Tere Verdes una desconocida heroína vasca

En 1959, fallecía Tere Verdes, una de las componentes de la Red Álava, cuyas integrantes no han sido homenajeadas hasta 2018

Un reportaje de Marian Moreno Royo

Los alrededores de la iglesia de San Antón, abarrotados el día del funeral por Tere Verdes, en marzo de 1959. Fotos: Sabino Arana Fundazioa
Los alrededores de la iglesia de San Antón, abarrotados el día del funeral por Tere Verdes, en marzo de 1959. Fotos: Sabino Arana Fundazioa

Tere Verdes murió demasiado pronto, todavía en pleno franquismo, a finales de la década de los 50 con solo 51 años. Un cáncer de mama se la llevó muy joven. Hasta 2018 nunca había sido homenajeada ni recibido el menor reconocimiento público. Hasta ahora solo podíamos constatar que las inmediaciones de la bilbaina iglesia de San Anton aparecen abarrotadas en las viejas fotografías de su funeral en marzo de 1959, una multitudinaria despedida celebrada casi en la clandestinidad.

Como responsable de donaciones de Sabino Arana Fundazioa he tenido la suerte de contactar con muchos veteranos antifranquistas. Me hubiera encantado conocer también a María Teresa Verdes Elorriaga (Bilbao, 1907-1959). Su ejemplo y lucha se presentan en la exposición Red Álava. Mujeres invisibles. Espionaje y solidaridad que hasta finales de octubre puede contemplarse en la sede del Instituto de la Memoria Gogora. Al acercarnos a Tere y sus compañeras nos encontramos con mujeres independientes, avanzadas para entonces, adelantadas a aquella época oscura.

La sensibilidad de su familia, encabezada por su sobrino Joseba Verdes Rola, ha permitido que buena parte de su documentación, sus cartas y su diario carcelario hayan sido depositados en el Archivo de Sabino Arana Fundazioa para su estudio por investigadores y ahora formen parte de esta exposición divulgativa. Las profesoras de la UPV/EHU Gurutze Ezkurdia, Karmele Pérez Urraza y Begoña Bilbao han analizado la documentación de Tere Verdes. Entre los inéditos datos de esta biografía, nos aportan un concienzudo estudio grafológico de su letra durante su intensa vida carcelaria.

“Es una persona muy sociable, muy disciplinada, con muy buena memoria, que guarda muy bien los secretos y con tendencia a dominar en los círculos íntimos. Es correcta, tiene orgullo, oposicionista y contiene ideales que defiende con tesón”, asegura la grafóloga Irune Ibarra.

Pinceladas de un carácter niquelado para la clandestinidad y el espionaje. Estas fueron, junto a la solidaridad, las claves en las que sustentó su labor la Red Álava, pero este artículo no pretende ser una síntesis de las últimas investigaciones sobre esta organización. En estas mismas páginas han podido encontrar trabajos de Txema Montero, Iñaki Goiogana o de las profesoras de la UPV/EHU antes citadas, a la espera de un exhaustivo libro coordinado por el historiador Josu Chueca, en el que también participan Luzia Alberro y Elixabete Pérez, profesoras de la Universidad de Deusto, y Roman Berriozabal. También los lectores de DEIA pudieron adquirir el pasado domingo un DVD documental producido por Baleuko para ETB y un álbum ilustrado en el que poder visibilizar a las cuatro mujeres invisibles que vertebraron esta Red.

Invisibles por los estereotipos Supe que Tere Verdes tuvo una relación muy especial con la familia Ajuriaguerra. Marina y Rosario, poco antes de fallecer, me contaron como hicieron varios viajes con Tere a Iparralde. Solían trasladarse en taxi y lograban pasar desapercibidas para los guardias civiles y militares fronterizos. También la entonces muy joven Miren Oñate recordaba sus viajes con Tere en taxi a la Prisión Central de Burgos.

“No les entraba en la cabeza que unas mujeres jóvenes, unas chicas inofensivas, siempre alegres, bien vestidas y de buena educación, pudieran tomar la iniciativa para burlar sus controles y pasar delante de sus narices información transcendental”. Supieron aprovecharse de aquellos estereotipos.

Pude conocer también al encartado Alberto Atxa Atxa, gudari condenado a muerte, quien salvó la vida gracias a la sustracción, cambio y falsificación en la Auditoria de Guerra de Burgos de su inminente Ejecútese. Atxa era consciente de que debía su vida a aquella Red liderada en Burgos por Tere Verdes de la que también fueron piezas los Gurtubai, Aniceto Anton o el propio Primi Abad.

También he podido saber de Tere Verdes por Maite Orbe, una niña en la guerra, cuya familia rehizo después su vida en el exilio mexicano. Una adolescente Maite cruzó la frontera con los Gabonak, sin saber que era una importante cantidad de dinero, que debía entregar en Bilbao, en la mítica librería Verdes de la calle Correo. Allí estuvo con Tere, quien recogió el sobre y le recomendó llevarse un libro. El objetivo de aquellos Gabonak era ayudar a los gudaris presos con comida, ropa y medicinas.

La labor solidaria de Tere con los presos fue clave en las cárceles de Larrinaga y Burgos, adonde fue sucesivamente trasladado su hermano Pepe. Siempre me han impresionado unas fotos de presos escuálidos que parecerían tomadas en los campos nazis, reclusos famélicos por el hambre, cuando la avitaminosis (hambruna) era la principal causa de muerte entre la población encarcelada. Informes sobre la situación sanitaria de las cárceles o sobre la evolución de las causas penales y las sacas para fusilamientos eran objetivo de sus cadenas.

Solidaridad y espionaje Especialmente llamativos resultan hoy los ejemplares de la clandestina revista Espetxean que su hermano Pepe logró editar en la imprenta de la cárcel de Burgos. Recuerdo que un día nos llegó el inolvidable Jesús Insausti Uzturre con un paquete de joyas documentales, entre las que se encontraba una colección completa de Espetxean, así como las últimas poesías, dibujos y cartas de Lauaxeta antes de ser fusilado en Gasteiz o una carta manuscrita de Juan Ajuriaguerra desde Burgos a Etxenagusia (el lehendakari Aguirre). Todos aquellos tesoros habían sido conservados durante décadas por otra gran mujer, Karmele Goñi, viuda de Jesús Solaun, quien muchas décadas atrás había trabajado en la sede del PNV en Iparralde.

Las cadenas de la Red Álava permitieron que fluyera la información entre los burukides encarcelados y la dirigencia vasca en el exilio. Tere fue pieza clave en estas cadenas que pronto pasaron de la solidaridad al intercambio de documentación e información para terminar en labores de espionaje militar a favor de las potencias aliadas en los primeros meses de la II Guerra Mundial.

Hace apenas unos tres años, nos visitó Joseba Verdes, quien siempre resalta la sencillez y bondad de su izeko Tere. Nos venía con un increíble regalo para nuestro Archivo, lo que hoy conocemos como Fondo Tere Verdes, con fotos, cartas manuscritas, tarjetas, recordatorios, agendas, recortes de prensa o documentación judicial. Y, sobre todo, con varios diarios manuscritos de Tere, iniciados en 1936, y que cobran especial interés durante su paso por las cárceles españolas.

Diarios carcelarios Ya el día siguiente al bombardeo de Gernika podemos leer toda una declaración de intenciones cuando asegura que “en lo que esté a mi alcance he de hacer todo lo que pueda para que no triunfe la causa de quienes así atentan contra todo un pueblo”.

En sus diarios carcelarios podemos sentir cómo fueron aquellos duros años. “Detenidas nos llevaron a Donostia con tres polis. Nunca pensé que tendría tanta serenidad con el corazón destrozado (…) Nuestro abogado defensor, Revuelta, dice que nuestra moral es admirable, que algunos de ellos están más afectados… Cree fácil nuestro traslado al Norte. Qué alegría poder ver a los míos. Ver nuestra tierra, sentir su aire mojarse con la lluvia. Aunque a mí no me parece que lo consigamos, con la fobia que tienen a todo lo nuestro”. “Me indigna esa actitud de los que se dicen amantes de Dios y defensores de su Ley y tratan así a sus representantes dignísimos (por los dos sacerdotes juzgados en la Red Álava) y que no tienen otro delito que no profesar sus mismas ideas políticas y defender a sus hermanos contra la opresión y la injusticia.”

“¡Qué ganas tengo de abrazaros y sentarme entre vosotros para siempre! ¡Que Madrid es bonito! ¿Quién lo dijo? Nos pesa como una losa, será quizás que tenemos que estar por obligación, pero con gusto nos iríamos al más remoto monte de nuestra querida tierra (…) Hoy hace 5 años que salí de esa -escribe el 6 de enero de 1946- bien acompañada y con un paisaje precioso de copos y cumbres nevadas que no parecían presagiar lo que ocurrió después. Si se pudiese ver el porvenir por un agujerito”.

‘Uzturre’: “Casi una santa” Tere Verdes tardó más de siete años en poder volver a Bilbao. El cambio del curso de la II Guerra Mundial supuso, tras las iniciales 19 condenas de muerte y el posterior fusilamiento de Luis Álava, la progresiva conmutación de sus largas penas. Nuestro Jesús Insausti Uzturre también conoció a Tere.

“Mi mujer y yo -recordaba Uzturre- tuvimos mucha confianza con ella. Nuestra relación comenzó en Madrid, cuando me incorporé a los Servicios y ella, junto a otras compañeras, acababa de salir de la cárcel de mujeres de Yeserías. El contacto que mantuvimos no fue muy largo, fue una cosa dosificada, graduada, pero me marcó profundamente. Tere Verdes era una mujer entera, seria, y a la vez agradable y muy simpática. Yo creo que la labor que hizo fue tanto por patriotismo como por apostolado cristiano. Era una religiosa seglar, casi una santa. Tenía grandes dosis de comprensión, de sencillez. Su tono de voz era como el de una madre, novia o hermana”.

Tere volvió a su casa de Bilbao en 1947, pero siguió comprometida siempre con la Resistencia Vasca. Las profesoras de la UPV/EHU antes citadas han constatado en su investigación que en 1949 fue de nuevo detenida, junto a una treintena de jóvenes, por participar en una acción clandestina de propaganda en el Teatro Coliseo Albia.

Uzturre calificaba de “gran calvario” el “asedio policial” que siguió sufriendo, unido en sus últimos años a un duro cáncer de mama. Tere falleció un 16 de marzo de 1959, siendo despedida de forma multitudinaria en la iglesia de San Antón.

Su muerte fue recogida en publicaciones del exilio como Tierra Vasca o Euzko Deya, donde puedo leerse que “ella no podía escuchar barbaridades, ella que no se asustaba de nada, que parecía que se asustaba de todo, que era más valiente que tímida, pero parecía más tímida que valiente”.

Solo queda ser agradecidas a aquellas mujeres que, sin ningún afán de protagonismo, se convirtieron en invisibles y comprometidas heroínas. Agradecimiento muy especial a Tere y a su familia por haber conservado sus diarios, sus fotografías, su agenda con datos de enlaces de las zonas de Bizkaia y aquellas bolsitas bordadas por ella misma que utilizaba para pasar alimentos e información.

La diáspora de aviadores vascoamericanos

Un libro revela que más de 60 pilotos de origen vasco combatieron durante la Segunda Guerra Mundial defendiendo la bandera de los EE.UU.

Un reportaje de Iban Gorriti

uno solo. Un único aviador vascoamericano planea aún con vida de entre los más de 60 pilotos de esta comunidad que combatieron en la Segunda Guerra Mundial. Ellos no son más que la punta de lanza del cerca del millar de vascos que bregaron con Estados Unidos en aquel conflicto militar global que se desarrolló entre 1939 y 1945. El dato sale a la luz gracias a un riguroso estudio de la asociación Sancho de Beurko que se ha materializado tras tres años de arduo trabajo y entusiasmo en el libro publicado bajo el título Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial (Desperta Ferro, 2018), trabajo que lleva las firmas de Guillermo Tabernilla y Ander González, así como con excelsas fotografías tomadas ex profeso por Jesús Balbuena Maeso.

Recreación de una escena bélica protagonizada por aviadores que aparece en la publicación.Jesús Balbuena
Recreación de una escena bélica protagonizada por aviadores que aparece en la publicación.Jesús Balbuena

Tabernilla, que ha escrito el capítulo dedicado a los aviadores vascoamericanos de los cuatro que tiene el libro, pone en valor a esta comunidad migrante porque es de las pocas minorías de Estados Unidos que cuentan con un estudio que reivindica su papel durante aquella guerra total. “Para la comunidad vasca reivindicar su papel en la llamada generación del sacrificio es muy importante porque de ese modo se cohesiona, se enorgullecen y pueden esgrimir que cuando su país de adopción les necesitó los vascos dieron un paso al frente, como antes lo habían hecho sus padres durante la Primera Guerra Mundial”, pondera.

La inmensa mayoría de estos aviadores nació en Estados Unidos y formó parte de la primera generación de vascoamericanos de progenitores -o progenitor- originarios de Euskal Herria. “No soy yo -matiza Tabernilla- quien les pone la etiqueta de vascos, sino que son miembros de la comunidad vasca en los Estados Unidos, en su mayoría en los condados ovejeros, criados en euskera una mayor parte y alfabetizados en inglés al llegar a la enseñanza primaria. No he cogido a los mexicanos con apellidos vascos ni mucho menos, pues estos últimos no entran en el proyecto, sino personas que se definen a sí mismas como vascos”, dista.

Sus perfiles son diversos. Los hay de las comunidades más grandes de vascos como Idaho, Nevada y California, pero también de otras más pequeñas, caso de Jordan Vallley (Oregón), Montana… “Se trata de pilotos y personal de vuelo de todos los aparatos que puso el Ejército, la Marina y el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos en vuelo durante la Segunda Guerra Mundial”.

Esta aportación en esta obra de investigación no había sido estudiada hasta la fecha, salvo alguna biografía en concreto. “Efectivamente, la prueba está en que a esta gente, salvo a Aldecoa, no le conocía nadie. Si reivindicamos el papel de la diáspora tenemos que apoyar trabajos como estos, además absolutamente desinteresados y sin lucro económico por parte de la Asociación Sancho de Beurko”, acentúa Tabernilla quien hace referencia a Manuel Aldecoa, “piloto derribado en Francia, ya que de los demás no se ha estudiado nada”.

El perfil medio es, salvo en el caso de León Indart y Valentín Berriochoa que son nacidos en Euskal Herria, llegados al mundo en Estados Unidos y de formación de secundaria y/o universitaria y “grandes cualidades para ser destinados a tareas tan especializadas”, enfatiza. En cuanto a sus carreras en la postguerra, Cobeaga, Etchemendy y Arriaga llegaron a coroneles de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos), Juanarena y Etchart alcanzaron los grados de tenientes coroneles, Bideganeta fue mayor y jefe de operaciones de un grupo de bombardeo en Inglaterra y Pete Cenarrusa, “el vasco más prominente de Idaho, piloto de los marines, califica. Etchemendy y Asla cumplieron la labor de jefes de grupo de caza durante la guerra de Corea, con grandes historiales de vuelo”.

El esquiador Eusebio Arriaga De entre los 60, Guillermo Tabernilla destaca la vida de Eusebio Arriaga. “A mí me chifla. Fue un mítico esquiador del Sun Valley de Idaho que incluso salió en algunas producciones de Hollywood antes de la guerra y después se destapó como un extraordinario piloto”. En cuanto a los condecorados, José María Malaxechevarría, quien al llegar su padre al continente americano simplificó el apellido como Echevarria, Charles Ugaldea, Cobeaga, Etchemendy, James Vidal Echevarria se cambió el nombre por el de James Vincent Powers. “Este tiene una novela autobiográfica escrita en la postguerra”. Otros son más desconocidos, como el otro vasco que se mató volando el P-38, además de Manuel Aldecoa; Joe Sara, que murió en un vuelo de pruebas. “En esta lista hay un total de 61, ya que he suprimido todos los que formaron parte de las Fuerzas Aerotransportadas como paracaidistas y el personal de tierra”, dice.

El autor ha consumado el proyecto trabajando en bases de datos de todo tipo: alistados en las Fuerzas Aéreas, obituarios, historiales de escuadrones y grupos de vuelo, prensa de Nevada, Idaho y California. De los aviadores vascoamericanos queda uno vivo: Raymond Ray Mansisidor que nació en 1924 en Boise (Idaho), donde ayudaba a su padre en el negocio de las ovejas. “Nos congratulamos de que aún esté entre nosotros. En 1960 se unió al grupo de danzas vascas Oinkari Dancers, en el que tocaba el acordeón junto a Jimmy Jausoro. En breve, se reunirá con otros veteranos de Idaho en un emotivo acto conmemorativo”.

El capitán que desapareció en un choque de trenes

Se cumplen ochenta años desde que Luis Aira, mando de una compañía del Batallón Perezagua, desapareció tras sufrir un accidente ferroviario.

Un reportaje de Iban Gorriti

Fue un sabotaje. Mi padre, miliciano del batallón Perezagua, murió en un accidente de trenes por la zona republicana de Tortosa”, se seca las lágrimas un hombre de 86 años, el mismo que con solo cinco primaveras escuchó a una mujer decir que habían asesinado a su progenitor. “Y me eché a llorar. Yo se lo comuniqué a mi madre. Te lo puedes imaginar…”, vuelve a emocionarse con razón en su hogar de Santutxu.

Este vizcaino hereda de su padre el nombre y apellido: Luis Aira, uno de los vecinos de Ortuella que murieron o desaparecieron durante la guerra de 1936 y la represión franquista. A día de hoy el Estado español es ya el país del mundo, tras Camboya, con más desaparecidos en una guerra. Son más de 114.000.

Luis Aira, con una foto de su padre en su piso de Santutxu. Foto: I. Gorriti
Luis Aira, con una foto de su padre en su piso de Santutxu. Foto: I. Gorriti

Para reconfortar de algún modo a la familia de este desaparecido -aunque el Gobierno vasco informó de que su cuerpo está en Tortosa-, dos miembros de la Mesa de la Memoria de Ortuella se acercaron a la vivienda de Luis hijo a entregar como reconocimiento una figura, un diploma, un DVD con su testimonio grabado y una foto del batallón Perezagua en la que se reconoce a Luis Aira Fernández, Lanpanas. “Hicimos un acto en su día y no pudieron venir”, detallan. DEIA vivió ese emotivo momento íntimo. Los investigadores Pablo Domínguez y Aiyoa Arroita acumulan años exhumando verdad histórica en su blog Crónicas a pie de fosa.

Esta pareja asevera que el choque de trenes que ha atormentado de por vida a Luis hijo ocurrió el 25 de septiembre de 1938 en la línea Tarragona-Barcelona en el momento álgido de la Batalla del Ebro. “Aún sueño con mi padre. Sí. Esto no se borra de la memoria. De lo malo me acuerdo siempre”, subraya como víctima de un episodio traumático que no se supera. “Dicen que hubo un jefe de estación franquista que se chivó de que el tren iba a transportar tropas de milicianos y pasó lo que pasó”, sopesa Luis, buen custodio de lo que ocurrió y ejemplo del caso que canta Fito & Fitipaldis: “Él también quiso ser niño pero le pilló la guerra”.

¡Y le pilló de pleno! De hecho, llama la atención que aquel hombre del que no se conoce dónde reposan sus restos consiguió llevar tras de sí a su familia: en su partida a Asturias, donde fue herido e ingresado en un hospital el 17 de abril de 1937, y en su llegada a zona republicana en Valencia, donde perdió la vida. Entonces sus hijos, su mujer María Ariño y la hermana de esta, sin tiempo de reaccionar, marcharon a Francia.

La familia conserva con mimo una foto que corrobora la necesidad del padre de tener cerca a los suyos y que nunca ha visto la luz hasta ahora. “En la foto, se ve a la mujer de blanco que es Emilia Ariño,
esposa del capitán y de negro María Josefina Aira, hermana suya. Se ve
cómo él se apoya en ellas porque fue herido en el frente de Asturias en
una pierna. De allí, fuimos todos a Valencia”, evoca Luis. “Lleva el gorro asturiano”, aporta Pablo Domínguez quien resume la biografía de aquel comunista llegado al mundo en el barrio Golifar de Ortuella en 1909. Al estallar la guerra, tras el golpe de Estado militar de julio de 1936, este minero casado y padre de tres hijos sumaba 29 años. Se alistó voluntario como miliciano republicano en el batallón Perezagua, del Partido Comunista de Euskadi (PCE). Alcanzó el grado de capitán de la 2ª Compañía y comisario político. “Antes de la guerra, yo ya vi a mi padre salir de casa huyendo saltando por la ventana”, detalla Luis, quizás por haber tomado parte su padre en la famosa Revolución de Asturias de 1934.

Bautizado a escondidas El minero Aira, de origen gallego, combatió en la batalla de Villarreal, en el frente de Asturias en 1937 como miembro de la División Vasca del Gobierno vasco y en la primera brigada compartida por los batallones Rusia y CNT 3 al mando del teniente de asalto Rehola, según informes del PNV conservados en París a los que ha tenido acceso este medio. “Sí, Rehola. Eso lo recuerdo”, confirma el hijo.

Tras la caída del Frente Norte se trasladó al de Levante para continuar luchando por la legítima Segunda República. Falleció hace 82 años. Luis hijo, bautizado a escondidas para que no lo supiera su padre comunista, guarda numerosos momentos terroríficos que narra emocionado como para soltar lastre. Tuvo una infancia nómada. Rememora cómo en una ocasión zarparon en barco hacia Francia y les interceptó el crucero fascista Almirante Cervera. “Llevamos mujeres y niños”, respondió uno del barco. “Y nos dejaron seguir”.

Recuerda cómo con la noticia de la muerte del padre y dejando el cuerpo en la nada informativa, su madre les exilió a Francia. Cómo pasaron por el puerto de La Molina, que estaba nevado. Del viaje guarda un testimonio estremecedor: En el convoy, algunas madres iban llorando mientras daban teta a sus bebés. Algunas se veían obligadas a dejar a hijos de la edad de Luis en el trayecto. “Nos recuerdo a nosotros, los niños, desnudos en un refugio. Con mucha miseria. Nos veíamos los piojos los unos a los otros”, enfatiza.

A su vuelta a Euskadi, con ocho años, sería el encargado para ir desde Getxo hasta Ortuella a por los productos de la cartilla de racionamiento. “Iba una vez por semana, desde Romo -donde mi madre comenzó a trabajar de interina para las ricachonas- hasta Portugalete, y en vez de usar el Puente Colgante Bizkaia yo pasaba en bote, que costaba menos dinero”, saca a lucir su sonrisa por primera vez durante la entrevista. Y rebobina para narrar otra anécdota: “Al venir de Francia me preguntaron de dónde era y como había estado en Santander, dije que de Santander y… me llevaron a Santander. Mi hermana, sin embargo, dijo Bilbao y vino a la primera…”, hace reír.

Las anécdotas se concatenan. “Las monjas me parecían demonios. Una vez en Las Arenas una mujer me dijo que le dejara la bolsa de la comida que yo llevaba y que fuera a por un balón que ella tenía. No quise. ¡Ella se quería quedar con mi comida!”, guiña el ojo. Son instantes de sonrisas hasta que emerge una nueva lágrima: “Mi abuela me contaba que mi padre era tan bueno que en ocasiones volvía a casa descalzo porque había dado sus zapatos a personas que lo necesitaban. El primer regalo que recuerdo de mi padre fue un caballo de cartón. También fue el último”.

Un vasco en Cuba y en Catalunya

Las raíces familiares de los escritores catalanes Juan, José Agustín y Luis Goytisolo se sitúan en Euskal Herria. Su bisabuelo, Agustín Goytisolo Lezarzaburu, nació en Lekeitio en 1811 (falleció en Barcelona en 1886) y emigró a Cuba, donde hizo fortuna.

Un reportaje de Martín Rodrigo y Alharilla

Pocos casos debe haber en la historia de la literatura, tal vez ninguno, como el de los escritores catalanes Juan, José Agustín y Luis Goytisolo Gay, tres hermanos dedicados por igual a la creación literaria, cuyas obras destacan por su innegable calidad. No resulta tan conocido, sin embargo, que el origen familiar de los tres hermanos escritores arranca del País Vasco. En concreto, de la vizcaina villa de Lekeitio, localidad donde nació su bisabuelo Agustín Goytisolo Lezarzaburu, en julio de 1811.

Fotografía de Agustín Goytisolo Lezarzaburu, nacido en Lekeitio en 1811.
Fotografía de Agustín Goytisolo Lezarzaburu, nacido en Lekeitio en 1811.

Agustín Goytisolo fue el quinto de los once hijos nacidos del vientre de Magdalena Lezarzaburu, una mujer fuerte, capaz de sacar adelante a todos sus hijos pese a la muerte o deserción de los tres hombres con los que los había engendrado. El joven Agustín Goytisolo nació y se crió, pues, en un hogar extenso y sin demasiadas alegrías económicas, aprendiendo pronto el oficio de carpintero. Su padrastro fue el guipuzcoano Francisco Arruebarrena, a quien podemos identificar como un indiano: nacido en Astigarreta, Arruebarrena había vivido unos años en La Habana, donde había ejercido su oficio de chocolatero, antes de regresar a la península. Como él, muchos otros naturales o vecinos de Lekeitio habían intentado hacer las Américas y algunos incluso lo habían conseguido, retornando como ricos indianos.

Ese fue el caso, por ejemplo, de José Ventura de Aguirre Solarte (quien se había enriquecido en Perú antes de domiciliarse, en 1823, en Londres para abrir la casa de banca Aguirre Solarte y Murrieta) y de José Javier de Uribarren (enriquecido en México y retornado a Europa, en 1825, para crear la casa de comercio y banca Aguirrebengoa Fils et Uribarren, con oficinas en Burdeos y en París). También fue el caso de Pedro Nicolás de Chopitea, natural de la vecina Mendexa y enriquecido en Santiago de Chile, adonde había llegado a ejercer como alcalde realista, en plenas guerras de independencia, antes de regresar a España y avecindarse en Barcelona.

Siguiendo, así, el ejemplo de sus convecinos lekeitiarras y el de su propio padrastro, el joven carpintero Agustín Goytisolo Lezarzaburu emigró a América, en 1833. Lo hizo, en su caso a Trinidad (en la isla de Cuba). De allí pronto pasó a Cienfuegos, una localidad que se había fundado poco antes, en 1819, y que estaba conociendo una etapa de crecimiento demográfico y económico, en tanto que ciudad capital y portuaria de una región que estaba siendo rápida e intensamente colonizada por la caña de azúcar.

matrimonios entre vascos En sus primeros once años en Cuba, el propio Goytisolo pudo acumular el capital suficiente que le permitió dar el salto al mundo del azúcar. Así, en enero de 1844 compró su primer ingenio (o plantación de caña), al que llamó Simpatía. Aquella compra la hizo en sociedad con el guipuzcoano Antonio Arce (natural de Usurbil y antepasado, por cierto, del poeta Joxean Artze), quien acabaría convirtiéndose en su cuñado.

Un mes después, Goytisolo se casó en Cienfuegos con Estanisláa Digat Irarramendi, hija del vasco-francés Antonio Digat y de la vasco-española Paula Irarramendi. Los dos hermanos de Estanisláa, Juan y Telesfora Digat, se acabarían casando, también en Cienfuegos, con dos individuos nacidos en Euskal Herria: con Fermina Echeverría (natural de Aranaz, Navarra) y con Salvador Harguindéguy (natural de Iholdy, en Iparralde). Los susodichos enlaces ofrecen una buena muestra de cómo las relaciones de paisanazgo entre vascos se reproducían en tierras americanas. En este caso, en Cienfuegos.

El matrimonio Goytisolo-Digat tuvo siete hijos (dos varones y cinco féminas), nacidos todos en Cuba. Y mientras en la feraz Antilla crecían aquellos siete hijos, Agustín Goytisolo desarrollaba desde Cienfuegos una intensa actividad empresarial, vinculada en buena medida al mundo de la caña de azúcar y desarrollada merced a la explotación del trabajo de sus esclavos, que se contaron por centenares.

Tras aquel primer ingenio, nombrado Simpatía, acabó comprando o fomentando otras tres plantaciones más de caña (llamadas Lequeitio, San Agustín y Lola) y con sus capitales contribuyó a fundar la sociedad mercantil Solozábal Campo y Cía. (dedicada a la exportación de los derivados de la caña) así como la Empresa de Vapores por la Costa del Sur de Cuba. Desde Cienfuegos, Goytisolo invirtió también parte de sus caudales en la creación de la firma Sola Brothers (de Nueva York), cuyos socios eran dos hijos de Fermín de Sola Nanclares, natural de Mondragón y vecino también de Cienfuegos. Es más, las ganancias obtenidas en Cuba merced a su actividad como empresario, las quiso depositar Goytisolo también fuera de la isla, en forma de depósito en casas de banca de Filadelfia, Londres y París.

Quiero señalar, por otro lado, que el hacendado Goytisolo tuvo también relaciones con los líderes más destacados de la comunidad vasca de Cuba; especialmente con el portugalujo Manuel Calvo y con el alavés Julián Zulueta, a quien solicitó, sin éxito, que le permitiese participar en su negocio de importación de culíes chinos a la isla.

No contento con su actividad como hombre de negocios, Agustín Goytisolo acumuló además varios cargos políticos en la mayor de las Antillas, llegando a ser alcalde de Cienfuegos en 1869, es decir, a los pocos meses del estallido de la primera guerra de independencia de la isla. Y es que el hacendado lekeitiarra se situó decididamente en el lado españolista (como también hicieran, por otro lado, Zulueta o Calvo). Fue entonces, en 1870 y en plena guerra de los Diez Años, cuando Agustín Goytisolo Lezarzaburu abandonó Cuba para instalarse en la península.

No eligió instalarse en su localidad natal sino Barcelona, donde se avecindó con su mujer y con la mayoría de sus hijos. Fue en la capital catalana donde el rico lekeitiarra empezó a invertir buena parte de los caudales que había acumulado en América. No en vano, en sus cartas remitidas desde la capital catalana a Cienfuegos insistía en la frase: “Quiero más uno aquí [en Barcelona] que diez allí [en Cuba]”. La conducta inversora de Goytisolo en Cataluña merece ser caracterizada, eso sí, como rentista: se dedicó a comprar solares urbanizables, en su mayoría en el nuevo Ensanche de la capital catalana, para levantar después diversos edificios.

Pronto la familia al completo pasó a vivir en un moderno inmueble construido a sus expensas en pleno centro de la ciudad (en la actual plaza de Cataluña y en un terreno ganado a las antiguas murallas) mientras a la vez financiaban la construcción de otros ocho edificios (repartidos entre las calles Pelayo, Gravina y el señorial Paseo de Gracia). El deseo del patriarca familiar fue poder legar, a su muerte, un inmueble de varias alturas a cada uno de sus siete hijos, algo que consiguió efectivamente, llegando a convertirse (a principios de los años 1880) en el principal propietario privado de inmuebles en el Ensanche de Barcelona.

‘De donde le va bien’ No parece que Agustín Goytisolo mostrase un interés especial por sus raíces, que se hundían en aquel País Vasco del que había emigrado con 21 años, en el invierno de 1833. A sus hijos les quiso dejar claro una idea: “el hombre no debe ser sino de donde le va bien” y el lekeitiarra parece haberse sentido bien tanto en Cienfuegos, primero, como en Barcelona, después. Tal vez su desapego respecto a Lekeitio tuvo que ver con su condición de hijo natural, como apuntó en su día su bisnieto, el escritor Juan Goytisolo Gay. No consta, de hecho, que hiciese ningún viaje a su tierra natal, una vez hubo regresado de Cuba. Consta, eso sí, que era suscriptor de La Unión Vasco-Navarra, un periódico de Bilbao de orientación fuerista. Sus hijos e hijas se casaron en Cataluña, de manera que su descendencia acabó siendo mayoritariamente catalana. Su hijo Antonio Goytisolo Digat (abuelo paterno de los escritores) se casó, por ejemplo, en Barcelona con Catalina Taltavull Victory, hija de un hacendado de Cienfuegos de origen menorquín mientras que su hija Luisa hizo lo propio con Juan Ferrer-Vidal Soler (hermano del cofundador y primer presidente de La Caixa); su otra hija Josefa se casó, a su vez, con Leopoldo Gil Llopart (sobrino de Pablo Gil Serra, cuya fortuna hizo posible la construcción del barcelonés Hospital de San Pablo) y la mayor de sus hijas, Fermina Goytisolo Digat, se acabó casando en segundas nupcias con José Oriol de Sentmenat y Despujol (de la muy noble, muy antigua y muy catalana casa de los marqueses de Sentmenat).

Son buenas muestras de la inserción de los Goytisolo en el seno de las buenas familias de Barcelona. Valga señalar, a modo de curiosidad y de conclusión, que la nieta mayor de Agustín Goytisolo Lezarzaburu, María Plana Goytisolo, acabaría siendo íntima amiga del pintor valenciano Joaquín Sorolla, quien le pintó, al menos, un precioso retrato en 1906, veinte años después de la muerte del patriarca

El sueño del secretario de los Milicianos Socialistas

El padre del actual portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento vasco desea que, del mismo modo que van a devolver los restos de Franco a su familia, entreguen los de los republicanos del Valle de los Caídos a las suyas.

Un reportaje de Iban Gorriti

Cuando la ocasión bien lo merece, el ortuellarra José María Pastor apaña un llavero que conserva con mimo y lo cuelga de su pechera como la mejor de las distinciones. La insignia luce tres colores: rojo, amarillo y morado, es decir, la legítima republicana española, y sobre ellos una leyenda: Milicianos socialistas.

Es el padre de José Antonio Pastor -actual portavoz del Grupo Socialista en el Parlamento Vasco-, y también el secretario de una asociación memorialista que llegó a tener 70 miembros, la de esos milicianos socialistas vascos que muestra con orgullo.

José Mari Pastor nunca falla en el homenaje anual de Artxanda a los gudaris y milicianos vascos.Fotos: Iban Gorriti
José Mari Pastor nunca falla en el homenaje anual de Artxanda a los gudaris y milicianos vascos.Fotos: Iban Gorriti

José Mari no fue miliciano, por edad, pero siempre fue -y lo es- un enamorado, un apasionado de la labor que labraron contra los golpistas de 1936 y el posterior franquismo. Fueron ejemplo para él. “Ramón Rubial se reunía con nosotros en la sede que teníamos en la calle Ercilla, actualmente ocupada por Eudel. Él fue el mejor lehendakari que ha habido. Daba todo lo que tenía y lo que fuera para que no le faltara nada a nadie. Era muy buena persona y nos ayudaba”, enfatiza Pastor senior, nacido en 25 de febrero de 1933 en Villasayas, minúsculo municipio soriano que a día de hoy no supera los 70 habitantes.

Mayúsculo, sin embargo, ha sido el trabajo que ha ejercido en la asociación de milicianos vascos. Y mayúscula también es su respuesta a la afirmación del periodista y profesor de la Universidad Juan Carlos I, Francisco Marhuenda, que aseveró en el programa televisivo La Sexta Noche que “no hubo socialistas luchando en la Guerra Civil; eran todos comunistas”. José Mari no se calla: “¿Cómo que no los hubo? ¿Qué hostias? Algunos estarían junto con los comunistas, pero, como por todos es sabido, los socialistas también lucharon contra Franco”, subraya.

A renglón seguido, su hijo, José Antonio Pastor, toma la palabra, visiblemente dolido. “Marhuenda es un ignorante y un maledicente. Me da asco oírle hablar y lo puedes escribir con todas las letras. En la guerra hubo batallones socialistas: los hubo de la UGT, de JSU, comunistas, de CNT… ¿Y la labor que hicieron socialistas en la clandestinidad?”, zanja.

Los Pastor acentúan la labor ejemplarizante de los milicianos, quienes, según coinciden, tuvieron un protagonismo tanto en la guerra como en “los Pactos de la Moncloa de la Transición porque nunca pidieron venganza. La guerra fue espantosa para ellos y lo único que no permiten es que se rían de ellos, por ello están contentos con que se exhuma a Franco del Valle de los Caídos”, aporta José Antonio.

José Mari asiente. “¡Pedro Sánchez ha hecho muy bien al lograrlo! Que se lleven a Franco y, de paso, que las miles de familias que tienen allí a sus parientes puedan hacerse con sus restos”, sueña quien cada año no falta en junio al homenaje que se oficia en Artxanda en recuerdo de los más de 40.000 milicianos y gudaris que lo dieron todo por los principios y libertades de Euskadi: en el frente de batalla, en Ias cárceles y campos de concentración del franquismo, en el exilio, etc.

La familia de Jose Mari llegó a Euskadi de Soria en los 50. Su abuelo, un comunista, encontró trabajo en la zona minera vizcaina y no se lo pensó. Más adelante llegarían también la madre de nuestro protagonista junto a él. El padre de este socialista de 83 años falleció cuando él solo tenía tres. Murió en los días de arranque de la guerra. “Los que se autollamaron nacionales le detuvieron a mi padre por socialista, pero le dejaron en paz por estar muy enfermo de silicosis cogida en las minas. Eso sí, le requisaron los animales que tenía…”, evoca. Con seis años, un “tío medio-cura” de Soria le internó en el seminario de Sigüenza (Guadalajara). “¡Meterme allí fue matarme!”. Su hijo sonríe: “Si quieres que tu hijo no crea en Dios, métele en un colegio de curas”. Y así fue: “Fue lo peor que me ha pasado, era peor que un cuartel. Si venía nuestra familia a visitarnos lo primero que hacían era quitarnos el pan blanco… para comérselo ellos”.

José Antonio detalla que comenzó a hablarles en casa sobre la guerra cuando acabó el franquismo. “Pero siempre recuerda lo del seminario como horrible. Nunca antes quiso hablar de nada, quizás por miedo, para salvaguardar a su familia”.

Entonces se afilió al PSE y fue delegado sindical en General Eléctrica, con planta en Galindo. Perdió su empleo por una huelga que protagonizó y por la que el régimen franquista le acabó deteniendo. Continuaría su trayectoria como mecánico en Renault y en Citroën, firma de automóviles en la que se jubiló.

Continuó como el miembro más joven de la asociación Milicianos Socialistas. “Nosotros, con otras personas como el gudari Moreno de Portugalete, fuimos los promotores del monumento de La Huella de Artxanda y el acto de homenaje”, subraya quien también conoció a Dolores Ibarruri, la Pasionaria. “Dolores venía a darnos charlas a la General Eléctrica. Era una mujer con la que se podía tratar, pero Rubial era más bella persona en todos los sentidos”.