Las mentiras del duque de Alba sobre Gernika

El historiador Xabier Irujo defiende que, superado el negacionismo sobre el bombardeo de la villa en 1937, la corriente reduccionista continúa. En su último libro señala al duque de Alba como el relator de las mentiras de Franco

Un reportaje de Iban Gorriti

Franco ordenó mentir. También consumó este propósito en el caso del bombardeo aéreo contra la villa de Gernika-Lumo del 26 de abril de 1937. Al día siguiente, este general golpista se apresuró a dictaminar a su embajador no oficial en Londres, el duque de Alba Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, que difundiera en inglés dos mentiras más al mundo: que no existió aquel raid aliado y que los rojos quemaron la localidad vizcaina en su retirada. Sin embargo, el tiro le salió por la culata al castrense.

Así lo defiende el historiador Xabier Irujo (Caracas, Venezuela, 1967), quien recibió hace un mes el Premio Gernika por la Paz y la Reconciliación. “El duque de Alba no fue el ideólogo de Franco en Londres como se ha malinterpretado estos días. Fue Franco quien le mandó mentir a él”, asegura.

El duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó y en la otra imagen el dictador Francisco Franco junto con Eva Perón. Foto: DEIA

Los hechos documentados por Irujo acontecieron de la siguiente manera y a modo de efecto dominó. Tras el perverso bombardeo aliado coordinado por militares golpistas españoles junto con la aviación nazi e italiana fascista, el duque de Alba -el padre de la duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart, fallecida en 2014- le urge a Franco que el Reino Unido conoce la verdad de lo ocurrido amplificado por los corresponsales internacionales. “Le dice que en Londres no se tragaban la versión de que Gernika no fue bombardeada. Allí, como en el resto de países democráticos, no había censura de prensa. No cabía la mentira”, enfatiza Irujo, autor del libro estrenado esta semana Gernika. Genealogy of a lie, versión en inglés de un volumen que publicó años atrás en castellano, y, en esta segunda vida, con inéditos datos.

Es en esa encrucijada cuando el XVII duque de Alba solicita a Franco un relato con apariencia científica en el que se admita que Gernika-Lumo vivió un “pequeño bombardeo, de unas 8 o 9 bombas, en vez de las miles que se arrojaron” y ‘denunciar’ que “los rojos aprovecharon para quemar con gasolina” la villa.

Este es el origen -según el analista- del Informe Herrán, un dossier traducido al inglés y publicado solo en este idioma para ser distribuido en Gran Bretaña. Como curiosidad, esta versión estaba en las antípodas de la “oficial” difundida en las mugas del Estado español, es decir: “Gernika no había sido bombardeada en absoluto”.

Sin embargo, las ópticas de cada militar implicado eran en ocasiones, incluso, contradictorias. No hubo una comunicación única por el bando sublevado contra la legítima Segunda República. “Queipo de Llano, por ejemplo, argumentó que no hubo bombardeo porque ese día hubo sirimiri y los aviones no podían volar. Pero hemos demostrado que ese día ni llovió, gracias a los documentos de la estación meteorológica de Donostia que entonces estaba en Bilbao”.

Aquel informe, a juicio de Irujo, es el germen del “reduccionismo” con ideas como que el objetivo era “derribar el puente de Errenteria, cuando el bombardeo fue un experimento”. El autor de esta primera obra de habla inglesa sobre esta temática desde hace medio siglo estima, no obstante, que ya no existe negacionismo. “No, ni entre la gente menos seria que sigue a autores como Salas Larrazabal, hermano de quien bombardeó Otxandio. Todo el mundo sabe que Gernika fue bombardeada, sin embargo el reduccionismo goza de excelente salud, dentro y fuera de Euskadi. Muchos autores siguen aún el Informe Herrán, propaganda pura y dura. No es fiable porque es obra de un régimen que trató de ocultarlo”, subraya.

El historiador lamenta que se indique, además, que Gernika era un punto estratégico bélico a destruir en el marco de la guerra y se reduce tanto la cantidad de bombas lanzadas como el número de aviones que participaron y otros detalles técnicos. De hecho, también se incrementa la altura de vuelo de los aviones, señalando que “el error se debía a que los lanzaron a 3.500 metros, lo cual no es cierto es, ya que está documentado que bombardearon a 800 metros”.

LOS MUERTOS EN GERNIKA Irujo pone sobre la mesa que la campaña de bombardeos en suelo vasco y catalán era, según el general golpista Mola, “una acción” para “extirpar el nacionalismo”. El de Gernika, una de las mas de 1.200 operaciones de bombardeo sobre territorio de Euskadi fue un “bombardeo de terror”, cuyo fin último era “minar la moral del enemigo” y exigir su rendición con la amenaza de seguir bombardeando y destruir Bilbao, así como arrasar Bizkaia.

El escritor analiza en su libro cómo se construye la mentira, sus inconsistencias, cómo se reproduce a día de hoy y “adquiere vida propia con pequeños ingredientes nuevos que diversos autores añaden haciéndola crecer a lo largo del tiempo”.

Irujo anuncia que este no va a ser el último libro sobre el episodio de Gernika. “Todavía hay mucho que escribir”, subraya y concluye: “Es importante dar un paso más en la lucha contra la mentira establecida. Hubo más de 2.000 muertos y fue un bombardeo de terror cuyo objetivo era el mismo que en Hiroshima: la rendición del enemigo”.

La Mar y los vascos

La Mar ha forjado la personalidad del Pueblo Vasco, que ha llevado su esencia a todos los continentes y se ha nutrido de las experiencias vividas en ellos

Un reportaje de Eduardo Araujo

Un reportaje de A más de 2.200 millas (4.150 km.) de su hogar, mientras su alma escapaba ya entre los nubarrones que cubrían completamente las tierras y el litoral de Ternua, las últimas palabras de Domingo de Luza fueron para su esposa, Mari Martín de Aginaga. Al punto, quien atendía, que había tomado nota con la precisión del escribano de todo lo que hasta aquel momento había pronunciado el desafortunado marino, dejó de escribir movido por el pudor: ahí daba por concluido el testamento puesto que lo que ahora estaba escuchando, apenas audible entre los crujidos de la tablazón y los ruidos propios de la mar golpeando el casco del barco, era una íntima y póstuma declaración de amor…

Fiel recreación de la nao ballenera vasca ‘San Juan’ (construida en Pasaia y hundida en la actual Canadá en 1565) que lleva a cabo en la actualidad la Factoría Albaola, que es un ejemplo de preservación del patrimonio y la cultura marítima vasca.

Juan de Blancaflor trató de memorizar una a una cada sílaba, con el mismo celo con el que había caligrafiado las disposiciones testamentales. Sabía por experiencia que, si bien el texto legal serviría para aclarar el destino de los humildes bienes del marino, aquellas palabras tendrían el valor de confortar el corazón de la desconsolada viuda. A unos metros sobre su cabeza, en cubierta, la tripulación seguía trabajando en los preparativos de la partida, sin permitir que la tragedia que se vivía en el vientre del barco ballenero les retrasase un solo minuto. En breve, el capitán ordenaría al piloto poner rumbo a casa y las próximas semanas la proa marcaría la posición de la costa vasca, hasta que la pericia y la fortuna de la tripulación hiciesen que la silueta de Hondarribia se dibujase cercana en el horizonte.

El escribano donostiarra supo cumplir su cometido y el testamento de Domingo de Luza se encuentra entre los documentos que enriquecen el patrimonio histórico de nuestro país. Custodiado en el Archivo Histórico de Protocolos de Gipuzkoa (Archivo Histórico Provincial de Gipuzkoa: http://artxiboataria.gipuzkoa.eus/ (Diputación Foral de Gipuzkoa), a día de hoy, el documento civil más antiguo redactado en Canadá y Estados Unidos del que se tiene noticia.

La nao ballenera María del Juncal en la que Luza había servido como despensero formaba parte de la flota de altura más capaz y numerosa de la Europa Occidental de aquella época. Junto a otras doscientas embarcaciones similares fletadas por armadores vascos, aquella nave era el resultado de una evolución tecnológica y social que había permitido a una nación con una población muy poco numerosa hacerse con el monopolio de la caza de los cetáceos y el dominio de buena parte de las rutas comerciales más importantes conocidas entonces. Era un temprano 15 de mayo de 1563, pero la íntima relación entre los vascos y la Mar que permitió aquel prodigioso esplendor, se había estrechado muchos siglos antes…

Los tesoros de la mar Los historiadores nos hablan de cómo el ser humano que habitó la costa vasca comenzó a usar los recursos marinos recolectando aquello que tenía a su alcance en los estuarios de nuestros ríos, el litoral, en las playas, entre las rocas y la zona intermareal. En aquel comienzo, nuestros ancestros se movían a pie en busca de crustáceos, peces atrapados por la marea u otras criaturas marinas varadas. Pronto descubrieron que el océano, misterioso, salvaje y difícil, era también una fuente de recursos que no se limitaba a la estrecha franja que ellos podían explorar caminando y que aquellos tesoros eran mucho más abundantes aguas adentro. Muy probablemente, el primer navegante surcó la mar subido a un tronco de árbol o navegando en una rudimentaria balsa, formada por varios leños agrupados que, con el paso del tiempo, fue ganando en prestaciones, haciéndose más compleja y marinera: el tronco se vació para cobijar al tripulante y ganar estabilidad, la obra muerta se elevó añadiendo sucesivos niveles de maderos y ganando francobordo, lo que permitió adentrarse más allá de las aguas calmas y navegar entre las olas y corrientes. Las observaciones y la experiencia de aquellos primitivos carpinteros de ribera les permitió ir ganando en destreza y en comprensión de las leyes que rigen el universo náutico: había nacido la cultura marítima, un conjunto de conocimientos que se heredaban y perfeccionaban de generación en generación, un patrimonio que constituía un verdadero tesoro, puesto que quienes lo dominaban tenían la inmensa ventaja competitiva de poder añadir a la recolección y la caza en tierra la extracción de los alimentos que la Mar ofrecía a quien era capaz de desvelar sus secretos y aliarse con ella.

A medida que las embarcaciones y aparejos fueron aumentando su eslora y capacidad y las tripulaciones su destreza, la distancia de la costa y la profundidad a la que se hacían las capturas aumentaron y con ello la variedad de estas. Los primitivos campamentos costeros temporales se convirtieron en asentamientos definitivos y aquellas primeras sociedades marítimas conocieron el progreso. Con la prosperidad crecieron los medios y la capacitación de aquellos constructores de embarcaciones, lo que les permitió afrontar retos cada vez mayores: del remo, la propulsión principal pasó a la vela y con esta, la posibilidad de navegar más lejos, más rápido, con más carga y mayor seguridad.

Sin embargo, aquellos sucesivos avances también trajeron tareas, técnicas, diseños, conocimientos cada vez más complejos y con todo ello la imposibilidad de abarcarlo todo y la necesidad de la especialización: las embarcaciones ya no las construían quienes las tripulaban, sino artesanos altamente cualificados que, además, trabajaban con la colaboración de otros gremios: así el herrero que forjaba la clavazón que daba solidez al casco se unió en el trabajo de construcción al carpintero y a ambos el cordelero que fabricaba los cabos; el velero que tejía y reparaba las velas; el capital que financiaba todos aquellos gastos con la esperanza de obtener un beneficio en el futuro; el campesino que cultivaba la manzana con la que se fabricaba la sidra que saciaba la sed de las tripulaciones; el tonelero que construía los recipientes en los que se almacenaba… Hoy en día lo llamaríamos industria auxiliar. Aquel impulso que nació en un astillero de la costa, llenó nuestro territorio de actividad, de industria y emprendimiento, superando incluso nuestras fronteras, atrayendo recursos y complicidades foráneas. La coordinación, la cooperación y la confianza que eran necesarias para emprender la construcción de una embarcación de altura y su navegación tejieron alianzas, y lealtades que eran imprescindibles para garantizar el éxito de una empresa que la exigente brutalidad de la Mar ponía a prueba a diario. Nuestra cultura marítima dejó de ser sólo un conjunto de técnicas constructivas y pasó a convertirse en algo de mucho mayor calado: una manera de enfrentar colectivamente los retos que imponía la naturaleza voluble y mortal del océano, que exigía a todos quienes participaban en ella la misma solidez que al casco de las embarcaciones en las que se jugaban la vida nuestros marinos. Aquella manera de emprender, de luchar por la supervivencia, lo empapaba todo: no sólo supuso organizar la actividad productiva mirando a la Mar, también condicionaba la manera en la que organizamos nuestras sociedades, en la que entendíamos y tolerábamos la autoridad, soportábamos los infortunios o repartíamos la riqueza.

Llegada a Ternua Cuando las ballenas que se acercaban a nuestras atalayas no fueron capaces de colmar nuestra ambición, decidimos buscarlas mar adentro, cruzando un océano terrible y desconocido, en una epopeya que nos puso a prueba como pueblo, que nos llevó con éxito más allá de los límites de lo que entonces se consideraba posible, hasta que, como Domingo de Luza, tocamos tierra en Ternua. Es muy posible que naciese ahí esa autoestima -que algunos con poco conocimiento y mucha maldad consideran una impertinencia exagerada- que nos ha llevado a lo largo de nuestra historia a resolver retos muy por encima de lo que, en principio, nos atribuían nuestros limitados recursos.

Es seguro que la navegación nos hizo conocer otras costas, otras sociedades, abriendo nuestras mentes, haciéndonos permeables al cambio, a la adaptación, enriqueciéndonos con culturas y modos ajenos. Y convirtiéndonos también en actores primeros y principales en la construcción de un continente que, mucho antes de estar unido por caminos, estuvo unido por mar. La industria de la caza y procesamiento de la ballena franca glacial (o ballena de los vascos) que nos llevó hasta la actual Canadá, impulsó nuestra construcción naval y nuestra pericia náutica y nos colocó en disposición de escalar un peldaño más como nación marítima. Las embarcaciones vascas ganaban en eslora, en desplazamiento; nuestras tripulaciones demostraban ser la élite entre las que surcaban los mares y pronto descubrimos que ello no sólo nos permitía ir a capturar la pesca más lejos y en mayor cantidad sino que también nos daba la posibilidad de transportar mercancías con mucha más facilidad y rapidez que por tierra. El hierro de Bizkaia -conocido por su calidad desde la época romana- lo distribuía nuestra numerosa flota, en bruto o convertido en herramientas por nuestras forjas, por toda Europa, y aquellos marinos, originalmente dedicados a la pesca, se convirtieron en diestros marinos mercantes que surcaban, desde las aguas del litoral atlántico hasta los confines del Mar Mediterráneo, tejiendo complicidades y ganándose el respeto de otros pueblos de los que siempre preferimos ser socios a enemigos.

Es muy probable que si todo esto que cuento no tuviese el respaldo documentado por decenas de historiadores que lo han constatado buceando en las gélidas aguas de Red Bay o entre los miles de legajos de los archivos, habría quien lo calificase de pura mitología, de una gesta que, por su calibre, fuese necesariamente una invención exagerada de los propios vascos. Lo cierto es que nuestro pecado ha sido siempre el contrario: algún rasgo de nuestro carácter nos ha llevado a olvidarnos con rapidez y ligereza inauditas de nuestra historia como pueblo de marinos, hasta el punto de que tuvo que ser una historiadora nacida en Inglaterra, Selma Huxley, la que con el apoyo del gobierno canadiense, recuperase aquella epopeya de la que fueron protagonistas los marinos vascos y nos la mostrase, haciéndonos como pueblo un regalo que jamás podremos corresponder como merece.

Ahora que el último de nuestros grandes astilleros agoniza, ahora que nuestros puertos pesqueros están huérfanos de la actividad de antaño, es más necesario que nunca no dar la espalda a la Mar, no dar por perdida nuestra cultura marítima. Es cierto que debemos encontrar nuevas maneras de relacionarnos con ella, de aprovechar sus recursos -numerosos pero finitos- de manera responsable; de reinventar nuestra secular relación para que permanezca a nuestro lado y nos impulse, como siempre hizo, a superar los retos de nuestra existencia como pueblo. Como nos enseñó, como hacen los marinos, deberemos enfrentar el futuro con confianza, determinación, rigor y amor a la tarea. Tejiendo alianzas, adaptándonos a los cambios, aceptando voluntariamente sólo aquella autoridad que nace de la capacidad y que actúa con rigor y justicia en beneficio de todos.

Por nada del mundo quisiera ofender a Mari, la dueña de Anboto. Pero siempre he pensado que nuestra verdadera diosa madre, quien ha controlado los hilos de nuestro destino no ha sido ella. Es hora de que reconozcamos que la Mar modeló nuestro carácter, nos hizo como somos, a su capricho, forjándonos a su voluntad de la misma manera en la que, tenaz e implacable, ha perfilado los acantilados de nuestra costa.

Guerra Civil y represión franquista en Bakio

La ocupación de Bakio por las tropas franquistas dio paso a una dura represión contra hombres y mujeres por el solo hecho de ser nacionalistas vascos y defender las libertades

Un reportaje de Begoña e Igone Abio Zapirain

Con ocasión del 80º aniversario de la ocupación de Bakio por parte de las tropas franquistas, en la primavera de 2017 la asociación Makatzeko iturria, promovió una investigación con objeto de recuperar la memoria democrática del municipio, estudiando la evolución política que experimentó la anteiglesia a lo largo de la Segunda República y reconstruyendo los hechos que se sucedieron durante la Guerra Civil y la posguerra, con el propósito último de reconocer y rendir homenaje a las personas que sufrieron la contienda y padecieron la represión franquista por el solo hecho de haberse significado en defensa de la libertad y del autogobierno de Euskadi.

Vista panorámica de Bakio en los años 30 del siglo XX.

Con posterioridad, la Sociedad de Ciencias Aranzadi ha desarrollado un trabajo más amplio y ambicioso, que ha sido publicado recientemente, en línea con las monografías locales que esta entidad viene editando en los últimos años en colaboración con los ayuntamientos y bajo los auspicios del Instituto Gogora y la Dirección de Víctimas y Derechos Humanos del Gobierno vasco.

La comunidad local bakiotarra de la cuarta década del siglo XX, era una sociedad eminentemente rural, de incipiente proyección turística, cuya sociología electoral no había alcanzado aún la complejidad que ya entonces había llegado a adquirir en otros municipios vizcainos de mayor población e impronta industrial.

En las citas electorales que se sucedieron a lo largo de la etapa republicana, tan solo presentan relevancia dos bloques: el PNV, que es claramente mayoritario en las preferencias de los votantes bakiotarras de aquella época, y las derechas monárquicas españolas, tanto en su versión tradicionalista como en la dinástica. Ni las izquierdas ni las formaciones específicamente republicanas superaron el umbral de lo anecdótico. Y por lo que respecta a ANV, se puede decir que, entre 1931 y 1936, recibió un apoyo nulo por parte de los electores de la anteiglesia.

En los comicios locales del 12 de abril resultaron elegidos cuatro concejales del PNV y tres monárquicos. El alcalde, Leandro Oraindi, era caminero foral. Los restantes miembros de la corporación eran baserritarras. Los electos jeltzales, que tras la ocupación de Bakio serían objeto -junto a otros muchos correligionarios- de la inquina y la persecución del bando rebelde, además del alcalde Oraindi, fueron Doroteo Uriarte, Celestino Ibinaga y Segundo Markaida.

Oraindi representó a Bakio en las asambleas proestatutarias que se celebraron en Iruñea (1932) y Gasteiz (1933) y participó, también, en la votación que eligió lehendakari a José Antonio Aguirre (1936). A algunas de ellas asistió acompañado del secretario de la corporación, Ciriaco Egia, que también padeció la represión franquista.

Suspendido en 1934 Como ocurrió en la inmensa mayoría de los ayuntamientos vascos, el alcalde de Bakio fue suspendido en 1934, con ocasión del conflicto del vino. El episodio se dio cuando el Gobierno central pretendió, saltándose el Concierto Económico, reducir el impuesto sobre el vino, lo que hubiera dejado exhaustas las haciendas locales. En solidaridad con el primer edil, el resto de los corporativos reaccionó presentando su dimisión, no siendo repuestos hasta las elecciones generales de febrero de 1936 en las que venció el Frente Popular. Pero resulta importante reseñar que a la autoridad gubernativa le resultó especialmente costoso hallar candidatos dispuestos para conformar la Gestora que hubo de asumir la responsabilidad de administrar el Ayuntamiento durante el periodo de suspensión de los ediles, porque las personas que eran propuestas para tal cometido dimitían de los cargos para los que eran designados.

Pero el golpe militar y la inmediata Guerra Civil, arrumbaron con todos los proyectos municipales, cortando de raíz el decurso de la vida política local. A finales de 1936, el Gobierno vasco dispuso que se cubrieran las vacantes producidas en los ayuntamientos vascos por los concejales fallecidos o destituidos por su desafección a la República. De los tres electos monárquicos que habían sido cesados, solo uno pudo ser sustituido, porque los partidos del Frente Popular carecían de implantación en Bakio. El único elegido fue el jeltzale Félix Muruaga, a quien el franquismo sometería, también, a juicio sumarísimo, condenándolo a pena de cárcel.

Cuando las fuerzas franquistas entraron en Bakio, el 10 de mayo de 1937, el Ayuntamiento se había constituido en Zalla, a donde se había desplazado, con numerosos vecinos, huyendo de las hostilidades y peligros del frente. Al regresar, el día 4 de junio, se encontraron con una realidad muy diferente a la que habían dejado. La nueva corporación, designada por la autoridad militar entre personas afines al bando franquista, esbozaba ya las denuncias que iban a servir de base para organizar la represión política contra el nacionalismo vasco.

El alcalde tuvo que abandonar Bizkaia rumbo al exilio, de donde no regresó hasta años después. Los demás corporativos del PNV, al igual que las personas que habían desempeñado cargos internos en esta formación política, fueron sometidos a consejos de guerra sumarísimos, bajo acusaciones de corte estrictamente ideológico. Los delitos que se les imputaban consistían, exclusivamente, en circunstancias como las de ser “exaltado nacionalista-separatista”, “acérrimo nacionalista”, miembro de “la junta de la sociedad separatista”, “destacado nacionalista y propagandista de estos ideales”, “afiliado al PNV y muy destacado dentro del mismo por su influencia local”, “afiliado al PNV y considerado como separatista muy significado”, etc. Ese era todo su perfil criminal: su condición de nacionalistas vascos y militantes del PNV que habían concurrido a las elecciones en las candidaturas de esta formación, ejerciendo con probidad y responsabilidad los cargos públicos para los que habían sido elegidos.

Penas de muerte La ligereza de las acusaciones no distinguió entre hombres y mujeres. La máquina represiva del franquismo no entendía de modulaciones y matices. También a ellas se les hicieron imputaciones tales como las de ser “afiliada al partido separatista y mangoneante entre las emakumes”, “acérrima nacionalista”, o defender los ideales nacionalistas “en términos exaltados”.

Basta una superficial lectura de los sumarios para comprobar que los consejos de guerra no tenían por objeto, precisamente, administrar justicia, respetando los derechos y garantías de las personas procesadas. Antes al contrario, fueron meras farsas, concebidas y tramitadas con el único propósito de hacer efectiva la represión. En consecuencia, se prodigaron las condenas de privación de libertad, que las mujeres cumplieron en la cárcel de Saturraran y los hombres en las prisiones de Larrinaga, San Cristóbal y Puerto de Santa María.

Pero hubo, también, dos penas de muerte, que se ejecutaron de manera implacable en el paredón del cementerio de Derio. Los condenados fueron Francisco Uriarte y Aniceto Olaskoaga. El primero, casado y padre de seis hijos, había sido el presidente de la junta local del PNV cuando esta se reconstituyó, en 1931. Sobre el segundo, el bakiotarra y miembro de BBB Luki de Artetxe escribió, escandalizado: “Soltero, simple gudari, (fue fusilado) seguramente por confusión con su hermano Ignacio que era alguacil, ¡máximo delito!”

Por su parte, los jóvenes movilizados en la guerra, entre los que se registraban muchísimos socios del batzoki, padecieron, también, persecución, consejos de guerra y condenas de cárcel y de trabajos forzados en campos de trabajadores. Fueron mayoritariamente condenados por “auxilio a la rebelión” -sarcástica acusación para personas que se limitaron a defender las libertades democráticas frente a los rebeldes- pero a no pocos de ellos se les hicieron, también, imputaciones ideológicas que hacían notar su filiación al nacionalismo vasco y, particularmente, su vinculación al PNV.

Toca ahora recuperar su memoria y dar a conocer lo que ocurrió. A ese propósito responde el DVD que hace una semana presentamos en Bakio, que recoge el contenido de la conferencia que dos años atrás impartimos en la localidad, en el marco de los actos de conmemoración de la triste efeméride del 10 de mayo de 1937.

El origen anarquista del anagrama de ETA

El libertario Félix Likiniano regaló a ‘Peixoto’ en el exilio una talla con la serpiente y el hacha grabada por él, símbolo que la banda hizo suyo

Un reportaje de Iban Gorriti

ETA puso fin a su historia recuperando la talla de madera original de los años 60-70 que derivó en el conocido y perseguido anagrama de la organización. Ahora se cumplen 110 años del nacimiento de la persona que la cinceló. Fue el histórico anarquista antifranquista Félix Likiniano (Eskoriatza, 1909). De corazón arrasatearra, el libertario regaló su obra en la que aún se puede leer un texto que dice bietan jarraitu, a la postre lema reducido a bietan jarrai. “Se la entregó a Peixoto”, aseguran fuentes consultadas por DEIA.

Félix Likiniano, con txapela, junto a amigos y su compañera Casilda, primera por la derecha; en la segunda imagen, retrato del cenetista. Fotos: Archivo CNT Bilbao

Por su parte, la periodista Pilar Iparagirre, natural de Idiazabal, explica que Likiniano “quería una barbaridad a Etxabe, Txomin, Peixoto, Gautxo, Zigor y gente así. Recuerdo que repetía: cuando les vi a éstos, respiré”. La autora de una biografía del cenetista agrega que “cuando empezó a llegar la gente de ETA a Biarritz, donde vivía, se puso contentísimo. Aquellos jóvenes eran como él había sido, seguían su misma ruta”.

Según el pensamiento de esta autora, Likiniano, a quien llegó a conocer, “nunca abandonó la auténtica militancia, me refiero a la lucha armada. Jamás dejó la acción de lado”. Sin embargo, diferentes investigadores consultados coinciden en que Félix no fue miembro del movimiento de liberación. No fue un etakide. Fue, sin quererlo, el autor de la serpiente y el hacha, metáfora del bietan jarraitu primigenio: del sigilo del animal y de la fuerza del instrumento.

En estos días, con la detención de Josu Urrutikoetxea, ha vuelto a salir aquella talla en los medios de comunicación. ¿Pero quién fue Félix Likiniano al margen de esta curiosidad? Considerado como una de las figuras más importantes del anarquismo vasco, apostó por la unión del mundo abertzale, teoría que, por ejemplo, granó con el pensador Federico Krutwig, de Getxo.

Nació en Eskoriatza en 1909 y falleció en Biarritz, donde asentó su residencia, en diciembre de 1982. Aunque el dato ha pasado desapercibido en sus biografías, según el historiador Josu Chueca, el afiliado a CNT acabó en el campo de concentración francés de Gurs. “Sí, es uno de los 6.000 nombres que doy en mi libro”, confirma en referencia a Gurs: el campo vasco (Txalaparta, 2007).

En la ficha que este doctor en Historia custodia hay diversas curiosidades no conocidas. Félix Likiniano Heriz estuvo en Gurs en 1939. La tarjeta de la época informa de que había sido teniente durante su lucha en Catalunya y de profesión albañil. “Le archivan como militante de ANV, no de CNT”, precisa el investigador. La credencial comunica, además, que antes estuvo interno en el campo de Saint-Cyprien. “En Gurs estuvo en el conocido como campo de los vascos, en el islote C”, aporta.

Con anterioridad, el arrasatearra luchó en la Guerra Civil y durante los primeros instantes del golpe de Estado militar se enfrentó a los sublevados contra la Segunda República ya en la defensa de Donostia. El objeto era cortar el avance en la calle de Urbieta junto a sus compañeros de CNT.

Más adelante, cuando la columna del comandante republicano Pérez Garmendia, que había salido a defender Gasteiz, regresó desde Eibar, hicieron replegarse a los golpistas hasta Loiola. En el ataque a aquellos cuarteles, Likiniano lideró el asalto al depósito de armas. Participó, además, en la defensa de las líneas en la frontera de Gipuzkoa y Nafarroa.

Y a partir de entonces abandonó las tierras vascas. Continuó su antifascismo armado en Aragón, Catalunya y Francia, integrado en la resistencia gala contra la ocupación nazi. Retornó a la muga, formando parte del maquis y se refugió en Biarritz. Décadas más tarde, junto a su compañera sentimental, la también anarquista Soledad Casilda Hernáez, acogió a personas de diferentes ideologías en su hogar labortano.

Fue entonces cuando conoció a miembros de Euskadi Ta Askatasuna (ETA), a quienes regaló aquella talla que tenía grabada por sus propias manos, ya que era escultor y también pintor. La organización decidió hacerla suya.

Polifacético Desde CNT Bilbao ensalzan la figura de su compañero. El miembro del Grupo de Memoria Histórica Iñaki Astoreka valora a este diario que la vida de Likiniano “fue una constante lucha por sus ideales, la CNT y el anarquismo, como modelo de justicia, solidaridad y por la abolición de todo aquello que sonase a explotación del hombre por el hombre”. Agrega que “su amplia trayectoria, circunscribiéndonos al periodo de la sublevación militar y la consecuencia del fascismo incluida, se resume en su decisiva participación en la defensa de Donostia, la posterior lucha en Aragón y Catalunya y la resistencia contra el nazismo en Francia. Como decía Félix: hay que utilizar la fuerza para defenderse y la inteligencia como fuerza”, enfatiza.

Su compañero de sindicato, el tesorero de CNT Bilbao José Ignacio Orejas, juzga que Likiniano es “una persona difícil de catalogar. Era polifacética y poli-ideológica. Estuvo allí donde había gresca y buscaba afán de protagonismo. Quería ser el perejil en todas las salsas del exilio. Una personalidad de sentimiento cenetista, pero también de patriotismo vasco”, zanja.

Vizcainos y navarros Bizarría y patriotismo en La Habana de 1808

El temor a una intervención militar de los británicos en Cuba a principios del siglo XIX llevó a la creación de diversas milicias, formadas en su mayoría por comerciantes y agrupadas en función del origen regional de sus miembros

Un reportaje de Sigfrido Vázquez Cienfuegos

En 1808 hacendados y comerciantes españoles afincados en Cuba crearon un cuerpo de milicias con siete divisiones y 16 compañías, de cien hombres cada una, organizadas por su origen regional. La primera división, con dos compañías, la formaban castellanos; la segunda era de asturianos y tenía una compañía; la de catalanes era la tercera y era la más numerosa, con cuatro; la cuarta, compuesta por navarros y vizcainos, tenía tres; la quinta era de Andalucía y tenía una sola compañía; la sexta era de Galicia, sumaba dos, y la séptima estaba formada por canarios, divididos en dos más. En total, sumaban más de 1.600 efectivos que fueron instruidos por oficiales del ejército. En este caso interesa conocer la Cuarta División, compuesta de manera conjunta, y a petición propia, por vizcainos y navarros, mostrando los vínculos existentes por los naturales de ambos territorios.

Detalles de la colección de litografías de principios del siglo XIX con vistas de La Habana expuestas en la Escuela de Estudios Hispano-Americanos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, de Sevilla. Fotografías digitalizadas por S. V. C.

Esta información la conocemos con detalle gracias a los fondos documentales de la Biblioteca Nacional de España, donde me tropecé con un documento fechado en La Habana el 27 de mayo de 1808. Estaba titulado a la pomposa manera de hacerlo por aquellos tiempos: A la bizarría y patriotismo con que los naturales de los reynos (sic) de Castilla e Islas Canarias se han presentado a tomar las armas y exercitarse (sic) en el manejo de ellas y evoluciones militares formando un cuerpo denominado Voluntarios Españoles (BNE, VE/632).

Entonces en La Habana no se tenían noticias del levantamiento madrileño del 2 de mayo por lo que no hay duda de que el objetivo de dicho cuerpo era la defensa contra “el poder fiero de orgullosos ingleses”.

Todavía en ese momento, España mantenía una alianza con la Francia de Napoleón en su lucha por la hegemonía europea y mundial. El Reino Unido consideró como una agresión esa alianza y demostró hasta dónde pensaba llegar cuando en 1805 destrozaba la flota combinada de ambos países en Trafalgar. Desde entonces la incapacidad manifiesta en el mar de franceses y españoles dejó a merced de los británicos las posesiones ultramarinas de ambos.

En el lado español esto se vivió con especial preocupación en las posesiones del Caribe, donde la isla de Cuba ocupaba un papel determinante en lo que se refería a su defensa. La experiencia de los ataques a Puerto Rico en 1797 y, posteriormente, en 1806 y 1807, en Buenos Aires, cuando importantes fuerzas británicas habían sido rechazadas, había demostrado el valor de la acción concertada de tropas regulares y milicianas.

En Cuba la situación de los primeros cuerpos era desastrosa para 1808, donde las fuerzas veteranas estaban prácticamente en cuadro: de una composición teórica de unos 6.000 hombres, solo estaban disponibles entonces unos 2.000 para una isla con más de 5.000 kilómetros de costa. Los cuerpos milicianos ya establecidos rondaban hipotéticamente los 10.000 efectivos, de los que casi 6.000 se ocupaban de todo el occidente de Cuba, pero su puesta en activo no era una tarea sencilla.

Por una parte implicaba un esfuerzo personal de los alistados, que debían costear todos sus pertrechos y además debían abandonar sus obligaciones, sin contar el riesgo al que se exponían. Esto significaba que su instrucción debía realizarse en días no laborables, y era muy complicado poner de acuerdo a efectivos amplios y dispersos en determinadas fechas en que la actividad económica fuese importante. Valga el ejemplo de que cuando el coronel Juan Tirry y Lacy fue enviado en 1807 a pasar revista de los batallones de milicias de Puerto Príncipe, en el centro de la isla, tuvo que esperar nada menos que veinte días para organizarlas. El capitán general de Cuba, el riojano Marqués de Someruelos, era consciente de que si había alguna posibilidad de éxito ante los rumores ciertos de un inminente ataque inglés a La Habana era organizando todas las fuerzas disponibles. En enero de 1808 ya había ordenado preparar la defensa, pero para abril fue consciente de la insuficiencia de sus efectivos. Someruelos hizo un llamamiento para la ampliación del número de efectivos, ordenando la instrucción del uso del fusil y el cañón de todos los paisanos con mejores condiciones.

Comerciantes Pero, ¿quiénes eran esos vascos y navarros que se sumaron a la defensa de la isla? ¿Qué les movió a actuar de ese modo? La mayor parte de estos voluntarios eran comerciantes que de algún modo tenían intereses relacionados con la trata de esclavos y estaban afincados en la isla desde hacía algunas décadas, aunque sin perder sus contactos con su tierra de origen. Los tres jefes representaban lo más distinguido de la burguesía comercial y azucarera.

El capitán de la primera compañía fue Bonifacio González Larrinaga, bilbaino avecinado en La Habana, que con los beneficios obtenidos de la trata de esclavos se había convertido en un importante hacendado azucarero, además de un prominente miembro del Real Consulado de Comercio y de la Sociedad Económica de Amigos del País.

El capitán de la segunda compañía era el navarro Pedro Juan de Erice, que había sido uno de los fundadores del Consulado y había hecho fortuna con el tráfico de harinas con Estados Unidos, uno de los negocios más turbios del periodo, espacio de especulación constante cuando no directamente un medio usado para el contrabando.

La tercera compañía la mandaba Juan José de Iguarán, con un origen posiblemente guipuzcoano o navarro. Era un gran comerciante y miembro destacado del Consulado, la Real Compañía y el Ayuntamiento de La Habana. Es decir, que los tres capitanes formaban parte de las instituciones más importantes y poderosas de Cuba.

Entre los oficiales de sus compañías varios tenían también intereses en el tráfico de esclavos. Este fue el caso del teniente primero Francisco Layseca, alavés; el teniente primero Manuel Zavaleta, de Donostia y miembro del Consulado; el alférez donostiarra Francisco Bengoechea o Martín Zavala, también alférez del que no sabemos su origen. Otros tuvieron su medio de vida en el comercio, como fue el caso del teniente segundo Miguel Herrerías, originario de Ontón en el partido de Castro Urdiales. También se dedicaban a dicha actividad mercantil el teniente segundo José de Echarry que era posiblemente de Alza, en la jurisdicción de Donostia; el ayudante de origen tolosarra Manuel Bereterbide; el alférez Manuel Urbizu, posiblemente de Idiazabal, o el teniente primero Francisco de Ajuria, que provenía de una familia prominente de Ubidea. Martín Elzaurdy, teniente segundo, era un comerciante natural de Gernika con significativos vínculos con Catalunya. Por su parte el ayudante Baltasar de Azuvia Sarasola fue apoderado en La Habana del importante comerciante de Bilbao Agustín de Lequerica, alcalde de dicha ciudad durante el posterior dominio bonapartista.

Los incentivos que suponía la adscripción a las milicias fueron más que suficientes para que lo más destacado de las élites acudieran a la llamada del capitán general. Recibían el preciado fuero militar en las causas criminales, lo que les granjeaba importantes ventajas a la hora de enfrentarse a sus problemas legales. Este no era un premio menor sobre todo para los grandes terratenientes y comerciantes que debían afrontar frecuentes causas judiciales. Tampoco podemos olvidar el derecho al uso de uniforme, algo de una gran importancia en aquella sociedad de finales del Antiguo Régimen. Tampoco debe desdeñarse otra circunstancia derivada de los intereses relacionados con el comercio de esclavos, como el que desde 1807 Reino Unido había aprobado el acta para la abolición del tráfico esclavista y ya entonces empezaban a temerse los posibles efectos negativos de tal medida. Todo esto explicaría la relativa facilidad con que para mayo de 1808 hacendados y comerciantes dispusieron organizarse en milicia.

No entraron en acción Podríamos inferir que la creación de tal cuerpo pudo tener un carácter meramente teórico, pues el cambio de alianza de Francia a Reino Unido, en el verano de aquel 1808, implicó que finalmente no fuera necesaria su intervención y nunca entraron en acción. Sin embargo, ha quedado constancia de sus evoluciones durante los ejercicios tácticos que llevaron a cabo. Especialmente fue mencionado el alarde realizado ante el obispo Juan José Díaz de Espada, natural del pueblo alavés de Arroyabe.

La primera compañía fue instruida por Salvador de la Luz y Berrio, del Regimiento de Infantería de Cuba, quien posiblemente tenía un origen navarro. En esta labor fue apoyado por Francisco Layseca que contribuyó de forma muy efectiva al lucimiento de la compañía.

La segunda y la tercera compañías fueron mandadas directamente por José Echarry, que a pesar de no tener experiencia militar alguna, “sorprendió con su disposición […] como si se tratase del mejor veterano”. En julio de 1808, ya en guerra con Francia, el cuerpo pasó a llamarse Compañías de Urbanos Voluntarios de Fernando VII, y se ocuparon de vigilar los alrededores La Habana. Además, hombres de estas compañías formaron parte del refuerzo de la defensa de Matanzas. Sin embargo, poco tiempo después los Voluntarios fueron reducidos a once compañías, con 85 soldados efectivos cada una. Esta rebaja dio lugar a rumores contra el capitán general, cuya situación era complicada pues su padrastro, el conde de Montarco, natural de Molinar, en Bizkaia, se había pasado al bando afrancesado. Para 1812 Someruelos consideró que debían hacerse cargo las milicias disciplinadas previamente establecidas de las funciones hasta entonces asignadas a las compañías de voluntarios que quedaron disueltas.

La importancia de este caso es que nos ilustra sobre cómo una parte muy significativa de la élite comercial de origen vasco-navarro afincada en Cuba respondió ante las necesidades de la corona española en la isla a principios del siglo XIX, en la seguridad de que con ello defendía sus propios intereses.