Historia y memoria: El caso de Iñaki Errazti

La memoria histórica la construyen personas como Iñaki Errazti, un vecino de Barakaldo que hoy tiene 88 años y que ha dedicado mucho tiempo, esfuerzo e ilusión a obtener información sobre la Guerra Civil y sus protagonistas, entre ellos su tío Vicente, gudari del batallón ‘Muñatones’.

Un reportaje de Eduardo Jauregi Fotografías de Iñaki Errazti y Sabino Arana Fundazioa.

La inscripción de ' Joseba Tellitu'  provocó la curiosidad de Errazti.
La inscripción de ‘ Joseba Tellitu’ provocó la curiosidad de Errazti.

Terminamos este curso de Historia de los vascos con un relato con el que queremos mostrar una de las muchas -y positivas- repercusiones que suelen tener los artículos que publicamos cada semana. Y nada mejor para ello que conocer el ejemplo de Iñaki Errazti.

El artículo publicado en DEIA en diciembre de 2013, sobre el batzoki en la cárcel de Larrinaga durante los años 30 del pasado siglo, sorprendió gratamente a Iñaki Errazti, un vecino de Barakaldo que a sus 88 años desprende una vitalidad y optimismo envidiables, además de contar con una memoria prodigiosa.

Y sé que le gustó lo que en aquel texto se contaba porque su lectura le impulsó a acercarse hasta nuestro Archivo, para conocernos y contarnos sus vivencias de niño, ligadas en algunos momentos de su vida a la cárcel de Larrinaga. No vino con las manos vacías. Junto a sus relatos y proyectos de investigación, nos entregó una reproducción fotográfica de 1934 en la que aparece con 8 años acompañando a su tío Vicente Errazti y unos amigos, dirigiéndose a ese penal a visitar a compañeros nacionalistas encarcelados.

Sus recuerdos son imborrables. Con una claridad de visión como si de ayer se tratase, Iñaki nos contó cómo llevaban vino a los amigos presos en Larrinaga (porque en aquellos años llevaban a la gente a punta pala a la cárcel, decía…) y traspasaban el caldo mediante la goma de las lavativas que en toda casa había, por entre el enrejado que separaba a los reclusos de los familiares y amigos en la estancia que existía para las visitas. Incluso les pasaban las monedas de dos reales -de plata, las más pequeñas-, forzando la malla metálica, para que pudieran comprar algo en el economato de la cárcel. Sin embargo, los recuerdos más duros y trágicos de la cárcel de Larrinaga llegarían tres años más tarde, cuando iba al penal a llevar a su tío Vicente Errazti comida en las cestas que se utilizaban habitualmente.

Capitán Errazti Vicente Errazti fue durante la guerra capitán de la compañía Salaberri del batallón Muñatones. Le visitó un día en Elgeta, antes de que el batallón se retirara a principios de marzo del 37, acompañando a su madre, y pudo ver la línea del frente desde una de las trincheras que cortaban la carretera, camino de Bergara. Aquel día no se dio ni un solo disparo, aunque los soldados sublevados se encontraban a pocos metros de distancia y se les veía fácilmente haciendo incursiones de ida y vuelta desde sus posiciones a los caseríos más cercanos.

Iñaki estuvo muy ligado a su tío. Nunca olvidará el culatazo que se llevó y que él presenció desde la carretera, en frente del actual batzoki de Burtzeña, cuando le vio detenido dentro de un camión, procedente de Laredo, camino de Bilbao. Al reconocerlo y saludarle efusivamente con los brazos en alto, provocó el amago del saludo de su tío que se cortó rápidamente con un fuerte golpe por parte del militar que tenía a su lado.

Luego vendrían las visitas casi diarias a la cárcel de Larrinaga ya que le condenaron a muerte. Al igual que la mayoría de los familiares que visitaban a los presos en la cárcel para llevarles comida, todos hacían el mismo itinerario: entrar por la puerta metálica y lateral de la cárcel y dejar en el suelo del patio la cesta con una nota indicando para quién era. Al día siguiente se recogía la cesta vacía y se dejaba la llena. En esas idas y venidas a la cárcel, lo primero que había que hacer era leer la nota que ponían en la parte exterior del muro de la cárcel con el nombre de los asesinados el día anterior… ¡Era lo más terrible! Unos días la lista podría contener 20, 30 o 5 nombres… “Si antes de llegar a la cárcel -nos explicaba Iñaki- te cruzabas con alguien que bajaba con dos cestas en las manos y la cara llena de lágrimas y rota de dolor, ya se sabía lo que le había ocurrido”.

Iñaki recuerda especialmente las navidades del 37, cuando se corrió la voz de que había llegado a Bilbao el verdugo de Burgos. Entonces, si bien en el patio de la cárcel de Larrinaga se ajusticiaba a un número de presos determinado mediante garrote vil, todos los días salían en camiones para Derio muchos más hombres que iban a ser fusilados en los muros de cementerio. Iñaki tuvo la suerte de no ver nunca el nombre de su tío en ninguna lista.

Alguna vez incluso entró dentro del penal, a la misma sala de visitas donde pocos años antes había estado. Sin embargo, las diferencias en tres años eran más que notables: el número tanto de visitantes a un lado de la separación como de presos al otro, se había multiplicado mucho (al menos por 10 en el lado de los presos); y había un pasillo central de separación entre las dos zonas por donde se paseaban los guardias con, no una, sino dos rejas a cada lado. No había, por tanto, posibilidad de pasar nada de un lado al otro, y el griterío era ensordecedor.

Como indicaba al principio de este artículo, la lectura sobre el batzoki de la cárcel de Larrinaga -que Iñaki no conocía seguramente por su corta edad en aquellos años- hizo aflorar todos estos recuerdos y su voluntad de transmitirlos.

Las vivencias del pasado de Iñaki Errazti han estado muy unidas, desde siempre, con la figura de su tío, la guerra, etc. Y fue de una manera casual, leyendo una entrevista en DEIA, a José Ramón Garai, miembro de Intxorta 1937 kultur taldea y responsable del nuevo Centro sobre el frente en Elgeta, lo que le ha llevado a investigar una historia personal durante los últimos años que todavía hoy en día no ha finalizado por completo.

Detalles sobre Elgeta. En aquella entrevista le sorprendió enormemente que no se citara en la relación de batallones que estuvieron en Elgeta el nombre del batallón Muñatones (cuando él había estado allí, con ellos, y con su tío que era capitán de una de las compañías). Su interés por corregir este dato y hacer merecida justicia para con quienes allí estuvieron dando la vida por Euskadi, hizo que regresara de nuevo a aquel escenario y se pusiera en contacto con los organizadores de aquella iniciativa. Con ellos mantuvo varias entrevistas. Su memoria fotográfica, y reveladora, volvió una vez más a sorprender a los responsables del centro, dándoles información de cómo estaba Elgeta aquel día que lo visitó un día de invierno del 37: dónde estaban las cocinas donde se preparaba la comida para los soldados (que no bajaban a comer, sino que se las subían a la línea del frente), el lugar donde permanecía un rústico quitanieves, las trincheras, los desniveles del suelo (corregidos en los años 60), etc. etc.

Recorriendo la localidad, llamó poderosamente su atención la grabación de dos cruces y el nombre de JOSEBA TELLITU – MUÑATONES en una de las piedras exteriores que forman parte de la pared de una vivienda situada junto a la carretera. ¿Quién sería aquel Joseba Tellitu? Parecía obvio que fuera algún gudari del señalado batallón. Pero… ¿le habría conocido su tío (fallecido en 1988)? ¿Por qué aparecía su nombre grabado en piedra?, ¿fue alguien importante? A partir de aquel momento, la localización de esta placa mortuoria hizo que Iñaki Errazti dedicara su tiempo en averiguar quién fue Joseba Tellitu y obtener respuesta a sus muchas preguntas. En Barakaldo -localidad de Iñaki Errazti- hay muchos habitantes apellidados Tellitu. Preguntó a sus amistades, familia y vecinos; se acercó al Ayuntamiento y al registro de defunciones; y allí encontró los primeros datos, algunos reveladores, pero otros contradictorios. Según la partida de defunción existente en el Registro, Joseba Tellitu, natural de Barakaldo, y casado, falleció en Igorre, en abril de 1937. Según los datos que maneja Errazti, el batallón Muñatones abandonó la posición de Elgeta el 4 de marzo, pero bien podría ser que este gudari, quizá inicialmente herido, fuera trasladado al hospital de sangre que hubo en Igorre y falleciera allí. Sin embargo, como las crónicas hablan de un fallecido ese día 4 de marzo, Errazti intuye que fue Tellitu y que la información del registro es errónea.

En busca de descendientes. En la partida de defunción aparecía un dato que inquietó aún más a nuestro investigador particular y que le animó a seguir tirando del hilo. Si bien el referenciado no tenía hijos cuando falleció, su mujer -Gloria Aranzamendi Atxa- constaba que estaba encinta. Ante esto, ¿viviría el hijo de aquel gudari? ¿Podría encontrarse con él, conocerle y contarle sus informaciones? Había que saber primero si la mujer de Tellitu vivía y fuera ella o su hijo los que podrían recibir la historia que quería contarles Iñaki.

Nuevas investigaciones en registros, preguntando aquí y allá, casi casi puerta por puerta, dieron sus resultados. Iñaki contactó con Miren, una sobrina de Gloria, quien le confirmó que el hijo de su tía, que llevó el mismo nombre que su padre, falleció a los tres años de edad. Esta desgracia le causó una fuerte depresión. Sin embargo, con el tiempo se recuperó, volvió a casarse pero ya no tuvo más hijos. Trabajó en la Margen Derecha, en una casa durante muchos años, pero lamentablemente falleció a finales de los años 90. Con esta noticia la búsqueda de familiares directos del gudari Joseba Tellitu se cerraba de golpe. Pero las ganas de Iñaki Errazti por conservar nuestra memoria, transmitir ese pasado a los presentes, herederos o familiares cercanos (hermano/as, cuñado/as,…) del gudari Tellitu siguen animándole a continuar con esa actividad de bucear en nuestra historia, y recabar información, aunque solo sea una historia particular y anónima, como lo han sido las de los miles de gudaris que lucharon en la guerra.

 

Los Finaly, dos niños judíos salvados por nacionalistas vascos

Víctimas de la persecución del nazismo, primero, y del interés de Franco, luego, Robert y Gérald Finaly pudieron volver con su familia gracias a un grupo de abertzales.

UN REPORTAJE DE JEAN-CLAUDE LARRONDE

Los hermanos Robert y Gérald Finaly son trasladados en un coche. Su caso levantó mucho revuelo en Francia. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.
Los hermanos Robert y Gérald Finaly son trasladados en un coche. Su caso levantó mucho revuelo en Francia. Fotos: Sabino Arana Fundazioa.

ENTRE todos los males de la dictadura franquista, uno de ellos es la ocultación de lo que realmente sucedió en el transcurso de esos 40 años de plomo. En 1953, un pequeño grupo de nacionalistas vascos, particularmente valientes, consiguió oponerse a la voluntad de Franco y permitió el retorno a Francia y la devolución a su familia de los jóvenes Finaly. Una historia que desencadenó las pasiones en Francia y en muchos países donde tuvo una repercusión enorme. Pero sin tener ningún eco en la península a causa de la dictadura. Una historia que aún hoy en día es aquí casi totalmente desconocida.

El doctor Finaly y su esposa, judíos austriacos, se refugiaron, para huir de las represalias antijudías, en Francia, cerca de Grenoble. Allí, nacieron dos niños: Robert, en abril de 1941, y Gérald, en julio de 1942. Los dos fueron circuncisos desde su nacimiento. Los padres fueron arrestados por la Gestapo en febrero de 1944 y deportados a Auschwitz, de donde nunca regresaron. Antes de su detención, los padres, en una situación angustiosa, habían confiado sus hijos a un conocido. Esta persona los colocó en una institución católica que los remitió a la señorita Brun, directora de la guardería municipal de Grenoble. Dicha señorita los salvó, en un primer momento de las garras de la Gestapo, pero su comportamiento después de la guerra distó de lejos de ser ejemplar.

En efecto, desde el comienzo de 1945, las hermanas del doctor Finaly quisieron recuperar a los niños. Una vivía en Nueva Zelanda y otra en Israel. La señorita Brun, quien colocó a los niños en colegios católicos, no quiso devolverlos a su familia. Los hizo bautizar en 1948. Un bautizo «gravemente ilícito», puesto que la señorita Brun no era más que su tutora provisional y no definitiva y los niños ya no estaban en peligro de muerte -¡tres años después del final de la guerra!- pero, sin embargo, válido ya que el bautismo en aquella época era considerado por muchos teólogos católicos como «irreversible».

A partir de 1949, la familia puso el asunto en manos de un albacea, el señor Keller, quien vivía en Grenoble y que inició un procedimiento judicial. En junio de 1952, el Tribunal de Apelación de Grenoble obligó a la señorita Brun a devolver a los niños y nombró a la tía de estos, que vivía en Israel, la señora Rosner, como tutora de los mismos. ¡Pero estos habían desaparecido! La institución Nuestra Señora de Sión tomó el relevo de la señorita Brun para esconder a los niños en colegios católicos. Robert y Gérald recibieron una educación católica, en la que los judíos no tenían una plaza muy honorable.

UN BREVE PASO POR BAIONA De escondite en escondite, los dos niños llegaron, provenientes de Marsella, a Baiona, a finales de enero de 1953, y fueron inscritos en el colegio San Luis Gonzaga; el mismo colegio donde los hermanos Sabino y Luis Arana Goiri habían sido alumnos, unos 80 años antes.

Pero también allí su presencia fue descubierta; algunos profesores del colegio decidieron su salida clandestina en la mañana del 3 de febrero y los confiaron a un cura de una parroquia de Baiona quien los escondió durante una decena de días con la complicidad de algunos parroquianos. El 13 de febrero, pasaron la muga de Biriatu a Bera a pie, durante seis horas precedidos por un pasador, con 60 centímetros de nieve.

La emoción fue intensa en Iparralde. Cuatro sacerdotes y un civil fueron inculpados de secuestro de menores y secuestro arbitrario y seguidamente encarcelados en la prisión de Baiona durante una docena de días y en un caso (el del padre Emilio Laxague), durante casi un mes.

UNA LARGA ESTANCIA EN GIPUZKOA El 15 de febrero, unos clérigos de Iparralde recepcionaron a los niños y, en una improvisación total, no sabiendo a quién confiárselos y habiendo encontrado por dos veces el rechazo de eclesiásticos por falta de disponibilidad material, los dejaron en plena desesperanza en el monasterio de Lazkao.

Pero tanto la Policía como los periodistas estaban tras su pista. El padre Mauro Elizondo decidió entonces sacarlos del monasterio y separarlos: el pequeño, Gérald, se quedó en casa del cura Pío Montoya en Alegia y el mayor, Robert, se quedó en Tolosa, en la familia de Patxi Arruti Urrestarazu, gran amigo de Pío Montoya, hasta finales de abril y a partir de esta fecha y hasta el desenlace, en casa del padre Andoni Andonegi Sustaeta, en Getaria.

Los padres de Robert y Gérald eran judíos austriacos que huyeron a Francia y luego fueron llevados a Auschwitz.

Todas estas personas eran nacionalistas vascos convencidos que, en el caso de Pío Montoya y de Andoni Andonegi, conocieron el exilio en Iparralde a causa de la guerra civil. Por su parte, Patxi Arruti, después de haber sido gudari del batallón Amayur del PNV, pasó largos años en las cárceles franquistas.

Los clérigos de Iparralde se situaban más bien en la línea tradicionalista de la Iglesia. En eso, eran los herederos espirituales del líder de Iparralde entre las dos guerras, el inamovible diputado ultraconservador de Donibane Garazi Jean Ybarnegaray, con simpatías franquistas bien conocidas desde la época de la guerra civil. No tenían ninguna idea en absoluto acerca del nacionalismo vasco. Pero al dirigirse al monasterio de Lazkao, confiaban por pura casualidad, la continuidad de la historia en manos de nacionalistas vascos.

LA VOLUNTAD DE FRANCO A esos clérigos de Iparralde no se les ocurrió otra cosa que dar a conocer al obispo de Donostia, monseñor Font y Andreu, el hecho de que habían dejado a los niños en Lazkao. El obispo advirtió inmediatamente al gobernador civil de Gipuzkoa, Tomás Garicano Goñi, quien, a su vez, advirtió al ministro del Interior Alberto Martín-Artajo.

Desde el principio pues, el Gobierno franquista estaba perfectamente al corriente de la residencia de los niños y el padre Mauro Elizondo -que ya había sufrido las represalias franquistas- debió jugar un papel sutil de equilibrista diplomático en sus relaciones con el gobernador civil. Franco tenía la intención de guardar esos niños en España: ellos podían servirle de moneda de cambio en los sucesivos chantajes al Gobierno francés, como los que habían concluido con la expulsión del Gobierno vasco de su sede de la avenida Marceau en París en 1951 y el cierre temporal de Radio Euzkadi, que emitía desde Muguerre (Lapurdi).

LA INTERVENCIÓN DE AGUIRRE Fue un pequeño grupo de cuatro personas, todos nacionalistas vascos, quienes gestionaron el asunto y desmontaron los planes de Franco: el padre Mauro Elizondo Artola de Lazkao, los clérigos Pío Montoya Arizmendi y Secundino Rezola Arratibel, este último hermano de Joseba, uno de los jefes de la resistencia vasca, y Cándido Echeverria Artola que trabajaba para la agencia de información y espionaje Servicios que dependía del Gobierno vasco y que sería en este asunto, el delegado del presidente José Antonio de Aguirre.

Este último intervino directamente, en una carta dirigida a final de mayo a Secundino Rezola pidiendo a este grupo y a las familias que guardaban a los niños facilitar su retorno a Francia con el fin de restituirlos a su familia: es su deber de vascos y de católicos. El 19 de junio, en una reunión en Alegia, los cuatro amigos decidieron el retorno de los niños a Francia, en contra de la voluntad expresa del ministro Martín-Artajo, quien había recibido dos días antes en Madrid, al padre Mauro Elizondo.

AITA MAURO, PROTAGONISTA Fue el padre Mauro Elizondo quien, a partir de mediados de febrero de 1953 y hasta finales de junio (26 de junio), gestionó el asunto y tuvo la suerte de los hijos Finaly entre sus manos. Muy rápidamente, demostró una sorprendente lucidez, una gran inteligencia y una sangre fría admirables. Se dio cuenta de que los clérigos de Iparralde, mal informados, se lanzaron en esta historia con ligereza e imprudencia, que la señorita Brun estaba lejos de ser «el monstruo de caridad» descrita por algunos periódicos católicos franceses sino más bien una persona interesada y codiciosa (se tendrá más adelante la prueba tangible de su moralidad de lo más dudosa). Fue él quien decidió el desenlace del asunto, con la intervención del padre abad de Belloc, su amigo Jean Pierre Inda, ante el cónsul de Francia en Donostia y el gobernador civil de Gipuzkoa. Más que Germaine Ribière, emisaria del cardenal Gerlier, arzobispo de Lyon, fue él quien resolvió el asunto. Él quedaría humilde y en la sombra y su nombre no aparecería jamás en la época y muy poco, después.

Sin embargo, él había salvado el honor de la Iglesia, mal comprometida en esta historia de enfrentamiento entre judíos y cristianos a propósito de un bautismo sobre el que había mucho que decir. También había desmontado los planes de Franco y ejecutado a la letra -en relación con sus amigos nacionalistas vascos- los deseos del presidente Aguirre.

Después de su salida del País Vasco, los niños se quedaron durante un mes en las afueras de París. El pequeño Gérald confiaría a la persona que lo alojó que no tenía «ninguna simpatía por el general Franco» y le explicaría las diferencias «entre los vascos y los españoles».

A finales de julio de 1953, los hermanos Finaly partieron a vivir en Israel con su tío y su tía. El mayor llegaría a ser cirujano y el pequeño militar. Hoy disfrutan de un apacible retiro.

La calle que Bilbao arrebató al franquismo

SE CUMPLEN 50 AÑOS DE LA MUERTE DEL COMANDANTE DE GUDARIS AGUIRREBEITIA, A QUIEN EL PNV QUISO TRIBUTARLE UNA VÍA LOCAL.

UN REPORTAJE DE IBAN GORRITI

El comandante Carlos Aguirrebeitia falleció repentinamente en su domicilio el 3 de septiembre de 1964. (Foto: Archivo de Iñaki Anasagasti).
El comandante Carlos Aguirrebeitia falleció repentinamente en su domicilio el 3 de septiembre de 1964. (Foto: Archivo de Iñaki Anasagasti).

EL 3 de septiembre se cumplirán 50 años del fallecimiento de Carlos Aguirrebetia, quien fuera comandante de gudaris y quien, por unos días, tuvo una calle oficiosa a su nombre en el callejero de la villa de Bilbao. Por aquel entonces existía la vía de nombre fascista Comandante Velarde que daba a la Plaza Nueva y, en un acto de clandestinidad, afiliados del PNV, en una operación reivindicada por EGI, la rebautizaron colocando una placa en honor al comandante Aguirrebeitia.

Ocurrió el 1 de enero de 1965. «La revista Gudari se hizo eco del suceso e incluso publicó una fotografía de la acción», subraya el senador Iñaki Anasagasti. Aguirrebeitia era amigo del padre del jeltzale, y el hombre que preparó y dirigió la voladura del monumento erigido en el Arenal de Bilbao al golpista general Mola, el que amenazó con el pasquín «arrasaré Vizcaya, tengo medios sobrados para hacerlo». Carlos Aguirrebeitia fue uno de los jefes de la Resistencia Vasca en el interior. Afiliado al PNV desde muy joven, al iniciarse la guerra en Euskadi se alistó en el Ejército Vasco, partiendo para el frente de Lekeitio en el batallón Mungia, con el grado de teniente. Ascendió a comandante cuando no tenía más que 23 años. «A la cabeza de los batallones Mungia y Larrazabal, intervino brillantemente en las operaciones más sangrientas de la contienda», valoraban en la publicación Alderdi, según se puede consultar en Sabino Arana Fundazioa.

El mismo medio informó en 1964 de que «el día 3 de septiembre falleció repentinamente en su domicilio de Bilbao el comandante de gudaris don Carlos Aguirrebeitia, quien tuvo también una intervención decisiva en la preparación y desarrollo de las huelgas de 1947 y 1951. Por sus cualidades de organizador fue incorporado en 1958 al Bizkai Buru Batzar, y poco después al Euzkadi Buru Ba-tzar», ampliaban.

«Era -aporta Anasagasti- un reducido número de compatriotas el que, por medidas de seguridad, conocía a fondo su doble personalidad de hombre aparentemente apacible, dedicado exclusivamente a sus negocios y familia, tras la cual ocultaba la verdadera personalidad de activo Jefe de la Resistencia Vasca». A juicio del senador, Aguirrebeitia pertenecía, por su edad, a aquella generación de hombres jóvenes del 36, «y no de jóvenes a secas, que con concepto de responsabilidad y disciplina, obedeciendo órdenes de sus burukides, dejaron a un lado en el momento preciso las comodidades y conveniencia personal para lanzarse a defender Euzkadi en las trincheras, escribiendo con su sangre y heroísmo la página más concluyente de la historia de Euzkadi, la que logró alcanzar, bajo los postulados del PNV, las angulares piedras de un Gobierno y un Ejército propio reconocido por todos», observa.

Anasagasti recordó la acción antifascista de EGI cuando en un rastro vio que se vendía la placa original de la calle que enaltecía al fascista Comandante Velarde. Desde el Ayuntamiento de la villa capitalina confirman a DEIA que, en 1980, el Consistorio procedió a eliminar el nombre de las calles que se habían rebautizado por orden dictatorial el 23 de noviembre de 1940.

«En 1983, se quitaron algunas de las placas que quedaron, y una de ellas fue la de Comandante Velarde. Hoy esa calle lleva el nombre de Mitxel Labegerie», corroboran desde el Consistorio. Mitxel Labegerie murió precisamente en 1980, el 28 de julio, y está considerado como «el padre de la nueva canción vasca», así como «el primer diputado nacionalista de la Asamblea francesa». Nació en Uztaritze el 4 de marzo de 1921.

ACCIÓN DE LA RESISTENCIA Entre el cambio de nombre oficial de Comandante Velarde a Mitxel Labegerie, un día se llamó tras la citada matxinada Comandante Aguirrebeitia, como quedó publicado en la revista Gudari, editada en Caracas, Venezuela, bajo el titular «En homenaje al Comandante Aguirrebeitia, la Resistencia cambió el nombre a una calle de Bilbao». Ocurrió el primero de enero de 1965, como «sencillo pero emotivo acto de homenaje a la memoria del que, en vida, fue valeroso Jefe de la Resistencia Vasca, Comandante Aguirrebeitia», quedó impreso.

Para la elección del lugar -apuntaba la publicación-, se estableció previamente contacto con la Sección de Estadística del Ayuntamiento de Bilbao, cuyos funcionarios, conscientes de su misión al servicio del pueblo de quien dependen, prestaron las máximas facilidades y actuaron con diligencia, señalando que la calle más indicada a tal fin era la denominada hasta el momento calle del Comandante Velarde, personaje este totalmente desconocido en la villa y desligado en episodios históricos de Bilbao y Euskadi.

La placa con el nombre del Comandante Aguirrebeitia fue colocada a primera hora de la madrugada en presencia de representantes de EGI, PNV y Euzko-Gudarostea. A mediodía hubo misa en San Antón en euskera. Al acabar se fue a la Calle del Comandante Aguirrebeitia (transversal de la Calle Correo), desfilando en silencio ante la placa que le da nombre.

«Al siguiente día la placa continuaba puesta, y ya con las primeras luces, nuestros fotógrafos hicieron unas instantáneas, para la historia», escribían en Gudari. La noticia se extendió por todo Bilbao «hasta llegar a conocimiento de La Falange, que exigió al Ayuntamiento de la capital vizcaina que fuera inmediatamente retirada».

Guadalajara, la tierra de los Arrazola

Unos 170 titulares de este apellido, entre ellos varias decenas de guipuzcoanos y belgas, se reunieron en la villa alcarriense de Checa; Arrazola es el apellido más extendido en este pueblo al que fue un vecino de Oñati hace 492 años.

Un reportaje de Mikel Mujika.

Encuentro de los Arrazola de la región belga de Flandes con los de Checa, en 1999. (Foto: DEIA)
Encuentro de los Arrazola de la región belga de Flandes con los de Checa, en 1999. (Foto: DEIA)

EN un lugar de La Mancha…, un guipuzcoano apellidado Arrazola oyó hablar hace poco más de un año de una pensión con este mismo nombre. Y se preguntó el por qué. Sucedió en una pequeña localidad de Cuenca, Beteta, muy próxima a la provincia de Guadalajara. A José Mari, donostiarra afincado en Pasaia, le picó la curiosidad. Activó sus armas y se puso a tirar del hilo. El mismo hilo del que ya estaban tirando algunos, como Joseramon Arrazola, un vecino de Oñati que lleva quince años estudiando el origen de los Arrazolas en Guadalajara, la segunda provincia del Estado español, tras Gipuzkoa, donde más extendido está este apellido originario de Gipuzkoa.

Se da la circunstancia de que en esta región de Castilla La Mancha hay más Arrazolas que en todo Bizkaia y Araba juntos. Así lo indica el padrón. Sus pesquisas llevaron a Joseramon a un pequeño pueblo alcarrense, Checa, en la provincia de Guadalajara, tierra de los Arrazola.

Era cuestión de tiempo que Joseramon y José Mari coincidieran y se pusieran a trabajar juntos.

Este último es precisamente el impulsor del encuentro que este fin de semana llevan a cabo en Checa unas 170 personas que lucen este apellido. Allí está también Joseramon. En total han viajado decenas de Arrazolas de Gipuzkoa; también de la región belga de Flandes, así como de otros tantos puntos de la geografía española, desperdigados sobre todo entre Madrid, Zaragoza, Barcelona, Valencia y Tarragona, después del declive vivido a finales del siglo XIX en el pueblo guadalajareño de Checa, en otros tiempos convertido en un pujante núcleo económico creado en torno a la extracción del hierro y las ferrerías.

un presidente del gobierno Arrazola es allí el apellido más extendido. Así se apellidaba el personaje más ilustre de esta villa, Lorenzo Arrazola, nacido el 10 de agosto de 1873 en una familia humilde y criado por un tío materno. Este Arrazola, político, abogado y catedrático de universidad, se convirtió en toda una eminencia en tiempos de Isabel II. Fue presidente del Gobierno, en seis ocasiones ministro de Gracia y Justicia, presidente de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, presidente del Consejo de Ministros de España y también del Tribunal Supremo.

En Oñati, Joseramon llevaba años preguntándose si aquel gran jurista y político de la historia española tenía RH negativo. ¿Cómo habría adquirido un apellido tan de Oñati? Hasta que descubrió que era de los Arrazola de Checa de toda la vida. La pregunta surgió sola. ¿Cómo llegó allí este apellido?

La historia se remonta al siglo XVI. Concretamente a 1.522, cuando un vecino de Oñati, Sancho Arrazola, se subió a un carro con su mujer y puso rumbo a Castilla La Mancha, donde creó una ferrería. A él le siguieron otros muchos vascos que fueron a trabajar el hierro.

La Ferrería de Sancho Arrazola duró hasta la Revolución Industrial y se quedó fuera del mercado al quedar lejos de la vía del tren. Así comenzó el declive de Checa. Al pueblo llegó la miseria, la gente se fue a las capitales; sobre todo Zaragoza, Madrid y Barcelona; otros a América. En la actualidad la villa cuenta con poco más de 300 habitantes censados. Sin embargo, el pueblo recobra en verano parte del esplendor que tuvo y reúne a 3.000 personas.

2016, cita en oñati Según explica José Mari Arrazola, «Checa tiene mucho tirón. Es un lugar precioso. El Tajo nace allí. Es un paraje maravilloso lleno de montañas, bosques y ríos». Ya lo conocía de antes. Cuando oyó hablar de los Arrazola de Checa, que eran multitud, no pudo controlar su impulso y se puso a buscarlos. No le iba a costar mucho.

Se puso en contacto con el alcalde y resulta que su propia esposa es una Arrazola; el primer edil acogió encantado la idea de este encuentro; también el presidente de la asociación cultural San Bartolomé, otro Arrazola. En la guía de teléfonos, los Arrazola son mayoría también.

Los actos centrales tuvieron lugar ayer, con mesas redondas y charlas en torno a los orígenes, historia y distribución del apellido, así como otras actividades que solo se perderán los Arrazola de Colombia, «que este año no han podido venir, pero esperamos poder contar con ellos en la próxima cita», explica José Mari.

La expedición guipuzcoana trasladó al pueblo de Checa una «cariñosísima carta del alcalde de Oñati, invitando a los presentes a conocer sus lugares de origen, en una nueva concentración en Oñati en 2016».

La avanzadilla de Aguirre en Nueva York

Anasagasti y Erkoreka desgranan en su libro las peripecias de Jose Luis de la Lombana, el primer jeltzale que llevó la causa vasca a Estados Unidos.

Un reportaje de Iban Gorriti.

De la Lombana, con bigote y gafas, junto a Teodoro González de Zarate y José Luis Abaitua, fusilados por los franquistas. (Foto: Sabino Arana Fundazioa).
De la Lombana, con bigote y gafas, junto a Teodoro González de Zarate y José Luis Abaitua, fusilados por los franquistas. (Foto: Sabino Arana Fundazioa).

EL próximo miércoles Josu Erkoreka e Iñaki Anasagasti presentarán su libro Un patriota vasco en Nueva York: José Luis de la Lombana en la sede de Sabino Arana Fundazioa. Editado en inglés por el Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada (Reno, Estado Unidos), el tomo narra la historia de un joven jelkide que en 1938 viajó a Estados Unidos «para pedir la paz en Europa y se quedó en el exilio trabajando con republicanos españoles y nacionalistas vascos, catalanes y gallegos», subrayan los autores de la publicación.

Anasagasti y Erkoreka basan su relato en un «informe inédito» que, señalan, descubrieron en su intento de recabar más información del protagonista de la historia. Lo explica el senador del PNV en Madrid: «Encontramos un informe singular. Se trataba del descargo que un joven alavés nacido en Kanpezu llamado José Luis de la Lombana había hecho tras su viaje a Nueva York en 1938 enviado por el Euzkadi Buru Batzar del PNV al Congreso Mundial de Juventudes por la Paz en plena Guerra Civil», valora el tribuno jeltzale. De la Lombana recaló en la urbe estadounidense tres años antes de que lo hiciera el lehendakari Aguirre escapando de la Segunda Guerra Mundial.

El informe les pareció «sugestivo» a los autores de este libro. Lo contextualizaron y les quedó «un librito interesante» que no halló editor hasta que el historiador Xabier Irujo, docente y estudiante de la Universidad de Reno lo tradujo al inglés». El título original del libro es A Basque Patriot in New York: Jose Luis de la Lombana y Foncea and the Euskadi Delegation in the United States (Un patriota vasco en Nueva York: De la Lombana y la Delegación de Euskadi en los Estados Unidos).

Esta edición se presentará con el presidente de Sabino Arana Fundazioa, Juan María Atutxa, como anfitrión y Xabier Irujo como editor. «Erkoreka y yo contaremos las peripecias de este original jelkide que contrató los servicios de un intérprete y visitó varias universidades explicando las razones de la lucha de un pueblo vasco sin armas ante aquella brutal ofensiva», adelanta Anasagasti.

A juicio de los autores, este trabajo aporta conocimiento de lo ocurrido aquellos años, lo que se trabajó en los Estados Unidos en relación con el catolicismo y la Guerra Civil española. Asimismo, da a conocer las relaciones existentes en Nueva York en 1938 entre los republicanos y los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos.

El tomo ofrece información sobre las difíciles relaciones entre aquellos que hubieron de recaudar fondos para «causas perdidas», apostilla Anasagasti. Además, el trabajo expone las relaciones entre el catolicismo francés, y los católicos vascos y la estrategia del PNV para asentar una presencia en Estados Unidos sustentada en este sector de la sociedad norteamericana. Y saca la luz «el viaje de un joven intrépido como Lombana que, sin saber una palabra de inglés, tuvo la osadía de viajar a Nueva York en plena guerra y con un discurso muy nacionalista trabajar con los republicanos españoles así como el complicado viaje que hizo por distintas universidades y centros de estudio de aquel inmenso país cargado de ilusión, certezas y una buena dosis de ingenuidad. Y todo ello en el año 1938», subrayan.

GOBIERNO VASCO EN NUEVA YORK El trabajo, según sus impulsores, quiere ser una aportación a la hora de describir un contexto histórico sobre lo que ocurría en los Estados Unidos, en Europa y en la España republicana en guerra. Dar a conocer quién fue José Luis de la Lombana y estudiar la política de no intervención del Gobierno presidido por Roosevelt.

Asimismo, pretenden analizar el clima de confusión en el que vivía el catolicismo norteamericano y describir los primeros pasos de la Delegación del Gobierno vasco en Nueva York, tres años antes de la llegada del lehendakari José Antonio Aguirre escapando de la guerra mundial. Enumerar las instancias republicanas y vascas que funcionaban en aquellos años, para terminar con el Informe Lombana que habla por sí mismo y al que hemos, simplemente, dotado de un índice así como ordenado sus cuentas.