Un antes y un después en el Valle de los Caídos

Varios expertos valoran si la posible exhumación de dos cuerpos en la cripta de El Escorial puede tener continuidad

Un reportaje de Iban Gorriti

EXISTE un antes y un después en el Valle de los Caídos tras conocerse que cabe la posibilidad de que se exhumen los cuerpos de dos hermanos anarquistas de Calatayud allí ubicados? ¿Hay esperanza de que algo cambie en el mayor cementerio del Estado, donde se cifran en alrededor de 33.850 los muertos custodiados junto a las tumbas de los dictadores Franco y Primo de Rivera? Se estima que un millar de ellos fueron trasladados desde la CAV y Nafarroa, lo que no significa que todos fueran vascos. Ahora bien, diez familias de Euskadi han solicitado a la Dirección de Derechos Humanos del Gobierno vasco la recuperación de los restos de parientes, una reivindicación que se remonta a 2003.

VALLE DE LOS CAIDOS

Francisco Etxeberria, Queralt Solé, Francisco Ferrándiz e Hilari Raguer, todos ellos eminencias en lo referente al Valle de los Caídos, siguen de cerca la noticia de que un magistrado ha ordenado que se exhumen los cuerpos de los hermanos fusilados Manuel y Antonio Lapeña. ¿Pero creen que esta decisión insólita abre una puerta a la esperanza? ¿Con esa exhumación se darán nuevos pasos en favor de otras intervenciones en dicho mausoleo del terror?

El más tajante es Etxeberria, antropólogo forense de la UPV/EHU y presidente de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, profesional al que la familia Lapeña ha requerido para exhumar los restos de los ácratas aragoneses. Patrimonio decidirá ese extremo. “¿Esperanzador? No lo creo en absoluto. La sentencia se ha producido en la jurisdicción civil, no en la penal. El juez dice que los familiares tienen derecho a rescatar esos cuerpos y eso no tiene nada que ver con juzgar los crímenes franquistas”, analiza el experto.

El de Beasain asegura que son bastantes las exhumaciones que él y su equipo han realizado con conocimiento judicial, “pero otra cosa es abrir diligencias y sentar una verdad judicial respecto de unos hechos injustos sobre los que nunca ha existido una investigación oficial”, subraya. Va más allá al trasmitir que el reto para los próximos años es hacer oficial esa verdad en la que trabajan a diario, “y para eso también deben servir otras estructuras institucionales además de las judiciales”.

El historiador y religioso catalán Hilari Raguer formó parte a título personal -“ni de la Iglesia ni de nadie”- de la Comisión de expertos sobre el futuro del Valle de los Caídos. “Es esperanzador desde el punto de vista jurídico y judicial”, valora, y matiza que “la dificultad es más técnica que jurídica y política, a pesar de la resistencia que haya podido haber”.

Como Raguer, Paco Ferrándiz, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) también formó parte activa de la comisión de asesores. “La exhumación de los dos hermanos es muy esperanzadora, pero debemos tomarlo con cautela”, previene tras conocer que Patrimonio Nacional tiene 45 días para responder al fallo del juez: “Si no lo hacen -ilustra Ferrandiz-, la demanda irá a la Sala número 3 del Tribunal Supremo. En ese caso se demoraría todo un año más. Pero si Patrimonio colabora…”. Insiste en que “es esperanzador con todas las cautelas por los procesos judiciales complejos”.

Este exdocente de la Universidad de Deusto recuerda que la conciencia pública en materia del Valle de los Caídos como fosa común con tantos miles de cuerpos “es muy reciente” y por ello lo considera “un monumento surrealista”. A juicio de Ferrándiz se desconoce, además, qué consecuencias tendría la apertura de las criptas en las que están documentadas 12.800 personas. “No se ha dado nada por sentado, son muchas las suposiciones y hay un informe de Bedate de 2010. Es evidente el escaso interés y la enorme complejidad”, concluye el autor del libro El pasado bajo tierra, primer estudio en castellano que trata la apertura de fosas comunes de la Guerra Civil desde un prisma antropológico-social.

Centenares de vascos La profesora de Historia de la Universidad de Barcelona Queralt Solé confirma como “un antes y un después” el caso de los dos sindicalistas de la CNT a exhumar en el Valle de los Caídos. “Lo es desde el momento en que la Justicia reconoce un derecho a una familia, a dos personas inhumadas en la mayor fosa común de España”, esgrime. “¿Será factible?”, se pregunta y vuelve al origen: “¿Esperanzador? Que lo reconozca un juez ya es significativo”.

Como los hermanos de Calatayud, hay centenares de vascos en aquel enclave. El arqueólogo Jimi Jiménez asegura que la cifra de “mil vascos” asimilada como oficial no es tal. “Sí, se llevaron a Madrid restos de unas mil personas muertas en el País Vasco y Nafarroa, pero muchos, por ejemplo, eran gallegos”, diferencia este miembro de Aranzadi.

Su compañero de trabajo, Francisco Etxeberria, camina por la misma senda. “En efecto, los más de mil restos trasladados desde el País Vasco proceden en su mayoría de combatientes en esta zona cuyas identidades se desconocen. Y de los que no eran combatientes, la inmensa mayoría se llevaron al Valle de los Caídos con el permiso de sus familiares”, asevera.

Sangre, niebla y crimen de Estado

Tras la muerte de Franco, Montejurra acogía la celebración anual de los carlistas. Como se temía, la fiesta acabó en tragedia en lo que se llamó el “primer paso de la ‘guerra sucia’ de los GAL”

Un reportaje de Fermín Pérez-Nievas

como en Crónica de una muerte anunciada, todo en aquel Montejurra del 9 de mayo de 1976 invitaba a pensar que algo grave iba a suceder. Los numerosos llamamientos de los periódicos de derechas a “reconquistar Montejurra” preparaban el terreno para que el Gobierno provisional, que ocupaba el poder tras la muerte del dictador, dibujara una de las páginas más oscuras de la Transición. La espesa niebla que todo lo cubría y empapaba, en aquella fría mañana, se convertía en el aliado perfecto para la acción armada organizada por la ultraderecha española con el beneplácito de Manuel Fraga y altos cargos del Estado. Medios franceses, holandeses y españoles habían llegado hasta la ciudad del Ega centro de las reivindicaciones contra los estertores de la dictadura y donde Carlos Hugo pensaba decir en su discurso en la cumbre que “el carlismo busca alcanzar la libertad por caminos de paz y diálogo para llegar sin traumas ni violencias al establecimiento de la Democracia y de la justicia en España. A pesar de eso al carlismo se le somete a un proceso represivo muy peligroso”. Los días previos a los sucesos de Montejurra, el dirigente carlista José Ángel Pérez-Nievas había recibido un recorte de prensa en el que bajo el título “Montejurra o las virtudes de una raza” habían escrito a mano “lea usted, mamarracho jefe regional rojo-carlista. Unos tudelanos del 18 de julio”.

Fotografía Prensa de 1976 y Sumario de Montejurra
Fotografía Prensa de 1976 y Sumario de Montejurra

 

Desde tres semanas antes del 9 de mayo, en las páginas de El Alcázar y El Pensamiento Navarro se hacían llamamientos para recuperar Montejurra “para el tradicionalismo y el verdadero carlismo” y alejarlo de la “profanación marxista y separatista” que, a su juicio “había profanado el monte sagrado”. Además el ministro de Asuntos Exteriores, José María de Areilza, entregó un mensaje verbal al embajador de los Países Bajos en Madrid, para que comunicara al gobierno holandés que si Carlos Hugo y su mujer, la princesa, Irene (líderes entonces del Partido Carlista) asistían al acto de Montejurra, no respondían de su seguridad personal. Las pintadas, en Iruñea, de Montejurra rojo, no o Moriréis, EKA, no eran un buen presagio.

Hasta veinte habitaciones fueron reservadas y pagadas por el que era Gobierno Civil de Navarra, en el hotel Irache, donde se reunieron un complejo entramado de ultraderechistas compuesto por militares descontentos por la reforma democrática, militantes de Fuerza Nueva, miembros de Comunión Tradicionalista, activistas violentos de la Triple A, Batallón Vasco Español, Guerrilleros de Cristo Rey, mercenarios argentinos, italianos y franceses y miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que, por su ideología, no encajaban las reformas hacia las que caminaba el país. Semejante cóctel contaba además con la presencia del hermano de Carlos Hugo, Sixto, que abanderaba todo el entramado gestado para la Reconquista de Montejurra.

A los sones de tambores y cornetas, y con uniformes paramilitares, alrededor de 250 hombres marcharon en formación militar desde el hotel en dirección al Monasterio de Irache, desde donde partía el Vía Crucis que, tradicionalmente, recorría Montejurra en dirección a la cima. Muchos de ellos portaban no solo unas porras amarillas sino, varios de ellos, incluso pistolas. Al llegar a las inmediaciones del monasterio comenzaron a oírse gritos e insultos. Como en una operación militar sonó un silbato y dos columnas se abrieron en los laterales, al tiempo que las del centro arremetían. Las piedras volaban y las agresiones cuerpo a cuerpo se produjeron en un primer ataque de los ultraderechistas que golpeaban con sus porras de hierro, de las que los carlistas se defendían con sus makilas (bastones). Tras un primer envite se recuperó cierta calma, que precedió a la tempestad.

El carlista Josep Aluja se encaró a un hombre vestido con una gabardina, una boina roja y las letras RS, como muchos agresores, en su brazo. Era José Luis Marín García Verde (el hombre de la gabardina) que le aseguró que venía a “limpiar Montejurra de comunistas”, a la vez que extraía una pistola. A la izquierda de Aluja se destacó Aniano Jiménez Santos, militante carlista de Santander que alzó el bastón y le gritó “cobarde”. Sin mediar palabra, Marín se giró 45 grados y, sin pestañear, le disparó un tiro en el vientre. Aniano se dobló y cayó. Semiinconsciente, dijo que no podía dar su nombre porque estaba fichado por la policía por repartir propaganda. Tres días más tarde falleció en el Hospital de Navarra. Temiendo una matanza, varios carlistas sacaron de su Land Rover a los guardias civiles que, inmóviles, asistían desde el coche al enfrentamiento.

Hacia la cumbre

Tras los disturbios, el Vía Crucis se inició y se dirigió hacia la campa de Montejurra, donde se unió a todos los que subían a la misa en la cima. A la comitiva se unió Carlos Hugo que siguió los pasos de su mujer, la princesa Irene. En la cumbre, entre la niebla, un grupo de unos 20 hombres se habían hecho fuertes, después de haber pasado la noche. La Guardia Civil hizo caso omiso a dos jóvenes carlistas que lo denunciaron la noche anterior y los mantuvo detenidos todo el 9 de mayo.

Cuando los primeros carlistas llegaron a cincuenta metros de la ermita increparon a Sixto que se disponía a dirigir unas palabras. Entonces Márquez de Prado, empuñando una pistola ordenó, “¡haced fuego raso!”. Primero se oyó una ráfaga del arma automática, seguida de disparos sueltos, y una nueva ráfaga. Entre la muchedumbre, alguien gritó, “¡un médico, por favor, un médico¡”. Un joven sostenía entre sus brazos a un muchacho pálido. Pese a que le practicaron la respiración artificial no se pudo hacer nada. Ricardo García Pellejero, obrero de Lizarra de 19 años, descendió de Montejurra ya cadáver, con un disparo en el costado y otro en el corazón.

El presidente del Consejo de Estado, Antonio María de Oriol y Urquijo, acudió al hostal Irache para telefonear al general Campano, director general de la Guardia Civil, y decirle que la operación había sido un fracaso total y que lo conveniente era que Sixto desapareciera. A pocas horas de los hechos, la fuerzas de seguridad del Estado llevaron a Sixto de Borbón hasta la frontera sin hacer que prestara declaración y a los pocos días concedió una entrevista.

El bombardeo de Gernika y sus corresponsales de habla inglesa

En el 79 aniversario del bombardeo de Gernika, la autora resume en este artículo su tesina universitaria, con la que rinde homenaje a la villa, a su gente y a los periodistas angloparlantes que contaron al mundo lo que allí pasó

Un reportaje de Carmen Martín Ceballos

Gernika es un antiguo pueblo conocido por ser “el hogar de las libertades vascas”, donde se encuentra el viejo roble (símbolo de la libertad y la democracia en Euskadi), bajo el que los vascuences siempre se habían reunido para tomar decisiones democráticamente y “ante el que los reyes de Castilla juraban los fueros de Vizcaya, y que por eso era un símbolo de la autonomía vasca”. Teniendo en cuenta que durante la guerra civil española Euskadi estaba del lado de la República y sabiendo lo históricamente importante que es Gernika para los vascos, los republicanos pensaban que los nacionales nunca se atreverían a atacar la villa y, si en algún momento intentaban hacer que ésta cayese, daban por sentado que sus habitantes serían respetados y no habría violencia.

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Los republicanos no podían estar más equivocados, ya que la tarde del 26 de abril de 1937 tuvo lugar la mayor masacre que una guerra había visto contra la población civil hasta el momento, perpetrada por la Legión Cóndor y la Aviación Legionaria al servicio del bando nacional, que estaba siendo ayudado por Hitler y Mussolini, violando el Pacto de No Intervención firmado a principios de marzo de 1937 por 27 países europeos (entre ellos Alemania e Italia).

Después del bombardeo, empezó una nueva polémica entre nacionales y republicanos, ya que los primeros nunca admitirían que fueron ellos los responsables de tal masacre, no solo porque supuso la muerte de tantísima población civil, sino también porque se habían encontrado en Gernika bombas alemanas que no habían explotado, y eso habría significado que todo el mundo supiera que los nazis estaban ayudando a los nacionales. Por este motivo, los sublevados culparon al bando contrario y utilizaron la propaganda como nunca se había hecho hasta el momento. El bombardeo de Gernika marcó un antes y un después en la guerra civil española, no solo porque después de éste, los republicanos perdieron la batalla del norte casi inmediatamente (pues los rebeldes habían minado la moral de los vascos, ya que querían traspasar Bilbao, protegido por el cinturón de hierro), sino también porque muchos periódicos extranjeros que en un principio apoyaban la causa de Franco, cambiaron de idea de la noche a la mañana y empezaron a apoyar a la República. Y es que el mundo no estaba acostumbrado a las atrocidades que años después se demostraría que personas civilizadas podían llegar a cometer, pues los soldados alemanes probaron en Gernika los métodos y materiales que luego utilizarían en la Segunda Guerra Mundial.

El 26 de abril de 1937 había en Gernika alrededor de siete mil habitantes, además de unos tres mil refugiados que habían ido llegando durante las semanas previas. Como era lunes, día de mercado, también se habían acercado a la plaza de la villa muchas otras personas de los pueblos vecinos a comprar y vender productos. Parecía que era como cualquier otro día de mercado, pero sobre las 16:30 la campana de la iglesia empezó a sonar, ya que “una fuerza aérea formada por cuarenta y tres bombarderos y cazas… transportarían unos 50.000 kg. de bombas” y bombardearían Gernika durante casi tres horas y media. Como la villa no era considerada un punto estratégico, no había muchas tropas ni tenían ningún tipo de defensa aérea, por lo que las personas que allí se encontraban estaban completamente indefensas. Solo un 1% de los edificios de Gernika quedó indemne; el 71% fue totalmente destruido, un 7% sufrió graves daños y el 28% tuvo daños diversos. Debido al poco interés de los nacionales (ganadores de la Guerra Civil) en investigar sobre el número de víctimas de la masacre y al hecho de que tampoco dejaron que investigadores extranjeros intentaran averiguar nada, nunca se sabrá ni siquiera un número aproximado de las personas que murieron allí ese día, ya que todas las estimaciones son desechadas (parece que los que dan un número reducido de víctimas quieren minimizar las consecuencias del bombardeo, y los que hablan de un número elevado de muertes quieren resaltar el horror de lo acaecido).

lOS PERIODISTAS Los reporteros de habla inglesa que informaron sobre el bombardeo de Gernika son: el británico nacido en Sudáfrica George Lowther Steer (que escribía para el periódico londinense The Times); el australiano Noel Monks (trabajador del periódico inglés Daily Express); el británico Christopher Holme, que trabajaba en la agencia internacional de noticias Reuters, y, por último, el londinense Keith Scott Watson, que cubrió la noticia para el Star y el Daily Herald, ambos periódicos publicados en Londres. Gracias a estos cuatro reporteros, el mundo pudo saber lo que verdaderamente sucedió en Gernika, ya que ellos llegaron a la villa solo unas horas después del bombardeo y, no solo tomaron nota de lo que estaban viendo, sino que también preguntaron a muchos testigos de la barbarie y, tal como lo percibieron, lo contaron.

Al principio ni siquiera sus jefes creían lo que leían, y como no querían publicar algo que no fuera verídico y los rebeldes declararon que ellos no habían sido los responsables del ataque, los cuatro reporteros tuvieron que volver a la villa, seguir preguntando, contrastar sus notas entre ellos y luego, confirmarlo a sus superiores. La publicación de estos artículos haría que los nacionales no solo odiaran a los mencionados corresponsales, sino que también trataran de desacreditarlos cada vez que tenían la ocasión, de la misma forma que declararon que seguramente Gernika había sido bombardeada por los republicanos o dinamitada por los propios habitantes de la villa.

Monks pasó por Gernika ese día de camino al frente, con el conductor que el Gobierno vasco le había proporcionado para facilitar su trabajo. Escribió que la villa estaba llena de gente y muy ruidosa, lo normal en un día de mercado. De camino al frente, de repente el conductor paró el coche y se bajó de éste gritando, ya que vio los bombarderos que se dirigían a Gernika. Los dos se escondieron en un hoyo provocado por una bomba y se quedaron muy quietos para no ser vistos, ya que sabían que si los soldados los veían, les dispararían al instante. En ese mismo momento, Steer y Holme estaban a unos pocos kilómetros de Gernika, cuando vieron los aviones que bombardearían la villa. Sobre las 21:30 de esa noche, mientras estos tres periodistas cenaban con Watson, llegó al restaurante un lloroso hombre gritando que Gernika había sido completamente destruida. Cinco minutos después, los cuatro reporteros estaban de camino a la villa.

Después de la guerra, Monks escribió sobre su artículo del ataque a Gernika que el telegrafista que envió su crónica al Daily Express no hablaba inglés, por lo que si los republicanos hubieran bombardeado Gernika, él mismo lo podría haber denunciado sin ninguna censura, y se puede leer entre exclamaciones que lo habría hecho de haber sido verdad. Pero la realidad era que habían sido soldados alemanes (e italianos, como se descubriría más tarde) en su intento de ayudar a Franco a ganar la guerra. Holme también se vio obligado a desmentir las falsas acusaciones del bando nacional y defender su integridad e imparcialidad en el conflicto, pues él no solo había escrito sobre el bombardeo de Gernika, sino también sobre la quema de Irun llevada a cabo por anarquistas en septiembre de 1936 cuando dicha ciudad estaba a punto de caer en manos de los nacionales, con lo cual es obvio que en ningún momento se dejó llevar por sus ideas políticas, y hubiese sido injusto poner en tela de juicio su imparcialidad a la hora de hacer su trabajo, informar de la verdad.

detalles de Watson y Steer Watson no es muy conocido y sus artículos sobre el ataque a Gernika no trascendieron tanto como los de sus compañeros, lo cual resulta extraño porque es el único que se encontraba en la villa cuando el bombardeo tuvo lugar, lo que hace que sus artículos contengan detalles que no son mencionados en ningún otro.

Por último, es casi imposible escribir sobre el ataque a Gernika y no tropezarse con el nombre de Steer, pues su artículo sobre lo ocurrido en la sagrada villa vasca fue uno de los más importantes de toda la Guerra Civil, quizás fue el que más impacto causó porque fue simultáneamente publicado en The Times y The New York Times. En él se incluían muchísimos detalles sobre lo visto y oído después del ataque y acusó desde el principio a los alemanes de haber bombardeado el corazón del País Vasco en su intento de ayudar a Franco a ganar la Guerra Civil española. Además, después de la guerra, escribió un libro llamado El árbol de Gernika, el cual es un conmovedor homenaje a los vascos, su sufrimiento y lo valientes y relevantes que fueron en la lucha contra Franco y el fascismo.

Cuando el bombardeo de Gernika tuvo lugar y los cuatro reporteros llegaron a la masacrada villa, es de suponer que sus habitantes hubieran preferido que hubieran sido médicos o bomberos para que hubieran podido ayudar haciendo algo útil en aquel momento. Lo que no se imaginaban era que estos periodistas serían de tanta ayuda cuando al día siguiente los autores de aquel holocausto no solo dijeron que ellos no habían tenido nada que ver, sino que además sugirieron que los perpetradores habían sido los propios habitantes del pueblo. Gracias a Monks, Holme, Steer y Watson, el mundo supo lo que verdaderamente había pasado en Gernika. Aunque los nacionales y su propaganda hicieron dudar a toda la humanidad de lo que los corresponsales habían dicho y no hubo países que se atrevieran a ayudar abiertamente a los republicanos a ganar la guerra, estos cuatro informadores hicieron su trabajo. Picasso inmortalizó Gernika, pero como Herbert Southworth escribió, fueron Holme, Monks, Steer y Watson los “creadores de Gernika”, y él creía que sin estos, no existiría el acontecimiento como lo conocemos hoy en día, y solamente por eso, creo que todos los amantes de la historia y la verdad deberíamos estarles eternamente agradecidos.

Ereño 1896 120 años de un crimen sin castigo

El Ayuntamiento de Ereño ha decidido honrar la memoria de José Agustín Arrizabalaga Ardanza, a quien va a nombrar hijo predilecto del pueblo, al cumplirse 120 años de su asesinato a manos de sicarios pagados por oligarcas

Un reportaje de Luis de Guezala.

josé Agustín Arrizabalaga Ardanza fue bautizado en la parroquia de San Miguel Arcángel de Ereño el 3 de octubre de 1852. Había nacido en la casa de Mendibil de esta localidad, en el seno de una familia de campesinos, siendo su padre Ambrosio Arrizabalaga Garaietxebarria y su madre Josefa Antonia Ardanza Ondaro, ambos también naturales de Ereño.

Al año siguiente al final de la última guerra carlista, que asoló el país, se casó, el 14 el marzo de 1877, con María Carmen Sesma Ortuzar, también nacida, como él, el mismo año en Ereño, con quien tendría tres hijos: Juan Silvestre, que nació el 31 de diciembre de 1877, y las hermanas gemelas María Carmen y María Concepción, que nacieron el 14 de enero de 1880.

El 23 de noviembre de 1884 falleció su mujer y, el 20 de febrero de 1887, José Agustín contrajo un segundo matrimonio, con María Ignacia Arrasate Ortuzar.

Estos años habían sido muy duros. Aparte de la gran penuria económica que supuso una larga guerra que duró cuatro años, murieron en ella muchos jóvenes de la generación de José Agustín, y otros muchos escaparon a América para evitarla. Las instituciones tradicionales vascas y sus ordenamientos forales fueron abolidos manu militari por los vencedores, titulados liberales, que impusieron un modelo de Estado identificado con la nación española y que no reconocía la existencia del Pueblo Vasco como tal.

Las consecuencias del proyecto político de los vencedores de la guerra se hicieron notar en todos los órdenes de la vida: economía (los Conciertos), educación, de la que el euskera quedó proscrito… Uno de los más importantes sería la integración forzosa por primera vez de los jóvenes vascos en el ejército español. Aparte de los pocos que pudieran pagarse la exención que entonces se podía comprar, claro. Y otros pocos que pudieran acreditar ser hijos de partidarios del bando liberal en la guerra. En una época en la que el reino de España mantenía una guerra para prolongar el sometimiento de sus últimas colonias ultramarinas, principalmente en Cuba y Filipinas, cruel para cubanos y filipinos pero también para la tropa forzosa, carne de cañón, que se envió desde la península, que experimentó una terrible mortandad además de por los combates por las enfermedades que en aquellas lejanas islas padecieron.

Estos cambios no serían, sin embargo, los que marcarían decisivamente el destino de José Agustín, sino el nuevo sistema de organización del poder con base, no en el sistema foral que tradicionalmente había tenido nuestro País, sino con los principios del liberalismo español. Los cargos públicos según el modelo liberal se habían elegido hasta entonces por un sufragio censitario en el que solo podía participar los más ricos, alrededor de un 1%. Porcentaje de participación muy inferior al que con el sistema foral había tenido hasta 1876 la población de Bizkaia. Pero, en 1890, hubo un cambio de ley electoral proclamándose el sufragio universal, aunque tampoco lo fuera, ya que no se reconocía el derecho a voto a las mujeres y solo podían votar los hombres de más de 25 años de edad.

Las élites económicas que hasta entonces habían controlado el poder se garantizaron poder seguir haciéndolo mediante la corrupción del nuevo sistema fundamentalmente por dos procedimientos; el control administrativo del proceso por los gobernantes y la influencia en los votantes por la coacción o por el soborno, comprándoles los votos.

A tal punto llegaba la corrupción del sistema que otro de los inventos del nuevo Estado liberal, la Guardia Civil, también impuesta en el País Vasco tras la guerra, escoltaba los días de las elecciones los carruajes que transportaban el dinero de los caciques para la compra de los votos. ¡Qué bien refleja el pensamiento españolista la expresión de un ilustre catedrático de que “la libertad llegó al País Vasco con la Guardia Civil”! ¡Qué lejano de nuestra realidad y qué cercano a su teorización!

Control de la oligarquía La élite de la pujante oligarquía que se enriqueció en estos años al compás del enorme desarrollo minero e industrial que se produjo entonces actuó muy rápida y decididamente para hacerse con el control de las nuevas instituciones por los procedimientos comentados, tanto de los ayuntamientos como de las diputaciones provinciales que sustituyeron a las forales abolidas, y, cómo no, de los cargos representativos de Bizkaia en el parlamento español. Este control, aunque pudiera resultarles costoso conseguirlo, acabaría reportándoles mayores beneficios al poder así dirigir la actuación de la administración pública de forma acorde con sus intereses empresariales y personales.

Bizkaia quedó organizada en seis distritos electorales para elegir sus diputados en las Cortes de Madrid, con sede en Bilbao, Balmaseda, Durango, Gernika y Markina, por orden en cuanto a su número de electores. Ereño estaba incluido en el más pequeño, Markina, que contaba con 5.822 electores registrados. En 1896 se presentaron como candidatos por este distrito dos destacados oligarcas, Eduardo Aznar y Tutor y Francisco Martínez Rodas.

El primero, ocho años más joven que José Agustín, era hijo del importantísimo naviero e industrial minero Eduardo Aznar y de la Sota, al que cinco años antes se le había concedido la Gran Cruz del Mérito Naval y, cuatro después, la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena otorgaría el título de marqués de Bérriz, que Eduardo Aznar y Tutor, gerente de su Compañía Bilbaina de Navegación, heredaría, así como su ideología monárquico conservadora y tantas otras cosas.

Francisco Martínez Rodas, era también un importante empresario y naviero aunque de más edad que su contendiente y natural de Huesca, habiendo llegado a Bizkaia durante la guerra como coronel del ejército liberal. Había conseguido el cargo de diputado a Cortes por Markina en las anteriores elecciones de 1893. La lista de sus empresas y títulos, incluido el de conde Rodas que consiguió, apenas cabría en esta página.

Las diferencias políticas entre tan egregios candidatos eran más bien pequeñas pero esto no significó que no hicieran todo lo posible por ganar el cargo en disputa. El 12 de abril de 1896 Bizkaia se vio inundada de dinero para comprar el voto a los electores y también, tristemente, por cuadrillas de matones al servicio de los oligarcas. Quiso el destino que una de estas bandas, integrada por un grupo de gente proveniente de la zona minera, que seguramente de forma más habitual empleaba sus métodos violentos para imponer la ley de los patrones a mineros y obreros siderúrgicos cuando estos hacían reivindicaciones o huelgas, acabara pasando por Ereño.

Este grupo armado intervino en el local municipal donde se realizaba la elección sacando violentamente de él a varios de los vecinos de Ereño que allí se encontraban y, en las escaleras de acceso al edificio, José Agustín Arrizabalaga Ardanza fue apuñalado, muriendo a consecuencia de las heridas que le produjeron a las diez y media de aquella misma noche.

El silencio oficial sobre este crimen fue clamoroso, empezando por la misma acta de defunción donde se habla de peritonitis traumática sin más indicaciones, y siguiendo por el Ayuntamiento, en cuyo libro de actas de las sesiones que se celebraron el mismo día y en las semanas posteriores no se puede encontrar ninguna alusión al hecho. Tampoco se puede encontrar ninguna mención en la documentación relativa al proceso electoral, que concluyó con la victoria de Eduardo Aznar y Tutor por 3.145 votos frente a los 2.215 obtenidos por Francisco Martínez Rodas (que obtuvo cien redondos votos en Ereño frente a 19 de su contrincante). Quién sabe si porque el asesinato se cometió fuera del recinto electoral o porque la incidencia se consideró irrelevante.

Palos, bofetadas y tiros Uno de los periódicos de los oligarcas, El Nervión, propiedad de la familia Gandarias, cuyo miembro Juan Tomás Gandarias resultó elegido el mismo día por el vecino distrito de Gernika y a quien se le atribuyó la responsabilidad de la organización de estos grupos armados, junto a Victoriano de Gáldiz, informaba del crimen de la siguiente manera en un muy breve sueltito dentro de tres largas columnas bajo el epígrafe Las elecciones en Vizcaya:

En Ereño, según nos dicen, hubo palos, bofetadas y tiros, resultando tres heridos. Según nos dicen, falleció uno de estos. Podían haber añadido: Y no mencionamos las puñaladas para que se vea bien claro que apenas sabemos nada y no hemos tenido nada que ver.

El naciente nacionalismo vasco no disponía de un periódico en aquel momento desde el que hacer oír su voz y opinión, ya que entre las medidas represivas con el que las autoridades españolas habían reaccionado a la aparición del Partido Nacionalista Vasco, la clausura de su periódico Bizkaitarra había sido unas de las más importantes.

De forma secreta Sabino de Arana organizó una misa cantada en Ereño en honor del asesinado así como la recogida de donativos para socorrer a sus tres hijos y a su viuda, que apenas le sobreviviría un mes, ya que María Ignacia Arrasate Ortuzar falleció el 14 de mayo. Los abertzales que acudieron al acto, que tuvo lugar el domingo 26 de abril, tuvieron que tomar la precaución de comer repartidos en dos sitios diferentes para no llegar al número de veinte personas que hubiera dado excusa a la policía española para detenerlos. Arana también redactó un texto como el que aparece en la fotografía adjunta para una placa, en mármol negro de Ereño, en honor a su memoria, que se colocó a principios de mayo en el lugar donde se cometió el crimen, cuya traducción al castellano viene a decir:

Recuerdo imperecedero. Los ereñarras en las elecciones a Cortes de 1896 vendieron este pueblo a dos españoles. Y los sicarios de uno de estos mataron en este lugar, el 12 de abril por la tarde, a José Agustín Arrizabalaga Ardanza, hombre bueno, descanse en paz. Ereño pecó porque se entregó a los enemigos de Bizkaia y Dios le dio una gran carga. Los ereñarras se arrepintieron de su pecado y nunca olvidarán la muerte de su hermano. Enseñad a vuestros hijos el único camino para ser bizkainos íntegros.

Aquella lápida no resistió el paso del tiempo ni el de los enemigos de la Libertad vasca, que la eliminaron al ocupar Bizkaia en 1937. Pero la memoria de José Agustín Arrizabalaga se mantiene porque el actual Ayuntamiento de Ereño, elegido democráticamente, ha decidido reponerla y otorgarle el título, no de conde ni marqués, como los que propiciaron su muerte, sino el mucho más honorable de hijo predilecto del pueblo de Ereño, con motivo del 120 aniversario de su muerte. Y es que José Agustín, desgraciada víctima, no tendría quizás desarrollada una conciencia nacional vasca como la que en aquella época empezaba a formarse. Pero sí debía tener asumido, sin duda, un concepto de la dignidad y de la libertad tradicional en Bizkaia, que a diferencia de la riqueza, no faltaba entre los más sencillos y humildes vizcainos de su tiempo. Que le hizo oponerse a los que vinieron de fuera a imponerle voluntades ajenas, a costa de su propia vida.

Y, ciento veinte años después, su pueblo honrará su memoria. Años después, el poeta vizcaino Gabriel Aresti cantaría a la defensa de la casa del padre, en un poema que reproducimos en estas páginas. La casa del padre de José Agustín Arrizabalaga, hombre bueno, seme ona, la casa de Mendibil, sigue en pie.

Historia de un último verdugo

Gregorio Mayoral fue el ejecutor de la última pena de muerte llevada a cabo en Agurain en 1897. El 27 de abril de aquel año fue ejecutado por el método del garrote vil Ángel Martínez Lagrán, un posadero acusado de haber asesinado a un tratante de ganado.

Un reportaje de Fernando S. Aranaz

El 27 de abril de 1897 fue ejecutado en Salvatierra por el método del garrote vil Ángel Martínez Lagrán. El condenado, que era posadero, estaba acusado de haber asesinado a un tratante de ganado aguraindarra, apellidado Arróniz. La ejecución tuvo lugar en las afueras de la villa, extramuros, en un alto que entonces se llamaba la Ventica, porque existía allí una venta, en el camino que iba hacia Langarika y Alaitza. Muy cerca estaban las casas de labranza del barrio de las Eras de San Martín y todo lo demás era campo. Actualmente allí se extiende uno de los nuevos barrios de Agurain, pero la denominación de una de sus calles recuerda la antigua Ventica.

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El verdugo que llevó a cabo la ejecución se llamaba Gregorio Mayoral Sendino. Había nacido en Cavia, localidad de la provincia de Burgos, a 15 kilómetros de la capital, en 1861. La de Ángel Martínez Lagrán fue su tercera ejecución. Antes había ajusticiado a un tal Domingo Bezares, en Miranda de Ebro en 1892, y a Rafael González Gancedo, en 1889 en la localidad de Tinéu, en Asturias. La costumbre en la época era la de ejecutar públicamente a los reos en el lugar donde habían perpetrado sus fechorías, para conseguir un efecto ejemplarizante y, también, para aplacar las ansias de venganza de los allegados de las víctimas. Así ocurrió, por ejemplo, con Juan Díaz de Garaio, más conocido como el Sacamantecas, quien fue trasladado en 1879 a Gasteiz desde la cárcel de León para ser ejecutado, tal como se relata en la película Cuerda de presos, dirigida en 1956 por Pedro Lazaga, adaptando una novela de Tomás Salvador. En agosto de aquel mismo año, 1897, Gregorio Mayoral ejecutó a Michele Angiolillo, un anarquista italiano acusado del asesinato de Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Gobierno de España, cuando tomaba las aguas en el balneario de Santa Águeda, en Mondragón.

El etnógrafo aguraindarra Kepa Ruiz de Eguino ha investigado este asunto en el archivo del Ayuntamiento de Agurain y en el de Vitoria-Gasteiz, localizando además artículos periodísticos de aquella época. Ente ellos hay una entrevista publicada en el Diario de Burgos a un familiar de Gregorio Mayoral, en la que éste es descrito como un hombre de orígenes muy humildes, que fue pastor en su juventud y que acabó siendo verdugo para escapar del hambre. Gregorio Mayoral Sendino ejecutó en su vida profesional a más de 60 reos. Era un verdugo itinerante, que acudía allí donde era contratado para una ejecución. Viajaba de patíbulo en patíbulo, llevando en una funda de guitarra sus instrumentos de trabajo. Este detalle era una muestra de su profesionalidad, ya que usaba herramientas propias, ya que consideraba que las que había en las cárceles y los juzgados estaban en muchos casos deterioradas y oxidadas. Gregorio Mayoral era un verdugo orgulloso de su eficacia, que alardeaba de liquidar a los reos en no más de segundo y medio.

Gregorio Mayoral es descrito como un hombre bajito y regordete, de rostro cetrino y expresión tranquila, que vestía con sencillez pueblerina. Fue pastor en su pueblo, pero su familia se trasladó a Burgos capital, buscando un futuro mejor. Allí, Gregorio ejerció de zapatero y de peón de albañil, ingresó en el Ejército, pero no valía para la vida militar, así es que sin trabajo y debiendo atender a su anciana madre, decidió presentarse a concurso como funcionario del Estado, para un puesto que había quedado vacante, el de verdugo. A su madre le costó muchas lágrimas aceptar el nuevo oficio de Gregorio, pero al final el sueldo de 1.750 pesetas anuales acabó con sus reticencias.

El escritor Ricardo Gullón, quien entrevistó a Mayoral poco antes de su muerte, expresó cómo el verdugo “asumió siempre su oficio con naturalidad, como si despachar a los condenados fuera ejercicio tan normal como tramitar un expediente de aguas”. Gregorio Mayoral murió en Burgos en octubre de 1928, de muerte natural. Ejerció su oficio casi hasta aquel día. Ya viudo, vivía en una pobre vivienda de las afueras de la capital castellana, al cuidado de su nieta Paquita, puesto que su hija y madre de la pequeña se había fugado con un soldado. Nunca tuvo remordimientos por los condenados que había enviado al otro mundo, por el contrario lo consideraba como un trabajo normal, en el que actuaba siguiendo órdenes oficiales y que ejercía con la máxima profesionalidad. Aún más, Gregorio Mayoral se sentía, según sus palabras, orgulloso de haber conseguido humanizar el garrote vil. Una película, ésta de Luis García Berlanga con guión de Rafael Azcona, El Verdugo, realizada en 1963, se inspiró en la figura de Gregorio Mayoral, a quien interpretó Pepe Isbert.

El garrote vil Gregorio Mayoral realizó diversas mejoras en este instrumento. “No hace ni un pellizco –manifestó en una entrevista con el periodista José Samperio-, ni un rasguño, ni nada; es casi instantáneo, tres cuartos de vuelta y en dos segundos…”. Sus colegas admiraban el trabajo de Mayoral, destacando la precisión y rapidez con que manejaba el garrote vil.

El Ayuntamiento de Salvatierra, cuyo alcalde era Domingo de Azkarraga Zabala, solicitó la conmutación de la pena de muerte de Ángel Martínez Lagrán, firmada por numerosos vecinos. Se trataba de una iniciativa del vitoriano Guillermo Elío Molinuevo, quien en 1916 llegaría a ser alcalde de Vitoria, que resultó infructuosa. Martínez Lagrán fue trasladado a Agurain en tren, desde la cárcel de Vitoria, el viernes día 26 de abril. Llegó a las cinco de la madrugada y, tras realizar los trámites procedentes, fue puesto en capilla a las ocho de la mañana. La víspera había llegado a la villa el verdugo, Gregorio Mayoral. El Gobierno Civil de Álava recordó al Ayuntamiento de Agurain la prohibición de establecer puestos de venta de comidas y bebidas, así como la de la venta ambulante en el sitio de la ejecución y en el trayecto de la capilla hasta el mismo “a fin de que en el acto resulten el recogimiento y el debido respeto”. La estancia del verdugo en Salvatierra originó al Ayuntamiento un gasto de 31 pesetas y 30 céntimos.

Gregorio Mayoral dispuso la argolla de hierro en torno al cuello de Ángel Martínez Lagrán, realizó su trabajo con eficacia, cubrió el rostro del ejecutado con un paño negro y se marchó, tan silencioso y sereno como había llegado, comentando como solía “con la música a otra parte”.

Ésta es la historia de Ángel Martínez Lagrán y Gregorio Mayoral Sendino, cuyas vidas se cruzaron, fatalmente para el primero, una mañana del sábado 27 de abril de 1897, festividad de la Virgen de Montserrat. Historia que, una vez más, nos demuestra que no es lo mismo hacer justicia que ajusticiar.