura de Bilbao. Esta labor debió de ser extenuante, ya que en las fotografías disponibles de él se aprecia un gran desgaste físico.

Capturado en la mar José Luis Arenillas fue capturado por los franquistas en alta mar tras partir de Santoña de una forma reglamentaria, debido a su cargo en el Estado Mayor del Ejército. Fue conducido a la cárcel de El Dueso y allí juzgado sumariamente junto a otros compañeros. En una farsa de juicio, fue acusado de ser el fundador del POUM en Bizkaia y ser el jefe de Sanidad Militar, hechos que con gran dignidad nunca negó, es más, manifestó que el propio José Antonio de Aguirre le había nombrado inspector general de Sanidad. El 16 de septiembre de 1937 fue condenado a muerte.

Juan de Ajuriaguerra, presidente del BBB, realizó un pacto con Arenillas en la cárcel de El Dueso: si uno de los dos era fusilado debía de hacer lo posible para preparar su última entrevista. Ambos se reunieron el 17 de diciembre, hablaron de sus vidas, de su pasado y de su derrota. Ajuriaguerra le habló de Dios y del más allá, pero Arenillas le manifestó que no podía renegar de lo que había sido su camino durante gran parte de su vida y le contestó que convertirse ahora, agachar la cabeza ante ese Dios, sería como reconocer que había engañado a esos queridos camaradas que le habían seguido. Ajuriaguerra le manifestó: “Cuando le vayan a matar, acuérdese de mí. En ese momento estaré rezando por usted”.

Tras ello le entregó una carta. En ella además de transmitirle que moría satisfecho de haber cumplido con mi deber como hijo de Euzkadi y adicto a la causa de los trabajadores, le pedía que cuidase de su madre de 65 años, Ana Ojinaga Madariaga, maestra municipal destituida del Ayuntamiento, que le diese aliento esperando que apareciese su hermano José María Arenillas, asesinado supuestamente por miembros del PCE en Asturias, y que hiciese llegar estas breves líneas a su mujer en Francia, ya que sin duda le servirían de consuelo en su desgracia.

El 18 de diciembre de 1937, José Luis Arenillas Ojinaga, de 34 años, fue fusilado en el cementerio de Derio, satisfecho con el trabajo desempeñado hasta su captura, dejando una madre en el exilio y destituida, un hermano asesinado en Asturias y lo más duro de todo, una mujer embarazada en Francia.

El carcelero cómplice de Salvador Puig Antich

De origen navarro, Jesús Irurre gritó “¡Franco, hijo de puta, asesino!” al acabar la ejecución de su amigo anticapitalista en la cárcel Modelo de Barcelona

Un reportaje de Iban Gorriti

El 2 de marzo se cumplirán 46 años de la ejecución de Salvador Puig Antich, miembro del Movimiento Ibérico de Liberación (MIL), en la cárcel Modelo de Barcelona. Fue la última persona muerta por medio del garrote vil en el Estado. El día de la consumación, Jesús Irurre fue una de las “casi quince personas” que estuvieron a su lado. Ante el cuerpo sin vida, gritó: “¡Franco, hijo de puta, asesino!”. En la famosa película Salvador, que cumple quince años, le dio vida el actor Leonardo Sbaraglia.

Aquel carcelero, que tenía entonces 23 años y hoy 69, tiene ascendencia navarra. Su padre, también funcionario de prisiones, era natural de Iruñea. En el caso de Jesús, nació en Tetuán, entonces protectorado español. “Mi apellido es el nombre de un pueblo de Navarra en el que he estado dos veces y conocido su historia. De hecho, allí me dijeron que no queda nadie que se apellide así”, relata a DEIA desde Valencia, donde reside este sindicalista de CC.OO.

Valla reivindicativa de la época en Bruselas. Foto: Crai-Biblioteca Pavelló República (UB)

Casi medio siglo después, aún se emociona al hablar de Puig Antich, quien fue detenido el 25 de septiembre de 1973 y condenado a muerte por el (supuesto) homicidio del subinspector del Cuerpo General de Policía en Barcelona, brigada anti-atracos, Francisco Anguas, de 24 años, durante un tiroteo que se produjo en el operativo de su detención junto a otros miembros del MIL. Se acabaría demostrando que la bala que mató a Anguas no era de las dos pistolas que portaba el anticapitalista. “Salvador era muy humano, de ideología anarquista. Un luchador que quería hacer el bien a los demás”, valora el funcionario de prisiones jubilado.

La vida de Irurre, como él mismo confirma, cambió al conocer al ideólogo catalán: “Yo era el típico carcelero duro, y con él me fui haciendo de izquierdas”. Se hicieron amigos gracias a un balón que cayó a su lado y que Puig Antich había tirado a canasta. “Allí solo había una cesta y me puse a lanzar unos tiros con él, y poco a poco entablamos amistad. Me abrió los ojos en un sistema represivo cuando él iba a morir” por dos penas de cárcel.

Irurre pasó de jugar al baloncesto con el preso a entrar en su chabolo, prohibido. “No era muy abierto, no contaba mucho, pero me hablaba de ideologías. Era un tipo culto. De hecho, me recomendó un libro de psicología infantil debido a que mi hijo escribía la e al revés. Su hermano era psiquiatra”, aporta.

Y una ayuda más: Le metía un transistor pequeño para que oyera su música favorita. “¡Me la jugaba! Le gustaba oír a Patxi Andión, a quien llegué a conocer allí mismo porque vino a rodar una película con Concha Velasco y yo hice el papel que nadie quería, el de carcelero. Con él también hablé de Salvador. Es una pena que haya muerto hace poco”.

Día a día, llevaba a casa los libros del libertario e iba tomando conciencia contra el Estado antidemócrata que agonizaba como el mismo Franco, que moriría ocho meses después. Se convirtió en el primer presidente del Sindicato Demócrata de Prisiones. “Era clandestino y, al disolverse, pasé a CC.OO. Quería luchar desde dentro”, apostilla quien se quedó con uno de los libros de Salvador. “Lo robé tras su ejecución. Lo guardo en mi casa: La función del orgasmo de Wilhem Reich”. De hecho, asegura que, el día que mataron a su amigo mediante aquel procedimiento que rompe la garganta del condenado, solo dos de los presentes “gozaron con su muerte”. “Solo dos eran franquistas como tal, uno un tal Pepe. Yo lo pasé de pena y grité”.

Un exmiembro del MIL no creyó que en aquel momento Irurre gritara “¡Franco, hijo de puta, asesino!”. Jesús le responde: “Sí lo hice. Y un compañero a todo correr me metió en un departamento y me dijo: ¡Gilipollas, qué estás haciendo!”. Comprendo que le sorprendiera que no pasara nada, pero vivimos un capítulo terrorífico. Yo tenía luego pesadillas. Lo curioso es que él pensaba que lo iban a fusilar, y al ver el garrote…”.

Salvador había confesado tanto a su abogado (que pidió al Papa su liberación) como a sus hermanas o a Irurre que “ETA me ha matado”. El preso hacía referencia a que el atentado de la organización contra Carrero Blanco motivó venganza y los franquistas lo condenador a dos penas de muerte y lo ejecutaron como también a un alemán en Girona.

el efecto de eta Consultada al respecto, Inma Puig Antich, hermana de Salvador, asiente. “Después del atentado a Carrero Blanco, en cuanto pudimos ver a Salvador, nos dijo esta frase: Esa bomba también me ha matado a mí. Él fue una cabeza de turco: lamentablemente estaba en el momento y en el lugar adecuado y el franquismo no tuvo piedad. De todas formas, Salvador nunca quiso sentirse mártir de nada”, subraya.

Irurre prevé editar un libro en el que narrar su bagaje en las prisiones en que ha trabajado, las fotos que sacó de forma clandestina -“por desgracia, ninguna con Salvador”-y detallar las veces que ha sido expulsado del cuerpo y “han tenido que readmitirme al ganar todos los recursos”, subraya quien trabajó en cárceles de Melilla, El Puerto de Santa María -“días después a que El Lute se fugara”-, Barcelona -“donde conocí a Albert Boadella de Els Joglars”-, Málaga, Eivissa y Valencia. “En el Puerto coincidí con dos de ETA muy conocidos entonces, uno de ellos José María Dorronsoro”, dice.

Irurre estima que sus antecesores “quizás sabían hablar euskara; no era el caso de mi padre”. Y recuerda un capítulo que vivió con nervios en Euskadi. “Me llamó Beristain para dar una charla en la Universidad de Donostia. Tuve esa suerte, pero fui asustadillo no sabiendo cómo me podrían recibir. La ponencia fue sobre la reforma penitenciaria. No pasó nada”.

Bilbao 1983: destrucción y catarsis

Las inundaciones de 1983 dejaron a Bilbao y Bizkaia bajo un manto de lodo y destrucción del que sus ciudadanos supieron salir a base de mucho trabajo y solidaridad

Un reportaje de Luis Bilbao Larrondo

En los días posteriores a las inundaciones, en sus ediciones especiales, los periódicos bilbainos publicaron que entre la media tarde del viernes 26 y las primeras horas del sábado 27 de agosto de 1983, tuvo lugar la mayor catástrofe de la historia de Bilbao y que este hecho quedaría impreso en la mente de los vizcainos.

Describieron los medios, con todo lujo de detalles, cómo las lluvias torrenciales se fueron trasladando desde Gipuzkoa a Bizkaia, de este a oeste, en un recorrido de destrucción y muerte. Bilbao, mientras disfrutaba de sus fiestas, quedó, en tan solo unas pocas horas, completamente aislada. La ría se desbordó en ambas márgenes. En El Arenal el agua arrasó las txosnas, llevándose toda clase de equipos estereofónicos y electrodomésticos de grandes dimensiones. Incluso reventó las puertas de metal del mercado de la Ribera y arrastró dirección al mar sus cámaras frigoríficas.

Una cascada impresionante descendía desde el Monte Arraiz, arrasando con todo a su paso. Unos 5.000 vehículos habían quedado anegados en la autopista Bilbao-Behobia y el túnel de Malmasin se había convertido en un río. En Matiko se produjeron avalanchas de tierra que arrastraron todo tipo de piedras y materiales por las laderas. El vestíbulo de la Estación del Norte era una inmensa cascada y las vías del tren eran en realidad un río canalizado hasta el centro de Bilbao. Los ríos vizcainos empezaron a desbordarse de sus cauces, se cortaron las carreteras por los continuos desprendimientos de tierras, los vehículos quedaron totalmente inmovilizados, lo que provocó un colapso total. Mercabilbao había quedado completamente inundado. Desde el Valle de Ayala a Bilbao numerosas industrias ubicadas en las orillas del Nervión quedaron completamente devastadas en unas pocas horas. Bilbao se quedó sin comunicaciones, sin medios de transporte, sin gas, sin luz, sin agua, y miles de bilbainos, sin vivienda. Un periodista manifestó que Bizkaia se había convertido en un gran mar plagado de pequeñas islas.

¡Que nadie salga! Se transmitieron durante esas angustiosas horas, constantes avisos por radio y megafonía pidiendo a la gente: “¡Por favor que nadie salga de casa! ¡Aléjense de Bilbao! ¡Manténganse fuera de Bizkaia! ¡Que nadie se acerque!”. La incomunicación fue tanto física -desprendimientos de tierra, carreteras desaparecidas, rotura de puentes, inundaciones de túneles, fábricas arrasadas-, como mental -llegaban consignas de que nadie se aproximase a la villa ni a la provincia, porque, de lo contrario, podría suponer su fin-, produciendo una sensación en el bilbaino, en el vizcaino, de aislamiento y soledad.

Una oscuridad como nunca antes había conocido Bilbao se apoderó de toda la villa. De repente, apareció un ataúd que era arrastrado por las aguas del Nervión. Muchos lo tomaron como un hecho premonitorio de lo que estaba sucediendo. Las lunas de los vehículos no dejaban de estallar y las casas de crujir, a lo que se unía el estrépito producido por los coches arrastrados por las aguas, al chocar entre sí o contra las viviendas. En Sendeja, Esperanza y Askao, hubo casas que, por la fuerza de las aguas, quedaron completamente destruidas.

La oscuridad de la noche se vio únicamente interrumpida por las luces de las velas que se vislumbraban por algunas ventanas, por las de las linternas de los socorristas y por los rayos que caían de vez en cuando sobre Bilbao. También se sumaban a estos, otros sonidos a los que no estaban acostumbrados los bilbainos, los producidos por los gritos de auxilio de la gente; unos pedían socorro para que les ayudasen a bajar de los tejados; otros, simplemente, gritaban: “¡Queremos vivir!”.

La poca gente que aún caminaba por las calles se agolpaba en las aceras, tan curiosas como perplejas, tratando de llegar a sus casas. En las calles Cortes y San Francisco no había ruidos, ni palabras, ni música ni luz, todo lo cual no suscitaba ningún atisbo de confianza cuando se veían las caras los vecinos. Un silencio ensordecedor se palpaba en todas las callejuelas. Una psicosis de catástrofe lo inundaba todo. Aquellas calles eran sitios inhóspitos. Cada esquina, cada sombra, generaba incertidumbre.

El informe técnico del Ayuntamiento de Bilbao del domingo 28, señalaba cómo habían quedado los barrios de Bilbao: el Casco Viejo, anegado por el barro y todo su comercio destruido. Rekaldeberri había quedado inundado de lodo y destrozado -la tierra, la chatarra y los coches averiados cubrían las calles-, lo que había arruinado a talleres y a empresas. Los desprendimientos de tierras eran toda una estampa en la carretera a Larraskitu y el camino de Iturrigorri, con muchas casas en peligro de derrumbarse. Bilbao La Vieja se encontraba en estado catastrófico. Las unidades del ferrocarril del muelle de Ibeni estaban volcadas en la ría. El muelle de Urazurrutia tenía levantada la calzada 200 metros y varias viviendas estaban a punto de derrumbarse. Además, los vehículos se encontraban destrozados, apilados y cubiertos de barro. En Atxuri, las calles estaban invadidas de barro y de escombros. El acceso al alto de Miraflores estaba interrumpido por el desprendimiento de tierras; el muelle de Uribitarte, lleno de lodo, así como todo el Campo Volantín, incluido los hoteles Nervión y Conde Duque que habían quedado totalmente inundados. Elorrieta estaba inundada, incluso había desaparecido el embarcadero Lutxana Zorrotzaurre. En la Vía Vieja de Lezama hubo varios corrimientos de tierras, así como en la carretera de Zorrotza a Kastrexana, al igual que en Camino de la Estación, en camino de la Ventosa y en la avenida Montevideo. En los accesos a la villa, desde la autovía a la avenida de Zumalakarregi, los bloques de asfalto estaban levantados, todos los semáforos de la Gran Vía estaban derribados y se había cortado la carretera de Ibarsusi a Otxarkoaga, barrio que había quedado arrasado por la fuerza de las aguas. En la zona de Larraskitu-Peñaskal los derrumbamientos de tierras provocaron hasta cuatro metros de altura de rocas y escombros. Las familias más humildes de Bilbao lo habían perdido todo. De hecho, en el Peñaskal solo había rabia y desolación. Sus habitantes se habían quedado sin lágrimas de tanto llorar. Atrás quedaban los años de lucha, reivindicando vivir bajo unas condiciones dignas. Los medios de comunicación sostenían que en los barrios pobres de Bilbao se había desatado el infierno.

Acto seguido se publicaron toda una serie de palabras que se repetían reiteradamente en los distintos medios de comunicación: “Imagen dantesca, situación dramática, catástrofe sin precedentes, aspecto desolador, escena desgarradora, sensación de terror, devastación, flotaban los cadáveres, olor apestoso, miedo, pánico, terror, incertidumbre, psicosis, apocalipsis, nervios, tensión, rabia, desolación…”, o frases tales como “las cercanías a la ría eran lo más parecido a los restos de una ciudad en guerra”.

Cierre de empresas Los efectos, según la prensa, se dejarían sentir en muchas empresas; de hecho, algunas de ellas no pudieron reiniciar su actividad, quedando cerradas para siempre. Las autoridades dieron otras cifras, 34 muertos, 500.000 millones de pesetas de pérdidas y 26.000 puestos de trabajo perdidos.

La ayuda llegó desde todo el Estado. Miles de voluntarios llegaron desde los pueblos de ambas márgenes de la ría. Unos lo hicieron en camiones; otros, en autobuses. También lo hicieron desde Araba, Gipuzkoa y Nafarroa. Además de todas las fuerzas de la administración, tanto estatal como local… estaban las cuadrillas de limpieza, con las comparsas a la cabeza, en las que predominaban los jóvenes, sin miedo al barro, ni al olor putrefacto, con la única protección de las mascarillas de papel o cartón. Entre ellos había estudiantes, oficinistas, camareros y parados. El popular payaso Tonetti y los artistas de su circo, que se hallaban en Bilbao por sus fiestas como todos los años, bajaron al Casco Viejo para ayudar en las tareas de limpieza.

Las emisoras de radio lanzaban mensajes para recabar materiales de primera necesidad, medicamentos, agua potable y potitos para niños. Se habilitaron comedores, camas y se distribuyeron ropas en colegios y en casas particulares, en donde fueron acogidas miles de personas. Hubo propietarios de bares y restaurantes quienes, al encontrarse sin electricidad en los congeladores, cocinaron todo lo que tenían almacenado y regalaron a esos centros improvisados kilos y kilos de alimentos recién cocinados.

La prensa sostuvo que en los bilbainos se despertó su lado más humano. Pero tan humano era un lado como el otro, porque mientras unos ayudaban desinteresadamente, con una gran solidaridad ciudadana, acogiendo a las familias desamparadas, mostrando un civismo maravilloso; otros, en cambio, se dedicaban al robo y al pillaje, asaltando lo mismo comercios que casas particulares. Una vez descendieron las aguas, en el kiosco de El Arenal apareció Marijaia, medio enterrada entre los escombros, los desechos y unos hierros torcidos, toda despeinada, rota y con los ojos desencajados.

En esos momentos, mientras unos bilbainos, muy nerviosos, deambulaban, buscando agua, alimentos y noticias, otros, ayudaban en las labores de limpieza. Muchos de ellos, mientras lo hacían, no dejaban de mirar al cielo. Lo hacían cada poco tiempo. Se podía vislumbrar en sus miradas -según palabras de alguno de los allí presentes-, un enorme temor a que volviera a llover, cuando un haz de luz apareció tímidamente entre aquellos nubarrones cargados de incertidumbre. Una luz que proporcionó una pequeña tregua y cierta esperanza a la que aferrarse. No fue más que un anhelo, uno más, y al mismo tiempo, una única frase se repetía en voz baja entre los allí presentes: “Bilbao resurgirá de sus cenizas cual ave fénix”.

Maritxu Anatol, el último eslabón de la Red Comète

Eisenhower y Marshall reconocieron el valor de esta mugalari por pasar a 113 aviadores y 39 judíos de Iparralde a Hegoalde durante la II Guerra Mundial

Un reportaje de Iban Gorriti

El viernes hubiera cumplido 111 años. De talante especial y sin afiliación ni simpatía a siglas políticas o sindicales, María Anatol Aristegi murió a los 72 años, «vieja, ciega, reumática», como ella se autocalificaba, «pero con las botas puestas y la cabeza bien alta». Todo ello, después de que pasara la muga de Iparralde a Hegoalde a «113 aviadores y 39 judíos», según declaró a Vicente Escudero en DEIA en 1978. Falleció tres años después: «Mi testamento ya está escrito. No quiero funeral ni entierro. Tampoco que escriban epitafio alguno en mi tumba», manifestó quien nunca tuvo ni sintió «miedo por nada».

Tan desentendida en su último aliento como generosa en su vida de aventura diaria, aquella bronca mugalari de Irun formó parte de la histórica Red Comète, organización franco-belga que germinó en Bruselas en 1940 con el fin de evacuar a combatientes aliados perseguidos por los nazis, y que podría traducirse libremente como camino a la libertad.

El objetivo de esta organización clandestina-defiende el historiador Juan Carlos Jiménez de Aberasturi- era poner a salvo a estas personas con ayuda de embajadas y servicios aliados en España, hasta Gibraltar. La meta final, tras atravesar la Europa ocupada, era Euskadi para el paso generalmente a través del Bidasoa. Allí, «un grupo de vascos de ambos lados de la muga colaboró en esta etapa final del peligroso viaje», resume.

Anatol tenía doble nacionalidad. Era hija de un hombre de Behobia (Lapurdi) y una mujer de Irun (Gipuzkoa). Poseían una agencia de aduanas. Tal como señala Iñaki Rodríguez, en la enciclopedia Auñamendi, aquella joven tuvo un hermano ingeniero, otro cura y un tercero galardonado por sus investigaciones químicas. Inventó el medicamento defatigante Ergadyl y, tras ser preso de los nazis, acabó siendo profesor en la Universidad de Reims.

Al menos cuatro vascos se unieron o fueron captados para la Red Comète. Jiménez de Aberasturi cita en un principio a tres: al bilbaino Martín Hurtado de Saracho, a Ambrosio San Vicente, natural de Gasteiz, nacionalista y miembro del Araba Buru Batzar, y a Alejandro Elizalde, gudari de Elizondo. Maritxu también incluía a Alejandro Iribarren y Florentino Goicoechea.

Fue Elizalde quien captó a Anatol, personaje «audaz y pintoresco» que colabora activamente con el grupo en los contactos, desplazamientos y labores de abastecimiento. Todo el grupo, excepto la irunesa, fue detenido en 1943 y deportado a los campos de concentración nazis en Alemania de donde volvieron, maltrechos y enfermos, al final de la guerra».

En el momento de sumarse a la organización de la resistencia antinazi, Anatol se mostró cómoda en las actividades clandestinas. Llegó a convivir con los nazis en su casa confiscada, al tiempo que se jugaba la vida como último eslabón de la organización. «Éramos un grupo de aventureros, de personas decididas», enfatizaba, según detalla Rodríguez Álvarez. Los recogía en París, viajaba con ellos en el tren nocturno con documentación falsa hasta la casa de Ambrosio San Vicente, de Donibane Lohizune, y luego, desde el caserío Sarobe de Oiartzun, pasaba a la España franquista, rumbo a Portugal-Londres. Ella era la salvación final.

Quienes han estudiado su figura, sostienen que en la Red Comète desconfiaban de sus métodos personales. De hecho, los británicos no la quisieron porque pasaban muchas horas con los nazis. Por si acaso, «portaba una inseparable pequeña pistola Star», quién sabe si fue aquella histórica que tras ser un regalo hecho a Hitler acabó en aduanas. El historiador Txato Etxaniz, de Gernikazarra, confirma la venta de estos revólveres tras el bombardeo de Gernika, «a modo de souvenir por los pilotos».

La resistencia acabó prescindiendo de Anatol y su equipo. Pasaron a encargarle únicamente el cambio de moneda en pesetas para el trayecto a través de España», subraya Rodríguez.

El 13 de julio de 1943 el grupo vasco de la Red Comète fue detenido por la Gestapo. Tres miembros fueron deportados a Alemania, pero sobrevivieron. Maritxu logró salvarse. Ella pasó por la comisaria de la Gestapo en Baiona y por la prisión de Biarritz, se mantuvo firme en los interrogatorios y celebró su libertad.

En 1945, volvió a Irun donde se casó con el comerciante y deportista Eugenio Angoso. Dirigió su propia agencia de aduanas. Su labor no pasó inadvertida tras la liberación de Francia. Los mismos Marshall y Eisenhower lo hicieron. Y es que durante aquellos seis años, Anatol cruzó, entre otros, a André Mattei, que llegó á ministro francés plenipotenciario, o el príncipe Alberto de Ligne.

«En una ocasión», destaca el investigador Aitor Miñambres, «un hombre le preguntó a ver qué número era él de cuantos llevaba Maritxu pasados de frontera. Le dijo que el 69. Pues bien, tiempo después le llegó una notificación para que fuera a recoger un collar con 69 perlas». Ella anotaba todo en un cuaderno y «les pedía una dedicatoria al despedirme», según relataba en un libro de José Miguel Romaña.

El Estado francés también reconoció su entrega. «Podemos afirmar que ha contribuido con su coraje y riesgo de su vida al salvamento de un gran número de aviadores aliados caídos en nuestro país», difundieron. Y todo ello con una curiosidad más: la mugalari amaba el peligro sobre las ideologías. Se sumó a la Resistencia por humanidad. «A mí me daban pena esos chicos, los pilotos, y vi que podía ayudarlos. Por eso empecé a trabajar en la Red Comète», agregaba y concluía: «Si naciera otra vez haría lo mismo. Me volvería a meter en la Resistencia. Me gusta el riesgo, la aventura y me fastidia la vida cómoda, la vida muelle».

El jeltzale Iñaki Anasagasti es una de las personas que más ha reivindicado su figura. «Los nombres de las calles casi solo son de hombres ilustres. Cuando uno pregunta si no ha habido mujeres ilustres te dicen que no se sabe. Sí las hay, y es obligatorio ponerlas en valor. Maritxu fue una de ellas y debiera tener reconocimiento público porque cuando no había más que un futuro incierto arriesgó su vida por los demás. Debe ser reconocida por esta sociedad materialista».

Al respecto, Maritxu vivió en los años 60 en una calle de Irun que desde el 26 de febrero del año 2014 lleva su nombre.