Martin de Ugalde, el gran escritor del exilio y la transición

Hoy hace diez años murió el escritor de Andoain Martin de Ugalde, un abertzale que dedicó toda su vida a la causa y la cultura vascas

Un reportaje de Iñaki Anasagasti

eL franquismo en 1974 iniciaba su recta final. El decrépito dictador estaba enfermo y lo que decía no era entendible. Se vislumbraba un cambio histórico y la oposición se movilizaba mientras ETA actuaba y los estados de excepción se sucedían. En ese clima el Aberri Eguna, como fecha simbólica, tenía mucha importancia.

En Caracas, el Aberri Eguna era, asimismo, el gran día del Centro Vasco. Esa jornada, tras la misa, el izamiento de la ikurriña, el acto político y la comida popular, era el día de encuentro de todos los vascos. Y ese 14 de abril, nos dijeron que desde el Gobierno vasco, nos iban a llamar.

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Y la llamada se produjo, desde Donibane Lohitzune. Era el vicepresidente del Gobierno vasco en el exilio, Martin de Ugalde. “Iñaki, te transmito una gran noticia para que la deis en Radio Euzkadi y la divulguéis. El lehendakari Leizaola acaba de volver de Gernika donde ha pronunciado un mensaje dirigido a los jóvenes y a todo el pueblo vasco, diciendo que está presto en dar cuenta de lo hecho en estos cuarenta años por la Institución que preside y que la antorcha pase a una nueva generación”.

Fue aquella una acción arriesgada, pero había que romper el muro de silencio y enviar un mensaje claro que el nacionalismo no era solo ETA, que existía un Gobierno vasco en el exilio y un lehendakari que representaba una institución que había sido aherrojada. Y detrás de esa operación de presencia estaba Martin de Ugalde, que había sustituido a Joseba de Rezola como vicepresidente tras su fallecimiento. A él le sustituyó Mikel Isasi.

Yo tuve la suerte de conocerle en Caracas y viajar con él a Cumaná a la inauguración de su Centro Vasco. Había sido el primer presidente de Euzko Gaztedi del Centro Vasco y casualmente yo fui el último. Y en aquellos años había creado una influyente publicación, Euzko Gaztedi, así como dirigido la revista Euzkadi. Más tarde colaboró con revistas venezolanas como Momento y fue el jefe de redacción de la revista Elite donde siguió muy de cerca los viajes del lehendakari Aguirre y el secuestro de Galíndez, con gran incomodidad y protestas de la embajada franquista. Había llegado, asimismo, a ser presidente del Centro Vasco de Caracas y presidente de la Junta Extraterritorial del PNV en Venezuela. Escribió en la revista Nacional de Cultura así como cientos de artículos, cuentos, reportajes, tanto en euskera como en castellano. Sus colaboraciones en Euzko Deya, Tierra Vasca, Alderdi y Zeruko Argia eran habituales.

El trabajo y la dedicación del joven Ugalde se vio refrendado por el reconocimiento, ya que ganó el primer premio de El Nacional (1964) y obtuvo el premio Sésamo de Madrid con el cuento Las manos grandes de la niebla (1961).

El exiliado Martin de Ugalde había nacido en Andoain en 1921. Estudiaba en La Salle, pero la guerra le estalló con 15 años. Abandonó con su familia Andoain para dirigirse a Mundaka y Bilbao y más tarde saltó a Francia a través del puerto de Santander y llegó a Chateau Chinon (Nievre) para recalar en Donibane Garazi (Colonia de la Citadelle) y en Donibane Lohi-tzune. Durante este período estudió en las Escuelas organizadas por el Gobierno vasco. Allí termina el Bachillerato. Contó con excelentes profesores: Barandiaran, Adrián de Ugarte, Dorronsoro…

En 1940 con la ocupación de Francia por parte de los alemanes volvió a Andoain donde vivía su ama. Su aita estaba exiliado en Venezuela y el hermano menor, Joseba, después del bombardeo de Gernika, había sido evacuado a Rusia. La guerra había deshecho una familia. Tuvo que hacer tres años en Tetuán de servicio militar obligatorio.

En 1947, viajó en compañía de su ama y lograron reunirse en Caracas con su padre y hermano. En 1948 fue elegido primer presidente de Euzko Gaztedi de Caracas. En Venezuela empezó a publicar sus primeros libros muy pegados a la realidad venezolana.

Pero Martin Ugalde no solo irrumpió en la literatura venezolana con un estilo propio, sino que también mantuvo militantemente el euskera. En 1961 su libro Iltzalleak ganó el primer premio otorgado por el Gobierno vasco en el exilio. Iltzalleak fue el primer libro de cuentos de la historia de la literatura en euskera. En 1997 el jurado del Premio Ricardo Arregui de Periodismo de Andoain decidió darle una mención honorífica por su labor en favor del desarrollo del periodismo en euskera. Publica igualmente la obra teatral Ama gaxo dago, en 1964, y en 1966 da a conocer un nuevo libro de cuentos para niños Umeentzako kontuak y con afán polemista publica en la editorial Ekin de Buenos Aires su Unamuno y el vascuence (1966).

En lo que se refiere a sus novelas en euskera, Itzulera baten istorioa tiene un trasfondo autobiográfico claro, pues narra el exilio y el desarraigo cultural de una familia vasca tras la guerra civil. La siguiente novela, Pedrotxo, está situada en los años 1948-1950 y narra la vida de un joven nacido en 1933 que vive en la Casa de la Misericordia donde se muestra lo que fue la represión contra lo vasco del régimen franquista. Su última novela Mohamed eta parroko gorria, tiene como protagonista un chaval todavía más desfavorecido, un marroquí que trabaja en una granja de cerdos que abastece a un cuartel y que cuando estalla la guerra en 1936 se ve obligado a tomar posición en el conflicto. Martin de Ugalde escribió ésta novela aquejado ya de la enfermedad de Parkinson.

En Estados Unidos En la década de los 50, Martin de Ugalde completó su formación en Estados Unidos. Tras regresar a Caracas, dos años después, volvió a Nueva York para seguir sus estudios de literatura. No hay que olvidar que trabajó en la petrolera Creole donde dirigió la revista El Faro y que la Creole le becó en 1960 para cursar una especialidad de Periodismo. Se especializó en Opinión Pública y Comunicación de Masas en Northwester University y, posteriormente, impartió clases en la Universidad Católica de Caracas.

El regreso en 1969 Con todo este bagaje cultural y de experto en comunicación regresó definitivamente a Hondarribia en 1969. El PNV le encargó la dirección de la revista mensual Alderdi que se hacía en el viejo caserón de Beyris y tenía un formato de revista. Él transformó Alderdi en una publicación de bolsillo tipo Reader’s Digest e incorporó una serie de firmas y temas muy interesantes y firmas rompedoras como la de Xabier Arzalluz que escribió bajo el seudónimo de Peru Egurbide.

Esos años tuvo que refugiarse nuevamente en Baiona donde vivió entre 1971 y 1973. Sus libros fueron censurados por la represión franquista por lo que se vio obligado a escribir entre líneas. Recuerdo aquellos años de gran actividad de Martin su magnífico libro Hablando con los Vascos donde entrevistaba a personalidades vascas de todo tipo como Ramón de la Sota, José Miguel de Barandiaran, Koldo Mitxelena, Agustín Ibarrola, el padre Pedro Arrupe (le censuraron varias respuestas) e Isidoro Fagoaga. Con sus entrevistas intentó demostrar diferentes dimensiones de lo vasco y del ser vasco recuperando personalidades silenciadas durante cuarenta años. Participa asimismo en la controversia en torno a la unificación del euskera y a la polémica cuestión de la h, solicitando opinión al respecto a diversos especialistas para, mediante el diálogo, dar una respuesta lo más adecuada y consensuada posible. Le recuerdo pidiéndome documentos sobre los lehendakaris Aguirre y Leizaola para las obras completas de los dos primeros lehendakaris que él coordinó. Preocupado, asimismo, por la historia vasca y tratando de que se respete la misma escribió Síntesis de la Historia del País Vasco, en 1974, y Hablando con Chillida, escultor vasco (1975). Escribió, asimismo, Las Brujas de Sorjin, donde analiza la problemática de Euzkadi en cuarenta años, sus luchas, la resistencia vasca, la creación y el porqué de ETA. “Se trata de un libro fundamental para entender mi vida y poder comprender la problemática, la cultura y las raíces del pueblo vasco”, decía de esta novela el propio Martin de Ugalde.

En los años inmediatos posteriores a la muerte de Franco trabajó en El Libro Blanco del Euskera y a la salida del periódico DEIA, en junio de 1977, fue nombrado subdirector y responsable de euskera en este diario. En 1978 publicó su Herri baten deiahadarra/El grito de un pueblo y en 1980 El Problema Vasco y sus profundas raíces culturales y políticas, etc. Todos estos títulos y algunos más ilustran sobre la dedicación de Martin de Ugalde a la literatura, al estudio de la historia vasca y de su cultura. En 1986, tras la división del PNV, optó por afiliarse a Eusko Alkartasuna, del que fue uno de sus militantes más significados y respetados.

Los últimos años, como le ocurrió en Venezuela, los reconocimientos se suceden: Vasco Universal, doctor Honoris Causa por la Universidad del País Vasco… y él, sin alardes, ni vanaglorias termina sus días rodeado del respeto unánime, salvo de la justicia española, ya que siendo presidente honorario de Egunkaria y ya con mucha edad fue irrespetado por el juez Baltasar Garzón. El juez bloqueó sus cuentas bancarias dentro de la actuación contra el periódico Euskaldunon Egunkaria, del que fue fundador. Falleció el 4 de octubre de 2004 a los 83 años. Se cumple, pues, una década de su fallecimiento.

A recuperar Martin de Ugalde es una personalidad puntera a recuperar. “Este momento es para mí muy emotivo”, dijo en la presentación el escritor Anjel Lertxundi, impulsor de la reedición de los cuentos que Martin de Ugalde escribió en castellano en su exilio en Venezuela. “Cuando cerraron Egunkaria, la mayor parte de los euskaldunes nos sentimos heridos y particularmente sentimos dolor al ver cómo injuriaron a una persona de la talla de Martin. Pensé que había que reaccionar ante ese insulto y que una de las mejores maneras era mostrar una faceta bastante desconocida de este gran escritor”. Y es que la democracia vasca sigue en deuda con este gran escritor del exilio y de la vida vasca que encendió varias llamas de dignidad y ética cuando tan difícil era hacerlo.

Mariano Luis de Urquijo, entre la Ilustración y los fueros

Las gestiones que Mariano Luis de Urquijo hizo ante Napoleón Bonaparte permitieron el reconocimiento y mención a los fueros vascos por primera y única vez en un texto constitucional español del siglo XIX

Un reportaje de Aleix Romero Peña

eN el ensanche bilbaino encontramos una alargada vía de más de cien portales y dilatada historia llamada Alameda Urquijo. Su nombre se debe a un estadista vasco, Mariano Luis de Urquijo, que vivió a caballo entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. A pesar del magno reconocimiento que le tributó su villa natal, la vida de este no es muy conocida, y eso que en su día concitó los elogios de personalidades tan políticamente divergentes como Camilo de Villavaso o José Félix de Lequerica. El primero, foralista liberal, le asoció a la defensa de los fueros. El segundo, en cambio, relacionado el nacionalismo español, le reconoció un empeño patriota como secretario de Estado de la Monarquía española. Dos realidades, dos lealtades discordantes, que Urquijo compatibilizó arrostrando las contradicciones inherentes. Veámoslo.

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Según Javier Fernández Sebastián, los ilustrados tenían una concepción patriótica de la nación-estado basada en la identificación entre la patria y el rey, apoyando ideológicamente la extensión de las estructuras administrativas a todo el territorio donde el monarca ejercía su soberanía. La patria grande. Armonizaban este sentimiento con otro de afección a la patria pequeña, encarnada por la villa, la ciudad o la provincia. En este orden de cosas, los ordenamientos e instituciones forales constituían la prosperidad de las entonces llamadas provincias vascongadas, es decir, eran útiles para su provecho e interés general. Para Urquijo el amor a la patria chica y el respeto a los fueros iban inexorablemente unidos.

Nacido en Bilbao en 1769, nuestro personaje acompañó con ocho años a su padre, un abogado alavés natural de Zuhatza que esperaba medrar en Madrid. Desde niño comprobó cómo el elemento de paisanaje jugaba un papel relevante en las relaciones de poder, plasmado en la abultada presencia de vascos -bastantes de ellos oriundos como su progenitor de Aiaraldea- ocupando empleos en la corte. En la Universidad de Salamanca fue consiliario de la nación vizcaina, que agrupaba a los estudiantes procedentes de los obispados de Pamplona y Calahorra, así como a parte de los que provenían de los de Osma y Tarazona y del arzobispado de Burgos. Al no poder proseguir los estudios universitarios por las estrecheces económicas, regresó a Madrid con una nutrida agenda de contactos ilustrados.

Neoclasicismo A finales de 1791 se atrevió a traducir una obra de Voltaire insertando un prólogo donde abogaba por la adopción del neoclasicismo. Gracias a sus amistades conseguiría al año siguiente que el conde de Aranda lo incluyera en la lista de candidatos a oficiales en la Secretaría de Estado. Mientras Bizkaia y el resto de las provincias vascas sufrían los diversos avatares de la Guerra de la Convención, la carrera de Urquijo como burócrata progresaba. El 13 de agosto de 1798 -después de una breve experiencia como secretario de embajada en Londres- fue habilitado para despachar los asuntos de la Secretaría de Estado, entonces el ministerio más importante de la Monarquía hispánica. Se ha descrito a su labor de gobierno, que se dilataría por dos años, como la más ilustrada del siglo XVIII. Trató de impulsar todos aquellos proyectos de reformas que habían sido frenados bien por miedo o esperando un contexto más idóneo. Como el otorgamiento a los obispos españoles de la facultad de otorgar dispensas matrimoniales, una nacionalización expropiadora con la que se enajenaba al Papa un privilegio que costaba cada año varios miles de ducados a las arcas españolas. Censuró los abusos de celo de la Inquisición, en la idea, seguramente, de suprimir el odiado tribunal. Impulsó la investigación científica y las actividades culturales con la pretensión de instrumentalizarla al servicio de la Monarquía, como quedaría suficientemente demostrado en su patrocinio de la expedición de Alexander von Humboldt por las Américas españolas. En política exterior estuvo con las manos atadas por las aspiraciones dinásticas de los reyes, que justificaron el mantenimiento de la alianza militar con Francia.

Además, se convirtió en protector de los intereses del Señorío de Bizkaia. Prometió a la Diputación que su «entrañable afecto patriótico» se verificaría en «promover por cuantos medios sea posible la conservación, aumento y prosperidad de los leales vasallos que S. M. tiene en ese Señorío». No solo protegió los intereses vizcainos, sino que también consiguió disipar la amenaza que se cernía sobre las Conferencias Forales -las reuniones que celebraban los representantes de las tres provincias vascongadas y Navarra para tratar asuntos de carácter político, económico e institucional-, como recuerda Joseba Agirreazkuenaga. Por ello recibió como premio el nombramiento de diputado y Padre de la Provincia de Bizkaia. Caído en desgracia a finales de 1800, Urquijo fue confinado en Bilbao, donde asistió con preocupación a las polémicas y parcialidades que se desataron como consecuencia de la construcción del Puerto de la Paz en Abando. Predicó la paz y la unión general, advirtiendo que de lo contrario «el país se perdería», pero sus palabras no fueron escuchadas. Tras las juntas generales celebradas en julio de 1804 se desató una matxinada que fue extendiéndose por los pueblos y anteiglesias vizcainas, conocida como el motín de la Zamacolada. Nuestro personaje adoptó ante la rebelión una postura clara: «Soy un español, soy un vizcaíno y no quiero que el país se pierda por cuatro cabezas infelices». Arriesgó su vida rescatando a los miembros de la Diputación que se hallaban retenidos en Abando y albergándolos en su casa. Abogó por la convocatoria de unas juntas generales extraordinarias en Gernika, que revocasen el plan militar contrario al fuero adoptado en las ordinarias, evitando la intervención de la corona. Aunque aquellas cumplieron todos los requisitos formales, como recalca Luis de Guezala, los ejércitos reales terminaron invadiendo el Señorío y Urquijo fue denunciado por la facción zamacolista como instigador del tumulto. Había conseguido evitar un derramamiento de sangre, pero este servicio no fue óbice para que, con otros prohombres vizcainos, fuese condenado en una clara muestra de despotismo. Aun reducido a la clase privada, sus enemigos en Madrid temían su ascendiente e influencia.

Napoleón le pidió consejo En 1808, con la crisis política y dinástica desatada en España, Urquijo volvió a cobrar protagonismo. Después de intentar evitar que Fernando VII viajara a Baiona, Napoleón le pidió consejo sobre las reformas constitucionales necesarias para el reino. Aunque había condenado el «edificio gótico», repleto de fueros, que era España, en sus reflexiones señaló que los derechos vascongados y navarros debían ser considerados. A diferencia de otros ordenamientos particulares, destacaba en estos su labor histórica positiva al propiciar la división de la propiedad y su comercio, evitando la amortización de la tierra. Pero además, si se suprimían poniéndolas «al nivel de las demás», era de temer alguna agitación. Con estos argumentos, Urquijo, con la complicidad de los diputados vascongados y navarros, defendió el reconocimiento de los fueros en la Constitución de Baiona tratándolo directamente con los Bonaparte. Fue una gracia del emperador la que permitió insertar en una Constitución de tono centralista un artículo, el 144, que remitía a las siguientes Cortes su destino. Es la primera y única mención a los fueros en un texto constitucional español del siglo XIX. Fue una victoria pírrica.

De 1808 a 1813 colaboró desde su posición de ministro de Estado en la instalación de la Monarquía josefina, estimulando la adopción de medidas antifeudales y anticurialistas. Su empeño, con un país desgarrado por el conflicto, tuvo un aire quijotesco, a la vez que el apego de las provincias vascas disminuía como consecuencia de las frecuentes exacciones de los ejércitos napoleónicos. En 1810 Napoleón desgajó los territorios situados a la orilla izquierda del Ebro, causando un hondo pesar en nuestro personaje, quien envió varias misiones diplomáticas a París para convencer al emperador de que desistiera de su empeño expansionista. En vano. Urquijo descubrió demasiado tarde que Bonaparte le había engañado con sus promesas de no injerencia política. En 1817 Urquijo moría precozmente en el exilio, en París. Terminaron los días de un ilustrado que, pese a mantener la pretensión de universalidad y de uniformidad, defendió el particularismo como excepción, siempre que supusiera un elemento de progreso. Incapaz de vislumbrar las consecuencias últimas del liberalismo, o tal vez aminorándolas, su modelo territorial es el de una Monarquía centralizada -patria grande-, donde unas pocas provincias mantendrían su propio estatus jurídico como garantía de lealtad y buen gobierno -patria pequeña-. Un legado que posteriormente sería retomado por el fuerismo liberal.

Goazen gudari danok…: El batallón Arana Goiri frente al fascismo

En septiembre de 1936 varias compañías de gudaris consiguieron detener en la muga entre Gipuzkoa y Bizkaia a las tropas sublevadas, lo que permitió la aprobación del Estatuto de Autonomía y la creación del Gobierno vasco

Un reportaje de Iñaki Goiogana

Cuando los soldados del ejército sublevado llegaron a Elgoibar el 21 de septiembre de 1936, el pesimismo ya había echado raíces entre las fuerzas leales a la República. Todo hacía indicar que la suerte estaba absolutamente de parte de los que pronto serían conocidos como franquistas. En efecto, solo hacía una semana que los soldados de Mola habían ocupado San Sebastián, una ciudad por lo demás vacía en más de la mitad de su población que optó por huir de la segura represión que se adueñaría de todos los territorios ocupados por las tropas formadas por requetés, falangistas, regulares coloniales y soldados profesionales. En esos escasos 8 días los sublevados apenas tuvieron resistencia a la hora de cubrir todo el ancho de la provincia guipuzcoana y no había razón para pensar que pudiera ocurrir algo diferente cuando entraran en Bizkaia. El desastre en el frente vasco parecía inminente.

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Hacía dos meses que la guerra había comenzado. Al inicio de la contienda, los sublevados se hicieron fuertes en Nafarroa y Araba, en el primer territorio citado prácticamente sin resistencia, en Araba se declaró la huelga general pero la indecisión del gobernador civil, la acción de las fuerzas derechistas, especialmente tradicionalistas, bien organizadas y decididas a favor de la sublevación, además de la postura partidaria al golpe de los jefes militares hizo que rápidamente la provincia alavesa se decantara contra las autoridades legítimas. En Bizkaia y Gipuzkoa el golpe fracasó. En Bizkaia desde el primer día, en Gipuzkoa después de dominar a los militares acuartelados en Loiola.

Aunque los leales a la República lograron dominar la situación en su capital, los sublevados empezaron a asomar en Gipuzkoa a finales de julio y primeros días de agosto. El 27 de julio entraron en Beasain y el primero de agosto en Ordizia. Sin embargo, los combates más fuertes y encarnizados, a la vez que los que decidieron la suerte del territorio, se desarrollaron a lo largo del Bidasoa, en la frontera interestatal. Lograr el aislamiento del territorio leal fue una conquista estratégica de primer orden, tanto desde el punto de vista material como moral. El 5 de septiembre fue ocupada Irun y, consiguientemente, cerrado el paso internacional, el 8 Errenderia y el 13 Donostia. Durante dos meses en Gipuzkoa los milicianos y gudaris lucharon denodadamente y con determinación, pero prácticamente sin armas adecuadas para la guerra. La política de No Intervención, auspiciada por el Reino Unido y secundada por Francia, privó a la República de los mercados legales de armas, mientras que los sublevados fueron en todo momento surtidos de todo tipo de material de guerra por parte de sus aliados nazi-fascistas, teóricamente partidarios y suscriptores de la No Intervención. No es de extrañar pues, que a la altura de mediados de septiembre los sublevados se hallaran eufóricos y llegaran a hacer planes para repartirse el botín del que se iban a incautar cuando, en pocos días, entraran en Bilbao.

Aglutinar esfuerzos En la capital vizcaina funcionaba la Junta de Defensa de Bizkaia, un organismo dirigido por el gobernador civil, José Echeverria Novoa, que integraba en su seno a todas las fuerzas políticas y sindicales que apoyaban a la República, desde el PNV hasta la CNT, pasando por socialistas, comunistas y republicanos de todo signo. Sea por la personalidad de Echeverria Novoa, por el peso de socialistas y nacionalistas o porque el frente se hallaba más lejos que en Gipuzkoa, en Bizkaia los intentos de revolución social no se dieron, no al menos con la intensidad que se dieron en Gipuzkoa donde las fuerzas republicanas más extremas tuvieron mayor protagonismo. Por lo demás, la carencia de armas de guerra en Bizkaia era similar a la que se daba en Gipuzkoa. Ello hacía que la ayuda que de Bizkaia podía llegar a Gipuzkoa fuera más simbólica que realmente efectiva.

En esta tesitura, casi a la puerta del desastre, las fuerzas republicanas empezaron a aglutinar esfuerzos. Se sucedieron los encuentros para formar un gobierno de unidad además de una dirección de los asuntos públicos vascos más coordinada. Francisco Largo Caballero, el dirigente socialista encargado de formar el que se conocería como el Gobierno de Victoria ofreció al PNV entrar en el ejecutivo republicano. El partido jeltzale exigió la aprobación del Estatuto de Autonomía y la formación de un Gobierno vasco.

Iniciada la guerra las distintas formaciones políticas y sindicales crearon sus propias unidades militares para hacer frente a los sublevados y, según los casos, para hacer la revolución o para defenderse de ella. El PNV, con el fin de conocer su poder de convocatoria, convocó para el 4 de agosto en Artxanda a sus seguidores. La convocatoria fue un éxito. Para entonces unos cientos de jóvenes habían acudido a Sabin Etxea secundando otras llamadas similares pero de menor intensidad y con estos jóvenes se inició la formación de las primeras unidades jeltzales en Bilbao, en el amplio edificio del Patronato que se hallaba en la calle Iturribide. Esta fue la semilla de Euzko Gudarostea en Bizakia, pero hubo dos cuarteles importantes que funcionaron en Gipuzkoa, uno, el más importante, en el santuario de Loiola, y otro, menor, localizado en Eskoriatza.

Una vez que llegaran los sublevados a la muga entre Bizkaia y Gipuzkoa era cada vez más claro que la suerte se podía decidir en muy pocas jornadas. Prueba de ello es la octavilla que el general sublevado Mola hizo lanzar sobre Bizkaia, donde daba margen hasta el 25 de septiembre para su rendición a “vascos y montañeses”, en caso contrario no repararía en medios hasta conquistar todo lo que se le resistiera. No hubo tal rendición y Mola cumplió lo prometido. Ese día fueron bombardeados Bilbao, Barakaldo y Durango con innumerables víctimas. La reacción popular también se cobró sus vidas pues a raíz de los bombardeos fueron asaltados los barcos prisión y la cárcel de Durango siendo asesinados a decenas de presos. Horas antes de que se cumpliera la hora del ultimátum de Mola, se obró un pequeño milagro. Lezo de Urreiztieta, santur-tziarra miembro de Jagi-Jagi, demostró estar bien preparado para actividades especiales. Lezo logró llevar al puerto de Bilbao un cargamento de armas después de trasbordar el material en alta mar de un barco a otro. Los pertrechos militares habían sido adquiridos en Checoslovaquia, transportados a Hamburgo y de allí a Bilbao después del intercambio marino en el Golfo de Bizkaia. Para que esta operación clandestina de adquisición de armas se desarrollara con éxito, el consejero de Hacienda de la Junta de Defensa de Bizkaia, el jeltzale deustuarra Eliodoro de la Torre, se había incautado, previo inventario, del oro depositado en el Banco de España de Bilbao. El metal se había trasladado a Francia en vapores de pesca de Ondarroa, donde había sido convertido en moneda fuerte e ingresado en una cuenta corriente.

Estas armas llegaron a Bilbao el 23 de septiembre. Rápidamente fueron distribuidas entre las unidades del frente y las de la retaguardia. Entre las unidades a las que llegaron estas armas estaban las cuatro compañías nacionalistas acuarteladas en el Patronato Kortabarria, Etxebarria, Garaizabal y Zubiaur. Nada más hacerse con el nuevo material estos gudaris supieron que en cosa de horas serían llevados al frente a reforzar las líneas que iban a ser atacadas por los sublevados. El 24 de septiembre, una vez reunida, la tropa fue arengada por las autoridades del PNV y se les comunicó que partían al frente unidos todos ellos bajo la denominación de Batallón Arana Goiri. Cuando llegaron a Eibar, la compañía Garaizabal y dos secciones de la compañía Zubiaur fueron separadas del grupo principal. Mientras el núcleo más numeroso continuó viaje hacia Elgeta, las unidades separadas fueron llevadas a Markina y de aquí, atravesando Etxebarria, al alto de San Miguel. En Aiastia sustituyeron a compañeros suyos del cuartel de gudaris de Loiola y junto a unidades de otras ideologías se aprestaron a resistir la embestida del enemigo.

Freno al avance La lucha de las unidades nacionalistas se prolongó desde el amanecer hasta el mediodía del 25 de septiembre. Los gudaris no pudieron mantener sus posiciones iniciales pero sí frenaron el avance franquista. La ofensiva franquista del 25 de septiembre se prolongó hasta los primeros días de octubre, cuando los franquistas definitivamente desistieron de continuar. Para entonces la línea de frente había retrocedido entre unos centenares de metros y unos pocos kilómetros, fijándose entre Asterrika, en la costa, hasta Elgeta. Pero el significado de aquella batalla va más allá del mero hecho de armas. La detención del arrollador avance franquista hizo posible que el Estatuto de Autonomía aprobado en la Cortes republicanas el 1 de octubre de 1936 pudiera tener un territorio y población sobre el cual ejercer su jurisdicción. De esta forma el lehendakari José Antonio Agirre pudo jurar su cargo en Gernika, a escasos kilómetros del frente, formar un Gobierno de concentración y ejercer una labor transformadora como nunca antes se había conocido. Se creó un ejército unificado con su marina, se erigió una universidad, se oficializó el euskara, etc. Con razón se ha dicho que el ejecutivo de Aguirre entre octubre de 1936 y junio de 1937 aprovechó el Estatuto hasta donde no estaba escrito dejando claro que la transformación radical de la sociedad era posible desde la democracia y el orden. Aquel Gobierno si no hizo más fue probablemente porque no pudo, no porque no se lo propusiera.

Hay que reconocer que todo aquello se logró gracias al esfuerzo que desplegaron miles de jóvenes, que en la mayoría de los casos antes de la guerra jamás habían empuñado un fusil, en los montes y en la mar luchando contra el ejército sublevado y en especial los que lucharon en el frente que se dibujó entre el mar y Elgeta a finales de septiembre y primeros de octubre de 1936. Nuestro recuerdo especial a los caídos en la acción desarrollada en Zirardamendi el 25 de septiembre, en representación de todos los que cayeron tanto entonces como antes y después en los frentes y en la retaguardia en defensa de la libertad.

Orduña exhuma catorce cuerpos de presos antifascistas

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La sociedad Aranzadi finaliza la mayor recuperación de cuerpos realizada en una misma intervención en Euskadi

LA Sociedad de Ciencias Aranzadi exhumó el pasado fin de semana 14 cuerpos de presos antifascistas de la Prisión Central de Orduña en el cementerio de la localidad vizcaina. El proyecto, que partió del ayuntamiento, ha pasado a suponer la mayor recuperación de cuerpos en una misma intervención realizada en Euskadi, con el matiz de que los enterrados no estaban en una fosa común. Según ha podido saber DEIA, el consistorio prevé que los restos exhumados descansen de forma digna en una sepultura a construir en recuerdo de aquellas personas.

La iniciativa de prospección y exhumación partió del pleno municipal -gobernado por Bildu y que, incluyendo al concejal del PP, condenó el franquismo-, que se puso en contacto con Aranzadi para impulsarla. También han participado en el proyecto la oficina de Derechos Humanos del Gobierno vasco, la Fiscalía General y el Instituto de Medicina Legal. Además, el equipo dirigido por Paco Etxeberria en la Facultad de Medicina de la UPV/EHU, en el campus de Donostia, estudiará los restos.

Las prospecciones comenzaron los días 27, 28 y 29 de agosto. A través de un acuerdo con el Ayuntamiento de Orduña, se hizo una cata de 14 por 2,5 metros en el camposanto, y “enseguida comenzaron a salir cuerpos que guardaban una disposición”, explica el técnico de Aranzadi, Jimi Jiménez. “Pronto” se dedujo que podrían ser internos de la prisión de Orduña, explica. Agrega que “de los 14, ninguno era mujer, y su edad es de más de 30 años, lo que responde al perfil de prisioneros de la cárcel”.

campo y luego prisión Cabe recordar que el centro penitenciario de Orduña fue primero un campo de concentración durante la Guerra Civil y, al finalizar la contienda, pasó a ser prisión central, según estudios del periodista de la ciudad Joseba Egiguren (Laudio, 1964), quien publicó el libro Prisioneros en el campo de concentración de Orduña (1937-1939).

Los 14 cuerpos estaban enterrados bajo una base de hormigón que se construyó décadas después en el cementerio. Hay constancia, según el registro local, de que se dio sepultura a, al menos, 225 hombres que cumplían condena tras sufrir un juicio del régimen franquista. Según las investigaciones, la mayoría eran de Extremadura, Castilla-La Mancha y Andalucía, aunque también hay constancia de algunos, “pocos”, vascos. “Hay dos zonas en las que se supone que están enterrados. Una es esta, la del cementerio donde no podemos seguir exhumando cuerpos que están debajo de los nichos actuales. Y luego hay otra zona que no está muy clara o donde se han podido hacer movimientos de tierras”, coinciden en sus exposiciones Jiménez y Egiguren.

A partir de este hallazgo, Aranzadi ha dejado muestras que serán estudiadas por el equipo de Etxeberria. Jimi Jiménez asegura que, a pesar de que se cuenta con la identidad de todas las personas que fueron enterradas en ese lugar, será “muy difícil” identificar a estos 14. Según tiene previsto el ayuntamiento, se dará digna sepultura a los restos hallados, levantando algún tipo de monumento en la propia Orduña destinado a preservar su memoria.

Desde Aranzadi, así como el propio Joseba Egiguren, certifican que los muertos, tanto en campos de concentración primero como más tarde en la prisión, fallecieron de hambre o por enfermedades como tuberculosis, avitaminosis, bronquitis… “La población penitenciaria no moría por la violencia como tal. Fueron muertes, entre comillas, naturales causadas por hambre, frío y las escasas condiciones higiénicas”, aporta Jiménez.

Egiguren estima por su parte que se dio muerte a estas personas hasta en tres ocasiones: “La primera porque les mataron de hambre. La segunda porque, tras ser enterrados, se les dio una segunda sepultura de hormigón. Y la tercera, porque fueron olvidados”.

Con esta exhumación, a juicio del periodista, “se ha reivindicado su memoria. Tras mi trabajo de investigación, quedaba que el pueblo los reivindicara y se les dignificara”. Egiguren amplía que se internó a estos civiles en “una tierra lejana, hostil, y con mucho frío. Es más, por la lejanía de sus familiares, no podían recibir ayudas”.

Así queda reflejado en el libro de este autor cuando un testimonio aporta que “mi abuelo no era de política, pero le metieron porque era de los que hablaban mucho”. Otros aseguran que, aunque de manera oficial se dejó morir a 24 personas en el periodo en que este espacio fue campo de concentración, “fueron más, porque unos se suicidaban y a otros se les mataba a palos. La muerte era algo muy habitual allí”.

28 muertos en un mes Los fallecidos se multiplicaron en los posteriores años en la prisión central durante el franquismo. “Murieron 201 hombres en un año y la mayoría lo hacían de hambre. El 1% de la población penitenciaria moría al de un mes. Es más, hubo un mes en el que fueron 28, casi un muerto al día. Este periodo, en el que fue una cárcel, está sin investigar”, aporta el autor de Prisioneros en el campo de concentración de Orduña (1937-1939). “Desgraciadamente, permanecieron en manos del enemigo en la más absoluta indefensión y sin ningún tipo de garantía judicial, apaleados, humillados, ateridos de frío, enfermos y medio muertos de hambre. Algunos no pudieron soportarlo”, agrega Joseba Egiguren.

A juicio de este autor, la exhumación de estos 14 cuerpos supone “exhumar la verdad, dignificar sus vidas, porque llegaron a morir por su lucha. Además, contribuye a que sus familias puedan ejercer su derecho de verdad, reparación y justicia”, valora, y va más allá: “Porque esto no es una película, es una verdad incómoda que hay que saber aceptar aunque no guste, con el objetivo de cerrar un ciclo”. El campo de concentración de la localidad funcionó entre junio de 1937, con Franco ya en Bilbao, y hasta el fin de la guerra en 1939. La prisión central de Orduña estuvo abierta, por su parte, entre 1939 y el verano del año 1941.

Los vascos de la Primera Guerra Mundial

El pasado lunes se cumplió un siglo del comienzo de la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial, en la que los vascos también participaron y, a veces, desertaron

Un reportaje de Iban Gorriti

LA Primera Guerra Mundial también afectó a un buen puñado de familias vascas. El saldo de la contienda arroja 6.000 muertos, una larga lista de desaparecidos, y miles de heridos vascos de Iparralde y algunos contados enrolados al conflicto desde Hegoalde. Los investigadores disparan que 2.000 de los fallecidos fueron naturales de la provincia de Lapurdi. Además, hay autores que aseguran que hubo un tema tabú para los historiadores franceses: los insumisos y los desertores. Apuntan que, de los 8,5 millones de franceses movilizados, un 2% de deserciones provino del departamento fronterizo del sur del Estado. “Esta insumisión, que es ante todo un fenómeno pirenaico, tiene, empero, un carácter vasco”, valoraba Jacques Garat en el suplemento Aburu de Enbata y traducido en la revista Muga en 1982.

Se calcula que unos 6.000 vascos murieron en la Gran Guerra. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Se calcula que unos 6.000 vascos murieron en la Gran Guerra. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.

El periodista labortano Eneko Bidegain (Baiona, 1975) cita en sus estudios que se envió a filas a vascos de entre 18 y 49 años. Su origen y destino fue el Regimiento 49 de Baiona, así como el Regimiento 18 de Pau. Los primeros en ir a la guerra lo hicieron el 7 de agosto. Cruzaron el callejero de Baiona hacia la estación del ferrocarril. En tres días, un total de 25.000 soldados partieron de Iparralde a la Gran Guerra. Del Bajo Pirineo, se estima que fueron 45.000.

En la línea del frente también hubo soldados de Hegoalde. Algunos investigadores estiman que fueron entre 200 y 300. El escritor catalán Ricard de Vargas-Golarons cita por ejemplo a dos jóvenes que provenían de Arrigorriaga: Francisco Beaskoetxea y José Perone-lle. Al parecer, se sumaron a la legión extranjera a través del partido Unió Catalanista.

Otras estadísticas apuntan a que la tercera parte de los vascos muertos durante la Primera Guerra Mundial perdieron la vida en la Batalla de Verdún, la más larga de este episodio histórico en el que se enfrentaron la denominada Triple Alianza contra la Triple Entente. La primera estuvo formada por las Potencias Centrales: el Imperio alemán y Austria-Hungría. Italia, que había sido miembro de la Triple Alianza junto con Alemania y Austria-Hungría, no se unió a las Potencias Centrales, ya que Austria, en contra de los términos pactados, fue la nación agresora que desencadenó el conflicto, además del asesinato del archiduque Fernando.

La Triple Entente la formaron el Reino Unido, Francia y el Imperio Ruso. Más adelante, Italia, Japón y Estados Unidos se unieron a la Triple Entente, mientras el Imperio Otomano y Bulgaria se unieron a la Triple Alianza. El Estado español se posicionó neutral, aunque no lo fue para proveer armas, como se hizo desde Eibar y Gernika-Lumo, por ejemplo. La industria vasca de armamento registró unas cifras de producción y venta no conocidas hasta la fecha. El gremio necesitó más mano de obra para abastecer a la Gran Guerra. El aumento también se dio, aunque según especialistas consultados en menor medida, en las explotaciones mineras, así como en las de barcos mercantiles.

Quien llegara a ser la primera consejera del Departamento de Economía y Planificación del Gobierno vasco, Milagros García Crespo, es taxativa en su análisis sobre la repercusión de esta ofensiva internacional. Lo escribió bajo el título Un modelo económico diferente: “La primera Guerra Mundial situó al País Vasco como la región industrial más avanzada de España, completando el proceso puesto en marcha con el sector metalúrgico a finales del siglo XIX e impulsado a principios de siglo por un fuerte sector bancario. La reacción proteccionista se produjo a partir de 1919 y no antes, porque la guerra permitió la exportación a gran escala y redujo a niveles mínimos las importaciones. La articulación del proteccionismo supuso un trato favorable para la industria vasca, siendo el centralismo el precio pagado por la protección y la reserva del mercado interior para la producción propia, la cual terminó por ser incapaz de competir en los mercados internacionales”.

Franquismo

García Crespo lleva sus conclusiones incluso al final de la Guerra Civil. Así, estima que durante los veinte años de autarquía, desde 1939 hasta 1959, el fuerte intervencionismo del Estado utilizó el proceso de sustitución de importaciones y la reserva de mercado para la protección de la industria estatal, “intensificándose la falta de competitividad”. Bizkaia y Gipuzkoa habían sido consideradas por los franquistas como “provincias traidoras”. Por ello “sufrieron intentos discriminadores sobre su industria. Así se deduce del análisis de los criterios restrictivos seguidos en la concesión de autorizaciones para la creación y ampliación de empresas en el País Vasco. Los intentos discriminatorios tuvieron escasas consecuencias porque, al ser la creación de focos industriales alternativos un proceso lento, resultó imprescindible fomentar la producción”.