Euskal ezteiak

El ritual del matrimonio tradicional vasco contiene una gran riqueza de peculiaridades que retratan la idiosincrasia del país

Un reportaje de Amaia Mujika Goñi

En El País Vasco, al igual que en resto de Europa, los modos de vida tradicionales como la ganadería y el pastoreo, la agricultura y la pesca o las artesanías y oficios están en vías de extinción y con ellos esquemas mentales y creativos, técnicas de trabajo, léxico, ritos y rituales individuales y colectivos, convertidos en sujeto de investigación antropológica y objeto de museo.

Algunas de estas costumbres y prácticas de gran relevancia comunitaria, despojadas hoy de su utilidad, carácter y simbolismo, son recreados en el presente como fiesta-espectáculo de cohesión social identitaria. Así, ritos de paso como el matrimonio se escenifican bajo la denominación de Euskal Ezkontza en numerosos municipios como parte de las fiestas locales, o como una puesta en escena por jóvenes novios a la hora de celebrar su enlace civil. Una representación que tiene su origen en los cuadros teatrales de las Euskal Jaiak de Zarautz, promovidas por el pintor Mauricio Flores Kaperotxiki para la festividad de la Virgen de Arantzazu en 1924 y que siguen celebrándose con gran éxito en la actualidad.

Gizona agea esta andrea aizea. Eulalia Abaitua
Gizona agea esta andrea aizea. Eulalia Abaitua

En la cultura tradicional, el matrimonio –ezkontza– es el rito de paso más importante del ciclo vital del hombre y la mujer, es el tránsito a la edad adulta, la sexualidad y la procreación, así como el de mayor prestigio social al erigir a los contrayentes tras los esponsales, en jaun y andere de una casa, Etxe. Un etxeko jaun y una etxekoandre que, al margen de si son propietarios o simples inquilinos, ricos o pobres, son la cabeza y los brazos de una de las unidades básicas que han sustentado la sociedad vasca en la era moderna.

Herrik bere legue… Etxek bere astura. La casa –etxea– en el País Vasco, no es solo edificio y morada sino el núcleo físico, mental y simbólico sobre el que se sustenta su cultura. Su prototipo es el caserío –baserria– una explotación agrícola-ganadera de producción, reproducción y consumo, autosuficiente e indivisa que se ha de preservar y mejorar para ser transmitida de generación en generación.

Un complejo económico, autónomo y disperso en el paisaje pero integrado en su comunidad –herria– por vínculos materiales y simbólicos que rigen los modos de relación, colaboración y celebración entre vecinos.

Sugabeko etxia… odolgabeko gorputza. Un inmueble multifuncional vertebrado con el medio, de ahí las variedades constructivas existentes en el País, y con una distribución interior adaptada a las necesidades de habitación, trabajo y sepultura. Una vivienda cuyo corazón es la cocina en torno al hogar (luz, calor y alimento) custodiado por la etxekoandre al ser espacio para evocar, rezar y transmitir en euskera, y lugar donde la familia reunida, convive, trabaja y recibe.

Un casa asentada en la tierra y fundida con ella al cobijar un mundo animado de seres invisibles y familiares difuntos a los que se habla, respeta y venera al formar parte de los principales acontecimientos de la existencia de los vivos, mediante los ritos en torno al fuego sagrado del hogar y su prolongación en la sepultura de la parroquia, enlazados por el –hilbide-. Una casa habitada –etxekoak– cuyos miembros son identificados por su nombre y a los que proporciona personalidad jurídica y social.

Una familia extensa, que aglutina a todos los nacidos en ella y que al abandonarla en aras de su viabilidad económica siguen vinculados por una teja, árbol o dote, símbolo de la mutua reciprocidad con la casa a la que pertenecen y en la que serán siempre acogidos/as. Y por supuesto a los que moran en ella, la familia del elegido/a por los padres –etxenausik– como sucesor para la gestión, continuidad y transmisión del mayorazgo.

Con este fin, el heredero/a –zu etxerako– contrae matrimonio, en general de conveniencia, con la firma de un contrato en cuyas capitulaciones se especifican las respectivas aportaciones de los contrayentes y las servidumbres para con el Etxe (padres, hermanos, criados). Unos deberes que en el caso de la mujer son más explícitos ya que erigida en el eslabón entre pasado y futuro, recaen en ella el desempeño de los ritos funerarios para con los antepasados –sepultura hartze– y la maternidad con el fin de asegurar la sucesión.

Una de las estipulaciones primordiales del contrato matrimonial será la dote que supone la aportación de dinero, tierras o animales por parte del novio/a que llegaba de fuera, constituyendo una fuente de ingresos para el etxe y, en algunos casos la compensación para el resto de los hijos, que a su vez debían generar su propia dote para abandonarla. A veces por separado y a veces formando parte de ella está el arreo integrado por los muebles y enseres que el novio/a llevaba a su nueva casa y cuyo traslado, después de las proclamas, era un acto ritual y simbólico, que en el caso femenino finalizaba en torno al hogar con el rito de –etxe-sartzea– entre la etxekoandre mayor y la entrante o, en el establo con la entrega del palo –makila– cuando el traspaso de poderes era entre el etxeko jaun y su sucesor.

Eztei-gurdia El arreo tradicional, en el caso del novio se componía de ropa para sí, regalos para la prometida y aperos o herramientas de algún oficio por ser estos sus cometidos en su nueva casa. El de la mujer, en aras de su naturaleza, atributos y destino se habría ido preparando desde temprana edad y estaba constituido básicamente por la cama completa y el arca, expresión ambas de su futura vida conyugal; los elegantes y primorosos útiles de hilar como símbolo de las cualidades de feminidad y diligencia, y el ajuar textil fruto de años de aprendizaje y trabajo, para los que habrá contado con la enseñanza y colaboración del resto de las mujeres de su familia y vecindad.

La fabricación industrial, una mayor disponibilidad económica y las modas de la sociedad urbana influyeron, con el tiempo, en el número y tipología de los muebles integrantes del arreo incorporando cómodas, plateros, armarios, relojes, vajillas, sillas, aguamaniles y espejos con los que amueblar la casa. Si el mobiliario era imagen de la fortaleza doméstica de la casa no lo era menos el ajuar textil, al constituir ambos la suma de los sucesivos arreos llegados con cada nuevo matrimonio. Un ajuar que era trasladado en un arca específicamente construida para la novia y colocada en la habitación del nuevo matrimonio conteniendo, además de las varas de lienzo sin cortar, el ropero femenino, con el traje de boda que mudará en mortaja a su muerte, la lencería y la ropa de diario; el ajuar doméstico (ropa de cama, mantelerías y toallas) para el día a día y las celebraciones familiares, y los paños rituales, en especial los funerarios (sudarios, paños de ofrenda) de gran calidad y riqueza ornamental.

Gure amak, kutxean… noizko oialak ditu / Amonen amonekin nik galdu dut kontu. El traslado del arreo de la novia a su nueva casa se realizaba con anterioridad a la boda, habitualmente en día de labor y, dependiendo del nivel económico de la familia, en uno, dos y hasta en tres carros de bueyes. Un acto festivo de ostentación y notoriedad del etxe comunicado a los ancestros y a la comunidad mediante el chirrido estridente de los ejes de los carros y el bullicio, los cohetes y la música que acompañaba al cortejo de padres, hermanos y primeros vecinos.

Las parejas de bueyes, elegidos por su porte, se engalanaban cubriéndolos con lienzos de rayas o mantas de colores, hermosos collares de campanillas al cuello o con la costumbre vizcaina, de cubrir el yugo tallado con una piel de tejón y coronarlo con una –azkonarra– de hierro forjado y campanillas de bronce a fin de ahuyentar los malos espíritus. En algunos pueblos de Navarra y Zuberoa abría la comitiva el hermano de la novia llevando un carnero con los cuernos adornados con cintas rojas que, llegados a la casa, se convertían en objeto codiciado por unos y otros terminando, en general, sobre la boina del que sacaba a bailar a la recién desposada tras la boda.

Gurdi erdian… kutxa, aurrean arda-tza / ta lilai-muturrean amuko mata-tza / Gurdi atzean suila ta tupiki per-tza / ogekoz edertzen da gurdiaren ertza. La disposición del arreo sobre los carros, como en todo acto ritual, estaba codificada con un lenguaje simbólico compartido por la comunidad. Así la cabecera del carro estaba presidida por la rueca y el huso, situando a la cola, el espejo, haciendo referencia con ello a las cualidades que debían prevalecer en la mujer casada: laboriosidad sobre coquetería; centrada y en alto, la cama vestida con jergón de perfolla de maíz, cuatro colchones y almohadas de lana con sus correspondientes haces de lienzo de lino (sábanas, fundas de edredón y almohada). Y bajo ella el arca de novia con el ajuar textil que al llegar a la casa era desplegado, enumerado y elogiado por la costurera que lo había cosido, empezando por las sábanas y terminando por las camisas para el novio, entre las que destacaba una de elegante pechera para lucir en la boda.

Aurrean-aurren… oazala / Ederra eta zabala / Badakizue zer amoreri / Eginen dio itzala. En los otros carros, habitualmente prestados por los vecinos, se disponía el resto de los muebles, aperos de labranza, enseres de cocina, calderos y herradas de cobre, presididos por el torno de hilar mecánico y una estampa religiosa enmarcada. Atados al último carro una novilla, yegua u ovejas que se aportaban como dote, y cerrando el cortejo un grupo de mujeres que llevaban tortas y viandas para el banquete nupcial, siendo en Bizkaia las amigas de la novia, las encargadas de trasladar sobre sus cabezas los presentes de los familiares y las delicadas piezas de vajilla, paños de iglesia y candeleros de bronce.

Eztai-eguna… baita jairik alaiena / Anka jaso bage ez da gelditzen gai dena. Llegado el arreo a su destino, se celebraba el matrimonio en la iglesia y tras la bendición sacramental se volvía a la casa para disfrutar del banquete nupcial en torno a una gran y copiosa comida dispuesta para la ocasión, no siendo ni la primera ni la última con la que se agasajaría a los invitados. Al caer la tarde, los recién casados con amigos y familiares se fundían en una soka dantza, enlazando pasos y vidas en una suerte de compromiso colectivo ante un futuro incierto y a la vez prometedor: la continuidad del Etxe.

Las escuelas de barriada, una puerta al mundo para los núcleos rurales de Bizkaia

Hace 95 años nacieron las escuelas de barriada, que contribuyeron a reducir el analfabetismo, instaurar la educación bilingüe y abrir estos núcleos al mundo

Un reportaje de Gregorio Arrien

el pasado 26 de noviembre se cumplieron 95 años de la presentación de la llamada Moción Gallano, que dio lugar a la creación de las escuelas de barriada. La Corporación provincial tomó en consideración la Moción el 9 de diciembre del mismo año 1919, y con el objeto de tramitar con urgencia los primeros pasos y trabajos se nombró, a principios de 1920, una Ponencia ejecutiva conformada por Luis de Eleizalde, Eduardo de Landeta y los diputados Juan Gallano y Práxedes Aránsolo. Como fruto del interés y entusiasmo con que trabajó la Ponencia, en enero de 1921 ya funcionaban las dos primeras escuelas, la de Albiz de Mendata y Belendiz (Arratzu).

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Destinadas a suplir la ausencia estatal, las escuelas de barriada trataban de corregir los altos niveles de analfabetismo y, en general, el desajuste educativo-cultural de Bizkaia, reflejados, sobre todo, en las zonas rurales y los barrios minero-industriales. La geografía del país, montuosa y abrupta, salpicada de caseríos agrupados en pequeñas barriadas, hacía que los niños no pudieran asistir, por la distancia existente, a las escuelas situadas en los centros de la población. Entre los demás factores y elementos que estaban en la base de la creación de estos centros, hay que mencionar los siguientes: La necesidad de enseñar a los niños en la lengua materna, el desarrollo del pensamiento escolar y la conciencia cada vez más clara y exigente en materia cultural, en la línea de los países más cultos de Europa, el pensamiento e ideología del nacionalismo y la relativa riqueza del país a estas alturas del siglo XX. Todo ello entendido en el marco del empuje autonómico del momento.

Rápida construcción Las escuelas fueron levantándose e inaugurándose de forma muy acelerada. Ya antes de 1925 se habían construido 77 escuelas, con 114 clases y otros tantos profesores. En 1929 se completaron las 100 escuelas que estaban previstas en el plan de la Diputación, alcanzando un censo escolar de más de 5.000 alumnos. Eran unas escuelas simpáticas que se extendían por todo el territorio de Bizkaia, principalmente en las barriadas y pueblos más necesitados de centros de enseñanza; previamente, los pueblos o barriadas que aspiraban a tener la prometida escuela primaria, debían cumplir varias condiciones: las agrupaciones de vecinos debían constar de más de diez vecinos; sus viviendas debían distar, por lo menos, un kilómetro de la escuela más próxima, y, por último, la barriada o el ayuntamiento debían proporcionar un local adecuado.

Durante la II República tuvo lugar una nueva ampliación de 25 escuelas, que se unieron a las ya existentes del plan anterior; al término del proceso constructivo en 1936 el número de alumnos ascendió a 6.321 y el de maestros a 162.

Concebidas en los orígenes como verdaderas escuelas vascas o ikastolas, pronto sufrieron importantes modificaciones en su orientación, en función de la diversidad de políticas educativas radicadas en la Diputación y ejercidas desde la misma. Ya en la primera etapa, de 1920 a 1923, se abandonó la educación bilingüe de los inicios y se inutilizaron los textos euskéricos preparados por la propia Diputación unos años antes, permitiéndose en adelante el uso del euskera sólo como vehículo o medio de enseñanza. Tras estos pasos, el pensamiento inicial de Eleizalde, Landeta y otros, de desarrollar la escuela vasca, quedó, en gran manera, desnaturalizado, pero decidieron seguir adelante en su afán de lograr una parte de lo que aspiraban.

Los cambios en la orientación no terminaron aquí, ya que durante la Dictadura se acentuó la marginación de la lengua vasca, imponiéndose la estricta obligación de seguir el régimen general de enseñanza de las escuelas nacionales. Por fin, y antes del definitivo cambio de carácter en 1937, durante la II República se abandonará la enseñanza religiosa y se aplicará el laicismo escolar.

Pese a las anteriores modificaciones, la institución de las escuelas de barriada tenía una evidente personalidad, como fruto de su particular organización y su peculiar arquitectura, adaptada al paisaje del entorno; aparte estaba la envidiable adhesión popular.

El apoyo popular El apoyo otorgado a estas escuelas fue verdaderamente admirable. Según los testimonios de la época, fue emocionante ver en muchas barriadas cómo jóvenes y ancianos, hombres y mujeres quisieron tomar parte directa y activa en la construcción del edificio escolar, algunos aportando su dinero, producto de muchos sacrificios, y otros su esfuerzo personal, su propio trabajo. No faltaron quienes ofrecieron la madera de sus bosques o la piedra de sus canteras y sus yuntas y carros acarrearon los materiales a pie de obra. A este respecto, se suele situar esta obra escolar colectiva en el contexto de una antiquísima costumbre popular de organizar las prestaciones sociales en común, en auzolan.

Edificadas en estas condiciones, no es de extrañar que muchas escuelas contaran con el más sincero afecto de sus respectivas barriadas; por eso, las cuidaban con cariño, respeto y consideración.

Aunque la mayoría de las escuelas fueron construidas por los ayuntamientos, una buena parte de ellas fueron levantadas directamente por los vecinos, y eran, por ello, propiedad de los vecinos.

Además de proporcionar el plano de construcción y gestionar después la cesión gratuita de los locales, la Diputación se encargaba también de costear el material de enseñanza y el sostenimiento de los maestros.

Personal docente Por la importancia que se daba al profesorado en la organización y funcionamiento de las escuelas, la Diputación planificó todos los medios para atraer a sus centros lo mejor de las normales, en base a unas retribuciones y derechos que, a las alturas de los años 20, se consideraban bastante ventajosas. El ingreso en el cuerpo del profesorado estaba precedido de una depurada selección de los aspirantes. La provisión de plazas se hacía por medio de un concurso público y general, convocado con arreglo a una serie de bases entre las que primaban los valores personales, los conocimientos profesionales y el dominio de la lengua materna del niño. En las zonas de habla euskaldun, donde trabajaban la mayor parte de los maestros, estos debían conocer el euskera para emplearlo como vehículo de enseñanza.

El profesorado de las escuelas de barriada estaba conformado por un escogido cuadro de enseñantes, caracterizado por un alto interés docente y una verdadera vocación y entusiasmo. A muchos les tocó trabajar en apartados lugares y en medio de grandes incomodidades, a veces en montaña y otras en cerrados valles; por eso, su labor educadora se vio deslucida, en ocasiones, por la deficiente asistencia de los niños, quienes por las condiciones del lugar y el medio de vida del vecindario, dejaban de asistir a las clases.

Había bastantes figuras, que aparte de las labores escolares propiamente dichas, se dedicaban a otro tipo de quehaceres como escribir en la prensa y otras actividades sociales y culturales; Julene de Azpeitia fue quizás uno de los casos más conocidos en el campo cultural.

Actividades escolares La edad escolar, comprendida entre los 5 y los 14 años, abarcaba ocho años de duración en la escuela, a razón de dos años en cada uno de los siguientes grados: preparatorio, elemental, medio y superior. Las sesiones eran de tres horas de duración, interrumpidas por los recreos ordinarios, mañana y tarde. El censo escolar nunca debía superar los 48 alumnos por aula.

Las escuelas estaban clasificadas en mixtas, unitarias y especiales o graduadas; la mayor parte de estas últimas eran de dos grados.

Los programas de enseñanza, elaborados a partir de 1928, adolecían en general de los mismos defectos de los demás programas nacionales: sus contenidos eran demasiado amplios y complejos. Se incluían en los mismos las disciplinas habitualmente estudiadas en la escuela nacional. Los mejores alumnos de las escuelas eran ayudados y asistidos por medio de becas y ayudas de estudio para proseguir la enseñanza superior.

El uso del material escolar, proporcionado gratuitamente por la Diputación, fue una de las destacadas características de las escuelas; se les dotó del material fijo y móvil más moderno y más útil al fin que se perseguía. Entre el cúmulo de materiales servidos, eran los medios intuitivos y de proyección los que más se distinguían por su modernidad, si bien se procuraba que no faltase cosa alguna de necesidad o conveniencia para la enseñanza. En las clases donde se hallaba instalada la luz eléctrica, se contaba con el aparato de proyecciones y un surtido completo de placas de asuntos geográficos, históricos, agrícolas y demás.

Las excursiones escolares con fines educativos y las enseñanzas de carácter agrícola encontraron en las escuelas de barriada una verdadera oportunidad para su implantación y práctica.

Entre las actividades complementarias cabe mencionar la mutualidad escolar, las bibliotecas circulantes, las clases de adultos, los museos y exposiciones.

La cantina escolar constituía una institución necesaria y eficaz para el funcionamiento de las escuelas.

Los frutos del esfuerzo Aparte del esfuerzo organizativo, que fue realmente enorme, la Diputación gastó anualmente grandes sumas de dinero en el sostenimiento de las escuelas de barriada, siendo los sueldos de los maestros la partida más importante del presupuesto anual.

En el libro que publicamos en 1987 sobre Educación y Escuelas de barriada de Bizkaia (Escuela y Autonomía, 1898-1936), se hace una breve valoración de los principales resultados y frutos obtenidos; a saber: La reducción del analfabetismo, la instauración de la educación bilingüe y una apertura de las barriadas a un mundo de relaciones humanas, sociales y culturales. Con todas las limitaciones ya conocidas, se había reservado al vascuence un lugar que antes no había podido encontrar. Los motivos de índole política nacional y la cuestión del fuero de la lengua castellana, impidieron una mayor introducción de la lengua vasca en la enseñanza. En general, fueron escuelas generadoras de cultura y civismo, cuya acción no debe desligarse de los demás avances tecnológicos, económicos y de estilos de vida efectuados en las zonas rurales, a lo largo de todos estos años.

Derecho, Historia y Nacionalismo vascos: Ildefonso de Gurrutxaga

Fiscal superior durante el Gobierno de Agirre, Ildefonso de Gurrutxaga administró justicia y profundizó en la historia vasca

Un reportaje de Luis de Guezala

El pasado día 3 de diciembre se cumplió el cuarenta aniversario del fallecimiento en Donostia de Ildefonso de Gurrutxaga y Ansola, quien fuera un destacado abertzale, abogado e historiador guipuzcoano. Había nacido en Azpeitia al comenzar el siglo XX, un 22 de agosto de 1902. Estudió Derecho en la Universidad de Deusto y allí conoció a otros jóvenes de su generación que acabarían siendo destacados líderes del naciente nacionalismo vasco como José Antonio de Agirre. Su compromiso con la política se produjo en 1930, en el contexto de la reunificación de Aberri y Comunión Nacionalista Vasca que refundarían un nuevo Partido Nacionalista Vasco al cual se afilió, poco antes de la proclamación de la II República española.

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Al comenzar la guerra provocada por una sublevación militar contra la República y constituirse, en octubre de 1936, el primer Gobierno vasco, fue nombrado fiscal superior de Euskadi, al haber quedado la Justicia como una atribución exclusiva del Gobierno autónomo. Desempeñó este cargo acorde con la mentalidad que predominaba en el Gobierno presidido por Agirre, procurando moderar, humanizar y civilizar una situación terrible en la que tendían a prevalecer los odios y los actos criminales. Como dijera Manuel de Irujo, la guerra es la negación del derecho, y la labor para los hombres de leyes, más aún con la responsabilidad encomendada a Ildefonso de Gurrutxaga, resultaba extremadamente difícil en el contexto bélico. Como él mismo definiría, la justicia aplicada desde el Gobierno vasco fue “justicia enérgica, pero sin crueldad, ponderada y humana, pero sin impunismo”. Se mantuvieron las garantías procesales en juicios públicos, con jueces, magistrados y fiscales profesionales, a los que pudieron asistir personalidades y corresponsales extranjeros, y no hubo restricciones para la defensa de los acusados, asistidos por los abogados más notables de Bilbao. El lehendakari Agirre, asesorado por una Comisión de Justicia, decretó además algunos indultos.

Los juicios en los que se condenaron a algunos acusados de traición o espionaje a la pena capital tuvieron lugar en los cuatro primeros meses del Gobierno vasco. Esta rápida y fundamentada actuación de la justicia vasca fue, en opinión de Gurrutxaga, efectiva y suficiente para atemorizar y contener a los adversarios y tranquilizar a los leales. Perdida la guerra en Euskadi, continuó trabajando como magistrado para Manuel de Irujo, nacionalista vasco ministro de Justicia del Gobierno republicano, en Ciudad Real, Alicante y Tarragona. Después marchó al exilio en Francia, desde donde acabó viajando a Argentina, en el vapor Alsina, que zarpó de Marsella en enero de 1941.

Artículos y estudios históricos En Buenos Aires colaboró con la Delegación del Gobierno vasco y trabajó como administrador y redactor de su periódico Euzko Deya. También colaboró con Tierra Vasca con el seudónimo de Iñigo de Uranga. En 1943 fue uno de los fundadores del Instituto Americano de Estudios Vascos junto a otros destacados miembros de la comunidad vasca en Argentina como Justo Garate, Isaac López de Mendizabal, Andrés Mª de Irujo, Bonifacio de Ataun o Pedro de Basaldua. En el Boletín de este Instituto, del que fue secretario general, escribió numerosos artículos muy destacables sobre historia y cultura vascas. Fue además, como afiliado de EAJ/PNV, miembro de Acción Vasca de la Argentina, y socio del centro Laurak Bat, del que llegó a ser secretario, vicepresidente y presidente el último año de su estancia en Argentina. De carácter tranquilo y hasta parsimonioso, destacó por su espíritu comprensivo y apaciguador, no haciendo diferencias con otros exiliados de distintas ideologías políticas.

Su dedicación a los estudios históricos durante el exilio en Argentina fue cada vez mayor. Coincidió con José Antonio de Agirre en la idea de la necesidad de la realización de una Historia vasca. Mantuvieron entre ambos una activa y abundante correspondencia sobre esta cuestión a la que Agirre se dedicó en los últimos años de su vida, con el asesoramiento y colaboración de Gurrutxaga. Este también se encargó de realizar un capítulo de esa Historia sobre la época romana, así como sobre otros temas que formarían parte de un primer volumen desde los orígenes hasta el siglo XIII.

En 1959 regresó a Euskadi, pasando a residir en Donibane Lohizune, donde ya había vivido tras el final de la guerra. Este retorno pudo deberse, entre otras razones, a la petición del lehendakari Agirre de que colaborara más directamente en su proyecto histórico. Así lo sugiere la historiadora María Luisa San Miguel, que ha investigado sobre la figura de Ildefonso de Gurrutxaga y editado la reedición de algunas de sus obras con los títulos Reflexiones sobre mi país y Aprendamos nuestra historia. Es posible que también se le encomendara la presidencia de Sabindiar Ba-tza, ya que este mismo año regresó a Bilbao de su destierro en Iparralde Javier de Gortazar, que había sido hasta entonces presidente de esta institución, constituida en 1950 con el objetivo principal de reunir y publicar las obras completas de Sabino Arana.

El fallecimiento de José Antonio Agirre en 1960, que fue una terrible e inesperada pérdida para todos los abertzales, supuso sin duda un gran golpe para Gurrutxaga. Perdía no solo al lehendakari sino también al amigo y al intelectual con el que había compartido su proyecto histórico.

En 1965 Sabindiar Batza publicó, con motivo del centenario de su nacimiento, las obras completas de Sabino Arana, siendo Ildefonso de Gurrutxaga su presidente, responsabilidad que no abandonaría hasta su muerte.

Críticas a Otazu Al final de su vida conoció el inicio del desarrollo de una nueva historiografía españolista, que tenía como principal novedad su metodología marxista, y que, por lo demás, coincidía con la tradicional negación desde el nacionalismo español de la existencia de una nación vasca con una historia e identidad propias. Una de las primeras publicaciones de esta corriente fue la monografía de Alfonso Otazu titulada expresivamente El ‘igualitarismo’ vasco: mito y realidad, con la que pretendía demostrar que los ordenamientos forales vascos que se habían distinguido por establecer la igualdad jurídica de todos los habitantes de los territorios en los que se aplicaban no eran sino mitos o invenciones del nacionalismo vasco.

Posiblemente la última aportación de Iñigo de Uranga pudo ser una crítica a esta obra y a sus tesis, publicada en el número de Alderdi fechado en agosto-octubre de 1974. En ella Gurrutxaga razonaba, entre otras cosas, que a pesar del esfuerzo de Otazu en resaltar las desigualdades económicas y sociales que pudo haber en el pasado en el País Vasco, que estas existieran no convertía la hidalguía universal en un mito. También opinaba que hubiera sido interesante que se hubiera esforzado igualmente en comparar estas desigualdades con las de otras partes. Cosa que, sin duda, estaba muy lejos del ánimo de Otazu, atisbando que los resultados no le hubieran satisfecho.

Gurrutxaga concluía su artículo anunciando su continuación en el siguiente número de Alderdi, pero esta continuación nunca llegaría. Padecía un cáncer de estómago que avanzó muy rápidamente. Ya muy grave fue trasladado a la clínica de la Esperanza en San Sebastián, donde falleció el 3 de diciembre.

Ildefonso de Gurrutxaga nunca vio terminar la dictadura franquista que había condicionado tan terriblemente su existencia. Como tantos otros abertzales. Teodoro de Agirre y Lekube había muerto en octubre. Y, también en diciembre de 1974, fallecieron Lucio de Artetxe, José María de Lasarte y Antonio Ruiz de Azua Ogoñope. Para todos ellos y tantos otros, luchadores toda su vida por la causa de la libertad vasca, que nos dejaron sin poder volver a ver ondear libremente su propia bandera sobre su propia tierra, sea hoy, cuarenta años después, nuestra admiración y nuestro recuerdo. Agur eta ohore.

Arrigorriaga, ¿batalla histórica o leyenda?

La escasez de referencias históricas sobre la Edad Media en Bizkaia hace que la leyenda ocupe el lugar de la historia o, tal vez, sea la historia la que es tomada como una leyenda. Es lo que ocurre con la conocida como ‘Batalla de Arrigorriaga’

Un reportaje de Juan José González Sánchez

sOY Einar, fiel servidor de mi señora Astrid y ahora de su hijo. Son muchos los inviernos que mis ojos han visto pasar, desde que salí de un lugar cercano a Borre y embarqué rumbo a las tierras del Sur. Numerosos los combates en los que participé, numerosos los amigos que marcharon hacia el Valhöll. Mis brazos hace tiempo que son incapaces de sostener la espada y el escudo, pero aún recuerdo cuando enseñé a mi joven señor las artes de un guerrero, sin saber que un día eso le ayudaría a convertirse en caudillo de los suyos y de las gentes que aquí habitan. Eso sucedió, cuando a mediados de ýlir, nos vimos amenazados por gentes del reino de los astures, nos enfrentamos a ellos y los derrotamos. Aquel día los nuestros le dieron el sobrenombre de ‘rolf’, fama de lobo, y los biskajer lo llamaron ‘zuria’ que en su lengua quiere decir “el blanco”, y es verdad aquel día resplandecía, todo armado, como un elegido de Odín”.

 

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Este es el relato de un hombre del Norte, que bien podría haber formado parte de una saga, de las conocidas como sagas de los paladines (Kampensagas), con un contenido histórico más o menos real, y haber sido incluida en el Weltkreis de Snorri, escrito alrededor del año 1230, o bien el Flateyjarbók, conocido también como Codex Flateyensis, terminado de escribir hacia el 1394. Pero tan solo es una creación literaria, con el único fin de dar paso a este artículo, que se moverá en las arenas movedizas de esa alta Edad Media de Bizkaia, tan escasa en noticias históricas y por lo tanto de una realidad desconocida, como escribía el profesor J. A. García de Cortázar: De esos siglos, las informaciones escritas relativas a Vizcaya que se han conservado no ocupan más de tres líneas; su silencio se ha tratado de compensar con la elaboración y difusión de algunas leyendas, vagamente apoyadas en lo que pudo ser realidad.

Tres son las obras que servirán en el futuro como base para contar y recrear la que conocemos como La batalla de Arrigorriaga: una es el Livro de Linhagens (c. 1344), obra de Pedro Afonso (1287-1354), conde de Barcelos, y las otras dos son la Crónica de Vizcaya (1454) y las Buenas andanzas e fortunas (1476), ambas de Lope García de Salazar (1399-1476). Una vez más vamos a reflejar lo que dicen ambos autores. El conde de Barcelos nos cuenta cómo un hermano del rey de Inglaterra, Froom, llega a las costas vizcainas, es elegido como Señor y se enfrenta con el conde Moniño de Asturias cerca de Busturia, lo derrota y acaba con su vida en este lugar:

… Y el conde don Moniño juntó a sus gentes y vino contra ellos. Y don Froom con los vizcainos le salió al encuentro, y juntáronse cerca de una aldea que ahora llaman Vusturio (Busturia), y lidiaron, y venció don Froom y los vizcainos al conde don Moniño, y matáronlo en el campo y matáronlo con gran parte de los suyos; que todo el campo quedó lleno de sangre y piedras que allí había. Y por esta mortandad, que fue tan grande que las piedras y el campo fue todo rojo, pusiéronle nombre al campo: el campo de Arguriega (Arrigorriaga), que quiere decir en su lengua vasca lo mismo que piedras rojas en la nuestra y hoy en día así tiene el nombre.

La versión del linaje de Haro Esta versión es la que podemos considerar la tradición propia del linaje de Haro y que Pedro Afonso la obtuvo de primera mano, aunque de forma indirecta estaba emparentado con los Haro, y su prima Isabel de Portugal (1292-1324) contrae matrimonio con Juan de Haro y Castilla (¿?-1326), hijo de María Díaz de Haro, señora de Bizkaia, que era primo carnal de sus respectivos padres. Por lo que el linaje de los Haro no era uno más para Pedro Afonso, sino que estaba unido a él por lazos de sangre. Entre 1317 y 1322 estuvo exiliado en la corte castellana, que es el momento en que los historiadores, que obvian lo anterior, nos dicen que se relacionó con los Haro, y lo que podemos decir es que se encontró con sus parientes. Por otra parte, tenemos conocimiento de la buena relación que mantuvo con Juan Núñez de Lara (c. 1276-1315), segundo del nombre, que era hijo de Teresa Díaz de Haro (¿?-¿?), hija de Diego López de Haro III (¿?-1254), Señor de Bizkaia, y sirva de referencia sobre esta cuestión lo dicho por Diego Catalán:

En una y otra obra (‘Livro de Linhagens’ y ‘Crónica Geral de Espanha’) se revela el conocimiento de una gesta sobre los Infantes de Salas, que el conde debió de alcanzar a consultar gracias a la amistad que tuvo con don Juan Núñez de Lara, llamado ‘de la Barba’, durante el exilio de este rico-hombre castellano en Portugal (1312-1315), tiempo en que ambos formaron bando frente al hijo bastardo más amado por el rey don Dinis (1314), ya que, según parece, don Juan Núñez le facilitó una variada documentación procedente del archivo señorial de los Lara.

Un siglo largo más tarde Lope García de Salazar, en su Crónica de Vizcaya, nos da cuenta de cómo la hija del rey de Escocia llegó a Mundaka, quedando preñada por un diablo que llaman culebro y tuvo un hijo al que llamaron don Zuria. El hijo del rey de León atacó el Señorío de Bizkaia y los vizcainos le eligieron como capitán, derrotando al ejército leonés en Arrigorriaga y siendo por ello elegido como Señor de Bizkaia. El texto de Lope García de Salazar dice:

Una fija legitima del rey de Escoçia arribo en Mundaca en unas naos, e vinieron con ella muchos omes e mujeres… E que estando allí que durmió con ella en sueñas un diablo, que llaman en Viscaya el Culuebro Señor de Casa, e qu`él empreño… E ovieron allí su pelea mucho porfiada e resia, e fue vençido e muerto el fijo del rey de León e muchos de los suyos, y yasen enterrados en Arrigorriaga, e por la mucha sangre que allí fue vertida llamaronla Arrigorriaga, que quiere desir en vascuence peña bermeja ensangrentada… e porque el dicho don Çuria probo muy bien por sus manos, tomaronlo por señor…

Don Andrés E. de Mañaricúa nos dejó escrito en relación con la batalla de Arrigorriaga, lo siguiente:

Tradición de conocimiento muy tardío para nosotros para que en ella podamos fundamentar seriamente la batalla de Arrigorriaga; pero que pudo originarse en alguna pelea que escapa a nuestro conocimiento. ¿Enlazaría esta tradición con el recuerdo de las luchas de los reyes de Asturias y León contra los vascos, de que nos hablan los cronistas asturleoneses, situándolas en tiempos aproximados a los que confusamente se atribuye la batalla de Arrigorriaga? Nada de imposible tiene si pensamos en la tenacidad con que se conservan esos recuerdos en pueblos sin literatura escrita. Nada podemos afirmar. Advirtamos, sin embargo, que en ella se encuentra un detalle que denota la manía nobiliaria y que pudo ser añadido: la sangre real del protagonista.

Vikingos en Mundaka ¿Existió, pues, la batalla de Arrigorriaga? ¿Hubo algún acontecimiento que la causara? La respuesta no es sencilla, como decíamos al principio nos movemos en una época de la que carecemos de fuentes escritas, pero como la realidad supera con creces a la ficción vamos a tratar de contar esa historia. Jon Bilbao relaciona la leyenda de Jaun Zuria con Olafr el Blanco (Óláfr inn hvíti) e Ivarr el Culebro (Ívarr inn beinlausi), y afirma la existencia de una base vikinga en la ría de Mundaka: Si hubo una familia real vikinga asociada a Escocia y a Inglaterra en la segunda mitad del siglo IX es precisamente la de Ivarr el Culebro. Y es mucha coincidencia el que tal nombre aparezca en una leyenda vasca, que parece ser de la misma época, para no creer que tiene que haber alguna conexión entre el Culebro vikingo y el Culebro, padre de Jaun Zuria”. Si de una parte tenemos Culebro, Señor de la Casa, como escribe Lope García de Salazar, por otra tenemos el nombre de Froom, que aparece en el libro de Barcelos, del cual nos dice Jon Bilbao: El nombre de Froom, por el contrario, puede ser una variante fonética de Frõ, como nombre masculino de persona o podría ser una variante fonética de Früm, con significado de ‘devoto’ o ‘devota’ que puede ser tanto aplicado tanto a hombre como a mujer, y entroncando con esta raíz nórdica que apunta Jon Bilbao, hay un texto en las Buenas andanzas e fortunas que bien pudiera tener este origen: … e tomo por armas dos lovos encarniçados, que lo topo en saliendo para la dicha batalla, levando sendos carneros asidos en las vocas, e oviendolo por buena señal como en aquel tiempo eran omes agoreros, y asi los traxieron sus deçendientes, que parece fuese la inspiración de Hélène Adeline Guerber (1859-1929) cuando escribió su libro Myths of the Norsemen (1909), que al referirse a los lobos de Odín escribe: ‘Geri and Freki’, animales que eran sagrados para él (Odín) y considerados de buen agüero si se cruzaban en el camino. Creo que todos estos indicios apuntan en una misma dirección: el Norte.

Alguno se preguntara, ¿y la batalla de Arrigorriaga? Mi teoría es que esa batalla o combate, sí tuvo lugar y su base real fue una expedición de castigo llevada a cabo por los reyes de Asturias, con motivo de las diferentes incursiones vikingas que van a afectar tanto al reino de Asturias como al Emirato cordobés. Es en esta misma época (año 859) cuando García Iñiguez, rey de Pamplona, cae en mano de los vikingos, tal y como nos lo cuenta Nowairi (1281-1331): los Madjus (normandos) fueron a la ciudad de Pamplona y allí cogieron prisionero al franco García, señor de esta ciudad, que pagó por su rescate noventa mil dinares. Si la base estaba en la ría de Mundaka, y como dice Barcelos cerca de ũa aldea que ora chamam Vusturio, es plausible suponer que la batalla de Arrigorriaga se desarrollase en alguna parte de la margen izquierda de la ría de Urdaibai, y quienes se enfrentaron fueron de una parte normandos y población autóctona, es decir, los vizcainos, contra los astures invasores.

Oro de Bilbao para comprar armamento

Entre julio y octubre de 1936, nada más estallar la Guerra Civil, el PNV llevó a Baiona lingotes del Banco de España en Bilbao para adquirir armas en Checoslovaquia y Alemania

Un reportaje de I. Gorriti

CUANDO la Guerra Civil golpeó a Gipuzkoa, los habitantes del territorio se encontraron prácticamente desarmados ante los golpistas militares españoles y sus leales. Para ahogar aún más la indefensa situación, el presidente del Gobierno francés, León Blum, acordó el 8 de agosto de 1936 prohibir la exportación de armas a España, de acuerdo con el criterio adoptado en un Consejo de Ministros celebrado el 25 de julio del mismo año.

En un primer momento, Blum no pensó en actuar de este modo cuando recibió una llamada de socorro desde el otro lado de los Pirineos. El 20 de julio de 1936, el mandatario francés leyó las siguientes palabras en un telegrama de su homónimo español: “Sorprendidos por peligroso golpe militar. Stop. Solicitamos ayuda inmediata armas y aviones. Stop. Fraternalmente José Giral”. Según la interpretación realizada por investigadores e historiadores, Blum quiso responder afirmativamente, pero acabó echándose atrás y se atrincheró en la “No Intervención”.

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A partir de ahí, los republicanos y nacionalistas vascos pudieron conseguir alguna cantidad de metralla y escasos fusiles de cuarteles franceses. Unos 300 fusiles pudieron pasar la frontera pese al “cierre firme y absoluto” de la misma, como valoraba el secretario del gobernador civil de Bizkaia y miembro del PNV, Pedro de Basaldua, según documentos atesorados en Sabino Arana Fundazioa.

El jeltzale recordaba en sus testimonios una anécdota al respecto: Los obreros ferroviarios de Burdeos lograron, bajo pretexto de maniobrar los vagones de una vía a otra, soltar un vagón y enviarlo a gran velocidad a Hendaia. Cuando este llegó, el Gobierno francés ya había fijado su posición, prohibiendo toda exportación de armas. El vagón repleto de ametralladoras, fusiles y munición permaneció mucho tiempo a escasos metros de Irun, mientras esta ciudad caía en manos del enemigo por falta de material de guerra, explicaba Basaldua. Para más inri, meses después ese vagón salió hacia “la España facciosa”.

Los meses pasaron con el previo viaje del exdiputado Telesforo Monzón a Barcelona en busca de armas para defender Gipuzkoa. A juicio de Basaldua, la lentitud desesperante de las gestiones y el fracaso de las mismas en no pocas ocasiones llevaron al PNV a designar a Anton Irala como la persona que se trasladaría a Francia para hacer examen de la situación y de las posibilidades reales de adquirir armamento. Irala se entrevistó en París con Rafael Picabea y, a su regreso, inició gestiones con el mundo financiero, así como con consejeros de banca. “Todo fracasó, pues la duda, el recelo y la pasividad habían ganado sus espíritus mercantilizados”, estimaba el que fuera secretario del gobernador civil de Bizkaia.

Por este motivo, Irala y Monzón viajaron al país vecino con el objetivo de hacer un llamamiento desde territorio galo a los vascos del mundo con el fin de adquirir armamento. A este respecto, Basaldua valoraba: “Digamos que el patriotismo respondió mejor, en rasgo ejemplar y emocionante en uno de los casos concretos, que aquel que se hizo con anterioridad con la banca”.

Lingotes en pesqueros

Con esos mimbres, el PNV acordó con Eliodoro de la Torre, delegado del Departamento de Finanzas de la Junta de Defensa de Vizcaya, llevar a la práctica un plan, aceptado por el gobernador civil, “a base de disponer del oro -apunta Basaldua- que como reserva tenía el Banco de España en Bilbao”, en el mismo inmueble donde sigue a día de hoy, en la Gran Vía. “El plan se llevó a cabo entre julio y octubre de 1936”, acotaba Anton Irala en testimonios concedidos en 1989 a Eduardo Jauregi, investigador de Sabino Arana Fundazioa. Irala fue secretario general de la presidencia del Gobierno vasco, miembro de la Delegación vasca en París y delegado del Gobierno vasco en Nueva York.

La acción comenzó con la apertura de las cajas que contenían los lingotes de oro. Se procedió al correspondiente inventario “con todo detalle” y, a medianoche, se trasladó su contenido en dos automóviles al puerto de Ondarroa. El embarque de las cajas se registró a las dos de la madrugada: “Se hizo en cinco pesqueros, una caja en cada barco por si llegaran a tropezar con algún buque rebelde y para evitar de esa forma que su totalidad cayera en poder de los sublevados”. Al frente de la expedición viajaban De la Torre, Monzón e Irala.

Ya en aguas jurisdiccionales francesas, se transportó todo el oro en un solo barco con Eliodoro de la Torre al cargo hacia Donibane Lohizune y Baiona. Era sábado. Hubo que esperar al lunes. Solo el Credit Lyonnais admitía oro. De la Torre viajó a París y se quedaron al cargo Monzón y Picabea, que fueron quienes iniciaron las gestiones con Checoslovaquia e incluso Alemania, con la garantía de aquel dinero en depósito.

Las gestiones dieron sus frutos. En octubre, poco después de constituirse el Gobierno de Euzkadi, llegaba el primer barco con armas a Bilbao, procedentes curiosamente desde la ciudad alemana de Hamburgo, “ante la indiferencia de la policía y las autoridades fascistas”. Hasta entonces, según Basaldua, Bizkaia contaba con poco armamento para hacer frente a los sublevados. El Cuartel de Montaña registraba 1.200 fusiles, 16 ametralladoras Hotchkiss, dos morteros de 81 milímetros y doce de 50 milímetros y un cañón Schneider.

La Guardia Civil tenía 500 fusiles y cuatro ametralladoras. Asalto y Seguridad poseía otro medio millar de fusiles y seis ametralladoras, así como tres morteros de 50 milímetros. Los carabineros, por su parte, sumaban 300 fusiles y los miñones 110. La suma total era de 2.610 fusiles, 26 ametralladoras Hotchkiss, 17 morteros y un cañón Schneider de montaña.

Más adelante llegaría todo lo conseguido in extremis gracias al oro de Bilbao y a las donaciones de patriotas vascos de fuera de las mugas de los territorios de Hegoalde.