José Mari Esparza Zabalegi (Tafalla, 1951) concede una vida más al tribuno republicano navarro nacido en el siglo XIX David Jaime, euskaldun y euskaltzale
Una entrevista de Iban Gorriti
Bilbao – El editor y responsable de Txalaparta rubrica una biografía titulada Nuestro pueblo despertará en la que bosqueja la obra de un orador que se propuso aprender euskara y a quien reivindica en diferentes momentos como “pionero”, azañista por una España federal y, al mismo tiempo, abertzale.
¿Quién fue David Jaime?
-Nació en el seno de una familia liberal tafallesa. Nació en Eugi y luego vivió en Etxarri Aranatz. Allí se hizo euskaldun y euskaltzale. Fue concejal de Tafalla, diputado foral en la República y presidente del Consejo de Navarra en el exilio. Murió en Cambo, en 1949.
David Jaime tenía una postura clara a favor de la unidad vasca. Incluso, aunque muy distante del PNV, tenía claro que la Nafarroa republicana solo podría progresar unida a los cuatro territorios…
-En contra de lo que han sostenido algunos historiadores paniaguados, la tradición republicana y de izquierdas en Navarra siempre fue favorable a la unidad de los cuatro territorios. Pero David además era un apasionado abertzale. Y precisamente por ser un hombre de izquierdas, influyó en muchos ayuntamientos navarros para votar en favor del Estatuto Vasconavarro.
Era azañista y situaba también a Nafarroa dentro de España.
-Sí, claro. Los liberales descubrieron en la República Federal el engarce entre los viejos Fueros y los modernos Estatutos de Autonomía. Y muchos fueron consecuentes: fíjate cómo persiguieron a Ramón Bengaray, al escritor Urabayen, al diputado Mariano Ansó, al editor Enciso, al propio Jaime… Toda una generación represaliada que creía en una República Vasconavarra con soberanía plena dentro del Estado.
Aunque de familia castellanoparlante, aprendió euskera. Todo un ejemplo.
-Y lo escribía y lo usaba en las relaciones institucionales, cosa muy rara en esa época. En la primera sesión como diputado foral propuso la oficialidad del euskera en Navarra y así se hizo, por unanimidad de socialistas, republicanos y hasta carlistas como Amadeo Marco. Y en las juntas de Eusko Ikaskuntza, a las que acudió como representante navarro, consta que habló en euskera, cosa también excepcional en las actas de la institución. Y siendo ya presidente del Consejo de Navarra en el exilio escribe, en un euskera perfecto, cartas oficiales a Leizaola o al lehendakari Aguirre, algo muy raro entonces. Ya ves, uno de Tafalla tenía que ser.
¿Cómo fue su relación con el también navarro Irujo y con los lehendakaris Leizaola y Aguirre?
-Entrañable, sobre todo con Irujo y Aguirre. Todos le reconocían su genio y su valía. En el libro hay muchas fotos juntos, inéditas. Eso sí, en la correspondencia oficial David Jaime se enfrentó a ellos con firmeza, en defensa de la personalidad de Navarra y para evitar la presión poderosa del bizkaitarrismo. Unidos sí, decía, pero Navarra primero.
Fue un referente en la primera Radio Euskadi.
-Cuando comenzaron las emisiones desde Mugerre, el Gobierno vasco cedió espacios al Consejo de Navarra, con alocuciones preparadas por Jaime y dirigidas solo a los navarros. Algunas también eran en euskera y posiblemente sea la primera vez en la historia de la radiodifusión navarra que se emite en euskera, con el fondo además de las jotas de Raimundo Lanas. David Jaime, pionero otra vez.
Fue un adelantado de la Memoria Histórica, e hizo un censo de fusilados.
-Sí, pero fue a impulso de aquel gigante que fuera Manuel Irujo. El Consejo de Navarra ya sabía en 1946 que había más de 3.000 fusilados, cifra siempre negada por el franquismo, hasta que 40 años después se demostró que era cierta.
¿Cómo fue su vida en el exilio?
-Le costó casi dos años poder pasar a Iparralde, en una fuga de película. Pero tantos meses metido en zulos, cubas y pajares, acabó por estragarle los pulmones. Enfermo y todo, presidió el Consejo, espoleó a todo el exilio desde el PNV a la CNT, organizó una red de contrabando… Su temprana muerte sacudió a toda la diáspora política vasca.
El título del libro hace referencia a su última carta.
-Escribe a un dirigente del PNV en México, afirmándose en su lealtad al Gobierno de la República y al Gobierno vasco. Franco se está afianzando en el poder, las resistencias del exilio y del interior están menguando… Y David fija su esperanza en el despertar del pueblo.
El alcalde Teodoro Arregui solicitó al Gobierno de Euzkadi un “socorro especial” para las necesidades surgidas tras el crimen de guerra del que se cumplen 79 años
Un reportaje de Iban Gorriti
el Ayuntamiento de Durango ha comprado fotografías relacionadas con los bombardeos fascistas que lamentó la villa el 31 de marzo, y el 2 y 4 de abril de 1937. Algunas de ellas tienen el valor añadido de que son inéditas.
El archivo municipal las custodia y, además, atesora un documento que nunca ha visto la luz: una solicitud de ayuda al Gobierno vasco del lehendakari José Antonio Aguirre firmada por el alcalde Teodoro Arregui Garaigordobil, en el que el regidor, en nombre de la Corporación local, prevé necesarias 75.000 pesetas para hacer frente a las necesidades surgidas tras los ataques de la aviación italiana coordinados por la Legión Cóndor nazi y con el beneplácito de los golpistas españoles, Mola, Franco y Vigón, quienes dejaron por escrito: “Sin contemplación con la población civil”.
En casi cuatro páginas, Arregui trasmite su preocupación por el momento histórico que sufre la villa en aquellos trágicos momentos y lo hace al consejero del departamento de Gobernación del Gobierno de Euzkadi.
El alcalde-presidente da cuenta el 15 de abril, dos semanas después del primer ataque aéreo, del acuerdo adoptado en una sesión extraordinaria de carácter urgente celebrada cinco jornadas antes. Expone que las necesidades, atenciones y servicios derivadas de la guerra en Durango alcanzaron “extremos de agudeza verdaderamente excepcionales”.
Arregui valoraba que la situación se debía a los “espantosos y repetidos bombardeos llevados a cabo por la abominable y mercenaria aviación de la canalla fascista, que ha descendido a tales abismos de degradación humana que ha puesto al descubierto la existencia de una sima amoral tan profunda como jamás imaginaría nuestro país y que, sin duda, tenía reservada su invención a estos traidores y asesinos a sueldo”.
El máximo mandatario subraya en el documento que los ataques terroristas sobre su municipio “han consternado a Bizkaya”. Es consciente del “esfuerzo económico” necesario “para atender tanta calamidad y miseria”. Sabedores de la situación crítica de Euskadi, el pleno propone que el departamento de Hacienda le conceda “un socorro especial de determinada cantidad, en forma de cuenta de crédito abierta a nombre y favor de la Corporación”, de la que pudiera ir disponiendo hasta un límite a medida que las necesidades le fueran obligando a hacer uso del crédito otorgado.
Los representantes políticos elegidos por el pueblo tasaron un tope de 75.000 pesetas. Serían 40.000 para primeros daños y 35.000 más para “cubrir las necesidades puedan surgirle al Ayuntamiento en forma de urgencia o inevitable”.
Tras exponer la situación, el primer mandatario redacta la súplica al Gobierno de Aguirre, “máximo defensor de los municipios vascos y propulsor de sus desenvolvimiento y prerrogativas hasta conseguir prestigiarlos con el elevado rango y categoría de que tradicionalmente estuvieron rodeados”.
Arregui solicita que el Gobierno “se digne” a valorar con su decisivo apoyo y el informe favorable, si lo juzgase oportuno, de la Dirección General de Administración Local, la petición deducida por el municipio de Durango ante Hacienda. “Y se consiga la concesión del socorro especial”, lo que a juicio de la Corporación permitiría al concejo el desarrollo “un poco regular de las múltiples actividades que, rebasando su esfera privativa, absorben por completo su atención”.
Trece días después, el 28 de abril -tan solo dos días después del bombardeo de Genika-Lumo-, las tropas golpistas y sus acólitos ocuparon el pueblo de Durango.
Los muebles, y entre ellos las camas, han sido en la tradición familiar vasca entroncada en la vida del caserío bienes a transmitir de generación en generación, convirtiéndose en muchos casos en verdaderas obras de arte
Un reportaje de Amaia Mujika y Pedro Erice
En la sociedad tradicional, el mobiliario de una casa es la suma de los ejemplares llegados en los sucesivos arreos con cada nuevo matrimonio y, por tanto, imagen de prestigio social para la familia. Razón por la que en el espacio doméstico cohabitan formas y estilos en función de las modas, los vaivenes económicos de la familia o incluso de la procedencia o el taller de fabricación. Los muebles son además un bien familiar a transmitir, aunque su lugar y preeminencia dentro del espacio doméstico vayan cambiando con el paso del tiempo y las necesidades familiares. Así, al morir los abuelos su cama se convierte en la de los nietos y el arca de ropa estropeada por el tiempo se saca de la habitación y se destina a contener grano. Un equipamiento que, siendo de producción específicamente masculina está sólidamente unido a la mujer, que lo trae, lo usa, lo cuida e incluso le dota de una nueva vida útil cuando se deteriora o pierde aquella función para la que fue construido.
La mujer, al casarse, aportará al matrimonio, al menos, una cama completa, una cuna y un contenedor con el ajuar textil, expresión de sus futuros deberes como esposa y madre. En la nueva casa, la cama y el arca se colocarán en el único espacio privado del que dispondrá el matrimonio, la habitación de dormir, estancia donde guardarán además la ropa blanca, la de vestir y las contadas pertenencias personales de ambos, mientras que la cuna se subirá al camarote hasta que su función, con la llegada del primer hijo, lo requiera. En la búsqueda de uno de estos tesoros de lo cotidiano, tan familiares y al tiempo tan lejanos para la actual sociedad de consumo, en la que todo es desechable o reemplazable en función de la economía familiar, vamos a visitar uno de los valles septentrionales de Bizkaia y, viajando hacia atrás en el tiempo, vamos a cruzar el umbral de sus antiguos caseríos, hoy sustituidos por enormes y despersonalizados chalets para descubrir una singular cama policromada de dosel. Un mueble que, construido y usado por sus moradores durante más de cien años, hoy casi ha desaparecido en su lugar de origen y, en cambio, es objeto de deseo para coleccionistas y anticuarios.
Las camas con dosel habituales en el mueble culto desde el siglo XVI, al igual que el resto del mobiliario doméstico, se construyen con un fin utilitario y, por tanto, acordes con las condiciones de vida de sus destinatarios. En nuestro caso hay que tener en cuenta que hasta muy entrado el siglo XX, el único espacio confortable del caserío era la cocina donde se encontraba el hogar en torno al que se reunía y departía la familia. Las anexas alcobas de dormir, separadas del camarote o el pajar superior por un simple techo de tabla por el que se colaba el polvo, y las permanentes corrientes de aire que entraban por puertas y ventanas sin aislamiento ni cristal, las convertía en estancias frías y húmedas. Para paliar estas condiciones de vida fue habitual cubrir el techo situado sobre la cama con un lienzo llamado guardapolvo, utilizar gruesos cobertores y, por supuesto, repasar con un calentador el interior de la cama, eliminando así la humedad de las sábanas. Las camas policromadas de dosel, que hoy vamos a conocer, son la sorprendente y expresiva solución local dada por sus artífices a las necesidades de sus convecinos. Una imagen insólita muy alejada de la sobriedad monótona que se atribuye a la carpintería tradicional que si en algún caso presenta un acabado de color éste se limita al negro, bien por la acción de décadas de humo, bien por el obligado tintado inducido por el luto.
Ohazeru Estas camas, a las que sus antiguos dueños denominan ohazeru, ohezeru, obazeru, ogazeru…, en clara referencia al cielo que las cubre, son originarias del valle formado por la cuenca del río Butrón que inicia su recorrido de treinta kilómetros hasta el mar en Morga, a los pies del monte Bizkargi, atraviesa Rigoitia, Fruniz, Arrieta y Gamiz, en dirección a Mungia, continúa hasta Meñaka y Larrauri, y se dirige a Maruri, Jatabe y Gatika, pasando por Laukiz y Urduliz antes de desembocar en Plentzia. Pero al estar destinadas al arreo de las mujeres casaderas se localizan también fuera del valle, como lo demuestran las llegadas por matrimonio a Galdakao, Sodupe, Ziordia o Lezama. A su vez la aportación de, al menos, una cama por arreo generaba la existencia coetánea en los caseríos, de dos, tres y hasta cuatro ejemplares con estructura y decoración parecidas, pero de diferente mano y cronología, caso del caserío Elortegi Bekoa de Maruri-Jatabe con seis camas, cuatro de ellas policromadas, dos del arreo de Celestina Bilbao y la más moderna, del primer cuarto del siglo XX, traída por Magdalena Agirre al casarse con el mayorazgo de la casa, Alejandro Elortegi.
Son camas altas con los largueros elevados a unos sesenta centímetros del suelo que, sumados el jergón y el colchón, alcanzan en torno a los ochenta centímetros de alto. Para salvar este inconveniente, algunos de sus usuarios recuerdan el uso de una banqueta que, de día se guardaba bajo la cama. Las medidas aproximadas del lecho son 185×130 centímetros, es decir camas de matrimonio, pero cortas para los estándares actuales. Esto último puede tener relación con la media de altura poblacional que ha ido aumentando con la mejora de las condiciones de vida, pero el hecho de que muchas de ellas presenten la parte interior del piecero con la pintura desgastada por los pies de sus antiguos ocupantes, hace pensar que al construirlas lo importante no eran sus futuros destinatarios sino el de erigirse en el principal elemento del arreo.
Utilizadas a partir de mediados del siglo XIX están hechas por carpinteros locales que, en una sociedad autárquica como la nuestra, había en todos los pueblos, unos con más destreza que otros, pero todos útiles para cubrir las necesidades de la comunidad. Hay pocos rastros de ellos y su oficio, pero algunos quedan, como el recuerdo de un constructor de camas, en Arrieta, que luego pintaba su mujer, o los nombres de Simeón de Guezuraga y Orue (24-3-1868) en Morga, que es conocido por firmar el travesaño de una de sus camas o Florentino Echevarria Zubiaur (14-3-1868) que construía camas en su taller del caserío Bekoetxe, en Meñaka, y al que ayudó siendo niño su nieto y sucesor en el oficio Iñaki Llona, quien a sus 95 años todavía recuerda cómo se armaban y pintaban estas camas dejadas de fabricar en torno a la guerra civil.
Maderas de castaño y pino Construidas en madera de castaño, pino para los largueros y maderas poco densas como el chopo para el dosel, están integradas por un alto cabecero recortado con forma de arco de medio punto y un piecero de tablero rectangular, ambos ensamblados a los altos pies, que soportan a unos dos metros el dosel. Las distintas partes de la cama están armadas por tablas machihembradas y aseguradas por travesaños traseros. La madera está pintada en color naranja o rojo, sobre estuco, y la decoración de motivos geométricos y figurativos se localizan principalmente en el cabezal y en el dosel, repitiendo ambos la roseta central en vivos colores: blanco, azul, amarillo, verde, rojo y negro, a partir de pigmentos artificiales en polvo adquiridos en droguerías bilbainas como Barandiaran y Cía., utilizando la cola de conejo como aglutinante.
La decoración suele estar distribuida simétricamente en torno a un motivo central en forma de estrella o flor lobulada de seis a doce puntas inscrita en círculos concéntricos, abrazada por estilizados árboles de la vida y helechos y, en algunos casos, flanqueada por pájaros o jarrones de flores. Una ornamentación sencilla e ingenua de significado posiblemente desconocido para sus autores, pero cargada con una fuerte simbología mágico-protectora del lecho conyugal y de lo que en ella se desarrolla; la vida y la muerte, representada en la roseta central, emblema de las fuerzas regeneradoras y fertilizantes de la Madre Tierra; el árbol de la vida atributo del eterno retorno y de la comunicación entre el cielo y la tierra; el helecho por su gran poder sanador, el jarrón enseña de lo femenino y el pájaro, imagen de la mujer como iniciadora y protectora de la familia.
En la habitación, las camas aparecen arrimadas a la pared, colocada en el ángulo, y convenientemente vestidas en concordancia con su ubicación esquinera. El lecho está integrado por un jergón de perfolla de maíz, lastaira, colchón de lana, lastamarraga, y almohada, buruko. La ropa de cama confeccionada en lino consta de sábana bajera y un edredón de lana o plumón cuya funda, ohazala, presenta un lateral ornamentado con bordado a punto de cruz en azul, a juego con el de la almohada. Del dosel, cuelga en los dos lados que quedan a la vista, una banda de tela de unos treinta centímetros de largo, estampada durante la semana y blanca para los domingos, denominado erresela rematada con borlas. Sin embargo, llama la atención que, con excepción de una tabla policromada con tejadillo y motivo cristiano, utilizada a modo de altarcito con repisa para devocionarios, el resto de los muebles de la alcoba, no presentan policromía. Es más, se puede decir que son iguales a los utilizados en el resto del país como las clásicas arcas con el frente y el faldón tallados.
El hecho de que las camas que conocemos se encuentren a menudo incompletas o integradas con elementos de distinta cronología, se debe a que provienen de una economía autosuficiente donde todo se reutiliza. Así, la cama estropeada por el uso se repinta o el dosel destrozado por las goteras es sustituido por uno nuevo para al arreo de algún hijo/hija en edad de casar o en el último de los casos es desarmada y sus tablas utilizadas en los arreglos de la casa, habiendo sido frecuente descubrirlas como paramento de cuadras y pajares. Algunos de estos ejemplares llegaron en los 80 al Museo Vasco de Bilbao y con ellos la curiosidad por saber de sus autores y propietarios. Treinta años después seguimos aprendiendo porque a través del conocimiento de las obras del pasado, aún de los más sencillos y cotidianos, se pueden entender y explicar los cambios producidos en la sociedad y su percepción del mundo, así como romper con algunos estereotipos sobre la cultura tradicional.
La vida de Paulino Lafuente fue de entrega y socorro en su vida civil y en la línea del frente, donde auxilió a gudaris durante la ocupación de Bilbao
Un reportaje de Iban Gorriti
En las últimas fechas, diferentes asociaciones, historiadores y medios de comunicación han homenajeado, investigado o publicado sobre el papel de las maestras en la Guerra Civil, los brigadistas extranjeros que batallaron en Euskadi, el apoyo de asturianos al Eusko Gudarostea, los sacerdotes del bando republicano… Estas líneas son de recuerdo hacia el colectivo de sanitarios y camilleros, lo que en la Segunda Guerra Mundial se llamó medics.
Un ejemplo fue el de Paulino Lafuente Riancho, un fortachón camillero burgalés de casi dos metros de altura al que apodaban el vasco en el campo de concentración de Valdenoceda y que acabó residiendo en Muskiz y Ortuella, y dando hijos, nietos y biznietos a Bizkaia. Falleció en 2000 a los 83 años. “Nos alegramos de que se difunda que hubo muchas personas de fuera de Euskadi que pusieron todo el empeño e incluso su vida por delante, por defender esta tierra sin ser de aquí”, enfatizan la nieta de Paulino, Aiyoa Arroita Lafuente, y su marido, Jesús Pablo Domínguez.
Castellano de nacimiento y vizcaino de adopción, Paulino auxilió en el frente norte durante la última Guerra Civil desde Bilbao (formó parte de la resistencia a la ocupación de la capital vizcaina por parte de los afectos a los golpistas de 1936 en Artxanda) hasta León, donde fue apresado. Allí comenzó un amplio recorrido por campos de concentración, prisiones y campos de trabajo hasta su liberación en 1943.
Con 19 años, Paulino Lafuente Riancho (Quintanaentello, 1917) se alistó voluntario para luchar contra el ejército fascista, sublevados que acabaron fusilando a su padre. Tres de sus hermanos, además, fueron milicianos en el frente.
Él se alistó al ejército republicano como simpatizante de UGT y PS, siendo enviado al 1º Batallón de Sanidad del cuartel de El Alta, en Santander. Formó parte del contingente como camillero con la graduación de cabo. “Su compañía estaba siempre en primera línea del frente, entonces localizado en tierras montañesas de Burgos y Santander, desgraciadamente muy cerca de la casa familiar en Quintanaentello, Valdebezana”, valora la familia.
El ámbito de actuación de su compañía sanitaria abarcó hasta Bilbao cuando el Cinturón de Hierro comenzaba a caer. “Él recogía a los gudaris heridos en Artxanda (18 y 19 de junio de 1937) para trasladarlos fuera de las líneas de combate, a hospitales militares habilitados en la capital. Roto el frente de Bilbao, se optó por la evacuación rápida hacia territorio cántabro sin dejar de atender los heridos que iban cayendo en la retirada”, explican sus nietos.
En ese periplo hacia Santander estuvo a punto de perder la vida en Saltacaballos (Castro Urdiales), donde un batallón del PNV se encargó de defender la retirada de las tropas republicanas cuando el crucero Almirante Cervera les vio. “Contaba que estando la ambulancia recogiendo y trasladando a los heridos, un obús disparado por el crucero franquista atravesó la camioneta-ambulancia entrando por la puerta trasera y saliendo por el cristal delantero sin explotar. Vio de cerca la muerte, tan cerca que si estira la mano podría haberla tocado. Afortunadamente, el obús asesino pasó de largo”, agregan.
Paulino se negó a rendirse en Santoña y continuó en los frentes de Cantabria, Asturias y León. Fue apresado en el pueblo de Oseja de Sajambre “al bajar a buscar pan”. Fue internado en el campo de concentración de San Marcos, donde le obligaron a cavar fosas en el cementerio cercano para sus compañeros fusilados. Le trasladaron al Batallón de Soldados Trabajadores Asturias nº 21 y de allí al campo de concentracion de Valdenoceda, Prisión Provincial de Burgos, cárcel de Larrinaga en Bilbao, Prisión Provincial de Ávila y el campo de concentración de Miranda de Ebro, “donde decía que peor lo pasó”.
Después llegó el periplo por campos de trabajo: Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores nº 12 de Irurita (Nafarroa) y el nº 31 de Lavacolla (Santiago de Compostela-Galicia). Acabó su periodo de esclavo en Marruecos, donde limpió campos de palmito para plantar cebada para los caballos de los militares. Retornó al hogar en 1943 tras siete difíciles años. Se casó con Ramona, burgalesa que tenía casa en Muskiz y que conoció en la cárcel de Valdenoceda en 1943. “Se conocieron porque el padre de ella era un preso amigo de Paulino que le dijo que le trajera una manta, ya que el vasco se la quitaba”, sonríen.
Trabajó de carpintero y viviendo en Ortuella fue uno de los que ayudaron a rescatar a las personas que quedaron atrapadas en el barrio de Golifar cuando explotó la presa del lavadero de mineral el 11 de octubre de 1964, causando seis muertos. En la también recordada explosión del colegio de Ortuella estaba trabajando en Begoña. No pudo entrar al municipio hasta muy entrada la tarde, aunque su nieta Aiyoa estaba estudiando en el centro escolar. “Nunca quiso hablar de todo lo que sufrió, aunque poco a poco conseguimos sacarle cosas”, le agradecen con cariño hoy.
La celebración hace treinta años del referéndum sobre la permanencia en la OTAN provocó una polarización política; hubo un ajustado ‘Sí’ en el Estado, pero en Euskadi el ‘No’ fue claro
Reportaje de Txema Montero
El miércoles 12 de marzo de 1986 tuvo lugar el referéndum para la permanencia de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), convocado por el primer gobierno socialista. El Estado español pertenecía a la estructura política de la Alianza, pero no al aparato militar, desde que en mayo de 1982 el presidente Calvo Sotelo, investido tras el fracasado golpe de Tejero (1981), firmara la adhesión para protegernos, se nos dijo, de otra asonada militar.
¿Que para qué servía la OTAN? Lord Ismay, primer secretario general de la Alianza, afirmó sin asomo de ironía que “la OTAN sirve para tener a los norteamericanos dentro, a los rusos fuera y a los alemanes quietos”. Eso de “los americanos dentro” no pasó de ser una interesada afirmación limitada a la ayuda militar, pues lo cierto es que en Europa se detecta una constante aprensión colectiva a los Estados Unidos que a veces parece ser el único pegamento que une a los europeos.
Historias tremendas sobre la pena de muerte, los asesinatos masivos en los institutos, el mercado implacable y la falta de protección social en Estados Unidos abundan en la prensa europea. Quien cruce el Atlántico leerá sobre la gerontocracia, las elevadas tasas de paro y los minúsculos presupuestos de defensa europeos. No parece que el sentimiento atlantista haya superado las reservas y suspicacias a ambos lados de “esa larga cinta azul”, como describió Churchill al océano que nos separa.
El espíritu occidental-atlantista no se hizo carne en una gran parte de los españoles y resultaba totalmente ajeno a la experiencia histórica de los vascos, que habían jugado su carta a la victoria aliada durante la Segunda Guerra Mundial con la consecuencia de unos Estados Unidos antipáticos sostenedores de la dictadura franquista. El desinterés en la política exterior y la no percepción de que la Unión Soviética y el Pacto de Varsovia supusieran peligro para la seguridad hicieron el resto.
La convocatoria de referéndum fue resultado del particular empeño de Felipe González, quien, gracias a la victoria del Sí que él proponía, elevó su estatura política como líder internacional. Para entonces, ya había arriado sus viejas banderas: el marxismo, el reconocimiento del derecho de autodeterminación, la nacionalización de la red eléctrica o su simpatía por el movimiento de los países no alineados. Luego vendrían el GAL y la politización de la Justicia. La posición del PSOE, inicialmente contraria a la permanencia en la OTAN, dio un brusco giro durante el XXX Congreso del partido (1984), cuando Felipe González consiguió el suficiente apoyo de otros dirigentes -como Alfonso Guerra, Ernest Lluch o Javier Solana- hasta entonces contrarios o reticentes a permanecer en la organización atlantista.
A partir de entonces comenzó el proceso de persuasión de la opinión pública centrado en la consigna OTAN, de entrada no, maravilla publicitaria que parecía comprometer al PSOE contra la permanencia en la Alianza cuando en realidad quería decir lo contrario. Sobre la perversión del lenguaje ya nos había advertido Lewis Carroll en Alicia en el país de las maravillas. Uno de sus personajes, Humpty Dumpty, afirma: “Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero decir, ni más ni menos”; a lo que Alicia replica: “La cuestión es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes”; y Humpty Dumpty zanja: “La cuestión es saber quién manda, eso es todo”.
Medios de comunicación Felipe González, haciendo abuso de TVE, la única televisión existente, y con el apoyo del diario El País, supo encarar la campaña contra el referéndum promovida desde Abc, La Vanguardia, Diario 16 y más sutilmente DEIA y la Cadena Ser. Tal oposición se basaba en la errónea previsión de que la ciudadanía, si era finalmente consultada, contestaría No. Esto inquietaba enormemente a la Coalición Popular de Fraga, antecedente del PP; a la Convergencia i Unió de Pujol y Durán, y al PNV de Arzalluz, partidos de referencia de los medios citados.
Éste último manifestó su posición contraria “a que se celebrase este referéndum porque no se hacía la consulta en las debidas condiciones para que la gente pudiera expresarse correctamente sobre el fondo de la cuestión”. Finalmente, el PNV dio libertad de voto a sus afiliados, aunque sus dirigentes más cualificados, Arzalluz y Ardanza, eran firmes partidarios del Sí, mientras que Garaikoetxea, ya con un pie fuera del partido, era partidario del No. Sabido es lo difícil que puede ser la redacción de la pregunta que se propone a los ciudadanos en un referéndum, pues detrás de cada líder que convoca está la sombra de Humpty Dumpty pretendiendo que las palabras signifiquen lo que él quiere y, sobre todo, que se sepa quién manda.
La pregunta puede ser más fascinante que la respuesta y así resultó: ¿Considera conveniente para España permanecer en la Alianza Atlántica en los términos acordados por el gobierno de la nación? Los términos a los que se refería eran los siguientes: 1.- No incorporación a la estructura militar integrada. 2.- Prohibición de instalar, almacenar o introducir armas nucleares. 3.- Reducción progresiva de la presencia militar de los Estados Unidos en España.
Con una participación del 60%, un 52,55% de los ciudadanos votó Sí. Con una participación del 66%, un 64,93% de los vascos votó No. En Navarra, el No ganó con un 52,7%. En Catalunya y Canarias, por escaso margen, ganó también el No. El lehendakari Ardanza dijo que “el resultado es bueno para España porque eso permitirá estar no solamente en la CEE sino responder a los compromisos de defensa mutua”.
Desde HB, un exultante Tasio Erkizia cabalgando la ola del éxito manifestó que el referéndum era: “un paso más adelante en la lucha por la reconstrucción nacional de Euskadi”. En El Correo Español, el influyente analista Vicente Copa, seudónimo de José Antonio Zarzalejos, lo calificó como “referéndum absolutamente negativo, en sus resultados y en sus efectos, por lo que suponía de revitalización de las opciones más extremas, radicales y violentas” (en referencia a HB).
El diario Egin, entonces dirigido por José Félix Azurmendi, sorprendió por su ecuanimidad, pues editorializaba en primera página que “era difícil establecer si en el PNV críticos y oficialistas tuvieron un comportamiento diferenciado” y que “las declaraciones tras el resultado de Ardanza y Arzalluz parecían dar a entender que ellos hubieran votado No al referéndum aunque Sí a la OTAN y No a Madrid”. En fin, un verdadero galimatías.
¿Qué habría pasado si hubiera salido No en el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN? ¿Continuaría Milosevic en el poder en Belgrado? ¿Sería Kosovo un páramo vacío? Parece que no. Me perdonarán el sarcasmo, que no tiene otro motivo que llamar su atención sobre la levedad en términos históricos de acontecimientos que en su día parecían ser trascendentes en su forma y fondo. La Unión Soviética y el Pacto de Varsovia desaparecieron y la OTAN, que se ha mantenido en la jurisdicción de lo humano, sigue viva reconvertida en policía de fronteras europeas y fuerza de acción rápida en disposición de servicio sea en el Océano Índico, el Mar Mediterráneo, Oriente Medio o las fronteras con Rusia.
Mientras tanto, los vascos seguimos construyendo la nación sin que la pertenencia a la OTAN sea un obstáculo mayor que nuestra propia división al respecto, que la intransigencia del Estado español o las reticencias de una Unión Europea que sabe que debe reconocer la pluralidad nacional existente en su seno pero no sabe cómo hacerlo sin alterar el statu quo de los estados miembros.
“La culpa, de Fraga” Para los vascos, el resultado del referéndum fue una campanada de distinción, una declaración encandecida de somos y seremos, un ¡qué no pare, que no pare! Personalmente estaba exultante y solo un mes después tuve ocasión de jactarme ante un personaje de excepción. Se trata de la conversación que mantuve en el Saint Anthony’s College de Oxford con motivo de una High Table, cena compartida con los estudiantes donde los profesores y sus invitados se hallan sobre un estrado en plano superior a los alumnos.
Ya lo conté en DEIA en otra ocasión, pero no me resisto a repetirlo. Nos presenta el decano del College, el gran historiador Raymond Carr: “Señor secretario (de la OTAN), le presento a Txema Montero, de Herri Batasuna, País Vasco”. Carrington: “¡Así que es usted miembro del partido que ha conseguido que los vascos voten No a la permanencia en la Alianza”. Yo: “No ha sido solo por nuestra intervención, los vascos esperamos en vano que los tanques del mariscal Montgomery entraran en nuestro país para liberarnos de Franco”. Carrington, con ese hablar de la élite británica que parece un tartamudeo y allí llaman mumbling: “La culpa la tiene Fraga Iribarne por llamar a la abstención”.
Aquel bello gesto se agotó el día del No porque después nos desentendimos de su significado. Eckermann, en sus Conversaciones con Goethe, uno de los más lúcidos intercambios de ideas de la historia del pensamiento europeo, ya nos había advertido: “No bastará con dar pasos que algún día puedan llevarlos a la meta, sino que cada uno de ellos tiene que ser meta y paso al mismo tiempo”. A veces, hay que estar ciego para ver y lo que vino tras el victorioso referéndum, paso sin meta, fue la realidad, casi siempre tan antipática. Trece años después, en 1999, presidiendo Aznar el gobierno y con amplio consenso parlamentario pero sin que fuera sometido a referéndum -pocos lo echamos en falta-, el Reino de España se integró en la estructura militar de la OTAN.
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