La maleta mexicana: tres de los retratados hablan para DEIA

Tres vidas en 'la maleta mexicana'

C. M. SACRISTÁN

Gatika/Bolibar/Bilbao

Los famosos fotógrafos Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, Chim, realizaron miles de fotografías de la contienda civil española para medios internacionales. Seymour dedicó largas semanas a inmortalizar a milicianos, niños, adultos y religiosos especialmente en Bizkaia. 4.500 negativos y algunas fotos impresas de esta arriesgada experiencia conformaron La Maleta Mexicana, tres cajas desaparecidas durante 70 años, y que el International Center of Photography expuso en 2011 en Nueva York, recientemente en el MNAC de Barcelona y, a partir del martes 28, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.

DEIA ha seguido las pisadas de Chim por Bizkaia y ha conseguido identificar y charlar con algunos protagonistas de aquellas imágenes.

Balbina Onaindia: «Cómo silbaban las bombas. Ya hemos pasado, ya…»

Balbina Onaindia Urionaguena, nacida en 1922 en Bolibar (entonces Anteiglesia de Zenarruza) se encuentra sentada bajo un generoso sol en su baserri Zabala Ganekua, del barrio Zeinke de Ziortza-Bolibar. Ella y su familia desconocían la historia de La Maleta Mexicana, y atienden, sorprendidos, a DEIA ante la llamada de su paisano Jesús Urkidi (Bolibar, 1926). Se muestra alucinada ante el despliegue de fotos y negativos que realizó Chim en su pueblo y en toda Bizkaia, en los primeros meses de 1937, y el hecho de ser una de sus protagonistas. «Aintzine hil zen Julia Mallea», comenta, echando la mirada atrás, la guapa nonagenaria, en referencia a la jovencita que posa a su lado en una de las fotos de David Seymour. El fotógrafo polaco inmortalizó a una serie de niñas y adolescentes una tarde de domingo entre enero y febrero de 1937, en la iglesia de Bolibar, Santo Tomás. De ello se acuerda vívidamente Urkidi, quien vivía en la casa de enfrente, pero Balbina no recuerda aquel momento. Y sostiene las imágenes de La Maleta Mexicana con gran curiosidad e interés.

Aquellos eran tiempos en que, como ha podido comprobar DEIA entre sus protagonistas, el rosario reunía «casi más gente que la misa». Y, a raíz de uno de esos momentos, David Seymour se dedicó a hacer fotos a vecinos del pueblo y a sacerdotes, especialmente al Padre Jesús Jaio, persona de gran relevancia por su valiosa labor como capellán de gudaris. Entre esas instantáneas aparece, favorecida y sonriente, Balbina. Alegre y abierta, le «gustaba mucho bailar. Y no me dejaban bailar con José (Longarte Arriola), antes de casarnos». También disfrutaba yendo de romería y de excursión. ¿Y en la guerra? «En la guerra ya no había bailes. A la iglesia y a casa», resume la mujer retratada por Seymour en su tierna adolescencia.

«Nuestro suegro estuvo en la cárcel por peneuvista. A veces quitaban dinero. A uno le quitaron 5.000 pesetas y a otra, 4.000. En las votaciones, si votabas en contra había multas de 2.000 pesetas», rememora esta vecina de Bolibar, en referencia especialmente a los nacionalistas. Ante la pregunta sobre si en la contienda civil pasaban miedo, responde con energía: «¿Miedo? ¡Menudos sustos! Cuando venían los aviones íbamos de casa al monte, a meternos en… como en un zulo. Ya hemos pasado, ya…», afirma, asintiendo con la cabeza.

Balbina va rememorando, a medida que hablamos de aquellos años. Entonces, señala un monte entre Markina y Aulestia: «Allí estuvo el frente, y lanzaban cañonazos de un lado a otro. ¡Se oían unos silbidos! Desastre fue», comenta con rotundidad y pasando del bizkaiera a un castellano aprendido en la adolescencia. Desde entonces, señala su hija Txaro, «no puede ver los fuegos artificiales. Se tiene que meter en casa, y se tapa los oídos».

«Por la política», confirma, «muchos se tuvieron que ir fuera». Además del suegro, un hermano, un cuñado y un vecino, Tomás, sufrieron cárcel. Ella y Jesús Urkidi siguen viajando en el tiempo, evocando cuando mataron a su vecino Bonifacio Egurrola porque estaba afiliado al Partido Comunista, cómo Pedro Aizpitarte Zuazo y José Jaio Bernedo se fueron al frente, los muertos en Kanpazar, la chica que mataron en el Hospital de Sangre, al ser objetivo militar… ¿Y qué hacer en el franquismo ante las represalias contra gudaris y nacionalistas de a pie? Balbina se hace una cremallera en la boca: «Callar», para salvar la vida.

Esta sonriente mujer siempre ha sido de carácter alegre y positivo -«con más vitalidad que nosotros», valora su hija Txaro- y, según dice ella misma, «nunca me he enfadado con nadie». Ella nació y vivió en un caserío de Bolibar, Alegrixe, hasta que se casó, con 27 años, con José y ya se instaló en el amplio baserri en que ahora reside su familia. Pero los años no pasan en balde, de forma que pronto la tendrán que operar de la vejiga y de vez en cuando tiene achaques. Pero ya, sin miedo.

Asensio Lekanda: «Recuerdo el fuego bajo y que no podíamos protegernos»

Pedro Argaluza mira al objetivo de David Seymour en los albores de 1937, con su familiar y vecino José Lekanda en segundo plano. Se hallan trabajando en el campo, frente a su baserri, Zugasti. Cerca, Chim recogió una imagen de María Lekanda -entonces cinco años-, que en una campa del citado caserío de Gatika sostiene en brazos a su hermano Asensio, de escasos dos añitos. Julen nacería en el 41, así que no vivió aquella cruenta guerra. Sólo la otra guerra: la que vino después.

Eran malos tiempos para los baserritarras euskaldunes, y Pedro, que además era gudari, fue apresado y salvó la vida saltando de un camión y huyendo a Francia. Pero la familia de José, a pesar de las detenciones y las palizas, sobrevivió sin salir de su Gatika natal. Julen Lekanda nos conduce al caserío en el que paró Seymour hace ahora 75 años, y su hermano Asensio, el niño pequeño de la foto, sale a recibirnos, rodeado de sus perros y gatos en sana convivencia. Su rostro está curtido por el sol que ilumina con fuerza su baserri, aunque los surcos de su rostro delatan muchos años duros. Además, María, su hermana, la niña que lo sujeta en brazos en la imagen de Seymour, acaba de fallecer el pasado 30 de diciembre. Cosas del corazón, nos explican los Lekanda, pese al garbo que la caracterizaba, y a que era esbelta.

Y es que, confirman a DEIA, todos ellos han sido siempre delgados, excepto Julen, ahora, después de haber dejado de fumar. A Asensio, ese niño retratado en la campa, no le gusta hablar de la guerra civil, y frunce el ceño al recordar las experiencias vividas. Pero, a medida que va viendo las imágenes de Seymour, relaja la expresión de su cara, y empieza a rememorar. No la foto del reportero -era demasiado pequeño cuando fue inmortalizado-, pero sí cuando «oíamos los aviones, y corríamos asustados. Hasta el ganado corría. No había búnkeres, íbamos para Lujua, para atrás y para adelante. Nos metíamos detrás de un manzano y escuchábamos las ametralladoras».

Mujeres en avanzado estado de gestación, trabajando en el campo, el fuego bajo… Asensio recuerda aquellos momentos en los que «pasábamos mucha hambre. No había nada, ni dinero tampoco (hace el gesto juntando los dedos). Molíamos el trigo a mano dentro de casa», evoca. Más adelante, haría la mili en Tenerife. Pero su vida siempre ha estado vinculada al caserío Zugasti. Nunca se ha casado ni tenido descendencia. Al igual que su hermano Julen, quien, por ejemplo, fue detenido en el franquismo por tener una ikurriña. Como otras personas consultadas en esta investigación por DEIA, el ser euskaldunes era un motivo de gran represalia. Y otro aspecto en el que coinciden nuestras fuentes: las envidias provocaban «chivatazos» de vecinos, con graves consecuencias, como detenciones y torturas.

En Gatika hay otra gran testigo ocular del tiempo en que Seymour realizó sus trabajos, Eleta Landaluce, de 95 años. Ella identificó rápidamente a los retratados por Chim. No en vano suele jugar a cartas todas las tardes en el Club de Jubilados Guztiontzat, que preside Manu Arrizabalaga, quien fue presentando a los Lekanda y los Argaluza a DEIA.

Juliana urionabarrenechea: «Desde Bolibar se veía el cielo rojo cuando lo de Gernika»

A Juliana Urionabarrenechea (Bolibar, 1928) no le gusta hablar de la guerra civil. Para ella, es agua pasada que no mueve molino. De hecho, recuerda, en su familia evitaron el hambre con la huerta, y dice que no pasó miedo. Eso sí, recuerda vívidamente el día del bombardeo de Gernika, cuando desde Lapuebla de Bolibar se divisaba un cielo rojo intenso en el horizonte. «Cada vez que hablan de aquel bombardeo, me acuerdo perfectamente de cómo me impactó aquello», enfatiza.

Eran días de máquinas Singer -sus mayores eran modistas-, y al ver las fotos hechas por Seymour de la Iglesia de Santo Tomás relata cómo ella y sus amigas saltaban el muro, entre las vigas, cuando los chicos las seguían. Para Juliana -Julitxu para sus vecinos- y su hija Conchi, las imágenes de La maleta mexicana son un recuerdo refrescante, y rápidamente van asociando ideas e identificaciones. A Juliana hemos llegado gracias a Jesús Urkidi y la directora del Museo Simón Bolívar, Ana Arriaga: se trata de la niña que aparece en varias fotos, junto con su prima Inés Illoro Guerenabarrena -ya fallecida-; Miren Karmele Bustindui Azumendi, con un txori en el pelo; creen que, en primer plano, con un dedo en la boca, Maritxu Mendibe, y de lejos, otra niña, María Illoro, hermana de Inés.

Tanto Juliana como Conchi detectan algunos lapsus en el libro de La maleta. Ya unos reporteros de Televisión Española observaron varias lagunas y ellas, rápidamente, creen que algunas fechas no son exactas, así como algunas localizaciones. Y es que Juliana es muy resuelta y tiene una mente lúcida, y en cuanto puede se va al Mediterráneo a tomar el sol y a pasarlo bien. Ella se trasladó a Bilbao pronto, con 12 años, donde estudió y se casó con Antonio Cuevas Isusi, a quien conoció trabajando en una oficina de Abando. Ahora reside en el barrio de San Inazio. Allí va hilando recuerdos de la cuadrilla, de sus maestras… pero también de cómo algunos se escondían en la torre de la iglesia y cómo «los cazas ametrallaban todos los pinares y a mi hermana no la llevaron por delante por los pelos».

Historia de «La maleta mexicana

En 1995 salieron a la luz las tres cajas que componían la conocida como La Maleta mexicana, en la Ciudad de México. El general retirado Francisco J. Aguilar González, diplomático, había custodiado los 4.500 negativos y otros documentos que Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour compilaron en la guerra civil española. Fue Seymour, alias Chim, quien pasó más tiempo en Euskadi, especialmente en Bizkaia. Según datos de la Asociación Sancho de Beurko, llegó en enero de 1937.

Tras el hallazgo de La Maleta, después de estar 70 años en paradero desconocido, en 2007 fue entregada al International Center of Photography de Nueva York (ICP). Antes, Benjamin Tarver la recogió de su primo mexicano y, al comprender su valor histórico, las entregó al ICP fundado por el hermano de Robert, Cornell Capa. Una vez en el ICP y tras su clasificación, la comisaria Cynthia Young organizó una exposición que tuvo lugar el pasado año en su centro de Nueva York. Después, a finales de 2011, la muestra estuvo expuesta en el Museo Nacional de Catalunya, en Barcelona. Allí, el Periódico de Catalunya promovió una búsqueda de supervivientes de las imágenes de los tres grandes fotógrafos, y en esa Comunidad Autónoma fueron identificando a algunos niños de la guerra. El próximo martes, la exposición llega al Museo de Bellas Artes de Bilbao, donde podrá ser disfrutada hasta el 10 de junio próximo, con un total de 101 contactos de negativos ampliados; 70 fotografías (de las cuales 50 son copias de época), dos audiovisuales y material documental (publicaciones periódicas de la época, telegramas, carnets de prensa, etc.).

Retratos de gran heroicidad cotidiana, y con resonancias emotivas. Los tres reporteros coincidían, además de en su profesión, en la conciencia antifascista -eran de origen judío-, que los llevó a arriesgar su vida en no pocas ocasiones. De hecho, Taro -que compartía profesión y corazón con el mítico Capa-, falleció horas después de ser arrollada por un tanque en la batalla de Brunete. Su amor, Capa, afirmó una vez que «si una foto no es suficientemente buena es que no estabas suficientemente cerca». Gerda ejemplificó dramáticamente esa afirmación, y el propio Capa murió en 1954 al pisar una mina en Indochina.

Capa, Chim y Taro coincidieron exiliados en París y vieron en la contienda española una oportunidad para involucrarse con sus cámaras, ilustrando las crónicas de las publicaciones de la época. En el caso de Chim, la revista parisina Regards tenía un gran interés en que reflejara cómo Clero y republicanos convivían pacíficamente en Euskadi -algo que no sucedía con tanta alegría en el resto del Estado-. Como ha podido comprobar DEIA en esta investigación, de la que seguiremos informando en próximos días, distintas fuentes coinciden en confirmar que el Gobierno del lehendakari Aguirre vigiló hasta donde le fue posible que no hubiera violencia sobre colegios, iglesias y hospitales. Con todo, muchos religiosos vascos fueron ejecutados y maltratados de muchas formas por no haberse enfrentado a republicanos y a nacionalistas.

Algunas fotos de La Maleta no son inéditas, pues pasaron a los anales de la historia. Entre ellas, la de la mujer amamantando a su hijo en un mitin cerca de Badajoz, de Chim. O algunas de Hemingway, realizadas por Capa. Las que tomó Seymour del Padre Jaio ilustran enciclopedias sobre la guerra civil y archivos como el de los pasionistas vizcainos. Desde el martes podrán disfrutar del legado de estos cofundadores, junto a Cartier-Bresson entre otros, de la agencia Magnum.

La Matxinada de 1718 en Bizkaia

Romería en torno a Begoña en el siglo XVIII

Luis de Guezala

Cuando al finalizar el siglo XVII, el 14 de diciembre de 1700, las Juntas Generales de Bizkaia proclamaron como su Señor a Felipe V de Castilla, lo hicieron por primera vez con un monarca Borbón. Venido de Francia, su concepto de la autoridad monárquica distaba mucho de la de los antiguos Señores de la casa de Austria. Tenía como modelo a su abuelo, Luis XIV, que gobernaba como monarca absoluto con base a la teoría del derecho divino de los reyes.

Felipe V, considerando que no debía existir limitación alguna para su autoridad, intentaría trasladar a los territorios que había heredado en la península Ibérica el mismo modelo absolutista y centralista que se iba implantando en el Reino de Francia, sin tener en cuenta las diferentes realidades nacionales y políticas que se daban en ellos.

El consenso político secular mantenido en torno a los Fueros vascos, «cartas magnas» o «constituciones» que regulaban las relaciones, deberes y derechos del monarca y sus súbditos vascos, quedaría pronto roto. El absolutismo había llegado ya a todo el País Vasco. Durante los primeros años del reinado de Felipe V se dio una larga serie de violaciones de la letra y el espíritu establecidos en los ordenamientos forales vascos.

Son los años en los que se abolieron, tras el final de la guerra de Sucesión, los Fueros de la Corona de Aragón, que había apostado por el archiduque Carlos, pretendiente austríaco al trono español que acabó siendo derrotado por el francés. En este proceso, en Bizkaia se fue viendo claramente que, mientras que los junteros elegidos por las diferentes localidades mantenían la defensa del Fuero, la élite política dirigente del Señorío se posicionaba en clara connivencia con el corregidor y los intereses de la Corona. Nada nuevo bajo el sol. Y menos entonces, cuando estos personajes colaboradores estaban cada vez más necesitados del favor real para mantener su estatus social, con premios, títulos o nombramientos en la administración civil o en el ejército real.

A los contrafueros monárquicos, las Juntas vizcainas respondían con la aplicación de lo establecido en el Fuero de Bizkaia. Recordaron que las órdenes del monarca debían ser trasladadas, antes de ser cumplidas, a los síndicos del Señorío, para que estos dictaminaran si respetaban lo establecido por el ordenamiento foral vizcaino. Y que, en caso contrario, debían ser devueltas para que se reformularan de acuerdo al Fuero. Procedimiento conocido como Pase Foral.

Las Juntas llegaron, por esta cuestión, a desautorizar expresamente a los diputados generales y a la Diputación, cuyo fundamento, como un Gobierno actual respecto a los Parlamentos democráticos modernos, era precisamente ser una comisión ejecutiva de las Juntas mientras estas no estuviesen reunidas. El conflicto era cada vez más evidente Sigue leyendo La Matxinada de 1718 en Bizkaia

Las Navidades vizcainas de 1937

Desfile de los falangistas por la calle Ribera, junto al mercado

Ascensión Badiola

BILBAO. En diciembre de 1937 ya habían transcurrido tres meses desde que el Euzko Gudarostea hubiera entregado las armas y caído en manos de los rebeldes y, seis, desde que las tropas de Franco entraran en Bilbao, un 19 de junio. La estampa carcelaria en Bizkaia, al igual que en el resto de territorios caídos en manos de los sublevados era impresionante.

Se puede afirmar que en aquellos años oscuros, Euzkadi y el resto de la geografía en manos de los rebeldes era una enorme prisión. El número de apresados para el periodo de finales de 1937 y primer trimestre de 1938, tanto en cárceles como en campos de concentración fue de 105.300 prisioneros, una cifra equivalente a toda la población de Araba en 1930. A este número hay que añadir los 200.000 vascos evacuados al extranjero o a la España republicana. En Bizkaia se cree que había 29.350 prisioneros, otros 6.300 vascos en Santoña, 2.461 prisioneros en el campo de concentración de Deusto y 3.486 en el de Urduña.

Las navidades del año 1937 fueron trágicas para los vascos recluidos tanto en Euzkadi como en otros territorios, en especial en Castro, Laredo y Santoña por la crudeza de la guerra, que se manifestó en el número de muertos en el frente, en el de enfermos por las carencias sustanciales a un conflicto bélico, o en las penurias que tuvo que soportar la población civil con motivo del racionamiento de víveres y productos básicos, pero sobre todo, lo fueron para los cientos de soldados nacionalistas y republicanos que estuvieron recluidos en las distintas prisiones a cargo de la Dirección General de Prisiones en territorio sublevado, tras pasar por un Consejo de Guerra y para los miles de hombres que pasaron por campos de concentración sin juicio previo alguno, a la espera de ser reclasificados, conducidos a otros campos, sometidos a la auditoría de guerra o enviados a batallones disciplinarios de trabajo. El sufrimiento en sus distintos escalones iba desde el temor a ser elegido en una saca para entrar en el siguiente grupo de ejecución al amanecer, hasta aspectos tan elementales como recibir comida, que también fue utilizado como forma de castigo.

Comida entre la ropa

Un capellán recluido en El Dueso relató en un diario: Durante los cinco primeros meses estuvo terminantemente prohibido recibir alimentos del exterior. Quizá por eso el alborozo fue grande cuando para las navidades de 1937 se permitió que las familias pasasen toda la comida que quisieran, escondida en los sacos de la ropa. Los víveres enviados con enormes sacrificios y privaciones nunca llegaron a su destino. Fueron robados y repartidos entre los oficiales.

Entrada de falangistas en Bilbao

En la semana anterior a la Nochebuena el volumen de ejecuciones se elevó a 131 presos, entre ellos, la madrugada del 17 de diciembre fueron fusilados los oficiales de carrera del ejército de Euzkadi: Azkarate, Irezabal, Lafuente, Arenillas y otros diez más. La pérdida de esperanza y el desánimo de los prisioneros vascos se extendió, especialmente cuando comenzaron las ejecuciones de altos mandos del Euzko Gudarostea, que según el Pacto de Santoña eran los que habían recibido especial garantía de respeto a la vida.

Las primeras noticias esperanzadoras de que Franco admitiría comenzar a negociar canjes no llegaron hasta los primeros meses de 1938. El primer intercambio oficial firmado por Franco admitía el cambio de  Primo de Ribera por el doctor José Bago Lecosaca, canje que encabezaba una lista de otros 23 prisioneros más por cada bando y que se realizó por conducto de la embajada británica en Hendaia. A partir de ese momento se comenzaría a instaurar el sistema de canjes que funcionó en los años siguientes y que salvó la vida de muchos condenados a muerte nacionalistas, socialistas, anarquistas y republicanos de todo signo.

Bilbao se convirtió en un gran centro de reclusión. Se utilizaron como centros de privación de libertad no solamente cárceles, como la de Larrinaga, sino que sirvieron para este fin las plazas de toros, los barcos, -estos ya se habían utilizado para encarcelar a presos derechistas en los años previos a la entrada de las tropas sublevadas- y otros muchos edificios: las escuelas (Cervantes y Tiboli entre otras); el colegio de Escolapios; el convento de El Carmelo u otros Sigue leyendo Las Navidades vizcainas de 1937

Las Brigadas Vascas en la ofensiva de Oviedo

G. Tabernilla / J. Lezamiz

A finales de enero de 1937 el Estado Mayor del Ejército del Norte, bajo el mando del general Francisco Llano de la Encomienda, planeaba una nueva ofensiva contra las fuerzas rebeldes que resistían en Oviedo, prácticamente cercadas salvo por un pasillo que comunicaba con Grado. Llano, cuyas relaciones con el Gobierno de Euzkadi se habían deteriorado gravemente a causa de la frustrada ofensiva sobre Vitoria, quería el concurso de dos brigadas vascas y una santanderina. La falta de un mando único en el Norte era consecuencia del cantonalismo de las tres provincias norteñas leales a la República y tuvo su punto de inflexión cuando el lehendakari Aguirre dejó a Llano sin jurisdicción en Euzkadi, acusándole de incompetente y de no entender «la singular idiosincrasia del Pueblo Vasco».

Pero en enero de 1937 Llano aún era el jefe del Ejército del Norte, y cuando ordenó al Ejército vasco la organización de dos brigadas planteó al Gobierno de Aguirre dos problemas de difícil solución: uno de índole práctico, por la pérdida de hombres vitales para defender el país, y otro de índole político, debido a la oposición de los nacionalistas a enviar fuerzas vascas fuera de Euskadi. Las discrepancias fueron muchas y relevantes, desde el consejero Jesús María de Leizaola, que emitió un voto particular, hasta el propio Luis Arana Goiri, hermano del fundador del PNV, pero al final se impuso el criterio de Aguirre, que se implicó de un modo especial, eso sí, a cambio de diluir la intervención de los jeltzales a un solo batallón, el Amayur, cuyo jefe -no por casualidad- era hermano del secretario de Defensa Joseba Rezola, y a una compañía de ametralladoras del Ariztimuño, mientras que los otros cinco pertenecían a ANV, UGT, JSU, PCE y CNT. Con ellos iban dos baterías de 7,5 y una de 12,7, una compañía de morteros, blindados, transmisiones y sanidad.

El comandante Saseta, en imagen obtenida en Trubia el 20 de febrero de 1937.

Nace el mito

Sin superar las enormes dificultades que impedían la formación de una brigada enteramente nacionalista, el departamento de Defensa encuadró a los batallones Amayur y ANV nº 2 Euzko Indarra junto a un tercero de adscripción socialista, el UGT nº 2 Prieto, pero ello no impidió que los líderes del PNV imprimiesen a esta brigada un sesgo político que no tenía al colocar al frente de la misma al comandante del Euzko Gudarostea -la sección de milicias del PNV- Cándido Saseta, un militar profesional que Sigue leyendo Las Brigadas Vascas en la ofensiva de Oviedo

Prieto contra Negrín

Indalecio Prieto, a la izquierda, y Juan Negrín, pocas semanas antes de iniciarse la Guerra Civil española.

Iñaki Goiogana

Hoy, 11 de febrero, se cumplen cincuenta años del fallecimiento en el exilio mexicano de Indalecio Prieto Tuero. En los próximos días y meses es seguro que se sucederán artículos, libros y exposiciones que relatarán la larga trayectoria política del periodista bilbaino hecho a sí mismo dentro siempre de las ideas socialistas. Cuando en julio de 1936 parte del ejército español se sublevó contra las instituciones democráticas republicanas el PSOE era el partido político más importante del Estado. Por delante de las distintas minorías en las que se dividían las fuerzas políticas españolas, el socialismo era el grupo más numeroso. Pero el partido fundado por Pablo Iglesias se debatía en debates internos que si no llegaron a la escisión formal se debió precisamente al golpe militar. El PSOE, dividido entre los partidarios de Largo Caballero, el denominado Lenin español, los de Indalecio Prieto, nada inclinado a posturas revolucionarias, y los seguidores de Julián Besteiro, posicionado también en ideas centristas, debía reunirse en congreso en 1936 para decidirse por la línea política a seguir. El golpe militar lo impidió, pero no borró las disensiones internas. El socialismo español se había presentado como parte integrante del Frente Popular a las elecciones a diputados a Cortes de febrero de 1936, pero cuando se produjo el golpe no formaba parte del Gobierno, precisamente debido a las divisiones internas, aunque sostenía al gabinete que presidía Casares Quiroga.

Este Gobierno republicano no tardó en caer y la necesidad de unión de todos las fuerzas que apoyaban a la República hizo que el gabinete que le sucediera fuera de concentración y estuviera presidido por un socialista, como decimos el partido más importante del bando leal. El presidente Manuel Azaña encargó la formación del ejecutivo republicano a Largo Caballero y al equipo que presidió se le denominó el Gobierno de la Victoria. Entraron nacionalistas vascos y catalanes, republicanos de izquierda y moderados, comunistas y anarquistas y, por supuesto, socialistas de las diversas corrientes. Entre los ministros miembros del PSOE nombrados por Largo Caballero se hallaban Indalecio Prieto, para el cargo de ministro de Marina y Aire, y Juan Negrín, para el de Hacienda.

A pesar de su nombre, el Gobierno de la Victoria cayó a los ocho meses de su constitución arrollado por los reveses bélicos y los enfrentamientos internos, por una parte, entre los comunistas, apoyados por los que entendían que lo primero era ganar la guerra y dejar para más adelante Sigue leyendo Prieto contra Negrín