En 1959, fallecía Tere Verdes, una de las componentes de la Red Álava, cuyas integrantes no han sido homenajeadas hasta 2018
Un reportaje de Marian Moreno Royo
Tere Verdes murió demasiado pronto, todavía en pleno franquismo, a finales de la década de los 50 con solo 51 años. Un cáncer de mama se la llevó muy joven. Hasta 2018 nunca había sido homenajeada ni recibido el menor reconocimiento público. Hasta ahora solo podíamos constatar que las inmediaciones de la bilbaina iglesia de San Anton aparecen abarrotadas en las viejas fotografías de su funeral en marzo de 1959, una multitudinaria despedida celebrada casi en la clandestinidad.
Como responsable de donaciones de Sabino Arana Fundazioa he tenido la suerte de contactar con muchos veteranos antifranquistas. Me hubiera encantado conocer también a María Teresa Verdes Elorriaga (Bilbao, 1907-1959). Su ejemplo y lucha se presentan en la exposición Red Álava. Mujeres invisibles. Espionaje y solidaridad que hasta finales de octubre puede contemplarse en la sede del Instituto de la Memoria Gogora. Al acercarnos a Tere y sus compañeras nos encontramos con mujeres independientes, avanzadas para entonces, adelantadas a aquella época oscura.
La sensibilidad de su familia, encabezada por su sobrino Joseba Verdes Rola, ha permitido que buena parte de su documentación, sus cartas y su diario carcelario hayan sido depositados en el Archivo de Sabino Arana Fundazioa para su estudio por investigadores y ahora formen parte de esta exposición divulgativa. Las profesoras de la UPV/EHU Gurutze Ezkurdia, Karmele Pérez Urraza y Begoña Bilbao han analizado la documentación de Tere Verdes. Entre los inéditos datos de esta biografía, nos aportan un concienzudo estudio grafológico de su letra durante su intensa vida carcelaria.
“Es una persona muy sociable, muy disciplinada, con muy buena memoria, que guarda muy bien los secretos y con tendencia a dominar en los círculos íntimos. Es correcta, tiene orgullo, oposicionista y contiene ideales que defiende con tesón”, asegura la grafóloga Irune Ibarra.
Pinceladas de un carácter niquelado para la clandestinidad y el espionaje. Estas fueron, junto a la solidaridad, las claves en las que sustentó su labor la Red Álava, pero este artículo no pretende ser una síntesis de las últimas investigaciones sobre esta organización. En estas mismas páginas han podido encontrar trabajos de Txema Montero, Iñaki Goiogana o de las profesoras de la UPV/EHU antes citadas, a la espera de un exhaustivo libro coordinado por el historiador Josu Chueca, en el que también participan Luzia Alberro y Elixabete Pérez, profesoras de la Universidad de Deusto, y Roman Berriozabal. También los lectores de DEIA pudieron adquirir el pasado domingo un DVD documental producido por Baleuko para ETB y un álbum ilustrado en el que poder visibilizar a las cuatro mujeres invisibles que vertebraron esta Red.
Invisibles por los estereotipos Supe que Tere Verdes tuvo una relación muy especial con la familia Ajuriaguerra. Marina y Rosario, poco antes de fallecer, me contaron como hicieron varios viajes con Tere a Iparralde. Solían trasladarse en taxi y lograban pasar desapercibidas para los guardias civiles y militares fronterizos. También la entonces muy joven Miren Oñate recordaba sus viajes con Tere en taxi a la Prisión Central de Burgos.
“No les entraba en la cabeza que unas mujeres jóvenes, unas chicas inofensivas, siempre alegres, bien vestidas y de buena educación, pudieran tomar la iniciativa para burlar sus controles y pasar delante de sus narices información transcendental”. Supieron aprovecharse de aquellos estereotipos.
Pude conocer también al encartado Alberto Atxa Atxa, gudari condenado a muerte, quien salvó la vida gracias a la sustracción, cambio y falsificación en la Auditoria de Guerra de Burgos de su inminente Ejecútese. Atxa era consciente de que debía su vida a aquella Red liderada en Burgos por Tere Verdes de la que también fueron piezas los Gurtubai, Aniceto Anton o el propio Primi Abad.
También he podido saber de Tere Verdes por Maite Orbe, una niña en la guerra, cuya familia rehizo después su vida en el exilio mexicano. Una adolescente Maite cruzó la frontera con los Gabonak, sin saber que era una importante cantidad de dinero, que debía entregar en Bilbao, en la mítica librería Verdes de la calle Correo. Allí estuvo con Tere, quien recogió el sobre y le recomendó llevarse un libro. El objetivo de aquellos Gabonak era ayudar a los gudaris presos con comida, ropa y medicinas.
La labor solidaria de Tere con los presos fue clave en las cárceles de Larrinaga y Burgos, adonde fue sucesivamente trasladado su hermano Pepe. Siempre me han impresionado unas fotos de presos escuálidos que parecerían tomadas en los campos nazis, reclusos famélicos por el hambre, cuando la avitaminosis (hambruna) era la principal causa de muerte entre la población encarcelada. Informes sobre la situación sanitaria de las cárceles o sobre la evolución de las causas penales y las sacas para fusilamientos eran objetivo de sus cadenas.
Solidaridad y espionaje Especialmente llamativos resultan hoy los ejemplares de la clandestina revista Espetxean que su hermano Pepe logró editar en la imprenta de la cárcel de Burgos. Recuerdo que un día nos llegó el inolvidable Jesús Insausti Uzturre con un paquete de joyas documentales, entre las que se encontraba una colección completa de Espetxean, así como las últimas poesías, dibujos y cartas de Lauaxeta antes de ser fusilado en Gasteiz o una carta manuscrita de Juan Ajuriaguerra desde Burgos a Etxenagusia (el lehendakari Aguirre). Todos aquellos tesoros habían sido conservados durante décadas por otra gran mujer, Karmele Goñi, viuda de Jesús Solaun, quien muchas décadas atrás había trabajado en la sede del PNV en Iparralde.
Las cadenas de la Red Álava permitieron que fluyera la información entre los burukides encarcelados y la dirigencia vasca en el exilio. Tere fue pieza clave en estas cadenas que pronto pasaron de la solidaridad al intercambio de documentación e información para terminar en labores de espionaje militar a favor de las potencias aliadas en los primeros meses de la II Guerra Mundial.
Hace apenas unos tres años, nos visitó Joseba Verdes, quien siempre resalta la sencillez y bondad de su izeko Tere. Nos venía con un increíble regalo para nuestro Archivo, lo que hoy conocemos como Fondo Tere Verdes, con fotos, cartas manuscritas, tarjetas, recordatorios, agendas, recortes de prensa o documentación judicial. Y, sobre todo, con varios diarios manuscritos de Tere, iniciados en 1936, y que cobran especial interés durante su paso por las cárceles españolas.
Diarios carcelarios Ya el día siguiente al bombardeo de Gernika podemos leer toda una declaración de intenciones cuando asegura que “en lo que esté a mi alcance he de hacer todo lo que pueda para que no triunfe la causa de quienes así atentan contra todo un pueblo”.
En sus diarios carcelarios podemos sentir cómo fueron aquellos duros años. “Detenidas nos llevaron a Donostia con tres polis. Nunca pensé que tendría tanta serenidad con el corazón destrozado (…) Nuestro abogado defensor, Revuelta, dice que nuestra moral es admirable, que algunos de ellos están más afectados… Cree fácil nuestro traslado al Norte. Qué alegría poder ver a los míos. Ver nuestra tierra, sentir su aire mojarse con la lluvia. Aunque a mí no me parece que lo consigamos, con la fobia que tienen a todo lo nuestro”. “Me indigna esa actitud de los que se dicen amantes de Dios y defensores de su Ley y tratan así a sus representantes dignísimos (por los dos sacerdotes juzgados en la Red Álava) y que no tienen otro delito que no profesar sus mismas ideas políticas y defender a sus hermanos contra la opresión y la injusticia.”
“¡Qué ganas tengo de abrazaros y sentarme entre vosotros para siempre! ¡Que Madrid es bonito! ¿Quién lo dijo? Nos pesa como una losa, será quizás que tenemos que estar por obligación, pero con gusto nos iríamos al más remoto monte de nuestra querida tierra (…) Hoy hace 5 años que salí de esa -escribe el 6 de enero de 1946- bien acompañada y con un paisaje precioso de copos y cumbres nevadas que no parecían presagiar lo que ocurrió después. Si se pudiese ver el porvenir por un agujerito”.
‘Uzturre’: “Casi una santa” Tere Verdes tardó más de siete años en poder volver a Bilbao. El cambio del curso de la II Guerra Mundial supuso, tras las iniciales 19 condenas de muerte y el posterior fusilamiento de Luis Álava, la progresiva conmutación de sus largas penas. Nuestro Jesús Insausti Uzturre también conoció a Tere.
“Mi mujer y yo -recordaba Uzturre- tuvimos mucha confianza con ella. Nuestra relación comenzó en Madrid, cuando me incorporé a los Servicios y ella, junto a otras compañeras, acababa de salir de la cárcel de mujeres de Yeserías. El contacto que mantuvimos no fue muy largo, fue una cosa dosificada, graduada, pero me marcó profundamente. Tere Verdes era una mujer entera, seria, y a la vez agradable y muy simpática. Yo creo que la labor que hizo fue tanto por patriotismo como por apostolado cristiano. Era una religiosa seglar, casi una santa. Tenía grandes dosis de comprensión, de sencillez. Su tono de voz era como el de una madre, novia o hermana”.
Tere volvió a su casa de Bilbao en 1947, pero siguió comprometida siempre con la Resistencia Vasca. Las profesoras de la UPV/EHU antes citadas han constatado en su investigación que en 1949 fue de nuevo detenida, junto a una treintena de jóvenes, por participar en una acción clandestina de propaganda en el Teatro Coliseo Albia.
Uzturre calificaba de “gran calvario” el “asedio policial” que siguió sufriendo, unido en sus últimos años a un duro cáncer de mama. Tere falleció un 16 de marzo de 1959, siendo despedida de forma multitudinaria en la iglesia de San Antón.
Su muerte fue recogida en publicaciones del exilio como Tierra Vasca o Euzko Deya, donde puedo leerse que “ella no podía escuchar barbaridades, ella que no se asustaba de nada, que parecía que se asustaba de todo, que era más valiente que tímida, pero parecía más tímida que valiente”.
Solo queda ser agradecidas a aquellas mujeres que, sin ningún afán de protagonismo, se convirtieron en invisibles y comprometidas heroínas. Agradecimiento muy especial a Tere y a su familia por haber conservado sus diarios, sus fotografías, su agenda con datos de enlaces de las zonas de Bizkaia y aquellas bolsitas bordadas por ella misma que utilizaba para pasar alimentos e información.