El destino oculto del gudari sin identidad

Investigadores buscan dónde yacen los restos de Severino Ayerdi Arteche o Ceferino Arrese Letona, posibles nombres del soldado de Zeberio que desapareció durante la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

eS una de las aún 114.000 identidades en paradero desconocido tras la guerra de 1936. El suyo es un caso que amalgama curiosos enigmas solapados y que gracias a miembros de la agrupación Euskal Prospekzio Taldea y de la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha ido viendo la luz. El esqueleto del gudari Severino, de Zeberio, debe yacer en algún lugar.

Vanessa Aierdi, Edorta Aierdi y Mikel Urkijo, familiares del gudari, junto al investigador ‘Ixile’, segundo por la derecha. Mauro Saravia

Su caso cumple en silencio diez años, no solo de palos de ciego, sino de concatenaciones conseguidas a golpe de ilusión, emociones a flor de piel y esperanzas. Con tesón. A modo de breve y rápida recopilación de datos, esta es la historia de un joven vizcaino del Ejército de Euzkadi que en un bunker cinceló su firma y detalló su procedencia: Zeberio. Los investigadores Alberto J. Sampedro Ixile y Mauro Saravia dieron con la familia del gudari. Como curiosidad, y vuelta de tuerca para el estudio, descubren que fue adoptado y amamantado, de forma solidaria, por una madre del pueblo. De cuatro hermanos varones, tres partieron como gudaris a la guerra a luchar contra el bando golpista. De ellos, Severino fue el único que no volvió al hogar. Desapareció.

En 2009, Ixile, socio de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, fue quien halló cerca de Legutio un fortín abandonado. Al entrar en él había una inscripción escrita a mano que decía: “De Ceberio, Severino Ayerdi Arteche”. “Este detalle fue publicado en un foro de Internet para ver si alguien podía dar una pista de esta persona, pero no fue el caso”, lamenta Ixile. El siguiente paso fue consultar al investigador de Ugao-Miraballes Ritxi Zarate porque Zeberio es un pueblo fronterizo a su municipio. El intento de Zarate, a su pesar, también dio resultado negativo.

En 2017, en una conversación entre Ixile y el fotógrafo Mauro Saravia, este último le dijo que la familia de su mujer “es de Zeberio de toda la vida”. “Me relató la historia de Severino y si podía investigar. Lo primero que hice fue hablar con mi suegra dando con los familiares ya que uno de los Ayerdi había sido entrenador de fútbol de mi mujer cuando era una niña”, asevera.

En ese instante, Saravia habla vía telefónica con Edorta, a la postre sobrino de Severino. Le aportó el hallazgo y se citaron en la plaza de Zeberio. “Fue así como un emocionado Edorta me comentó que Severino era hijo adoptivo de la familia y que su nombre natural era Ceferino Arrese Letona. Que lo habían ido a buscar a Bilbao para aprovechar la leche materna, ya que su abuela hacía poco había perdido un hijo, desarrollándose esta situación alrededor de 1917”, explica. Exhuman nuevos datos: que Severino era dantzari, “esbelto y ágil”, y el menor de los cuatro hermanos de sangre llamados Patxi, Cándido, Antolina y Pedro. Recordemos que él era el quinto, tomado en adopción.

Cita en el fortín Al dar los militares españoles el golpe de Estado y como consecuencia estallar la guerra, Patxi, el mayor, no fue llamado a filas ya que luchó en la Guerra de Marruecos. Cándido optó por unirse al Batallón nº 77, M.A.I. Irrintzi, del PNV. Pedro se alistó en el Batallón de Infantería nº 39 Arana Goiri, de ideología también jeltzale, y Severino se presentó voluntario y fue destinado al Batallón nº 2 de Ingenieros del Ejército Vasco.

Cándido y Pedro volvieron después de los años, no así Severino. “Cabe destacar -mantiene Saravia- que Pedro y Cándido no descansaron en buscar a su hermano, enviando cartas al Ejército y a las instituciones de aquellos años, y encontrando siempre respuestas negativas. Antes de fallecer, le pidieron a Edorta que continuara con su búsqueda”. Ellos mismos le trasmitieron que uno de los hermanos coincidió con él en Gernika antes del bombardeo, así como que vecinos de Zeberio aseguraban que se le vio por última vez en la Batalla del Ebro.

Con estos datos, los inagotables investigadores de Euskal Prospekzio Taldea y de Aranzadi comenzaron la investigación a través de archivos. “Durante años ha sido un caso muy distinto, pero sobre todo peculiar. Aparece en los padrones de Zeberio como Severino Ayerdi Arteche, luego como Ceferino Arrese Letona, lo que dificultó aún más encontrar indicios de su vida en el frente. Fue siempre muy confuso y con muchas incógnitas ya que no aparecía en ningún sitio”, sostienen.

A principios de este año, Mauro concertó una cita en el fortín que reunió a Euskal Prospekzio Taldea y la familia, ya que Edorta, agradecido, le urgió conocer personalmente a Ixile por ser quien encontró la pista de su tío desaparecido. Una vez allí, la familia identificó el lugar, lo recorrió y preguntó si es posible preservarlo ya que es “el último vestigio en vida de nuestro familiar”. Días después, eso sí, “se encuentra la primera esperanza”.

Localizan las nóminas del Euzkadiko Gudarostea en las que aparece Severino, pero con un error en el nombre, detallado como Severiano Ayerdi Arteche del Batallón nº 2 de Ingenieros. Estas credenciales oficiales están firmadas por el propio Severino hasta julio de 1937 siendo el último vestigio de su vida, “hasta el momento”. Hoy Severino continúa sin paradero conocido. “Las esperanzas no se pierden debido a que se puede contar con el apoyo de Gogora”, agradece Saravia.

Tras la estela de ‘El Negus’

El Negus’ fue un avión fabricado en Estados Unidos para el emperador de Etiopía que acabó desguazado en un depósito de la Luftwaffe en Francia tras servir al Gobierno de Euzkadi

Un reportaje de Aitor Miñambres Amezaga

Aquel día soleado de agosto de 1937, desde cabo Mayor pudo observarse la silueta de un avión civil con apariencia de caza, agrandándose en el horizonte sobre el mar mientras se acercaba. La ofensiva franquista sobre Santander se había iniciado hacía algunas horas y la aviación rebelde se empeñaba en destruir los aeródromos republicanos. Pronto el avión se vio interceptado por aparatos enemigos. Su piloto, con nervios de acero y gran destreza, consiguió aterrizar en La Albericia minutos antes de que las bombas contrarias castigaran duramente el campo. Afortunadamente, los pasajeros encontraron refugio a tiempo. Se trataba del lehendakari Aguirre; su secretario, Pedro Basaldua, y el consejero de Hacienda del Gobierno de Euzkadi, Eliodoro de la Torre, que llegaban de Francia tras arduas gestiones diplomáticas para la evacuación del Ejército Vasco. Del avión, que milagrosamente no sufrió desperfectos, se decía que había sido propiedad del emperador de Etiopía. Así, en palabras del propio Aguirre, “el pueblo lo bautizó con el nombre de El Negus, y como El Negus lo conocimos todos”.

Ras Tafari Makonnen, noble etíope, había accedido al trono en 1928 como negus (rey) consorte y, tras la muerte de su esposa, en 1930 fue coronado emperador de Etiopía con el nombre de Haile Selassie I. Considerado descendiente del rey Salomón y de la reina de Saba, Tafari, como otros monarcas cristianos etíopes, gobernó bajo el símbolo del León de Judá, propio de su dinastía. Paralelamente, en la Italia fascista se excitaba el afán imperialista del dictador Benito Mussolini en el Cuerno de África. Así, en octubre de 1935, el expansionismo italiano se abrió paso en Etiopía sin previa declaración de guerra. El país, con escaso nivel de desarrollo, era sin embargo el único lugar de África no colonizado por potencias europeas y miembro de la Sociedad de Naciones, lo que no impidió que con la pasividad de las democracias occidentales su defensa militar fuera difícil. Las fuerzas armadas etíopes disponían de una aviación escasa y deficiente. Así, el negus encargó a su consejero aeronáutico, el aviador francés René Drouillet, la compra de varios aviones de combate y de uno civil para su uso particular. René adquirió en Estados Unidos un biplano Beechcraft B.17 R para este último cometido. El aparato, de un solo motor, fabricado en la factoría de Wichita (Kansas), tenía capacidad para el piloto y tres pasajeros. Listo para su entrega en febrero de 1936, fue matriculado como NC-15811. Dada la prohibición estadounidense de exportar aeronaves a Etiopía, Drouillet trasladó el avión a Francia, con la esperanza de hallar el modo de burlar el embargo. No obstante, el piloto se encontró en su país con las mismas trabas y el aparato fue precintado. Tras un intento furtivo de volar a Etiopía, con aterrizaje en Roma debido a un fallo técnico, sobrevino el final del conflicto, con la ocupación de Adís Abeba por las tropas italianas y la salida del emperador hacia el exilio en mayo de ese año.

fortuna PARA los audaces Así las cosas, el 4 de noviembre, el avión fue matriculado en Francia como F-APFD. René Drouillet, saldadas sus deudas con la justicia, continuó realizando diversos servicios, tales como repatriar a ciudadanos franceses atrapados en el Madrid sitiado, hasta el verano de 1937. Siguiendo la costumbre de la época, rotuló el fuselaje de su avión con referencias a sus aventuras: el León de Judá, la loba Lupa de Roma y la Cruz de Assouan, entre otras. Tanto en el timón de cola como sobre su ala superior de babor, lucía el trébol de la baraja francesa, el símbolo de la suerte.

Paralelamente, en abril de ese año, se desarrollaba la ofensiva rebelde del general Mola en toda su crudeza sobre territorio vasco. El Gobierno de Euzkadi veía la necesidad de hacerse con aviones civiles para mantener abierta la comunicación hacia el exterior por vía aérea, lo que dio lugar a la creación de la línea Air Pyrénées, con cobertura legal francesa.

Tras la caída de Bilbao, el 19 de junio de 1937, y la pérdida de aparatos, la necesidad de nuevas adquisiciones llevó a la compra de este pequeño avión. Ello se produjo el 3 de julio de 1937, figurando en ese momento Fernand Lefebvre como propietario. El traspaso se hizo a nombre de Auguste Amestoy, en calidad de testaferro de Air Pyrénées, dado que por impedimento del Comité de No Intervención, no podía figurar el Gobierno de Euzkadi, quien declaró más tarde haber pagado 5.000 libras por el aparato, ahora en las manos del experto piloto Georges Lebeau, veterano de la Gran Guerra.

De esta manera y a lo largo de las siguientes semanas, El Negus, ahora rotulado con el escudo del Gobierno vasco, realizó innumerables viajes para las autoridades vascas, principalmente entre Francia y Santander, sobre todo a partir de mediados de agosto de 1937, cuando con la ofensiva franquista el frente cántabro se desmoronó en pocos días. Así, el día 23, Juan de Ajuriaguerra voló desde Biarritz a Santander en El Negus, aterrizando sobre un campo totalmente accidentado a causa de los bombardeos franquistas, pero sin contratiempos, gracias a la profesionalidad de Lebeau y a la naturaleza técnica del avión. De allí se trasladó a Santoña a reclamar, sin éxito, el cumplimiento del pacto tratado con el contingente italiano que, entre otras cosas, debía permitir la evacuación de numerosas personas desarmadas.

Al día siguiente, las horas transcurrían con verdadera angustia en Santander y los franquistas ya anunciaban la inminente caída de la ciudad cercada, donde la propia policía daba muestras de adhesión al enemigo. Así, anteponiendo el deber al enorme peligro, Lebeau aterrizó por última vez en Santander y evacuó al lehendakari Aguirre y a los consejeros Monzón y De la Torre poco después del mediodía, cuando las balas ya silbaban cerca. Una vez más el trébol había conseguido escapar del as de picas.

En las sucesivas horas el infatigable Lebeau consiguió rescatar a más vascos atrapados en Santoña, aterrizando en la playa de Laredo, hasta que el día 26 la presencia italiana lo hizo imposible. Juan Ajuriaguerra escogió quedarse con los gudaris prisioneros y seguir su misma suerte.

Guerra en Europa Tras la caída de Santander, sucedió la de Asturias y, a la larga, la de todo el territorio republicano, terminando la guerra en 1939. En septiembre de ese mismo año comenzó la Segunda Guerra Mundial, entrando Francia en litigio contra la Alemania nazi. En palabras de Pedro Basaldua, El Negus “fue requisado por las autoridades militares francesas” en los primeros momentos, aunque cabe suponer que si no fue exactamente así, al menos sería reclamado por estas al tratarse de un elemento útil en tiempo de guerra. Con la movilización, Lebeau pasó a realizar servicios “de enlace entre la metrópoli y Siria”, según Basaldua, o de piloto de pruebas a Marruecos, según otras fuentes. El 25 de junio de 1940 Francia era derrotada y firmaba un armisticio que le supondría la ocupación de una gran parte de su territorio por los alemanes, incluida París. Disconforme, Lebeau despegó de Toulouse abandonando el continente y encontró la muerte al llegar al norte de África, durante el aterrizaje.

En esta tesitura, Amestoy escondió el avión en su domicilio de Briscous (Beskoitze, Lapurdi), zona ocupada por los alemanes. Estos, tras un registro, encontraron el aparato y lo incautaron el 15 de febrero de 1942, sin alas ni hélice que le habrían sido desmontadas con anterioridad. Según algunas fuentes, el avión habría sido trasladado a Mérignac (Burdeos) quedando afectado por un bombardeo de la aviación británica. No obstante, la liberación de Francia le sorprendió en Nanterre, almacenado en el parque número 5 de capturas de la Luftwaffe, junto con otros aviones similares en mal estado listos para ser desguazados. Posiblemente este parque se encontrase ubicado en el Museo de la Escuela de Mecánica del Ejército del Aire francés, donde llamó la atención de un periodista vasco en abril de 1945, un mes antes de terminar la guerra en Europa.

Expolios y reembolsos Llegada la paz a una Europa totalmente destruida, tendrían que pasar unos años para que el Gobierno de Euzkadi se planteara la reclamación pertinente sobre su biplano Beechcraft, el querido Negus. Así, en enero de 1951 Auguste Amestoy solicitó y obtuvo de la Secretaría General de Aviación Civil y Comercial un certificado de propiedad del aparato a su nombre, a fin de “permitirle obtener el reembolso de daños de guerra”.

La oportunidad llegó años más tarde: la ley de 19 de julio de 1957 de la República Federal Alemana, reconocía los derechos a indemnización por los expolios de objetos, bienes y valores efectuados en el territorio francés durante la ocupación y estaban disponibles para ello 150 millones de marcos. Las reclamaciones habían de realizarse antes del 31 de marzo de 1958 (después prorrogado hasta el 30 de diciembre) y se adjuntaban las condiciones para ello. Así, en enero de 1958, Agustín de Alberro, secretario general de Hacienda de la Delegación del Gobierno vasco en París, escribía a Amestoy a propósito de este asunto, de cara a recopilar la documentación necesaria para la solicitud y se interesaba por saber si los alemanes habían hecho entrega de algún recibo al incautar El Negus, pues sí le habían ofrecido a Amestoy la posibilidad de presentar una demanda de indemnización, evaluada el 2 de julio de 1942 en 800.000 francos, cantidad que nunca había cobrado.

Así mismo, el 12 de febrero de 1958, Amestoy obtuvo de la Dirección de Servicios de la Gironde, un certificado de cómo hasta la fecha no se había beneficiado de ninguna indemnización francesa por daños de guerra. Entre tanto el tiempo corría y el 26 de abril se dotaba a la reclamación de 30.000 francos en concepto de provisión exigida, así como los servicios del abogado, doctor en Derecho, Albert Tomasi.

Finalmente, tras seguir los cauces legales, el 29 de diciembre de 1958 Amestoy presentaba su demanda en la Oficina de Restituciones de Berlín. Casi un año después, el 9 de diciembre de 1959, este organismo de la República Federal de Alemania estimaba que: No existe una sustracción por motivos discriminatorios -que es la condición requerida para que se produzca el reembolso-. Se trata más bien de una medida de seguridad condicionada por la guerra, la cual no se contempla en el procedimiento de reembolso. Esto obedece, en particular, a lo que se establece en la fotocopia del documento escrito, enviado por la comandancia de Biarritz el 16.04.1942 al solicitante. En ella se estipula, que el avión permanece confiscado por las fuerzas armadas alemanas durante el tiempo que dure la guerra. Por lo tanto, no se precisa mayor aclaración al respecto.

Recibido el fallo, tanto Amestoy como el Gobierno de Euzkadi renunciaron a presentar recurso contra el mismo. La estela de El Negus se había perdido para siempre en el torbellino de su tiempo.

Encartaciones 1870-1975: El esplendor de la arquitectura contemporánea

El Museo de las Encartaciones impulsa un proyecto de investigación para poner en valor la arquitectura contemporánea de la comarca que ha dado pie a dos iniciativas: la publicación de un libro y la realización de una exposición, ambas con el mismo título

GORKA PÉREZ DE LA PEÑA OLEAGA

EL patrimonio arquitectónico contemporáneo conforma uno de los conjuntos más decisivos e importantes de Bizkaia porque la imagen actual de sus núcleos de población es fruto de ese momento histórico. Todo ello como consecuencia de su fuerte desarrollo industrial, lo que exigió la construcción de urbes de nueva planta y de numerosas dotaciones públicas.


El libro Encartaciones, 1870-2019. El esplendor de la arquitectura contemporánea constituye una aportación decisiva en la historiografía de la arquitectura contemporánea de Euskal Herria porque es la primera vez que se hace una recensión global de uno de sus territorios. Pero su transcendencia no se agota en la contribución historiográfica sino que lo es igualmente por su metodología pionera e innovadora en la bibliografía europea en la manera de evaluar este patrimonio. Esta publicación es una de las pocas que aborda un estudio de conjunto fundamentado en una selección de los elementos más representativos de su patrimonio arquitectónico a partir de un análisis completo de todos los elementos con un presunto valor patrimonial. Esta metodología supone un salto cualitativo enorme frente a la práctica generalizada de hacer elecciones previas a partir de presunciones preestablecidas.

Palacete Hurtado de Saracho La realización de este libro tuvo que salvar una dificultad máxima, la falta de libros específicos sobre la arquitectura contemporánea de los municipios de las Encartaciones salvo en los casos de Barakaldo, Portugalete y Sestao, de los que hay publicaciones realizadas por Gorka Pérez de la Peña Oleaga. Este hándicap se salvó con la realización previamente de monografías de los diecisiete municipios restantes que conforman esta comarca, de acuerdo a la denominación histórica que aplica el Museo de Las Encartaciones en su formulación museística. Estos son los siguientes: Abanto-Zierbena, Alonsotegi, Artzentales, Balmaseda, Galdames, Gordexola, Güeñes, Karran-tza, Lanestosa, Muskiz, Ortuella, Santurtzi, Sopuerta, Trapagaran, Tur-tzioz, Zalla y Zierbena. Igualmente, se incluyó Portugalete únicamente para el periodo entre 1960-1975. En total, este territorio cuenta con una población de 293.363 habitantes y una superficie de 557,79 kilómetros cuadrados.

El resultado de estos estudios, lo que viene a evidenciar el acierto de su realización, es la determinación de 1.200 elementos de interés patrimonial, que en más del 60% son completamente inéditos.

Edificios y estilos Para el libro se han seleccionado los elementos correspondientes con los grados de protección de calificable e inventariable de acuerdo a las categorías de protección de la Ley de Patrimonio Cultural Vasco, que son en total 450. El discurso del libro se ordena cronológicamente en función de los estilos dominantes y las tipologías presentes para facilitar, de una manera pedagógica, una fácil comprensión de su evolución y articulación. En la arquitectura contemporánea de las Encartaciones, el intervalo que se prolonga entre 1870 y 1975 y que conforma un tiempo histórico homogéneo y coherente, los lenguajes imperantes son los siguientes: eclecticismo, neomedievalismo y estilo Segundo Imperio; neovasco; modernismo; regionalismo; art déco; racionalismo; Estilo Nacional y racionalismo de postguerra; Modernidad de los Cincuenta; y funcionalismo y organicismo. Las tipologías que se desarrollaron fueron las siguientes: Edificios plurifamiliares, Edificios plurifamiliares y unifamiliares obreros, Edificios unifamiliares, Edificios dotacionales, Edificios sedes institucionales, Edificios religiosos y Edificios industriales.

De esta publicación se puede concluir, que el patrimonio arquitectónico contemporáneo de las Encartaciones es uno de los más decisivos e importantes de Bizkaia por la brillantez de sus obras, entre las que se encuentran obras de relevancia internacional, caso de las siguientes:

En Barakaldo: en eclecticismo, el Palacio Munoa del arquitecto Ricardo de Bastida de 1916 (Llanos 61); en modernismo, el Asilo Miranda (hoy Conservatorio Municipal) del arquitecto Ismael Gorostiza de 1911 (avenida Miranda 4); en racionalismo de postguerra, el edificio de viviendas del arquitecto Ismael Gorostiza de 1941 (Portu 1-5 y Auzolan 3); y en Modernidad de los Cincuenta, el Hospital de Cruces del arquitecto Martín José Marcide de 1949-1953 (plaza de Cruces 12).

En Gordexola: en modernismo, la Villa José del arquitecto Mario Camiña de 1905 (Sandamendi 10); y en regionalismo, la Villa Cuba del arquitecto José María de Basterra de 1931 (Sandamendi 2).

En Güeñes: en neovasco, el Palacete Hurtado de Saracho del arquitecto Manuel Ignacio Galindez de 1921 (Gallarraga 41); y en art déco, el edificio de viviendas del proyectista Manuel Gutiérrez de 1932 (Gallarraga 2).

En Ortuella: en Modernidad de los Cincuenta, la Escuela de Formación Profesional del arquitecto Celestino Martínez Diego de 1955 (avenida del Minero 9).

En Portugalete: en arquitectura del hierro, el Puente Bizkaia del arquitecto Alberto de Palacio de 1890-1893; en neovasco, el edificio de viviendas del arquitecto Santos Zunzunegui de 1915 (Muelle Churruca 58); en modernismo, el edificio de viviendas del arquitecto Julio Sáenz de Barés de 1913 (María Díaz de Haro 56); en racionalismo, el edificio de viviendas del arquitecto Juan José Olazabal de 1933 (General Castaños 12) y el Batzoki, del arquitecto Juan María de Uribe de 1934 (Casilda Iturrizar 4); y en racionalismo de postguerra, el Mercado Municipal del arquitecto Santos Zunzunegui de 1938 (Casilda Iturrizar 1).

En Santurtzi: en eclecticismo, el Hogar y clínica de San Juan de Dios de los arquitectos José María de Basterra y Emiliano Calixto Amann de 1914-1922-1926 (avenida Murrieta 70).

En Sestao: en eclecticismo, el grupo de viviendas Vista Alegre del arquitecto Santos Zunzunegui de 1914 (Vista Alegre 1-11); y en racionalismo de postguerra, La Naval de 1939-1947 (La Naval 1).

En Sopuerta: en funcionalismo, la Iglesia de San Cosme y San Damián del arquitecto Rufino Basañez de 1958 (Bezi 19).

En Trapagaran: en eclecticismo, el Poblado de La Arboleda de finales del siglo XIX; en neovasco, el Funicular de la Reineta del arquitecto Diego de Basterra de 1926 (La Reineta 59); en racionalismo, la fábrica General Eléctrica del ingeniero Oswaldo Wildhagn de 1930 (Galindo 3); en racionalismo de postguerra, la General Eléctrica del arquitecto Fernando Arzadun de 1945-1947 (Galindo s/n); y en Modernidad de los Cincuenta, la General Eléctrica del ingeniero Ángel Ojambarrena de 1957 (carretera de San Vicente 10).

En Zalla: en eclecticismo, el Almacén de Pasta y Taller Eléctrico de la Papelera Española de 1924 (Nicolás María Urgoiti); en neovasco, la Casa Barata Cadagua, del arquitecto Faustino Basterra de 1926 (particular del Cadagua 1-11) y el Batzoki del arquitecto Antonio de Araluze de 1935 (Hermanos Maristas 8 y Taramona 2); y en funcionalismo, la Estación Depuradora de Aguas de los arquitectos Juan de Madariaga y Lander Gallastegui de 1962-66 (Codujo 1).

Este libro no es tan solo una aportación historiográfica decisiva, sino que es una herramienta fundamental para desarrollar una serie de aplicaciones prácticas, la articulación de un Centro de Documentación sobre la Arquitectura de Las Encartaciones centrado en la etapa contemporánea, la ejecución de una serie de exposiciones especializadas de arquitectura contemporánea y de artes decorativas, la posibilidad de colaborar con los ayuntamientos de la comarca en la elaboración de catálogos de protección dentro del documento de planeamiento, la ejecución conjuntamente con otras instituciones de la comarca fórmulas de promoción turística, etc.

Formulación novedosa La exposición es muy transcendente porque plantea una formulación muy novedosa frente al discurso expositivo tradicional de la arquitectura contemporánea, que se ha caracterizado por la utilización preferentemente de planos y fotografías. La opción innovadora ha consistido en la combinación de planos y fotografías con una serie de elementos que explican todo lo que implica la edificación contemporánea, que son los siguientes: materiales constructivos (azulejos, hierros de balcones, aldabas, manillas, etc.) artes decorativas (vidrieras, porcelana, jarrones, papeles pintados, etc.), placas de autoría del arquitecto, diseños de interiores, libros, catálogos comerciales, mobiliario, cuadros, esculturas, etc.

La idea ha sido ofrecer elementos más cercanos y atractivos para así facilitar la explicación del discurso de la arquitectura contemporánea. El hándicap que ha conllevado este planteamiento, ha sido la carencia de contar con elementos en el grado suficiente en las colecciones públicas de Bizkaia. Ello se ha compensado con los materiales disponibles en colecciones privadas. El resultado es espectacular, se han reunido casi 200 piezas, que se ordenan por estilos, completamente inéditas y todas vinculados a Euskal Herria porque proceden de edificios derribados de este territorio o realizados por diseñadores o artistas de este ámbito. Las piezas son de excepcional calidad, como lo evidencia que algunos podrían estar perfectamente expuestos en el Museo de Bellas Artes, caso de los dibujos relacionados con la industrialización de Bizkaia.

Esta exposición implica otra variable decisiva, constituye el embrión de lo que pudiera ser un Museo del Diseño de la Casa Contemporánea de Euskal Herria, lo que vendría a ser una propuesta muy inédita en el panorama museográfico europeo.

En fin, el Museo de las Encartaciones con este libro y esta exposición da cumplida satisfacción a su objetivo de dar a conocer un patrimonio cultural encartado muy desconocido tanto en la historiografía de la arquitectura como por la sociedad en general, para así garantizar su salvaguardia para las generaciones futuras a través de su puesta en valor por parte de las instituciones y de la ciudadanía.

El asesor de Kennedy y la resistencia vasca

William Attwood corroboró en un artículo en ‘The New York Herald Tribune’ la “eficaz” existencia en Euskadi del equipo clandestino que negó la policía de Franco en 1947

Iban Gorriti

AQUEL hombre que escribía discursos al malogrado presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy también publicó artículos sobre la resistencia y el Gobierno vasco durante el franquismo. Uno de ellos brotó en el famoso tabloide The New York Herald Tribune en febrero de 1947. Años más tarde, William Attwood, como se llamaba, acabaría designado embajador de EE.UU. en Guinea y Kenia.

Attwood, nacido en París y educado en la Universidad de Princetown, fue paracaidista en la Segunda Guerra Mundial. Después publicó sus crónicas en el diario desde la edición internacional de la capital regada por el río Sena. Su cercanía a la frontera con Euskadi le posibilitó abundar en el rol y diatribas del totalitarista Franco y entrevistarse con el Movimiento de Resistencia Vasca.

El informador gritó al mundo que el movimiento clandestino vasco era “eficiente, aunque lo menosprecie la policía de Franco”. Lo tecleaba en febrero de 1947. El asesor de JFK se mostraba sorprendido por las cualidades, identidad y actuación del que cita como Consejo de Resistencia que “recibe órdenes de los exiliados en París, y trabaja para sostener la moral del pueblo”.

El presidente Kennedy con sus embajadores. Attwood es el primero por la derecha. Foto: Efe



Constataba que el franquismo seguía mintiendo y negando que existiese una clandestinidad vasca. Su tesón lo llevó a cotejar esas (des)informaciones. Se citó con portavoces de la desobediencia política vasca. “¡La precaución fue extrema en mi reunión con los líderes del Movimiento de Resistencia!”, admiraba.

Desde París trasladó a Nueva York que, antes de su primera reunión con los representantes del Movimiento de Resistencia Vasca, se citó con el entonces jefe de la Policía de Donostia, Félix Andrade Orejuela: “Entre otros de sus deberes, tiene el de suprimir las actividades subversivas”.

Calificó a Andrade de “caballero afable” que trató de restar importancia al sentimiento nacionalista vasco. Así, justifico que “el rumor que circula con respecto al movimiento de resistencia no es más que propaganda de París”. A la reunión se unió la hija del agente. “No debe creer toda la propaganda que circula”, le espetó. “Los españoles que creemos en el general Franco no necesitamos hacer propaganda. Queremos que los americanos nos comprendan mejor”.

A partir de ahí, negar la mayor. Con una carcajada rechazó la difusión de periódicos clandestinos. “Los pocos fanáticos nacionalistas vascos que existen no son más que rojos que se cuelan desde Francia y nadie los toma en serio”, menospreció. Agregó con un esbozo a lápiz que el lauburu, “emblema nacionalista vasco, se asemeja a la esvástica nazi. ¿Ve usted? Son todos nazis”.

Attwood se llena de ingenio en ese momento y presenta al progenitor de Andrade. “Su padre, que ya no luce la condecoración que le otorgaron los nazis durante la guerra, volvió con una pequeña bandera de madera que tenía los colores, rojo, blanco y verde, de los vascos. Aquí está un recuerdo que tengo para usted”, le entregó.

Al recién llegado se le escapó que “los rojos exiliados en Francia hicieron flotar banderas como esta sobre las aguas de la bahía de la Concha”, por lo que el activismo estaba como las ikurriñas, a flote. Sabedor de que había metido la pata, volvió al ataque: “El cuento sobre la existencia de periódicos clandestinos no es más que eso, un cuento”, y le enseñó fotos de monjas al parecer mutiladas por los republicanos durante la guerra.

Días después conoció al artífice que se las había arreglado para hacer que “cien ikurriñas” flotaran sobre las aguas de la bahía de Easo, durante las regatas de septiembre. “Estos hombres ni son comunistas ni exiliados”, contraponía el policía. Esa persona de la que no desvela su identidad pudo ser el gudari Joseba Elosegi porque narra que en las regatas de traineras acontecidas el 18 de julio, “aniversario de la rebelión del Generalísimo Franco contra el Gobierno español”, la bandera “patriota” vasca ondeó sobre el pararrayos de la iglesia donostiarra del Buen Pastor.

Se mantuvo en aquella altura a la vista de la población todo el día hasta que Franco ordenó a los bomberos descolgarla. “Cada semana del último verano, la policía de Franco se tuvo que dedicar a borrar las expresiones gráficas de la resistencia vasca en pueblos y villas de esta provincia de Gipuzkoa”, remachaba.

Santo y seña La mayor parte de estas manifestaciones estaban organizadas por el Consejo Nacional de Resistencia Vasca, “una organización formada de acuerdo con los planes trazados por el Gobierno vasco en el exilio”. El Consejo le relató el alcance de sus actividades, en una reunión que “tuvo que prepararse como lo hacen conspiradores en una película de ese género y que parece increíble tenga que ser así en un país europeo, tras la caída de Hitler”, se sorprendía. Una escueta llamada de teléfono a su hotel le permitió conocer a una mujer que le trajo “un pedacito de papel en el que aparecía el santo y seña”.

En el “oscuro” sitio convenido, halló a unos hombres que le llevaron a un apartamento “bien amueblado”. “Allí hablé con prominentes profesionales y hombres de negocios de la ciudad, que son los jefes del movimiento de resistencia en esta parte de la península. Estas aparentemente melodramáticas precauciones están plenamente justificadas en el San Sebastián de hoy”, relata.

A su juicio, Franco ya no fusilaba, sino que directamente torturaba a sus prisioneros “al estilo nazi, cada día”. Los juicios eran pospuestos “indefinidamente” y no existía autoridad alguna ante la que pudiera reclamar la familia del detenido.

La policía secreta, organizada y entrenada por Heinrich Himmler “cuando visitó España en 1937, conoce todos los trucos del oficio”. Attwood se sorprendió al observar que cohabitaban en el movimiento miembros nacionalistas y quienes no se significaban como tales. “¡Cinco partidos políticos!”, enfatizaba, y citaba cuatro: “El prominente es nacionalista y, por orden, el republicano, el socialista y el comunista. Ya que la mayoría de los vascos son católicos devotos, el PNV, católico en su mayoría, es la facción que ejerce el control general”.

El movimiento, a su parecer, era “eficiente”, y le extrañaba “cómo había podido este pueblo sobrevivir físicamente”. Gracias a la solidaridad. “Unen sus recursos y se ayudan los unos a los otros”. Hasta 1947, las actividades clandestinas se limitaron a mantener la moral del pueblo vasco mediante manifestaciones perennes. “No pasa una semana sin que algún pueblo vasco sea animado con banderas nacionalistas o inundado con periódicos clandestinos”. Con querencia antifranquista vaticina: “La libertad no se halla muy lejana”.

Sanchicorrota, rey de Las Bardenas y otros bandidos navarros

Las Bardenas Reales han sido a lo largo de los siglos refugio de salteadores de caminos y prófugos. El escritor Patxi Irurzun ha recreado en su última novela, ‘Diez mil heridas’, la vida del más famoso de todos ellos, Sanchicorrota. En este artículo nos habla de él y de otros bandidos que han acechado en los caminos, mugas y valles de Nafarroa

Un reportaje de Patxi Irurzun

Quién no conoce a Robin Hood? “Robaba a los ricos para dárselo a los pobres”, son las palabras que nos brotan de los labios casi de manera automática cuando pensamos en él. Como si fuera una de las frases promocionales de cualquiera de las películas que han engrandecido la leyenda del bandido bondadoso y justiciero. Una de ellas fue Robin y Marian -en la que Marian era Audrey Hepburn, y Robin, Sean Connery-, rodada, entre otros lugares, en la localidad navarra de Artajona, ignorando seguramente quienes lo hicieron que también Nafarroa cuenta con un Robin Hood autóctono. Su historia, claro, es mucho menos universal, desconocida incluso entre nosotros, a pesar de que las peripecias de nuestro salteador de caminos no tengan nada que envidiar a las del ladrón de los bosques de Sherwood y sean dignas igualmente de una superproducción hollywoodiense.

Sanchicorrota encontró refugio en la Bardena Blanca.

La Hermandad de La Estaca Estamos hablando de Sanchicorrota, un bandido que a mediados del siglo XV se convirtió en el azote de arrieros, diligencias y caravanas reales en este espectacular páramo lunar de la Ribera navarra, que antes fue tupido bosque y siempre refugio de forajidos y huidos de la justicia, tal y como señala en sus obras el Padre Moret: “En tiempo de Sancho el Fuerte, terminadas las guerras contra Castilla y Aragón, muchos soldados, hechos a la licencia de las presas y robos, se hicieron salteadores e infestaban la Bardena, por ser tierra quebrada y cubierta de boscaje”.

Y José María Iribarren añade: “Tantos debían de ser y tan audaces, que en 1204 se instituyó, para perseguirlos, una hermandad entre los pueblos comarcanos de Aragón y Navarra”.

Dicha hermandad solía reunirse cada año en un término denominado La Estaca, lo cual ya da cierta idea de sus propósitos, pues según sus estatutos cada uno de los cofrades podía ahorcar a todo salteador de caminos que atrapase. Y fue precisamente esta hermandad la que siglos más tarde propiciara la muerte del más famoso de los bandidos de Las Bardenas, el referido Sanchicorrota.

El rey de Las Bardenas Pero empecemos por el principio. Sanchicorrota, como suele suceder casi siempre en estos casos, no nació, sino que se hizo -o las circunstancias lo hicieron- bandido. Antes, en su Cascante natal, fue un humilde y fornido molinero, como, por cierto, delata su nombre, Sanchicorrota, Sancho Rota o Sancho Errota, es decir, Sancho el del molino, lo cual por otra parte nos da indicios de que el euskara no era ni mucho menos una lengua desconocida en la Ribera navarra. Un día, en una discusión violenta mató a un hombre, no está muy claro si fruto de una disputa entre vecinos o de un arrebato de ira ante las demandas abusivas de un recaudador de impuestos. De lo que no cabe ninguna duda es de que Sanchicorrota huyó y encontró refugió en Las Bardenas, entre las bandas de salteadores que hacían de ellas un territorio sin ley, o el único en que la ley no era injusta con aquellos a los que el hambre o la persecución no les dejaba otra opción que la de la delincuencia.

La leyenda cuenta -y desdibuja en este punto el mito del bandido noble y filántropo- que Sanchicorrota construyó su guarida en una cueva en lo alto de un collado o cabezo, que hoy lleva su nombre y se encuentra próximo al paraje conocido como El Rallón, en la Bardena Blanca, y que para ello contrató a algunos vecinos de los pueblos colindantes, a los cuales dio en pago la muerte, con el objeto de que no revelaran la ubicación de dicha cueva; cueva que, por otra parte, nada tenía que envidiar a la de Alí Babá, pues se describe en ocasiones como un laberinto de galerías atiborradas de los esplendorosos botines que Sanchicorrota, rey de Las Bardenas, obtenía en sus saltos de caminos.

Muerte de Sanchicorrota No muy lejos de la cueva de Sanchicorrota, en otro cabezo, el de Peñaflor, se alzan las ruinas de un castillo que mandara construir Sancho el Fuerte para defender al reino de Navarra de las incursiones aragonesas y en el que se dice que permaneció prisionera la princesa doña Blanca de Navarra, hermana del príncipe de Viana, encarcelada por su propio padre, don Juan II de Aragón, al negarse a casarse con un pretendiente afín a los intereses del monarca. Y se dice también que allí acudía a visitarla por las noches, rendido de amor, nuestro fugitivo Sanchicorrota. Todo un folletín romántico, que a menudo se atribuye al escritor Navarro Villoslada, el autor de Amaya o los vascos en el siglo VIII, cuando lo cierto es que en su obra Blanca de Navarra, el enamorado y libertador de esta es otro bandido, un judío, de nombre Jimeno, quien precisamente contaba entre sus méritos haber sido quien diera muerte a Sanchicorrota, raptor de la princesa.

Pero la verdad es que, como antes hemos dicho, Sanchicorrota pereció tras ser perseguido por 200 caballeros, probablemente muchos de ellos miembros de la hermandad de La Estaca, enviados a Las Bardenas por el rey Juan II en 1452, desquiciado por las tropelías del que fuera molinero de Cascante; y que ni siquiera este pequeño ejército pudo acabar con él, bastante hizo con dar con su paradero, pues Sanchicorrota hacía perder el rastro a sus perseguidores herrando del revés su caballo y los de los treinta hombres que componían su banda. Fue el propio Sanchicorrota quien, viéndose acorralado, decidió acuchillarse el corazón, antes que perder su libertad.

Finalmente, su cadáver fue paseado por los pueblos bardeneros y colgado en una horca en Tutera, donde permaneció expuesto durante semanas, como aviso para todos aquellos que pretendieran seguir su ejemplo.

Un rastro delator El escarmiento, no obstante, no sirvió de mucho, no solo porque todavía hoy recordamos con admiración las gestas de Sancho Rota, sino también porque tras su muerte fueron muchos los que siguieron prefiriendo la vida fugitiva, violenta y a salto de mata en un paisaje hostil como era la Bardena Blanca, antes que las punzadas del hambre, la injusticia o la mansedad de la servidumbre.

De algunos de ellos nos hablan autores como Fernando Videgáin, autor de Bandidos y salteadores de caminos. Historia del bandolerismo navarro del siglo XIX o como el ya citado José María Iribarren, quien en un artículo titulado Bandidos y salteadores nos recuerda a otro célebre bandolero, el tuterarra Moneos, del cual cuenta que tras asaltar a un marqués y arrebatarle una torta y unas merluzas, desató el adorno que llevaba la torta y se la ofreció a su víctima para que la conservara como regalo para su mujer. En cuanto a las merluzas, resultaron fatales para el galante ladrón, pues husmeando el olor de las mismas los perseguidores de Moneos pudieron dar con él y detenerlo.

Justicia social a trabucazos Da cuenta también el escritor tuterarra en su artículo de dos bandidos navarros que si bien no ubica en Las Bardenas, también se asemejaban en su proceder al espíritu justiciero social y libertario de Robin Hood o de Sanchicorrota. El primero de ellos es el Cura de Elso, aunque no lo era, lo llamaban así porque en su juventud ahorcó los hábitos; y dicen que era el prototipo del salteador generoso, que robaba a los ricos y favorecía a los indigentes. Un loco de altruismo que trataba de resolver (a su manera y con trabuco) la dichosa cuestión social, escribe Iribarren.

El segundo era conocido como Txitos, y merodeaba por los altos de Belate, en una de cuyas ventas encontró una vez a una desconsolada mujer que al día siguiente iba a ser desahuciada y a la que Txitos le ofreció la cantidad que debía y pidió que, una vez saldada la deuda, reclamara al escribano la carta de pago. Al día siguiente, Txitos recuperó su dinero asaltando a dicho escribano. Txitos, por cierto, había sido seminarista, por lo que nos aventuramos a decir que tanto él como el falso Cura de Elso eran una especie de precursores de la teología de la liberación.

Tierra de bandidos Los bandidos han proliferado a lo largo de los siglos por Nafarroa, tierra fronteriza y de caminos. Desde la muga con Gipuzkoa, pasando por los valles de Basaburua, Ultzama, o Anue -en Lantz una de sus figuras más destacadas es la del bandido Miel Otxin-, hasta Las Bardenas. Así lo atestiguan el paso de ilustres viajeros por el territorio, como el obispo de Oporto, quien ya en el año 1120 tuvo que disfrazarse de mendigo para desalentar a aquellos asesinos crueles y desvergonzados, siempre dispuestos a maltratar a los pasajeros y cuya lengua nadie conocía.

Más conocido es el caso del peregrino Aymeric Picaud, quien en el famoso Códice Calixtino -aquel que sustrajo rocambolescamente no hace tantos años de la catedral de Santiago un electricista- acusa a los navarros no solo de robar a los peregrinos, sino además de cabalgarlos como asnos, amén de todo tipo de lindezas, que van desde la zoofilia, el excesivo gusto por el vino, comer como cerdos, hablar en una lengua bárbara que se asemeja a ladridos o enseñarse sus vergüenzas los hombres a las mujeres y viceversa mientras se calientan al fuego.

Incluso en una obra de ficción, como la famosa novela Robinson Crusoe, cuando este permanece atrapado durante veinte días en Iruñea por un temporal, lo que más atemoriza al célebre náufrago no son las manadas de lobos que puedan acecharle en los caminos nevados, sino “otra especie de lobos que iban en dos pies”, dice el personaje de Daniel Defoe.

Teniendo en cuenta todo lo cual, para acabar, no está de más, si queremos deshacernos de esa mala fama, volver a reivindicar a nuestro propio Robin Hood, el bandido Sanchicorrota, que, como aquel, robaba a los ricos para entregárselo a los pobres. Eso asegura, al menos la leyenda. Y eso es también lo que, por supuesto, algunos preferimos seguir creyendo.